• Andrés Laguna (ca. 1510-1559)
  • Pedacio Dioscorides Anazarbeo acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos, Amberes, J. Latio, 1555. (en los comentarios al capítulo 109 del Libro primero dedicado al ébano)
Guayaco

"Hallándose muchas especies de Ébano, entre las cuales es una, y la más excelente aquel bendito y Santo madero llamado vulgarmente Guayaco, el cual por la divina bondad, y misirícordia, fue comunicado a los hombres. Porque dado que Dios todo poderoso, por nuestras maldades y excesos nos castiga con infinitas enfermedades, todavía como padre piadoso, para que no nos desesperemos, juntamente con cada una de ellas, nos da súbito el congruente remedio. Pues como sea así, que el grande y excesivo desorden de nuestros tiempos, haya aquistado un nuevo género de enfermedad contagiosa, llamada comúnmente mal de bubas, y no conocida de los antiguos, quiso aquel Protomédico excelentísimo y Rector del mundo universo, contra ella socorremos con esta nueva especie de Ébano, llamado leño de las Indias, del cual carecieron nuestros antepasados, para que él que con leño rescató nuestras ánimas, y se las quitó al Cerbero Can de entre las uñas y dientes, con leño reparase también las flaquezas y enfermedades de nuestros cuerpos. Así que no debemos quejamos de la naturaleza, pues aunque nos negó el Cinnamomo, y el bálsamo, medicinas muy exquisitas, que abundantemente concedió a los antiguos todavía nos recompensó con otras más valerosas, y a la salud humana mucho mas importantes, de las cuales ellos no tuvieron noticia, como es la Casiafístola, y el Reobarbaro y este leño santísimo que en expeler y exterminar todos las enfermedades frías, a cualquiera otro remedio hace muy gran ventaja. Porque no solamente se cura con aquella infección Francesa, tan odiosa al mundo universal, empero también para la hidropesía, para la cuartana, para todo género de opilacíones; para la gota coral, para el asma, y para el mal de vejiga y riñones, es un soberano remedio. Tráense comúnmente dos especies de leño índico: de las cuales la una es muy gruesa, y tiene el corazón negro, cercado de una circunferencia amarilla; la otra es sin comparación mas delgada, y así de dentro como de fuera, blanca, o por hablar más propiamente, cenicienta y pardílla. El leño de la segunda especie, es más agudo al gusto, más oloroso, y para el uso de la medicina, mucho más eficaz por ser más nuevo que el otro de la primera, el cual se ennegreció con los años. Según dicen los que vieron en las Indias este árbol, crece de la altura del fresno, y hácese lo más más, tan grueso como el cuerpo de un hombre. Produce las hojas anchas, cortas, recias, y semejantes a las del llantén. Sus flores son amarillas, y el fruto grueso, a manera de nueces, el cual afirma ser solutivo del vientre. Otros dicen que el leño Guayaco es una especie de box, y que no difiere de él, ni en fruto, ni en hojas; y a la verdad la madera del leño Guayaco, es maciza, pesada, y casi como aquella del box. Ha sido más que bestial descuido, el de los mercaderes indianos, que trayendo a Sevilla cada día navíos cargados del dicho leño, nunca se han acordado de traernos una vez, si quiera por muestra, un manojo de las hojas, y flores, en las cuales no es posible que también no se halle en virtud, para infinitas cosas. Procuraremos, pues, que el leño que queremos administrar sea nuevo, recientemente cortado, ceniciento por todas partes, entero, lleno, muy grave, no hendido, no tocado de corrupción o carcoma, sino muy resinoso, odorífero, mordiente a la lengua, y algún tanto amargo. De esta tal la corteza también suele ser preferida a la de todos los otros; la cual se debe arrancar del mismo árbol verde, y guardarse; porque la que se arranca del viejo, suele ser carcomida y sin fuerzas. Dase el agua del leño en muchas y muy variadas maneras. Empero el modo que yo sigo en administrarle a los que padecen el mal Francés, más frío que caliente, es éste. Tomo de aquel leño escogido y escofinado una libra. De la corteza dos onzas, de la raíz de la Aristilochia redonda pulverizada, media onza. De la Palomilla seca, media onza. Todas estas cosas las dejo en remojo un día natural dentro de XV libras de agua, en una olla vidriada, y muy bien cubierta. Pasadas XXIV horas, lo pongo todo a cocer a fuego manso y sin humo, meneándolo de rato a rato con una espátula hecha del mismo leño, hasta que se consuma la media parte; la cual consumida, se cuela el humor que queda y se guarda en un vaso de vidrio curiosamente tapadado. Acabado esto, se toma a echar sobre las mismas cosas ya una vez cocidas otra tanta cantidad de agua y se deja hervir, hasta que se gaste la cuarta parte. La cual gastada, se cuela el resto y asimismo el otro cocimiento se guarda. Danse comúnmente de aquel cocimiento primero caliente, nueve onzas a la mañana y otras tantas a las vísperas, desde las XII horas para que el enfermo sude con ellas. Del otro cocimiento segundo se bebe a comer y cenar y entre el día. Suelo también a los de complexión flaca y fría, en lugar de este cocimiento segundo, darles vino preparado en esta manera. Sobre todas aquellas cosas, antes que se hayan cocido, puestas en un barril, echo cuatro açumbres de muy buen vino blanco hirviente, y tapando la boca del vaso, lo dejo así tres días; los cuales pasados, cuelo el vino y le guardo, para que beban de él ordinariamente. Si alguna vez temo el calor del hígado, cuando se administra el primer cocimiento, en lugar de la Aristilochia, pongo un puño de las raíces de endivia y de lengua de buey y una onza de regalicia. Cuando quiero desinchar el vientre de algún hidrópico, o deshacer algunas opilaciones muy viejas, o provocar la orina, no mudo cosa ninguna; empero añado de las raíces de endivia, buglossa, hinojo perejil y apio, digo de las cortezas de cada una de estas raíces, una onza; de la corteza de la raíz de las alcaparras, del brusco y del tamarindo, de cada una dos dracmas Servirá también este cocimiento para deshacer el bazo crecido y exterminar la cuartana, principalmente si añadiéramos sobre las cosas dichas, dos onzas de muy escogida Sena, y una de la flor de borrajas Queriendo curar algún pstisico, sobre el leño y el Aristilochia, suelo añadir medicinas muy pectorales; conviene a saber, regalicia, pasas sin granos, higos negros, dátiles, cáscara de limón, azufaifas, piñones mundanos y la hierba llamada hisopo de cada uno una onza. Y después de hecho el cocimiento, y colado, le mezclo libra y media de buena miel, con la cual le tomo a cocer un poco, hasta que tome punto de un apocema muy claro. Podría yo nombrar mas de ocho ptísicos al presente, que arrancaban el pulmón a pedazos, los cuales con la ayuda de Dios todopoderoso, por medio de este jarabe fueron perfectamente restituidos. Escusado será aquí amonestar, que cada uno que toma el agua del leño, conviene sea purgado tres veces, quiero decir, una vez antes que conviene a hacer esta penitencia; otra pasados los quince días, y la tercera en la fin de los treinta cuando el citado queda absuelto de culpa y pena. El tiempo apto para tomar el agua de palo, es el de la Primavera y el del Otoño; porque tomándose en el Estío, inflama demasiadamente los cuerpos; y en el Invierno hace menor efecto, aunque todavía aprovecha, y jamás daña. Empero si fuéremos constreñidos administrarle en alguno de estos tiempos contrarios, templaremos los excesos de ellos con artificio; y mezclaremos con el leño en el invierno cosas muy calientes, así como en el Estío templadas. Lo que toca al modo de alimentar el enfermo, no soy de parecer de aquéllos que le consumen con dietas, los cuales junta mente con los dolores, extirpan muchas veces el ánima. Porque ponen en tan grande estrecho a los desventurados que cogen entre las manos, y los desecan en tal manera con la cruel abstinencia, que cuando los cuytadillos quieren después comer, no hay orden, faltándoles la fuerza para lo digerirlo, y el apetito para demandarlo. Entonces, pues, veréis los médicos muy turbados, y como rernordidos de la consciencia, andar muy diligentes y apresurados a majar y exprimir pechugas, destilar capones, y hacer instaurativos y consumados para embutir y empapuzar, cuando ya no hay remedio, al pobreto que enflaquecieron ellos mismos, y derribaron, por haber hecho escrúpulo de darle en su tiempo un huevo. Estos son los que infaman la medicina, por no saber usar de ellas. Estos los que a todas enfermedades, a todas naturas y complexiones, a todos sexos y edades, y, finalmente, en cualquier tiempo y sazón, administran el cocimiento del leño, preparado de una misma manera, ni más ni menos que el zapatero, que con una horma sola, suele hacer zapatos para todas diferencias de pies. Tomando, pues, al propósito de donde se desmandó nuestra plática, a los que hago tomar el agua del palo, desde el principio les doy a comer un pollo, pero pequeñito y asado; y con él sus pasas y almendras. Entre las otras dotes que se atribuyen al agua del leño, es ésta una, y no de pequeña importancia, que corrige el hediondo anhelito y para blancos los dientes".

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