Inscripción al sepulcro de Dominico Greco (1614)

Esta en forma elegante, ¡oh peregrino!,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más suave
que dio espíritu a leño, vida a lino.
Su nombre, aun de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de este mármol grave,
venéralo y prosigue tu camino.
Yace el griego, heredó Naturaleza
arte y el Arte estudio, Iris colores,
Febo luces, si no sombras Morfeo.
Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba, y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.

Notas:

En la antigüedad era frecuente que las inscripciones de las tumbas se dirigieran a los caminantes, como en este soneto. La lápida de mármol es como una llave que encierra y separa del mundo al pincel [pintor] más suave que infundió espíritu a las tablas y vida a las telas sobre las que pintaba.

Su nombre es digno de que los clarines de la fama lo pregonen con más aliento (con más aire, con más volumen) del que pueden contener.

El núcleo y, sin duda el mayor prodigio, de este soneto es su primer terceto, donde no es posible condensar más alabanzas en menos espacio en un intrincado sistema conceptual:

Yace el Greco, y sus cuadros eran tan naturales que pueden considerarse de hecho una parte de la Naturaleza, por lo que sólo la Naturaleza es digna heredera de su arte, ya que está heredando lo que de hecho es suyo. El Arte hereda estudio, pues todos los pintores venideros tendrán que estudiar el trabajo del Greco. En sus cuadros aparecen tonalidades nunca vistas hasta entonces, tonalidades desconocidas incluso para la misma Iris, y que constituyen también una herencia para ella, al igual que Febo, el dios del Sol, e incluso Morfeo, el dios del sueño, heredan las luces y sombras que el Greco creó en sus cuadros.

El árbol sabeo (de Saba) es el incienso. El último terceto pide que las lágrimas y el incienso atraviesen la lápida para que el Greco conozca cuánto se ha lamentado su muerte.