m o n o g r á f i c o h u m a n i d a d e s 


José Vidal-Beneyto
EL MEDITERRÁNEO: MODERNIDAD PLURAL


Traducido por Rosalina Lasso de la Vega

El Mediterráneo no es un “mare incognita” ni el espacio mediterráneo y los países que lo componen un tema inédito. Desde la Antigüedad han sido objeto de numerosos relatos, descripciones, comentarios, análisis, comunicaciones y estudios sobre los más diversos aspectos, que han dado lugar a una amplia bibliografía referida a todos los sectores científicos y a todos los campos de la erudición humana.

En el s.XX esta voluntad investigadora y de reflexión tiene su expresión más eminente en la figura de Fernand Braudel, cuyos trabajos representan, no solo una contribución importante al conocimiento de esta región, sino también, y sobre todo, la legitimación de la problemática mediterránea como un campo de estudios capital y como un componente esencial para la comprensión del pasado y del acontecer futuro de nuestras sociedades. Braudel nos hace ver, con pertinencia y convicción, que la historia del mundo, y su futuro, pasan en buena parte por el Mediterráneo.

Desgraciadamente esta visión braudeliana todavía no ha sido plenamente incorporada ni a las aportaciones teóricas y científicas ni a los análisis y prácticas geopolíticas. Por el contrario, el Mediterráneo se nos quiere presentar como un elemento perturbador del  paisaje mundial y en el mejor de los casos como un actor menor, marginal. El destino del planeta, se nos dice, tiene otras coordenadas y su suerte se decide en otros ámbitos.

Por eso, cuando un ideólogo en función de las exigencias de sus intereses y de su oficio trata de atemorizarnos, enarbola el espacio mediterráneo y “sus” integrismos como el espacio privilegiado en que tendrán lugar los crueles enfrentamientos homicidas entre civilizaciones que poblarán el milenio que comienza. El Mediterráneo nos es presentado también como una inmensa reserva de población a la deriva, al estilo de los “boat people” del sudeste asiático, como un gigantesco caballo de Troya que facilita la mparable invasión demográfica de Europa por los pueblos del sur. Sin olvidar la esgrimida amenaza agro-exportadora de los países norteafricanos de los que se dice representan un riesgo grave para las economías agrícolas del sur de Europa.
 

Eres mía, eres mía mujer de labios dulces
y viven en tus vida mis infinitos sueños

Toda consideración prospectiva hecha desde el temor impide plantear los verdaderos problemas y, en nuestro caso, bloquea la aparición de una reflexión seria y responsable acerca de la interdependencia de los países del Norte y Sur del mediterráneo y de la especifidad del conjunto que forman. Además, pretender, como algunos afirman, que la globalidad, a la que esta interdependencia les destina, pierde sentido porque la globalización mundial nos ha hecho a todos, pueblos y países, interdependientes, revela ignorancia o mala fé. Pues, al generalizar los procesos transnacionales de todo orden y al fragilizar, en consecuencia, el marco de las naciones-Estado, la mundialización, por el contrario, nos obliga a pensar en términos de grandes áreas y nos empuja a organizar el mundo en macroregiones. La distancia entre lo local y lo mundial es demasiado grande para que exista una verdadera interacción entre ellos, y se necesita en consecuencia un espacio relacional que los acerque y los haga, antes que nada, inteligibles el uno al otro. Porque, si queremos que lo que podríamos llamar la “glocalité” (globo-localidad) supere su condición actual de gadget retórico, es necesario inscribirla en espacios que, al darle un sentido efectivo, la conviertan en operativa.

Estos espacios, por otra parte, no pueden ser simplemente productos coyunturales, simples bloques políticos de alcance táctico, ni tampoco agrupaciones de razones e intereses puramente económicos. Si se quiere que duren, es preciso que sus fuerzas centrípetas puedan controlar sus tendencias centrífugas, es decir, que su identidad se apoye en una condición ecocultural. En otras palabras, que tengan una historia, al menos en parte, común, en la que coincidencias y antagonismos, cooperación y conflictos, tiempos de guerra y tiempos de paz, tengan derecho a existir sin exclusiones ni anatemas, compartiendo un mismo marco ecocultural, cuyas expresiones múltiples y diversas, configuran a pesar de su heterogeneidad y diferencias, una posible matriz identitaria común, que transparece en la organización urbana del espacio, en la idea de Dios, en las formas métricas de la poesía, en la tipología social de las pasiones, en las formas de cultivo de la tierra, en las prácticas comerciales, el concepto de sujeto, el tratamiento de la trascendencia, y en general en los rasgos distintivos mayores del área concernida. 

Una cultura que se revela, por de pronto, en los modos de nuestra vida cotidiana, que proceden todos de una misma impronta civilizadora: lo que comemos y cómo lo preparamos, nuestras relaciones interpersonales, nuestra forma de vestir, la jerarquización de nuestro ocio, nuestro comportamiento público, los rituales de la vida familiar, nuestras fiestas populares. Todas las prácticas y hábitos culturales, que la historia ha hecho nuestros, tienen a pesar de su gran diversidad, rasgos parecidos y a menudo idénticos, mostrando una convergencia tan fuerte en lo esencial que delata sin proponérselo el tronco común de que proceden. 
Las mil variedades que se nos ofrecen para preparar la berenjena, desde la “caponata siciliana”, el “caviar de berenjenas a la griega”, las berenjenas “iman Bayildi” hasta “l’alberchina amb seba i tomaca” de Valencia, nos hablan de que la diferencia que les es central se inscribe en una cultura culinaria común, donde las analogías y las diferencias de los productos y de los modos de cocinar, la coincidencia y disparidad de los condimentos y aliños han tejido un solo patrimonio de las artes de la mesa. La dieta mediterránea, de que forman parte, es hoy símbolo estético y gastronómico de máximo prestigio. 

En fin, la interdependencia es a la vez causa y  resultado de la condición análoga que tienen los principales parámetros sociales de los países de una misma área eco-cultural, asi como de la similitud de los problemas a los que están confrontados. No se trata de postular que todos hayan alcanzado el mismo nivel de desarrollo económico y de progreso social, ni de que vayan a reaccionar del mismo modo y a producir los mismos resultados, por el hecho de que estén sometidos a las mismas dificultades y a los mismos desafíos. Basta con afirmar que todos están ya mas allá de ese umbral que los instala en un mismo continuum y que al ensamblarlos unos a otros, los condiciona y transforma, haciendo de su suerte individual un destino común.

Es evidente que el planeta es uno, como lo es la raza humana, lo que establece una continuidad terrestre que hace parecidos y próximos a los seres humanos. A esta “proximidad” en lo humano hay que agregar la homogeneización de los procesos de globalización a la que se ha hecho referencia anteriormente, que no borra las particularidades y diferencias sino que solamente las atenúa y oculta. Pero son justamente esas diferencias consideradas globalmente, pero área por área, las que queremos subrayar, pues lo propio de los espacios ecoculturales, es que los parámetros diferenciales interiores entre los diversos segmentos de cada área son inferiores a los parámetros globales que distinguen un área de otra. Conviene insistir en la distinción entre parámetros diferenciales globales  de las áreas en cuanto a tales parámetros diferenciales interiores en cada una de ellas, pues, es evidente, que en todas las grandes áreas, existen sub-regiones, con diferencias muy notables entre ellas –en USA por ejemplo entre los Apalaches y Manhattan, en Europa entre el Pais Vasco y los Abbruzos etc.–. Pero teniendo en cuenta esto, no es discutible que, desde la perspectiva de los conjuntos globales, las variables más significativas del área mediterránea están más cercanas a las de Europa –incluidos los países candidatos a entrar en la Unión– que a las de África central, particularmente, si no nos limitamos a variables cuantitativas e incluimos indicadores cualitativos.

No estamos haciendo juicios de valor sino apoyándonos en datos históricos, sociológicos, y culturales. Esta opción que privilegia la consideración globalmente multi-cultural del Mediterráneo, en la que los datos físicos, geo-políticos, histórico-culturales se completan e interpenetran, es la que fundó la decisión del antiguo Director General de la UNESCO, Prof. Mayor Zaragoza, de elegir el área mediterránea como expresión de la vigencia actual de las áreas ecoculturales. Hablamos, pues, del Mediterráneo, como de una entidad con pleno sentido en sí misma, que no necesita ningún otro calificativo, aunque consideramos legítmo y pertinente que la Unión Europea adopte otra perspectiva y que en ella el Mediterráneo sea euromediterráneo. Como nos parece igualmente defendible que el Consejo de Europa sitúe su preocupación bajo el prisma más amplio de las acciones Norte-Sur. 
Hechas estas precisiones conviene agregar que los interrogantes decisivos a los que deben responder hoy los pueblos del Mediterráneo son los grandes desafíos que el siglo está lanzando a las generaciones futuras. Fantasmas del desbordamiento demográfico; integrismos que desembocan en genocidios; poluciones en todas partes que arrastran a la devastación del planeta; incapacidad de imaginar una sociedad donde trabajo, empleo, actividad y ocio se conviertan en prácticas armoniosamente integradas y accesibles a todos; transformaciones de la violencia en pulsión creativa.
Tres términos, recuperación del sentido comunitario frente al individualismo radical de las personas y al corporatismo sectario de los grupos; instauración de la solidaridad como condición esencial del cumplimiento de los individuos; valoración de la cultura como la única dimensión capaz de dar una respuesta adecuada a la situación de extrema injusticia social y humana a que nos ha conducido el triunfo universal del economicismo especulador y financiero, cultura que puede quizás evitar la destrucción y asfixia de la gran mayoría del planeta a manos de la avasalladora acumulación y disfrute de unos pocos, montados en lo que llaman globalización y desarrollo.

El Mediterráneo, área eco-cultural

Esta opción cultural es la que han elegido un conjunto de eminentes ganadores y especialistas para acercarse intelectualmente al área mediterránea. Comencemos por decir que contrariamente al estado centralizado unificador, las áreas ecoculturales son el crisol de una complejidad que no se trata de negar, ni de simplificar sino de asumir y dominar. Debemos aprender a desarrollar en nosotros mismos “el amor a la complejidad”, que es una andadura intelectual multidimensional, vertebrada simultáneamente  por lo uno y lo diverso, y abierta a la multiculturalidad. A eso nos invita Edgar Morin llamándonos a pensar no solo el Mediterráneo sino a “mediterraneizar el pensamiento”.
Amor a la complejidad, sentido de la paradoja. Con este mismo espíritu Salah Stétié interpreta el Mediterráneo plural, fuente de barbarie y de odio del otro, pero también iniciador de la idea de persona, única, pero en diálogo permanente con el otro y la sociedad. Persona, voz femenina: Fawzia Zouari inscribe el estatuto de la mujer en el corazón del debate sobre los problemas de sociedad en el Mediterráneo. Portadora de un nuevo humanismo del mundo mediterráneo, la mujer esta también en la vanguardia del progreso actual del movimiento asociativo en el sur del Mare Nostrum, como lo recoge Paul Balta, que testimonia su presencia en la globalidad mediterránea, vivida como una evidencia de la que narra su genealogía política. Globalidad que se encuentra en el fondo de la reflexión de Noureddine Abdi sobre el área regional mediterránea, como en los autores de todos los paises, épocas y tendencias presentadas por Thierry Fabre que nos muestra como de simple concepto geográfico, el Mediterráneo se ha convertido progresivamente en fuente de un sentimiento de pertenencia a una comunidad cultural.
Pero nos hemos preguntado suficientemente ¿qué Mediterráneo queremos? Y ¿sobre qué gran objetivo cabe orientar una voluntad común de integración? Ahmed Mahiou y Nouredinne Bachi subrayan que los acuerdos oficiales propuestos a los países del Sur del Mediterráneo por los países del norte del Norte favorecen más, hasta ahora, la movilidad de los capitales que la de las personas y son a veces percibidos en el sur como un tipo de contratos impuestos en cuya elaboración no han participado todas las partes interesadas.
En cuanto a los proyectos de integración regional de la orilla sur [República Arabe Unida fundada en 1958, Unión Egipto –Siria –Irak en 1963, Comité permanente Magrebí de 1964, Unión Egipto –Libia –Sudán en 1968, sin contar otra serie de fusiones –como la tentativa fugaz de Mohamar Kadhafi con Egipto (1972), Tunez (1974), Siria (1980), Marruecos (1984)] todas han fracasado a causa de las rivalidades personales y los odios ancestrales avivados por los nacionalismos importados de occidente. Sóo subsiste la Unión del Magreb Arabe (UMA) creada en 1989, pero muy debilitada por la crisis del Golfo, la especial situación de Libia y la guerra civil argelina. Estos proyectos paralizados por las crisis políticas, no han respondido a las expectativas que los hicieron nacer.

Medio ambiente y desarrollo sostenible

En primer lugar lo que sorprende es la importancia del tema del medio ambiente (nuevo en la problemática de las relaciones internacionales pero de una indiscutible actualidad) como fermento de la toma de conciencia política de una “entidad” mediterránea, y como catalizador de su reconocimiento institucional. La cuestión de la seguridad también muy relevante, ha cedido, en parte, terreno. Por ello, tanto en las Naciones Unidas, con la creación del Plan de Acción para el Mediterráneo, como en el Consejo de Europa en cuyo seno surgió la reflexión sobre la problemática “transmediterránea” gracias a una iniciativa de la Conferencia de los poderes locales y regionales a finales de los años 70 –fué el tema del medio ambiente el que planteó la globalidad mediterránea que luego se extendió a los aspectos demográficos, migratorios, y finalmente a la seguridad. Igualmente fue a partir de las Conferencias sobre el Medio Ambiente en el Mediterráneo cuando la Unión Interparlamentaria constituyó progresivamente su proyecto de Conferencia sobre la seguridad y la cooperación en el Mediterráneo, inspirado por la CSCE. En este sentido, al igual que sucede en el campo de la creación, no es la imagen gloriosa y acompasada, helenófila y latinómana de un Mediterráneo “madre de civilizaciones”, “mar de la historia” el que se nos impone sino el de un mar, laboratorio de un mundo a repensar y construir. 

En efecto, es en el Mediterráneo y a su escala donde el concepto de desarrollo sostenible lanzado en la Conferencia de Stocolmo en 1972, tendrá su primer reconocimiento oficial. Diecisiete Estados de la zona y de la Comunidad Europea firmaron en 1975 la Convención de Barcelona, creando el Plan de Acción para el Mediterráneo (PAM), es decir, 17 años antes de que la Cumbre de Río de 1992 aplicara el concepto a toda la Tierra. El acuerdo se extendió a continuación al conjunto de los países de la cuenca refiréndose por primera vez a la existencia jurídico-institucional del Mediterráneo. El PAM constituyó en su seno un destacado instrumento de prospección, el Plan Azúl para el medio ambiente y el desarrollo en el Mediterráneo. Su presidente, Michel Batisse, presenta las principales dimensiones de su acción especialmente en materia de gestión de los recursos naturales. Entre éstos, se reserva un lugar importante a los recursos de agua, fuente de vida pero también condición de libertad o de dependencia de los pueblos, arma de guerra temible en una zona tan extremadamente contrastada en este tema. Houria Tazi Sadeq apela al orden jurídico internacional del agua y propone unos principios de acción que trascienden las soberanías nacionales y abren la vía a una más amplia democracia interna e internacional.

Si se quiere poner coto al desorden actual son necesarias políticas regionales también en el ámbito agrícola, tanto en lo que concierne al riego como al control de los vertidos tóxicos. Acciones, eminentemente cívicas, en las que deben participar poderes locales, institutos de investigación y ONG’s También es eminentemente cívica la promoción de energías renovables llamadas a desempeñar un papel particularmente importante en el Mediterráneo, principalmente para los pueblos que se encuentran en el medio rural y en zonas aisladas y montañosas. Boris Berkovski y Osman Benchick muestran como el Consejo Solar Mediterráneo, iniciado por la UNESCO en el marco del Consejo Solar Mundial, contribuye al establecimiento de una cooperación más profunda en los campos de la investigación y de la formación, así como en la realización de proyectos prioritarios nacionales o regionales. Las acciones sobre el terreno a nivel local son siempre portadoras de un triple mensaje, el de la globalidad Mediterránea, el del desarrollo sostenido y el de una cultura de la paz.

Tema capital es el de las grandes opciones económicas tanto a nivel local como nacional e internacional. Las enormes disparidades entre los países ribereños ¿pueden atenuarse gracias a los proyectos de cooperación económica regional? Frente a los de inspiración liberal (Banco Mundial y Partenariado Euromediterráneo) ¿existe una tercera vía? Éstas son cuestiones a las que Abdelkader Sid Ahmed avanza una respuesta a estas cuestiones centrales.

El desarrollo económico, como la lucha contra la violencia y las exclusiones, son en buena parte función del factor demográfico y de las migraciones voluntarias o forzadas de las que el Mediterráneo se ha convertido en uno de los teatros más trágicos. Apoyándose en un conjunto de estadísticas del Norte y del Sur, el demógrafo Youssef Courbage se opone, sin embargo a las profecías catastrofistas que han producido un pesimismo generalizado y generado la idea de una Europa asediada por su flanco Sur.

Multiculturalismo, Derechos Humanos y Paz en el Mediterráneo

Hemos visto el papel eminentemente federador que está teniendo la protección del medio ambiente y la prioridad otorgada a los recursos preferenciales de las energías blandas en el Mediterráneo. Otro elemento importante son los Derechos Humanos, a los que se concedió un  primer lugar en el proceso de Barcelona. Como señala Joseph Maila no se trata sólo de imponer, en el marco del Euromediterráneo, el respeto a los derechos humanos, sino de pensarlos conjuntamente como un elemento estructurador del partenariado a construir.

Cuando, el 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas, proclama que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre representa un ideal común que todos los pueblos y naciones deben tratar de alcanzar, lo hace en virtud de un principio según el cual sus destinatarios, los seres humanos, tienen todos la misma naturaleza, los mismos derechos y deberes, y en consecuencia su reconocimiento y su puesta en práctica deben ser universales. Esta proclamación, indiscutible como principio formal, deja de serlo cuando se trata de formular sus contenidos concretos que nosotros aceptamos como igualmente fundamentales: la reivindicación de la diferencia, la afirmación de las identidades colectivas, la salvaguarda de la pluralidad religiosa y cultural. La evolución de nuestras sociedades exige hoy que el pluralismo político se apoye en la diversidad de las culturas. Ello nos obliga a situar la pretensión de universalidad de los Derechos Humanos y de los valores democráticos en un horizonte referencial, considerándolos como modelos de orientación y no pretendiendo encerrarlos en una formulación rígida y definitiva. De ahí la necesidad de oponer a la visión cerrada y constrictiva de los Derechos Humanos una dinámica abierta y evolutiva de estos derechos.

Todos los Estados mediterráneos, con independencia de sus credos políticos y religiosos firmaron la Declaración de los Derechos del Hombre de la ONU pero no todos le han dado la misma interpretación. La Declaración de 1948 ha sido, por otra parte, puesta en tela de juicio aquí y allí por otras propuestas alternativas, tales como la Declaración Islámica de Derechos del Hombre de 1981 y la Declaración de los Derechos del Hombre en el islam en 1990 adoptadas en el curso del decenio que vió nacer la carta africana de Derechos Humanos y de los Pueblos (1981) y la Declaración de Bangkok llamada Declaración de los Valores Asiáticos (1983), documentos con un espíritu más comunitario que la Declaración de la ONU muy marcada por el individualismo occidental. Analizando y comparando la Declaración de 1948 y las islámicas de 1981 y 1990 Roland Minnerath destaca además numerosas actitudes divergentes según países en lo que concierne a la libertad de practica religiosa y a los derechos de comunidades religiosas. El desarrollo de la democracia y de los derechos humanos en los países del sur del mediterráneo depende, sin duda alguna, del nivel de desarrollo socioeconómico y también de las opciones ideológicas y religiosas de cada país –estado laico o confesional- Por ejemplo,¿cabe un estado laico en el seno del islam? Para numerosos occidentales y también musulmanes –europeos o no- la respuesta es negativa. ¿Pero podemos hablar de modernidad sin una distinción clara entre lo religioso y lo político? Abdu Filali Ansary da una visión nueva sobre esta incompatibilidad proclamada con demasiada prisa y superficialidad.

¿Hemos logrado responder con radicalidad las dificultades encontradas por las sociedades de oriente próximo frente a ciertos aspectos de la modernidad comentados especialmente por Matvejevitch? Gérard Khoury en un estudio que completa Filali Ansary nos propone un marco de lecturas a partir de interacciones entre estructuras familiares y estructuras de poder. El reconocimiento por el mundo cristiano del dogma fundamental de la consustancialidad (Jesús Dios y hombre a la vez) que triunfa en el concilio de Nicea, favorece, como ya afirmó Denis de Rougemont, la aparición de una concepción en este tema que permite el desarrollo de las ciencias y sobre todo el surgimiento de la noción de persona, libre y responsable, autónoma y unida a la sociedad pero diferente del grupo, de la familia, del clan y con ello da paso a la idea de la democracia contemporánea. El mundo islámico que no ha conocido esta bifurcación del dogma y  ha permanecido fiel según Khoury, al esquema de la familia patriarcal, a las relaciones jerárquicas y a las estructuras verticales no ha podido seguir esa nueva vía. Pero esta tesis, entendemos que requiere un largo debate.

¿Las sociedades del sur del mediterráneo pueden anclarse en el mismo concepto de educación que las de la otra orilla? Sus actores sociales colectivos probablemente pueden asumir los mismos roles pero con modalidades diferentes. ¿Qué y con qué inscripciones en los diferentes procesos sociales? Gérard Khoury, Abdul Filali-Ansary, Ahmed Mahiou y Moureddine Bachi, no aportan respuestas definitivas pero nos abren pistas de gran interés. Ahora bien, un diseño de esta naturaleza supone una acción educativa que verdaderamente no podrá dar sus frutos más que en la medida en que ésta se acompañe de una política global de igualdad económica y de justicia social. No se trata solamente de enseñar principios sino de cambiar mentalidades y de desarrollar un espíritu crítico. Esa es la razón por la que Abdellatif Felk hace un llamamiento a una pedagogía concebida según el espíritu de la “Comunidad cultural mediterránea”, que preconiza el profesor Albert Jacquard. Pedagogía cuya primera meta será la revisión de los manuales escolares, de tal modo que, más allá de las diferencias se produzca una toma de conciencia del destino común del Mediterráneo.

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