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Ofrecióle su regazo,
y yo le ofrezco en su muslo
desplumadas las delicias
del pájaro de Catulo.
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En cuanto boca con boca,
confitándole disgustos,
y heredándole aun los trastos
menos vitales estuvo,
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expiró al fin en sus labios,
y ella, con semblante enjuto,
que pudiera por sereno
acatarrar un centurio
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con todo su morrión,
haciendo al alma trabuco
de un «¡ay!», se caló en la espada
aquella vez que le cupo.
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