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EL SUICIDIO
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Recordemos que hemos definido una persona como un ser racional con voluntad y cuya voluntad acepte someterse al dictado de la razón a la hora de conciliarse con las voluntades de las demás personas. El concepto de "respeto" en sentido estricto sólo puede aplicarse a seres con voluntad, pues "respetar" no puede ser más que "respetar una voluntad", y las condiciones adicionales que exigimos a una persona son las necesarias para que ese respeto sea éticamente exigible. Ahora bien, indirectamente, podemos hablar de respeto a otros objetos que no son personas entendido como una forma indirecta de respetar a una persona. Así, respetar una casa es tratarla como su dueño quiere que se la trate, es decir, respetar la voluntad de su dueño con respecto a ella. Pero nada distinto de una persona puede ser digno de respeto en sí mismo, de forma absoluta. En otras palabras: sólo las personas tienen dignidad.

¿Qué sentido tendría respetar una casa sin dueño y sin nadie a quien le importe? No decimos que no haya necesidad de respetar tal casa, sino que no significa nada respetar tal casa. Alguien podría decir que si la cuidamos y la reparamos la estamos respetando, mientras que si la derribamos no la estamos respetando, pero eso es poco menos que humanizar la casa, tratarla como si fuera un ser con voluntad propia e instinto de conservación. Una casa que no le interesa a nadie no es diferente en nada a una piedra, y nadie diría que partir una piedra en dos es faltarle al respeto.

Una persona sólo puede perder su dignidad, es decir, su derecho a ser respetada, en la medida en que deje de ser persona, mientras que cualquier cosa que merezca respeto indirectamente por el valor que tiene para una persona perderá ese "derecho" a ser respetada tan pronto como la persona en cuestión cambie de idea y deje de valorarla. Esto vale en particular para la vida humana. Por regla general, lo que más valora un ser humano es su propia vida, y es por esto que, por regla general, la vida de una persona es una de las cosas que las demás personas deben poner más celo en respetar, por el inmenso valor que tiene para su "dueño", si podemos decirlo así. Ahora bien, es absurdo o, más bien, dogmático, fetichista, atribuir una dignidad a la vida en sí misma. El respeto que merece una vida humana es, como no podía ser de otro modo, relativo, y dicho mérito puede perderse de dos maneras:

En primer lugar, puede perderse porque el "dueño" de la vida pierda su dignidad, es decir, deje de ser persona. Esto sucede, por ejemplo, si amenaza con matar a otra persona y acabar con su vida resulta ser la única forma, o la más segura, de evitar el asesinato. Matar para evitar un asesinato no es malo. Si la vida tuviera dignidad en sí misma, tendríamos que explicar por qué una vida pierde su dignidad justamente cuando su "dueño" pierde la suya, y nos encontraríamos con un sorprendente paralelismo tan difícil de explicar como el que se encuentran quienes pretenden sostener que cuerpo y alma son cosas distintas.

En segundo lugar, puede perderse aunque el "dueño" de la vida conserve su dignidad (lo que supone conservar su carácter de persona y, en particular, su uso de razón) pero decida que ya no valora su vida y quiera desprenderse de ella, es decir, quiera suicidarse.

Dejemos de lado el caso relativamente frecuente de un ser humano que, en un arrebato, decide quitarse la vida, pero que, después de que alguien se lo impida, recapacite y se arrepienta de su intento. El caso que tiene interés aquí es el de una persona que, en pleno uso de sus facultades mentales y tras una meditación seria, llega a la resolución firme de que quiere morirse. Afirmamos que, en este caso, respetar a tal persona es permitir que se suicide, o incluso ayudarla si no es capaz de hacerlo por sí misma, mientras que impedirle el suicidio es una falta de respeto, un atentado contra su dignidad, por no decir un insulto execrable.

Por fijar ideas, antes de discutir las afirmaciones precedentes, vamos a poner algunos ejemplos en los que podría darse esta situación:

  1. El caso más típico: una persona ha sufrido un accidente y se ve condenada a no poder moverse el resto de sus días, y ante esta situación decide que prefiere morirse.
  2. Una persona acostumbrada a un alto nivel de vida ha caído en la ruina, ve que no tiene forma de librarse de una vida de mendicidad y, ante esta tesitura, prefiere morir antes que vivir en la miseria.
  3. Una persona ama a otra que morirá si no recibe urgentemente un transplante de corazón, se informa de que es imposible obtener un corazón en el tiempo disponible, y decide que prefiere morir para que la persona a quien ama reciba su corazón y pueda vivir.
  4. A un joven astronauta de veinte años se le ofrece la oportunidad de participar en una misión espacial que le permitirá visitar los confines del sistema solar en un viaje que durará unos veinte años, pero llegado ese punto su nave se quedará agotada y sin capacidad de regresar a la Tierra, por lo que su única opción será suicidarse a los cuarenta años. Se informa de que la posibilidad de un viaje similar "de ida y vuelta" no se dará hasta por lo menos dentro de cuarenta años, y para entonces será demasiado viejo para poder participar, así que decide que prefiere morir joven y vivir esa aventura antes que vivir más tiempo renunciando a ella.

La pregunta es: ¿por qué una persona en cualquiera de estas situaciones o en muchas otras no debería suicidarse si ésa es su voluntad? La situación es muy simple: como hemos recordado, ser una persona es la condición necesaria y suficiente para merecer respeto (necesaria porque sin ella el respeto carece de sentido o es inviable, y suficiente porque, si es posible respetar a una persona, no hay razón para no hacerlo). Cuando una persona desea suicidarse y alguien se plantea impedírselo, su dilema es si respetar a una persona (lo cual es un deber ético) o si respetar una cosa, en este caso una guarrada de reacciones químicas, pues una vida no es más que eso. Y no hay duda de cuál es la respuesta racional: las personas tienen dignidad, las reacciones químicas guarras no, luego no tiene sentido respetarlas a no ser que sirvan de soporte a una persona y ésta les tenga aprecio, que es lo más habitual.

Alguien podría objetar que una persona que desea morirse no está bien de la cabeza, es decir, se está comportando irracionalmente y, por consiguiente, no es una persona, luego no hay por qué respetar su deseo de morir. Aquí es importante recordar que hemos descartado el caso de alguien que quiere suicidarse por un arrebato pasajero, cosa que no es fácil de determinar a primera vista. Ciertamente, si una persona ve a otra intentando suicidarse, hará bien en impedírselo para averiguar si lo hace en estado de enajenación mental. Incluso sería razonable que, en el contexto de un Estado de Derecho, el suicida debiera ser examinado por un juez o un psicólogo antes de que se le concediera el permiso de suicidarse. También sería razonable que se intentara convencerlo de que puede estar a gusto con su vida si se lo propone, pero, una vez garantizada la cordura y la determinación del suicida, ¿qué razón hay para impedirle suicidarse?

Sería falaz afirmar que el mero hecho de querer morirse ya es en sí mismo una prueba de locura. Recalquemos que desear morir es igual de irracional como desear vivir o como desear practicar el alpinismo. No tiene sentido decir si la voluntad de morir en cualquiera de los ejemplos anteriores es racional o irracional (o, si se prefiere, sí que tiene sentido y la respuesta es que es necesariamente irracional), pero desear algo (necesariamente de forma irracional), como desear tomarse un helado o desear morirse, no es en absoluto un signo de locura. Tener deseos diferentes a los de la mayoría no es estar loco. Un loco es alguien cuyo uso de la razón es extremadamente deficiente (porque si quitamos lo de "extremadamente" casi toda la humanidad estaría loca). Estaría loco alguien que quisiera morirse porque estuviera persuadido de que unos extraterrestres le han implantado un dispositivo que haga que, cuando muera, su espíritu se teletransporte al planeta Melmak. Una cosa es que un deseo sea necesariamente irracional y otra muy distinta que esté motivado por una creencia irracional. Casi todo el mundo tiene creencias irracionales, y sólo se consideran patológicas las que impiden llevar una vida normal, lo cual incluye el deseo de morir. Alguien que desee morir por una creencia irracional puede considerarse loco, pero no es el caso de ninguno de los ejemplos anteriores ni de muchos otros que cabe imaginar. No obstante, ha habido en la historia muchas personas que han decidido morir por creencias irracionales y no se las trata de locas, sino de mártires.

Si en cualquiera de los ejemplos anteriores —o, en general, en cualquier circunstancia en la que una persona desea morir— alguien sostiene que el suicidio sería inmoral y, más aún, que es lícito impedir que se suicide, o que es ilícito ayudarle a hacerlo, está diciendo que tiene alguna clase de teoría en virtud de la cual la convicción que tiene esta persona de que el valor de su vida está supeditado a su voluntad es una falacia. Le está diciendo: tú crees que tienes derecho a morir, pero lo que tú pienses da igual, aquí se va a hacer lo que yo pienso que hay que hacer, y no voy a dejar que te suicides. ¿Con qué derecho, con qué razón, la voluntad del que no quiere dejar que se suicide puede imponerse a la voluntad del que quiere suicidarse?

La respuesta es que con ninguno: si admitimos que una persona no deja de ser persona (necesariamente) por el hecho de querer suicidarse, debemos concluir que no hay ninguna diferencia ética entre matar a una persona que no quiere morir e impedir que muera una persona que quiere morir. En ambos casos, ello supone que la voluntad de dicha persona está siendo anulada por la voluntad de otra, necesariamente a través de la fuerza bruta. Es sustituir la razón por la fuerza, y ese actuar irracionalmente en lugar de lo que podría ser actuar racionalmente, esa irracionalidad es la inmoralidad, pues "inmoral" es sinónimo de contrario a la razón. Así pues, quien impide morir a una persona que lo desea, es exactamente igual de vil, de brutal, de despreciable, que un asesino, porque está haciendo exactamente lo mismo que hace un asesino: disponer de una vida ajena según su propia voluntad o conveniencia, pisoteando así la dignidad de su víctima en un asunto de capital importancia para ella, está cometiendo una inmoralidad idéntica en naturaleza y en gravedad al asesinato de alguien que no quiere morir.

La aclaración siguiente no debería hacer falta, pero la haremos por si acaso: Afirmar —como afirmamos— que una persona en los casos 1 y 2 tiene derecho a morir no tiene nada que ver con afirmar —como jamás afirmaríamos— que lo mejor que puede hacerse con una persona que no puede moverse de por vida o con una persona en la miseria es matarla. Un mendigo que, pese a sus circunstancias, no quiere morir, tiene tanto derecho a la vida como la reina de Inglaterra, pues, a efectos de lo que nos ocupa, el mendigo y la reina son personas en las mismas circunstancias: ambas quieren vivir. Tan inmoral sería matar a uno como matar a la otra. Nadie está juzgando si la vida en una silla de ruedas o la vida de mendigo es más o menos digna que la vida de una reina. Mejor dicho, sí lo estamos juzgando, pero no en general, sino en cada caso particular: la vida de un mendigo que desea vivir es una vida digna (digna de respeto como consecuencia de la dignidad del mendigo), mientras que la vida de un mendigo que no quiere vivir no es una vida digna, no por ser la vida de un mendigo (eso es irrelevante), sino por ser la vida de alguien que —en pleno uso de razón— no quiere vivir.

Ya hemos señalado que cualquier intento de imponer una "teoría pseudoética" para impedir que alguien se suicide es a priori un insulto a la dignidad de las personas (no el sacarla a debate, sino el imponerla), pero, de todos modos, vamos a discutir los argumentos más frecuentes que suele oírse al respecto:

Descartamos el dogma descarado: no debes suicidarte porque tu vida no te pertenece, sino que le pertenece a Dios. Esto es descaradamente insultante: ningún creyente aceptaría jamás que se le impusiera un dogma de otra religión distinta de la suya. ¿Cómo pretende, entonces, un creyente tratar de someter una voluntad ajena a la suya propia basándose en un dogma de su religión? ¿Quién es nadie para obligar a otro a obedecer la voluntad de un Dios de dudosa existencia y, más aún, de dudosa moralidad? En cualquier caso, da igual: el argumento es dogmático y, por consiguiente, apoyarse en él es necesariamente inmoral. No es necesario ahondar más en el asunto.

Hay mucha gente que, sin relacionarlo con ninguna creencia religiosa, afirma convencida, e incluso ufana, que la vida humana es sagrada, que es inmoral atentar contra ella en cualquier caso, incluso contra la vida propia. Éste es uno de esos principios sacados de la ética-de-boy-scout, que a menudo sirve de guía debido a que, a menudo, las personas quieren vivir, con lo que es indistinto poner el énfasis en algo concreto y fácil de entender hasta para las mentes más obtusas, como es que hay que respetar la vida, en lugar de en algo mucho más sutil y difícil de entender para algunos, como es que hay que respetar a las personas. ¿Pero qué confiere ese carácter sagrado a la vida humana?

Ya hemos señalado que la vida, humana o no, no es en sí misma más que una guarrada de reacciones químicas. Si no atendemos más que a la vida en sí, que un trozo de materia esté vivo o muerto o que pase de un estado a otro no es más relevante que si está caliente o frío, o si cambia de temperatura. Lo que hace que tanta gente sobrevalore dogmáticamente la vida, hasta el punto de atribuirle fetichistamente una dignidad en sí misma, un derecho absoluto de ser respetado, es que la vida es capaz de sustentar conciencias, que a su vez constituyen personas que a su vez quieren vivir, es decir, que tienen su propia vida en la más alta estima, lo cual es absolutamente legítimo, y a su vez es el fundamento de que las demás personas estén moralmente obligadas a respetar las vidas ajenas.

Nos apresuramos a hacer otra aclaración que debería ser innecesaria para cualquier lector de buena fe, pero que hacemos por si acaso: hemos afirmado que la vida no tiene ningún valor en sí mismo, de modo que no hay ninguna razón para respetar la vida de un ser humano por el mero hecho de que esté vivo (si por eso fuera, sería igual de malo matar a una hormiga que a un ser humano, pues ambos están vivos), pero esto no significa que cualquiera puede matar a quien quiera arguyendo que está destruyendo algo sin valor. Insistimos en que si una vida tiene valor para una persona (su "dueño"), entonces no respetar esa vida es no respetar a su dueño y, si dicho dueño es una persona, entonces el asesinato es inmoral.

Esto nos lleva a un argumento más sutil en contra del suicidio:

A está enamorado de B y B quiere suicidarse. A puede argumentar entonces que, del mismo modo que destruir la casa en que vive A sería una falta de respeto hacia A y, por consiguiente, inmoral, ya que A concede un gran valor a su casa, igualmente matar a B sería una falta de respeto hacia A, por el mismo motivo.

Más en general: si una persona puede convertir a un objeto en digno de respeto por el mero hecho de apreciarlo, entonces el respeto a una vida no tiene por qué provenir necesariamente de la persona que sustenta, sino de cualquier otra persona. Es concebible que se den casos en los que una persona no deba suicidarse en virtud de algún compromiso adquirido: Si un suicida tiene una familia con la que tiene unas responsabilidades y, con su suicidio, va a perjudicar a quienes dependen de él, ciertamente, el suicidio puede ser inmoral (habría que analizar cada caso en concreto), pero por el mismo motivo sería inmoral que abandonara el hogar familiar y se fuera a otro país sin dejar rastro. Estos casos particulares son tanto un argumento en favor de la inmoralidad del suicidio como en favor de la inmoralidad de los viajes al extranjero. Por otra parte, también puede ocurrir que, con el suicidio, alguien pueda aliviar, en lugar de complicar, la situación de su familia. Esto no ha de entenderse como una recomendación de solucionar los problemas suicidándose, sino que únicamente estamos señalando que el argumento puede no ser válido en casos muy similares. Por otro lado, aun admitiendo que, al suicidarse, alguien pueda causar un dolor a su familia, esto no es concluyente, pues también puede causar un dolor presentando una solicitud de divorcio, y ello no vuelve inmorales las solicitudes de divorcio.  En algunos casos un suicidio puede ser egoísta, pero no inmoral, si bien no es menos cierto que un suicidio puede ser altruista, como el del ejemplo 3.

Ahora bien, volviendo al argumento de A y B en toda su generalidad, en él se plantea un conflicto de carácter mucho más amplio: no es razonable que una persona pretenda que se respete su valoración sobre cualquier objeto que se le antoje. Por ejemplo: no es razonable que yo diga que, como me gusta el coche que se ha comprado mi vecino, éste debe respetarme dejándome usarlo cuando yo quiera. Es evidente que el conjunto de cosas sobre las que una persona puede aspirar a que se respete su voluntad ha de ser determinado mediante un consenso con las demás personas, y es evidente que la voluntad de una persona no puede estar en el conjunto de "cosas" sobre las que otra puede aspirar a ejercer su autoridad. Es absurdo proponer que B deba hacer esto o lo otro porque a A le complacería que lo hiciera, y que de no hacerlo le estaría faltando al respeto. Ello significaría que respetar a A sería no tener en cuenta para nada la voluntad de B, lo cual es insostenible, pues es tanto como reducir a la nada la dignidad de B. Así pues, cualquier consenso racional que fije concretamente el conjunto de objetos sobre el que una persona puede reclamar que se respete su voluntad no puede estipular que éste incluya la voluntad de ninguna otra persona y, en particular, nadie puede reclamar por respeto a su dignidad que otra persona no se suicide. Si así fuera, por el mismo motivo habría que admitir este razonamiento obviamente absurdo, pero ni mejor ni peor que el precedente:

A está enamorado de B, que se ha quedado tetrapléjico y A no soporta verlo en lo que considera un estado de vida lastimoso. Por ello, A le dice a B que debe suicidarse, porque A lo ama y quiere lo mejor para él, y considera que en estas circunstancias lo mejor para B es que se suicide, aunque B no comparta su opinión.

Del mismo modo que es absurdo (es decir, inmoral) que una persona A reivindique un presunto derecho a matar a otra B "por su bien", o porque le duele mucho verla en un determinado estado, no es menos absurdo que una persona A reivindique un presunto derecho a impedir que B muera "por su bien", o porque le dolería mucho verlo muerto.

Habrá quien se niegue a aceptar el suicidio porque no puede comprender que alguien quiera suicidarse. Esto es otro ejemplo de prepotencia: ¿quién se cree que es una persona para pretender que nadie haga nada que ella no sea capaz de entender? El respeto a la dignidad humana ha de ser absoluto, y no puede estar supeditado a que los criterios de una persona sean comprensibles para otra. Una persona estaría legitimada a usar la fuerza para impedir que otra se suicide de forma temporal, hasta que se persuada de que el suicida es dueño de su mente, pero esto no es lo mismo que compartir o, siquiera, comprender su postura. Es inmoral decirle a alguien: no voy a dejar que te suicides mientras no consigas que entienda tu actitud.

Aunque sea una cuestión menor, diremos algo sobre la actitud de determinadas personas que censuran el suicidio calificándolo de cobarde, egoísta, etc. Sin duda alguna, habrá personas que han llevado una vida cobarde y egoísta, y que la han culminado con un suicidio no menos cobarte y egoísta, pero también habrá quien conserve la vida por cobardía, por miedo a la muerte, y quien merezca todo el respeto, e incluso la admiración, por tener la madurez necesaria para disponer racionalmente de su propia vida y ponerle fin en el momento en que es más sensato hacerlo. Decíamos en su momento que el mejor cuerpo de doctrina ética que ha desarrollado la sociedad occidental no está en los escritos de ningún filósofo, sino en las películas "típicas" de Hollywood, y un ejemplo muy ilustrativo en el asunto que nos ocupa se encuentra en el clásico Quo Vadis?, en el que podemos estudiar dos suicidios arquetípicos opuestos entre sí: el de Petronio y el de Nerón.

Siempre según el argumento de la película, Nerón es un ser patético. Es el hombre más poderoso del mundo y su personalidad es débil, es una marioneta en manos de todos los que lo rodean y saben tratarlo. Es estúpido, sin el menor sentido del gusto, ególatra, despiadado e infantil. Por el contrario, Petronio es inteligente, culto, con un exquisito sentido del buen gusto, y se las ingenia para manipular a Nerón y evitar en lo posible sus desmanes. Sin embargo, en uno de sus duelos dialécticos con el emperador, involuntariamente, le sugiere la idea de incendiar Roma. Cuando se da cuenta intenta hacerle cambiar de idea, pero no lo consigue y termina cayendo en desgracia. Cuando comprende que no pasará mucho tiempo antes de que el emperador ordene que lo maten, Petronio decide poner fin a su vida dignamente: le envía a Nerón una deliciosa y mordaz carta en la que le dice abiertamente lo que siempre ha pensado de él y luego se corta las venas. Cuando Nerón lee la carta manda matar a Petronio y, al enterarse de que se ha suicidado, monta en cólera por haberle privado del placer de matarlo. Petronio muere serenamente, tras haber dado una fiesta de despedida a sus amigos, con estoicismo, triste por tener que morir, pero satisfecho de ser él y no Nerón el que decide cuándo y cómo ha de morir. Petronio opta valientemente por una muerte elegante anticipada frente a la muerte miserable que tendría si apurara su vida hasta el último segundo. Pero lo más notable es que el guión de la película así lo transmite, es decir, que el suicidio de Petronio es presentado como un acto valiente y digno, destinado a obtener la aprobación del espectador. En el fondo, el suicidio de Nerón podría considerarse análogo al de Petronio, pues si éste se suicida para anticiparse a la muerte que le reserva Nerón, el emperador se suicida para evitar ser linchado por la multitud furiosa por el incendio de Roma. Sin embargo, su actitud es completamente distinta: Nerón no tiene la madurez necesaria para enfrentarse a la muerte: para empezar, ha de ser su ex-esposa Actea la que lo convenza de que es más digno clavarse un puñal que no caer en manos de la turba que está a punto de encontrarlo y, en segundo lugar, aunque finalmente se decide a suicidarse, no tiene la fuerza de voluntad necesaria para ello, y termina suplicándole a Actea que sea ella la que empuje el puñal sobre su pecho, con lo que definitivamente destruye el menor atisbo de dignidad que podría haber tenido su suicidio.

Según la legislación de la mayoría de los países modernos, Actea cometió dos delitos penados con varios años de cárcel: inducir al suicidio de Nerón y ayudarlo a cometerlo. Sin embargo, el suicidio era lo más sensato que se le podía recomendar a Nerón en sus circunstancias, por lo menos si éste hubiera tenido el aplomo necesario para enfrentarse a la muerte con dignidad, y ayudarle a cometerlo fue un acto de caridad que sólo se explica por que Actea amaba a Nerón, ya que de no ser así cualquiera habría mandado a hacer gárgaras a un ser tan cobarde que no le llegaba a Petronio a la suela de las sandalias. Y es que, tristemente, entre los restos de la Edad Media que todavía se hallan presentes en las legislaciones de los países civilizados, se encuentra la negación del derecho de disponer de la propia vida. Esto no es particularmente grave en la mayoría de los casos, pues no hay delito más fácil de cometer que el de suicidio (aunque una ley que lo consintiera ayudaría a evitar que algunas personas tuvieran que elegir formas penosas de quitarse la vida), pero es especialmente sangrante cuando el suicida no es físicamente capaz de quitarse la vida por sí mismo. Son estos casos los que vuelven la legislación al respecto claramente injusta y vergonzosa, pues en el fondo no hace sino legitimar una forma de esclavitud:

Sujeción excesiva por la cual se ve sometida una persona a otra, o a un trabajo u obligación. (RAE)

Pero el pensamiento medieval viene retrocediendo desde la Edad Media. Cabe esperar que algún día desaparezca del todo.

En la discusión de este ejemplo hemos admitido sin más una cuestión que no tiene que ver propiamente con la Ética, sino más bien con la estética, y es la cuestión de que es más digno suicidarse que dejarse matar por otros (al menos, si eres capaz de suicidarte dignamente como Petronio). Esto no es relevante para lo que aquí estamos discutiendo. Una persona que desea suicidarse no necesita justificar sus motivos para que se le reconozca su derecho. (A lo sumo, deberá dar pruebas suficientes de estar en pleno uso de sus facultades mentales.) Estos motivos serán necesariamente irracionales y, ¿por qué no? bien pueden ser de índole estética. Lo que sigue no pretende ser una argumentación racional destinada a justificar el derecho al suicidio (eso ya ha sido suficientemente justificado) ni, en particular, convencer a nadie de nada, sino que es tan sólo la descripción de una forma de ver las cosas, sin más propósito que reclamar hacia ella el mismo respeto que merece cualquier otra forma éticamente correcta de ver las cosas.

Todo el mundo estará de acuerdo en que esforzarse por ganar dinero no es malo, pero, probablemente, muchos coincidirán en que si alguien se desvive por ello, si lleva una vida miserable para acumular más dinero del que nunca podrá gastar, su vida se convierte en un sinsentido. Disfrutar de la comida no es malo, pero ser incapaz de parar de comer hasta poner en peligro la salud es una insensatez. Observemos que no podemos decir que ninguna de estas dos actitudes sea errónea desde un punto de vista racional. No es posible "demostrar" que quien obre así está equivocado. El deseo es necesariamente irracional. Si alguien juzga que es mejor distinguir entre previsión y avaricia o entre apetito y gula, está en su derecho de vivir con moderación, pero si alguien disfruta siendo avaro o insaciable, mientras lo haga sin dañar a nadie, también está en su derecho. Por otro lado, cualquiera es libre de contemplar ambas opciones y juzgar subjetivamente que la primera es, en cada caso, más elegante que la segunda, lo cual sólo significa que, a quien piense así, la moderación le suscita simpatía y el exceso le suscita lástima.

Pues lo mismo puede plantearse para la vida en sí. ¿Por qué la moderación que suele ser bien vista para cualquier apetito no va a serlo para el propio apetito de vivir? Alguien que haya llegado a un estado en el que no puede disfrutar normalmente de la vida (un anciano que no pueda valerse por sí mismo ni hacer las cosas que le gustaba hacer, un enfermo crónico que ve cómo las personas que le rodean tienen que renunciar a disfrutar de sus propias vidas por cuidarlo a él, alguien que sabe que le espera una muerte indigna, como Petronio o Nerón en la película, etc.) ¿no hará bien en juzgar que seguir viviendo es un exceso, como lo es la avaricia o la gula?

Antes de seguir es crucial dejar clara una cosa: Estamos planteando esto como una reflexión que podría hacerse la persona en cuestión, y nunca otra persona en su lugar. Sería una inmoralidad que otro decidiera que tal persona es un estorbo y que es mejor quitarla de enmedio. No nos cansaremos de insistir en que el único que tiene derecho a valorar la vida de una persona es ella misma. Ahora bien, no es lo mismo recomendar que no coma a una anoréxica que a alguien con obesidad mórbida. Sería indigno acusar a alguien que recomienda no comer a alguien con un exceso de peso enfermizo de que lo hace para ahorrarse el dinero que le cuesta su alimentación. Aunque podría darse el caso, lo usual sería que lo hiciera pensando en el bien de la persona en cuestión y, en cualquier caso, en la medida en que dicha persona sea tal, es decir, en la medida en que se encuentre en pleno uso de sus facultades mentales, la sugerencia de ponerse a dieta no puede ser más que una sugerencia, pues la decisión final la tendrá que tomar ella misma.

Del mismo modo, aquí estamos planteando que es dogmático aceptar que lo mejor que puede hacer una persona en cualquier situación es tratar de que su vida se prolongue todo lo posible, y que sugerirle a una persona en un momento dado que tal vez le convendría más suicidarse, puede ser un consejo de la misma naturaleza que el de sugerirle a un avaro que deje de obsesionarse por ganar dinero a toda costa. Morir puede ser más elegante que vivir (en determinadas circunstancias), y apreciar a una persona no significa necesariamente desear que viva lo más que pueda, igual que tampoco significa desear que gane todo el dinero que pueda, no cuando vivir se convierte en un sinvivir, en un exceso. Naturalmente, si alguien persuade a otra persona para que se suicide sin sólidas razones para ello, está cometiendo una inmoralidad de la misma naturaleza que persuadir a alguien para que se vuelva anoréxico o para que ingrese en una secta destructiva, sólo que mucho más grave por la irreversibilidad de las consecuencias.

La Ética y el Derecho
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