ESTROFA I SIGUIENTE

Estas que me dictó rimas sonoras,
culta sí, aunque bucólica, Talía
—¡Oh excelso conde!— en las purpúreas horas
que es rosas la alba y rosicler el día,
ahora que de luz tu Niebla doras,
escucha al son de la zampoña mía,
si ya los muros no te ven, de Huelva,
peinar el viento, fatigar la selva.


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En las tres estrofas de la dedicatoria al conde de Niebla, Góngora se propone presentar una nueva versión de la dedicatoria de las Églogas de Garcilaso a Don Pedro de Toledo. Hay que advertir que, mientras hoy en día cualquier autor negará que haya tratado de imitar a otro, en tiempos de Góngora la imitación de autores clásicos (latinos, renacentistas italianos y castellanos) estaba muy bien valorada. Puede compararse con el reto de hacer una nueva versión de una película clásica. Naturalmente, si la nueva versión mantiene los mismos diálogos y los mismos cuadros, no pasará de ser considerada una copia sin interés. El objetivo de una nueva versión ha de ser, bien superar al original, bien actualizarlo y combinarlo con ideas nuevas para presentarlo desde otro punto de vista. Por otra parte, a menudo una nueva versión de una película contiene escenas alusivas que han sido concebidas pensando en que van a ser comparadas con el original, por lo que es imposible comprender completamente la segunda versión sin conocer la primera. En nuestro caso la tenemos aquí:

El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio, juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
de pacer olvidadas, escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo,
y un grado sin segundo,
agora estés atento, solo y dado
al ínclito gobierno del Estado
Albano; agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra al fiero Marte;
agora de cuidados enojosos
y de negocios libre, por ventura
andes a la caza, el monte fatigando
en ardiente jinete, que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando;
espera, que en tornando
a ser restituido
al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita innumerable suma
de tus virtudes y famosas obras;
antes que me consuma
faltando a ti que a todo el mundo sobras
En tanto que este tiempo que adivino
viene a sacarme de la deuda un día
que se debe a tu fama y a tu gloria,
que es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo dino de memoria;
el árbol de la victoria
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente
dé lugar a la hiedra que se planta
debajo de tu sombra, y se levanta
poco a poco, arrimada a tus loores;
y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.

Vemos que Garcilaso insta a Don Pedro de Toledo a que deje la política, la guerra o la caza y se pare a escuchar sus versos, al tiempo que exalta su figura (Tú, que ganaste obrando un nombre en todo el mundo, y un grado sin segundo). Veamos ahora la versión de Góngora. Ya desde el primer verso quiere mostrarnos una de las características más llamativas y atrevidas de su estilo:

Estas que me dictó rimas sonoras,

Se trata de un hipérbaton insólitamente atrevido. No es raro encontrarnos en poesía con alteraciones del orden natural de las palabras, como

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto...       (Garcilaso)

Pero en tales casos siempre se percibe la ligazón sintáctica sin apenas reflexión y, desde luego, sin violencia alguna; mientras que aquí, al encontrarnos con "Estas que...", la tendencia es a pensar que "estas" es un pronombre, pero al llegar a "rimas sonoras", caemos en la "molesta" situación de reconocer un error que nos obliga a volver atrás y rehacer conscientemente nuestro esquema. Más adelante tendremos ocasión de comprender la tremenda fuerza expresiva que pueden tener estos hipérbatos. El mismo Quevedo, que no ahorró ingenio en burlarse de ellos, terminó reconociendo su valor:

Esta que duramente enamorada
piedra...
                                                  (Quevedo)

Esta que miras grande Roma agora...     (Quevedo)

Garcilaso califica a sus versos de dulces (El dulce lamentar de dos pastores...) Góngora también califica los suyos. Sus rimas son sonoras y, efectivamente, sus versos destacan por su sonoridad, su musicalidad fuera de lo común. Luego dice que su musa es culta, y lo es por la amplia gama de recursos poéticos que desborda su poesía, pero al mismo tiempo es bucólica, pues todos estos recursos no son una mera exhibición pedante, gratuita y hueca, sino que cada uno de ellos cumple una función expresiva, y su propósito es describir con una riqueza de matices nunca vista hasta entonces los pormenores de una sencilla historia humana de amores, desengaños y celos. Los versos siguientes se ocupan de la obligada alabanza al conde de Niebla. En primer lugar tenemos una muestra del cromatismo que Góngora sabe inyectar en sus versos:

—¡Oh excelso conde!— en las purpúreas horas
que es rosas la alba y rosicler el día,

De repente todo se ha llenado de rojo (purpúreas, rosas, alba, rosicler). El resultado es una colorida, luminosa y brillante imagen del amanecer, pero la cosa no termina aquí. Al contrario, esto sólo es una primera introducción vistosa a una idea genial:

ahora que de luz tu Niebla doras,

Ahora resulta que el conde dora de luz su (pueblo de) Niebla, el conde es como el Sol que ilumina su pueblo, igual que el Sol da un color dorado a la niebla: la imagen que han dibujado los versos anteriores se reinterpreta por completo en alabanza del conde. Aquel estallido de colores no era gratuito, sino que era una preparación para condensar en un solo verso una exaltación del conde infinitamente más poética, rica, compleja y original que la de Garcilaso. El mérito está en que Góngora asocia elegantemente dos conceptos dispares: el conde y el amanecer. La metáfora conde-sol no es muy original, pero la forma en que Góngora la desarrolla y el partido que le saca sí que lo son. Esto es un ejemplo de lo que se conoce como conceptismo, la agudeza característica de la poesía barroca española de la que Góngora es sin duda el máximo exponente, pese al necio intento de la crítica literaria tradicional de oponer la poesía conceptista de Quevedo a la poesía culterana de Góngora.

Los dos últimos versos son una muestra representativa de los finales típicos de las octavas de la fábula:

si ya los muros no te ven, de Huelva,
peinar el viento, fatigar la selva.

El último verso es bimembre, es decir, tiene una cesura que lo divide en dos hemistiquios iguales, con idéntica estructura rítmica. Además las vocales tónicas son las mismas en ambos hemistiquios: a   e   /   a   e.   El resultado son unos versos sonoros y musicales (como se prometía). Esta sonoridad se ve reforzada por la belleza de la rima "elva", poco usual, y por la también típica pausa cerca del final del penúltimo verso, que junta aún más las palabras Huelva y selva. Tenemos así un ejemplo de cómo una disyunción (muros ... de Huelva) permite disponer los versos en una admirable estructura simétrica, rítmica y sonora.

Merece la pena añadir que, a otro nivel, el último verso es asimétrico: la expresión fatigar la selva para referirse a la caza la usó ya Virgilio y la imita Garcilaso en su dedicatoria, mientras que peinar el viento es una metáfora original genuinamente gongorina.


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