a r t e s p l
á s t i c a s
![]() La última vez... |
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LA ÚLTIMA VEZ que me pregunté sobre las funciones de la Crítica de Arte en el actual negocio de la cultura deduje que no era posible porque no cabía una didáctica de la sensibilidad entre el marasmo y las prisas de galerías y museos por salir en los papeles, sin olvidar las propias urgencias de los artistas por acumular presencias en una prensa que, en absoluto, cumple otro papel que la difusión descabezada, así que terminé por entender al crítico como alcahuete necesario entre unos consumidores despistados y una oferta enfebrecida. En aquel momento, todavía pensaba que el crítico de arte era un sujeto que aprovechaba las distintas tribunas que los medios le van prestando para imponer sus valores y criterios; hoy, que creo comprender mejor el proceso censorio del arte, veo al crítico de arte muy lejos de ese poder que le supuse entonces. Y empecé a entenderlo así, a raíz de un tropiezo, como casi siempre ocurre; revisaba un libro viejo para confirmar un pasaje que tenía en mente, por la natural desconfianza hacia mi memoria, cuando encontré, entre sus páginas, un pequeño tríptico que se había quedado como indicador de lectura y que anunciaba unos debates sobre arte contemporáneo, allá por el año 1986, en él se señalaba la asistencia de varios especialistas y, uno de ellos, era presentado como organizador de exposiciones, una perífrasis que hoy ha sido sustituida por el término comisario, que otros disimulan bajo el anglicismo 'curador' (muy extendido en Sudamérica), como si todavía cupiese una didáctica de la sensibilidad en una fur', para quienes realizan esta labor censoria con complejo y culpa. Bien, el comisario tiene la autoridad para discriminar entre los artistas, y sus obras, aquellos de mayor solvencia, pero, como en todo, existen grados. No es lo mismo comisariar una exposición en una casa de la cultura de una población terminal, que hacerlo desde un museo (o incluso para un museo de manera independiente), o en una bienal de lustre y difusión como la de Venecia, en Europa, o la de São Paulo, mucho más atrevida y abierta, ésos sí que son comisarios. A tal punto esta figura ha llegado lejos que ferias comerciales, como la de ARCO (que en España no termina de asumirse como tal y se desea acontecimiento cultural), recurre a sus servicios para ocuparse de los pabellones de los países invitados o apartados especiales de la feria más novedosos, como el de arco-electrónico. Cuando ya la feria (el mercado, sin rodeos) asume el papel del comisario, es porque éste es indiscutible, el dinero no se equivoca, tampoco en el mundo del arte. Asunto que nos lleva a la feria de arte contemporáneo como su nuevo lugar de referencia; antes aludía a las bienales como centros desde los que el comisario extiende su poder y lo ejerce, sin embargo, en estos últimos años, tales acontecimientos comienzan a resultar un lastre decimonónico que las ferias de arte suplen con la decisión del que ha venido para quedarse y saldar cuentas con lo viejo. La primera ventaja de las ferias es su carácter anual, una repetición más acorde con los ciclos naturales y sociales, pero además es un lugar de intercambio material (donde los fetiches van de mano en mano y no sólo de boca en boca como sucede en las bienales y otras exposiciones honoríficas), y el poseer (o consumir) sigue siendo un impulso que todos tenemos que contener a cada escaparate con que tropezamos; por otro lado, las ferias son lugares dominados al detalle por los galeristas, la verdadera fuerza del negocio del arte, sin éstos no habría esa profusión de artistas que vemos; hoy, los artistas, ya no buscan que su galería sea una sala reconocida por la coherencia de su programación y la defensa de unas posiciones contra viento y marea, sólo buscan aquellas que se multiplican por las distintas ferias que la mundialización nos está acercando, éste es el verdadero fiel de la nueva balanza artística, la presencia de la obra en la feria, en el mercado, y para eso, disponemos de la moderna figura del comisario, que no deja de ser un gestor artístico que consigue la financiación para unos proyectos desde los que imponer sus criterios (y que ya dispone de estudios especializados), como subalterno de este mercado que lo come todo y no deja espacio para la sensibilidad ni su didáctica, sólo para el ojo que cae hacia la esquina inferior derecha de la obra y ve que sí, que se cotiza. |
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