h u m a n i d a d e s
![]() Un modelo de ciudad para el siglo XXI |
||
Ciudades libres, ciudades humanas. En los últimos años está abriéndose paso la idea de un nuevo protagonismo de las ciudades dentro del panorama político, social, económico o institucional. Parecen perder fuerza las antiguas fronteras estatales, y con ellas también las que separaban provincias, departamentos o estados federados. Las estrellas son ahora las regiones económicas, unas unidades con unos limites difusos y flexibles, que tienen como elemento vertebrador aquel que dictan las circunstancias concretas en un momento determinado. Son unas entidades que agrupan tierras, gentes, pueblos y ciudades con objetivos comunes, y que son aceptadas como la mejor fórmula para la defensa de esos intereses que unen a sus integrantes. Cada una de esas regiones reconoce en su seno una capitalidad indiscutible
que es su centro neurálgico. La ciudad que asume ese papel no ha
de ser necesariamente la más populosa, pero si ha de ser la más
dinámica, la más avanzada y la que cuenta con más
y mejores servicios de todo tipo.
Ante ese futuro inmediato que parece inevitable, las ciudades-región se preparan para tomar posiciones y convertirse en líderes en un nuevo orden social y político en el que el prestigio y la importancia irán unidos a un liderazgo cultural, social, económico, medioambiental, cívico o comunicativo. Surge la competencia entre las ciudades, y esa rivalidad se extiende a ámbitos muy diversos. Cada una apuesta por unos campos determinados que considera los más importantes y sobre los que concentra sus esfuerzos. En esa selección confluyen un buen número de factores y condicionantes. Para algunas ciudades, su vocación parece ya prefijada en buena medida por su situación geográfica, por su historia, por su acervo cultural o por sus características sociales o físicas. En otras, esa gran apuesta de futuro se realiza atendiendo a razones políticas que pueden estar más o menos alejadas de la realidad sobre la que se proyectan. El riesgo en esa decisión es muy grande, y sus consecuencias pueden marcar irremisiblemente el futuro de la ciudad. Es necesario iniciar un debate público, abierto y plural, donde se examinen a fondo todas las cuestiones relacionadas con ese futuro inmediato que queremos para nuestras ciudades. No cabe confiar en la suerte o dejarse llevar por la inercia o por las circunstancias concretas del día a día. Una ciudad necesita un gran proyecto de futuro, unos objetivos estratégicos consensuados por los agentes implicados a medio y largo plazo que guíen todas las actuaciones que en ella se diseñen. Es necesario aportar a la discusión de ese proyecto todos los puntos de vista, toda la información y todos los estudios teóricos que sean necesarios. También habrá que introducir en ese debate las posiciones políticas diversas que existen en la ciudad, sus proyectos particulares y sus criticas a los demás. Si se me pregunta por mi visión de esa ciudad del siglo XXI en la que quisiera vivir, creo que coincidiría con la mayor parte de los ciudadanos, pero que estarla muy distanciado en mi respuesta de la que darían muchos líderes politices o muchos teóricos y estudiosos. No creo en los liderazgos basados en premisas falsas o en bases inestables o inexistentes. Una ciudad líder no es aquella que gasta más en vender una imagen ideal de sí misma, sino aquella en la que esa buena imagen corresponde con su realidad. Ha pasado el tiempo de los grandes eventos propagandísticos, de los logotipos sofisticados, de las inteligentes campañas de marketing o de la compra de espacios informativos o de opiniones de árbitros de la comunicación. Hemos avanzado mucho y hoy los ciudadanos saben distinguir entre la publicidad y lo que hay detrás de la misma. No es posible mantener durante mucho tiempo imágenes ficticias sin apoyo en realidad. Los ciudadanos no quieren ya oropeles tan deslumbrantes como superficiales, ni esa popularidad fácil y ese prestigio efímero que se esfuma con la misma facilidad con la que cae en el olvido un programa televisivo de baja calidad o un best-seller para leer en un trayecto del metro. La ciudad en la que quiero vivir el próximo siglo es una ciudad sincera consigo misma, un espacio en el que nada deba quedar oculto, una estructura social en la que no existan barrios vergonzantes, guetos apartados o situaciones personales o familiares sobre las que púdicamente se extienda una cortina de humo. Quiero una ciudad en la que sean los ciudadanos los verdaderos protagonistas,
los que verdaderamente podrán juzgar, de manera directa y personal,
si están integrados y comparten plenamente ese proyecto social en
el que viven.
No dudo que algunos de esos factores sean importantes, pero personalmente apuesto con más fuerza por otras características para la ciudad en la que deseo vivir en el siglo XXI. Quiero una ciudad líder en equipamientos sociales y ciudadanos, en bibliotecas y en centros culturales y educativos. Aspiro a vivir en una ciudad en la que existan oportunidades de trabajo, de formación y de ocio para todos, sin exclusiones. Pretendo ser parte de una comunidad viva y cohesionada, plural, abierta y acogedora. Es la calidad de vida de todos sus ciudadanos la que determina si una ciudad es verdaderamente líder o no lo es. La mejora de ese bienestar a través de políticas sectoriales concretas es el gran reto que tenemos planteado ante nosotros. Conseguir una ciudad más humana y habitable, más próxima
y mejor comunicada, más verde y saludable, más culta y con
mayores oportunidades de todo tipo y más justa y solidaria es nuestro
gran objetivo de cara al futuro.
Si conseguimos esa excelencia, ese liderazgo real, todo lo demás vendrá dado por añadidura. |
|