h u m a n i d a d e s
![]() MEDIO AMBIENTE Y LITERATURA |
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"Sería labor industriosa y útil la de desenmarañar hasta que punto hicieron las circunstancias, el medio ambiente que hoy se dice, el espíritu castellano y hasta qué punto éste se valió de aquéllas". Ese medio ambiente, "que hoy se dice", tiene ya más de cien años y corresponde a una frase entresacada de un famoso ensayo literario y filosófico de uno de los más egregios representantes del Noventayocho (Miguel de Unamuno, En torno al casticismo. 1895). La cita, meramente circunstancial y con el ligero tufo despectivo tan propio de su autor, nos puede servir para reflexionar hasta que punto los problemas del medio ambiente han estado presentes en el orden de valores estéticos y literarios desde hace mucho tiempo. Para Unamuno, al igual que para algunos de sus coetáneos, el medio ambiente es citado como sinónimo de circunstancias ambientales, conjunto de condiciones físicas y humanas que rodean, inciden, determinan y se ven a su vez condicionadas por los seres humanos que en ellas modelan su existencia. Los escritores y pensadores de esa generación, cuyo centenario se acaba de celebrar, se sintieron preocupados, y frecuentemente también angustiados, por la incomprensible decadencia de su país, o lo que ellos juzgaban como tal. Impelidos por ese sentimiento buscaron la explicación en el divorcio del español, y mejor del castellano, con su medio y también en un determinismo fatal de ese mismo medio ambiente, como entonces ya comenzaba a decirse, sobre el carácter y el modo de ser de los habitantes de esta península. Actitud que no podemos evitar considerar como precedente, aunque desde otra perspectiva, de las modernas filosofías ambientales de ecólogos, sociólogos y activistas del "movimiento verde", que aprecian también en esa misma ruptura el origen de la mayoría de los males de la sociedad de nuestros días. Pero desde un punto de vista más amplio, el medio, la naturaleza o el entorno natural han estado presentes en la obra literaria desde mucho tiempo atrás. Casi podríamos afirmar que, con ligeras variantes, ha constituido un tema capital de toda forma de creación estética en cualquier época y circunstancia. En la Antigüedad Clásica, las obras de Virgilio, Horacio o Colunmela son un buen exponente de la preocupación de la Literatura por la Naturaleza e inspiraron el interés por la misma durante los siglos bajomedievales y en el Renacimiento. El tema cobró nuevos bríos en este último período, cuando el descubrimiento de lo natural, de lo bucólico y de lo pastoril se convirtieron en sinónimos de belleza. Con la Ilustración, la preocupación por la Naturaleza empieza a ser científica, pero no por ello deja de ser estética. El desarrollo de las llamadas, a partir de entonces, Ciencias de la Naturaleza, es paralelo al interés filosófico por lo natural como símbolo de perfección y equilibrio que tiene en Rousseau su máximo exponente teórico, y en los viajeros y exploradores de la centuria su más clara evidencia aplicada. El Romanticismo aportará una nueva dimensión al tema de la Naturaleza en la Literatura: la perspectiva interior, el estado de ánimo con la que el autor observa y describe el entorno natural y, sobre todo, la influencia que éste ejerce sobre aquél, inaugurando una relación dialéctica que, a partir de entonces, será fundamental para comprender las relaciones del hombre con su medio y del artista con su paisaje. Realismo, Simbolismo, Paisajismo, Modernismo o Noventayocho recurrirán frecuentemente al tema como instrumento de la creación literaria, hasta las descripciones y narraciones sociales de la Literatura contemporánea. Valoraciones literarias del Medio Ambiente
El tema fue un argumento clásico del siglo XIX. El Romanticismo, la afición por lo natural, el problema de los "niños salvajes" y las discusiones que se provocaron en torno a la posibilidad de una educación y supervivencia en exclusivo contacto con lo natural y fuera de toda relación con la sociedad, dieron lugar a algunas obras clásicas, como La llamada de la Selva, de London, El Libro de la Jungla, de Kipling, o el Tarzán, rey de los monos, del escritor norteamericano Edgar Rice Borroughs. Todas ellas narraciones de aventuras aparentemente banales, sobre todo tras algunas adaptaciones cinematográficas que se hicieron de las dos últimas, pero que esconden un sentido profundo de las virtualidades de la Naturaleza como madre, maestra o pedagoga y de la disyuntiva, auténtico desgarro en ocasiones, entre el hombre civilizado y el buen salvaje. En unos casos prevalecerá la condición humana del protagonista: "el hombre va al final hacia el hombre", sentenciará, respecto a Mowgil, el lobezno del Libro de la Jungla; mientras que en otras ocasiones será la llamada de la moral natural, como en el Tarzán de Borroughs, quien terminará imponiéndose frente a los vicios y defectos de la civilización. Otro enfoque literario del Medio Ambiente, de tanta tradición como el anterior, es el que se interesa por la dimensión campestre y pastoril del mismo, oponiéndole, tácita o explícitamente, a la vida urbana o civilizada. A diferencia del medio natural del enfoque anterior, ahora se trata de un medio humanizado, como es el rural, lo que supone una concepción ambiental mucho más elaborada. No interesan ni preocupan las virtudes, reales o ideales, de la Naturaleza como tal, sino el equilibrio que la sociedad campesina ha sido capaz de generar adaptándose a la misma. Si en la anterior perspectiva la Naturaleza era madre y maestra, aquí ha pasado simplemente a recurso equilibradamente utilizado, y en ello estriba la superioridad del medio rural sobre la ciudad congestionada, desequilibrada y artificial. Lo esencial del campo es que es un medio ambiente humanizado precisamente, diferente y superior del natural, salvaje simplemente, y del urbano cada vez más deshumanizado. Así lo define magistralmente Miguel Delibes, refiriéndose a su propia obra en su discurso de ingreso en la Real Academia Española: "En rigor, antes que menosprecio de corte y alabanza de aldea, en mis libros hay un rechazo de un progreso que envenena la corte e incita a abandonar la aldea". Este enfoque tiene en la antigüedad clásica y en la obra
de Virgilio su antecedente más claro y su acabado más perfecto.
Si en las Bucólicas, un Virgilio todavía joven se complace
en juegos poéticos en los que la vida campesina y pastoril es un
pretexto para la creación artística, en las Georgicas, ya
más madura y meditada, la exaltación de los valores campestres
se insertan en los problemas de su tiempo: fin de las guerras civiles,
asunción del Imperio por Augusto, etc. frente a los cuáles,
la vida del campesino y del pastor es una clara alegoría de la paz,
pues no olvidemos que el romano era primitivamente un pueblo de agricultores.
Bucolismo y Arcadia desembocaron pronto en el gusto por la descripción
del paisaje, el tercer enfoque, a nuestro juicio, con el que la Literatura
se ha acercado al Medio Ambiente. "Hay dos maneras de traducir artísticamente
el paisaje en literatura. Es la una describirlo objetivamente, a la manera
de Pereda o Zola, con sus pelos y señales todas; y es la otra, manera
más virgiliana, dar cuenta de la emoción que ante él
sentimos", decía Unamuno expresando su adscripción por la
segunda y poniendo de manifiesto una dualidad interpretativa del paisaje
y del medio que arranca de fines del siglo XVIII. Es la pugna entre positivismo
e idealismo que va a caracterizar la evolución del pensamiento a
lo largo de todo el siglo XIX y que genera dos formas diferentes de contemplar
nuestro mundo, el medio ambiente o la Naturaleza. La corriente idealista
admite lo subjetivo y valora lo íntimo y lo personal, se interesa
por la dimensión humanista del medio y, en consecuencia maneja parámetros
cualitativos, buscando la satisfacción del equilibrio. La positivista,
por el contrario, descansa en una dimensión objetiva, empírica
y realista del mundo. Más que la contemplación del medio
se interesa por definir y concretar las formas de intervención del
Hombre sobre el mismo. Valora, ante todo, variables cuantitativas, frecuentemente
de formulación matemática, y como tal considera el crecimiento,
el progreso y el desarrollo como objetivos en sí mismos. En definitiva,
donde aquélla ve un paisaje, ésta contempla un espacio, dualismo
que, si en lo científico conduce a la diferenciación entre
los social y lo natural, en lo estético genera muy distintas sensibilidades.
El antecedente inmediato podemos encontrarlo en dos clásicos de la literatura de ficción de nuestro siglo: Un mundo feliz, de Aldous Huxley y 1984 de Orwell. En ambos casos se trata de un medio ambiente imaginario tanto natural como social, en el que se proyectan los temores de los años treinta y cuarenta sobre el futuro de los dos sistemas socioeconómicos de la época. Es en la obra de Huxley, sobre todo, donde mejor se refleja la bipolaridad de nuestros días entre un mundo desarrollado y feliz, y sus agudos contrastes socioambientales respecto a las zonas marginales, en la que algunos han querido ver una profecía del subdesarrollo. Si ambas novelas se escriben en el inicio de la incertidumbre socioambiental, más adelante, cuanto la preocupación se vuelve cotidiana, se produce una auténtica eclosión de narraciones en este mismo sentido, que imaginan, convertidos en realidad, los principales temores del momento: guerra nuclear, agotamiento de recursos vitales, estragos del maquinismo y de la robótica, densificación, congestión y destrucción a escala planetaria, etc. De todos estos temas podemos elegir un buen número de ejemplos, con una peculiaridad añadida: el soporte escogido, lógica consecuencia de los nuevos lenguajes del momento en los que predomina el componente icónico. De esta forma, la narración, sin dejar de ser tal, puede presentarse acompañando o acompañada por la imagen, en una perfecta simbiosis coherente con el mensaje que se pretende transmitir. De esta forma, el argumento ambiental no es más que un guión que puede desarrollarse en forma de comic, novela o cine, cuando no, una misma argumentación se adapta sucesivamente a varios lenguajes. Los ejemplos son numerosos, pero algunos constituyen muestras bien representativas de la cultura de nuestra época: como la angustiosa atmósfera creada en torno a la trama principal de Blade Runner, la rebelión del ordenador central de 2001, una odisea del Espacio, el agotamiento de recursos energéticos de Mad Max, el planeta desértico que constituye el escenario de Dune, la degradación de toda la especie humana del Planeta de los simios, y otros muchos argumentos de narraciones menores. De esta forma la ficción literaria se convierte en un instrumento más de la actual polémica ambiental, en una perfecta simbiosis entre Ficción, Literatura y Medio Ambiente. |
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