Alexandre Melay
«La globalización empieza como una geometrización de lo que no se puede medir». (Sloterdijk, 2010, p. 41)
Las fotografías de la serie [TIMESCAPES] plantean una perspectiva comprometida sobre la sed de dominio de los seres humanos por su entorno, una sed que define los inicios del siglo XXI. Estos interrogantes, en efecto, son propios del extremo contemporáneo, e incluyen la imposibilidad del paisaje y la crisis de la urbanidad, la aparición de los no-lugares y el intento de inventar sitios donde vivir frente a una implacable deconstrucción estructuralista del sujeto. El capitalismo, nacido de la era del Antropoceno —o «Siglo del Hombre», a quien dio paso la Revolución Industrial—, se ha apoderado de nuestro lenguaje visual, en el que se ha estructurado, construido y diseñado todo un imaginario urbano. Además, en él se ha establecido un sistema que recurre a la realidad y la ficción, entre la realidad social y la imaginación poética, entre el documental y la ficción. Un sistema cuyos espacios-mundos crean formas particulares y unas formas estéticas que se convierten en escenarios privilegiados de ficciones representativas del espacio contemporáneo. En otras palabras, este extremo urbano contemporáneo nacido del Capitaloceno se traduce en una urbanización desenfrenada del planeta, donde las ciudades-mundo acaban definiendo por sí mismas nuevas formas de lo urbano. Todos estos no-lugares fotográficos designan espacios-mundo, es decir, son imágenes de territorios descritos como intermedios o intercalares. Mientas el entorno urbano se construye y deconstruye en múltiples ocasiones, estas imágenes revelan un sistema particular: el de un aparato de captación y distribución de flujos. Se trata de una ilustración de la tecnosfera, esto es, la parte física del medio ambiente afectada por los cambios provocados por el ser humano. Dicho de otro modo, la tecnosfera incluye la totalidad de construcciones humanas, desde las primeras herramientas hasta los últimos avances tecnológicos pasando por las infraestructuras, los mercados industriales, los distintos medios de transporte y todos los productos transformados. Así, los cambios del planeta se convierten en un reflejo de los cambios de nuestras sociedades humanas.
Estos espacios en perpetuo movimiento ilustran, asimismo, el fenómeno de la aceleración del tiempo y sus desviaciones en territorios en constante transformación, donde la eternidad solo se manifiesta a través del cambio (puesto que, sin movimiento, parece que no existe un devenir en la era del Capitaloceno). Los efectos extremos de la globalización reconfiguran hoy cientos de ciudades, convertidas en un escaparate del capitalismo salvaje. Es sorprendente, de hecho, el caos constante de estas ciudades; una revolución urbana a base de edificios que imponen una segregación socioespacial entre la densidad y el urbanismo vertical. Además, supone una visión del crecimiento urbano abstracto y descontrolado, donde cada ciudad se vuelve global, en movimiento y en constante cambio, atrapada en el ritmo desenfrenado e incontrolable de la urbanización impuesta por la globalización del capitalismo. Las fotografías cuentan con composiciones dominadas por la geometría que tienden a la abstracción, y las condiciones para definir lo abstracto son la propia característica de la aceleración del mundo. Por ello, la abstracción de la globalización y la racionalidad del capitalismo representan la abstracción de la realidad material asociada a un comercio mundial en el que el capital ha alcanzado la desmaterialización definitiva. Dichas abstracción y geometrización del espacio revelan el predominio de un pensamiento racionalizado, en el que la cuadrícula supone un punto de apoyo para una economía basada en procedimientos estándar optimizados. Este dispositivo formal se convierte, en efecto, en uno de los símbolos de los principios de la razón instrumental y la eficacia económica. De hecho, esta cuadrícula estructura y (re)actualiza las relaciones con el entorno y, al mismo tiempo, con el mundo. Al crear un espacio plano, liso e infinito, y en un momento en que a los seres humanos aún no parece importarles el destino catastrófico que están construyendo, las distancias desaparecen, cada posición vale por otra, las diferencias culturales se desvanecen, el individuo acaba alienado y su sociabilidad, empobrecida. Ante tal situación, urge poner fin a la lógica de destrucción que impera en el planeta para reinventar la cohabitación de los seres vivos a través de múltiples mundos entrelazados. Solo así se podrá superar la tensión entre el medio ambiente y el ser humano.
Alexandre Melay
Doctor en Artes, Estética y Teoría de las Artes Contemporáneas por la Universidad de Lyon. Artista e investigador diplomado por la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de Lyon. Profesor e investigador en la Universidad de Aix-Marsella, donde dedica su labor a la estética, el imaginario y la experiencia del Antropoceno. Su obra fotográfica examina el espacio-tiempo humano, las formas de la modernidad y los fenómenos de mutación propios de la era de la globalización. Asimismo, aborda temas y cuestiones sintomáticos de la época contemporánea, en la que se entremezclan ficción y realidad.
Página web: alexandremelay.com