a r t e s     p l á s t i c a s
Carmen Alborch

Las mujeres en la cultura.
Más que ayer pero menos que mañana


En primer lugar quisiera aclarar que este texto es una reflexión personal sobre la relación de la mujer con la cultura.
Mis observaciones son fruto de mi experiencia al frente de diferentes instituciones culturales, desde el IVAM al Ministerio de Cultura; también de lecturas, de estudios y de conversaciones de las que he aprendido mucho. Y, por su puesto tienen mucho que ver con mi trayectoria vital como una persona que ha forjado su identidad vinculada al feminismo.

Actualmente la presencia de las mujeres en la cultura en nuestro país es evidente y bien visible. Hay quien dice que incluso demasiado como para no inducir a cierta confusión. Y no digamos en el ámbito de las artes plásticas donde artistas, directoras de museos, comisarias, galeristas, profesoras y críticas de arte y restauradoras dibujan una red, un mapa que bajo una mirada superficial o apresurada, podría ser interpretado como la conquista definitiva y en excelentes condiciones de un terreno que hasta hace poco les era ajeno.

Pero, como digo, sólo una mirada apresurada podría arrojar tal idílico balance, una mirada que no tuviera en cuenta la complejidad que encierra ese mapa en donde emergen puntos con nombres de mujer. Pues lo cierto es que las mujeres artistas, en general, todavía tienen dificultades para acceder al mercado y las que están al otro lado de la creación influyen escasamente en el mercado del arte, o en los procesos de formación de "gustos", o en lo que se transmite como saber en el sistema escolar o através de otros mecanismos de divulgación..., es decir, en los centros de las grandes decisiones.

Decía que la red que teje la relación de las mujeres con la cultura está marcada por la complejidad. Pero, sin duda, no es este el único caso: podíamos decir, como el filósofo francés Edgar Morin, que la complejidad es el signo de nuestro tiempo tanto en la conducta humana como en la social y que se expresa en forma de desórdenes, de contradicciones, de paradojas, de antagonismos y de aporías. Esto nos obliga a adaptar nuestro pensamiento a esta realidad. Nos obliga a desechar las anteojeras, los maniqueismos y las simplificaciones, pues sólo así seremos capaces de pensar la realidad en todas sus dimensiones y de seguir elaborando estrategias de cambio y de futuro.

Precisamente, a mi entender, el empuje y la capacidad movilizadora y crítica demostradas por el feminismo radica en que ha sabido pensar la situación de las mujeres en toda su riqueza y complejidad. Una situación que es heterogénea, dispar y cambiante y a la que es difícil encasillar con el plural “las mujeres”, con el plural “nosotras”, si no fuera por ese denominador común al que se refería recientemente la escritora Susan Sontag, y es que las mujeres juegan sus vidas con las cartas marcadas.

Hay personas que intentan minimizar el alcance del feminismo en la revolución protagonizada por las mujeres en este siglo, haciendo responsables de esta profunda transformación social y cultural a otras circunstancias como el descubrimiento de los anticonceptivos o la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo remunerado. Pero, a mi entender, estos hechos, aun siendo importantes, no hubiesen conseguido proveer a las mujeres por sí solas de la determinación necesaria para afrontar la vida de otra manera, para imponerse como sujetos, para combinar la presión con la solidaridad.

El feminismo, que es una cultura, una ética, una política y una crítica, ha contribuido a mejorar el bienestar y la autoestima de las mujeres, nos ha protegido de una herencia que bloquea nuestras expectativas vitales, nos ha ayudado a perderle miedo al cambio y a rebelarnos; nos ha ayudado a hacernos valer y hacer valer nuestra voz. Me gusta citar a Françoise Giroud, la que fuera ministra de Condición Femenina en Francia, porque ha sintetizado muy bien el cambio operado en este siglo en la condición femenina. Ha dicho: "Es como si las mujeres hubieran decidido por primera vez en su historia que tienen derecho a la felicidad y que ésta es más respetable que el sufrimiento o el sacrificio".
 

"Es como si las mujeres hubieran decidido por primera vez en su historia que tienen derecho a la felicidad y que ésta es más respetable que el sufrimiento o el sacrificio"

En el terreno concreto de la cultura, el feminismo ha iluminado el replanteamiento y la revisión de una relación, la de las mujeres con la misma que podríamos definir con la palabra malestar, parafraseando un célebre título psicoanalítico. Un malestar que, como saben, tiene su fundamento en una tradición marcada por el juego de oposiciones y de dualidades. Dualidades de tipo Cultura frente a Naturaleza, Razón frente a Sentimiento, Actitud frente a Pasividad, el Día frente a la Noche, el Bien frente al Mal, el Hombre frente a la Mujer y así sucesivamente.

Atrapado en este esquema binario y jerárquico , el discurso sobre los sexos dio lugar a una vieja metafísica que asigna a cada uno una esencia, una identidad, diferente, opuesta y, en cierta manera, "natural". Así, las mujeres son las antítesis del hombre, son la anticultura, la subjetividad, el sentimiento, la pasividad, la noche, el misterio, el mal...; todo aquello que el hombre no es. En la práctica, convertir lo masculino en Cultura y, por tanto, en lo propio de toda la especie, en el único canon posible, en la norma y el ideal, ha significado reducir a las mujeres a objeto, a objeto de representación y de un discurso que históricamente ellas no han controlado ni han formulado.

Esto explica que la desigualdad entre los sexos y la exclusión de las mujeres de la cultura fuera visto como algo natural e inevitable. Y, por el mismo razonamiento, que se considera contra natura todo lo que aspirara a subvertir este esquema, desde las ansias de igualdad tantas veces expresadas a lo largo de la historia, hasta las apropiaciones por parte de las mujeres de los signos del poder.
Pues bien, este esquema ha recorrido la historia de la cultura y del pensamiento hasta nuestro siglo y no ha acabado de diluirse del todo, aunque sus cimientos han sido socavados seriamente. Fue la Ilustración la que al proclamar el principio de igualdad para todos, hombres y mujeres, dio entrada a poderosas transformaciones en el plano económico, social, político y cultural, aunque no conseguimos el derecho a la ciudadanía. Transformaciones que irían siendo apuntaladas por determinadas corrientes de pensamiento como el marxismo, el psicoanálisis, el estructuralismo, el posmodernismo o el propio feminismo.

El feminismo está en la base de una profunda operación de revalorización de la aportación de las mujeres a la misma pero también de replanteamiento de la historia de la cultura. Sus ecos son también visibles en las obras de algunas mujeres artistas, que se sirven del lenguaje artístico como herramienta crítica, de reflexión y de desenmascaramiento.

La historia de la cultura, la historia oficial de la cultura quiero decir, parece mostrar que el concepto de Excelencia, de Grandeza, es una experiencia masculina, algo ajeno a la mujer, salvo las excepciones de rigor, ese puñado de mujeres que figuran en los libros, que no hacen sino confirmar la regla. La regla decía que la creación es masculina, que las mujeres no están llamadas a desarrollar ese don, sino a inspirarlo, a ser musas, fuentes de inspiración.
 

Pero la creación no tiene sexo y tiene todos los sexos; lo que sí requiere son circunstancias favorables para desarrollarla, circunstancias favorables para reconocerla y circunstancias favorables para que se transmita a través de las generaciones.

Pero la creación no tiene sexo y tiene todos los sexos; lo que sí requiere son circunstancias favorables para desarrollarla, circunstancias favorables para reconocerla y circunstancias favorables para que se transmita a través de las generaciones. Y sucede que estas circunstancias no se han dado históricamente en el caso de las mujeres dando como resultado que el talento, el genio de las mujeres, se hayan perdido para la humanidad. Salvo las excepciones de rigor.

Se ha perdido porque las mujeres han sido educadas en la virtud de la discreción. Excepto en las consideradas artes menores, artes femeninas, a las mujeres se les ha enseñado a no destacar y muchas de las que han escrito o pintado, o han compuesto música, lo han hecho sin atreverse a someter sus obras a la consideración del público o bien ocultándose tras un nombre de varón, como el caso de la escritora George Sand, a quien sus contemporáneos le recomendaban hacer hijos en vez de libros.

El talento de las mujeres no puede fructiferar si, como decía Virginia Wolf, éstas no tienen una habitación propia y dinero. No pueden fructiferar sino tienen una formación, unas pautas que estimulen y ayuden a expresarlo -y no hay que olvidar que las Academias no admitían mujeres hasta el siglo XIX o que el acceso a la escuela o a la Universidad no ha sido una realidad hasta este siglo. Así mismo, el genio de las mujeres se ha perdido porque "existe una especial ceguera, una ausencia de esquemas para reconocerlo cuando se da donde no se espera, es decir, en una mujer", como justamente señala la filósofa Amelia Valcárcel. Ello explica que haya pasado desapercibido, que se haya atribuido a hombres o que sus huellas hayan sido borradas.

Hasta nuestro siglo las mujeres que pudieron desarrollar su talento tuvieron en común el haber pertenecido a familias nobles o burguesas o a familias de artistas. La suma talento más condiciones sociales y familiares favorables hizo posible que su creatividad floreciera. Ya en este siglo, vemos ampliar su presencia en las artes y destacando en las filas de las vanguardias históricas, a medida que va consolidándose su acceso a la cultura y a la formación artística. Pero el cambio más significativo se produce en la segunda mitad de este siglo. En el terreno artístico, este cambio lo marca la tendencia a que las mujeres dejen de ser casi exclusivamente objeto del discurso, objeto de inspiración o de representación, para pasar a ser progresivamente sujetos.

Un proceso semejante ocurre en los ámbitos de canalización y respaldo de la expresión cultural, ya sea las instituciones educativas y culturales, ya sea en las industrias, ya sea en los medios de comunicación. También aquí las mujeres juegan un papel cada vez más activo, de manera que podíamos considerar que estamos en la frontera de un cambio cultural.
Hoy las mujeres tienen más oportunidades que nunca para dedicarse a la creación y también la posibilidad real de aprovecharlas. No tiene que pedir perdón por dedicarse a ella en cuerpo y alma, ni tienen que esconderse tras un nombre de varón para ser reconocidas. Hoy es más difícil que el genio de una mujer pase desapercibido. También es más fácil que pueda desarrollarse como profesional de la cultura, en cualquiera de sus ámbitos. Pero esto no significa, como decía al principio, que no convivan las luces y las sombras en esta situación.

Examinemos, por ejemplo, el ámbito de la educación. Es notorio que se ha reducido considerablemente la asimetría entre los sexos. Como saben, en los últimos años, la escolarización femenina ha superado a la masculina en nuestro país. Incluso las mujeres son mayoría entre los estudiantes que acceden a la Universidad. Siguen siendo mayoría en las Facultades de Humanidades, y son también en Derecho, Farmacia y Medicina. En Matemáticas son ya el 49% y el 38% en Económicas e incluso en las Escuelas Técnicas han aumentado su presencia espectacularmente en los últimos años.

Además de ser mayoría en el sistema educativo, las chicas estudian más que los chicos, sacan mejores notas, e incluso obtienen mayor número de títulos, según señalan las encuestas del Ministerio de Educación. Son datos muy positivos pues ya sabemos que sin consolidar el derecho a la educación no es posible hablar de igualdad. Pero quizás cabe preguntarse si el hecho de tener que demostrar más por parte de las chicas no delata que, en el fondo saben que parten en desventaja. Saben que ser varón puntúa, no delante de un examen pero sí en la vida. De manera que la sobretitulación es casi su única arma para poder competir en el ámbito laboral y social.

Pero hay otras interpretaciones a este hecho. Algunas apuntan a que, al ser la escuela una institución que fomenta la igualdad en mayor medida que otras, las chicas se sienten más cómodas y rinden más. Hay quien dice que influyen mucho las expectativas de los padres, especialmente las madres, que no quieren para sus hijas un destino mejor que el suyo. Algunos sostienen, por el contrario, que el carácter sumiso y obediente de las chicas es el que les hace adaptarse mejor a una institución represiva como es la escuela.

En esta tesis se sitúa el sociólogo Enrique Calvo, quien se pregunta si la estrategia del éxito académico no es, en el fondo, la misma que la de la virginidad. Es decir, una estrategia de sacrificio, de renuncia, de evitar "echarse a perder" como hacen sus compañeros varones, que no cifran sus expectativas vitales en la preparación académica. Es una manera de ver las cosas. En cualquier caso, no cabe duda que la estrategia del éxito académico pone en juego cualidades tan positivas como la tenacidad, la disciplina, el rigor o incluso el placer y el entusiasmo asociados al hecho de aprender, o de crear y de ampliar los límites personales.

Otras aproximaciones a este tema destacan ingredientes relacionados con las vivencias, con la subjetividad. Me refiero a esa especie de dificultad de muchas chicas y mujeres adultas para gozar del éxito e incluso para valorar los logros conseguidos. Las buenas notas pueden coexistir perfectamente con un bajo nivel de autoestima, el cual, según distintas estimaciones, se acentúa en la Universidad. Es como si en esta etapa las chicas terminaran de aprender una lección, que no figura en los programas oficiales, pero sí en el currículum vital, y es a subvalorarse, interiorizando la "subvaloración social de la condición femenina" por decirlo con palabras de la periodista americana Gloria Steinem.

Esta autora plantea, a mi entender con acierto, que esta interiorización es fruto de la presión de los estereotipos de los sexos que se transmiten tanto a nivel familiar como por los medios de comunicación, pero que también es producto de los contenidos regresivos y sexistas a través de los que se vehicula el Saber en la institución escolar.

En mi opinión, también deberíamos tomar el hecho de que en las filas del profesorado universitario, el de mayor prestigio académico y social, las mujeres siguen estando en minoría en los niveles más altos. Digo esto porque todos sabemos la importancia de encontrar modelos de identificación positivos, no sólo en los contenidos, sino también en las personas, modelos que refuercen la autoestima, es decir la conciencia de la propia dignidad.

Respecto a los contenidos educativos, está apareciendo una importante bibliografía que pone en evidencia que la historia de la cultura ni es inocente ni es neutral. Son trabajos de desciframiento de mitos y estereotipos, de deconstrucción y de reescritura que nos enseñan a leer entre líneas, a mirar con otros ojos y a plantearnos preguntas nuevas para seguir avanzando.

En el campo de las artes plásticas, he de confesar mi deuda con un libro que me ayudó a elaborar una visión nueva sobre la creatividad de las mujeres y la historia del arte en general. Me refiero a la historiadora Whitney Chadwick "Arte, Mujeres y Sociedad" y también al libro "Los otros importantes" de la misma autora. 
 

En el campo de las artes plásticas, he de confesar mi deuda con un libro que me ayudó a elaborar una visión nueva sobre la creatividad de las mujeres y la historia del arte en general. Me refiero a la historiadora Whitney Chadwick "Arte, Mujeres y Sociedad" y también al libro "Los otros importantes" de la misma autora. 

Whitney Chadwick señala que cualquier reflexión sobre la participación de las mujeres en la cultura y, por ende en el arte, debe tener en cuenta las condiciones de producción, distribución y valoración del hecho artístico a lo largo de los siglos así como la influencia de ese estereotipo mentiroso sobre la incompatibilidad de las mujeres con la creación. Debe tener en cuenta que no ha existido siempre una división clara y tajante entre el Arte con mayúsculas y lo que denominamos oficios artísticos así como que el mercado del arte no es una realidad homogénea e inmutable. Debe valorar, por último, lo que ha sido la situación social, económica, cultural, política de las mujeres a lo largo de la historia.

Quisiera referirme brevemente a una cuestión subyacente al debate sobre la relación de las mujeres con la cultura y es si la creatividad tiene sexo. O más concretamente, si hay un denominador común en el arte hecho por mujeres.

Hay creadoras que se resisten a ser interpretadas, a ser teorizadas, desde su condición de mujeres. Se rebelan contra las expectativas de género con que son acogidas sus obras. Hay cada vez más creadoras que se sirven del lenguaje artístico como herramienta crítica y feminista, y otras que no, y esto no afecta a la calidad de sus obras. La escritora Monserrat Roig que siempre se declaró feminista, sentó su posición de la siguiente manera: "la mujer que escribe lo hace desde el yo, no desde el nosotras, no escribe para quejarse, ni desde la carencia, ni desde la negación, escribe para expresarse y porque le da la gana".

Sin negar el interés y las aportaciones de estudios realizados bajo esta perspectiva, hay que tener presente que la obra de arte no pueda reducirse a una sola dimensión. Una obra de arte es como una cebolla, con múltiples capas y retículas, por utilizar un símil culinario. O lo que es lo mismo, el hecho creativo está surcado por una complejidad y riqueza de influencias que confluyen en él.
La creación es un territorio de libertad, un territorio abierto en que el yo crea sus propias normas y sus propios significados. Y lo propio de las obras de la cultura es permanecer fieles a esa libertad. No hay creación sin el convencimiento de que eres una pluralidad de voces y de ecos, una tradición; sin el convencimiento de que eres lo que te han hecho que seas, pero también lo que quieres ser.

Hoy los estudios sobre las aportaciones de las mujeres gozan un cierto status de normalidad. Pero no podemos perder de vista algunos aspectos que empañan en cierta manera sus logros evidentes y que nos obligan a estar alerta y a seguir presionando. Me refiero, por ejemplo, al hecho de que la autoridad en el ámbito del Pensamiento y el Saber la siguen encarnando los hombres. El prejuicio de que la mujer ni piensa ni sabe pensar todavía tiene muchos adeptos, incluido en el ámbito académico. Así, la palabra de mujer, aunque sea dicha desde lo alto de una tarima o desde las páginas de un libro está enturbiada por prejuicios que la asimilan con el Sentimiento y la Subjetividad. Y todavía más si la palabra de mujer conforma un discurso heterodoxo y crítico con el discurso oficial y, como sucede, es defendido por una minoría de la minoría de mujeres que integran el profesorado. Por el contrario, la palabra del hombre, incluso la heterodoxa, no cuenta con tantas trabas y resistencias para despertar el interés y el respeto intelectual, se le identifica más fácilmente con la Razón y la Objetividad.

Pero por muchas que sean las interferencias y los riesgos, hay que seguir en la brecha. Hay que seguir estudiando, investigando y publicando. Hay que seguir hasta ocupar el lugar donde se fundan los relatos y el saber. El desafío no es solamente construir un discurso distinto, sino imponerlo. Pues, como aprende Alicia en la aventura a través del espejo, el problema no es el sentimiento de las palabras, sino quien manda, es decir, el poder.

A diferencia de lo que ocurre con la cultura, el poder sí es una experiencia relativamente nueva para las mujeres. No me refiero al poder que otorga la sumisión o el juego de las astucias, me refiero a la capacidad de tomar decisiones para transformar pautas desde puestos directivos y de responsabilidad públicos.

Como he comentado, en los últimos veinte años las mujeres han irrumpido en ámbitos como la cultura, la educación, o el trabajo remunerado trastocándolos, pero, curiosamente, el ámbito del poder, ya sea político, empresarial, académico o cultural, ha sido al menos permeable a su participación. Han ocupado también nuevos espacios como los audiovisuales y las nuevas tecnologías. Pero sólo una minoría ha logrado superar el proceso de selección, o mejor dicho, de sobreelección y convertirse "en una minoría que tiene sobre sí el peso de la excepción, en una élite discriminada" , como señala la socióloga María Antonia Parcia de León. A pesar de haber alcanzado la cotas más altas de igualdad a que han accedido las mujeres, a pesar de estar revestidas de todos los signos de poder, hay quienes se preguntan todavía si a esta élite de mujeres no se les niega algo tan sutil como es el respeto.
 

A pesar de haber alcanzado la cotas más altas de igualdad a que han accedido las mujeres, a pesar de estar revestidas de todos los signos de poder, hay quienes se preguntan todavía si a esta élite de mujeres no se les niega algo tan sutil como es el respeto

El reto importante que tiene esta minoría ante sí es seguir siendo agentes de cambios evitando tanto la asimilación como el síndrome de Abeja Reina, como han bautizado las feministas anglosajonas. No es una tarea fácil, y para ello es fundamental que cada vez haya más mujeres en los puestos de dirección, que no sean una excepción, sino la norma. También aquí hay que romper el techo de cristal y ese mito que todavía persiste sobre la incompatibilidad de las mujeres con el poder.

Y al tiempo que presionamos porque las mujeres estén más representadas, tenemos que presionar por cambiar el sistema del poder. Tenemos que pactar un nuevo contrato social para compartir el poder, el trabajo y el espacio doméstico.

Quisiera que no se me malinterpretara. El hecho de que mis palabras no sean triunfalistas, no supone una invitación al desaliento, sino al pensamiento y a la acción. Una invitación a seguir luchando por la igualdad, aunque sea complicado llenarla de contenido.
Termino ya mi escrito recordando a Artaud. Como él, estoy convencida de que en la cultura es posible hallar una fuerza semejante a la que sale del hambre, una fuerza a través de la cual uno, o una, pueda desarrollar las propias capacidades y encontrar un camino para expresarse. Por eso vale la pena cambiar la estrategia de la virginidad por la de la formación y la cultura, porque permite realizarse a través de uno mismo y no a través de los demás. Porque te permite ser alguien.

Ser alguien no tiene que ver con la fama y el prestigio, tiene que ver con la autonomía y con la capacidad de que se te reconozca lo que vales. Por eso no podemos sino saludar como necesarios y valiosos los caminos que abren y transitan a diario con grandes dosis de esfuerzo y pasión, miles de mujeres tanto en los talleres como en las aulas o en los despachos.

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