YO |
---|
Los filósofos antiguos filosofaban sobre el mundo discutiendo
sobre la naturaleza de las cosas, sobre qué son los cambios,
sobre qué sustancias componen la materia, etc., pero no se daban
cuenta de que todas sus disquisiciones, por sutiles que pudieran llegar
a ser, partían de muchos supuestos que en ningún momento
se paraban a analizar. Si comparamos la filosofía con la
geometría, entre los filósofos griegos no hubo
ningún Euclides que se detuviera a investigar y exponer con
claridad los principios de la teoría del conocimiento. El primer
filósofo que dio el primer paso en esta dirección fue
Descartes.
Descartes comprendió que cualquiera de los hechos que damos
por supuestos sobre el mundo podría estar equivocado,
podría ser un dogma introducido subrepticiamente en nuestro
modelo racional del mundo, por lo cual se impone revisar
sistemáticamente todos estos hechos que a menudo se aceptan como
producto del "sentido común", a pesar de que muchas veces
pretendemos darles un alcance muy superior al que el sentido
común puede avalar. La filosofía requiere un
análisis similar, salvando las distancias, al que supone
axiomatizar las matemáticas en general o, por trabajar con un
ejemplo más sencillo, la geometría en particular: Se
trata de ordenar los hechos conocidos deduciendo unos de otros y
aislando aquellos que a su vez no pueden ser deducidos de otros
más elementales, lo que brinda a la razón la oportunidad
de decidir si son aceptables como premisas o si, por el contrario,
deben ser descartados como dogmas.
Observemos que no estamos hablando de reconstruir el proceso
psicológico por el que, desde la infancia, vamos adquiriendo
nuestro conocimiento sobre el mundo, sino de diseñar un orden
lógico para nuestro conocimiento del mundo. Por ejemplo, cuando
se le enseña geometría a un niño no se sigue un
método axiomático lógicamente riguroso, al
contrario, se induce al niño a aceptar irreflexivamente una
serie de hechos fáciles de entender. Algo similar sucede cuando
un niño empieza a formarse una idea del mundo que le rodea. No
nos interesa determinar cómo se convence a un niño de que
el mundo
es como es, sino cómo se convence a un ser racional, en
particular con voluntad de no aceptar dogmas, de que el mundo es como
él ya sabe que es.
Este proceso de cuestionar todo lo conocido para legitimarlo es lo
que se ha venido en llamar duda
metódica, que debe distinguirse bien de la duda sistemática, propia del
escéptico, que empieza dudando y sólo concluye que duda.
Por ejemplo, cuando un geómetra cuestiona el teorema de
Pitágoras no lo hace porque dude de que es cierto. Probablemente
se lo enseñó (sin demostración) un profesor cuando
era niño y no tiene motivos para pensar que su profesor le
engañara. Lo que busca el geómetra es la
demostración, no para quedarse más tranquilo, sino como
parte del proceso de axiomatización de la geometría. Toda
axiomatización resulta de un proceso de duda metódica que
da lugar a su vez a un proceso deductivo inverso desde las conclusiones
hasta las premisas últimas que la teoría estudiada
requiere como axiomas.
En su búsqueda de un principio que pudiera tomar como
evidente, que la razón pueda afirmar como indudable sin que
pueda ser tachada de dogmática, Descartes llegó a su
celebérrimo pienso, luego
existo. El "luego existo" es secundario, puede considerarse como
una consecuencia lógica de lo que entendemos por "existir" (no
vamos a entrar en esto ahora). Lo importante es que puedo afirmar sin
riesgo de error que yo pienso. ¿Cómo sé esto?
Antes de analizarlo, conviene que entendamos la importancia de este
análisis: El mayor esfuerzo que tiene que realizar la
razón es detectar y erradicar dogmas, para lo cual debe aprender
a distinguir los dogmas de las afirmaciones que legítimamente
puede aceptar como principios, pero para ello es necesario a su vez que
aprenda a reconocer éstas últimas, que se forme una idea
clara de qué circunstancias legitiman un principio, y nada mejor
para empezar que analizar qué legitima a un principio tan claro
como que yo pienso.
Descartes argumenta que, aunque pudiera existir un "geniecillo
maligno" (que podría entenderse como la versión
cartesiana de Matrix),
dedicado a confundirme y hacerme creer falsedades, jamás
podría hacerme creer que pienso si no pensara realmente: para
estar equivocado en cualquier cosa es necesario pensar. Observemos que
no hay ningún motivo a priori para que deban existir
necesariamente seres pensantes, pero un ser pensante no puede dudar de
que existe un ser pensante (él mismo). Vemos así que un
ser pensante (racional) está legitimado a afirmar ciertos hechos
que, a pesar de no ser identidades lógicas, es inconcebible que
sean falsos. A las afirmaciones de este tipo (de las que hasta ahora
conocemos un único ejemplo: yo
pienso) podemos llamarlas afirmaciones
trascendentales, para distinguirlas de las afirmaciones lógicas, como "Dios existe salvo que no exista",
y de las afirmaciones
empíricas, como "el
cielo es azul".
Conviene destacar que, aunque, ciertamente, puedo contar a mis pensamientos como parte de mis experiencias, la afirmación "yo pienso" no es empírica. Las afirmaciones empíricas son falseables: el cielo es azul, pero podría haber sido rojo. Si sé que es azul y no rojo es porque lo he visto, pero, a priori, nada impide que la experiencia me hubiera dicho que el cielo es rojo y no azul. En cambio, aunque entre mis experiencias se encuentran mis propios pensamientos, es inconcebible que pudiera tener la experiencia de no pensar (no de no pensar nada en un momento dado, sino de no poder pensar). Ésta es precisamente la razón por la que las afirmaciones trascendentales no pueden ser tenidas por dogmas: la razón puede aceptarlas porque no hay alternativas: o eso o nada.
Quizá esto se entienda mejor si pensamos en otro ejemplo de afirmación trascendental. Descartes podría haber dicho perfectamente percibo, luego existo. En efecto, que yo tengo percepciones es algo tan incuestionable como que puedo pensar. No es posible asegurar a priori que existen seres capaces de percibir. De hecho, tengo motivos para dudar de que cualquier ser humano distinto de mí mismo sea capaz de tener percepciones, no en el sentido de que reaccione ante su entorno, sino de que vea colores y oiga sonidos como yo lo hago. Así pues, yo percibo no es una afirmación (producto de la) lógica. Pese a todo, un ser racional capaz de percibir no puede concebir la posibilidad de que realmente no perciba. Otra cosa muy distinta es que interprete correctamente sus percepciones. Hay quien percibe algo y lo interpreta como que Dios le habla. El hecho de que percibe algo puede afirmarlo con seguridad, es una afirmación trascendental, no puede estar equivocado en ello, no hay posibilidades alternativas; pero hay muchas posibilidades alternativas a su interpretación de que es Dios lo que percibe: puede que sea Dios, y puede que no lo sea, y, desde el momento en que hay otras opciones, ya no puede equiparar su certeza de que percibe algo con su certeza de que ese algo es Dios. A lo sumo, "Dios me habla" sería una afirmación empírica, y para discutir su legitimidad tendríamos que pasar a analizar este tipo de afirmaciones, que no es lo que nos ocupa ahora.
Una vez establecida su existencia en cuanto a ser pensante, Descartes pasa a demostrar que también Dios existe, y amparándose en su infinita bondad, que le impediría engañar a sus criaturas, concluye que el mundo, tal y como lo conocemos, también es real. Desgraciadamente, esta línea argumental presenta deficiencias irreparables, por lo que debemos abandonar al que, por un breve espacio, ha sido nuestro guía, no sin antes agradecerle que nos indicara tan lúcidamente el punto de partida, a saber, el llamado marco cartesiano, por el que el principio de la teoría del conocimiento y, por consiguiente, su fundamento, está en el sujeto de conocimiento, y no en los objetos que conoce: para conocer el mundo hemos de empezar por conocernos a nosotros mismos.
A eso vamos: hemos legitimado, por su carácter trascendental, las afirmaciones yo pienso y yo percibo, pero ¿qué soy yo? Éste es un buen momento para señalar una diferencia significativa entre el método matemático y el método filosófico: un matemático no considerará aceptable una afirmación si los términos que involucra no han sido definidos previamente con todo rigor, sea explícitamente (mediante una definición) o implícitamente (mediante un sistema de axiomas); sin embargo, el método filosófico es diferente por necesidad: estamos hablando desde un principio de experiencias, percepciones, espacio, tiempo, pensamiento, etc., y a medida que avancemos nos iremos deteniendo en cada uno de ellos para precisar su significado (o sus significados). No es posible hacerlo de otro modo. El hecho de que tengamos pendiente analizar qué debemos entender por "yo" en yo pienso no impide que hayamos establecido un hecho con pleno sentido al afirmar "yo pienso": hemos establecido que "algo piensa". Ahora la cuestión es establecer qué podemos decir trascendentalmente sobre ese algo.
Otro hecho que conviene tener presente es que la respuesta a una
pregunta como "¿qué soy yo?" no empieza necesariamente
por "yo soy ...". Hay muchos conceptos complejos, abstractos, tales
como "filosofía", "justicia", "inteligencia", "club de
fútbol", etc. que no pueden ser recogidos plenamente en ninguna
frase escueta que empiece con "la filosofía es...", "la justicia
es...", etc. Esto no significa que sean conceptos confusos y mal
definidos, sino únicamente que son conceptos demasiado complejos
como para que quepan en un diccionario. En general, podemos decir que
alguien conoce con claridad el significado de un concepto, no cuando es
capaz de definirlo, sino cuando es capaz de usarlo correctamente, con
precisión.
Vamos a ilustrar esto con el concepto de "club de
fútbol",
que, como veremos enseguida, tiene esencialmente la misma naturaleza
que el concepto de "yo". Por simplificar, pensemos en un ejemplo
concreto: el Real Madrid. Todo el mundo sabe qué sentido tienen
exactamente afirmaciones como "Yo soy aficionado del Real Madrid", "Yo
soy socio del Real Madrid", "Ronaldo es un jugador del Real Madrid",
"El Real Madrid ha ganado 29 veces la liga española", etc.
Una afirmación como "Juan es aficionado del Real Madrid"
relaciona algo concreto (Juan) con algo abstracto (el Real Madrid).
Casi podríamos decir que esta afirmación, aislada, no
significa nada concreto, pero combinada con "Ronaldo es un jugador del
Real Madrid", de la que podríamos decir lo mismo, obtenemos que,
por ejemplo, en un partido entre el Real Madrid y el Barça, Juan
se alegrará cada vez que Ronaldo marque un gol y le
dolerá cada gol marcado, digamos, por Ronaldinho. Así,
dos relaciones abstractas nos dan una relación que no involucra
ningún concepto abstracto: "Juan se alegra cada vez que Ronaldo
marca un gol". Sin embargo, sería erróneo concluir que el
concepto "Real Madrid" es superfluo, ya que los hechos conectados a
través de él (como los goles de Ronaldo y las
alegrías de Juan) pueden conectarse igualmente sin mencionar al
Real Madrid. Fijémonos en que si, por determinadas
circunstancias, Ronaldo fichara por el Barça y Ronaldinho
fichara por el Real Madrid, nos encontraríamos con que Juan, sin
cambiar en nada su criterio, pasaría a alegrarse con los goles
de Ronaldinho y a lamentarse de los goles de Ronaldo. Este cambio en
Juan sólo puede explicarse con la mediación del concepto
"Real Madrid", que nos muestra que realmente no ha habido
ningún cambio en Juan, sino que el cambio se ha producido en el
Real Madrid.
Al contar el número de veces que el Real Madrid ha ganado la
liga española estamos relacionando unos hechos concretos que
difícilmente pueden relacionarse sin hacer referencia al
concepto "Real Madrid". El equipo que ganó la liga en la
temporada 1931-32, y sus socios, y sus aficionados, etc., tienen poco o
nada en común con el equipo que la ganó en la temporada
2002-03, y sus socios, y sus aficionados, salvo que ambos equipos eran
el
Real Madrid.
Ninguna de las características actuales del Real Madrid que
lo distinguen de otros clubes de fútbol es inherente al
concepto. El Real Madrid seguiría siendo el mismo tanto si
aumenta el número de ligas ganadas como si no, aunque renueve
completamente su plantilla, aunque cambie de entrenador o de
directivos, aunque cambie de estadio, aunque cambie los colores de su
uniforme, aunque cambie todos sus socios, etc. En cualquiera de estos
casos seguiríamos hablando legítimamente del Real Madrid,
un club de fútbol que evoluciona en el tiempo, como tantas otras
cosas.
Volvamos ahora al "yo" de "yo
pienso". Si el Real Madrid unifica diversos hechos relacionados
con jugadores, equipos, aficionados, campeonatos, etc., el concepto de
"yo" relaciona análogamente diversos hechos relacionados con el
conocimiento. La afirmación "yo
veo un mosquito" relaciona un concepto abstracto (yo) con un
hecho concreto (la percepción de un mosquito). Por sí
sola, no significa más que "existe
la percepción de un mosquito", pero si unimos esta
afirmación a "yo oigo el
zumbido de un mosquito", entonces no sólo estoy diciendo
que "existe la percepción de
un mosquito y existe la percepción de un zumbido", sino
que estoy diciendo, en añadidura, que ambas percepciones se
integran en la misma conciencia. Si hago abstracción de todas
mis percepciones, de todos mis pensamientos, me queda todavía la
conciencia de que "yo estoy ahí". Esta conciencia, por sí
sola, no sería nada. Si yo no percibiera ni pensara, "yo" no
significaría nada, pero, al mismo tiempo, "yo" no soy ninguna de
mis percepciones ni ninguno de mis pensamientos, al igual que el Real
Madrid no es ninguno de sus jugadores o de sus socios. Lo único
que hay, lo único que puede haber, en esta conciencia que tengo
de mí mismo, aparte de mis propias percepciones y pensamientos,
es el hecho de que éstos se relacionan entre sí (y el
modo en que lo hacen).
La razón pura puede establecer legítimamente juicios
trascendentales y emplear legítimamente conceptos
trascendentales (como "percepción", "pensamiento", "yo", etc.)
siempre que éstos expresen condiciones necesarias para la
posibilidad de que exista el conocimiento. Mi conocimiento consiste, en
última instancia, en el análisis de mis
percepciones. A partir de todas ellas me formo mi idea de lo que es el
mundo, pero para que esto sea posible es necesario que mis percepciones
no estén aisladas, sino que puedan relacionarse entre sí,
que sean
percibidas por una misma conciencia, y el concepto de "yo" expresa
precisamente esa unidad de conciencia.
Hay que insistir en que si decimos que, con el concepto de "yo",
entendido como sujeto de conocimiento, como mi conciencia de mí
mismo (por oposición a mi conciencia de los distintos objetos
que percibo), no estoy expresando sino el hecho de que mis percepciones
y pensamientos están relacionados entre sí (y que dicha
relación es lo que llamamos conciencia)
es porque no hay nada más que pueda ser "yo". Esto puede causar
perplejidad a quienes creen necesario que todo concepto tenga un
contenido concreto, pero no a quienes comprendan que hay conceptos,
muchos de ellos cotidianos, como el de "Real Madrid", que sólo
expresan relaciones entre contenidos concretos.
Por otra parte, debemos recordar que estamos hablando exclusivamente
a nivel trascendental: afirmamos que "yo" no puede ser otra cosa si
buscamos entre lo que yo puedo saber de mí mismo por el mero
hecho de tener conciencia de mí mismo como sujeto de
conocimiento. Esto no impide que, al reconocer que existe esa unidad de
conciencia que plasmamos con el uso del concepto "yo", no estamos
diciendo nada sobre por qué existo yo, o qué hace posible
esa síntesis entre distintas percepciones y pensamientos, etc.
Para responder a esas preguntas tengo que buscarme en el mundo, y al
hacerlo encuentro a mi cerebro, y entonces puedo preguntarme si yo (es
decir, mi conciencia) puedo ser el producto de la actividad de mi
cerebro o si, por el contrario, es necesario algo más, un alma
trascendente, empíricamente imperceptible, sin la cual no puede
explicarse mi existencia como ser consciente; pero nada de esto debe
preocuparnos ahora, ya que no afecta a nada de lo que estamos diciendo.
En resumen, al decir que, desde el punto de vista trascendental, "yo"
no puedo ser más que la unidad de mi conciencia, no estamos
afirmando que "yo" no pueda ser algo más desde un punto de vista
empírico o incluso trascendente. De hecho, enseguida veremos que
la palabra "yo", en su uso habitual, tiene diversos significados, de
entre los cuales, el de "yo trascendental" o "unidad de conciencia" es
sólo uno de ellos. Por ejemplo, la afirmación
empírica "yo soy
egoísta"
no puede entenderse dando a "yo" el sentido trascendental que estamos
discutiendo ahora.
Para analizar estos otros significados de la palabra "yo"
necesitamos hacer una digresión:
Imaginemos que vemos algo moverse por el cielo: puede ser un
pájaro, puede ser un avión, puede ser superman (al menos,
si nos referimos a un cielo representado en una pantalla de cine) y yo
tengo que tomar la decisión de interpretar qué estoy
viendo. A veces esta interpretación me viene dada de forma
inmediata, sin que yo tenga conciencia de ninguna actividad por mi
parte: veo el cielo y, al mismo tiempo, tengo la conciencia de estar
viendo el cielo, veo unas nubes y, al mismo tiempo, tengo la conciencia
de estar viendo unas nubes, etc. Sin embargo, otras veces debo
esforzarme por entender lo que veo. Mi capacidad de interpretar mis
percepciones, de transformar mis percepciones en pensamientos, es lo
que llamaremos entendimiento.
En general, una percepción contiene mucha más
información de la que mi entendimiento es capaz de extraer. Si
me enseñan una fotografía y luego, tras haberla retirado,
me preguntan por un detalle en ella, puede ser que mi respuesta sea "no
me he fijado". La imagen ha estado íntegramente en mi
conciencia, hasta el más mínimo detalle, pero eso no
significa que mi entendimiento la haya procesado íntegramente.
Ni siquiera es correcto decir que "se me ha olvidado". Por ejemplo, si
me preguntan cuántas personas aparecían en la imagen y yo
no las he contado, no es correcto decir que se me ha olvidado
cuántas había. A lo sumo, se me ha olvidado la imagen, y
por eso ya no puedo contarlas, pero nunca se me ha olvidado
cuántas había, ya que nunca lo he sabido.
En ocasiones, mi entendimiento requiere la cooperación de mi
razón para llegar a alguna conclusión. Por ejemplo, si
oigo una melodía, mi razón puede hacerme concluir que se
trata del vecino de abajo que está ensayando una pieza de
violín, a lo que llego deductivamente teniendo en cuenta que el
otro día me dijo que estudiaba violín, junto con otros
datos que me aporta el entendimiento, como que suena mal, se interrumpe
a menudo y vuelve a empezar, etc., lo que lleva a mi razón a
excluir otras posibilidades, como que mi vecino haya puesto un disco.
Otras veces, mi entendimiento me proporciona resultados sin
mediación alguna de la razón: oigo un sonido y sé
que es mi teléfono, sin que por mi conciencia pase razonamiento
alguno. (Por supuesto, nadie excluye que mi entendimiento pueda
equivocarse y mi razón termine advirtiéndome que lo que
yo "había entendido" era falso.)
La actividad de mi entendimiento puede describirse como consistente
en aplicar conceptos a mis percepciones. Por ejemplo, pongamos que
percibo una sensación con una determinada forma, de color rojo,
principalmente, aunque con partes verdes, a la vez que percibo un aroma
agradable. Mi percepción es algo distinto a todos los conceptos
que aquí he empleado: "rojo", "aroma agradable", etc. Por
ejemplo, un ciego de nacimiento puede emplear correctamente el concepto
"rojo", si bien no puede asignarle un contenido sensitivo. La
percepción que estoy teniendo y mi conciencia de estar
percibiendo algo rojo, aromático, etc., son cosas distintas, son
contenidos distintos de mi conciencia, la primera es producto de mi
capacidad de percibir y la segunda es producto de mi entendimiento. Si
éste no fuera más allá, el producto de mi
entendimiento no sería más que una versión
esquemática y burda de mi percepción, pero mi
entendimiento va más allá y me dice que estoy percibiendo
una rosa roja. Los conceptos de "rojo", "aroma agradable", etc. son conceptos sensitivos, es decir,
describen sensaciones: el color rojo que percibo es una
sensación, el aroma agradable que percibo es una
sensación; pero el concepto de "rosa roja" no es sensitivo: una
rosa roja no es una sensación, ni siquiera una
combinación de sensaciones. Por ejemplo, puedo decir que una
rosa roja tiene pétalos, pero no que mis sensaciones tienen
pétalos, una rosa roja tiene espinas, pero mis sensaciones no
tienen espinas, etc.
Los filósofos empiristas, como Hume o
Berkeley, niegan lo que acabamos de afirmar, pues consideran que una
rosa no es más que un conjunto de sensaciones. Para plantear
esta cuestión con la generalidad debida, conviene introducir
algunos conceptos:
En general, llamaremos experiencias
a las representaciones que genera mi entendimiento a partir de mis
percepciones. Ver algo rojo es tener una percepción; ser
consciente, además, de que se trata de una rosa roja es tener
una experiencia. Una experiencia es, pues, una percepción
interpretada. El concepto de "rosa roja" es empírico, es decir, aunque
no puede
aplicarse para describir sensaciones, sí es adecuado para
describir
experiencias. En general, los objetos que mi entendimiento reconoce en
mis experiencias se llaman fenómenos.
Por ejemplo, el concepto de "rosa roja" no es un fenómeno, pero la rosa roja que estoy viendo
aquí delante sí que lo es.
En estos términos, el problema que planteábamos es si
debemos considerar que los fenómenos (las rosas, las mesas, las
montañas, las personas, etc.) son conjuntos de sensaciones o son
otra cosa. Ya hemos anticipado que la respuesta es negativa, pero vamos
a posponer la discusión. Para lo que queremos tratar
aquí, la
cuestión es irrelevante: tanto si una rosa es un conjunto de
sensaciones o es otra cosa, lo que es innegable es que si en un momento
dado sé que estoy delante de una rosa, sea ésta lo que
sea, lo sé porque mi entendimiento ha interpretado ciertas
sensaciones como que estoy ante una rosa, y esto es lo único que
necesitamos tener presente para volver al asunto que
pretendíamos abordar, a saber, los distintos significados de la
palabra "yo".
Decir que "mi entendimiento interpreta mis percepciones generando experiencias" es tan retorcido como decir que "mi razón ha resuelto este problema". Lo usual es decir "yo he resuelto este problema" y, del mismo modo, es más natural decir "yo interpreto mis percepciones generando experiencias". Hemos evitado este uso de "yo" hasta ahora que estamos en condiciones de comprender que con él nos estamos situando en la misma frontera entre el plano trascendental y el plano empírico. En las dos frases anteriores podemos entender que "yo" es el yo trascendental del que ya hemos hablado siempre y cuando por "yo interpreto" o "yo he resuelto" no entendamos "yo he realizado un proceso de interpretación" o "yo he realizado un proceso de resolución", sino simplemente "yo soy consciente de la interpretación" o "yo soy consciente (de forma espontánea, es decir, sin que me lo haya dicho nadie) de la solución del problema". Esto es crucial porque, por regla general, yo no soy consciente del hipotético proceso que me lleva a entender o a concluir racionalmente algo.
Por otra parte, tenemos indicios empíricos de que los
productos que me proporcionan mi entendimiento y mi razón surgen
como resultado de unos procesos que se realizan habitualmente sin que
mi conciencia tenga conocimiento de ellos, aunque a veces somos
conscientes de parte del proceso. Por ejemplo, somos parcialmente
conscientes del proceso que me lleva a entender algo cuando mi
entendimiento requiere el concurso de mi razón, o cuando la
interpretación es especialmente difícil y pasa un tiempo
sensible antes de que "me llegue" la interpretación de una
percepción dada. Cuando razonamos, también somos
conscientes de parte del proceso heurístico que seguimos, pero a
menudo nos llegan ideas a la conciencia que no están vinculadas
con ninguna idea precedente y no tenemos conciencia del proceso que las
ha introducido en nuestra conciencia.
Si queremos hacer referencia a estos procesos de los que tenemos un
conocimiento empírico y no trascendental, el concepto oportuno
para relacionarlos es "mi mente".
Mi mente es un concepto empírico del que no puedo decir nada a
priori (salvo identidades lógicas): puedo medir su (o sea, mi)
inteligencia tratando de resolver problemas de diferentes niveles de
dificultad, puedo medir su capacidad de memorización, puedo
estudiar en qué circunstancias tiende a equivocarse, etc. En
cambio, sobre mi entendimiento, no como proceso, sino como contenido de
mi conciencia, puedo hacer afirmaciones a priori que no son identidades
lógicas. Por ejemplo, puedo afirmar que yo no puedo concebir
cuatro líneas perpendiculares dos a dos. Fijémonos que no
es lo mismo decir que no soy capaz de resolver tal problema que decir
que no soy capaz de imaginarme cuatro perpendiculares. Aunque ahora no
vea cómo podría resolver el problema, a lo mejor dentro
de un rato se me ocurre la solución, pero, cuando digo que no
soy capaz de imaginarme cuatro perpendiculares, estoy seguro de que
dentro de un rato tampoco podré. En definitiva, yo tengo
información trascendental sobre qué experiencias puede
recibir mi conciencia y cuáles no, pero no tengo
información trascendental sobre qué puede hacer mi mente
y qué no.
En resumen, cuando digo "yo veo
una rosa", ese "yo" es mi yo trascendental; cuando digo "yo entiendo que veo una rosa",
también (de hecho, esta afirmación está incluida
en la anterior), pero cuando digo "yo
he interpretado mis sensaciones como que estoy viendo una rosa",
ese "yo" es mi mente, pues mi yo trascendental nunca ha sido consciente
de tal proceso de interpretación. A priori, ni siquiera puedo
afirmar que tal proceso ha tenido lugar: sólo sé que
tengo unas percepciones acompañadas de la conciencia de que
corresponden a una rosa.
A la hora de fijar el alcance que queremos dar al concepto de mente,
es preferible convenir que ésta es el sujeto de todos los hechos
relacionados con mi conciencia, tanto de aquellos de los que tengo un
conocimiento trascendental directo por ser consciente de ellos, como de
aquellos de los que sólo tengo un conocimiento empírico
indirecto. Por ejemplo, si trato de recordar algo que se me ha
olvidado, puedo decir que yo (en el sentido de "mi mente") estoy
buscando en mi memoria, mientras que yo (en el sentido de mi
conciencia) simplemente estoy esperando que me llegue el dato, sin
tener conciencia del trascendentalmente hipotético proceso de
búsqueda.
Dado que, tal y como ya hemos advertido, al introducir el concepto
de "mente" hemos traspasado el plano trascendental, que es el
único en el que tenemos derecho a movernos en nuestro
propósito de revisar, explicar y fundamentar nuestro
conocimiento del mundo, conviene recapitular las conclusiones que
podemos extraer de lo dicho hasta ahora:
Todavía podríamos discutir dos significados más
de la palabra "yo", pero, como son completamente empíricos,
será mejor posponer la discusión hasta que hayamos
analizado el papel que desempeñan las experiencias en el
conocimiento. Por ejemplo, es evidente que si digo "yo estoy enfermo del corazón"
no podemos entender que esto equivalga a "mi conciencia está enferma del
corazón" ni a "mi
mente está enferma del corazón".