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Tras la deserción de Pedro Girón, los comuneros de Castilla habían vuelto a llamar a Juan de Padilla, el cual reorganizó un ejército formado por más de diez mil hombres y el 21 de febrero de 1521 tomó Torrelobatón. Se iniciaron entonces unas negociaciones con los realistas en las que se llegó a un principio de acuerdo, aceptado por Pedro Lasso de la Vega y por el propio Padilla, pero que finalmente fue rechazado por la Santa Junta cuando llegó el emisario que explicó el caso que Carlos V había hecho al memorial que le había sido enviado y el trato que había dado a los emisarios. Mientras Padilla reúne un ejército en Burgos, el obispo Acuña hace lo propio en Madrid, y con él entra en Toledo, donde se hace proclamar arzobispo aprovechando la reciente muerte de Guillermo de Groy.
El
océano Pacífico resultó ser más grande de
lo que Fernando de Magallanes había calculado. Después de
navegar tres meses sin apenas provisiones, el 6 de marzo llegaron a una isla que
bautizaron como isla de los Ladrones,
porque la tripulación estaba tan agotada que no pudo impedir que
los indígenas subieran a bordo y se llevaran cuanto quisieron.
Al día siguiente, tras una noche de reposo, Magallanes
tomó represalias y logró hacerse con alimentos frescos
para continuar el viaje.
A mediados de mes llegaron a un archipiélago cuyos nativos se
mostraron amistosos. Allí los marineros recuperaron fuerzas de
tal modo que podría decirse que "resucitaron", y por ello
Magallanes bautizó el archipiélago como islas de San Lázaro. Al enterarse de
la proximidad de las Molucas, pocos días después, el 28 de marzo, se hicieron de nuevo a la
mar y recorrieron varias islas del archipiélago.
De acuerdo con lo pactado seis años atrás entre el entonces emperador Maximiliano I y el rey Segismundo I de Polonia, se celebró el matrimonio entre Fernando, el hermano del emperador Carlos V, que acababa de cumplir dieciocho años, y Ana, la hermana del rey Luis II de Bohemia y Hungría, el cual se casó a su vez, a los quince años, con María, hermana de Carlos V y de Fernando. En la dieta de Worms, Carlos V cedió a su hermano el título de archiduque de Austria, a la vez que lo nombraba su vicario y lugarteniente general. En dicha dieta, todos los implicados en la sublevación de las comunidades de Castilla fueron declarados traidores.
El 3 de abril llegó a
Worms Martín Lutero, a quien el emperador había convocado
para el día siguiente. El pueblo lo recibió con
júbilo, pero Lutero, según confesó más
tarde, creía que lo iban a quemar en la hoguera, como
habían hecho en su día con Jan Hus. No obstante, lo
protegía un salvoconducto firmado por el emperador con validez
por un periodo de veinte días. Durante la tarde del día
siguiente, el 4 de abril, la dieta
trató el asunto de Lutero en su presencia. El nuncio del Papa,
que hizo de fiscal, describiría así la entrada de Lutero:
"El infeliz entró sonriendo,
miró a su alrededor y bajó la cabeza. Al verse frente a
frente del emperador, no pudo mantenerse quieto, y se movía
tembloroso." Por su parte, Lutero, al contemplar aquella
reunión de príncipes alemanes se dijo "Así mirarían los
judíos a Cristo".
Lutero fue requerido para que se reconociera como autor de sus
escritos y se retractara o insistiera en su contenido. Entonces, con
voz apagada, pidió permiso para considerar el asunto de manera
que pudiera contestar sin inferir agravio a su alma. Su petición
pareció impertinente al emperador, puesto que había
tenido tiempo suficiente para prepararse, pero se le concedió de
término hasta el día siguiente, a la misma hora, para
contestar a la dieta.
El 5 de abril, animado por sus
amigos, Lutero habló con voz clara, no sin modestia, y se
mostró dispuesto a corregir lo que pudiera haber de exagerado en
sus textos, pero manteniéndose firme en todo lo que considerara
fundamental. Como había hablado en latín, algunos
príncipes le pidieron que repitiera su respuesta en
alemán. El príncipe elector Federico III de Sajonia, al
verlo pálido y sin preocuparse por guardar las formas, le
gritó instándole a retirarse si así lo deseaba,
pero Lutero repitió sus palabras en alemán y se dispuso a
ser interrogado: "¿Mantenéis
o retractáis vuestras opiniones? El emperador quiere una
respuesta sin ambages." Lutero contestó:
Si no se me convence mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón (porque no creo ni al Papa ni a los concilios, ya que está demostrado que a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos), por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable. ¡Dios me ayude, amén!
Una vez terminada la sesión, el fraile se retiró. A
pesar de
que sus respuestas fueron consideradas como una afrenta a la dieta,
nadie lo detuvo, ya que su salvoconducto seguía vigente.
El 6 de abril, tras una larga
meditación, el emperador llamó a su cámara a los
príncipes alemanes y, aunque no era frecuente oírlo
hablar en público, sino que lo habitual era que sus secretarios
lo hicieran por él, esta vez habló lo suficiente como
para que los príncipes comprendieran que él nunca
sería luterano, sino que siempre permanecería fiel a
Roma. El nuncio papal, que estaba presente, dijo más adelante
que, al oirlo, los príncipes palidecieron como muertos. Al
parecer, lo que más decepcionó a Carlos V fue que Lutero
no cogió el cabo que se le echó cuando se le propuso
convocar un concilio ecuménico.
Lutero anduvo todavía unos días por la dieta,
recibiendo y rehusando proposiciones de arreglo, pero viendo que el
tiempo que le concedía su salvoconducto estaba a punto de
expirar, salió de Worms para regresar a Wittenberg, y con
él se marcharon también los príncipes que lo
apoyaban. Luego el emperador decretó que Lutero
fuera desterrado del territorio del Sacro Imperio Romano. Poco
después de abandonar Worms, unos desconocidos detuvieron el
coche en que viajaba Lutero y lo secuestraron, de modo que, durante un
tiempo, nadie supo nada de su paradero. Alberto Durero escribió
en su libro de memorias: "Lutero, el
hombre inspirado por Dios, ha sido asesinado por el Papa, y los
sacerdotes lo han matado, lo mismo que a nuestro Señor
Jesucristo lo mataron los sacerdotes del templo de Jerusalén."
Sin embargo, no eran los católicos los que habían
secuestrado a Lutero, sino que había sido el propio Federico III
de Sajonia el que lo había organizado todo para la mayor
seguridad del religioso, que pasó un tiempo cómodamente
instalado en el castillo de Wartburg.
Allí Lutero se despojó definitivamente de sus
hábitos, se dejó crecer el cabello y la barba y hasta
ciñó una espada para pasear "de incógnito" por los
alrededores.
Los comuneros esperaban refuerzos en Torrelobatón para recuperar Tordesillas, pero sólo llegó una mínima parte de los que esperaban: las milicias de Segovia, a las órdenes de Juan Bravo, y las de Salamanca, al mando de Francisco Maldonado. El 19 de abril las tropas realistas estaban ya a una legua de Torrelobatón y Padilla consideró prudente retirarse a Toro. Sin embargo, el 23 de abril, la caballería realista, dirigida por Íñigo de Velasco, aprovechando que la lluvia neutralizaba a los arcabuceros enemigos, arremetió contra el ejército comunero cerca de Villalar, el cual (formado, en palabras del propio Padilla, por proletarios, menestrales y labradores) apenas ofreció resistencia y, a pesar de los esfuerzos de Bravo y Maldonado, se dispersó. El 24 de abril, Padilla, Bravo y Maldonado fueron degollados en la plaza de Villalar. La viuda de Padilla, María Pacheco, sostuvo la revuelta comunera en Toledo, junto al obispo Acuña.
Ante la
proximidad de los portugueses, Magallanes entabló una alianza
con el rey de la isla de Cebú,
que fue bautizado con el nombre de Carlos,
como el rey de España. Se reservó a los españoles
el comercio con la isla y, a cambio, éstos se
comprometían a ayudar militarmente al rey contra cualquier isla
que no acatara su autoridad. En cumplimiento de este acuerdo, el 27 de abril la expedición
atacó la isla de Mactán,
vecina de Cebú, pero el ataque resultó un desastre.
Magallanes murió en el combate y las naves hubieron de retirarse
a toda prisa.
Al regresar a Cebú y explicar su fracaso al rey Carlos,
éste concluyó que los españoles no eran tan
poderosos como habían alardeado, y decidió romper la
alianza. Y, por si acaso eran algo más poderosos de lo que
parecían, invitó a un banquete a los jefes y oficiales de
la expedición y mató a los treinta y dos que aceptaron el
convite. Los marineros, dirigidos por Juan
Carvallo, uno de los pocos oficiales supervivientes, zarparon a
toda prisa y llegaron a la isla de Bohol,
inmediatamente al sur de Cebú. Como sólo quedaban ciento
ocho supervivientes, decidieron deshacerse de la Concepción, que
fue incendiada después de haber repartido su carga útil y
su tripulación entre la Trinidad y la Victoria.
Desde Bohol, las naves pasaron a Mindanao,
que es una de las mayores islas del archipiélago, luego a la
pequeña Joló y
desde allí tocaron Borneo. La incompetencia manifiesta de Juan
Carvallo hizo que fuera destituido y sustituido por Gonzalo Gómez de Espinosa,
que se puso al frente de la Trinidad, mientras que encomendó la
Victoria a Juan Sebastián
Elcano. De niño se había dedicado a la pesca,
luego al contrabando en Francia, después había
participado en la campaña contra Argel organizada por Cisneros,
y luego había servido en Italia a las órdenes del Gran
Capitán. Finalmente fue encarcelado por haber rendido un
navío armado a unos extranjeros. Magallanes lo había
sacado de la cárcel, junto con otros marineros presos, para
engrosar su tripulación. Había ocupado el cargo de
maestre de la Concepción hasta que, al ser hundida, pasó
a la Victoria.
Aprovechando la revuelta de los comuneros, el rey Enrique II de
Navarra llevó adelante un intento de recuperar su reino con la
ayuda de Francia y, ciertamente, llegó a ocuparlo casi en su
totalidad. El virrey de Navarra era a la sazón Antonio Manrique, a cuyo servicio se
encontraba un capitán de unos treinta años llamado Ignacio de Loyola, que fue herido en
ambas piernas en la defensa de Pamplona. El 30
de julio los
españoles obtuvieron una victoria decisiva en Quirós que
obligó a los franceses a abandonar todas sus conquistas. Como
represalia, el conde de Nassau invadió el norte de Francia y
ocupó Bouillon y Champagne. Luego, los franceses atacaron
Flandes y los flamencos tuvieron que salir de Francia.
Ese año murió la duquesa Susana de Borbón, y
Luisa de Saboya, la madre
del rey Francisco I de Francia, reclamó el ducado como pariente
más
cercana, a lo que, naturalmente, se opuso su viudo, el condestable
Carlos III. Se entabló un proceso, pero el condestable,
comprendiendo
que ningún juez contradiría a la madre del rey,
llegó a un acuerdo
secreto con el emperador Carlos V. Éste envió un
ejército al Milanesado, donde, gracias a la traición del
condestable, pudo expulsar a los franceses. Luego, con la
complicidad del Papa
León X, restauró como duque a Francisco II Sforza, hermano de
Maximiliano Sforza, el duque que había cedido sus derechos a
Francisco I. Éste, por su parte, no pensaba aceptar los hechos y
se dispuso a reconquistar el
Milanesado. Para ello logró el apoyo de los suizos, mientras
Carlos V estrechaba sus lazos con Inglaterra. Durante los años
siguientes, Francia luchó contra Carlos V en todos los frentes:
Navarra, Flandes e Italia.
Hernán Cortés inició el asalto definitivo a Tenochtitlan. Para poder penetrar en la ciudad con su artillería pesada, fue cegando canales a su paso y derribando casas. Cuando, el 13 de agosto, fue capturado Cuauhtémoc y los aztecas se rindieron, la ciudad estaba en ruinas. Sólo quedaban en pie los palacios, templos y grandes monumentos.
Juan Ponce de León, el que fue en su día gobernador de
Borinquem, partió de nuevo hacia Florida, donde fue herido en un
combate contra los nativos. Pudo retirarse a Cuba, y allí
murió. Por estas fechas, la isla de Borinquem ya no era conocida
por este nombre, sino por el de su capital, Puerto Rico. La ciudad fue
trasladada hasta su emplazamiento actual y se le dio el nombre de San Juan de Puerto Rico.
En su retiro de Wartburg, Lutero empezó a traducir el Nuevo
Testamento al alemán. Mientras tanto, algunos de sus seguidores
estaban iniciando una auténtica reforma de la Iglesia alemana: Andreas Karlstadt, uno de los
profesores de Wittenberg que secundaban a Lutero, abolió los
votos monásticos, el celibato y el culto a las imágenes.
Consideró que la misa no era un sacrificio, sino una mera
conmemoración. El teólogo Thomas Münzer trató de
crear comunidades sin culto ni sacerdotes. Sus seguidores fueron
conocidos como anabaptistas,
ya que se bautizaban de nuevo, pues negaban el valor del bautismo
administrado a los niños. Un levantamiento de campesinos
anabaptistas hizo que Münzer fuera expulsado de Alemania, a
raíz de lo cual se instaló en Praga, donde
continuó predicando su doctrina.
Philipp Schwarzerd, profesor
de griego en la universidad de Wittenberg, más conocido como Melanchthon, publicó su Apologia pro Luthero, en la que
defendía las tesis luteranas frente a las opiniones de algunos
profesores de la sorbona. Poco después publicó Loci comunes, la primera
dogmática luterana.
Erasmo de Rotterdam afirmaba cada vez más categóricamente que no tenía nada que ver con Lutero, pero su empeño en mantener una postura no beligerante hizo que en Lovaina arreciaran los ataques contra él. Finalmente, en octubre decidió trasladarse a Basilea.
En Francia, el obispo de Meaux, Guillaume
Briçonnet, llamó a su diócesis al
teólogo Jacques Lefèvre
d'Etaples, famoso por sus rigurosos análisis de los
textos religiosos, como sus Comentarios
a las epístolas de san Pablo. A la sazón estaba
redactando sus Comentarios a los
cuatro evangelios. Entre ambos formaron un círculo de
humanistas que fue conocido como el cenáculo
de Meaux. Entres sus integrantes se encontraba un antiguo alumno
de Lefèvre llamado Guillaume
Farel. Aunque Briçonnet condenaba toda forma de
herejía, incluida la luterana, sus amigos no lo tenían
tan claro.
El rey Enrique VIII de Inglaterra, muy entendido en teología, escribió un libro sobre los sacramentos en el que combatía las doctrinas reformistas, y el Papa León X le otorgó el título de defensor de la fe.
En España, la revuelta comunera estaba ya sofocada excepto en
Toledo, donde María Pacheco y el obispo Acuña
habían firmado unas capitulaciones, pero no llegaron a
cumplirlas.
La expedición de Magallanes (ahora de Gómez de
Espinosa) había
encontrado en una isla a un nativo que les sirvió de guía
hacia las Molucas. El 8 de noviembre
llegaron a Tidore (en la isla
de Ternate), donde fueron bien recibidos por el sultán Almanzor, que, en señal de
vasallaje, rebautizó a su isla con el nombre de Castilla. Pronto recibieron la
adhesión de otros reyezuelos de diversas islas, que esperaban
usar a los españoles para deshacerse de los portugueses. Un
portugués residente en Ternate, llamado Lorosa, informó de que la
flota portuguesa se encontraba en Malaca, y que no aparecería
por allí mientras durara el monzón de invierno. Los
españoles aprovecharon la circunstancia para reparar sus naves y
cargarlas de especias, que obtuvieron de los indígenas a cambio
de baratijas.
Unos meses atrás, los agermanados valencianos, dirigidos por
Vicenç Peris, habían derrotado en Gandía al
ejército del virrey Diego Hurtado de Mendoza, que tuvo que
retirarse a Denia; pero la
derrota de los comuneros hizo que la nobleza castellana estuviera en
condiciones de enviar refuerzos a Valencia, y la junta de los trece no
tardó en aceptar las condiciones de rendición impuestas
por el virrey. Sin embargo, Vicenç Peris siguió
combatiendo por su cuenta.
El 21 de diciembre, la nao
Victoria, bajo el mando de Juan Sebastián Elcano, partió
hacia el oeste con una tripulación de 47 españoles y 13
indígenas de las Molucas, entre ellos dos pilotos. Llevaba una
carga de setecientos quintales de clavo, la más preciada de las
especias. Gómez de Espinosa se quedó Ternate mientras se
reparaba la Trinidad.
Por esas fechas moría el Papa León X y en enero de 1522 (pese a los intentos del
cardenal ingés Thomas Wolsey por obtener la tiara) era elegido
como sucesor
Adriano de Utrecht, que, en contra de la tradición,
conservó su propio nombre y se convirtió en Adriano VI.
Su fama de austeridad hizo temblar a las mafias vaticanas. Se cuenta
que, cuando llegó a Roma, los sesenta palafreneros del difunto
Papa lo
recibieron de rodillas, suplicándole que les conservara su
empleo.
Adriano VI dijo que le bastaban cuatro palafreneros, pero no se
atrevió
a despedirlos. Aun así, sus intentos de reformar y moralizar la
curia
romana le valieron la enemistad del pueblo y del clero. El cardenal Juan Martínez Silíceo
escribía a Carlos V que había en Roma seis mil
españoles intrigando para obtener beneficios. "Éstos se venden a venteros y
mercantes que no saben leer el libro de rezos." Adriano VI
aprobó la constitución de la Santa Inquisición en
los Países Bajos.
También murieron ese año el virrey de Nápoles,
Ramón Folc de Cardona y el humanista Antonio de Nebrija.
Francisco Pizarro había ido prosperando en Panamá,
donde había recibido unas encomiendas y ahora Pedrarias
Dávila lo nombraba alcalde.
El 21 de enero, Gil
González Dávila y Andrés Niño zarparon
hacia el norte con cuatro naves de las islas de las Perlas (en el mar
del Sur) con el propósito de encontrar un posible paso hacia el
océano Atlántico. Desembarcaron en una tierra donde
fueron bien recibidos por el cacique Nicoya.
Mientras Niño se quedó custodiando las naves,
González Dávila exploró el interior, y
llegó al territorio del cacique Nicaragua,
que tenía su residencia junto a un gran lago. Los
españoles usaron el nombre del cacique para referirse tanto al
territorio como al lago. Nicaragua los obsequió con oro, tejidos
de algodón, alimentos, plumas, etc.
Por su parte, Pascual de Andagoya marchó hacia el sur desde
Panamá y, después de remontar un río
acompañado por algunos indios, llegó a una región
a la que llamó Birú.
Allí sometió a otros indígenas que le informaron
de que (por supuesto) muy, pero que muy lejos, más al sur,
había un imperio muy rico en oro. Cuando, al regresar a
Panamá, sus informes corrieron de boca en boca, "Birú"
terminó transformado en Perú,
un remoto lugar legendario con todo el oro que el más codicioso
conquistador pudiera imaginar.
Con el fin de evitar un encuentro con los portugueses, Juan
Sebastián Elcano se dirigió a la isla de Tímor, inmediatamente al este
de las islas Flores, famosa por la abundancia de sándalo blanco.
Durante el trayecto hizo escala en varias islas, en las que
cargó pimienta, madera y otras mercancías. Llegó a
Tímor el 26 de enero. La
Victoria ancló en el puerto de Batutaria.
Elcano trató de negociar con los jefes indígenas la
adquisición de provisiones, pero, ante sus exigencias,
optó por otra técnica: capturó a uno de los jefes
y negoció su libertad a cambio de los víveres que
necesitaba. En Tímor, además, los españoles
recabaron mucha información sobre la geografía del
sureste asiático.
El 11 de febrero Juan
Sebastián Elcano abandonó la isla de Tímor.
Tenía la intención de alcanzar directamente la costa
occidental de África, pero el hambre y el escorbuto le obligaron
a cambiar el rumbo y tocar tierra al este del cabo de Buena Esperanza.
Una traición permitió al ejército real,
dirigido por Antonio de
Zúñiga, entrar en Toledo, el último reducto
de los comuneros. El obispo Acuña fue encarcelado, mientras que
María Pacheco logró escapar a Portugal, donde la
protegió el obispo de Braga.
También había huido a Portugal Pedro Lasso de la Vega,
para el que su hermano Garcilaso trató en vano de conseguir el
perdón real. La represión fue dura y la autoridad real
sobre España se volvió incuestionable. Las cortes se
convirtieron en un instrumento dócil a los intereses de la
monarquía y, en cuanto a Toledo, Carlos V terminó de
someterla al reconstruir el poderoso alcázar que la dominaba y
convertirla en la capital de su Imperio.
Ese año, Garcilaso participó en una expedición
que trató de evitar que el sultán otomano Solimán
I capturara la isla de Rodas, pero fue en vano, pues la isla
cayó después de un largo asedio.
Vicenç Peris había logrado entrar en la ciudad de
Valencia y provocar un alzamiento, pero en marzo,
tras un enfrentamiento en las calles de la ciudad, fue derrotado y
muerto por el virrey Diego Hurtado de Mendoza. El único foco
activo de la germanía se encontraba en la zona de Játiva y Alcira, donde mandaba la
insurrección el Encubierto,
un personaje misterioso que se proclamaba nieto de los reyes
católicos (hijo del príncipe Juan). Diego Hurtado de
Mendoza inició la correspondiente represión contra que
había participado en las revueltas, pero tuvo que ceder el
trabajo a Germana de Foix, a la que Carlos V nombró
lugarteniente general del reino de Valencia, a la vez que nombraba a su
marido, Juan de Ansbach, capitán general del reino. Germana
impuso severas multas que los nobles cargaron a sus vasallos, sin
preocuparse mucho de si se habían sublevado o no.
Por otra parte, los moriscos que habían sido obligados a
bautizarse por los agermanados volvieron a su religión, y la
Santa Inquisición quiso intervenir acusándolos de
apostasía. El rey convocó una junta de teólogos
que dictaminaran si podía hablarse de apostasía cuando
habían sido bautizados contra su voluntad, y la junta
resolvió afirmativamente. El inquisidor dio un plazo de treinta
días a los moriscos para que volvieran a la disciplina de la
Iglesia y, aunque Germana de Foix no compartió esta
decisión, no pudo hacer nada para que los rebeldes fueran
condenados a la hoguera. Algunos se hicieron fuertes en las
montañas bajo el caudillaje de Zelim
Almanzor, que organizaba devastadoras incursiones en las tierras
bajas. Un ejército de seis mil hombres pudo acabar con los
moriscos. Murieron más de tres mil y, de entre los
supervivientes, algunos se acogieron a la "gracia" del emperador,
bautizándose de nuevo y unos pocos llegaron a las costas
africanas con la ayuda de los piratas berberiscos.
En la lucha contra los agermanados había participado el duque
de Segorbe, Enrique de Trastámara (primo de Fernando el
Católico), que murió a los setenta y siete años de
edad.
Ignacio de Loyola, durante la convalecencia de las heridas recibidas
cuando Pamplona fue atacada por los franceses, se había dedicado
a la lectura de obras religiosas, que lo indujeron a cambiar de vida.
Una vez recuperado, realizó una peregrinación al
santuario de Montserrat, y
luego se retiró a una cueva, donde realizó duras
prácticas de penitencia que le llevaron a enfermar.
El 6 de abril, Gonzalo
Gómez de Espinosa se hizo a la mar a bordo de la Trinidad. Dado
que su estado no era muy bueno, consideró preferible volver a
través del océano Pacífico para llegar a
Panamá sin encontrarse con los portugueses y sin tener que
doblar el peligroso cabo de Buena Esperanza. Sin embargo, al cabo de
unos días de viaje, el Pacífico demostró que su
nombre no estaba muy bien escogido, pues una tempestad destrozó
la nave y Espinosa no tuvo más remedio que volver a las Molucas.
Al llegar se encontró con que una escuadra
portuguesa formada por siete navíos se había hecho
dueña de la situación. La Trinidad fue apresada y, dado
su estado, fue hundida. Sus cuarenta y ocho tripulantes fueron
apresados y permanecieron encerrados en las naves portuguesas hasta que
éstas regresaron a Lisboa Cuando lo hicieron, sólo cuatro
prisioneros seguían con vida.
Juan Sebastián Elcano intentó en veinte ocasiones
doblar el cabo de Buena Esperanza, y en veinte ocasiones se lo
impidieron los vientos contrarios y las tormentas. (El cabo
seguía reclamando su nombre primitivo.) Finalmente, el 18 de mayo, navegando muy cerca de la
costa, la Victoria entró en el Atlántico.
Nuevamente, el estado de la embarcación y la escasez de
víveres obligó a Elcano a tocar tierra, y, como no
estaban en condiciones de enfrentarse con indígenas, la
única opción era entrar en la garganta del lobo: el 9 de julio la Victoria llegó a la
isla de Santiago, una de las
islas de Cabo Verde. Elcano explica a los portugueses que su nave ha
sido alcanzada por una tempestad a su regreso de las Antillas, a
consecuancia de lo cual se ha visto obligada a penetrar en aguas
portuguesas y solicitar ayuda. El aspecto de la Victoria es tan
lastimoso que los portugueses tragan el anzuelo, pero la
situación es precaria: cualquier inspección a bordo puede
descubrir a los indígenas o la carga de especias. Una chalupa
realiza por tres veces la travesía hasta el puerto y regresa
cargada con agua y provisiones. Para el cuarto viaje, los
españoles ya no tienen más dinero, y entonces Elcano
comete un grave error: entrega un saco de especias a los que deben ir a
tierra a comprar. En lugar de la chalupa, pronto se dirige a la
Victoria una barca repleta de hombres armados. Elcano, con dieciocho
marineros a bordo, decide cortar amarras y huir. Cuatro navíos
portugueses salen en su persecución, pero ya se ha puesto el sol
y, arrojando al mar parte de la carga, Elcano consigue escapar.
El 16 de julio el emperador
Carlos V regresó a España. Desembarcó en
Santander, donde fue recibido por el duque de Alba, don Fadrique, en
cuyo séquito se encontraba Garcilaso de la Vega. Carlos V
concedió un perdón generalizado contra los que
habían participado en la revuelta comunera, que, no obstante,
exceptuó a algunos cabecillas, entre ellos el hermano de
Garcilaso.
El 4 de septiembre la Victoria
avistó la costa española. La navegación era
dificilísima, pues los pocos marineros tenían que
realizar las maniobras al tiempo que achicaban el agua que entraba en
las bodegas cada vez más rápidamente; el 6 de septiembre tocaron tierra; el 8 de septiembre, los dieciocho
supervivientes marcharon a Sevilla para postrarse ante Nuestra Señora de la Antigua,
para agradecerle el haber llegado sanos y salvos. Elcano se
entrevistó con Carlos V, quien renunció a la cuarta parte
de la veintena que correspondía a la Corona de los beneficios de
la expedición, en favor de los supervivientes. (Hay que decir
que, aunque partieron doscientos cuarenta y un hombres y volvieron
dieciocho, más los cuatro capturados por los portugueses, desde
un punto de vista económico, la empresa fue rentable, ya que las
especias que llegaron a puerto proporcionaron un beneficio de alrededor
del 4%.) Además, Carlos V concedió una pensión a
Elcano y un escudo de armas con la inscripción "Primus circumdedisti me" (me
rodeaste por primera vez).
Por esta época Lutero dio a la imprenta su traducción
del Nuevo Testamento. Con anterioridad se habían imprimido
catorce traducciones bíblicas en alto alemán y tres en
bajo alemán, pero Lutero combinó su sajón nativo
con la morfología de la lengua de la cancillería para
crear una lengua popular y, al mismo tiempo, correcta, viva, llena de
dignidad poética, tan alejada de los empobrecidos dialectos
populares en que estaba fragmentado el alemán como de la lengua
fría y artificial de la cancillería. Lutero es
considerado el padre del alemán literario moderno. Aparte de los
antiguos poemas medievales compuestos por los trovadores,
prácticamente no existía una literatura en alemán,
pues los intelectuales alemanes usaban exclusivamente el latín
en sus escritos. (Así, por ejemplo, a Johannes Reuchlin, que
moría ese mismo año, se le considera el padre del teatro
alemán, con sus dramas, en latín, Sergius y Scenica progymnasmata.)
Durante su estancia en Wartburg, Lutero compuso también
varios himnos religiosos, destinados a inculcar en el pueblo aspectos
de su doctrina. Muchos de ellos acabaron convirtiéndose en
canciones populares. Entre los más famosos se encuentra Ein'feste Burg ist unser Gott
(Nuetro Dios es nuestra fortaleza). Hacía unos meses que
había abandonado su retiro (donde dijo haber recibido la visita
de Satanás, aunque tal vez lo confundiera con otro) y se
había convertido en el personaje más aclamado de
Alemania. Las órdenes religiosas se habían adherido
masivamente a la reforma, la idea luterana de que la Iglesia
tenía que estar sólo en los corazones de los fieles se
había traducido en que los monjes abandonaban sus conventos y
los curas las iglesias, y así, los señores se apropiaban
del patrimonio del clero sin hallar resistencia alguna. En suma: la
reforma resultó ser lucrativa para la nobleza alemana, lo que
explica la facilidad con que se difundió.
Lutero aceptó estos cambios como hechos consumados, pero
rebatió las doctrinas radicales de Münzer y Karlstadt.
Münzer ya había sido enviado al exilio y ahora, ante la
oposición de Lutero, Karlstadt también tuvo que
marcharse, en su caso a Suiza. Allí, Ulrico Zuinglio
había sido nombrado canónigo de Zurich, y estaba atacando
la doctrina católica, en especial el ayuno y la abstinencia.
Organizó un debate público ante el Consejo de Zurich que
duró dos días. El primero se discutió el asunto
del culto a las imágenes. El consejo aceptó los
argumentos de Zuinglio y ordenó que pinturas y estatuas fueran
sacadas de las iglesias. El segundo día Zuinglio atacó la
eucaristía, defendiendo, como Karlstadt, que se trataba de una
mera conmemoración de la muerte de Cristo. El consejo no se
atrevió a pronunciarse sobre una cuestión
teológica tan ardua, pero permitió que Zuinglio aboliera
las misas en su nombre. Se casó secretamente y luego
refutó la reprobación del obispo. Esto supuso su ruptura
oficial con Roma.
En Basilea, Erasmo de Rotterdam había encontrado un buen
ambiente de trabajo. Publicó su ensayo De interdictu esu carnium
(Sobre la prohibición de comer carne).
En las Baleares había surgido una revuelta similar a la de las comunidades castellanas o la germanía valenciana. Los rebeldes expulsaron al virrey, que volvió en diciembre al frente de una escuadra con la que puso sitio a Palma de Mallorca.
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