DE ÁRBOLES Y SOMBRAS Un encuentro con la pintura de Guillermo Peyró Roggen Wences Ventura Me digo cada vez con mayor asiduidad que el artista, que el hombre en definitiva, sólo existe en la edad concreta que atraviesa, que comprenderlo es entender el momento de su existencia, sin perder de vista aquel que fue, las vaguadas que atravesó, la progresiva cristalización de sus mundos, aunque ya no existan o se hayan fundido como la noche se funde con el día. La realidad del ahora es lo único con que contamos. Aunque así suceda y una íntima armonía enhebre el existir, no deja de mirarnos un ojo, desde un lugar no en ruinas sino borrado, ausente ¿Existió alguna vez? Corre el agua despacio por el río hermético, la combustión de los deseos se hizo plomo, el árbol es la fijeza aunque estimule nuestra conciencia de perpetuos viajeros, pues es el corazón del camino. Estos árboles son temporales y son eternos; también son perversos pues la espesura se hace soledad: una soledad devorada que encuentra en la sombra sus propias entrañas: su propio tapiz de instantes, de sucesiones. Importa el contenido de estos lienzos, de estos dibujos que el pintor me muestra: son árboles y sus respectivas sombras y, es verdad que sólo puedo hablar de su pintura recordando ésta a lo largo del tiempo, aunque sé que él me ha citado para que diga de esta nueva relación, delicada, silente, amorosa, que va naciendo entre el espacio y las formas. El pintor, tal vez, sin ser demasiado consciente de ello, indaga en lo anímico. Busca un molde para sí mismo, una cámara oscura donde escucharse. Se prepara como un peregrino que debe partir. Los árboles dicen nuestra trama. El olivo es un cuerpo sarmentoso: es nuestro cuerpo en el lecho de cobras del tiempo y el gris es lento, tan lento como la niebla parda de un amanecer de invierno; como en la ciudad irreal del poema de Eliot, pues es irreal la trama cuando el pintor merodea en el pensamiento de los alcornocales o en este lienzo que me muestra, el del olivo atravesado de manantiales oscuros, como si leyéramos un poema de Antonio Gamoneda y nos volviéramos sordos y fuéramos, en lo sucesivo, sólo una huella: en la ingrávida sombra una no presencia. Hoy es el día más caluroso del año, estamos a finales de agosto de 2010. Le he recordado al pintor que tuve una especial vinculación con el cuadro Parra, del 2006, que veo en él un antecedente de lo que hoy me enseña. La sombra de la parra penetra con sigilo en otra sombra, la de una celda vacía, donde resbalan en el aire reflejos de humo. Alma de oscuridad donde penetró la luz a tientas: sonámbula luz que deambula por los ángulos muertos. Pensamiento. Reflexión sobre la propia pintura. En la búsqueda se intuye un anhelo: ser en el cuadro desde la ausencia; decirse en el lienzo desde la vibración casi imperceptible de la luz. Nuevas matrices para avanzar hacia nuevas zonas de mayor complejidad poética. De desnudez. De belleza y verdad. Busco en los lienzos y dibujos que componen esta nueva exposición titulada "De árboles y sombras" esa sensación de interludio , traída por los colores en extremo trabajados y vividos; sensación de lo inacabado, de lo que continua, en estado líquido, a veces, gaseoso. Sensación de fuga, de transparencia, pasividad y sueño. Me detengo y transito por el cloroformo de las arboledas. La luz adormecida de sus trabajos me susurra al oído oscuridades anteriores, amalgamadas por la fuerza de otras voces, de azotes autodestructivos que dieron nacimiento a una pintura potente, singular, ajena a cualquier concesión. Esa oscuridad, vacía de existencia, vuelve hoy como entonces. No puedo dejar de recordar la luz enjaulada en el alba técnica y medieval de aquel cuadro titulado: Portugal Futurista. Vuelve la melancolía. Apoyados en las paredes del estudio están los lienzos que recorremos, pertenecen a esta nueva exposición y también a muestras anteriores correlativas en el tiempo. Vuelve la melancolía pues perdura el dolor, que se ha hecho cálido, en reflejos que huyen hacia una muerte blanca; en los verdes y grises de la tarde antigua; en este merodeo por las estancias cartujanas, donde una vez buscamos las sensaciones. Wenceslao Ventura, Septiembre de 2010 |