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Aníbal Barca se había criado en España desde los nueve años. Su padre había sido un magnífico estratega y le había enseñado cuanto sabía, a la vez que le había inculcado un odio visceral a los romanos. Cuando se puso al frente de las tropas cartaginesas en España, los soldados lo aclamaron, pues había crecido entre ellos, todos le querían y conocían sus cualidades. Asdrúbal le había preparado un magnífico ejército. Contaba con una firme infantería íbera, con jinetes númidas, con honderos de las islas Baleares, capaces de arrojar piedras o bolas de plomo con más precisión que los arqueros, y también contaba con algunos elefantes norteafricanos. No eran los grandes elefantes centroafricanos, sino otros más pequeños, poco mayores que un caballo. En estas condiciones, Aníbal se propuso realizar el sueño de su padre: derrotar a Roma. El mayor inconveniente al que tenía que enfrentarse era Cartago. Los gobernantes de Cartago no querían ni pensar en un enfrentamiento con Roma. Eran comerciantes y lo que querían era comerciar. Pero Aníbal supo cómo tratar a Cartago.

En 219 asedió Sagunto y exigió su rendición. Los saguntinos apelaron a Roma, que envió mensajeros a Aníbal inmediatamente para recordarle que estaba violando el tratado firmado por Asdrúbal. Aníbal trató a los romanos de forma deliberadamente insultante, y les invitó a llevar sus quejas a Cartago, con la esperanza de que los romanos airados declararan inmediatamente la guerra, pero para su disgusto aceptaron su sugerencia y se dirigieron a Cartago. Aníbal envió sus propios mensajeros a Cartago, que se adelantaron a los romanos, y trataron de lograr el máximo apoyo posible a la guerra, a la vez que entorpecieron al máximo las conversaciones entre Roma y Cartago.

Éstas no fueron muy ágiles, porque al mismo tiempo Roma había iniciado una segunda campaña contra la piratería iliria, bajo la dirección del cónsul Lucio Emilio Paulo (el pequeño). En su primera campaña, Roma había dejado parte de Iliria bajo el gobierno de Demetrio de Faros, pero éste consintió que los piratas siguieran dominando el Adriático. Aprovechando la llegada de los romanos la reina Teuta atacó a Demetrio, pero finalmente Paulo arrasó Faros y Demetrio se vio obligado a huir a Macedonia. La campaña de Paulo puso fin definitivamente a la piratería iliria.

Una disputa entre la Liga Aquea y la Liga Etolia indujo a Filipo V de Macedonia a enfrentarse a los etolios. El rey demostró ser un excelente general y la campaña le valió para imponer una monarquía absoluta sobre Macedonia.

En 218, tras ocho meses de asedio, Sagunto cayó, y se produjeron los habituales saqueos, que Aníbal no trató de frenar para encolerizar a los romanos. Confiscó el tesoro de la ciudad y lo envió a Cartago. El caso fue que cuando Roma planteó el ultimátum: guerra o paz, los cartagineses, enardecidos por la victoria de Aníbal y satisfechos con el oro, respondieron a los romanos que eligieran ellos. La elección fue la guerra, y así comenzó la Segunda Guerra Púnica.

Aníbal salió de Cartagena con 90.000 soldados de infantería, 12.000 de caballería y algunos elefantes. Dejó a su hermano Asdrúbal en España al mando de otros 15.000 hombres. Avanzó hacia el norte. Sus hombres terminaron dándose cuenta del objetivo: se dirigían a Italia. Aníbal permitió desertar a los más temerosos, para que su miedo no se contagiara al resto. Mientras tanto, Roma, desconocedora de los planes de Aníbal, envió tropas a España, bajo el mando de Publio Cornelio Escipión. Cuando desembarcó, se enteró de que Aníbal estaba cerca del Ródano, así que volvió a embarcar para dirigirse al norte. Cuando llegó a la desembocadura del Ródano supo que Aníbal había avanzado a lo largo del río para alejarse de él, y que se dirigía a toda prisa hacia los Alpes. Escipión no trató de seguirlo, pues cruzar los Alpes era una locura. En su lugar, envió a su hermano Cneo a España mientras él volvía a Italia, dispuesto a esperar a Aníbal al otro lado de los Alpes, si es que llegaba.

Aníbal tardó quince días en cruzar los Alpes. Tuvo que librar dos batallas contra los galos y ganó ambas, aunque con muchas pérdidas. Se acercaba el invierno y sus hombres tuvieron que soportar el frío y la nieve. Cuando llegó al norte de Italia, sus tropas se habían reducido a unos 26.000 hombres. Carecía de bases, líneas de comunicación o de reservas. Su empresa parecía un suicidio. Escipión le estaba esperando junto al río Tesino. Allí se produjo un enfrentamiento entre las caballerías en el que los romanos resultaron derrotados. El mismo Escipión fue herido y al parecer habría muerto si su hijo no le hubiera salvado la vida. Escipión logró retirar su ejército al otro lado del Po y se replegó al este del río Trebia. Allí esperó la llegada del otro cónsul, Tiberio Sempronio Longo (el largo), que traía su propio ejército. Aníbal no estaba dispuesto a mantener otra pequeña escaramuza con los romanos. Quería un combate en serio, así que esperó al oeste del Trebia y no trató de impedir que los dos ejércitos se unieran. Escipión comprendió que Aníbal era peligroso, y fue partidario de retirarse, pero Sempronio no estaba dispuesto a aceptar tal deshonra. Aníbal envió un destacamento de caballería al otro lado del río, los romanos atacaron y, tras una breve resistencia, los cartagineses huyeron. Los romanos los siguieron de cerca y su infantería se lanzó tras ellos a través del río. Era invierno y el agua estaba helada. Los romanos llegaron a la otra orilla ateridos de frío, mientras allí les esperaba un ejército seco y en plenas condiciones. Las legiones romanas lucharon con su profesionalidad y lograron abrirse paso entre las líneas de Aníbal, pero no pudo resistir la carga de la caballería y los elefantes. Además Aníbal había ocultado dos mil hombres al mando de su hermano menor, Magón, que atacaron a los romanos por la retaguardia en el momento oportuno. Parte del ejército romano pudo salvarse, pero a costa de grandes pérdidas. Roma conservó dos guarniciones en la Galia Cisalpina, pero tuvo que abandonar el resto, ya que los galos, recientemente sometidos, se unieron con júbilo a los cartagineses, con lo que Aníbal compensó con creces las pérdidas que había sufrido al cruzar los Alpes.

Tras la batalla, Aníbal acampó para pasar el invierno, y los romanos lo dejaron tranquilo mientras reconstruían sus legiones. Cneo Cornelio Escipión fue enviado a Emporion (Ampurias) para atacar la base de abastecimientos de Aníbal y evitar así que pudiera recibir refuerzos. Descendió por la costa y se encontró con los cartagineses en Cissa (Tarragona). Allí, el general Hannón se había aliado con Indíbil, caudillo de los ilergetes, que poblaban la actual Lérida, pero fue derrotado por Escipión.

Antíoco III había sofocado algunas rebeliones propias del cambio de rey, y luego declaró la guerra a Ptolomeo IV. Así se inició la Cuarta Guerra Siria. Al principio tuvo una cierta ventaja, pero en 217 se enfrentó al grueso del ejército egipcio encabezado por el propio Ptolomeo IV. El combate tuvo lugar en Rafia, junto a la frontera egipcia. Los elefantes asiáticos de Antíoco III se enfrentaron a los africanos de Ptolomeo IV. Los africanos eran más grandes, pero menos dóciles. Hasta entonces, los ejércitos ptolemaicos habían estado formados únicamente por griegos, pero, ante la amenaza seléucida, Ptolomeo IV había formado una falange de 20.000 egipcios nativos. También contaba con un buen número de mercenarios gálatas y tracios. Con estos efectivos, Ptolomeo IV ganó la batalla.

La derrota le reportó numerosos problemas a Antíoco III, que tuvo que enfrentarse durante unos años a una revuelta en Asia Menor. Por su parte, Ptolomeo IV debió de pensar que Egipto quedaba libre de todo peligro y descuidó las labores de gobierno en manos de sus ministros. Entre sus aficiones estaba la de construir barcos gigantescos, sin ningún valor práctico a causa de su nula capacidad de maniobra. El mayor que llegó a tener medía unos 130 metros de largo y tenía cuatro mil remos.

Publio Cornelio Escipión fue enviado a España para ayudar a su hermano, y también Aníbal mandó a España a su hermano Magón para ayudar a Asdrúbal. Mientras tanto él condujo a su ejército por los Apeninos hasta las cercanías del lago Trasimeno, en Etruria. El camino no fue fácil, se perdieron todos los elefantes menos uno. Invirtieron cuatro días en cruzar una marisma, lo que desencadenó una epidemia de peste. Aníbal perdió la vista en un ojo a causa de la infección. Roma envió contra él un ejército mayor que el anterior, al mando de Cayo Flaminio.

Junto al lago Trasimeno, Aníbal observó un estrecho sendero que corría por el margen de una colina. Colocó a todos sus hombres tras la colina y esperó. El ejército romano llegó a la mañana siguiente a lo largo del camino. Aníbal lanzó sus tropas colina abajo, pilló completamente desprevenidos a los romanos, desparramados en una larga, débil y delgada línea, y el resultado fue una matanza.

Sin embargo, pese a la victoria, Aníbal sufrió un fuerte revés. Su esperanza era levantar a toda Italia en contra de Roma. Ciertamente, los galos del norte se le habían unido en cuanto hubo derrotado a Escipión, pero los etruscos no hicieron lo mismo tras la segunda victoria. Permanecieron fieles a Roma, aunque Aníbal decidió liberar a todos los prisioneros italianos. Aníbal debió de pensar que necesitaba otra victoria más.

Filipo V se interesó mucho por lo que estaba sucediendo en Italia y se apresuró a firmar la paz con los etolios. Quería tener las manos libres para intervenir en el momento oportuno.

Roma estaba aterrorizada, así que el Senado nombró un dictador: Quinto Fabio Máximo (el mayor). Fabio adoptó la política que menos favorecía a Aníbal. Él necesitaba una victoria y Fabio no estaba dispuesto a ofrecérsela. Evitó en todo momento el enfrentamiento directo. Sus hombres seguían de cerca a los cartagineses y atacaban a cualquier destacamento, pero se retiraban si Aníbal se acercaba con el grueso del ejército. Fabio recibió el sobrenombre de Cunctator (el que dilata) y su estrategia fue desgastando lentamente al ejército invasor. Sin embargo, con el paso del tiempo la actitud de Fabio fue puesta en entredicho en Roma. Los romanos fueron olvidando la capacidad de Aníbal y fue surgiendo la opinión de que Fabio era un cobarde, y que había que hacer frente a Aníbal de una vez por todas. Así, en 216, cuando terminó la segunda dictadura de Fabio, fueron elegidos cónsules Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo. El primero había sido uno de los más agresivos críticos contra Fabio, y el Senado les encomendó que se enfrentaran a Aníbal. Lo encontraron en Cannas, en la costa de Apulia, al sur de Italia. Aníbal tenía unos 50.000 hombres, mientras que el ejército romano contaba con 86.000. Pero Aníbal no rehuyó el combate. Al contrario, dispuso a sus hombres en forma de semicírculo, con la parte convexa de cara a los romanos. Cuando éstos atacaron, el centro fue retrocediendo poco a poco, y los romanos avanzaron con la esperanza de partir las líneas enemigas. Pero en su avance no observaron que los extremos del frente cartaginés permanecían firmes, mientras que si el centro retrocedía era porque así lo tenía ordenado. El semicírculo se convirtió en una recta, y luego se volvió cóncavo con los romanos dentro. Cuando los romanos comprendieron lo que pasaba trataron de impedirlo con la caballería, pero fue rechazada por la caballería cartaginesa que a continuación cerró definitivamente el círculo en el que el ejército romano fue sistemáticamente aniquilado. Paulo murió en la batalla y Varrón sobrevivió, pero prefirió suicidarse antes que volver a Roma y dar explicaciones.

La victoria de Cannas dio algunos frutos, aunque tal vez menos de los que Aníbal hubiera esperado. La ciudad de Capua, en la Campania, decidió apoyar a Aníbal, y a ella le siguieron algunas más, pero pocas. Por otra parte, Filipo V de Macedonia firmó una alianza con Aníbal.

Hasta ahora, Aníbal le había costado a Roma unas cien mil vidas, pero los romanos no quisieron mencionar siquiera la palabra rendición. Se prohibió toda señal de luto por los muertos en Cannas y se volvió a la política de desgaste propugnada por Fabio. Lo esencial era evitar que a Aníbal le llegaran refuerzos. Escipión se mantuvo en España con su hermano luchando con Asdrúbal. No tuvo mucho éxito, pero mantuvo a Asdrúbal ocupado. La flota romana fue conducida al Adriático para impedir que Filipo V de Macedonia enviara refuerzos. El cónsul Marco Claudio Marcelo (Marquito), que había destacado junto a Flaminio en la conquista de la Galia Cisalpina, obtuvo un pequeño éxito al evitar que Aníbal capturara la ciudad de Nola, cerca de Nápoles, lo cual no era gran cosa, pero sirvió para levantar los ánimos de los romanos.

En 215 murió el rey Hierón de Siracusa, que fue hasta su muerte un fiel aliado de Roma, pero su hijo Hierónimo decidió ponerse de parte de Cartago. No era descabellado: si Aníbal vencía, Roma tendría que ceder Sicilia a Cartago, y los cartagineses habrían sido implacables con una Siracusa prorromana. Puesto que Marcelo había sido pretor en Sicilia, fue enviado a la isla, derrotó a un ejército cartaginés y puso sitio a Siracusa. Respecto a Macedonia, Roma estableció una alianza con la Liga Etolia y con Esparta y envió un reducido número de tropas, con lo que empezó la Primera Guerra Macedónica. Mientras tanto Aníbal llevó su ejército a Capua, donde pasó una temporada recobrando fuerzas. Los romanos rodearon la ciudad. En España, Asdrúbal trató de avanzar hacia el norte para reunirse con su hermano, pero los Escipiones le derrotaron en Hibera (cerca de Tortosa) y le obligaron a retroceder.

Entonces los romanos establecieron una alianza con Sífax, rey de los masesilos, los númidas occidentales, quien arrebató el trono a Gea, rey de los masilios y atacó Cartago. En 214 Asdrúbal tuvo que dejar España para ayudar en la lucha contra los númidas, y en su ausencia los Escipiones pudieron ocupar el sur de la península con la ayuda de soldados íberos mercenarios.

Ese mismo año murió Demetrio de Faros en una batalla, y en 213 murió Arato, el que había dirigido la Liga Aquea hasta que tuvo que ceder ante Macedonia. Filipo V consiguió reforzar ligeramente su dominio sobre Grecia.

Mientras tanto el emperador Qin Shi Huang Di (o, mejor dicho, su ministro Li Si) seguía imponiendo la autoridad imperial en China. Evidentemente, el nuevo régimen tenía muchos detractores, y este año se tomó una decisión drástica: se ordenó la quema de los libros subversivos y se condenó a la pena de muerte a todo aquel que los conservara. La orden se extendía a los textos clásicos del confucianismo, a las notas de las escuelas filosóficas y a todas las obras históricas excepto la Crónica de Qin. No eran subversivos los libros de medicina, agricultura, etc. Incluso se aceptaban los libros sobre adivinación. En cambio, se prohibió expresamente "criticar el presente evocando la antigüedad". Esto hacía alusión a los confucianos, que ponían como modelo de sus teorías políticas a los míticos reinos antiguos.

Por otra parte, las fronteras del Imperio continuaron expandiéndose hacia el sur. En el norte aumentó la presión de los bárbaros. Ahora dominaban los Hsiung-nu, aunque ya llevaban más de un siglo hostigando a China. Habitualmente se les conoce como los hunos, aunque es difícil saber si estaban emparentados con el pueblo del mismo nombre que apareció en Europa siglos más tarde. Las murallas defensivas que habían construido los reinos del norte fueron unidas en una monumental Gran Muralla de 6.000 kilómetros de longitud. Por el contrario, las murallas interiores que marcaban límites entre distintos reinos, así como las fortificaciones, fueron destruidas. El emperador potenció grandes obras públicas: además de la Gran Muralla, construyó un sistema radial de carreteras que unía la capital con los territorios fronterizos, así como canales de riego y muchos palacios.

Volviendo a Italia, en 212, tras un largo asedio de dos años, Siracusa cayó. La tradición dice que durante el asedio la pesadilla de los romanos fue Arquímedes, que construyó toda suerte de artefactos, desde catapultas hasta espejos cóncavos que concentraban los rayos del sol sobre los barcos romanos y los quemaban. Dicen que cuando los soldados veían aparecer algo extraño sobre las murallas, echaban a correr por si acaso. Naturalmente, es de suponer que los historiadores griegos posteriores exageraron la lucha entre un cerebro griego frente al ejército romano. El caso es que, al parecer, una parte de la muralla quedó sin vigilancia durante una fiesta y los romanos lograron entrar. Marcelo dio órdenes de que Arquímedes fuera llevado a su presencia sin daño alguno. Se cuenta que un soldado lo encontró trazando figuras en la arena, ajeno a la invasión. Le ordenó que le acompañara, pero el anciano replicó: "No destroces mis círculos", y el soldado lo mató. Marcelo se contrarió al saberlo y ordenó que se celebrara un honroso funeral en su memoria, a la vez que se aseguró de que su familia estuviera protegida. Luego se dedicó a limpiar Sicilia de cartagineses.

Los cartagineses lograron dominar al númida Sífax con la ayuda de Masinisa, el hijo del rey Gea. El senado cartaginés envió de vuelta a España a Asdrúbal, a su hermano Magón y a otro general llamado Asdrúbal Giscón. Con ellos fue también Masinisa, al mando de un contingente de jinetes númidas. Entre todos y con la ayuda de los ilergetes de Indíbil lograron derrotar a los Escipiones en Ilorci (Lorca), donde murió Cneo, mientras que Publio tuvo que huir hasta el Ebro y murió poco después combatiendo contra Asdrúbal Giscón cerca de Cástulo. Las tropas romanas en España quedaron al mando del hijo de Publio, llamado también Publio Cornelio Escipión. (Algunos sobrenombres, como Varrón o Escipión, pasaban de padres a hijos). Asdrúbal Giscón regresó a Cartago, donde logró sellar una alianza con el númida Sífax, al cual le dio en matrimonio su hija Sofonisbe, pese a que estaba prometida a Masinisa, y ésta le hizo olvidar su antigua alianza con Roma.

Antíoco III trató de reconstruir el disgregado imperio de Alejandro o, al menos, la parte de él que formaba el primitivo Imperio Seléucida antes de su fragmentación. En los casos que pudo, trató de hacerlo amistosamente. Así, casó a tres de sus hijas con otros tantos monarcas: una con Mitrídates III del Ponto, otra con Ariarates IV de Capadocia y otra con Demetrio, el hijo de Eutidemo de Bactriana. Formalmente, estos reinos reconocieron la soberanía de Antíoco III, si bien gozaban de gran autonomía.

Aníbal había marchado de Capua hacia el sur, buscando unos aliados que no encontraba. La ciudad de Tarento se puso de su lado y, con ayuda de los propios tarentinos, expulsó a la guarnición romana de la ciudad. Mientras tanto los romanos asediaron Capua, con la que estaban particularmente enojados, por su pronta rendición. Aníbal dejó Tarento y acudió en ayuda de Capua, pero los romanos desaparecieron. Cuando volvió a Tarento, los romanos volvieron a Capua. La situación era frustrante para Aníbal. En 211 se dirigió a la misma Roma. En realidad no disponía de los elementos necesarios para asediar la ciudad y no estaba en condiciones de recibir suministros. Los romanos no se inmutaron. Ni siquiera llamaron a sus tropas de Capua, que terminaron tomando la ciudad. Simplemente se dispusieron a soportar un asedio que no podía durar. Aníbal lo sabía. Se cuenta que llegó a sus oídos que el propietario del terreno sobre el que había acampado lo había puesto en venta, y que había sido adquirido en todo su valor. También se dice que Aníbal se acercó a la muralla y arrojó una lanza dentro de la ciudad.

En 210 los romanos tomaron Agrigento, en Sicilia, y con ello los cartagineses quedaron fuera de la isla.

La Liga Aquea
Índice El triunfo de Roma