TRIBUNA: ADELA
GARZÓN
Políticos ecológicos
ADELA GARZÓN //
No piensen que hablo de
políticos que contaminan poco el ambiente social con planes y proyectos,
para resolver los problemas que apremian al ciudadano. Tampoco es una nueva
tipología de líderes, añadida a las ya existentes, ni
mucho menos me refiero a políticos susceptibles de reciclaje una vez
finalizada su legislatura. Simplemente se trata de saber hasta qué punto
nuestros líderes son realmente sensibles al problema del medio ambiente.
La cuestión no es nada fácil porque hoy, como sucede con todos
los temas de política social, no encontrarán un solo político
que diga que no le preocupa el tema ambiental, que le parece insignificante o
que piensa que es una moda pasajera y que, en realidad, no es para tanto. Nadie
niega ya el problema ambiental, todos defienden políticas de apoyo al
medio ambiente. Entonces en qué se diferencian. ¿Puede la
sensibilidad ambiental servir de criterio para distinguir las diversas
posiciones políticas de nuestros líderes y partidos.
Por los años ochenta,
ya estaba muy claro que las diferencias partidistas no encajaban en una
única dimensión de izquierda-derecha. El desarrollo de la
sociedad de posguerra había creado un problema mayor que la propia
distribución de la riqueza. Hasta entonces, la izquierda y derecha
política se distinguían, entre otras cosas, por su forma
particular de entender el reparto de lo acumulado. Ahora el problema es otro:
se trata de valorar si lo más importante para el hombre es su entorno,
el lugar en que pasa la vida, o si debe seguir afanado y ocupado en acumular
más cuotas de bienestar. Es una cuestión de percepción de
fondo y de figura. Durante mucho tiempo el fondo pasó inadvertido,
sufriendo y soportando la hiperactividad humana que, como las grandes figuras
del teatro, acaparó toda la atención, hasta que el fondo, el
medio ambiente, empezó a dar síntomas de rebeldía y de
agotamiento.
Es entonces cuando se
introdujo un elemento nuevo en el escenario de las diferencias
ideológicas. Por supuesto que si preguntamos a nuestros políticos
si les preocupa el medio ambiente, todos nos dirán que sí y
mucho. Ahora bien, para unos será el gran problema, mientras que para
otros sólo uno entre otros muchos a los que nos enfrentamos. Y
aquí ya empezamos a distinguir las posiciones políticas. En esa
respuesta está la diferencia entre el verdadero ecologista y el
conservador clásico. El primero entiende que la vida no se agota en el
hombre y el segundo mantiene la visión dominante de que el hombre es lo
más extraordinario que le ha ocurrido al universo.
Pero en cada uno de
éstos cabe todavía hacer diferencias más finas. Entre los
que piensan que el deterioro ambiental es un gran problema, los hay creyentes
del hombre que exigen una nueva visión y unos nuevos valores para
solucionar el problema ambiental, un cambio social y de estilos de vida.
¡Si llegamos a tiempo, claro! Y los hay creyentes del progreso que
confían en la técnica para resolverlo todo. Los primeros son los
auténticos políticos ecológicos, los que han logrado una
nueva visión en la dinámica de fondo y figura, de ambiente y
hombre. Para ellos, la figura no es nada sin el fondo que la mantiene. Los
otros son los tecnócratas de turno; los que desconfiando en el hombre,
apelan a la técnica para resolver la contaminación ambiental, el
ruido, la desaparición de las especies o de la capa de ozono. Son los
políticos del progreso.
Pero también cabe
establecer diferencias entre los que piensan que el problema ambiental es uno
entre otros muchos. Creen que es un problema menor, pero mientras que para unos
la solución sigue estando en la técnica, otros creen que la
única forma de arreglar el deterioro ambiental es mediante cambios
sociales y nuevas actitudes del hombre. Continúa habiendo diferencia
entre el político que simpatiza con el ambientalismo y el
conservacionista tradicional, partidario de no exagerar y de intentar
soluciones de carácter técnico. Son los viejos políticos,
anclados en la clásica división izquierda-derecha y obsesionados
con el problema del reparto de la riqueza. Mientras exista, por supuesto.
En estas cuatro
sensibilidades se integran las distintas posiciones políticas de la
actualidad. Un eje se refiere a la defensa de la naturaleza frente a la
preocupación por el bienestar material. El otro alude al cambio social y
en sus extremos se sitúan los que defienden y los que rechazan un nuevo
estilo de vida. La tesis de los estudiosos del ecologismo es que la vieja
izquierda y derecha se diferencian en su postura ante el cambio social, pero
ambas mantienen la visión dominante de que el hombre es lo mejor del
planeta. Sólo el ecologista real, como político o ciudadano,
mantiene la defensa de la naturaleza a través del cambio en las
costumbres del hombre y sus sociedades. Pocos líderes políticos
han logrado llevar adelante algunas tímidas ideas ecologistas. En
Alemania, hace ya décadas que sucumbieron a la tentación del
parlamento, se convirtieron en partido y perdieron la batalla. En el plano
internacional, el movimiento antiglobalización está sustituyendo
a los ecologistas de las décadas anteriores. Y en España, pocas
reacciones han llegado al ámbito del debate político. Movimientos
conservacionistas y ecologistas intentan, sin conseguirlo, asomar la cabeza en
la agenda política de nuestros líderes.
Y es que los tiempos no son
ambientales, son tiempos de saturación y consumismo social. Consumo de
contactos, de relaciones personales, de amistades internacionales que exigen
despreocuparnos por el maltrecho ambiente. Los políticos lo saben. El
futuro se orienta hacia esa saturación social. La defensa del medio
ambiente como eje de diferenciación política pertenece casi al
pasado. Mientras tanto la figura se agranda cada vez más y el fondo, sin
un político ecológico dispuesto a dar la cara, se difumina poco a
poco y nada puede hacer, salvo quejarse y conseguir que el hombre le dedique al
menos un día de recuerdo. El Día del Medio Ambiente.