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LA CONDENA DE GALILEO
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Tras la conversión al catolicismo del rey Susenios de Abisinia, una buena parte de sus súbditos cristianos (coptos) se rebeló contra la herejía católica. El rey había emprendido una sangrienta represión, pero, cansado de derramar la sangre de sus súbditos, en 1632 abdicó en su hijo Fasílidas, que prohibió el catolicismo y expulsó a los jesuitas del país.

El príncipe de Orange, Federico Enrique, conquistó a los españoles Venlo, Roermond y Maastricht.

Las cortes de Castilla juraron lealtad al heredero del rey Felipe IV de España, su primogénito de tres años, el príncipe Baltasar Carlos. Después fue reconocido como heredero en Barcelona, adonde Felipe IV acudió acompañado de su hermano Fernando, el Cardenal Infante, al que nombró virrey de Cataluña.

Un convento de ursulinas de Loudun, en Francia, cayó presa del demonio: diecisiete monjas sufrían convulsiones y proferían blasfemias y obscenidades. El culpable resultó ser un cura de la parroquia, Urbano Grandier, que fue acusado de brujo. Se inició un largo proceso, mientras los exorcismos se sucedían en vano. Las convulsiones de las monjas se convirtieron en atracción turística.

Los franceses ocuparon la isla de Dominica, en las Antillas. Algunos años atrás había sido visitada por los ingleses, aunque no habían establecido ningún asentamiento, pero ahora reclamaron derechos sobre ella y se estableció una pugna entre ambos países.

En 1633 murió Isabel Clara Eugenia, la hija de Felipe II de España y gobernadora de los Países Bajos españoles.

La colonia neerlandesa de Nueva Amsterdam crecía a pasos agigantados. Un danés llamado Jonas Bronck se había asentado en tierra firme al norte de Manhattan en la zona que hoy se conoce como Bronx, otra isla cercana a Manhattan recibió el nombre de Staten Island, por los Estados Generales que gobernaban las Provincias Unidas, otros núcleos de población recibieron nombres de ciudades neerlandesas, como Brooklyn y Haarlem. Hacia el norte, llegaron a la desembocadura del río Connecticut. En todo momento, las relaciones con los indios de la zona fueron cordiales y amistosas.

Ese año murió Fiódor Filaret, el Patriarca de Moscú, padre del zar Miguel III y verdadero gobernante de Rusia.

El Diálogo sobre los dos máximos sistemas del Mundo se leyó con avidez, y la fama de Galileo llegó a su cénit. Pero también lo leyeron quienes convencieron al Papa Urbano VIII de que Galileo había intentado burlarse de él, que Simplicio era una caricatura del Papa, como lo probaba la ilustración de la portada (en la que Simplicio guardaba un vago parecido casual con el Pontífice) o el hecho de que el argumento final, sugerido por el Santo Padre, estaba puesto en boca de Simplicio (como no podía ser de otro modo, ya que era un argumento en favor del sistema aristotélico). Más aún, Urbano VIII fue convencido de que la obra era muy peligrosa para la Iglesia, ya que al reducir la Tierra a un mero planeta se privaba de su dignidad al lugar donde Cristo había sufrido su martirio por la humanidad. Estas y otras sandeces hicieron que la Santa Inquisición prohibiera el libro y tratara de recuperar el mayor número posible de ejemplares, a la vez que citaba en Roma al autor.

Allí se le abrió un proceso por herejía.  Galileo tenía entonces sesenta y nueve años y su estado de salud era precario. En todo momento fue bien tratado. En lugar de ser encarcelado, fue alojado en la embajada de Florencia en Roma. El proceso duró veinte días, y Galileo apenas se defendió. Finalmente, el 22 de junio, arrodillado y con el sayo de penitente, fue obligado a leer esta abjuración, tras la cual se leyó la sentencia, que terminaba así:

    Invocado, por tanto, el Santísimo nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de su gloriosísima Madre siempre Virgen María; por esta nuestra definitiva sentencia, [...] decimos, sentenciamos, pronunciamos y declaramos que tú, Galileo, por las cosas deducidas en el proceso y por ti confesadas, te has hecho ante este Santo Oficio vehementemente sospechoso de herejía, es decir, de haber sostenido y creído doctrinas falsas y contrarias a las Sacras y Divinas Escrituras, que el Sol es el centro de la Tierra y que no se mueve de oriente a occidente, y que la Tierra se mueve y no es el centro del mundo, y que se puede tener y defender como probable una opinión después de que ha sido declarada y definida como contraria a la Sagrada Escritura; y, en consecuencia, has incurrido en todas las censuras y penas de los sacros cánones y otras constituciones generales y particulares impuestos y promulgados contra tales delincuentes.
    Por lo cual estamos contentos porque antes, con corazón sincero y fe no fingida, ante nos, abjuras, maldices y detestas los mencionados errores y herejías y cualquier otro error o herejía contraria a la Iglesia Católica y Apostólica de la forma y manera que por nosotros te será dada.
    Y para que este tu grave y pernicioso error y transgresión no quede del todo sin castigo y seas más cauto en el futuro y ejemplo para otros que se abstengan de delitos semejantes, ordenamos que por público edicto de prohiba el libro de los Diálogos de Galileo Galilei. Te condenamos a cárcel formal en este Santo Oficio a nuestro arbitrio; y, como saludable penitencia, te imponemos que los tres próximos años recites una vez a la semana los Siete Salmos penitenciales; y nos reservamos la facultad de moderar, cambiar o levantar, en todo o en parte, las mencionadas penas y penitencias.

La cárcel a la que aludía la sentencia se redujo a residir en el palacio arzobispal de Siena, aunque, unos meses después, la intervención del gran duque Fernando II de Toscana hizo que se le permitiera volver a su casa, donde estuvo en "arresto domiciliario" el resto de su vida. Se dice que, tras la lectura de su abjuración, refiriéndose a la Tierra, Galileo musitó: "Eppur si muove" (y, sin embargo, se mueve), aunque no parece probable que se arriesgara a decir algo así ante el tribunal. (No obstante, sí que es probable que se lo dijera poco después a alguien de confianza y que el boca a boca haya deformado el "poco después" en un "justo a continuación".)

Se ha pretendido justificar la actuación de la Iglesia aduciendo que Galileo no tenía pruebas que confirmaran la teoría heliocéntrica, pero tal argumento es absurdo. La teoría heliocéntrica, no en la versión original de Copérnico, sino en la de Kepler, estaba completamente justificada por estas fechas (o, al menos, estaba completamente justificado que era mucho mejor que la teoría geocéntrica):

  1. Porque cuadraba perfectamente con las extensas observaciones de Tycho Brahe y permitía hacer predicciones sobre las posiciones futuras de los planetas con una precisión absoluta.
  2. Porque explica el movimiento de todos los planetas a partir de unas mismas leyes simples (leyes que Kepler dedujo exclusivamente de las observaciones sobre Marte y que comprobó que valían para todos los demás planetas sin necesidad de ningún ajuste ad hoc, justo al contrario de lo que sucedía con la teoría Ptolemaica).
  3. Porque explica el movimiento retrógrado de los planetas sin necesidad de epiciclos ajustados ad hoc.
  4. Porque explica el hecho (puramente casual desde el punto de vista Ptolemaico) de que Mercurio y Venus se encuentren siempre próximos al Sol en la esfera celeste, de modo que sólo pueden verse al amanecer y al anochecer, mientras que los demás planetas pueden observarse hasta en posiciones diametralmente opuestas al Sol.
  5. Porque explica el hecho de que Venus presente fases como la Luna, algo inexplicable desde la teoría Ptolemaica.

Galileo no insistió en estas razones, ni siquiera mencionó muchas de ellas, basadas en su mayoría en observaciones experimentales y en complejos cálculos, porque su interés no era demostrar lo que ya estaba demostrado, sino que su aportación consistía en mostrar que, una vez demolida la física aristotélica, la teoría heliocéntrica resultaba completamente natural y que todas las objeciones se disipaban (todas menos las basadas en la Biblia, pero es que los aristotélicos tenían razón al creer que la palabra de Aristóteles tenía tanto valor como la palabra de Dios).

Como era de esperar, la condena de Galileo sólo contribuyó a difundir su obra y a que su pensamiento ganara adeptos. El jesuita Marin Mersenne, que había sido en otro tiempo uno de sus más fervorosos detractores, se había convertido ya en uno de sus más fervorosos partidarios, y fue uno de los principales responsables de la divulgación de sus escritos.

La muerte del rey Gustavo II Adolfo no puso fin a la intervención sueca en la guerra de los Treinta Años. El 23 de abril, el regente Axel Oxenstierna firmó la alianza de Heilbronn, por el que se ponía al frente de los protestantes alemanes.

El 11 de octubre Wallenstein derrotó a las tropas sajonas en Steinau.

En noviembre, unos doscientos veinte colonos salieron de Inglaterra en dos barcos, conducidos por Leonard Calvert, el hermano del barón de Baltimore. Eran mayoritariamente católicos, aunque entre ellos se contaban también algunos protestantes.

Thomas Heywood estrenó El viajero inglés.

El 14 de noviembre, el duque Bernardo de Sajonia-Weimar tomó Ratisbona sin que Wallenstein tratara de impedirlo, porque estaba negociando un acuerdo con él para marchar conjuntamente sobre Praga y proclamarse rey de Bohemia. Sin embargo, los protestantes no acabaron de confiar en él, temiendo que se tratara de una trampa, y el 18 de febrero de 1634 el emperador Fernando II lo destituyó por alta traición. Wallenstein trató de reunirse con los suecos, de pero el 25 de febrero fue asesinado por orden del emperador. El ejército imperial quedó en manos de Fernando de Austria, el cardenal-infante y del rey Fernando de Bohemia, el hijo del emperador.

Por estas fechas llegaron a América los colonos dirigidos por Leonard Calvert, que el 27 de marzo fundaron Saint Mary's City, a la que convirtieron en capital de una nueva colonia, al norte de Virginia e independiente de ella, a la que llamaron Maryland, teóricamente en honor de la reina Enriqueta María, pero la mayoría católica pensaba más bien en la virgen María. No obstante, los colonos de Virginia no veían con buenos ojos a sus vecinos católicos. Uno de ellos había instalado tres años atrás un puesto comercial en la isla de Kent, desde donde trataba provechosamente con los indios, y ahora, de repente, sus instalaciones estaban en territorio de Maryland, cosa que se negó a aceptar. Tras algunas escaramuzas entre ambas colonias, Virginia envió una delegación a Inglaterra para anular la concesión de tierras a Maryland.

El rey Carlos I seguía sin convocar el Parlamento y, dado que las principales fuentes de ingresos del monarca requerían la aprobación parlamentaria, decidió burlar el sistema legal recuperando un antiguo impuesto, el ship-money, destinado a luchar contra la piratería. Esta medida levantó agrias protestas.

Ese año murieron los dramaturgos ingleses John Marston y George Chapman.

Los neerlandeses se establecieron en la pequeña isla de Curaçao, al norte de Venezuela.

El cardenal Richelieu impulsó la creación de la Academia Francesa, que originariamente contó con treinta y cuatro miembros, y cuya función era la regulación de la lengua francesa. Entre sus miembros fundadores figuraban dos discípulos de Malherbe: Honorat de Bueil, señor de Racan, (que vivía retirado en su castillo de la Turena, del que sólo salía para visitar a sus amigos de París y, ahora, para asistir a las sesiones de la Academia) y François Mainard, que a la sazón estaba en Roma, como secretario del embajador francés. El duque de Sully fue nombrado mariscal de Francia.

El 26 de julio el rey Fernando de Bohemia recuperó Ratisbona.

Galileo, todavía abatido por haberse visto forzado a abjurar del heliocentrismo por propia voluntad, recibió un nuevo golpe cuando murió su hija Virginia, que se había hecho monja con el nombre de María Celeste. La condena de Galileo supuso un revés al progreso científico, al menos en Italia. En Roma vivía un profesor jesuita de veinticinco años llamado Evangelista Torricelli, que pocos meses después de la publicación del Diálogo de Galileo le había escrito una carta mostrando su entusiasmo por la astronomía, declarándose como un heliocentrista convencido. Sin embargo, en vista de los acontecimientos, prefirió dejar de lado sus investigaciones en astronomía y se centró en las matemáticas. Descartes escribía a su amigo Mersenne:

Ya debéis saber que Galileo ha sido censurado por la Inquisición y que sus opiniones sobre el movimiento de la Tierra han sido condenadas por heréticas. Yo sólo puedo deciros que en mi tratado acerca de la luz he admitido la idea del movimiento de la Tierra; pero si creyera que mi teoría dependiese de la de Galileo, por nada del mundo la defendería contra el parecer de la Iglesia, aunque estuviese basada en demostraciones que parecieran ciertas y que fuesen completamente claras.

La incoherencia de esta cita no debe hacernos dudar de la lucidez de Descartes, sino que es un reflejo del afán que siempre demostró en evitarse problemas (afán que hoy sería fácil tachar de cobardía, pero que, teniendo en cuenta la época, es razonable tenerlo por sana prudencia). Más tarde, escribiría también a Mersenne: Si el movimiento de la Tierra no es verdad, todos los fundamentos de mi filosofía son falsos también.

El tratado al que se refiere Descartes se titulaba Le Monde, ou Traité de la Lumiere. Es un tratado de física que había terminado el año anterior, pero que nunca se atrevió a publicar. La física de Descartes peca de un desaforado exceso de confianza en la razón (en el mal sentido, es decir, en el de ponerse a extraer conclusiones de razonamientos que pueden sonar más o menos plausibles, pero que no tienen más fundamento que los razonamientos de un teólogo) y de dejar al margen las observaciones empíricas. Dicho de otro modo: es un castillo construido sobre arena. Es una constante de toda la obra de Descartes (excepto cuando trata de matemáticas) que los problemas que plantea son mucho más valiosos que las soluciones que aporta. Por ejemplo, en astronomía se plantea la necesidad de ir más allá de la mera descripción de cómo se mueven los astros y explicar por qué lo hacen así: ¿cómo sabe la Tierra dónde está el Sol, para girar a su alrededor? Para "resolver" el problema da rienda suelta a su imaginación y, considerando absurdo que un cuerpo pueda actuar a distancia sobre otro, concluye que tiene que haber una sustancia que llene el espacio que media entre los astros, lo que los antiguos llamaban el éter, que estaría dotada de un movimiento en el que se habrían formado turbulencias, remolinos o vórtices, por usar la expresión cartesiana, que arrastrarían en su movimiento a los planetas y cometas.

El Tratado de la luz contiene a su vez el Tratado del hombre, en el que Descartes defiende que el cuerpo del hombre y el de los animales no es más que una máquina, como pueda serlo un reloj o un molino y que, de algún modo que Descartes no acierta a explicar, en el caso del hombre esta máquina se relaciona con un alma, de naturaleza completamente distinta al cuerpo, necesaria para explicar las propiedades mentales, como la capacidad de sentir, de pensar, de desear, etc. Los animales, carentes de alma, son meros autómatas.

En Francia, las repercusiones de la condena de Galileo fueron mucho menos apreciables. Mersenne siguió defendiendo abiertamente el heliocentrismo. Ahora presentaba sus resultados sobre la caída de los cuerpos. Galieo había incluido en su Diálogo sus conclusiones, hasta entonces inéditas, sobre la relación matemática entre el tiempo de caída y el espacio recorrido y Mersenne las había comprobado por sí mismo. Las conclusiones de Galileo implicaban, y así lo había señalado explícitamente en su Diálogo, que un cuerpo que cae aumenta progresivamente su velocidad, de modo que ésta toma infinitos valores, desde cero hasta la velocidad máxima con que llega al suelo. Descartes, en cambio, sostenía que esto era imposible, y que la velocidad debía aumentar escalonadamente, de modo que sólo pase por un número finito de valores (una muestra más de su racionalismo radical insensato).

Mersenne publicaba también ahora sus Questions inouyes y sus Questions harmoniques. En la primera continúa, entre otras cosas, su estudio de la roulette, o cicloide, y se declara incapaz de calcular el área abarcada por su arco. Sin embargo, le había planteado el problema a su amigo Gilles Roberval, que lo resolvió ese mismo año utilizando el método de los indivisibles, ideado unos cinco años atrás (aunque no lo había publicado) por otro jesuita, Bonaventura Cavalieri, catedrático de matemáticas en Bolonia, que tenía ahora treinta y seis años. La conclusión de Roberval fue que el área de la cicloide (él la llamaba trocoide) era el triple del área del círculo que la genera.

La compañía de Jesús estaba formando en sus colegios y acogiendo entre sus filas a las mentes más brillantes de la época. Hacía ya unas décadas que le había surgido un grupo de enemigos, aunque por razones puramente teológicas. A la cabeza de éstos se encontraba un profesor de teología holandés de la universidad de Lovaina (en los Países Bajos españoles). Tenía ya cuarenta y nueve años y se llamaba Corneille Jansen, aunque es más conocido como Jansenio. En su época de estudiante seguía viva en Lovaina la disputa entre los jesuitas y los bayanistas, y Jansenio, junto con otro estudiante llamado Duvergier de Hauranne, se decantó por éstos últimos. Entre ambos encontraron argumentos basados en san Agustín para defender la gracia divina como indefectiblemente eficaz para lograr la salvación, sin menoscabo (?) del libre albedrío. Con el tiempo, Jansenio había logrado gran influencia en la universidad de Lovaina, influencia que usaba para impedir que los jesuitas obtuvieran la graduación en teología. Ocho años atrás, la universidad lo había enviado a España con la misión de cerrar las puertas a los jesuitas en las universidades del reino.

Pese al sabor descaradamente luterano de las doctrinas jansenistas, Jansenio se consideraba católico, y ahora lograba el favor de la Corona española por la publicación de su Mars Gallicus, en el que atacaba violentamente a la monarquía francesa por el apoyo que estaba prestando a las naciones protestantes.

Urbano Grandier, el cura francés acusado de haber embrujado a las monjas del convento de Loudun fue hallado culpable, y el 28 de agosto fue quemado en la hoguera ante miles de personas. El asesinato de Grandier señaló el principio de las críticas hacia la caza de brujas.

El regente de Suecia, Axel Oxenstierna, estaba introduciendo varias reformas en el país: reformó la constitución, creando un senado de cinco miembros al cual quedaba supeditado el parlamento. Más tarde fundó la universidad de Abo y creó un servicio de correos.

El 5 y el 6 de septiembre, el ejército español, capitaneado por Fernando de Austria, el cardenal-infante, se unió al ejército imperial y destrozó al ejército sueco y sajón en Nördlingen.

Los suecos no se rindieron. Buscaron un acuerdo con Francia a través de Grocio, que fue nombrado embajador  de Suecia en Francia. El emperador Fernando II trataba de convencer al rey Ladislao IV de Polonia para que reanudara la guerra contra Suecia, pero Oxenstierna, lo impidió llegando a un acuerdo con el rey polaco, al que devolvió los territorios conquistados en Prusia. Por su parte, después de obtener varios éxitos militares, Ladislao IV firmó la paz de Polanowo con el zar Miguel III de Rusia, en virtud de la cual renunciaba a sus reivindicaciones al trono ruso, pero conservaba todos los territorios que había conquistado.

Fernando de Austria fue nombrado gobernador de los Países Bajos. Rubens se aseguró de ganarse el favor del nuevo gobernador, que lo nombró su pintor.

Velazquez pintó un conocido retrato ecuestre del conde-duque de Olivares.

Rembrandt se casó con Saskia, sobrina de su protector, Van Uylenburg. Los retratos de su esposa se convirtieron en uno de los temas preferidos del pintor. De esta época son Saskia con velo o, Autorretrato con pelliza.

Lope de Vega publicó las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos, una parodia de la poesía amorosa petrarquista, así como la Gatomaquia, una parodia épica que narra los amores de los gatos Marramaquiz y Micifuz por la gata Zapaquilda. Lope murió en 1635, a la edad de setenta y tres años.

Calderón de la Barca estrenó una de sus obras más famosas: La vida es sueño.

Corneille, que había estrenado varias comedias en los últimos años, como Clitandre o La galería del palacio, recibió la protección del cardenal Richelieu, y ahora estrenaba su Medea.

Bonaventura Cavalieri publicó su Geometria indiuisibilibus continuorum noua quadam ratione promota, en la que expone su teoría de los indivisibles, que era un desarrollo del método de agotamiento de Arquímedes al que incorporaba el concepto de cantidad infinitesimal ideado por Kepler. Cavalieri considera las magnitudes geométricas como compuesdas de una infinidad de elementos infinitesimales indivisibles que permitía plantear el cálculo de áreas y volúmenes como sumas de infinitos elementos infinitesimales. Esto no tenía rigor alguno y fue objeto de muchas críticas, pero lo cierto es que su método permitía calcular fácilmente áreas y volúmenes de varias figuras geométricas y los resultados que se obtenían eran exactos. El cálculo del área de la cicloide que había llevado a cabo Roberval el año anterior era una buena muestra de la potencia de esta nueva técnica.

El 28 de abril, Richelieu firmó una alianza en Compiègne con el regente de Suecia, Axel Oxenstierna, por el que Suecia se aseguraba la financiación francesa para proseguir la guerra en Alemania.

En mayo, el emperador Fernando II firmó el tratado de Praga con el elector Juan Jorge I de Sajonia, en virtud del cual se paralizaba el edicto de restitución y, esencialmente, volvía al status quo anterior a la guerra.

Temiendo que, sin Gustavo II Adolfo, los suecos no era suficientes para frenar a los Austrias, Richelieu se decidió por fin a intervenir directamente en la guerra. El rey Luis XIII publicó un manifiesto en el que se detallaban las agresiones de España hacia Francia a lo largo de la Historia. Tras esta propaganda, el 19 de mayo Francia declaró la guerra a España. Un ejército francés invadió los Países Bajos, a la vez que otro cruzaba los Pirineos y ponía sitio a Fuenterrabía. El duque de Rohan ocupó el valle de la Valtelina. La declaración de guerra fue acompañada de una subida de impuestos sin precedentes que desencadenó una revuelta de campesinos en el Périgord, pero no tardó en ser sofocada.

El marqués de Santa Cruz zarpó de Nápoles al frente de una flota que debía ocupar las islas Hyères, frente a la costa de Provenza, como paso previo a una invasión de Francia, pero un fuerte temporal dispersó las naves y el proyecto fue abandonado. Unos meses más tarde atacó las islas Lérins, frente a la Costa Azul, y se apoderó de dos de ellas.

Velazquez pintó La rendición de Breda, diez años después de que Ambrosio de Spínola tomara la ciudad a los neerlandeses.

En Inglaterra, Van Dyck pintó el retrato de Carlos I de Caza.

Un pintor flamenco llamado Philippe de Champaigne pintó su cuadro más conocido: el retrato del cardenal Richelieu. Champaigne había entrado en la corte francesa como pintor de María de Médicis. El año anterior había pintado Luis XIII recibe al duque de Longueville en la Orden del Santo Espíritu, y Una religiosa de la Orden de Santa Brígida en su lecho de muerte.

El rey Ladislao IV de Polonia firmó una nueva tregua con Suecia (la tregua de Sztumska Wies) que, de hecho, supuso el fin definitivo del conflicto entre ambos países.

Los colonos de Massachusetts se extendieron por el río Connecticut y fundaron las ciudades de Windsor, Hartford y Wethersfield. Cuatro años atrás había llegado a Boston un pastor puritano que era más puritano que los dirigentes de la ciudad (que no lo eran poco: ese año habían decretado la obligatoriedad de la asistencia a los oficios religiosos). Se llamaba Roger Williams y, paradójicamente, la radicalidad de sus planteamientos religiosos lo llevó a descubrir el concepto de la tolerancia. Se había convencido de que era imposible asegurar a ciencia cierta qué religion o qué Iglesia era la verdadera, por lo que era absurdo tratar de imponer al prójimo unas creencias determinadas: cada cual debía juzgar según sus propias luces y el día del Juicio Final ya se vería quién había acertado y quién no.

Este planteamiento lo convirtió, en particular, en separatista, es decir, que no admitía ninguna vinculación con la Iglesia Anglicana, pero Williams fue más allá y afirmó que el rey de Inglaterra no era el dueño de América, por lo que no podía conceder tierras en el continente. La única forma legítima de conseguir tierras era comprárselas a los indios. Este último aserto no pasó desapercibido, y la consecuencia fue que el 9 de octubre fue desterrado de Massachusetts. Se le permitió permanecer en la colonia durante el invierno, pero al llegar la primavera tendría que marcharse.

Ese año murió en Quebec Samuel de Champlain. Los franceses ocuparon la isla de Guadalupe, en las Antillas.

El 27 de octubre, el duque Bernardo de Sajonia-Weimar se puso al servicio del cardenal Richelieu, con quien firmó el tratado de Saint-Germain-en-Laie. 

En 1636 Marin Mersenne recibió noticias de un abogado que tenía un cargo de consejero en la corte de Toulouse y que estaba haciendo progresos notables en matemáticas. Le escribió una carta y pronto recibió respuesta, con fecha 26 de abril. En ella Pierre de Fermat (que tenía entonces treinta y cinco años) refería ciertos errores que él creía que Galileo había cometido en su estudio de la caída libre, le comunicaba ciertos resultados que había obtenido sobre espirales y, lo más interesante, le planteaba dos problemas para que los transmitiera a los matemáticos de París, problemas que él aseguraba haber resuelto, de modo que los presentaba como una especie de reto a sus colegas parisinos.

Los matemáticos de la Academia Mersenne encontraron irresolubles los problemas de Fermat, así que le pidieron que explicara la forma en que los había resuelto, y Fermat les envió su Método para determinar máximos, mínimos y tangentes de curvas planas y su Introducción a los lugares planos y a los sólidos, juntamente con una versión restaurada por él mismo de un viejo libro de geometría griega: los Lugares planos, de Apolonio.

Estos trabajos (más bien borradores, que Fermat nunca se molestó en dar forma definitiva para ser publicados) le dieron inmediatamente la fama de ser uno de los mejores matemáticos del planeta. En ellos sienta las bases de lo que ahora se llama geometría analítica, es decir, el estudio de la geometría a través de la representación de las curvas y superficies mediante ecuaciones algebraicas.

Según lo dispuesto, Roger Williams dejó Massachusetts al llegar la primavera. Salio de Boston en compañía de un grupo de partidarios, con los que viajó hacia el sur y en junio fundó la colonia de Providence, 65 kilómetros de Boston, en un terreno que compró a los indios. Pronto se extendió hasta unas islas cercanas a la costa, una de las cuales se identificó con una isla que Verrazano había descrito comparándola con la isla de Rodas, así que ahora recibió el nombre de Rhode Island. Con el tiempo, la colonia pasó a ser conocida con este nombre. (Actualmente, el nombre completo del territorio es Rhode Island y plantaciones de Providence). Bajo el gobierno de Williams, Rhode Island disfrutó de una absoluta tolerancia religiosa, que admitió en su seno incluso a judíos. Su status legal fue muy atípico, ya que en principio no tenía ninguna relación con Inglaterra.

Uno de los principales consejeros del rey Carlos I de Inglaterra era William Laud, el arzobispo de Canterbury, que en los últimos años se había encargado de imponer en el reino una rígida observancia del culto anglicano, ahora tuvo la idea de extender a Escocia la liturgia anglicana, y el rey dio su aprobación sin preocuparse de tantear previamente a la nobleza escocesa, que era mayoritariamente presbiteriana.

Los ejércitos españoles penetraron en Francia, tomaron la ciudad de Corbie, pusieron sitio a Saint-Jean-de-Losne, defendida por el duque Bernardo de Sajonia-Weimar, y Fernando de Austria amenazó París. Al mismo tiempo, Francia tuvo que sofocar dos nuevas rebeliones de campesinos.

Ese año murió el duque de Medinasidonia, que fue sucedido por su hijo Gaspar de Guzmán.

Dos años atrás, a instancias de sus amigos, Francisco de Quevedo había consentido en casarse con Esperanza de Cetina, una viuda con la que convivió escasos meses y de la que ahora se divorciaba:

Mujer que dura un mes se vuelve plaga,
aun con los diablos fue dichoso Orfeo,
pues perdió la mujer que tuvo en paga.

Corneille estrenó su comedia más original: La ilusión cómica.

El 18 de septiembre el emperador Fernando II declaró la guerra a Francia, con lo que la guerra de los Treinta Años entró definitivamente en su periodo francés.

El 4 de octubre los suecos, dirigidos por el general Johan Gustafsson Banér, derrotaron al ejército imperial y sajón en Wittstock.

El 28 de octubre los colonos puritanos de Plymouth fundaron una escuela en la localidad de Cambridge, para la que votaron un presupuesto de 400 libras. Por esa época, un pastor (sacerdote) de treinta años llamado John Harvard se estaba muriendo de tuberculosis y donó a la nueva escuela 700 libras y su biblioteca de 400 libros. Murió poco después y la escuela recibió en su honor el nombre de Colegio de Harvard.

El gobernador del Languedoc, Charles de Schömberg, derrotó a los españoles en Leucate, lo que, ya en 1637, le valió el bastón de mariscal.

El 15 de febrero murió el emperador Fernando II, y fue sucedido por su hijo Fernando III. El rey Ladislao IV de Polonia se casó ese año con Cecilia Renata, hermana de Fernando III.

También murió el príncipe Víctor Amadeo I de Saboya, que fue sucedido por su hijo Francisco Jacinto, que era menor de edad, y quedó bajo la regencia de su madre, Cristina de Francia, hermana del rey Luis XIII.

Thomas Hobbes había iniciado ocho años atrás una serie de viajes por Europa, y los últimos tres años los había pasado en París, donde trabó contacto con Mersenne y su Academia. Aunque nunca mostró la capacidad intelectual necesaria para dominar las matemáticas y la nueva física, se sintió fascinado por ellas, y elaboró una concepción mecanicista del mundo que aplicó a todos los asuntos de los que se ocupó, como sus Elementos de ley natural y política, que empezó a redactar por estas fechas, ya de vuelta en Inglaterra.

En Japón estalló una importante revuelta de cristianos, que fue reprimida duramente por el gobierno. Además se prohibió a los barcos españoles tomar tierra en Japón.

Los cosacos del Don arrebataron Azov a los turcos, y el zar Miguel III se abstuvo de ayudarlos para evitar una guerra contra el Imperio Otomano. Por otra parte, tras varias guerras a lo largo de más de una década, los polacos terminaron por someter a los cosacos del Dniéper.

En Venecia los teatros líricos, hasta entonces reservados a la aristocrácia, se abrieron al público en general (previo pago de una entrada, claro), y esto animó a Claudio Monteverdi a componer nuevos dramas líricos. (En los últimos años se había dedicado exclusivamente a la música religiosa.)

En Londres murió el dramaturgo Ben Jonson.

Unos meses atrás, Corneille había estrenado la más famosa de sus tragedias: El Cid, que tuvo un gran éxito, pero pronto cayó sobre él la acusación de haber plagiado Las mocedades del Cid, del español Guillén de Castro. Corneille desdeñó la crítica, pero pronto llovieron sobre él otras muchas, que aducían que la obra no respetaba ni las reglas del "buen lenguaje", ni del "decoro", ni las reglas aristotélicas de unidad de tiempo, lugar y acción. Richelieu decidió intervenir en la polémica. No le gustaba la obra, porque no era buen momento para ensalzar a un héroe español, pero aprovechó el asunto para afirmar la autoridad de la Academia Francesa, que había fundado recientemente. Le encargó un veredicto y ésta reprochó únicamente a la obra que Jimena se case con el asesino de su padre, ya que la obra literaria tenía que estar al servicio de la moral. Corneille, ofendido, dejó de escribir durante un tiempo.

Hablando de literatura y moral, entre las últimas creaciones de Calderón de la Barca figuraban dos apologías del asesinato: El médico de su honra y A secreto agravio, secreta venganza. Merece la pena recordar sus argumentos:

El médico de su honra: En la Sevilla del siglo XIV, doña Mencía, esposa de don Gutierre Alfonso Solís, es cortejada por el infante don Enrique de Trastámara. El marido se queja ante el rey y le pide que aleje a don Enrique de su esposa. Don Enrique, después de una discusión con el rey, decide desterrarse, pero doña Mencía le escribe para pedirle que no se marche, ya que ello podría entenderse como una prueba de su culpabilidad y pondría en entredicho su honor. Don Gutierre descubre a su esposa cuando empieza a escribir la carta, despide al servicio y lleva a casa un barbero para que sangre a su esposa y la asesine de modo que parezca un accidente. El rey, descubiertos los hechos, no sólo justifica la acción de don Gutierre, sino que hace que se case con doña Leonor, una dama de la que había estado enamorado.

A secreto agravio, secreta venganza: En Lisboa, un hidalgo llamado don Lope de Almeida, casado por poderes con la castellana doña Leonor de Mendoza, descubre que un antiguo amante de su esposa, que ella creía muerto cuando se casó, intenta arrebatarle la honra, así que mata a su enemigo en secreto y luego, en secreto también, quema a su esposa en su palacio. Así restituye su honra sin menoscabo de su buena imagen.
Los argumentos no son originales. El primero se encuentra ya en una comedia de Lope de Vega, del mismo título, y el segundo en Tirso de Molina. El espíritu moderno que Cervantes (y también Góngora) mostraron para con las mujeres no dejó huella en la literatura española. Los españoles de la época y de épocas posteriores no sólo no se avergonzaban de esta patética concepción del honor, sino que la presentaban como la principal virtud que los distinguía del resto de europeos, y en verdad que los distinguía.

El cardenal Richelieu
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