Controversia sobre la estadística médica

 

Juan Bautista Peset y Vidal, Controversia sobre la estadística médica, o resumen de las razones aducidas en pro y en contra, con el juicio que merece su aplicación en medicina, Boletín del Instituto Médico Valenciano, 1867; 10: 172; 188; 206

 

«Uno de los adelantos del siglo XIX, que le imprime un sello especial de positivista, es su tendencia hacia la estadística, como piedra de toque de los conocimientos humanos y del médico filosófico, que está más en uso para conseguirlos. Como estudios nuevos adolecen naturalmente de imperfecciones, propias de los primeros ensayos; pues cuando el hombre emprende un camino desconocido, todo son rodeos, inconvenientes y obstáculos que le salen al encuentro y les vence según va aprendiendo; percances seguros y pueden decirse anexos a la humana naturaleza. No es una invención de nuestros días: desde la más remota antigüedad vienen sirviendo de base a todas las principales ciencias, con cuyo objeto no se usaron ostensiblemente los números, pero se recogieron datos y reunieron los hechos en términos generales, o se abarcaren intelectualmente.

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Mucho antes de dicha época se valieron algunos médicos de los guarismos al redactar la historia de varias epidemias, aplicándoles ya al número de los habitantes de la población invadida, ya al de los atacados que se clasificaron por sus respectivos sexos, edades, constitución, temperamento, profesiones y estado civil, sin pasar por alto las causas, síntomas predominantes, duración, terminaciones y gravedad del mal, medios terapéuticos empleados con buenos o malos resultados, recaidas y mortantad. Pero quien ha introducido definitivamente este método en nuestros días y ha hecho sus principales aplicaciones a la medicina, es el Dr. Louis, observador exacto y rígido, que puede decirse el verdadero representante de la estadística médica, su jefe, su propagador infatigable, no su inventor, como equivocadamente le llaman algunos autores. Desde su tiempo ha progresado con rapidez, ganando muchos prosélitos entre los médicos de la mejor nota, que la creen interesante para la resolución acertada de los problemas del arte de curar; y hoy la vemos empleada con bastante frecuencia en Memorias ánuas de las clínicas, hospitales civiles y militares, direcciones de baños y trabajos topográficos, tanto nacionales como extranjeros.

Se ha observado hasta ahora y se observará igualmente en lo venidero, que las ciencias hacen progresos a proporción de los medios que tienen para adelantar; y no hay duda, que el cultivo y la aplicación de los medios más útiles para internarse en el conocimiento de la naturaleza, franqueándonos sus más ocultos secretos. Nada extraño es que la medicina se haya aprovechado de este recurso, cuando siempre sirvieron de mucho la aritmética y la geometría a las demás ciencias, a quienes ha sido muy ventajoso el uso de las cifras numerales que a primera vista aparece poco importante. No es fácil decidir si ha contribuido más a los adelantos de la mecánica y la física la aplicación del álgebra que la invención de las máquinas para hacer experiencias; ni si fue más útil para la perfección de la astronomía el hallazgo del telescopio que el del cálculo infinitesimal. Por otra parte, son indudables los beneficios que de ella reporta el moralista, quien descubre por su medio el estado de la actual generación en sus afectos predominantes, pasiones más o menos extraviadas y depravación de costumbres. Las mismas ventajas consigue el legislador, a quien mediante el conocimiento exacto que le suministró la estadística criminal, presentando los delitos más frecuentes en la sociedad, le indica las reformas que debe sufrir el sistema penal, bastante a reprimir y cortar la reproducción de aquellos. Pero sobresale su utilidad en la ciencia de gobierno, la cual absorve todos los ramos del saber humano, y siendo útil y necesaria a cada uno de por sí separadamente, lo será más en su conjunto: por eso la estadística es la ano derecha del gobernante, quien mal pudiera dirigir el timón de la nave del Estado que le está encomendado, ignorando los elementos con que cuenta.

Si, pues, todas las ciencias, así las físicas y químicas como las políticas y administrativas, se auxilian de la estadística del mismo modo pueden hacerse sus aplicaciones a la medicina, sirviéndola mucho para distinguir el error de la verdad y elevarla al rango de las demás ciencias. En efecto, no son menores sus utilidades para esta ciencia de hechos, los cuales reunidos adquieren toda exactitud posible, y con sus palpables beneficios se alcanza la resolución de varios problemas difíciles. La prueba de muchas de sus cuestiones corresponde en rigor a la estadística, puesto que basan en los números, y únicamente se consigue la verdad en ellas por la comparación que arrojan diferentes cuadros en sus respectivas cifras. Así es que son notorias las ventajas que proporciona al médico, el cual con antorcha tan fija como inmutable anda con paso firme por el intrincado laberinto de suciencia, a las veces perpleja, con la que íntimamente ligada para reunir las observaciones que son su verdadera base, procura resolver e ilustrar el sinnúmero de problemas que ofrece en todas sus partes, y apoyándose en datos admisibles a la sazón humanos, dedican ambas todos sus esfuerzos en bien del hombre sano y enfermo.

Según se considere a la medicina teórica o prácticamente, tiene al parecer una existencia independiente; pero la estadística le sirve en el primer caso de poderoso auxiliar, y en tal concepto lo es sin duda también de grande ventaja para la práctica, porque ambas medicinas, digámoslo así, deben unir sus recursos a proporción, para perfeccionarse recíprocamente, puesto que tienden a un mismo fin, aunque tengan en apariencia distinto objeto. Entre las diversas partes que componen la medicina, no hay ninguna en la que no se encuentren cuestiones de cantidad, de más y de menos, y que por consiguiente no pueden recibir para su ayor claridad los auxilios de la estadística. No se resolverían sin su aplicación los problemas relativos a la duración de las enfermedades y a la mortandad que ocasionan, ni los que versan sobre la frecuencia de tal o cual efecto, según las estaciones, climas, edades, sexos, temperamentos, etc.; ni tampoco se determinaría el método terapéutico preferible para la curación de mayor número de enfermos.

La reclaman imperiosamente las ciencias auxiliares, tan necesarias para la medicina y que no le bastan para la resolución del complicado problema de la organización humana, en la que hay algo de química y física, hay una mecánica muy compleja con palancas de toda especie, ejes, polas, bóvedas, fenómenos hidráulicos, para cuyo estudio se requiere el cálculo que se expresa exactamente por medio de los números. Pero en la terapéutica es donde han concedido algunos a la estadística sus triunfos más completos, las más gloriosas aplicaciones, porque las ventajas absolutas o relativas de varios tratamientos suscitan con frecuencia disputas que no pueden resolverse con pruebas directas y sacadas de la naturaleza de las enfermedades. Es indispensable, pues, para decidir sobre su conveniencia, llamar a los hechos, y sin contarlos, mal podremos asegurar, si tal medio cura más veces que otro empleado en el mismo caso. En tal concepto tienen exacta aplicación las siguientes cláusulas de Mr. Bouilleand en su Filosofía médica (pág. 158): “que el método numérico aplicado a hechos bien observados, bien clasificados y y bien equiparados, es en el estado actual de la terapéutica un medio poderoso de demostración, cuya utilidad sólo pueden desconocer la ignorancia o la pereza”. Concluyamos, pues, diciendo con San Agustín en alabanza de la estadística, “que quien supiese perfectamente todo lo que se puede saber en los números, haría cosas maravillosas y que fuesen como milagros” (Morales, Crón. de Espa., t. IX, pág. 334).

Aun podemos añadir que la ciencia se constituye propiamente por la generalización de los hechos particulares, y esto se consigue por medio de la estadística, a la que se ha comparado fundamentalmente con la inducción que se verifica cuando adquirimos el conocimiento de un universal por la enumeración de todos los particulares; y siendo éste el proceder estadístico ordinario, claramente se infiere que es su verdadera expresión. El entendimiento no tiene otro camino para juzgar las cosas expuestas a los sentidos, que el de la experiencia, tribunal supremo y sin apelación, al que debemos recurrir en materias clínicas y que nos ofrece la estadística tan firme y completo como podemos desear. La experiencia, que es el principal elemento de la inducción y la base de casi todos los conocimientos humanos, especialmente de la medicina, adquiere mayor certeza, cuanto más se aparta de formas indeterminadas y vagas y se apoya en los números. Aprovecharé, pues, esta ocasión como terminación y complemento del artículo, para consignar un fenómeno extraño que se observa en los enemigos de la estadística, los cuales prefieren las inducciones vagas que resultan de la reunión de varios hechos.

Efectivamente, es muy digna de llamar la atención la conducta inexplicable de los antagonistas que admiten el cálculo inseguro de la numeración aproximada y rechazan con todas sus fuerzas el verdadero y fijo de los guarismos, que es el producto riguroso de los hechos. En lugar de resultados numéricos, exactos y concretos, en lugar de cifras, en una palabra, usan de términos generales, de expresiones vagas que no forman un cálculo seguro ni conducen a la investigación de la verdad que se desea. Más aún: a pesar de cuanto exageran dichos antiestadísticas las diferencias que ofrecen todas las enfermedades, de las cuales apenas se presenta una enteramente idéntica a otra, no por eso dejan de dar descripciones generales de ellas, porque las reputan tan útiles como indispensables para el estudio de la medicina. Es muy cierto que se sacan inducciones de hechos considerados en globo o en general, pero sin duda satisfarán más completamente cuando sean resultado de los números, que separan al entendimiento de cualquier camino erróneo que pudiera seguir, si se apoyara en hechos poco numerosos, mal analizados y peor contados. Así, pues, sin creer que la reducción a números sea absolutamente indispensable para formar las inducciones, se necesitará de ellos para hacerlas en algunos casos difíciles, y siempre las robustecen con seguridad, exactitud y buenas condiciones de la estadística.

 

Razones en contra

En el anterior artículo se adujeron las pruebas de las utilidades que reporta la medicina de las aplicaciones estadísticas, de las cuales tal vez sin quererlo ni saberlo, y a impulso de las creencias generales de la época, me habré declarado un aficionado entusiasta. Para que sirva de corectivo a la decisión favorable que precede, voy ahora a exponer a largos rasgos, los muchos inconvenientes que pudiera llevar consigo la admisión de un procedimiento, cuyas ventajas se hallan con razón en litigio. La estadística sólo es practcable en rigor, como un instrumento secundario de escasa importancia, para resover cuestiones simples de más o de menos; y cuando se la ha querido elevar a otro orden superior, se han visto las contradicciones más extraordinarias, por haberla aplicado con demasiada ligereza, probándose con ella, que ciertas enfermedades graves y ejecutivas se curan mejor con diversos medios y hasta con el método expectante.

La medicina necesita, para la resolución de sus problemas, el auxilio de todas las ciencias, y aún no le basta; de consiguiente, ha sido preciso que tome algo de todas, y por un resultado casi inevitable se ha visto dominada alternativamente por cada una de ellas. Su objeto es la aplicación de las ciencias naturales y físico-químicas al conocimiento de las enfermedades y medios de prevenirlas o curarlas; así es que entran como elementos de su criterio los criterios especiales de todas estas ciencias, que si se suprimen queda reducido el suyo a un empirismo puro, que servirá sólo para ver la sucesión de los fenómenos, sin percibir entre ellos relación alguna de causalidad. De esta manera se concibe que haya sido la medicina, en los diferentes siglos, física, química o matemática, metafísica, astrológica, anatómica o fisiológica, según el predominio de ciertas ciencias, hasta que en nuestros tiempos parece se va convirtiendo en estadística, que por ser la última evolución de ella debe llamar muy especialmente nuestra atención. El siglo actual ofrece tendencias a hacer a la medicina exclusivamente estadística, avasallándola por completo a pesar de sus conocidas exageraciones; y aunque después de Louis nadie se atreva a decir que la estadística es lo único importante en la práctica, lo que sería ponerse en ridículo, todos se fundan en ella para establecer sus doctrinas. Si recorremos las principales obras publicadas en este periodo, que bien puede llamarse de estadística pura, se las observa vaciadas en un mismo molde, empezando por alabar extremadamente el procedimiento y aduciendo en prueba de todas las cuestiones cifras sobre guarismos, que por lo general no expresan los verdaderos resultados. No es mi ánimo rebajar el mérito de dichos trabajos, entre los cuales los hay muy buenos y notables; pero quiero si indicar, que se coloca a la estadística en el lugar preferente de la medicina, y se sustituye la verdadera observación por los números, que no son siempre su representación genuina.

Para entrar de lleno en la discusión, debemos considerar a la medicina bajo dos puntos de vista distintos, como ciencia o arte; esto es, la teoría y la práctica, cuyas dos especies de medicina, si es lícito hablar así, se diferencias esencialmente por muchas circunstancias, principalmente por el objeto que cada una se propone y por los medios de que se vale, por su estado de perfección tan desproporcionado y por su respectiva índole. El objeto de la primera es la teoría de los fenómenos de la salud y de la enfermedad en el orden natural de su filiación y combinaciones; se limita la segunda a trazar la historia de las enfemedades, a distinguirlas y dirigir metódicamente contra ellas la aplicación de los medios con que pueden combatirse. La certidumbre rigurosa, adquirida por la seguridad de los números, pertenece a las materias puramente especulativas de la teoría: en la práctica debemos contentarnos con aproximaciones más o menos exactas, porque son las únicas a que nos permite llegar la naturaleza, y porque bastan para satisfacer los objetos del médico clínico. “En nuestro arte, dice Hipócares (LIb. de veteri med.), no hallareis ninguna medida, ni ningún peso, ni ninguna fórmula de cálculo con que podais componer vuertros juicios, para darles una certidumbre rigurosa, porque en él no hay más certidumbre que nuestras sensaciones. “Modum autem, negue poudus, negue numerum aliquem, ad quem referas cognosces: certitudinem enim exactam non reperies aliam, quam corporis sensum”.

La medicina, en su concepto práctico, reconoce como sólido fundamento la observación, base de todas las ciencias físicas, instrumento el más idóneo de sus progresos y la guía más segura del que la ejerce; y para proceder racionalmente en ella, sólo se necesita comprobar los hechos y sacar de ellos las consecuencias, que inmediatamente se deducen. La acciópn de la quina en las intermitentes, del mercurio en la sífilis y otros específicos en sus respectivas enfermedades, se han deducido únicamente de la observación; y aún cuando conociéramos la naturaleza íntima de dichos medicamentos y de las afecciones que combaten, no por eso serían más ciertos sus resultados ventajosos. De nada sirve en estos casos, ni en los demás de la práctica, la estadística aplicada a la medicina en toda su extensión, y por eso no es criterio tan exacto como se supone, pues se la juzga una especie de instrumento de precisión, que había faltado hasta aquí a la ciencia, y se la ha visto fracasar en la resolución de varios puntos por medio de sus fórmulas. Falsamente la califican los que la creen un guía seguro, un monitor infalible de la experimentación, con el que se destruye el “experientia fallax” de Hipócartes, llegando a deducir algunos, que no ha existido la ciencia médica hasta nuestros días.

Por otra parte, las relaciones acompañadas y obtenidas por los guarismos, no están exentas de equivocaciones, tanto más peligrosas para producir el error, cuanto llevan todas las apariencias de exactitud matemática que aquellos las dan. Además, como dos series de hechos sometidos al cálculo, no pueden ofrecer estrictamente iguales resultados numéricos, no siendo sus circunstancias enteramente las mismas, porque no cabe esa identidad perfecta; claro es, que sólo podemos hacer uso si acaso del cálculo aproximativo, cuando tratemos de generalizar un resultado. Por eso se observan las contradicciones más palmarias entre los autores, sobre lo cual léanse los minuciosos cuadros estadísticos de Andral, delarroque, Bouilleaud y otros, y se notarán resultados diferentes en cifras y apreciaciones; así es que las diversas consecuencias que sacaron han sido consideradas poco después errores notables. ¿Por qué, pues, la doctrina de los unos apoyados en este método aparece contraria a la de otros basados en el mismo? ¿Por qué las estadísticas de los mencionados autores ofrecen resultados opuestos? ¿Por qué tan ilustres médicos vieron de distinta manera, fundándose todos en el mismo elemento de observación, y resuelven las cuestiones bajo tan diferente aspecto y diversas consecuencias? Pero hay más todavía; los mismos médicos que concedieron a la estadística una importancia desmesurada considerándola como base de sus apreciaciones, creen únicamente a sus cálculos capaces de resolver los problemas de la ciencia, pues aplicada por otros la califican de procedimiento sofístico, arma de dos filos y lógica falsa.

Ciertamente no es la estadística un instrumento tan necesario para la aplicación del principio universal de la experiencia, pues cuando se perciben al momento algunas de sus relaciones es superflua la anotación numérica, que apenas añade nada a la evidencia y certidumbre de los resultados; en circunstancias opuestas tampoco se comprende la utilidad, aún entonces muy cuestionable. Y téngase entendido, que la experiencia médica es como la vulgar, se consigue siempre de la misma manera, nada la distingue de la experiencia común, porque el espíritu no tiene dos medidas ni dos pesos, y siempre se han obtenido los teoremas médicos por el mismo proceder de la inducción. La experiencia no consiste tanto en el número de los hechos como en la forma que les da la inteligencia, y su uso bien ordenado es observar atentamente, repetir varias veces las observaciones, notar las que son generales y particulares, combinarlas según las diferencias y no combinar jamás las causas con los efectos. En esta cuestión, por ejemplo, diremos que un fenómeno es efecto de otro, cuando le veamos seguir; su gran frecuencia establecerá una probabilidad igual a la certidumbre, y las excepciones se consideran como simples accidentes, así como su rareza hará crecer este hecho incierto o improbable en todo grado, para cuyas diferentes apreciaciones de nada nos sirven los números.

Bien considerada la estadística, ni tiene un uso marcado en los principios generales, ni tampoco aprovecha para los usos individuales, sirviendo muy comúnmente en algunos puntos aislados, por cierto poco numerosos, y por consiguiente no tiene ese valor que se ha concedido a su aplicación a la medicina. Los clasificadores Linneo, de Jussieu, Buffon, Cuvier, Haller, Bichat, Vesalio, Aristóteles, etc., no la precisaron para crear la botánica, la zoología, la fisiología, anatomía y la filología, y menos sirve aún para la medicina práctica, que casi siempre actúa sobre individualidades, no pudiendo satisfacerla una simple enumeración de cifras que es a cuanto alcanza, sin reportarla los beneficios del análisis y comparación de los hechos que necesita aquella para las aplicaciones en particular.

Con tan mezquino auxilio ofrece la estadística a la medicina un campo erial e inculto, un esqueleto desnudo; se presenta como un sordo de nacimiento, que enmudece y oculta sus tesoros intelectuales, y en fin, no puede servirle de guía para la generalización de los casos particulares que enumera. Sin fundamento, pues, se ha comparado a la estadística con la inducción, no precisando ésta los números de un modo absoluto, ofreciéndonos la experiencia ordinaria inducciones seguras, que proceden de evaluaciones en grueso, de hechos observados en globo, cuyas generalidades no dejan de ser menos ciertas y valederas, aunque establecidas sin comparar números. El temperamento linfático asignado a los holandeses, el sanguíneo a los alemanes y el predominio hepático a los habitantes del Mediodía, como el tipo moreno de estos y el blanco de la raza teutónica; la existencia de varias endemias en ciertos países, como las intermitentes en el Ampurdán y Ribera del Júcar, en el reino de Valencia, el bocio en los Alpes y otras, son hechos que se hallan en este caso, y no menos ciertos por haberse colegido a primera vista y sin necesidad de contarlos.

Por lo demás, si analizamos las ventajas de la estadística aplicada a las diversas partes de la medicina, nos resultan bien escasas; y únicamente cuando en patología se trata de saber si una cosa sucede más o menos veces que otra, se necesitan los números para la comprobación. Pero siendo casi siempre más elevado el objeto de aquella, decaen y mucho el interés e importancia de la estadística, sin embargo de ser una de sus pocas utilidades el fijar la verdadera proporción de la frecuencia de las enfermedades y causas que las desenvolvieron. Particularizando más estas consideraciones, el axioma de que la estadística no confirma el diagnóstico, es por desgracia demasiado cierto, y se encuentra canonizado por la experiencia; y el empeño de algunos para deducir de ella hechos afirmativos ha sido causa de que la medicina retrasase sus verdaderos progresos. Tampoco puede dar a conocer la naturaleza de los síntomas y la marcha de las enfermedades; más aún, se le disputa tenazmente su utilidad aplicada a la terapéutica, a cuya parte de la ciencia, mejor que a otra alguna, puede plicarse el dicho oportuno de Chomel, que “la misión evidente del método numérico es destruir las ilusiones”. Efectivamente, apenas proporciona luz en los casos oscuros y difíciles, porque allí donde la acción terapéutica va seguida de resultados constantes marcados y uniformes, se revelan inmediatamente a la observación sin necesidad de contarlos. Cuando por el contrario los efectos del tratamiento no se pronuncian francamente por un predominio manifiesto, las cifras apenas dan diferencias insignificantes, proporciones variables y a las veces contradictorias, de las que nada bueno y fijo se puede concluir.

Todavía se rebaja la exagerada importancia de la estadística en la terapéutica por la consideración de que nadie la tuvo presente para inventar específicos, ni para la indicación de ellos, aunque algunos médicos hayan querido después apoyarse en ella para las aplicaciones prácticas. Ninguna de las enfermedades que hoy se curan con felicidad lo debe a la estadística, y ninguno de los médicos calculadores ha proporcionado específicos, que ni aún de alivio hayan servido a los enfermos. Los que pusieron en práctica por primera vez los provechosos remedios de la sangría, los vomitivos, el opio, el mercurio, la vacuna, etc., ni los sucesores después acá, necesitaron el recurso estadístico para sujetar las flegmasias intensas, los gastricismos, desórdenes nerviosos, sífilis, intermitentes y viruelas, afectos que se curan con la misma facilidad después de las aplicaciones estadísticas. No se ha podido deducir con su débil auxilio la más leve conjetura que nos explique su modo de obrar, ni su relación con los fenómenos morbosos, y mucho menos que nos aclare la naturaleza de las enfermedades, sobre lo cual elegiremos como ejemplo uno de ellos, la quina.

No siendo posible a la medicina teórica hallar el verdadero febrífugo para las tercianas y demás intermitentes, le encontró por otra vía, basada puramente sobre la clase de experimentos prácticos; y en medio de la repetición de sus efectos no adelantó el entendimiento un ápice, ni sobre la causa febril, ni sobre la acción del medicamento, ni aún sobre su mejor uso: sin embargo, es la enfermedad que más seguramente cura hoy kla medicina, y las mismas reflexiones son aplicables a los demás específicos. Pues si no han sido necesarias las estadísticas para conocer la acción curativa de la quina sobre las intermitentes, ¿conseguiríamos una idea más cierta y segura de dicha acción, si supiésemos el número preciso de casos en los que ha tenido éxito su administración? La cifra proporcional de las curaciones y muertes pudiera demostrar el grado respectivo de influencia de cada una de las medicaciones, comparadas en la marcha y terminación de la enfermedad y el grado de confianza que el médico debiera conceder a las unas y a las otras, siempre cuando se hiciese la comparación sobre casos idénticos o enteramente iguales, lo que es imposible.

Concluyamos por confesar, que la aplicación de la estadística es inútil a la medicina por varias circunstancias, que la hacen difícil, y que en completa igualdad de otras condiciones se oponen a sus mismos resultados. En efecto, establecida una ley como la expresión de un gran número de hechos, podrá suceder, que observado otro número de éstos en circunstancias particulares les sean contrarios, sin que ninguno de dichos casos pruebe la falsedad de una estadística, que es defectuosa e incompletamente aplicada. El confundir la base con los elementos, la observación y los hechos, ha traído en nuestros días toda la exageración estadística, torciendo la inteligencia de la antigua sentencia médica "ars tota in observationibus", que estaría mejor expresada sustituyendo su plural por el singular "observatione". Su principal base, el cálculo de las probabilidades, según los mejores geómetras, no es más que un proyecto de ciencia, que se haya en embrión; pero aun cuando se apoyara sobre sólidos cimientos, su importación a la medicina sólo traería la palabra y no la cosa, porque la certidumbre de las matemáticas, fuera d ellas, es únicamente la expresión de las mismas fórmulas.

En rigor sólo sirve la estadística como un instrumento necesario para la adquisición de cierto orden de verdades que se refieren a la frecuencia de algún fenómeno morboso, reduciéndose a una simple operación aristmética, sin que por eso se la crea indispensable. Exigir otra cosa de ella es sacar la cosa de su quicio, oponerse a los progresos de una ciencia, cuyos elementos son las individualidades y su principal base la observación, dándole meramente las apariencias de una exactitud, expresada por cifras, tan pueril en su fondo como pobre en sus resultados. Siendo la índole peculiar de la medicina, en cuanto a su certidumbre, de aspiraciones muy modestas, rechaza desde luego esa seguridad matemática que presenta la estadística con sus cifras, y naturalmente no pretende alcanzar la certeza de las ciencias exactas. De modo que importada la estadística con grande aparato, como guía luminoso de la experiencia clínica, sólo sirvió para espesar las tinieblas; como criterio infalible de la certidumbre médica, ha aumentado las dudas; destinada a poner coto a las disputas, las ha multiplicado en lugar de determinarlas, y por último, habiendo entrado en nuestra ciencia como conquistador, saldrá por sus exageraciones batida y desprestigiada. Por consiguiente, a todos sus partidarios que pretenden reconstituir la Medicina sobre la base y seguridad de las matemáticas, se les puede aplicar la predicción del Psalmista, "In vanum laboraberunt, qui edificant eam"».

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