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ISABEL I Y FELIPE II |
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El 24 de julio de 1557, el rey
Enrique II de Francia promulgó el edicto de Compiègne, que
decretaba la pena de muerte contra los hugonotes.
Mientras tanto, el rey Felipe II de España se estaba preparando para responder al ataque francés a sus posesiones italianas. Había reclutado en Flandes un ejército integrado por tropas flamencas, húngaras, alemanas y españolas, que puso bajo el mando del duque Manuel Filiberto de Saboya. En lugar de enviarlo a Italia, lo hizo penetrar en Francia, y llegó hasta la ciudad de Saint-Quentin (o San Quintín). El almirante de Coligny acudió a defenderla, y pronto reclamó la ayuda del condestable Montmorency, que acudió al frente de dieciocho mil hombres. El 10 de agosto se libró una gran batalla. El duque de Saboya envió a su caballería contra Montmorency bajo el mando del conde de Egmont. El conde logró desbaratar completamente el flanco francés causando la alarma y el desconcierto en el grueso del ejército enemigo. El duque Manuel Filiberto logró entonces poner en fuga a los franceses. Se calcula que murieron unos cuatro mil de ellos, mientras que otros cinco mil fueron hechos prisioneros. La ciudad fue asediada y cayó el 27 de agosto. A pesar de la prohibición expresa de Felipe II, fue objeto de un terrible saqueo. Coligny fue hecho prisionero.
Mientras tanto, en Italia, el ejército francés había puesto sitio a Civitella, pero la ciudad aguantó. Los franceses, diezmados por enfermedades, acosados por el duque de Alba y desmoralizados por las noticias de la derrota de San Quintín, decidieron retirarse. El Papa Paulo IV, con el duque de Alba a las puertas de Roma, no tuvo más remedio que pedir la paz y levantar las excomuniones de Felipe II y el duque de Alba. El duque de Guisa se dirigió precipitadamente a París, y su presencia disuadió a Felipe II de atacar la capital francesa. En 1558, el duque de Guisa marchó sobre Calais, que había apoyado el ataque de Felipe II, y recuperó el último reducto continental que Inglaterra conservaba desde la guerra de los cien años. También conquistó varias plazas en los Países Bajos.
El duque Manuel Filiberto de Saboya envió un ejército
bajo el mando del conde de Egmont, que los franceses trataron de rehuir
retirándose hacia la costa. Finalmente, se produjo un choque el 13 de julio, junto a la ciudad de Gravelines. En un primer momento, la
caballería española fue rechazada por la francesa, pero
finalmente logró rodear a los franceses y obligalos a una
difícil retirada. Entonces, al parecer, medio por casualidad,
apareció una flota inglesa que empezó a bombardear los
emplazamientos franceses, decantando definitivamente la victoria para
los españoles.
La pérdida de Calais aumentó la impopularidad de
María Tudor, que murió ese mismo año abandonada
por todos. Poco después moría también el cardenal
Pole. Como la reina no había tenido descendencia (su marido,
Felipe II, no había vuelto a pisar Inglaterra desde la
abdicación de su padre), "la
más infeliz de las reinas, de las esposas y de las mujeres",
como ella misma se definió, fue sucedida por su hermanastra Isabel I. Durante el reinado de
María, Isabel había corrido en varias ocasiones el riesgo
de ser ejecutada por razones de estado. María había
conseguido a duras penas que su hermanastra acudiera a misa e hiciera
las genuflexiones que exigía el ritual. Ciertamente Isabel I no
simpatizaba con los católicos (es difícil simpatizar con
alguien que te considera bastarda), pero tampoco era una protestante
fervorosa. Llegó a declarar que las diferencias entre las
distintas ramas de la cristiandad "eran
una mera bagatela".
Isabel I se reveló como una hábil estadista con una
perspectiva mucho más lúcida que la de los demás
reyes de su época, pues comprendía perfectamente que la
religión no era una cuestión de principios, sino una mera
pieza del juego político. Dado que su legitimidad como reina
sólo podía justificarse desde el protestantismo, era
obvio que Isabel I tenía que ser protestante, pero su
objetivo era lograr la unidad nacional, evitando que Inglaterra fuera
el
escenario de una guerra religiosa como las que habían azotado a
Alemania. Su hombre
de confianza fue el barón William
Cecil, que había sido secretario real durante el reinado
de Eduardo VI y había perdido el puesto con María Tudor,
puesto que ahora recuperaba. Otro favorito de la reina fue Robert Dudley, hijo de John Dudley,
el duque de Nortumbria, y hermano de Guilford Dudley, el marido de
Juana Grey). Robert tenía ahora veintiséis años y
no tardó en recibir el título de conde de Leicester.
María Estuardo había cumplido dieciséis años y, de acuerdo con lo previsto, se casó con el Delfín Francisco, que tenía entonces catorce años.
Doblegado el Papa Paulo IV, los jesuitas pudieron reorganizarse tras la muerte de su fundador (la hostilidad del Papa ponía en un grave aprieto a una orden religiosa que tenía entre sus votos uno de absoluta fidelidad al Papa). Como nuevo general fue elegido Diego Laínez. Por estas fechas, la Compañía contaba con más de un centenar de colegios en Europa, que demostraron ser un arma eficaz contra el protestantismo, cuyo avance era cada vez más alarmante. Ese mismo año se descubrió un foco protestante nada menos que en España. Algunos protestantes españoles ya habían conocido la muerte en la hoguera, pero habían "actuado" fuera de España. En cambio, ahora aparecían protestantes en Valladolid. Se identificó al clérigo Agustín de Cazalla como el origen del foco. Había sido capellán del emperador Carlos V y uno de sus predicadores favoritos. Lo había acompañado en sus muchos viajes por Flandes y Alemania hasta que, seis años atrás, había obtenido una canonjía en Salamanca. De formación erasmista, parece ser que su pensamiento había evolucionado hacia el protestantismo, y durante los últimos años había hecho proselitismo. Inmediatamente, Cazalla fue apresado por la Santa Inquisición.
Aunque Carlos V había abdicado en favor de su hermano Fernando I, los príncipes electores debían ratificar esta decisión, cosa que finalmente hicieron. Fernando I había sido siempre menos radical que su hermano en su trato con los protestantes y, durante las negociaciones que condujeros a la paz de Augsburgo, se había mostrado conciliador, por lo que su elección no suscitó grandes polémicas.
En su retiro de Yuste, Carlos V seguía atentamente la política europea. Reprochó a su hijo Felipe II que no hubiera aprovechado la victoria de San Quintín atacando París y había recomendado la máxima severidad para con los protestantes detectados en España. En otro orden de cosas, hizo que le llevaran como paje a un niño de trece años al que sus padres adoptivos llamaban Jeromín. Era hijo de una dama flamenca llamada Bárbara Blomberg. Él no lo sabía (muy pocos lo sabían, de hecho) pero su padre era el mismo Carlos V. Desde los nueve años, había sido adoptado por Luis Quijada, mayordomo del emperador, que ahora, finalmente, quiso conocerlo. Probablemente tenía intención de revelarle su origen, pero murió el 12 de septiembre sin haberse decidido a ello.
Tras la muerte de María Tudor, el dominico Bartolomé Carranza, que había acompañado a Felipe II en su viaje a Inglaterra, había pasado a los Países Bajos, siempre dedicado a combatir el protestantismo. Ahora regresaba a España a ocupar el cargo de arzobispo de Toledo. Por estas fechas publicaba sus Comentarios al catecismo romano.
El zar Iván IV declaró la guerra a la Orden Livonia. El gran maestre era entonces Gotthar Kettler.
El almirante otomano Pialí Bajá se apoderó de Ciudadela, en la isla de Menorca, lo que causó la alarma en Valencia y Cataluña ante un posible levantamiento de los moriscos.
El portugués Luis de Camões obtuvo un cargo en Macao.
A sus sesenta y un años, murió Jean Fernel, el médico de cabecera del rey Enrique II. Además de médico era astrónomo y matemático. Partiendo del colegio de Santa Bárbara de París, echó a andar por el camino de Amiens hacia el norte hasta que el Sol descendió un grado en el cielo. A partir de la distancia recorrida, calculó la longitud del ecuador, y su evaluación sólo difiere en 57 kilómetros de la evaluación actual.
El virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, logró que el inca Sayri Túpac se presentara en Lima y renunciara a sus derechos a cambio de unas tierras que le fueron concedidas en Cuzco, donde fue bautizado. Sin embargo, su hermano Titu Cusi Yupanqui fue proclamado inca en Vilcabamba y continuó la lucha contra los españoles.
Garcia Hurtado de Mendoza, el gobernador de Chile, hizo encarcelar a Francisco de Villagra, pero, en diciembre, Felipe II destituyó a García y Villagra fue nombrado gobernador. El rey creó también la audiencia de Charcas, supeditada, como la de Chile, al virreinato del Perú. Desde Asunción, Nuflo de Chaves empezó a preparar una expedición a esa región.
En 1559 la reina Isabel I de
Inglaterra nombró arzobispo de Canterbury a Matthew Parker, que empezó a
reorganizar la Iglesia Anglicana. Se promulgaron el Acta de supremacía y el Acta de uniformidad, que
restablecían un anglicanismo muy moderado, similar al original
instaurado por Enrique VIII. La primera exigía a los obispos un
juramento de fidelidad a la reina. Los que se negaron a prestarlo,
fueron sustituidos y vigilados. Isabel I no estaba interesada en sus
conciencias. Sólo exigía obediencia. Haciendo gala de una
inusitada astucia,
logró contentar lo suficiente a los protestantes como para
conservar su apoyo y, al mismo tiempo, logró que los
católicos no desesperaran de ganársela para su causa.
Cuando el parlamento trató de promulgar una ley que la declaraba
cabeza de la Iglesia, como su
padre y su hermano, la reina rehusó el título para no
ofender a los católicos. El embajador español
creyó que Isabel había tomado esa decisión
siguiendo su consejo. En una carta a Felipe II, el embajador cuenta los
detalles de una conversación con la reina: Él la quiso
asustar recordándole la bula papal que había excomulgado
a su padre. Isabel I contestó que sólo quería
llegar a una pacificación de los espíritus, y que le
bastaría una legislación análoga a la que
regía en Alemania. El embajador le hizo observar que la paz de
Augsburgo tenía bien poco de católica, e Isabel I
contestó que no sería lo mismo, sino algo parecido.
Después añadió que ella creía que Dios
estaba en el sacramento de la Eucaristía (al contrario que los
protestantes) y que sólo desaprobaba tres o cuatro cosas de la
liturgia de la misa. El embajador añadía en su carta la
impresión que le había causado la reina: Esta reina es extremadamente inteligente,
y tiene un mirar terrible. El caso fue que, con estas
ambigüedades, Isabel I logró tener a Europa desconcertada y
a la expectativa durante bastante tiempo.
El zar Iván IV de Rusia obtuvo una importante victoria frente
a la orden Livonia, lo que llevó al gran maestre Gotthar Kettler
a buscar el apoyo de Polonia.
El portugués Luis de Camões fue acusado de
prevaricación y tuvo que regresar a la India desde
Cantón. Sobrevivió al naufragio del barco que lo
transportaba. No se conocen los detalles del proceso, pero al final fue
absuelto.
En Abisinia murió el rey Galaudeos, que fue sucedido por Minas. Las luchas contra los
musulmanes durante los primeros años del reinado de Galaudeos
habían debilitado a ambas partes, lo que permitió que una
tribu pagana llegada del sureste, los gallas,
rechazaran a los musulmanes hacia el norte y se convirtieran en la
nueva amenaza para Abisinia.
Camboya pasaba por un periodo de luchas intestinas entre distintas
facciones que se disputaban el poder. El vecino Siam contribuía
a desestabilizar la situación ayudando a unos u otros. Por esta
época llegaban los primeros europeos: misioneros, comerciantes y
aventureros, españoles y portugueses. Hubo un intento de hacerse
con el control del reino, pero fracasó.
El virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza,
encargó a Pedro de Ursúa
que organizara una expedición en busca de El Dorado siguiendo el
curso del Amazonas. El propósito real era desembarazarse de un
exceso de soldados que, una vez terminadas las guerras civiles, no
podían traer nada bueno.
El virrey de México, Luis de Velasco, envió a Tristán de Luna y Arellano al
frente de mil quinientos hombres con la misión de conquistar
Florida.
En Sevilla apareció un segundo foco protestante y la
reacción de la Santa Inquisición no se hizo esperar. El 21 de mayo se celebró un auto de fe
en Valladolid en presencia de doscientas mil personas, presidido por la
regente doña Juana.
La reina de Francia, María de Médicis, sufría
frecuentemente de migrañas, y el embajador francés en
Lisboa le envió un remedio llegado de América: el tabaco.
Su consumo se había extendido rápidamente entre los
españoles y portugueses de clase baja, pero, al
recomendárselo a la reina, puede considerarse que Jean Nicot fue el primero en
introducirlo en los círculos aristocráticos. A pesar de
que el nombre que recibe actualmente la principal sustancia
tóxica del tabaco deriva del apellido de Nicot, lo cierto es que
el embajador no estaba especialmente interesado por la farmacopea, sino
más bien por la gramática y la literatura francesa.
El estado francés estaba en bancarrota. En abril, el rey Enrique II tuvo que firmar con Felipe II el tratado de Cateau-Cambrésis, por el que Felipe II devolvía a Francia las plazas recientemente conquistadas a cambio de que Enrique II renunciara a sus pretensiones sobre Nápoles, Saboya y el Piamonte. La isla de Córcega fue devuelta a los genoveses. Además, se concertaron los matrimonios de Isabel de Valois, hija del rey francés, con Felipe II y de Margarita, hermana de Enrique II, con el duque Manuel Filiberto de Saboya. Unos días antes, Enrique II había firmado un tratado con Inglaterra por el que Francia se quedaba con Calais a cambio de una indemnización.
Isabel de Valois tenía tan sólo trece años. En
las negociaciones previas al tratado se había contemplado su
matrimonio con el príncipe Carlos,
el heredero de Felipe II, de catorce años, pero la muerte de
María Tudor llevó a Felipe II a proponerse él
mismo como esposo (a sus treinta y dos años).
En el tratado se acordó también la liberación
de prisioneros de guerra. Entre ellos estaba el almirante de Coligny,
que volvió algo cambiado, ya que mientras estuvo en manos de los
españoles decidió hacerse protestante, y luego
convirtió a su vez a sus dos hermanos mayores.
Ante el decreto de
Compiègne, los hugonotes franceses habían
respondido organizándose en 72 comunidades según el
modelo de Ginebra y el 26 de mayo
celebraron el primer sínodo nacional, en el que adoptaron la Confessio gallicana, redactada por
el mismo Calvino. El rey Enrique II respondió con el edicto de Ecouen, en el que instaba
a los tribunales a aplicar la pena de muerte dispuesta por la ley.
En París se celebraron festejos con motivo de los
próximos matrimonios de Isabel y Margarita. El 30 de junio se celebró
un torneo en el que Enrique II se enfrentó al conde de Montgomery, pero la justa
acabó en un empate. El rey pidió entonces una especie de
revancha, durante la cual, la
lanza de Montgomery atravesó la visera del rey,
provocándole heridas múltiples en la cara y en el cuello,
de las que murió el 10 de julio,
tras una larga agonía. Así encontró un significado
la cuarteta de Nostradamus que citábamos en la página anterior. Su
predicción de la muerte del rey aumentó la fama del
adivino (aunque es importante señalar que ni ésta ni
ninguna otra
predicción de Nostradamus ha sido interpretada hasta
después de que hubiera sucedido lo que supuestamente
predecía). Enrique II fue sucedido por su hijo Francisco II, de quince años.
Católicos y protestantes se disputaron el
control sobre el joven monarca. En principio, éste quedó
en manos del duque Francisco I de Guisa y de su hermano, el cardenal
Carlos de Lorena, que se convirtieron en la cabeza del catolicismo
francés. Los hugonotes, por su parte, estaban dirigidos por el
rey de Navarra, Antonio de Borbón, aunque otros cabecillas eran
su hermano, el príncipe Luis I
de Condé, y los hermanos Coligny.
En agosto, Calvino publicó
el texto latino definitivo de su Institución
de la religión cristiana. Ginebra se había
convertido en el centro de difusión del protestantismo por
Europa. Algunos protestantes ginebrinos emigraron a la colonia francesa
que Coligny había establecido en Brasil, pero esto
suscitó polémicas entre los colonos que llevaron a
Villegaignon a regresar a Francia. Los portugueses aprovecharon que la
colonia quedó desprotegida para adueñarse de
ella.
La reforma protestante estaba cuajando en Escocia, de modo que,
cuando John Knox regresó de nuevo a su patria, se
encontró con una calurosa acogida por parte del pueblo.
Redactó entonces la Confessio
Scotica, el Book of discipline
y el Book of common order,
que sentaron las bases de la Iglesia
Presbiteriana Escocesa, cuya doctrina es esencialmente la
calvinista. El radicalismo presbiteriano de Knox contrastaba con la
moderación anglicana de Isabel I. Knox se dedicó a una
intensísima labor de predicación, viajando continuamente
de un sitio a otro. "De las
veinticuatro horas del día no doy más de cuatro a este
corpazo mío para que descanse", decía. A
Inglaterra le interesaba una Escocia protestante y no católica,
pues una Escocia católica sería siempre una amenaza. Por
ello, mientras Knox sublevaba al pueblo, Isabel I incitaba
clandestinamente a la nobleza protestante a rebelarse contra la regente
católica María de Lorena.
En España, la Santa Inquisición continuaba su trabajo
con su habitual eficacia. El inquisidor general era a la sazón Fernando de Valdés, y entre
los principales ideólogos del ultracatolicismo estaba el
teólogo dominico Melchor Cano.
Ambos decidieron acusar de herejía al mismísimo arzobispo
de Toledo, Bartolomé Carranza. Por cierta "sospecha de herejía" en
algunas palabras de sus Comentarios
al catecismo romano, que el arzobispo se ofeció a
explicar o rectificar, fue encarcelado el 22
de agosto. También cayó
bajo sospecha el dominico fray Luis
de Granada,
que había sido alumno tanto de Melchor Cano como de
Bartolomé Carranza,
pero que evitó la cárcel huyendo a Portugal. Tenía
ahora cincuenta y
cinco años. Había escrito el Libro de la oración y de la
meditación y la Guía
de pecadores,
obras de gran interés, no por su contenido, sino por su
excelente prosa
ciceroniana, que convierten a su autor en uno de los mejores prosistas
de su siglo en lengua castellana.
He aquí algunos fragmentos de la censura de Melchor Cano a
los escritos de fray Luis de Granada:
Por más que las mujeres reclamen con insaciable apetito comer de este fruto [la Sagrada Escritura], es necesario vedarlo y poner cuchillo de fuego para que el pueblo no llegue a él. A fray Luis le podía la Iglesia reprender gravemente en tres cosas. La una, en que pretendió hacer contemplativos y perfectos y enseñar al pueblo en castellano lo que a pocos de él conviene, porque muy pocos populares pretenderán ir a la perfección por aquel camino de fray Luis sin que no se desbaraten en los ejercicios de la vida activa competentes a sus estados; y por el provecho de unos pocos dar por escrito doctrina en que muchos peligrarán por no tener fuerzas ni capacidad para ello, siempre se tuvo por indiscreción perjudicial al bien público. [...] Lo otro en que fray Luis justamente será reprendido es en haber prometido camino de perfección común y general a todos los estados, sin votos de castidad, pobreza y obediencia [...]. Finalmente, en aquel libro de fray Luis [...] hay algunos graves errores que tienen un cierto sabor de la herejía de los alumbrados.
Así, el argumento es, en esencia, que si se divulga la
doctrina teológica, la gente poco instruida podría sacar
erróneamente sus propias conclusiones y discutir la doctrina
oficial de la Iglesia Católica, en suma, caer en la
herejía. Los "alumbrados"
eran quienes afirmaban estar iluminados directamente por Dios para
interpretar las escrituras y, por lo tanto, anteponían sus
propias interpretaciones a las de la teología oficial.
Felipe II dejó los Países Bajos en manos de su hermana
(natural) Margarita de Parma, la esposa de Octavio Farnesio, el duque
de Parma,
y regresó a España. Como principal consejero de Margarita
de Parma dejó a Antonio
Perrenot, el señor de Granvela,
que había nacido en el Franco Condado y eso lo convertía
en extranjero ante la nobleza flamenca. Había sido uno de los
principales responsables de la diplomacia Española en las
últimas décadas.
Cuando Felipe II se acercaba a la costa española, una tormenta hizo naufragar su barco y tuvo que llegar a tierra en un bote, mientras contemplaba cómo se hundía la nave que traía las pinturas, esculturas, tapices y joyas que había coleccionado su padre durante muchos años. Pero mayor fue su decepción cuando se encontró en Valladolid con el principe Carlos. Era hijo y nieto de primos hermanos, apenas sabía escribir y había sido imposible enseñarle el latín. Entre sus juegos favoritos estaba el de estrangular conejos. También se encontró con su hermanastro Jeromín, al que reveló su parentesco y de cuya educación decidió hacerse cargo. Desde ese momento, Jeromín pasó a ser don Juan de Austria. Los primeros años en la corte los pasó en compañía de sus sobrinos, Carlos y Alejandro Farnesio (el hijo de Margarita de Parma, de catorce años).
En el plano político, Felipe II prestó especial
atención al problema del protestantismo. El 8 de octubre asistió a un auto de
fe, en el que uno de los condenados a la hoguera se dirigió a
él y le preguntó por qué consentía que lo
quemasen. El rey le replicó: "Yo
traería leña para quemar a mi hijo, si fuera tan malo
como vos". Luego, se puso en pie, se descubrió la cabeza
y juró públicamente favorecer la fe católica y a
sus ministros. Se calcula que fueron juzgados unos cuatrocientos
protestantes, de los que unos veinte acabaron en la hoguera.
Especialmente severo fue el juicio contra Agustín de Cazalla,
cuya retractación en el último momento
sólo le valió la suerte de ser estrangulado antes de ser
quemado. El resultado fue un rotundo éxito: el protestantismo
quedó erradicado de España, y en el futuro la Santa
Inquisición sólo tuvo que ocuparse de algún que
otro caso aislado.
Y por si alguien pudiera creer que el rey reservaba su inteligencia
para otros asuntos de más gravedad, la disposición
siguiente dejaba claro que el rey no podía reservar lo que no
tenía:
Mandamos que, de aquí en adelante, ninguno de nuestros súbditos y naturales, de cualquier estado, condición y calidad que sean: eclesiásticos o seglares, frailes ni clérigos ni otros algunos, no puedan ir ni salir de estos reinos a estudiar, ni enseñar, ni aprender, ni a estar ni residir en universidades, ni estudios, ni colegios fuera de estos reinos; y que los que hasta ahora y al presente estuvieran y residieran en tales universidades, estudios o colegios, se salgan y no estén más en ellos dentro de cuatro meses después de la data y publicación de esta carta [...] so pena de pérdida de sus bienes y del destierro perpetuo.
También
ordenó la censura de todas las publicaciones. Fernando de
Valdés confeccionó un Índice
de libros prohibidos que incluía, además de libros
estrictamente heréticos, obras de
Erasmo, de Francisco de Borja y de Juan
de Ávila, un sacerdote de cincuenta y nueve años
que había sido maestro de fray Luis de Granada y que ya
había pasado algún tiempo en las cárceles de la
Santa Inquisición. También figuraban las dos partes del
Lazarillo de Tormes.
Ese año murieron:
Isabel de Valois fue recibida en Guadalajara por su prometido, el
rey Felipe II de España. La boda se celebró el 31 de enero.
El teólogo Flacius Illyricus fue expulsado de Jena junto con
algunos discípulos. Desde entonces, se dedicó a recorrer
Alemania defendiendo la doctrina de la no intervención de la
voluntad humana en la salvación.
Dragut derrotó a la flota española en Djerba mientras
Piali Bajá vencía en Gelves.
Tristán de Luna y Arellano regresó enfermo a
México. Su expedición a Florida había sido un
fracaso. En cambio, Francisco de
Ibarra, yerno del virrey Velasco, inició con éxito
la conquista de Nueva Vizcaya.
Nuflo de Chaves fundó en Charcas la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.
Hernando Pizarro salió de la cárcel con más de ochenta años, y se retiró a su pueblo natal.
El poeta Bernardo Tasso publicó el Amadís, un poema épico en cien cantos inspirado en el Amadís de Gaula.
En la India, el mongol Akbar cumplió dieciocho años y
se liberó de la tutela del regente Bayram-kan. No había
aprendido a leer, pero poseía una gran memoria, y se
hacía leer textos en voz alta. También reunía
sabios para que discutieran en su presencia sobre filosofía,
moral y religión.
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