h u m a n i d a d e s
ANTONIO OLIVER
El divertimento de Casanova:
fragmentación y contaminación de la cultura Occidental

Abandonaremos el siglo comprobando la definitiva deserción de las élites de cualquier pretensión de mantener referentes culturales que sirvan como principio rector o modelos de excelencia compartidos. Vivimos en un tiempo en el que los que antes detentaban el predominio cultural se han fracturado, al menos en lo que se refiere a su interés por mantener los modelos culturales imperantes.

La disolución del acuerdo tácito sobre el conocimiento operativo de los clásicos, esto es, del conocimiento que puede ser utilizado como topos o al que puede apelarse en busca de autoridad, ha ido tomando cuerpo desde la Edad Media hasta hoy. La ampliación del número de personas alfabetizado, el abandono de las constricciones eclesiásticas y la pervivencia de corrientes estéticas y de pensamiento no relacionadas con la tradición clásica o de la Biblia, van erosionando el consenso tácito que una civilización puede esperar de su producción cultural. 

Asi si dos bachilleres se encontraban en Padua en el siglo XVI era muy probable que la discusión que entablaran fuera teológica, extensa y animada. Era fácil para las personas medianamente cultas compartir tópicos, intereses y latines aunque uno hubiera viajado hasta la ciudad italiana desde Salamanca y el otro proviniera de Heidelberg.

Dos siglos y medio más tarde Casanova puede recorrer Europa encontrando en todas partes caballeros interesados en sus disquisiciones y artificios y desde luego damas preparadas para recibirle. La preparación de las señoras que debían estar presente en los salones se confiaba a veces a los deliciosos opúsculos que se publicaban para ponerles al corriente de temas que no habían tratado en el noviciado ni se consideraban adecuados para comentar con su confesor.

Esta “Philosophie dans le boudoir ” representa una de las primeras muestras de la divulgación cultural. Hoy compartimos con los exquisitos de la época la misma mezcla de alivio democrático por la difusión de los saberes y de repugnancia que no puede menos que lamentar su divulgación, pues es su mantenimiento como bien escaso lo que los hace atractivos y justifica el esfuerzo que el “ex nobilis” debe dedicar a su adquisición. Los conocimientos de mecánica newtoniana que las bellas señoras podían exhibir ante los abades presentes en el salón no constituían más que un ornato aunque siempre dentro del ámbito de lo que después se llamará “Alta Cultura”

La distinción entre” High Cult,” Middle Cult” y “Low Cult” -mantendremos el mismo inglés que Eco en “Apocalípticos e Integrados- no explica por sí mismo la fragmentación acelerada que aquella padece desde finales de los años 60. Desde la aparición de la cultura de masas los contenidos pretendidamente culturales han dejado de ser los mismos que los que se generan en el ámbito High Cult, ya no es posible una conversación como la de lo bachilleres paduanos entre dos personas medianamente cultas y las señoras sólo están obligadas a exhibir en las cenas algún conocimiento geográfico adquirido en la última escapada.

Aceptando que la Middle Cult está en manos de la producción cultural americana y que la cultura popular solo se mantiene de manera artificiosa y dirigista, es fácil concluir que la propia alta cultura ha entrado en crisis al no actuar ya como referente para ninguno de los grupos sociales, incluidos aquellos que tradicionalmente se han desempeñado como los rectores del gusto y, en general de las manifestaciones culturales de la época. 
Esta clase de identidad de la Alta cultura europea determina precisamente su condición de posibilidad y convivencia. Compartir los mismo referentes, deambular por los mismos lugares y extender una lista de temas costumbres y actitudes a todo el orbe como se hizo durante el período colonial, puede haber sido sin duda de interés para la formación de las nuevas élites en India, Argelia e Indochina, pero en cualquier caso, el proceso es percibido hoy como un “déjà vu” y su inverso, la “chinoiserie” o la máscara africana en los salones, también.

Harold Bloom lamenta en” El Canon Occidental” la situación de los departamentos de humanidades de las universidades norteamericanas que tienen cada día más dificultades para incluir en sus programas de estudio a Shakespeare, a Emerson, a Tennyson o a Montaigne.

 La acusación de representar exclusivamente valores falocéntricos y eurocéntricos, se ha extendido como la pólvora en las universidades norteamericanas. Ésto suponen la inclusión obligada de “estudios de género y la postulación de perspectivas étnicas en la crítica literaria, elementos que se aderezan con buenas dosis de lenguaje políticamente correcto.
Es curioso que Bell o Harold Bloom, adalides de la libre competencia de ideas (al menos tanto como de la otra) presentes en la tradición filosófica liberal, teman la libre competencia que la rica dramaturgia Malinké pueda ejercer sobre la recepción del teatro isabelino o que la contemporánea narrativa de la negritud pueda hacer peligrar la consideración de Faulkner.
Así, la perspectiva de género, el enfoque étnico y el peligro de contaminación por la cultura popular no pueden más que beneficiar a los individuos que se relacionan con la cultura sin distingos, por mucho que tal disfrute no lleve ya implícito el valor añadido del prestigio social.

Tres son los lamentos más escuchados en los labios de los intelectuales norteamericanos y franceses puesto que, al parecer españoles e ingleses estamos ya acostumbrados de la extracción colonial de las más altas producciones literarias y no parecemos muy dispuestos a unirnos al coro de plañideras por la pérdida de la alta cultura y de las culturas autóctonas, al menos en nuestro caso, a una cultura autóctona nacional.

-la dictadura de los media con su necesario corolario de estupidez y violencia causada sobre todo por la televisión.
-la contaminación de la alta cultura por la cultura popular y su dificultad de transmisión rigurosa en la Universidades producida por la pujanza de las minorías étnicas y sexuales.
-la excesiva europeización de la élites-acusación de los populistas republicanos realizada contra los miembros de los departamentos de Humanidades, contra ciertos cineastas y miembros del partido demócrata y los críticos del New York Times, acusación que guarda su justa correspondencia con la alarma europea ante la americanización de un mundo que sólo se uniformiza en torno al mal gusto y al mínimo común denominador estético y moral.

Habría que añadir quizás otro lamento que no se puede incluir quizás en ninguna de las tres personas porque parece que su aparición haría enmudecer para devolver a la cultura la autoconfianza en su misión salvífica:

nos referimos a la figura del “Maître à penser cuyo advenimiento recuperaría para la buena marcha de la historia merced a su función crítica omnicomprensiva, con lo que de un plumazo podríamos rearmarnos contra los males descritos.

Bienvenidas sea la televisión, las tecnologías de la información, las minorías étnicas y sexuales, la contaminación americanizante, el afrancesamiento e incluso el Mismísimo Maître à penser redivivo si se decide correr el riesgo de hacer el ridículo pontificando desde cualesquiera de las Filosofías de la Historia con las que despedimos el siglo.

Jamás la humanidad ha dispuesto tan alto grado de potencial para desarrollar sus posibilidades científicas , técnicas o artísticas y ha estado , a la vez tan lejos de cobrar conciencia de que el problema de la cultura no es del su fragmentación ni el de su contaminación sino el de saber si esa pluralidad caótica no puede residir el germen de un nuevo mundo que se autocomprenda en su complejidad.
Olvidemos las discusiones de patio de vecinos, ríamonos de la nostalgia de la vida provinciana ante los mismos que hoy dicen echar de menos los paseos dominicales en pequeñas localidades de provincia, tan apropiados para la comunicación con el vecino y para el cultivo de los auténticos valores, son los mismos que treinta años antes se estremecían con la triste vida de Tristana mientras se batían denodadamente para abandonar el arcádico terruño y lograr una plaza que les mantuviera en la ciudad más populosa e inhumana a su alcance, a ser posible Madrid

No hay valores de comunicación en el pasado, hay coacción moral y obligado unitarismo vital roto hoy por la pluralidad de las formas de vida que imposibilitan la existencia de los grandes sabios que nos enseñen a pensar de manera inequívoca, no hay Picassos porque cada vez hay menos tradiciones ridículas que romper ni burgueses que epatar, por lo que podríamos dedicar nuestros esfuerzos a cuestiones de mayor enjundia que el lamento de la fragmentación y la industrialización de la cultura , el imperialismo cultural americano y demás:por ejemplo a extender su consumo por el resto del mundo de forma que los damnificados por el consumo cultural masivo y execrable estuvieran en condiciones en una generación de escribir artículos sobre crítica cultural y sociedad. 

Antonio Oliver igur@arrakis.es
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