c o m u n i c a c i ó n
Jose Manuel Gironés
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El Golem y el Robot
no son ya la misma cosa

Propone la dirección de esta revista una reflexión por Contrastes –o sea, por sorpresa- sobre el tema de la inteligencia y sentimientos de los ordenadores con motivo del 30 cumpleaños de Hal, el procesador de “2001 una odisea del espacio”.

Los 90, en realidad, son como los 60, pero boca abajo, como el anuncio de Telefónica. A finales de aquella década, cuando Stanley Kubrick propuso su Odisea, estábamos expectantes de futuro. Como ahora. Amstrong, Aldrin y Collins se habían dado un paseo por la Luna y el doctor Barnard era célebre (y cambiaba de esposa) por el éxito de sus trasplantes de corazón. 

Personalmente me vi involucrado en una de las más hermosas aventuras de mi vida profesional. Me nombraron director de la revista Meridiano, que era la copia española del Selecciones del Readers Digest , para convertirla en una revista científica y de futuro bajo el nombre de Meridiano 2000 con la tutela de Luís Miravitlles de Televisión Española y Vicente Villar Palasí, creador de la Universidad Autónoma de Barcelona. Con Manuel Calvo Hernando, Fernández Rua, Manuel Toharia, Sánchez Ocaña, Luis Angel Fernández Hermana y algunos otros se creó la Asociación Española de Periodismo Científico y después la Iberoamericana, (ambas representadas hoy en Valencia por AVADOLCI) 

La aventura –que duró varios años- fue apasionante, pero empezó demasiado pronto. El gran público para la divulgación llegaría con Muy Interesante y las series en kiosco del llorado Félix Rodríguez de la Fuente. Entonces teníamos el Meridiano y nos faltaba el 2000. Y ahora que ya tenemos el 2000 nos falta el Meridiano. 

Cada monográfico de aquella revista fue un alboroto, o un escándalo. En el de la “fecundación in vitro” fuimos obligados a colocar un enorme “NO” en portada, que casi me cuesta el cargo por haber añadido de mi cosecha “Todavía NO”. De nada servía haber visto personalmente en Basilea a invitación de Interfarma (o sea la Ciba, Sandoz, Bayer, etc) los experimentos de clonación de renacuajos que producían ranas absolutamente idénticas como sacadas por fotocopiadora.

Otros monográficos como el de etología “La extraña conducta animal” que narraban experiencias de aprendizaje de monos maricones expulsados de la manada y que aportaban soluciones de supervivencia (como lavar los tubérculos en el río en vez de comerlos sucios como el resto del grupo), trajeron más recelos al pensamiento “ortodoxo”. Y del mismo modo ocurrió con el monográfico sobre computación e inteligencia artificial denominado “La rebelión de las máquinas”. En ese número se saludaba la feliz metáfora de ciencia ficción de Stanley Kubrick y su “2001 una odisea del espacio” que hoy celebramos. 

La propuesta “Maquinas, Inteligencia y Sentimiento” viene referida a uno de los ámbitos de aplicación científica más investigados en las universidades del mundo entero, y es también un tópico clásico en el ámbito de la pseudo ciencia, la magia y la ciencia ficción. Por eso parece obligado delimitar un poco el campo.
Con el HOMBRE al centro, una cosa es hablar del GOLEM y otra del ROBOT, veamos:

Teoría de la Información: responde a ¿qué es una información? ¿qué es un mensaje?

Teoría de las Comunicaciones: responde a, dado un mensaje ¿cómo tratarlo o prepararlo para que su transmisión eléctrica sea lo más limpia posible y al menor costo? 

Teoría Cibernética: responde a, dado un mensaje ¿cómo reacciona el organismo que lo recibe? ¿cómo responde y que decisiones toma? 

Golem y Robot son, en cualquier caso, organismos capaces de respuesta y están en el ámbito de la Cibernética, ciencia que Norbert Wiener formalizó en 1948, tomando del griego la bella palabra Kybernòs que quiere decir “piloto”, el que lleva el timón, el que reacciona (a las olas o vientos), pero sobre todo, el que es capaz de rumbo.

Ahí el Golem y el Robot no son ya la misma cosa. El Golem es el ensueño de la cábala hebrea y la alquimia medieval de un homúnculus creado por el hombre, lo más parecido posible a sí mismo. Se preguntaría por su identidad, tomaría conciencia y sería capaz de rumbo o destino. 
El Robot, del checo “robotnik”, significa esclavo; ser, animal o máquina, que sirve para trabajos forzados. Si cumple su tarea, no es causa preguntarse acerca de si tiene conciencia de si mismo, o si tiene sentimientos, porque en ningún caso será capaz de rumbo ni destino.

En ese sentido la robótica y la inteligencia no caen del mismo lado. Aunque el grado de sutileza nos puede jugar muy malas pasadas.

Hal como máquina es un aparato y está en la Tiflotecnología (tiflo = aparato) pero Hal como ensueño es más que una jerarquía de ángeles funcionando a 32 bits.

La tiflotecnología comienza con la rueda, el arado, la polea, el tornillo de Arquímedes, la maquina de vapor autorregulada por Watt, el motor de cuatro tiempos, el frigorífico (que dejó boquiabiertos a los gansters fabricantes de hielo en Chicago años 20, como vimos en el anterior número de Contrastes), la tele, el tomagochi, y sobre todo, el Thermomix-varoma que hace de todo en la cocina, y lo hace a distancia gobernado por Internet.
En la Exposición Internacional de Tiflotecnología que acaba de celebrarse en Madrid las novedades han sido los instrumentos para manejo por discapacitados (un dedal que permite manejar el ordenador a los ciegos) el pen cat o reconocedor de imágenes a ojos cerrados, el vexel-vit que convierte la silla de ruedas en un microvehículo cabinado para correr por carretera, el sonobraille con portátil para PC’s hablados, los rotuladores aromáticos que permiten elegir el color por el aroma, y todos los detectores parlantes para saber el color, peso, o función que está presente a nuestra sensorial ausencia.

¿Son inteligentes estas máquinas? ¿Tienen sentimientos? No. Los inteligentes son los constructores y el sentimiento lo tendrán los usuarios que pueden adquirir verdadera dependencia de su uso, como ya sucede con los propietarios de Harley Davidson o los espectadores de culebrones televisivos. 

De todas las capturas de energía ajena (función robótica) logradas por la humanidad me sigue pareciendo la más audaz e increíble la primera. La que se produjo al tiempo de inventar la rueda y el arado. Es la aventura de la domesticación de animales que hizo del camello un maravilloso “robot” para cruzar el desierto (por cierto que aún no superado) y del caballo o el buey un “robot” para el tiro y para la velocidad. ¿Alguien conoce servidor más fiel y esforzado que el borrico mediterráneo? (por cierto que a punto de extinción)

¿Hay inteligencia animal, y hay sentimiento animal? Nadie lo dudaría. Mi perro me adora literalmente (es un hermoso pastor alemán con linaje) por mi capacidad de arrojar objetos lejos, que él se desvive por traer. Contemplar el funcionamiento de un gato es admirable (con servofreno, airbag para las caídas y GPS para orientarse) y pasarle la mano por el lomo obteniendo respuesta es una fuente natural de sentimiento mutuo.

El problema de la máquina es el chirrido. Y la robótica o tiflotecnología tendrá que producir aparatos muy bien acabados a efectos táctiles y sensoriales (semejantes al gato persa) como han demostrado los experimentos de Harry Harlow, Henry Laborit y Konrad Lorenz para simular desde ellos el sentimiento y la alegría de vivir.

El Golem plantea la cuestión desde el otro lado. Los seres creados por el hombre en el campo de la biología y de la tecnología (Hal y la oveja Dolly por ejemplo) ¿pueden desencadenar procesos de aprendizaje, reproducción y selección natural que sean independientes de su creador? Pues según Jacques Monod, asegurando la masa suficiente de azar y necesidad en los largos y complejos procesos, parece que sí. 

Alan Turing estableció las bases de la Inteligencia Artificial y no se preocupó de que sus amigos se empeñaran en que no era lo mismo. El caso es que, aislados hombre y maquina en habitaciones distintas, era imposible distinguir de cual de las dos procedían las respuestas inteligentes. 

El Hal aún no era semoviente como los animales, aunque sí consciente de sí mismo. Capaz de aprender y capaz de impedir el ser desenchufado (máxima putada con la que siempre nos vengamos de la tozudez del software cabezón).

Hay, desde luego una notable dificultad cuantitativa, y es que el cerebro humano con 30.000 millones de neuronas que son conmutadores con múltiples ramificaciones o dendritas está aún muy lejos de ser reproducido artificialmente. 

Tampoco es grano de anís, que la inteligencia humana no haya podido resolver los teoremas limitativos o insolubles de la matemática, la astronomía o la computación (teorema de incompletitud de Gödel, teorema de indecidibilidad de Church, teorema de detención de Turing, teorema de la verdad de Tarski, por no citar la controversia posteinsteniana de la singularidad cósmica, del big-bang, y la teoría inflacionaria del origen del Universo).

Estoy con Douglas R Hofstadter en el convencimiento de que la Autorreferencia, la Paradoja (y con ella el humor), los Saltos dentro/fuera de un sistema (también los metaprocesos) y el Libre Albedrío, que emana del equilibrio entre lo que conocemos y lo que ignoramos de nosotros mismos, tienen que ver de manera capital con todos los ensayos de comprensión de la mente humana y serán la frontera para hallar seres inteligentes capaces de Kybernòs, rumbo o destino. 

En teoría nada parece imposibilitar que Hal como ordenador del futuro no sea una incubadora de algoritmos de aprendizaje (por el método ensayo-repetición-acierto) capaz de mitosis (o partición reproductora), captador espontáneo de energía, semoviente y adaptativo, matemático incomparable y políglota, jerárquico y sociable. Aunque, por ahora, el conocimiento en la mente humana no es un libro de hechos con las hojas sueltas y el de la computadora sí. 
Deep Blue (el Hal de nuestros días) le gana la partida de ajedrez al mejor del mundo (Kasparov) pero no salta nunca fuera del tablero.
La mas humana incertidumbre de nuestra conciencia consiste en la capacidad de vernos dentro/fuera, sabiendo que estamos aquí pero que hubo un tiempo “en que yo no estaba vivo y habrá otro tiempo en el que ya no estaré vivo”. Brincamos fuera de nosotros mismos y nos vemos como nos vería otro ser humano o como quizás nos ve Dios. 
Es hora de preguntarse –como hace Starlec (Stelios Arcadiu)- si un cuerpo bípedo, que respira y posee una visión binocular y solo 1.400 centímetros cúbicos de cerebro, es la forma biológica más adecuada para el futuro (por la cantidad, complejidad y velocidad de información que se nos viene encima). Y se comprende la afirmación de Bruce Sterling quien sostiene que “para dentro de otros mil años seremos máquinas o seremos dioses”.

El Golem y el Robot no son descartables, (ni la existencia de otras combinaciones allende el Universo) pero inteligencia y sentimiento, (en grado superlativo), son atributos - junto al sistema de valores - que sólo adornan hoy a ese aprendiz de sí mismo, a ese singular sujeto, llamado HOMBRE. 
Marco Aurelio, decía que el hombre era el único esclavo en la escala de la naturaleza que por sí mismo había dejado de serlo. 
El único capaz de llegar literalmente hasta el límite de sus fuerzas. 
El único capaz de saber que el siguiente paso vale la pena...aunque vaya a ser dado por otro pie. 
El único capaz de decir: “tengo miedo... pero es lo que debo hacer... y allí estaré”

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