La terapéutica farmacológica en el siglo XIX
El Eucaliptus globulus fue descrito por vez primera por Jacques J. Labillardière a finales del siglo XVIII en la narración que hace de su viaje a bordo de los buques Recherche y L´Esperance en busca de las huellas de Jean François de Galaup Lapérouse. En su relato se puede leer que quedó impresionado, costeando la tierra de Van Diemen o Tasmania, de unos gigantescos árboles en los que las primeras ramas aparecían a los 60 metros de la superficie de la tierra. Desde 1792, fecha del acontecimiento, no se volvió a hablar de este árbol ni se le buscó ninguna utilidad hasta bien entrado el siglo XIX, excepto la que le dieron los colonos australianos.

Aunque a principios del siglo XIX, A. Guichenot, botánico-jardinero del Jardin de Plantes llevó algunos ejemplares de eucaliptus desde Australia a Francia, no pasó de ser una curiosidad científica. El interés volvió de la mano de los botánicos; entre estos destacan Ferdinand von Müller, que nació en Rostock en 1825 y viajó por el sur de Australia entre 1848 y 1852. Entre sus obras está la que lleva por título Eucalyptographia (1879-1882).

La primera noticia de su introducción en España procede del catedrático de materia farmacéutica de la Universidad Central, Juan R. Gómez Pamo, quien se refiere a Mariano de la Paz Graells como el responsable. Según Pamo, parte de las semillas recibidas directamente de Australia se remitieron a diversas zonas: Anadalucía, Galicia, Valencia, Santander, etc. Entre los años 1864 y 1865 el Ministerio de Fomento encargó al Jardín Botánico de Valencia la siembra de semillas, tarea que coordinó el que entonces era su director y profesor de la Universidad, Rafael Cisternas. En el Botánico se plantaron varias macetas y a través de la prensa se invitó a jardineros, agricultores y aficionados a que recogieran algunas de éstas para su rápida expansión. En 1864 el entonces rector de la Universidad José Pizcueta mandó una carta a la Sociedad Española de Amigos del País, en Valencia, señalando que en agosto de 1864 había recibido del Ministerio de Instrucción Pública un paquete de semillas de Eucaliptus globulus y que las había plantado en el Jardín Botánico de la ciudad obteniendo cincuenta pies de este árbol . Adjuntaba unas cuantas unidades con la finalidad de que se hiceran plantaciones en distintos lugares y les ofrecía la colaboración del profesor Cisternas.

Los estudios de laboratorio comenzaron pronto. Sin embargo, un artículo aparecido en El Compilador Médico en 1865, en el que J. Teixidor daba la noticia de que un médico, José Tristany, lo había utilizado con éxito como febrífugo, se difundió con rapidez por toda Europa. Más tarde se vio que este uso no tenía justificación científica.

Algunos científicos, estimulados por esta acción, se lanzaron a buscar una sustancia equivalente a la quinina en las hojas, tronco y corteza del árbol. Otros, por el contrario, teniendo en cuenta que esta planta pertenecía al género de las mirtáceas, trataron de aislar y estudiar las sustancias atrapadas en las pequeñas vesículas del vegetal. Alrededor de 1865 el francés Ardisson dispuso del producto; Adrien Sicard, por su parte, llegó a resultados análogos. Habían aislado una especie de goma de color amarillento, de sabor amargo, metálico y astringente.
En 1870, el químico Cloëz presentó a la Academia de Ciencias los resultados de sus trabajos con el eucalipto. Según él la esencia estaba compuesta por clorofila, celulosa, aceite esencial, resina, tanino y sales calcáreas y alcalinas. Otros llegaron a semejantes resultados. Para los experimentos que los científicos hicieron con esta sustancia se elaboraron distintos tipos de preparados como extractos, tinturas, polvos de las hojas, etc., pero el más empleado fue la esencia extraída por destilación de las hojas y de la corteza.
El primer paso fue ver el efecto que tenía el eucaliptol sobre los animales de experimentación (perros, conejos, cobayas, pájaros y ratones). Rápidamente se supo que era un excelente antiséptico y antipútrido mejor que la trementina. Uno de los que más se ocupó del tema fue el médico francés Gimbert. Según él experimentó con el verdadero eucaliptol, semejante al alcánfor, de fórmula C24H20O2, y el Eucalipteno, de fórmula C24H18. La práctica totalidad de autores se refieren a este trabajo como punto de referencia. Llegó a la conclusión de que las acciones y efectos fisiológicos del eucalipto son parecidas a la de los todos los aceites esenciales y, especialmente, a los de la trementina. Tiene una acción local ligeramente irritante de la piel y de las mucosas y de las soluciones de continuidad. En la mucosa bucal produce un sabor aromático, picante, seguido de una sensación de frescura. Puede ser causa de una leve pesadez epigástrica, de sensación de calor y de algunos eructos. Se absorbe con rapidez y se elimina por el aparato respiratorio, con el sudor y con la orina. Dosis altas pueden ocasionar depresión del sistema nervioso. Asimismo posee propiedades antiparasitarias y antisépticas. Los vapores de la esencia, al penetrar directamente por inhalación en el conducto respiratorio producen sobre la mucosa bronquial efectos análogos a los vistos; a pequeñas dosis son agradables y a grandes dosis irritan y provocan tos.
Para Gimbert los resultados de estos experimentos orientaban el uso terapéutico de la sustancia. En su obra ofrece quince observaciones sobre el uso del eucalipto en quince casos clínicos. Por su acción sobre la sensibilidad refleja de la médula y sobre la respiración dice que alivia a los asmáticos Refiere que sería de gran ayuda en las algias o dolores reflejos, en las convulsionesy espasmos de la misma naturaleza como la tos, el coqueluche y la corea. Por su eliminación por vía urinaria lo hace útil para curar los catarros de esta mucosa y para facilitar la eliminación de urea, y por tanto, de especial interés en uremias, gota y reumatismos crónicos. Como estimulante de la circulación capilar, y debilitate de la tensión arterial, señala que ha sido empleado con éxito en los casos mórbidos de pulmón, y congestiones pasivas del cerebro. Por su poder antiséptico señala que ha ido bien en los casos de fiebres pútridas, supuraciones fétidas y llagas de mala naturaleza. En cuanto al uso del eucalipto contra las fiebres palúdeas, confiesa que no posee ninguna experiencia ni observación al respecto; sólo dice que ha tratado con éxito neurálgias intermitentes

El número de publicaciones sobre el eucalipto creció de forma espectacular durante unos años e incluso llegó a convertirse en una especie de panacea para curar muchas enfermedades. El tiempo, sin embargo, fue devolviendo al eucalipto a unos usos mucho más ajustados con base científica.