Máscara de inhalación de Ochsner, que alcanzó gran difusión a finales del siglo XIX

 

 

Frasco de "Kelene" (cloruro de etilo), para anestesia local

 

A los cirujanos les quedaban por resolver todavía tres problemas: el dolor, la hemorragia y la infección.
El dolor comenzó a vencerse a mediados del siglo XIX con el uso de anestésicos generales mediante inhalación, como el éter, el óxido nitroso y el cloroformo. Uno de los iniciadores de estas prácticas fue el dentista norteamericano William T. G. Morton, quien en 1844 usó éter en su consulta y dos años más tarde se utilizó para extirpar un tumor del cuello en el Hospital General de Boston. La técnica se difundió rápidamente por todo el mundo, aunque no fue bien recibida por parte de algunos cirujanos. En 1847 el obstetra inglés James Y. Simpson, introdujo el cloroformo que acabó provocando serios accidentes en algunos casos. Con el tiempo fueron incorporándose otros anestésicos generales administrados por inhalación o por otras vías como la intravenosa, la intrarraquídea, etc., así como sustancias que actuaban de forma local. Asimismo, las técnicas y los aparatos de administración mejoraron de forma extraordinaria. Con los anestésicos fue posible realizar intervenciones que antes no podían hacerse y, sobre todo, el cirujano ganó algo de extraordinario interés: tiempo.

Inhalador de Ombedanne, para anestesia quirúrgica

 


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