El manifiesto del movimiento novator

 

Juan de Cabriada, Carta filosofica-medico-chemica. En que se demuestra que de los tiempos y experiencias se han aprendido los mejores remedios contra las enfermedades…, Madrid, [Lucas Antonio de Bedmar y Baldivia, 1687].[Selección de J.M. López Piñero].

 

 

«...Es regla asentada y máxima cierta en toda medicina, que ninguna cosa se ha de admitir por verdad en ella, ni en el conocimiento de las cosas naturales, si no es aquello que ha mostrado ser cierto la experiencia, mediante los sentidos exteriores. Asimismo es cierto que el médico ha de estar instruido en tres géneros de observaciones y experimentos, como son: anatómicos, prácticos y químicos. De tal suerte que se hallará defectuoso si le falta alguno de ellos, como probaré aquí.

Y viniendo al primero, es sin duda que no podrá ser buen médico ninguno, sin los experimentos anatómicos. ¿Cómo podrá serlo quien no tiene exacta noticia de qué cosas y cuáles conste el cuerpo humano, su oficio y uso? ¿Cómo podrá conocer ingeniosamente la naturaleza y causa de sus funciones y operaciones, así en el estado natural como en el preternatural, quien no está muy versado en este género de experimentos y principalmente en los que nuevamente se han descubierto y los antiguos ignoraron? Mal podrá saber esta parte principalísima de la Medicina quien no quiere ver, ni estudiar, ni aún oir de la boca de un mozo estos nuevos inventos o hallazgos.

Es, pues, nuevo invento anatómico la circulación de la sangre que Harveyo, médico del rey de Inglaterra, tanto ilustró. ¿Qué utilidades no ha traído a la medicina esta nueva noticia, qué no se varía de la antigua por ella? La doctrina del pulso, después que se sabe la circulación de la sangre en el cuerpo humano, está clara y patente, sin los oscuros velos con que la Antigüedad la enseñaba, mediante la facultad pulsátil, que ésta es ininteligible. Se conoce, pues, ahora, después de esta nueva luz que el pulso es causa de la rarefacción que adquiere la sangre mediante la fermentación, en los ventrículos del corazón, por el fuego o fermento vital que reside en él. Y de esta mayor o menor rarefacción de la sangre se infieren, con claridad y distinción, todas las diferencias de pulsos. Pues a quien va sin esta nueva luz forzoso le será tropezar muchas veces y algunas caer.

También es nuevo invento anatómico el fermento del estómago y por consiguiente, que la que llaman cocción en el estómago no se hace precisamente por fuerza del calor, sino por este vívido fermento, ayudado del calor. Porque vemos y experimentamos (tocaré esto brevemente, por no dilatarme) que los pescados cuecen su alimento, se nutren, aumentan y alimentan, sin calor actual. De donde se sigue por legítima consecuencia que estas operaciones no se hacen por fuerza del calor. Más: experimenta­mos que los perros cuecen y transmutan los huesos como su propio alimento. ¿Qué calor, pues, es bastante por intenso que sea a esta operación? Más: los naturalistas afirman que el avestruz cuece el hierro y lo transmuta en su propia sustancia. Pues, si a más del calor no hubiera en estos animales este fermento que sirve como de menstruo disolvente, como el agua­fuerte a la plata ¿cómo pudieran suceder estos efectos?

De la ignorancia de este nuevo invento anatómico ¿qué daños no se siguen? ¿Cuántas enfermedades, principalmente del estómago, originadas del vicio y depravación de este fermento, se hacen incurables por no estar en la noticia de este cierto principio?

Asimismo es nuevo invento anatómico el suco pancreático y su uso en el cuerpo humano. Como también el suco nérveo que Willis ha hallado en los nervios. Y es cosa de admirar saber el uso de este suco nérveo y sus utilidades, como también en depravándose, los daños que causa a la cabeza y al género nervoso. Véase, pues, quien ignora todo esto ¿qué bien curará sus enfermos?

También es nuevo invento anatómico el modo de la sanguificación, que por ser materia tan curiosa y necesaria la tocaré aquí de paso. El alimento, con la masticación se prepara en boca mediante la saliva y esto es como una trituración. De donde cae al estómago, que tiene la misma forma que una retorta tubulada, donde se fermenta el alimento por el fermento propio que allí recibe, mediante el cual se cominuye el alimento y divide en minutísimas partes. Y de aquí sucede la disolución y pasar a ser una sustancia líquida albicante que se llama quilo. Llegando a estar ya de esta suerte perfeccionada, pasa, como destilándose, al duodeno intestino, que sirve de recipiente. Aquí se vuelve a exaltar nueva fermentación por el concurso del suco pancreático y suco bilioso. De donde se sigue la precipitación de las heces abajo (al modo que se purifica el vino) y con las partes espirituosas, puras y delicadas se intrometan por las boquillas de las venas lácteas (éstas son también nuevamente descubiertas) mediante el  movimiento peristáltico de los intestinos.

Todas estas venas lácteas se terminan en el receptaculum quili de Pequeto, a donde va a parar lo espirituoso y puro de él. De donde se pasa al ducto torácico, de allí a las subclavias, donde se confunde con la sangre, hasta que mediante la circulación, llegando al corazón, se hace perfecta sangre. Esto, mucho lo rastreó Aristóteles.

De estos nuevos inventos anatómicos se ha venido en conoci­ miento cierto del uso de las partes del cuerpo humano, hasta ahora incógnito. Se ha conocido, pues, que el hígado no sanguifica y que no tiene tanto principado como le ha dado la ciega credulidad. Y que su uso es separar de la sangre, como mero colatorio (mediante la circulación) algunas partes que la podían coinquinar. Y por no dilatarme y cansarte, cesaré en ponderar las demás cosas nuevas, que tenemos anatómicas. Basta saber que la ignorancia de ellas y de este fundamento, que estriba en los experimentos anatómicos, es un rémora fatal y perjudicial para conseguir el fin de la Medicina, que es un buen método curativo.

Paso al segundo experimento, que consiste en los experimentos prácticos, mediante los cuales la praxis médica observa las afecciones del cuerpo humano. Observa asimismo el uso o abuso de cualesquiera cosas naturales, o no naturales, que le sobrevienen o puede alterar.

Veamos qué práctica es ésta, que por la mayor parte se sigue en Madrid. ¿Debajo de qué escuela milita y qué adelantamiento tienen estos experimentos prácticos? No puedo dejar de decir con harto sentimiento mío que, habiendo Dios favorecido tanto a este clima de España que le ha dotado y enriquecido de cuanto es necesario para la vida humana y que diciendo su verdad infalible por el Eclesiástico que crió la Medicina de la Tierra y que ésta en sí misma encierra simples, hierbas, piedras, minerales y animales, que haya llegado a tanto extremo nuestra pobreza y flojedad, que será rarísimo el que gaste el tiempo en hacer experimentos prácticos en el dilatado campo de los tres reinos, vegetal, animal y mineral, que es donde están los arcanos arcanísimos y la verdadera medicina para poder lograr la caridad cristiana, el alivio y consuelo de sus hermanos los prójimos. Y que todo este dilatado campo se haya de ceñir y estrechar, por la mayor parte, a la sangría ¿no es cosa lamentable? ¿No es de lastimar, que los rústicos trabajen en inquirir la virtud de esta o la otra hierba para esta o la otra dolencia y que por este medio consigan algunas veces raras curaciones, y que nosotros, a quien toca esto tan de cerca, es de lo que menos cuidamos, fiándonos los más en la sangría como si fuera medicina universal?

Y es muy de notar, que siendo tan innato a nuestra naturaleza el deseo de vivir y conservar la vida y que siendo los ingenios españoles los más vivaces y profundos que tiene el mundo, no hayan de haber adelantado nada en la Medicina, de cuarenta años a esta parte, cuando en este tiempo principalisimamente se ha exornado de las nuevas, cuanto verdaderas, noticias físicas, anatómicas y químicas, por los ingenios del Norte e Italia. Qué sea la causa yo no la sé, ni la quiero averiguar...

... Vengamos al tercer género de experimentos, que son los químicos. Y ante todas cosas, sepamos: ¿Qué cosa es esta Química que tanto horror da sólo su nombre? Examinemos en audiencia pública esta causa para que líquidamente conste qué méritos o deméritos tiene. Veamos por qué la atención cuidadosa de los que la ignoran, la blasfeman y condenan, y a los que procuramos saberla nos persiguen. No se ha de condenar la pobre Química sin ser oída. Porque, a más de causar esto escándalo en la opinión de los cuerdos, manifiestamente hará sospechosos a los que la condenan sin oiría, porque oyéndola, no la pudieran condenar...

...Es pues la Química un arte de disolver los cuerpos naturales, de coagular los disueltos, de separar lo puro de lo impuro para componer medicamentos saludables, seguros y gratos Más claro y más breve: es un arte de anatomizar la Naturaleza criada para tomar de ella lo útil y'seguro y arrojar lo ingrato y nocivo. Y para decirlo con una palabra, es la verdadera Filosofía Natural. ¿Habrá alguno que esto condene? ¿Habrá alguno, aunque sea de dura cerviz, que diga que esto puede ser malo?...

... ¿Habrá por ventura alguno tan obstinado que niegue la gran luz y utilidad que se le ha añadido a la Medicina por los nuevos experimentos químicos? ¿Habrá alguno que diga que la Química es mala? Yo creo que no. Porque si los que la examinan despacio la profesan, bien se conoce que la ignorancia influye el odio, si la noticia influye el amor. De los que llegan a conocerla, rarísimo o ninguno, es el que no la abraza, porque conociendo lo que ignoraron, aborrecen lo que profesaron y profesan lo que aborrecieron, como me ha sucedido a mí...

A más que ya no habrá ninguno que diga que la Química es mala, pues veo que los señores Médicos de Cámara usan de ella en cuanto pueden y alcanzan. Usan de sales, usan de algunas preparaciones del antimonio, de algunas del mercurio, y de algunos extractos. Y en suma, por conocer la poca actividad que tienen los medicamentos galénicos para las enfermedades hercúleas, siempre echan mano muy prudentemente de los medicamentos químicos de que tienen noticia y experiencia. Pues, ¿cómo, a vista de tan supremos ejemplares, había de haber ya quien condenara la Química, cuando ellos son bastante motivo para que todos la abracen y estudien?

Pregunto pues: ¿por qué será malo que un médico mozo trabaje en adelantarse en esta materia, inquiriendo los secretos y arcanos de la Naturaleza? ¿Por qué ha de ser ofensivo que en las consultas, diciendo su parecer con libertad, proponga este o el otro remedio químico de que tiene seguridad y repetidas experiencias para cuidar aquella enfermedad o achaque cuando con otro no se puede conseguir su curación? Sólo en esto se entorpece la curiosidad humana porque se quiere entorpecer. Suele el ingenio curioso deleitarse con la sabiduría de un secreto cuando lo alcanza o está en paraje de conseguirlo, pero hay entendimientos tan groseros que sólo con la ignorancia ciega se recrean.

Me ha sucedido en algunas juntas proponer algún remedio químico o algunas doctrinas nuevas anatómicas y entrar luego los médicos, que se siguen hablando, y decir: dejémonos de químicas, que nuestros antepasados curaron sin estas novedades. Una de dos, o esto arguye estar en inteligencia de que los antiguos lo alcanzaron todo, o arguye aborrecimiento al saber. No me persuade esta segunda parte del dilema: más disculpa tiene la primera, aunque no carece de culpa. ¿Qué hombre sano de juicio se puede persuadir que los antiguos dejaron la ciencia médica tan absolutamente perfecta que no se le puede añadir nada, mayormente cuando Hipócrates aconseja se hagan pesquisas de los rústicos acerca de sus observaciones?

Ahora demos satisfacción al argumento. En tiempo de Hipócrates los purgantes que se usaban eran el heléboro, el peplio y las coloquíntidas. Después acá la ferocidad de estos medica­mentos se ha dejado por poco segura y se han descubierto otros remedios suaves, seguros y gratos al gusto, como el agua angélica, el jarabe áureo, el ruibarbo, etc. ¿Sería buen argumento decir: no purguemos con éstos, sino con los que purgaban los antiguos? Ahora en este siglo, con la fertilidad de los ingenios, ha venido la grande copia y selva de medicamentos que nos ofrece el arte química, con las sales, los extractos, las tinturas, las quintaesenciar, los elixires y otros muchos de que antes carecíamos. Y en suma, tenemos más armas para vencer a nuestros enemigos, las enfermedades ¿no es gracioso argumento no usemos de ellas porque nuestros antepasados no las usaron? ¿No fuera bueno decir: no usemos bombas, ni carcases, en medio de que nuestros enemigos nos queman, porque nuestros antiguos no usaron de estas armas?...

...Nosotros, que hemos nacido en un siglo tan fértil de ingenios, debemos alegrarnos mucho, pues en él hallamos los mejores y más seguros remedios contra toda enfermedad, con los adornos de los nuevos experimentos físicos, anatómicos, práctico-químicos, y por esto una nueva medicina, que por la espagírica nos ofrece la grande selva de medicamentos que llevo dicha, para curar con presteza, seguridad y gusto del enfermo, las dolencias y males más graves, que por otro camino son incurables.

Asimismo hallamos en él la abundancia de febrífugos, tanto más seguros y eficaces que los que usaban los antiguos, como experimentamos y se puede ver en Turquet, que casi ha recogido todos los que han inventado los modernos, como lo puede ver el curioso.

¿Por qué, pues, no se adelantará y promoverá este género de estudios? ¿Por qué, para poderlo conseguir, no se fundará en la Corte del Rey de España una Academia Real, como la hay en la del rey de Francia, en la del de Inglaterra y en la del señor Emperador? ¿Por qué, para un fin tan santo, útil y provechoso como adelantar el conocimiento de las cosas naturales (sólo se adelanta por los experimentos físico-químicos) no habían de hincar el hombro todos los señores de la nobleza, pues esto no les importa a todos menos que las vidas? ¿Y por qué, en una Corte como ésta, no había de haber ya una oficina química con los más peritos artífices de la Europa, pues la Majestad Católica del Rey nuestro señor, que Dios guarde, los tiene en sus dilatados reinos, de donde se podrían traer los mejores? ¡Oh, inadvertida noticia. Y si advertida, oh inútil flojedad!

...Sólo mi deseo es que se adelante el conocimiento de la verdad, que sacudamos el yugo de la servidumbre antigua para poder con libertad elegir lo mejor. Que abramos los ojos, para poder ver las amenas y deliciosas provincias, que los escritores modernos, nuevos Colones y Pizarros, han descubierto por medio de sus experimentos, así en el macro como en el microcosmo. Y que sepamos que hay otro nuevo mundo, esto es, otra medicina más que la galénica, y otras firmísimas hipótesis sobre que poder filosofar. Que es lastimosa y aún vergonzosa cosa que, como si fuéramos indios, hayamos de ser los últimos en percibir las noticias y luces públicas que ya están esparcidas por toda Europa. Y asimismo que hombres a quienes tocaba saber todo esto se ofendan con la advertencia y se enconen con el desengaño. ¡Oh, y qué cierto es que intentar apartar el dictamen de una opinión anticuada es de lo más difícil que se pretende en los hombres!...»