ALGUNOS PECADOS EN LOS MENSAJES PUBLICITARIOS
"Mamá, cómprame una caja de Cola Cao.
Éste no es un diálogo ficticio, inventado por quien suscribe
este artículo para ilustrar, a modo de exordio,lo que quiero decir
en las siguientes líneas. Es un diálogo entre mi hija de
cuatro años y su madre. Y lo he plasmado aquí, porque todos
hemos leído eso de que lo que no sale en la televisión no
existe, pero no había comprobado en mis propias carnes el poder
terrible de la caja tonta. ¡Ah!, el anuncio lo pasaron por la mañana,entre
sus programas infantiles favoritos de primera hora, el espléndido
Barrio Sésamo y el inclasificable Loraino, el gato cósmico
que, afortunadamente, parece haber acabado ya con sus peripecias.
"Está bastante extendida, afirma el catedrático de Economía política de la U.C.M, Francisco Cabrillo,la idea de que la publicidad es una de las lacras del modelo capitalista, porque obliga a la gente a comprar cosas que ni necesitan ni desean". Por otra parte, el mismo profesor nos advierte que sin publicidad saldría mal parada la competencia y resultar, por tanto negativo su efecto para el bolsillo de los consumidores. Dinero, siempre dinero, como cantaba la célebre Liza Minnelli en su insuperable actuación en la película Cabaret. Pero junto al "money" de la espléndida canción, aparecen en la publicidad una serie de nuevos pecados, al lado de la tradicional estupidez sexista, en el horizonte de la publicidad del nuevo siglo, sustentada en los últimos estertores del que ya está languideciendo. A mi modo de ver, el primer pecado es el del mal gusto. A este respecto basta leer un artículo del escritor Daniel Múgica, publicado en el diario ABC, el 19/1/2000, en el que bajo del título de "Publicidad de muerte", se refiere a las polémicas campañas de Oliverio Toscani para una firma italiana de ropa. El segundo, y más grave todavía, es aquel que implica a los niños en las barbaridades de los adultos. Recordemos,como simple muestra de este grave pecado, aquel anuncio de cierta cerveza, consumida por un niño en un descuido de su padre. El mío decía que con las cosas de comer no se juega. Y no me vengan con la tan traída y llevada libertad de expresión o la de encender y apagar el televisor,porque estos anuncios no se pasan a horas "adultas". Y en la prensa,les recuerdo el anuncio británico de un bebé inyectándose heroína(ver los comentarios de El Mundo y El País, el 23/1/2000). El tercero es el de la imbecilidad, entendiendo ésta como la denota nuestro DRAE, de apuntarse al carro de las modas sin sentido. Alguien dijo eso de que el matrimonio es "compartir por la noche los malos olores,y por la mañana los malos humores" y todos los imbéciles,cual pelotón gregario de un séptimo de tontería,a desprestigiarlo.Para ello tenemos dos caminos: el primero,avalado por el pasaporte de una firma de automóviles, que dibujaba una tarta nupcial con parejita en la cumbre,y posibles novios desparramados a lo largo de la dulcería, "porque las cosas no son para toda la vida". Se supone que el coche de esa marca no lo será,ni la marca tampoco. Segunda vía: la familia monoparental, que es lo que se lleva ahora (igual que en su día se llevó un tractor amarillo), un solo individuo (masculino o femenino, en el caso concreto que comento es la mamá), dice muy contenta hay que ver cómo "estamos tan a gusto él (el niño), yo (la madre) y Kinder sorpresa". Es, desde luego, un trío para pasarlo a lo grande. No paremos en mientes, Desprestigiemos también una de las profesiones más hermosas que ha inventado el ser humano, aquella vez que tuvo un rasgo de sensibilidad: el payaso. Así, se nos presenta la foto de una mujer o de un hombre, en esto algo hemos avanzado, con una nariz de payaso, con un interrogante que reza: ¿Se siente así cada vez que paga el seguro de su coche? Pues mire usted, me siento esquilmado, cabreado, robado, ninguneado, encabritado, etc. Porque no conozco a nadie que le encante pagar este tipo de facturas. Hagamos un alto en el pecado de egoísmo. Verano, mucho calor e imágenes que nos provocan el deseo de refrescarnos. Pues un "Magnum", oiga, pero de compartir nada de nada. "Mío, sólo, mío", dice la protagonista del asunto. O ese otro que tiene los armarios llenos de refrescos, cientos y cientos de botes, y viene la vecina, que no está nada mal, a pedirle cualquier cosilla sin importancia, y, claro, este obseso del "trina" no tiene lo que se le pide. Ella le espeta: "¿y un trina?". No tampoco tiene. Y pensar que uno todos los días se afana con su hija para que comparta cosas con los demás, cuando los sabios del consumo público han decidido que lo ¿mejor? es la insolidaridad. De todos es sabido que si en España los envidiosos volaran, habría
un permanente eclipse de sol. Este vicio nacional, presente en nuestra
literatura desde tiempos lejanos, y que ya denunciaba el incomparable e
irrepetible Quevedo, no podía faltar en nuestros mensajes publicitarios.
A quien se le ocurre, tonto de capirote, comprarse un coche mejor que el
del Presidente de su compañía. ¿Es que no conoce la
primera -y más importante- regla universal del mundo de los negocios?
Pero la cosa no acaba ahí, es que si el descerebrado Sr. Director
General comete la imprudencia de hacerlo, le van a pinchar las ruedas,
lo que supondría un delito, menor si ustedes quieren, pero delito
al fin y al cabo. Con ello se demuestra, digo yo, la impunidad de los que
ostentan puestos de poder. Saquen las conclusiones pertinentes, y estoy
seguro de que no les hará ninguna gracia.
Hoy asistimos a una autentica plaga de buscadores de notoriedad por los más diversos e intrincados caminos de demostrar las habilidades sexuales de los imperfectos, pero sobre todo en la carrera hacia la fama por la promiscuidad y el engaño. Entonces, y hablo de la campaña de Navidad 1999-2000, a una agencia de publicidad, para buscar abonados para un canal privado de televisión, se le ocurrió la genialidad de parafrasear una parte del "Ave María" y espetarnos con un desafortunadísimo "Bendito tú entre todos los regalos" y, para aderezarlo con un ríen va plus, tras la frase unas monjitas con caras mixtas entre la preocupación y la transgresión. De violencia, por desgracia, está el mundo lleno, y esta sociedad,
a través de ciertos canales de difusión, y con protagonistas
que tienen nombres y apellidos, se encarga de que no decaiga. Un anuncio
de un operador de telefonía presentaba a dos niños practicando
yudo, y uno de ellos pegaba una bofetada al otro. En cualquier Olimpiada
este hecho supondría la descalificación inmediata del antideportista
y, seguramente, su expulsión del equipo olímpico de su país.
Aquí, "los creativos" querían ilustrar la rapidez, no sé
si de las comunicaciones que ofrecía esa operadora, o la rapidez
con que se puede dar una bofetada.
Ya que es imposible retirar de las pantallas de televisión los famosos culebrones sudamericanos, aprendamos de ellos lo único bueno que tienen: "mamá, es que yo lo amo", dice la protagonista a su madre, que luego resulta que no es su madre, del novio que luego resulta ser su padre, y ella no es la que es, sino la que parece. Pero, en cualquier caso, usa el pronombre directo personal masculino. Sería interminable este artículo si repasara los anuncios
con el pecado de las faltas de ortografía, pecado de negación
etimológica, o el de estupideces tales como "gratis total" de un
anuncio de tarjeta de pago, que es casi lo mismo que ducharse con agua
totalmente húmeda, o la proliferación cansina de un verbo
que descubrí en un anuncio de La Vanguardia (10/XII/99) para coleccionistas
de monedas, y que dudo que nadie fuera capaz de leerlo en su totalidad.
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