ANTERIOR
EL MUNDO EN EL AÑO 1000
SIGUIENTE

En el año 1000, Japón estaba gobernado en la práctica por el todopoderoso Fujiwara no Michinaga, mientras el emperador era sólo una institución vacía. Aunque al principio la legislación japonesa prohibía la propiedad privada de tierras, lentamente la economía japonesa había evolucionado hacia la situación "habitual" en la que la aristocracia y el clero eran los grandes terratenientes. La nobleza japonesa llevaba una existencia refinada, con gran lujo de ceremonias y concursos de poesía. La literatura en japonés seguía principalmente en manos de las mujeres de la corte. Destacaban Murasaki Shikibu, autora de los Genji monogatari (Cuentos de Genji), y su rival, Sei Shonagon, autora de los Makurano zoshi (Cuentos de cabecera).

El Imperio Chino estaba gobernado por la dinastía Song. Era algo menos extenso que en tiempos de la dinastía Tang, a causa del Imperio Liao formado al norte por los khitán, que en estos momentos presionaban a Corea. No obstante, China pasaba por una de sus épocas más prósperas: el ejército se había sometido finalmente a la autoridad civil, el cuerpo de funcionarios fue revitalizado y se volvió al sistema de exámenes de acceso. Las materias principales eran tres: estilo administrativo, narración y poesía. Los exámenes podían durar hasta tres días. Los postulantes (después de haber sido registrados) eran encerrados en pequeñas celdas provistos de pincel, tinta y papel. Se valoraba mucho la caligrafía. Los manuscritos debían ser impecables, sin tachones ni añadidos, y todas las líneas debían contener el mismo número de caracteres. Surgió así el cuerpo conocido como los mandarines (consejeros), que se convirtieron en el eje del Estado en detrimento de la familia real, eunucos y concubinas. No eran admitidos en el cuerpo actores, músicos, marineros, verdugos, carceleros o sus descendientes. El derecho progresó notablemente. Aunque no se llegó al principio de igualdad ante la ley, pues se distinguía entre ocho grupos sociales con distintos privilegios, se instauró la investigación de oficio y se reconoció el derecho a apelar una sentencia. El Estado empezó a hacerse cargo de las tareas de asistencia social a pobres y enfermos, se descubrió la brújula y se empezó a usar la pólvora con fines militares.

Los reinos del norte de la India impedían la penetración de los musulmanes, con lo cual protegían a los chola, que dominaban el sur y habían formado una talasocracia que controlaba el comercio con Occidente y con China. La talasocracia Srivijaya hacía de intermediaria entre la India y China.

Entre la India y China estaba también el Tíbet, también de cultura budista, cuyos tiempos belicosos habían pasado ya. Al norte, los turcos estaban convirtiéndose al islam y ya habían formado dos Estados islámicos poderosos: el de los gaznawíes y el de los karajaníes. Por otra parte, mercenarios turcos habían acaparado mucho poder en distintas partes de los disgregados dominios islámicos. El Estado islámico más extenso era el Califato Fatimí. El califa al-Hakim era un fanático que persiguió encarnizadamente a los cristianos, en particular a los coptos de Egipto. Al sur sobrevivía aún el reino cristiano de Aksum. Durante mucho tiempo tuvo que replegarse hacia el sur, lejos de la costa del mar Rojo, ocupada por los musulmanes, pero recientemente había ganado de nuevo la costa.

El Estado ruso de Kíev vivía tiempos de esplendor bajo el Gran Príncipe Vladimiro. Otro tanto podía decirse del Imperio Bizantino, gobernado por el emperador Basilio II. Vladimiro le había proporcionado unos años antes un contingente de mercenarios con los que pudo resolver sus problemas internos y puso a raya a los búlgaros. Formaron la llamada guardia varega, que en el futuro se alimentó de mercenarios de las más diversas procedencias. Ahora el emperador se puso al frente de su ejército para invadir Bulgaria.

La fortaleza militar de Constantinopla contrasta con un primer indicio de debilidad: en la capital se había instalado una colonia de comerciantes venecianos en una situación de privilegio. Los venecianos tenían una lengua y una cultura muy diferente de la bizantina. Venecianos y bizantinos se despreciaban mutuamente, se producían continuos conflictos y por ello los venecianos pidieron al emperador un status extraterritorial, es decir, pidieron (y consiguieron) ser regidos por sus propias leyes y estar exentos de los tributos imperiales. Desde un punto de vista económico, la gran Constantinopla se convirtió en una colonia veneciana donde los mercaderes obtenían dinero fácil. Naturalmente, la contrapartida para el Imperio era el apoyo logístico de la flota veneciana. Las ciudades bizantinas del Adriático, pese a formar parte del Imperio, pidieron a Venecia que las protegiera frente a los croatas, así que el dux Pietro Orseolo extendió sus dominios hasta Split, a la que los italianos llamaban Spalato.

En Europa occidental se estaban produciendo cambios muy significativos. Naturalmente fueron graduales, pero los historiadores consideran el año 1000 como una buena fecha en la que fijar el final de la Alta Edad Media y el inicio de la Baja Edad Media. Entre los factores que propiciaron dichos cambios estaban varios adelantos en la agricultura: Durante mucho tiempo, los campos se araban principalmente con bueyes. Los caballos no eran tan apropiados, porque los arneses les ahogaban y no podían tirar con demasiada fuerza. A principios del siglo X empezó a usarse la collera, que evitaba este problema, y así resultó que un caballo podía de repente hacer el trabajo de varios bueyes. También se empezaron a usar las herraduras. Otro adelanto fue el arado de vertedera, que penetraba más profundamente en la tierra y la echaba a un lado formando un montículo al lado de un surco. Esto hacía que el agua de riego se aprovechara mejor y multiplicaba la fertilidad de la tierra.

El aumento de la productividad agrícola trajo consigo un mayor crecimiento demográfico y un aumento de la riqueza. Por supuesto, la riqueza no se distribuyó equitativamente, sino que hizo que los señores fueran más ricos, tuvieran a su disposición más caballos y más soldados. En Alemania ello contribuyó a que los ejércitos de caballeros pudieran contener a las hordas de húngaros y eslavos. En Francia, en cambio, donde no había muchos enemigos exteriores, el efecto principal fue que los señores lo tuvieron más fácil para pelearse entre sí por motivos cada vez más insignificantes. Ésta fue una de las razones por la que los eclesiásticos tuvieron interés en promover la tregua de Dios y en apoyar a una monarquía que pudiera unificar el país y evitar las destructivas disputas entre nobles.

Sobre esto hay que añadir que los nobles, especialmente los franceses, desarrollaron unas normas peculiares para la batalla: cuando un caballero luchaba contra soldados de a pie era casi invencible: acorazado en su armadura podía destrozar con su espada a cuantos infantes se le acercaran; pero cuando dos caballeros se enfrentaban entre sí era fácil que uno lograra derribar al otro, y un caballero derribado era como una tortuga patas arriba: era fácil encontrar una articulación en su armadura por donde clavar una espada. Por ello, se estableció la costumbre de que un caballero derribado debía rendirse, y entonces no debía ser atacado: simplemente era capturado y después se le liberaba previo pago de un rescate. Con estas normas "caballerosas" la guerra era relativamente segura para los caballeros y eran los villanos de a pie los que se llevaban la peor parte.

Como ya hemos comentado, esta creciente prosperidad permitió que los alemanes construyeran un sólido imperio que frenó a los bárbaros. La Iglesia se ocupó de que el emperador estuviera a la altura de las circunstancias: Otón III era un hombre culto (al menos, para el nivel de su tiempo). Hablaba latín y griego, además de alemán. Probablemente soñaba con hacer de su Imperio Germánico una reencarnación del antiguo Imperio Romano, y por ello fijó su capital en Roma.

Otra muestra del cambio de los tiempos eran los hombres que el emperador eligió como papas: después de una larga sucesión de papas ineptos que fueron meros títeres de la aristocracia romana, Otón III protegió a papas que eran auténticos hombres de iglesia. El actual, Silvestre II, era un erudito. Su gran afición eran las matemáticas, introdujo el ábaco para los cálculos matemáticos y usó los números arábigos, construyó relojes e instrumentos astronómicos, se interesó por los manuscritos antiguos, incluso de autores paganos, y logró despertar este interés en otras personas. Poco a poco, dejó de considerarse incuestionable que la ciencia antigua era obra del diablo, y empezó a surgir el interés por los textos árabes que contenían las obras de Aristóteles, Euclides, Ptolomeo, etc. Naturalmente, este saber llegó al principio con cuentagotas, y además se necesitó mucho tiempo para que surgieran intelectuales capaces de aprovecharlo plenamente, pero se estaban dando los primeros pasos.

En relación con la religión y el fin del milenio hay que mencionar que no faltaron los religiosos que, basándose en el Apocalipsis, predicaron la inminencia del Juicio Final durante los últimos años. Se ha especulado mucho sobre el efecto que estos augurios causaron en la población europea, inculta y supersticiosa. Tal vez el hecho de que llegara el año 1000 y Jesucristo no apareciera pudo ser uno de los desencadenantes de un cierto sentimiento de desconfianza hacia la Iglesia como institución. En diversas ciudades de Francia se produjeron algunas protestas contra los privilegios del clero que inmediatamente fueron declaradas heréticas por las autoridades eclesiásticas y fueron convenientemente reprimidas.

Una parte importante de la política germánica fue la de evangelizar a los pueblos vecinos, de modo que en los últimos años el cristianismo se extendió de forma insospechada. Para premiar la gran labor que hizo evangelizando su país, el papa Silvestre II envió al príncipe húngaro Esteban la que ahora se conoce como Corona de san Esteban, junto con el título de "Rey Apostólico". Así Esteban se convirtió en Esteban I, el primer rey de Hungría. Los húngaros vieron en esta corona a la misma realeza, hasta el punto de que la trataban como a una persona: tenía sus oficiales, sus propiedades, etc.

Los príncipes Boleslao I de Polonia y Boleslav III de Bohemia habían aceptado el título ducal, con el que se reconocían vasallos de Otón III. Boleslao I inició un proceso de expansión. Por el norte llegó hasta el mar Báltico y por el sur no tardaría en arrebatarle a Boleslav III la región de Moravia. También declaró a la Iglesia polaca independiente del Imperio Germánico y creó un arzobispado en Gniezno. Pronto fue conocido como Boleslao el Valiente.

La fortaleza del Imperio Germánico contrastaba con la debilidad del reino de Francia. El rey Roberto II había logrado recientemente contener al duque Eudes II de Blois y de Champaña gracias a sus buenas relaciones con el duque Ricardo II de Normandía. Los vikingos que se habían asentado en esta región en tiempos de Carlos el Calvo habían asimilado completamente la cultura francesa y ahora constituían una de las regiones más fuertes y mejor organizadas del país (si es que se la puede considerar parte del país). Aquitania, gobernada por el duque Guillermo V el Grande, era prácticamente independiente. Entre Francia y Alemania estaba el reino de Borgoña, regido por Rodolfo III.

Aunque, en general, las relaciones entre Roberto II y la Iglesia eran buenas, recientemente había surgido un conflicto. Sucedía que su esposa Berta era también prima suya. Los matrimonios entre primos eran frecuentes entre la nobleza francesa, más que nada porque era difícil para un noble encontrar a una mujer de su misma clase social que no fuera pariente, pero para ello era necesaria una dispensa de la Iglesia. Por lo general estas dispensas eran fáciles de conseguir, pero a veces había interferencias políticas y algún noble podía presionar a algún eclesiástico para que denunciara un matrimonio pecaminoso en su provecho (o la Iglesia misma podía usar esta posibilidad como medida de presión). Así sucedió con Roberto II, que terminó siendo excomulgado, a pesar de lo cual se negó tenazmente a abandonar a Berta.

En Al-Ándalus Almanzor seguía invicto y omnipotente. Los reinos cristianos del norte sobrevivían a duras penas tratando de paliar en la medida de lo posible las desastrosas consecuencias de sus feroces campañas. El conde de Castilla Sancho I García se puso al frente de una coalición cristiana que se enfrentó al musulmán en Peña Cervera. El ejército cristiano empezó ejerciendo una gran presión sobre las dos alas del ejército moro, pero Almanzor hizo creer a los cristianos que estaba recibiendo refuerzos, éstos se retiraron atemorizados y a partir de ese momento Almanzor no tuvo dificultad en dominar la situación. Una vez más resultó victorioso.

El rey de Navarra García III Sánchez se había mantenido al margen del conflicto por las buenas relaciones de parentesco que mantenía con Almanzor, pero murió ese mismo año y fue sucedido por su hijo Sancho III Garcés, más conocido como Sancho III el Mayor. El nuevo rey tendría unos ocho años, por lo que su madre Jimena ejerció la regencia, junto con los obispos de Pamplona, Nájera y Aragón. De este modo, los dos reinos cristianos más poderosos, Navarra y León, tenían ahora reyes menores de edad: Sancho III el Mayor y Alfonso V.

Inglaterra se encontraba en decadencia. El rey Ethelred II era débil, su poder había disminuido al tiempo que aumentaba el de los nobles, los vikingos habían saqueado el país unos años antes y podían volver en cualquier momento. La debilidad cada vez mayor de las ciudades sajonas contribuyó al ascenso de Londres. Durante muchos años había sido una ciudad fronteriza entre los distintos reinos sajones, pero desde la unificación Londres había ido creciendo, y su resistencia al asedio vikingo seis años antes había aumentado su prestigio. No tardaría en convertirse en la ciudad más importante de Inglaterra.

El rey Olof Skötkonung de Suecia se enfrentó al rey Olav I Tryggvesson de Noruega en la batalla naval de Svolder. (Recordemos que Olav I se había apoderado del territorio a la muerte del padre de Olof). Con ello Olof pudo ocupar una buena parte del territorio noruego y el resto quedó en la anarquía. Parece ser que Svend I de Dinamarca, antiguo compañero de piratería de Olav I, luchó esta vez del lado del rey sueco.

Leif Eriksson, el hijo de Erik el Rojo, el descubridor de Groenlandia, trató de llegar a la isla. Al parecer, su intención era llegar al extremo meridional, pero el tiempo estaba brumoso y se perdió. Más adelante relató que al continuar su viaje se encontró con una tierra a la que llamó Vinland (tierra del vino), porque en ella había muchas vides. Es muy probable que Leif estuviera hablando de América, pues el continente se encuentra a unos 960 kilómetros de Groenlandia y era difícil no dar con él. Por otra parte, si hubiera navegado esa distancia en la dirección oportuna se habría encontrado con la región de El Labrador, que está helada y ciertamente en ella no crecen vides, por lo que se especula sobre si Leif llegó mucho más al sur. De todos modos, si el padre llamó Tierra Verde a Groenlandia, también es posible que el hijo llamara Tierra del Vino a cualquier cosa. Tal vez fue esto lo que pensaron sus compatriotas, porque el caso es que nadie quiso aventurarse a visitar Vinland de nuevo.

En Perú agonizaban dos culturas milenarias. Ambas habían surgido tras el desmoronamiento de la cultura Chavín: La cultura Mochica estaba integrada por un pueblo de agricultores y pescadores que construyeron ciudades con grandes templos, como las pirámides gemelas de Moche, llamadas huaca del Sol y huaca de la Luna. Construyeron un templo dedicado al Sol con 130 millones de ladrillos. También disponían de acueductos y canales de regadío. Conocían técnicas de tejido, bordado, brocado y de la tapicería. También elaboraban joyas muy trabajadas. La cultura mochica se extendió por varios valles separados por regiones desérticas que nunca llegaron a tener una unidad política.

Los mochicas habían coexistido con los nazcas, un pueblo pacífico que vivía en pequeñas aldeas dedicado a la agricultura y el pastoreo y en el que no se advierten signos de grandes señores poderosos. Habían sido grandes tejedores que dominaban el bordado, la tapicería, el brocado, las gasas, el punto de aguja, etc. Pero lo más destacado de esta cultura son dos extrañas construcciones: una es un monumento consistente en largas hileras de troncos durísimos hincados en el suelo formando grupos, y otra es una red de líneas y figuras de animales trazadas en el suelo por medio de piedrecillas y que forman imágenes de tal tamaño que sólo pueden ser apreciadas desde aviones. No se conoce su finalidad, y no ha faltado quien pretendiera ver en ellas un campo de aterrizaje para naves extraterrestres.

En su lugar se estaban imponiendo las culturas de Tiahuanaco y Huari. La cultura de Tiahuanaco, que ya contaba con dos siglos de antigüedad, se extendió por el altiplano boliviano, en la ribera del lago Titicaca. Entre sus principales monumentos destaca la pirámide Acapana, en un recinto al que se accedía por la monolítica Puerta del Sol (un bloque de andesita de tres metros de alto por casi cuatro de ancho en el que se talló una puerta rectangular). En general, las construcciones de Tiahuanaco tienden a ser monumentales, con grandes bloques de piedra representando figuras poco detalladas. Su cultura fue más militarista y no tardó en unificar el mundo andino. Sobre Huari se sabe menos, pero hay indicios de que fue una segunda capital de Tiahuanaco y constituyó el centro de un gran imperio. Se calcula que debió de albergar unas 40.000 personas.

Los toltecas habían revitalizado la cultura maya. Se formó una alianza entre las ciudades de Chichén Itzá, Uxmal, y Mayapán. Eran grandes comerciantes: navegaban en grandes piraguas con las que llegaban hasta Panamá y Cuba. Entre los negocios más rentables estaba el tráfico de esclavos: en las ciudades mayas se compraban en gran cantidad para los sacrificios humanos. Usaban como moneda el grano de cacao. El estado de guerra era casi continuo (la guerra era una fuente de esclavos más barata). Tenían pocas armas y su estrategia principal era el ataque por sorpresa. Cuando el jefe moría o era capturado abandonaban la lucha. Cada ciudad tenía una biblioteca (conocían el papel). Los sacerdotes enseñaban a leer, a escribir y a interpretar el calendario. La clase humilde no sabía leer, pero si un esclavo aprendía era liberado.

Los mayas eran de baja estatura, y tenían un sentido de la estética que, digamos, no les abriría las puertas de Hollywood: cuando nacían les apretaban unas tablas en la cabeza para deformarles el cráneo y lograr un aspecto que juzgaban más esbelto. También sujetaban una bolita del pelo de los niños para que les colgara ante los ojos y se hicieran bizcos. Se tatuaban el cuerpo y se perforaban la nariz y las orejas.

Del África negra se tiene poca información. Las fuentes árabes hablan de un reino de Tekrur, en el valle del río Senegal, formado originariamente por los pueblos Nolof y Serere, que en el siglo IX fueron invadidos por los Fulbé. Entre los ríos Senegal y Níger estaba el Imperio de Ghana, que existía al menos desde el siglo IX, si bien es posible que se remonte al siglo V. Estaba poblado por los Soninké, aunque tal vez la etnia dominante fuera otra. Mantuvo luchas constantes contra sus vecinos del norte, los bereberes. Su prosperidad se basó en la extracción y exportación de oro. Al parecer, una nobleza dominante convenció a la población de que el oro era maléfico, y que sólo los poderes religiosos del monarca podían conjurarlo, por lo que debía ser extraído y enviado al rey, para que lo purificara con las ceremonias oportunas. De todos modos, la principal actividad de esta ingenua población era la agricultura y la ganadería.

Entre los pueblos bereberes destacaban los Tuareg, a los que los árabes llamaban "hombres del velo" u "hombres azules" por su costumbre de llevar un velo negro o azul. Disponían de su propio sistema de escritura y formaban una sociedad muy jerarquizada: En primer lugar estaba el amenokal, jefe supremo de una confederación, al que sucedían los nobles guerreros ihaggaren, luego estaban los siervos o vasallos, imrad, que poseían ganado, y, por último, los iklan, cautivos o esclavos, que descendían de negros capturados en incursiones hacia el sur. Al contrario de lo que sucedió con otros bereberes, los tuareg rechazaron la cultura islámica y conservaron sus costumbres: su lengua, su escritura, su tradición de herencia matrilineal, la monogamia, etc. En la cultura tuareg la mujer goza de una gran libertad y de alta consideración.

Más hacia el este se encontraba el Imperio Songay, formado antes del siglo VIII por la unión de un pueblo de pescadores y otro de cazadores. Su capital fue Kukya, pero un poco antes del fin del milenio se trasladó a Gao, un importante centro del comercio entre los territorios islámicos y el África negra. Este cambio coincidió aproximadamente con la islamización de la dinastía gobernante: los Dia. Más al este aún estaba el reino de Kanem, datado desde finales del siglo IX y que surgió cuando una aristocracia de origen nómada se impuso sobre un pueblo sedentario. Al igual que el Imperio Songay, a finales del milenio el reino de Kanem había asimilado el islam.

El fin de los carolingios
Índice El Matador de Búlgaros