c o m u n i c a c i ó n
NADIE ES PERFECTO
por Norberto M. Ibáñez

La revolución digital no es más que el escaparate del futuro, la superficie de lo que se nos avecina. Y digo así porque sólo trata con lo tangible, con lo material, preocupándose pocas veces de las consecuencias, aspectos sociales y de la esencia del individuo.

En la retina de todo cinéfilo debe permanecer el último fotograma de la genial película de Mr. Billy Wilder Con faldas y a lo loco donde un joven Jack Lemmon, cansado hasta la saciedad de fingirse mujer, se confiesa ante su "prometido", en un tono muy varonil, alejado de su habitual voz amanerada, con estas palabras: "I'm a man" (Soy un hombre). La replica del engañado amante enamorado, de un Lemmon travestido, a quien cree mujer, es contundente, ya que sin inmutarse y con absoluta cara de felicidad responde: "Nobody´s is perfect" (Nadie es perfecto).

Actualmente toda la sociedad, pero sobre todo la conectada, está tremendamente encantada con los "gurús" de las nuevas tecnologías. Espera sus palabras como los discípulos esperaban las palabras del profeta. Piensan que su gurú de turno, su mito, cuenta con la verdad absoluta, la única, la que hay que predicar y extender por doquier y, ciegos de pasión intelectual, se dejan arrastrar por su doctrina.

Uno puede actuar así desde el profundo amor platónico pero nunca desde el intelecto. Pienso que, antes de seguir sus propuestas como axiomas incuestionables, hay que descubrir los fines que le mueven a pensar y obrar así, ya que nadie es perfecto, como dijo el personaje creado por Wilder, aunque sabiéndolo se mantienen fieles y devotos a su catecismo tecnológico.

En estos días ha nacido el libro digital, que no es mas que un soporte electrónico con un enchufe y una disquetera para introducir las obras literarias digitalizadas, lo que implica pensar en negativo en algunos aspectos: no más librerías, ni bibliotecas convencionales, no más caucho, no más problemas de deterioro del papel... Hay quienes ven con amargo romanticismo esta nueva forma de acercarse a un libro de plástico. Sin embargo, creo que no es más que una cuestión de edad, de adaptación, que deberán de asumir con el tiempo, ya que el Romanticismo se secó con artistas como Delacroix y Becquer. Desde esa última etapa del siglo XIX nadie debería llorar o sentir nostalgia pues toda se derramó entre lienzos y versos. Por tanto, nadie debiera sofocarse por perder de vista al libro impreso, al de toda la vida, si por contra llega otro más útil, más contemporáneo. Miedo y tristeza hay que sentir por la censura, pero no por nuevas formas de acercamiento a la cultura. 
Pero a partir de inventos como éste la pregunta que se me viene a la cabeza es la siguiente: ¿es ésto un velo que no deja ver la realidad que avanza sin considerar problemas urgentes pertenecientes a valores intrínsecos en la naturaleza del hombre? Pues bien, si lo realmente importante tiene que ver con la sustancia, con el interior del ser humano ¡Qué me importa el libro digital, que me importa el soporte si la realidad es que cada vez se lee menos y se potencia menos desde las políticas estatales la pasión por la cultura o al menos hay un ambiente social poco proclive o predispuesto a gozar con la lectura! Personalmente a mí lo que me interesa es saber si los adolescentes de nuevas generaciones van a tener interés por leer o, si al nacer sus padres van a poder pedir un niño que sepa recitar toda la poesía de Lord Byron, conozca todas las obras de Tenesse Williams y sea un experto en la literatura Shakespeariana, o si al modo de vacuna pedagógica, le Irán inyectando conocimiento literario cada seis meses para inmunizarlo de los posibles libros digitales que caigan en sus manos. Que mas da que nuestro Gala escriba en ordenador o a pluma, lo importante es que escriba y que nadie le robe su pasión por escribir, y que la gente esté expectante ante sus creaciones literarias. Lo interesante es que comunicadores, tecnólogos, científicos, investigadores, ingenieros y demás legiones de seres humanos con predicamento social y que definen esta revolución de las comunicaciones no roben ilusión, ni voluntad, ni pureza. Quizás las futuras guerras, y yendo aún más lejos de lo que fue Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, en un articulo publicado en este mismo medio, sean para recuperar aspectos intangibles del ser humano como esperanza, ilusión, amor, inquietudes... quizás todas ellas estirpadas desde el nacimiento de la revuelta digital que busca seres inertes, autómatas, sin valores, con sentimiento artificial...

La revolución digital no es más que el escaparate del futuro, la superficie de lo que se nos avecina. Y digo así porque solo trata con lo tangible, con lo material, preocupándose pocas voces de las consecuencias, aspectos sociales y de la esencia del individuo. Reconozco que hasta hace algún tiempo todos los avances tecnológicos me sobrecogían, quedaba conmovido por cambios tan bruscos y rápidos. Ahora sólo me estremezco por la velocidad en que éstos copan el mercado y, por ende, nuestras vidas. Hace tiempo que dejó de impresionarme, incluso de interesarme, pues es algo común que cada mes la técnica le arranca a la propia modernidad un pedazo de ella misma, la sonroja y la empuja un puesto atrás en el ranking de nuevas tecnologías. 

En este fin de milenio, la sociedad en general hace una lectura importante sobre las nuevas tecnologías, y la ven como una ciencia que despierta grandes esperanzas para el futuro y quien no se suba a ella será un marginado social. Pero si somos conscientes y miramos hacia atrás, esto ya ocurrió en otras épocas, e incluso otros inventos fueron realmente más interesantes y más trascendentes que los que hoy nos venden, porque trataban con la profundidad del ser humano, por la ayuda a ser mejor o más feliz y no por mera comodidad y desplazamiento de funciones básicas del hombre como ocurre en el presente. Por tanto, los cambios tecnológicos y el progreso han sido una constante en la evolución del ser humano, lo que ocurre es que ahora ese progreso, que en otras etapas de la vida era cauteloso, marcha a una velocidad que asusta. Para un labriego de mitad de este siglo, el paso de la hoz a la segadora fue un paso más espectacular que el que produjo, hace unos años, el correo electrónico, pues internet con respecto al teléfono no es más que un recorte en costes y un valor económico. En cambio, el paso de la hoz a la segadora era un cambio vital, de salud de recompensa laboral y eso se agradece más que unos miles de pesetas de más en el bolsillo.    
Todo se digitaliza por una cuestión de evolución y economía de mercado. Como aspecto positivo de este nuevo estadio social se puede destacar que este nuevo modo de operar laboralmente ha ayudado a que grupos de jóvenes, con pocos medios y recursos financieros, hayan podido sacar a flote proyectos de gran calado social, para que muchos "Juan Nadie" puedan tener sus momentos de gloria. Esto ha ayudado a descentralizar poder y a que jóvenes emerjan sin necesidad de ser apadrinados mas que por su propio ímpetu, voluntad y saber hacer. Del mismo modo, gracias a la digitalización, se frena, poco a poco, el proceso acelerado de marginación de países subdesarrollados frente a países occidentales. Gracias a internet, por ejemplo, y aunque todavía en zonas muy concretas, comienzan a equipararse al nivel de educación y conocimiento de los paises del norte; aun así están alejados en alcanzar modos de vida o infraestructuras similares.

En definitiva, lo digital, a pesar de que presente ventajas y desventajas solo debe ser algo más, algo que incorporemos a nuestros hábitos, pero nunca restar nuestros hábitos esenciales, y contrarestarlos por incorporarnos a ella ya que no es el Bellocino de Oro ni la Caja de Pandora. No puede producirse una crisis de valores. Es necesario no dejarse llevar por la corriente por mera comodidad. 
Hay que guardar equilibrio, pararse, alzar la cabeza, observar, analizar,  y quizás cambiar  la dirección por la que uno estaba siendo arrastrado, absorbido. No se acaba un milenio sino que comienza uno nuevo y en nuestras manos está el que lo moldeemos correctamente.

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