MARK
TWAIN
SOBRE EL PUEBLO JUDÍO
Hace unos meses publiqué un artículo en una
revista en el que describía una escena notable en el
Parlamento Imperial en Viena. Desde entonces he recibido varias
cartas con preguntas de judíos americanos. Eran cartas
difíciles de responder, pues no eran muy concretas. Pero
finalmente he recibido una muy precisa. Es de un abogado y
formula realmente las preguntas que los otros probablemente
creían estar formulando. Mediante este texto haré
lo que pueda para responder públicamente a este
correspondiente y también a los demás —al tiempo
que me disculpo por no haberles respondido en privado. La carta
del abogado dice lo siguiente:
He leído Tiempos de agitación en Austria. Hay una cuestión en particular de vital importancia para no pocos miles de personas, incluido yo mismo, una cuestión sobre la que a menudo había deseado preguntar a alguna persona no implicada. La muestra de fuerza militar en el Parlamento Austriaco que precipitó las revueltas no fue llevada a cabo por ningún judío. Ningún judío pertenecía a dicho Parlamento, ninguna cuestión judía estaba implicada en el Ausgleich o en la propuesta lingüística. Ningún judío estaba insultando a nadie. En resumen, ningún judío estaba haciendo ningún daño a nadie en absoluto. De hecho, los judíos son los únicos de las diecinueve razas diferentes en Austria que no tenían un partido. Son totalmente no-participativos.
Pero en su artículo usted dice que en los disturbios que siguieron, los diferentes grupos de gentes sólo estaban de acuerdo en una cosa, a saber, en estar en contra de los judíos. Entonces, ¿tendría usted la amabilidad de decirme por qué, a su juicio, los judíos han sido siempre, y lo son ahora, en estos días de supuesta cultura, el blanco de animosidades viciadas e infundadas? Me atrevería a decir que durante siglos no ha habido ciudadano más tranquilo, más alejado de todo disturbio y con mejor comportamiento, como clase, que los mismos judíos. Tengo la impresión de que la ignorancia y el fanatismo no pueden explicar por sí solos esas horribles e injustas persecuciones.
Dígame, pues, desde su aventajado, frío, punto de vista, cuál cree usted que es la causa. ¿Pueden los judíos americanos hacer algo para corregir la situación, ya sea en América o en el exterior? ¿Terminará esto alguna vez? ¿Se le permitirá alguna vez al judío vivir honesta, decente y pacíficamente como el resto de la humanidad? ¿Qué ha sido de la Regla Dorada?
Empezaré diciendo que si pensara que tengo prejuicios
contra los judíos consideraría más honesto
dejar este asunto a otra persona libre de semejante tara, pero
creo que no tengo tales prejuicios. Hace unos años un
judío me dijo que no había ninguna referencia
descortés hacia su pueblo en mis libros y me
preguntó cómo era posible. Y era posible por falta
de predisposición por mi parte. Estoy bastante seguro de
que (excepto uno) no tengo prejuicios raciales, y creo que
tampoco tengo prejuicios sobre el color, la clase o la
religión. De hecho, estoy seguro de ello.
Puedo soportar cualquier sociedad. Todo lo que me importa saber
es que el hombre es un ser humano. Esto me basta. Un hombre no
puede ser nada peor. No tengo una especial consideración
por Satán, pero al menos puedo decir que no tengo
ningún prejuicio contra él. Incluso puede que me
incline un poco hacia su lado, por aquello de que nunca ha
tenido un juicio justo.
Todas las religiones escriben biblias contra él, y dicen
las cosas más injuriosas sobre él, pero nunca
escuchamos su punto de vista. No tenemos nada más que la
evidencia de su persecución, y ya hemos pronunciado el
veredicto. A mi juicio, esto es muy irregular. Es
anti-inglés, anti-americano, anti-francés. Sin
este precedente, Dreyfus no habría podido ser condenado.
Por supuesto, Satán tendrá algo de culpa, no hace
falta decirlo. Puede ser algo de poca importancia, algo que
podría decirse de cualquiera de nosotros. Tan pronto como
pueda reunir los hechos, yo mismo me ocuparé de su
rehabilitación, si puedo encontrar un editor imprudente.
Es algo que todos deberíamos estar dispuestos a hacer por
cualquiera que esté bajo una nube. No debemos
reverenciarlo, pues ello podría ser insensato, pero al
menos podemos respetar sus talentos.
A una persona que durante innumerables siglos ha mantenido la
imponente posición de líder espiritual de las
cuatro quintas partes de la raza humana, y líder
político de la totalidad de ella debe concedérsele
la posesión de habilidades ejecutivas del orden
más elevado. Ante su inmensa presencia el resto de Papas
y políticos se encogen como mosquitos de los que
sólo se ven con el microscopio. Me gustaría verlo.
Preferiría verlo a él y estrecharle el rabo antes
que a cualquier otro miembro del Concierto Europeo.
En este artículo usaré la palabra judío
tanto para la religión como para la raza. Es
cómodo y, además, es lo que el término
significa para el mundo en general. En la carta precedente se
encuentran estos puntos:
Punto No. 1.
Debemos conceder la proposición No. 1 por varias razones
suficientes. El judío no es un perturbador de la paz en
ningún país. Incluso sus enemigos tienen que
conceder esto. No es un holgazán, no es un borracho, no
es escandaloso, no es violento ni alborotador, no es
pendenciero. En las estadísticas del crimen su presencia
es patentemente escasa—en todos los países. Tiene poco
que ver con asesinatos y otros delitos violentos: es un
extraño para el verdugo. Su nombre raramente aparece en
la larga lista de asaltos, borracheras y desórdenes del
juzgado de guardia.
Que el judío es un hombre en el más verdadero
sentido del término es un hecho que nadie
cuestionará. Su familia está entretejida por los
afectos más fuertes, sus miembros muestran entre
sí el debido respeto, y la reverencia hacia los mayores
es una ley inviolable de la casa. El judío no es una
carga para la beneficencia estatal ni municipal. Éstas
podrían cesar en sus funciones sin que él se viera
afectado.
Cuando se encuentra suficientemente bien, trabaja; cuando no
está en condiciones, su propia gente cuida de él.
Y no de forma pobre y mezquina, sino con una gran y excelente
benevolencia. Su raza tiene derecho a ser llamada la más
benevolente de todas las razas de hombres. Un mendigo
judío no es imposible, quizá, algo así
puede existir, pero pocos hombres pueden decir que han visto ese
espectáculo. Los judíos han sido llevados al
escenario de muchas formas poco halagadoras, pero, hasta donde
yo sé, ningún dramaturgo ha cometido la injusticia
de representarlo como un mendigo. Cuando un judío se ve
en situación de mendigar, su gente lo libra de la
necesidad de hacerlo. Las instituciones benéricas de los
judíos se sostienen con el dinero judío, y con
creces. Los judíos no lo pregonan, lo hacen
silenciosamente, no nos incordian, ni nos molestan, ni nos
acosan para que contribuyamos, nos dejan en paz y nos dan
ejemplo, un ejemplo que no sabemos seguir, pues por naturaleza
no hacemos donaciones espontáneamente, y tenemos que ser
paciente e insistentemente perseguidos en interés de los
desafortunados.
Estos hechos acreditan la proposición de que el
judío es un ciudadano bueno y organizado. En resumen,
certifican que es tranquilo, pacífico, industrioso,
alejado de grandes crímenes y disposiciones brutales, que
su vida familiar es encomiable, que no es una carga para la
beneficencia pública, que no es un mendigo y que en
benevolencia nadie puede competir con él. Estos hechos
son la quintaesencia de la buena ciudadanía, si se puede
añadir que es tan honesto como la media de sus vecinos,
pero creo que esta cuestión se responde afirmativamente
por el hecho de que es un exitoso hombre de negocios.
La base de un negocio de éxito es la honestidad. Un
negocio no puede prosperar cuando las partes no pueden confiar
unas en las otras. Numéricamente el judío es
insignificante en la inmensa población de Nueva York,
pero que su honestidad destaca por su abundancia está
avalado por el hecho de que el comercio al por mayor de
Broadway, desde Battery hasta Union Square, está
sustancialmente en sus manos. Supongo que el más
pintoresco ejemplo en la historia de la confianza de un
comerciante en otro se da cuando no se trata de un cristiano
confiando en otro cristiano, sino un cristiano confiando en un
judío.
Aquel duque de Hesse que vendía sus súbditos a
Jorge III para que lucharan contra George Washington y
así se hizo rico, cuando se encontró con que las
guerras engendradas por la revolución francesa
habían hecho su trono demasiado caliente para su gusto,
se vio obligado a huir de su país. Tenía prisa, y
se veía obligado a abandonar sus ganancias, nueve
millones de dólares. Tenía que arriesgar su dinero
dejándoselo a alguien sin seguridad, y no eligió a
un cristiano, sino a un judío, un judío de medios
modestos, pero de gran carácter, un carácter tan
grande que se quedó solo —Rothschild de Frankfurt.
Treinta años más tarde, cuando Europa había
vuelto a estar tranquila y segura, el duque regresó de
ultramar y el judío le devolvió el préstamo
con los intereses añadidos.
El judío tiene también su lado negativo. Tiene
algunos aspectos deshonrosos, aunque no tiene el monopolio de
ellos, porque no puede librarse por completo de la competencia
cristiana vejatoria. Hemos visto que rara vez transgrede las
leyes mediante crímenes con violencia. De hecho, sus
relaciones con los tribunales están casi restringidas a
asuntos relacionados con el comercio. Tiene una
reputación de varias pequeñas formas de
engaño, y de practicar la usura opresiva, y de quemar sus
pertenencias para cobrar el seguro, y de arreglar contratos
astutos que le dejan una salida mientras bloquean a los otros, y
de elaborar ardides inteligentes que lo dejan cómodo y
seguro conforme a la letra estricta de la ley, cuando el
tribunal y el jurado saben bien que ha violado su
espíritu.
Es con frecuencia un funcionario fiel y capaz en el servicio
civil, pero se le acusa de una falta de inclinación
patriótica para servir a la bandera como soldado, al
igual que el cuáquero cristiano. Ahora, si uno compensa
estas características deshonrosas con las honrosas
resumidas en el párrafo que empieza por "Estos hechos
acreditan la proposición...", y los pone en una balanza,
¿cuál debe ser el veredicto? Éste, creo yo:
que una vez sopesados honestamente los méritos y
deméritos, el cristiano no puede reclamar ninguna
superioridad sobre el judío en cuanto a la buena
ciudadanía. Sin embargo, en todos los países,
desde los albores de la historia, el judío ha sido
persistente e implacablemente odiado, y con frecuencia
perseguido.
Punto No. 2.
¿Puede el fanatismo por sí solo explicar esto?
Hace años yo pensaba que lo explicaba casi todo, pero
después me convencí de que era un error. De hecho,
ahora estoy convencido de que apenas explica nada. A este
respecto me viene a la mente el Génesis, capítulo
XIVII. Todos hemos leído meditadamente (o
inmeditadamente) la patética historia de los años
de abundancia y los años de escasez en Egipto, y
cómo José, aprovechando la oportunidad,
creó un monopolio sobre los corazones rotos y las
cortezas de los pobres y la libertad humana, un monopolio por el
que se hizo con todo el dinero de una nación, hasta el
último centavo, con todos los víveres de una
nación, hasta el último grano, con todas las
tierras de una nación, hasta el último acre,
comprándolo todo a cambio de pan, hombre por hombre,
mujer por mujer, niño por niño, hasta que todos se
convirtieron en esclavos, un monopolio por el que se hizo con
todo, sin dejar nada, un monopolio tan estupendo que, en
comparación con él, los monopolios más
gigantescos de la historia posterior no son sino cosas de
niños, pues manejó cientos de millones de bushels
y sus beneficios fueron del orden de cientos de millones de
dólares, y fue un desastre tan aplastante que sus efectos
no han desaparecido completamente de Egipto hasta la fecha,
más de tres mil años después del suceso.
¿Es posible que Egipto haya recordado a José, el
judío extranjero, durante todo este tiempo? Creo que es
probable. ¿Y lo habrá recordado amistosamente?
Debemos ponerlo en duda. ¿Creó José un
estereotipo para su raza que sobreviviría durante mucho
tiempo en Egipto, y con el tiempo su nombre sería usado
para expresar ese estereotipo, como el de Shylock? Es
difícil dudarlo.
Recordemos que esto sucedió siglos antes de la
crucifixión. Ahora quisiera avanzar 1.800 años y
recordar una nota hecha por un historiador latino. Lo leí
en una traducción hace muchos años, y a hora me
viene a la mente con viveza. Se refería a una
época en la que la gente podría haber visto en
vida al Salvador. El cristianismo era tan nuevo que el pueblo de
Roma apenas había oído hablar de él, y
apenas tenía nociones confusas de lo que era.
La sustancia de la observación era ésta: Algunos
cristianos fueron perseguidos en Roma por error, porque fueron
tomados erróneamente por judíos. Aquellos paganos
no tenían nada contra los cristianos, pero estaban
dispuestos a perseguir judíos. Por alguna razón u
otra odiaban a los judíos antes incluso de saber
qué eran los cristianos. ¿No debo suponer,
entonces, que la persecución de los judíos es algo
que antecede al cristianismo y que no nació con el
cristianismo? Así lo creo.
¿Cuál fue el origen del sentimiento? Cuando era
niño, en los asentamientos posteriores del valle del
Mississippi, donde prevalecía una graciosa y hermosa
simplicidad y una falta de sentido práctico propias de
las escuelas dominicales, el "Yankee" (ciudadano de los Estados
de Nueva Inglaterra) era odiado con espléndida
energía. Pero la religión no tenía nada que
ver con ello. En un negocio, el Yankee ganaba cinco veces
más que los del Oeste. Su astucia, su visión, su
juicio, su conocimiento, su espíritu emprendedor y su
formidable destreza en aplicar estas capacidades eran
francamente reconocidas e intensamente maldecidas.
En los Estados algodoneros, tras la guerra, los simples e
ignorantes negros cosechaban para el terrateniente blanco como
colonos. Entonces apareció el judío con fuerza.
Abrió una tienda en la plantación,
proporcionó al negro cuanto necesitaba a crédito,
y al final de la temporada poseía la parte de la cosecha
que le correspondía a éste y parte de la
correspondiente al año próximo. Mucho antes el
blanco ya detestaba al judío, y es dudoso que el negro lo
apreciara.
El judío está siendo ilegalizado en Rusia. La
razón no se oculta. Todo empezó porque el
campesino y el aldeano cristiano no tenían ninguna
oportunidad contra sus habilidades comerciales. Él
siempre estaba dispuesto a prestar dinero para un cultivo, y a
vender a crédito vodka y otras necesidades cotidianas
mientras el cultivo crecía. Cuando llegaba el día
de la liquidación, él era el dueño de la
cosecha, y al año siguiente o al otro poseía la
granja, como José.
En la Inglaterra torpe e ignorante de Juan todos acababan
endeudándose con el judío. Él reunía
todas las actividades lucrativas en sus manos, era el rey del
comercio, estaba listo para ayudar de todas las formas
provechosas, incluso financió las cruzadas para rescatar
el Santo Sepulcro. Para saldar esta cuenta con la nación
y devolver los negocios a sus vías naturales de
incompetencia era necesario desterrarlo del reino.
Por razones similares España tuvo que desterrarlo hace
cuatro siglos, y Austria unos dos siglos más tarde. En
todas las épocas la Europa cristiana ha tenido que
recortar sus actividades. Si entraba en un oficio
mecánico, los cristianos tenían que retirarse de
él. Si se establecía como médico, era el
mejor y se quedaba con el negocio, si explotaba la agricultura,
los otros granjeros tenían que dedicarse a otra cosa.
Como no había forma de competir con éxito con
él en cualquier oficio, la ley tuvo que intervenir y
salvar al cristiano de la beneficencia.
Se le fue prohibiendo negocio tras negocio hasta no dejarle
prácticamente ninguno. Se le prohibió ocuparse de
la agricultura, se le prohibió ejercer el derecho, se le
prohibió practicar la medicina, salvo entre
judíos, se le prohibió la artesanía.
Incluso las plazas escolares tuvieron que ser cerradas para este
tremendo antagonista.
Sin embargo, aun carente de empleos, encontró formas de
hacer dinero, incluso formas de hacerse rico. También
encontró formas de invertir sus ganancias, pues la usura
no le fue prohibida. En las duras condiciones descritas, el
judío sin cerebro no podía sobrevivir, y el
judío con cerebro tenía que mantenerlo bien
entrenado y aguzado si no quería morir de hambre. Eras de
restricción a la única herramienta que la ley no
podía quitarle—su cerebro— han hecho dicha herramienta
singularmente competente, eras de obligatorio desuso de sus
manos se las han atrofiado, y ahora nunca las usa.
Esta historia tiene un aspecto muy, muy económico, un
aspecto económico muy sórdido y práctico,
el aspecto económico de una cruzada contra el trabajo
barato de los Chinos. Los prejuicios religiosos pueden explicar
una parte de ello, pero no las otras nueve. Los protestantes han
perseguido a los católicos, pero no les quitaron sus
medios de vida. Los católicos han perseguido a los
protestantes con amargura sangrienta y horrible, pero nunca les
prohibieron ejercer la agricultura y la artesanía.
¿Por qué fue así? Esto tiene el
cándido aspecto de una genuina persecución
religiosa, no el de un boicot sindical disfrazado de religioso.
Los judíos son acosados y reprimidos en Austria y
Alemania, y últimamente en Francia, pero Inglaterra y
América tienen el campo libre y sobreviven. En Escocia
también pueden vivir sin problemas, pero pocos quieren.
Hay pocos judíos en Glasgow, y alguno en Aberdeen, pero
es porque no ganan lo suficiente para marcharse.
Estoy convencido de que la crucifixión no tiene mucho
que ver con la actitud del mundo hacia el judío, de que
las razones son más antiguas que ese suceso, como sugiere
la experiencia de Egipto y el pesar de Roma por haber perseguido
a un desconocido llamado cristiano bajo la falsa
impresión de que estaba meramente persiguiendo un
judío. Meramente a un judío, a una serpiente
despellejada que posiblemente estaba acostumbrada a ello.
Estoy convencido de que en Rusia, Austria y Alemania las nueve
décimas partes de la hostilidad contra los judíos
viene de la incapacidad del cristiano medio para competir con
éxito contra el judío medio en los negocios — en
los negocios limpios o en los de tipo cuestionable. En
Berlín, hace unos pocos años, leí un
discurso que instaba abiertamente a la expulsión de los
judíos de Alemania, y la razón del agitador era
tan clara como su propuesta.
Era ésta: que el 85% de los abogados de éxito en
Berlín eran judíos, ¡y que un porcentaje
similar de los grandes negocios lucrativos de todas clases en
Alemania estaba en manos de la raza judía! ¿No es
una confesión sorprendente? No era sino otra forma de
decir que en una población de 48 millones, de los cuales
sólo 500.000 estaban registrados como judíos, el
85% de los cerebros y el 100% honestidad se encontraba en los
judíos.
Debo insistir en lo de la honestidad. Es un elemento esencial
del éxito empresarial a largo plazo. Por supuesto que no
descarta a los bribones por completo, incluso entre los
cristianos, pero es una buena regla de trabajo, de todos modos.
Las cifras del orador podrían haber sido inexactas, pero
el motivo de la persecución se muestra tan claro como la
luz del día. El hombre afirmaba que en Berlín los
bancos, los periódicos, los teatros, los grandes
intereses mercantiles, navieros, mineros y de manufacturas, los
grandes contratos del ejército y el municipio, los
tranvías y muchas otras propiedades de gran valor,
así como los pequeños negocios, estaban en manos
de los judíos.
Dijo que el judío estaba empujando contra la pared al
cristiano, que era lo único que un cristiano podía
hacer para recuperar su vida, y que el judío debía
ser expulsado cuanto antes. No había otra forma de salvar
al cristiano.
Aquí en Viena, el pasado otoño, un agitador dijo
que todos estos hechos desastrosos se aplicaban también a
Austria-Hungría, y con un fiero lenguaje pedía la
expulsión de los judíos. Cuando los
políticos salen sin rubor y leen el panfleto tan claro y
sin tapujos, lo ven como una buena señal de que
ahí hay un mercado en el que saben que pueden pescar
votos. Nótese el punto crucial de la agitación
mencionada: el argumento es que el cristiano no puede competir
con el judío, y que por lo tanto hasta su pan está
en peligro. Para los seres humanos esto inspira mucho más
odio que cualquier asunto relacionado con la religión.
Para la mayoría de la gente, la necesidad de pan y carne
está en primer lugar y la religión en el segundo.
Estoy convencido de que la persecución del judío
no se debe en gran medida al prejuicio religioso. No, el
judío es un amasador de dinero, y amasando su dinero se
convierte en un serio obstáculo para sus vecinos menos
capaces que pretenden lo mismo. Creo que ése es el
problema.
Al estimar los valores mundanos el judío no es
superficial. Con sabiduría precoz comprendió en el
amanecer de los tiempos que algunos hombres adoran la autoridad,
otros a los héroes, otros al poder, otros a Dios, y que
sobre todos esos ideales discuten y no se ponen de acuerdo, pero
que todos ellos adoran al dinero, así que
convirtió el obtenerlo en el objetivo de su vida.
En ello estaba en Egipto hace 36 siglos, en ello estaba en Roma
cuando los cristianos fueron perseguidos por error en su lugar,
en ello ha estado siempre. El coste que ello le ha provocado ha
sido enorme: su éxito lo ha convertido en enemigo de toda
la raza humana, pero lo ha pagado, pues le ha reportado envidia,
pues el dinero es lo único por lo que los hombres
venderíann el cuerpo y el alma.
Hace mucho que observó que un millonario inspira
respeto, que un bis-millonario inspira reverencia y que un
multimillonario inspira la adoración más profunda.
Todos conocemos ese sentimiento, lo hemos visto expresarse.
Hemos notado que cuando el hombre medio menciona el nombre de un
multimillonario lo hace con esa mezcla en su voz de asombro,
reverencia y deseo que brilla en los ojos de un francés
cuando se hace con un céntimo de otro.
Punto No. 3.
¿Pueden los judíos hacer algo para mejorar la
situación? Creo que sí. Si se me permite hacer una
sugerencia sin que parezca que estoy tratando de enseñar
a mi abuela a sorber los huevos, la haré. En nuestros
días hemos aprendido el valor de la cooperación.
Lo aplicamos en todas partes: en los sistemas ferroviarios, en
los trusts, en los sindicatos, en los Ejércitos de
Salvación, en la política menor, en la
política mayor, en los Conciertos Europeos. Cualquiera
que sea nuestra fuerza, grande o pequeña, la organizamos.
Hemos descubierto que es la única forma de obtener el
máximo provecho. Conocemos la debilidad de los palillos
individuales y la fortaleza del haz concentrado.
Suponga que intenta un proyecto de este tipo, por ejemplo: en
Inglaterra y en América, ponga a cada judío en el
censo como judío (si es que esto aún no se ha
hecho), forme regimientos integrados únicamente por
judíos y, cuando suenen los tambores, acuda al frente
para eliminar el reproche de que hay pocos Massenas entre
ustedes, y de que ustedes son alimentados en un país pero
no gustan de luchar por él. Luego, en política,
organicen su fuerza, agrúpense y piensen a quién
conviene votar, cuando puedan hacerlo, y donde no puedan, exijan
las mejores condiciones que sea posible.
Ustedes ya forman una piña en todos los países,
pero se apiñan sin un propósito suficiente,
hablando políticamente. Ustedes no parecen estar
organizados salvo para sus obras de beneficencia. En eso son
omnipotentes, es obligado reconocerlo, no necesitan pedirlo. Eso
muestra lo que son capaces de hacer cuando se agrupan con un
propósito definido. Y luego, desde América e
Inglaterra pueden animar a su raza en Austria, Francia y
Alemania y ayudarla materialmente.
Un pobre judío en Galicia me contó una
patética historia hace quince días, durante los
disturbios. Después de haber sido asaltado por los
campesinos cristianos, que lo despojaron de todo lo que
tenía, dijo que su voto no tenía valor para
él, y que ojalá se le permitiera no votar, pues,
de hecho, votar le iba a suponer un perjuicio votara al partido
que votara, pues el partido contrario iría a por
él para vengarse.
¡Estos judíos son el 9% de la población del
imperio y aparentemente no pueden apoyar la plataforma de
ningún candidato! Si usted les enviara a nuestros
muchachos irlandeses creo que ellos organizarían a su
raza y cambiarían el aspecto del Reichsrath.
Usted parece pensar que aquí los judíos no
participan en la política, que son "absolutamente no
participativos". A mí me han asegurado hombres que
conocen la situación que eso es un gran error, que los
judíos son excesivamente activos en política a lo
largo de todo el Imperio, pero que dispersan su trabajo y sus
votos entre numerosos partidos, y así pierden las
ventajas que tendrían con la concentración. Creo
que en América también se dispersan, pero usted lo
sabrá mejor que yo.
Hablando de concentración, el Dr. Herzl tiene una
visión muy profunda sobre su valor. ¿Ha
oído hablar de su plan? Desea concentrar todos los
judíos del mundo en Palestina, con su propio gobierno,
bajo el protectorado del Sultán, supongo. En la
convención de Berna, el año pasado, hubo delegados
de todas partes y la propuesta fue recibida decididamente con
agrado.
Yo no soy el Sultán y no me opongo, pero si los cerebros
más astutos de todo el mundo se van a concentrar en un
país libre (excepto Escocia), creo que sería
prudente impedirlo. No sería bueno que la raza conociera
su fuerza. Si los caballos conocieran la suya, ya no
podríamos cabalgarlos.
Punto No. 4.
Los judíos no tienen partido, son no-participativos.
Quizá usted ha revelado el secreto considerándose
aparte. Es difícil considerar un mérito para la
raza que sea capaz de decir eso, o para usted, señor, que
pueda decir eso sin remordimientos e incluso que pueda
presentarlo como un alegato contra el maltrato, la injusticia y
la opresión. ¿Qué derecho tiene el
judío de quedarse inactivo en un país libre y
dejar que otros se ocupen de su seguridad?
El judío oprimido tenía derecho a toda
compasión en los tiempos pasados, bajo autocracias
brutales, pues era débil y no tenía amigos, y no
tenía forma de contribuir a su causa. Pero ahora tiene
medios, y los ha tenido desde hace un siglo, pero no veo que
haya tratado de hacer un uso serio de ellos. Cuando la
revolución lo declaró libre en Francia, fue un
acto de gracia —de gracia de otras gentes, él no
contribuyó a ello. Tampoco me consta que contribuyera
cuando Inglaterra lo declaró libre. Entre los doce
hombres cuerdos de Francia que se han prestado, bajo el
liderazgo del gran Zola, a luchar (y a triunfar, espero y deseo)
en la batalla por el Judío más infamemente tratado
de los tiempos modernos, ¿ha visto contribuir a
algún judío rico o ilustre?
En los Estados Unidos fue hecho libre desde el principio —y no
necesitó contribuir a ello, por supuesto. En Austria,
Alemania y Francia tiene derecho a voto, pero
¿cómo lo usa? No parece saber cómo usarlo
para conseguir los mejores resultados. Con todas sus
espléndidas capacidades y toda su riqueza, hoy no es
políticamente importante en ningún país. En
América, ya en 1854, el ignorante carretillero
irlandés que tenía su propia cultura y su forma de
ponerla de manifiesto, dejó bien claro a todos que
debía ser tenido en cuenta políticamente, aunque
quince años antes apenas sabíamos qué
aspecto tenía un irlandés.
Como fuerza inteligente y numéricamente, siempre ha
estado en los niveles más bajos, pero ha gobernado el
país igualmente. Y es así porque estaba
organizado. Hizo que su voto fuera valioso, de hecho, esencial.
Usted dirá que el judío es en
todas partes numéricamente débil. Ésa no es
la cuestión, como nos lo enseña la historia del
irlandés. Pero ahora paso a considerar su inferioridad
numérica en la actualidad. En todos los países
parlamentarios ustedes podrían sin duda elegir
judíos para las legislaturas, e incluso un único
representante en tales cuerpos es a veces una fuerza
significativa. ¿En qué medida se han implicado
ustedes a este respecto en Austria, Francia y Alemania?
¿O incluso en América, ya puestos? Usted
señala que los judíos no incitaron los disturbios
en el Reichrath aquí, e incluso añade con
satisfacción que ni siquiera había uno en el
parlamento. Eso no es estrictamente exacto, si lo fuera,
¿no debería usted más bien explicarlo o
disculparlo en lugar de presentarlo como un mérito?
Pero creo que el judío no estaba
representado en la proporción que debería haberlo
estado según sus posibilidades. Austria les otorga el
sufragio en términos bastante liberales, así que
probablemente es culpa suya que esté políticamente
en el último plano. En cuanto a su inferioridad
numérica, mencioné algunas cifras más
arriba: 500.000 como la población judía de
Alemania. Añadiré ahora algunas más: seis
millones en Rusia, cinco millones en Austria, 250.000 en los
Estados Unidos. Las digo de memoria, las leí en la
enciclopedia británica hace diez o doce años, pero
estoy seguro de ellas.
Si esas estadísticas son correctas,
mi argumento no es tan fuerte como si lo refiriera a
América, pero no deja de tener su fuerza. Es
suficientemente fuerte si se aplica a Austria, pues hace diez
años cinco millones eral el 9% de la población del
imperio. Los irlandeses gobernarían el reino de los
Cielos si tuvieran allí una proporción como esa.
Tengo algunas sospechas. Me llegaron de
segunda mano, pero las conservo desde hace diez o doce
años. Cuando leí en la Enciclopedia
Británica. que la población judía de los
Estados Unidos era de 250.000 escribí al editor y le
expliqué que entonces yo conocía personalmente a
más judíos de los que viven en mi país, y
que esas cifras eran sin duda una errata por 25.000.000.
También le dije que yo personalmente conocía a
otros tantos, pero eso fue sólo para aumentar su
confianza en mí, pues no era verdad.
Su respuesta se perdió y nunca me
llegó, pero fui comentando el asunto y la gente me dijo
que hay razones para sospechar que por razones comerciales
muchos judíos que tratan principalmente con cristianos no
se declaran judíos en el censo. Resultaba plausible y
sigue resultándolo. Mire la ciudad de Nueva York, mire
Boston, Filadelfia, Nueva Orleans, Chicago, Cincinnati y San
Francisco. ¡Su raza forma enjambres en esos lugares! y en
cualquier otra parte de América, hasta en el pueblo
más pequeño.
Lea los carteles de los mercados y tiendas:
Goldstein (piedra de oro) Edelstein (piedra preciosa) Blumenthal
(valle de flores) Rosenthal (valle de rosas) Veilchenduft (olor
de violetas), Singvogel (pájaro cantor) Rosenzweig (ramo
de rosas) y toda la lista impresionante de hermosos y
envidiables nombres con los que Prusia y Austria les
glorificaban a ustedes hace tanto tiempo. Se trata de otro
ejemplo de la drástica y cruel persecución de
Europa hacia su raza; no era drástica y cruel porque les
proveyera a ustedes con nombres tan bellos y poéticos
como ésos, sino que era drástica y cruel porque
les hizo pagar por ellos, para no tener que usar esos nombres
horribles e indecentes cuyos propietarios ya no usan hoy o, si
lo hacen, es sólo en los papeles oficiales.
Pero la mayoría, no unos pocos, se
quedó con los nombres odiosos, por ser demasiado pobres
para sobornar a los funcionarios para que les dieran otros
mejores. Entonces, ¿por qué la raza cambió
de nombre? Me han dicho que en Prusia se empezó a usar
nombres ficticios, cambiándolos a menudo, para evitar al
recaudador de impuestos, para escapar del servicio militar,
etc., y finalmente la idea llegó al punto de poner a
todos los habitantes de una casa un mismo apellido y hacer
responsable a la casa de esos habitantes y de las desapariciones
que pudieran producirse. Esto hizo que los judíos se
controlaran los unos a los otros por su propio interés y
así el gobierno se desentendió del problema.
Si la explicación de cómo los
judíos de Prusia cambiaron de nombre es correcta, si es
verdad que se registraron falsamente para obtener ciertas
ventajas, también es posible que en América se
abstengan de registrarse como judíos para defenderse de
los prejuicios dañinos del cliente cristiano. No tengo
forma de saber si esta teoría está bien fundada o
no. Puede que haya otras formas mejores de explicar por
qué sólo ese pobre número de 250.000
judíos ha llegado a la enciclopedia. Por supuesto, puedo
estar equivocado, pero estoy persuadido de que tenemos una
inmensa población judía en América.
Punto No. 5.
¿La persecución de los
judíos llegará alguna vez a su fin? En lo que
respecta a la religión, creo que ya ha llegado a su fin.
En lo que respecta al prejuicio racial y al comercio, creo que
continuará. Es decir, aquí y allá en
distintos lugares alrededor del mundo, donde prevalece una
bárbara ignorancia y una suerte de mera
civilización animal, pero no creo que en otros sitios el
judío necesite permanecer bajo el temor de ser robado o
saqueado.
Entre las altas civilizaciones, parece
estar muy cómodamente situado, de hecho, y parece tener
más que la parte proporcional que le
correspondería en cuanto a prosperidad. Eso es lo que
parece en Viena. Supongo que el prejuicio racial no puede
eliminarse, pero puede soportarlo, no es especialmente grave.
Por su hacer y sus maneras, él es sustancialmente un
extrangero dondequiera que esté, e incluso a los
ángeles les disgusta un extranjero. Estoy usando esta
palabra, extrangero (foreigner) en su sentido alemán,
extraño (stranger). Casi todos nosotros sentimos
antipatía por un extraño, aunque sea de nuestra
nacionalidad. Apilamos bolsas en un asiento vacío para
evitar que se siente en él, y un perro va más
allá, y hace lo que haría un salvaje: lo
desafía al momento.
El diccionario alemán no parece
hacer distinción entre un extraño (stranger) y un
extranjero (foreigner), desde su punto de vista un
extraño es extranjero, una sólida posición,
diría yo. Ustedes siempre serán por sus modos,
costumbres y gustos sustancialmente extraños
—extranjeros— dondequiera que estén, y esto probablemente
mantendrá vivo el prejuicio racial contra ustedes. Pero
ustedes eran originalmente los favoritos del Cielo, y sus
múltiples y desproporcionadas prosperidades me convencen
de que se han reunido de nuevo en ese cómodo lugar.
He aquí un incidente significativo:
La semana pasada en Viena una tormenta de granizo cayó
sobre el prodigioso cementerio central y provocó grandes
destrozos. En la parte cristiana, según las cifras
oficiales, 621 cristales resultaron rotos, más de 900
pájaros cantores murieron, cinco grandes árboles y
muchos pequeños fueron hechos pedazos, y éstos
fueron esparcidos por el viento a lo largo y ancho. Las plantas
ornamentales y otras decoraciones de las tumbas quedaron
arruinadas, y más de cien lámparas de las tumbas
se rompieron. A los 300 trabajadores del cementerio les
costó más de tres días limpiar los restos
de la tormenta. En el informe aparece esta observación, y
en su cursiva se puede oír rechinar los dientes
cristianos: "Ni una piedra de granizo golpeó la parte
judía". Este nepotismo me cansa.
Punto No. 6.
¿Qué ha sido de la Regla
Dorada? Existe y sigue brillando, y se sigue teniendo en cuenta.
Es la Pieza A de la colección de la Iglesia, y se exhibe
todos los domingos para que le de el aire. Pero no puede usted
meterla de contrabando en esta discusión, en la cual es
irrelevante y no se sentiría cómoda. Es
estrictamente un objeto religioso, como un acólito o una
bandeja de recaudación y todas esas cosas. Nunca se ha
metido en negocios, y la persecución de los judíos
no es una pasión religiosa, es una pasión
económica.
En conclusión: Si las estadísticas son correctas, los judíos constituyen sólo el 1% de la raza humana. Este número revela que son una insignificante y ligera mota de polvo de estrellas en el destello de la Vía Láctea. Ciertamente, el judío debería pasar desapercibido pero se lo ve y escucha y siempre se lo ha visto y escuchado. Es tan prominente en el planeta como cualquier otro pueblo. Tomando en cuenta su pequeñez numérica, su importancia comercial fuera de toda proporción es sorprendente. Sus contribuciones a la lista mundial de grandes nombres en literatura, ciencia, arte, música, finanzas, medicina y pedagogía exceden también toda suposición. En todas las épocas ha protagonizado una lucha maravillosa y lo ha hecho con las manos atadas a su espalda. Podría sentirse envanecido consigo mismo y ser disculpado por ello. Los egipcios, los babilonios y los persas aparecieron, llenaron con sonido y esplendor el planeta, luego se desvanecieron en la materia de los sueños y desaparecieron. Los griegos y los romanos los siguieron y también hicieron mucho ruido y también se fueron. Otros pueblos han surgido y sostenido sus antorchas en alto por un tiempo. Pero también se agotaron y permanecen en alguna nebulosa o han desaparecido. El judío los vio a todos. Los venció y está ahora como siempre estuvo, sin exhibir ninguna decadencia, ningún deterioro debido al tiempo,ningún debilitamiento de sus componentes, ningún retardo en sus energías,ningún aplacamiento de su mente alerta y activa. Todas las cosas son mortales menos el judío. Todas las otras fuerzas pasan, pero él permanece.