h u m a n i d a d e s
Fernando Arroyo 
MEDIO AMBIENTE Y LITERATURA

"Sería labor industriosa y útil la de desenmarañar hasta que punto hicieron las circunstancias, el medio ambiente que hoy se dice, el espíritu castellano y hasta qué punto éste se valió de aquéllas". Ese medio ambiente, "que hoy se dice", tiene ya más de cien años y corresponde a una frase entresacada de un famoso ensayo literario y filosófico de uno de los más egregios representantes del Noventayocho (Miguel de Unamuno, En torno al casticismo. 1895). La cita, meramente circunstancial y con el ligero tufo despectivo tan propio de su autor, nos puede servir para reflexionar hasta que punto los problemas del medio ambiente han estado presentes en el orden de valores estéticos y literarios desde hace mucho tiempo. Para Unamuno, al igual que para algunos de sus coetáneos, el medio ambiente es citado como sinónimo de circunstancias ambientales, conjunto de condiciones físicas y humanas que rodean, inciden, determinan y se ven a su vez condicionadas por los seres humanos que en ellas modelan su existencia. Los escritores y pensadores de esa generación, cuyo centenario se acaba de celebrar, se sintieron preocupados, y frecuentemente también angustiados, por la incomprensible decadencia de su país, o lo que ellos juzgaban como tal. Impelidos por ese sentimiento buscaron la explicación en el divorcio del español, y mejor del castellano, con su medio y también en un determinismo fatal de ese mismo medio ambiente, como entonces ya comenzaba a decirse, sobre el carácter y el modo de ser de los habitantes de esta península. Actitud que no podemos evitar considerar como precedente, aunque desde otra perspectiva, de las modernas filosofías ambientales de ecólogos, sociólogos y activistas del "movimiento verde", que aprecian también en esa misma ruptura el origen de la mayoría de los males de la sociedad de nuestros días.

Pero desde un punto de vista más amplio, el medio, la naturaleza o el entorno natural han estado presentes en la obra literaria desde mucho tiempo atrás. Casi podríamos afirmar que, con ligeras variantes, ha constituido un tema capital de toda forma de creación estética en cualquier época y circunstancia. En la Antigüedad Clásica, las obras de Virgilio, Horacio o Colunmela son un buen exponente de la preocupación de la Literatura por la Naturaleza e inspiraron el interés por la misma durante los siglos bajomedievales y en el Renacimiento. El tema cobró nuevos bríos en este último período, cuando el descubrimiento de lo natural, de lo bucólico y de lo pastoril se convirtieron en sinónimos de belleza.

Con la Ilustración, la preocupación por la Naturaleza empieza a ser científica, pero no por ello deja de ser estética. El desarrollo de las llamadas, a partir de entonces, Ciencias de la Naturaleza, es paralelo al interés filosófico por lo natural como símbolo de perfección y equilibrio que tiene en Rousseau su máximo exponente teórico, y en los viajeros y exploradores de la centuria su más clara evidencia aplicada. El Romanticismo aportará una nueva dimensión al tema de la Naturaleza en la Literatura: la perspectiva interior, el estado de ánimo con la que el autor observa y describe el entorno natural y, sobre todo, la influencia que éste ejerce sobre aquél, inaugurando una relación dialéctica que, a partir de entonces, será fundamental para comprender las relaciones del hombre con su medio y del artista con su paisaje. Realismo, Simbolismo, Paisajismo, Modernismo o Noventayocho recurrirán frecuentemente al tema como instrumento de la creación literaria, hasta las descripciones y narraciones sociales de la Literatura contemporánea.

Valoraciones literarias del Medio Ambiente
No es posible, pues, tratar con detalle este tema capital de las relaciones entre Literatura y Medio Ambiente. Nos limitaremos, por ello, a algunos enfoques sucesivos y superpuestos en los que lo ambiental ha sido objeto de aplicación estética y literaria aunque con diferentes interpretaciones. El más evidente e inmediato de dichos enfoques es la consideración del Medio Ambiente como sinónimo de Naturaleza, y ésta como expresión de un orden de valores distinto y opuesto a la civilización humana, con la que entra frecuentemente en conflicto. Esta atención por lo natural, como reserva de valores, es una aportación característica de la Ilustración, que produce numerosas obras literarias de diverso cáriz. La primera, y tal vez también la más conocida fue el Robinson Crusoe de Daniel De Foe, que relata las aventuras y desventuras de este famoso personaje, al que su autor, inspirándose en un acontecimiento de la época, hizo vivir solo en una isla desértica durante veintiocho años. Pero la obra de De Foe, frente a lo que pudiera parecer, no es una simple exaltación de lo natural, sino más bien lo contrario, la aventura de supervivencia de un hombre solo en la Naturaleza, frente a la cual no sólo no sucumbe, sino que es capaz de dominar con su inteligencia y habilidades. Este mensaje didáctico del Robinson Crusoe se puso de manifiesto unos años después, en cuanto fue éste uno de los pocos libros que Rousseau permitió que figurara en la educación de su Emilio, sin duda su obra más famosa, y cuyo subtítulo: "De la Educación", es altamente significativo a este respecto. El Emilio de Rousseau se convierte así en otra significativa manifestación de la preocupación filosófica por el medio natural bajo la ficción literaria. Aparte sus consideraciones morales y sociales sobre la educación, lo que a Rousseau le interesa es subrayar la importancia de la educación natural, del contacto del hombre con la Naturaleza como instrumento de formación y desarrollo frente a los esquemas pedagógicos cerrados y estrictos de entonces. Con ello el filósofo ginebrino, además de un precursor de la atención por el Medio Ambiente, se convierte en un antecedente directo de ciertos enfoques de didáctica ambiental de nuestros días.

El tema fue un argumento clásico del siglo XIX. El Romanticismo, la afición por lo natural, el problema de los "niños salvajes" y las discusiones que se provocaron en torno a la posibilidad de una educación y supervivencia en exclusivo contacto con lo natural y fuera de toda relación con la sociedad, dieron lugar a algunas obras clásicas, como La llamada de la Selva, de London, El Libro de la Jungla, de Kipling, o el Tarzán, rey de los monos, del escritor norteamericano Edgar Rice Borroughs. Todas ellas narraciones de aventuras aparentemente banales, sobre todo tras algunas adaptaciones cinematográficas que se hicieron de las dos últimas, pero que esconden un sentido profundo de las virtualidades de la Naturaleza como madre, maestra o pedagoga y de la disyuntiva, auténtico desgarro en ocasiones, entre el hombre civilizado y el buen salvaje. En unos casos prevalecerá la condición humana del protagonista: "el hombre va al final hacia el hombre", sentenciará, respecto a Mowgil, el lobezno del Libro de la Jungla; mientras que en otras ocasiones será la llamada de la moral natural, como en el Tarzán de Borroughs, quien terminará imponiéndose frente a los vicios y defectos de la civilización.

Otro enfoque literario del Medio Ambiente, de tanta tradición como el anterior, es el que se interesa por la dimensión campestre y pastoril del mismo, oponiéndole, tácita o explícitamente, a la vida urbana o civilizada. A diferencia del medio natural del enfoque anterior, ahora se trata de un medio humanizado, como es el rural, lo que supone una concepción ambiental mucho más elaborada. No interesan ni preocupan las virtudes, reales o ideales, de la Naturaleza como tal, sino el equilibrio que la sociedad campesina ha sido capaz de generar adaptándose a la misma. Si en la anterior perspectiva la Naturaleza era madre y maestra, aquí ha pasado simplemente a recurso equilibradamente utilizado, y en ello estriba la superioridad del medio rural sobre la ciudad congestionada, desequilibrada y artificial. Lo esencial del campo es que es un medio ambiente humanizado precisamente, diferente y superior del natural, salvaje simplemente, y del urbano cada vez más deshumanizado. Así lo define magistralmente Miguel Delibes, refiriéndose a su propia obra en su discurso de ingreso en la Real Academia Española: "En rigor, antes que menosprecio de corte y alabanza de aldea, en mis libros hay un rechazo de un progreso que envenena la corte e incita a abandonar la aldea".

Este enfoque tiene en la antigüedad clásica y en la obra de Virgilio su antecedente más claro y su acabado más perfecto. Si en las Bucólicas, un Virgilio todavía joven se complace en juegos poéticos en los que la vida campesina y pastoril es un pretexto para la creación artística, en las Georgicas, ya más madura y meditada, la exaltación de los valores campestres se insertan en los problemas de su tiempo: fin de las guerras civiles, asunción del Imperio por Augusto, etc. frente a los cuáles, la vida del campesino y del pastor es una clara alegoría de la paz, pues no olvidemos que el romano era primitivamente un pueblo de agricultores.
El bucolismo se convierte así en expresión del interés del artista por la Naturaleza, pero un interés más estético que real y respecto a una naturaleza humanizada e idealizada como es la visión de la vida campesina y pastoril que refleja. En los siglos XVII y XVIII, este enfoque, presente durante gran parte de la Edad Media y del Renacimiento, tuvo una importante manifestación en el movimiento de la Arcadia. Los arcades intentaban eliminar el mal gusto de cualquier manifestación poética, para lo cual buscaban la sencillez primitiva y la inspiración bucólica y pastoril, aunque cayendo frecuentemente en una idealización extrema y en un lirismo exagerado.

Bucolismo y Arcadia desembocaron pronto en el gusto por la descripción del paisaje, el tercer enfoque, a nuestro juicio, con el que la Literatura se ha acercado al Medio Ambiente. "Hay dos maneras de traducir artísticamente el paisaje en literatura. Es la una describirlo objetivamente, a la manera de Pereda o Zola, con sus pelos y señales todas; y es la otra, manera más virgiliana, dar cuenta de la emoción que ante él sentimos", decía Unamuno expresando su adscripción por la segunda y poniendo de manifiesto una dualidad interpretativa del paisaje y del medio que arranca de fines del siglo XVIII. Es la pugna entre positivismo e idealismo que va a caracterizar la evolución del pensamiento a lo largo de todo el siglo XIX y que genera dos formas diferentes de contemplar nuestro mundo, el medio ambiente o la Naturaleza. La corriente idealista admite lo subjetivo y valora lo íntimo y lo personal, se interesa por la dimensión humanista del medio y, en consecuencia maneja parámetros cualitativos, buscando la satisfacción del equilibrio. La positivista, por el contrario, descansa en una dimensión objetiva, empírica y realista del mundo. Más que la contemplación del medio se interesa por definir y concretar las formas de intervención del Hombre sobre el mismo. Valora, ante todo, variables cuantitativas, frecuentemente de formulación matemática, y como tal considera el crecimiento, el progreso y el desarrollo como objetivos en sí mismos. En definitiva, donde aquélla ve un paisaje, ésta contempla un espacio, dualismo que, si en lo científico conduce a la diferenciación entre los social y lo natural, en lo estético genera muy distintas sensibilidades.
 
Pero descripción objetiva y subjetiva, real o ideal, romántica o natural, el paisajismo se convirtió pronto en un importante género literario que alcanzó en algunos autores, piénsese en nuestro Noventayocho, magistral interpretación. En efecto, el paisaje es para algunos escritores de esta generación una forma de expresar sus inquietudes sobre España, proyectando sus vivencias, ilusiones y sentimientos sobre un trozo de la naturaleza peninsular. Por ello, Azorín se pregunta: "¿Cómo ha nacido el gusto por el paisaje, por la naturaleza, por los árboles y por las montañas en la Literatura?", y categórico se contesta: "Lo que a nosotros nos interesa ahora es España" (Azorín, 1917: 4). Pero este finalismo ideológico en la recreación literaria del paisaje castellano y español que hacen los autores de esa famosa generación es perfectamente compatible con una descripción de indudables valores ambientales. Es más, en numerosas ocasiones, la preocupación por el ser y el futuro de España, condiciona unos estudios paisajísticos de indudable valor ecológico y geográfico en general. Y no es sólo la descripción literaria, este interés se da también en la pictórica (Beruete o Regoyos) o más aun, cuando ambas perspectivas se funden, como en el libro de Jaime Morera, En la sierra de Guadarrama, se alcanza otra insospechada visión de la Naturaleza (Calvo, 1980: 13).
El caso más frecuente es imaginar un escenario de alta tecnología, máximo agotamiento y contaminación del medio, congestión y exacerbación de algunas patologías sociales del presente, etc. Variables todas ellas manejadas por muchas de las prospecciones científicas al uso, recuérdese los famosos informes del Club de Roma o del Banco Mundial, que se presentan así de forma imaginada, lo que permite tratar el tema sin sujeción a los estrechos límites de la prospectiva estadística.

El antecedente inmediato podemos encontrarlo en dos clásicos de la literatura de ficción de nuestro siglo: Un mundo feliz, de Aldous Huxley y 1984 de Orwell. En ambos casos se trata de un medio ambiente imaginario tanto natural como social, en el que se proyectan los temores de los años treinta y cuarenta sobre el futuro de los dos sistemas socioeconómicos de la época. Es en la obra de Huxley, sobre todo, donde mejor se refleja la bipolaridad de nuestros días entre un mundo desarrollado y feliz, y sus agudos contrastes socioambientales respecto a las zonas marginales, en la que algunos han querido ver una profecía del subdesarrollo.

Si ambas novelas se escriben en el inicio de la incertidumbre socioambiental, más adelante, cuanto la preocupación se vuelve cotidiana, se produce una auténtica eclosión de narraciones en este mismo sentido, que imaginan, convertidos en realidad, los principales temores del momento: guerra nuclear, agotamiento de recursos vitales, estragos del maquinismo y de la robótica, densificación, congestión y destrucción a escala planetaria, etc. De todos estos temas podemos elegir un buen número de ejemplos, con una peculiaridad añadida: el soporte escogido, lógica consecuencia de los nuevos lenguajes del momento en los que predomina el componente icónico. De esta forma, la narración, sin dejar de ser tal, puede presentarse acompañando o acompañada por la imagen, en una perfecta simbiosis coherente con el mensaje que se pretende transmitir. De esta forma, el argumento ambiental no es más que un guión que puede desarrollarse en forma de comic, novela o cine, cuando no, una misma argumentación se adapta sucesivamente a varios lenguajes. Los ejemplos son numerosos, pero algunos constituyen muestras bien representativas de la cultura de nuestra época: como la angustiosa atmósfera creada en torno a la trama principal de Blade Runner, la rebelión del ordenador central de 2001, una odisea del Espacio, el agotamiento de recursos energéticos de Mad Max, el planeta desértico que constituye el escenario de Dune, la degradación de toda la especie humana del Planeta de los simios, y otros muchos argumentos de narraciones menores. De esta forma la ficción literaria se convierte en un instrumento más de la actual polémica ambiental, en una perfecta simbiosis entre Ficción, Literatura y Medio Ambiente.

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