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Salvador Pániker
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Nos concierne y fascina la figura de José Val del Omar en la medida en que, más allá de sus grandes logros técnicos y artísticos, se nos presenta como un precursor de un nuevo tipo de animal humano. Es el tipo que yo he propuesto llamar retroprogresivo. La retroprogresión se define por la ambivalencia entre código racional y origen místico. La retroprogresión consiste en avanzar simultáneamente hacia una complejidad sofisticada y hacia la no dualidad originaria. Val del Omar presentía que procede sustituir el mito canceroso del progreso por la noción más sutil del retroprogreso. De algún modo comprendía que si algún sentido tiene un mundo informatizado y electrónico es el de permitirnos recuperar la vieja libertad arcaica, la de un mundo perpetuamente reinventado, en el que la técnica coadyuvase a la recuperación de la fiesta originaria. Ello es que termino aquella simplista identificación que se inicia en el siglo XVII, entre devenir histórico y progreso. Dicha idea formulada por primera vez por Condorcet culminó con la revolución francesa, consagrándose el falso antagonismo entre lo nuevo (revolución) y lo antiguo reacción. Hoy, tras la experiencia del último siglo, somos más cautos, más complejos; sabemos que en rigor, procede hablar de una teoría de la retroevolución más que de una teoría de la evolución. Aunque sin utilizar expresamente la palabra retroprogreso (cuyos derechos de paternidad me atribuyo), Val del Omar sentía la necesidad de conciliar ambas dimensiones: la mística y la racional, la originaria y la técnica. Él sabía que un ser humano completo se define por ser a la vez plenamente secularizado y plenamente resacralizado. En otra palabras, por estar abierto simultáneamente a la aventura de la ciencia y del misterio del origen. Se dio cuenta de que la modernidad seriamente agoniza, pero que ante esta crisis no sirven las respuestas parciales ni el neofundamentalismo (religioso, nacionalista o ético) ni la ideología que predica el fin de la historia. Volver al origen abriéndose la incertidumbre del futuro tal es la clave retroprogresiva que ha de suceder a la modernidad. José Val del Omar es por tanto y tal como yo lo veo, un prototipo
de ese modelo humano. Es un poeta y un técnico, un hombre de razón
y un místico. De un lado se enfrenta con la complejidad y así
hace uso, pongo por caso, de los equipos audiovisuales más adelantados,
pero todo ello con ánimo de recuperar un origen perdido y un sentimiento
de unidad primordial.
Val del Omar como muchos científicos contemporáneos -pienso
en Prigogine, en Bohm, en Sheldrake- se siente fascinado por la creatividad
de la natura por esa “explosión al relentí” que es también
despliegue autoorganizador, el milagro de cómo el universo se crea
a sí mismo. Este universo es para Val del Omar un universo vivo
y sagrado del que los hombres forman parte. Este sentimiento de pertenecer
a una totalidad viviente se perdió allá por el siglo XVII,
pero hoy lo encontramos plenamente reivindicado por Val del Omar. En consecuencia,
es contrario a los espiritualismos y a las abstracciones que dejan sin
empleo a laguna de las facultades humanas. Él propone “la integración
de todas las artes y sus técnicas en un espectáculo total”.
Asunción del hombre integral sin disociar/abstraer ninguna de sus facultades. Teoría de la visión táctil. Escribe VdO: “Cuando a un niño se le enseña por primera vez un objeto cualquiera, aunque sea carbón encendido, instintivamente echa la mano para cogerlo”. He aquí una inesperada versión de las ideas epistemológicas de Jean Plaget. Recordemos que en 1934 publica Jean Plaget su obra quizás más decisiva La Construction du réei chez l’enfant, donde se explica que el niño no percibe la realidad sino que construye mediante acciones exploratorias. Así, entre los seis y los tres meses de edad, el niño comienza a asir aquello que ve y a llevarse ante los ojos aquello que toca: coordina su universo visual con el táctil y añadiría yo, distingue entre ambos a la vez que los coordina y de este modo emerge de su previo océano de indiferenciación. Pues bien, Val del Omar intuye que hay que reelaborar ese gigantesco ascenso evolutivo evolutivo que procede adaptarse creativamente a lo real -sea lo real lo que fuere que eso nunca se sabrá-. Recordemos una famosa metáfora de Giasersfeld: “ante una cerradura lo que importa no es la esencia de la cerradura sino dar con la llave que encaja”. El verbo encajar, en inglés “to fit”, engarza así con la Teoría de la Evolución, que nos habla del Survival of the fittest, es decir, sobrevive el que mejor encaja. El caso es que sobrevivir es este arte o ejercicio de permanente encaje.
Vivir creativamente es contraer el hábito de ir forcejeando hasta
dar con los oportunos encajes. Vivir creativamente es ser “constructivista”
y abjurar de todo realismo metafísico.
Val del Omar se nos presenta así como un artista constructivista, a la vez mítico y técnico. Inventa el zoom porque quiere fotografiar el Generalife desde la Alhambra. Compone poemas a lo William Blake. Preconiza el “fuego mecamístico”. Sabe que la realidad es inefable y por esto nunca renuncia a la experiencia y al uso integral del cuerpo con todos sus sentidos. Val del Omar tiene el sentimiento de la unidad de todas las cosas: hombre y naturaleza, conciencia y materia, lo interno y lo externo, el sujeto y el objeto. Como ha escrito Gonzalo Sáenz de Buruaga, el ha sentido los contrarios en carne propia (tradición versus modernidad, arte versus técnica, individualidad radical versus aldea global, etc) e intenta sintetizarlos agónicamente. Val del Omar siente un parentesco con los elementos de la naturaleza
- los animales, las plantas, los minerales, los bosques, el agua, la tierra,
el cielo, las estrellas-. Habla del “ser de las galaxias”.
Val del Omar sabe que no debe confundirse misticismo y religión y que ninguna teoría puede ser nunca completa, pues ello significaría imponer límites a lo ilimitado. De ahí, como digo, que nunca renuncie a la experiencia y al uso integral del cuerpo con todos sus sentidos. Val del Omar ha calado la paradoja constructiva del ser humano, la de ser simultáneamente individuo y totalidad, la de querer conciliar la individualidad con el éxtasis. Sabe y explica que es preciso conciliar el rigor máximo con aquella temperatura previa a toda ley. Esa “explosión al relentí” es también el sin fin de cuerpo y espíritu, lo individual y lo total. “No se trata de acumular o mezclar, es necesario fundir”. Pienso que de algún modo Val de Omar presintió la teoría del caos. Él que ya empleaba en su poesía palabras como ozono, láser, cápsula, etc. habría sentido una cierta connaturalidad con una teoría que a través de sofisticados modelos matemáticos nos muestrea cómo el universo no es un sistema lineal de ecuaciones no lineales, un pequeño cambio en una variable puede generar efectos desproporcionados, e incluso catastróficos. He aquí la vida, retroalimentación, mezcla combinación: las mil piezas finalmente indivisibles surgiendo del flujo del caos. Sí, nos concierne y nos fascina la figura de José Val del Omar porque encontramos en él la premonición lúcida e intensa del camino que habrá de tomar el hombre postmoderno. En mi terminología: el hombre retroprogresivo. |
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