DISCURSO DE HAILE SELASSIE I ANTE LA SOCIEDAD DE NACIONES
30 de junio de 1936

Yo, Haile Selassie I, emperador de Etiopía, estoy aquí hoy para reclamar la justicia que se le debe a mi pueblo y la ayuda que se le prometió hace ocho meses, cuando cincuenta naciones afirmaron que se había producido una agresión en violación de los tratados internacionales.

No hay precedente de que un jefe de Estado se haya dirigido personalmente a esta asamblea, pero tampoco hay precedentes de un pueblo que haya sido víctima de una injusticia semejante y que en la actualidad esté amenazado de ser abandonado a su agresor. Tampoco se había dado nunca antes un ejemplo de un gobierno que procediera a la exterminación sistemática de una nación por medios bárbaros, en violación de las promesas más solemnes hechas por las naciones de la Tierra de que no se usaría contra seres humanos inocentes el terrible veneno de los gases tóxicos. El jefe del Imperio Etíope ha venido a Ginebra para defender a un pueblo que lucha por su secular independencia, cumpliendo su deber supremo, tras haber luchado él mismo al frente de sus ejércitos.

Ruego a Dios Todopoderoso que evite a las naciones los terribles sufrimientos que han sido infligidos a mi pueblo, de los que los jefes que me acompañan han sido testigos horrorizados.

Es mi deber informar a los gobiernos reunidos en Ginebra, siendo responsable como ellos de las vidas de millones de hombres, mujeres y niños, del peligro mortal que los amenaza, para lo cual describiré la suerte que ha corrido Etiopía. Italia no sólo ha luchado contra guerreros, sino que sobre todo ha atacado a poblaciones muy alejadas de las hostilidades, para aterrorizarlas y exterminarlas.

Al principio, hacia el final de 1935, la aviación italiana lanzó sobre mis ejércitos bombas de gas lacrimógeno.

Sus efectos fueron leves. Los soldados aprendieron a dispersarse y esperar hasta que el viento hubiera disipado rápidamente los gases venenosos. La aviación italiana pasó entonces al gas mostaza. Barriles de líquido fueron arrojados sobre grupos armados, pero estos medios tampoco fueron efectivos; el líquido afectaba sólo a unos pocos soldados, y los propios barriles en la tierra servían de advertencia del peligro a las tropas y a la población.

Pero cuando estaban teniendo lugar las operaciones para rodear Makalle, el mando italiano, temiendo una derrota, aplicó el procedimiento que ahora es mi deber denunciar ante el mundo.

Difusores especiales fueron instalados en los aviones de modo que pudieran vaporizar sobre vastas áreas de terreno una fina y mortífera lluvia. Grupos de nueve, quince, dieciocho aviones se sucedían de modo que la niebla que generaban formara una superficie continua. Así, desde fines de enero de 1936, soldados, mujeres, niños, ganado, ríos, lagos y pastizales fueron empapados continuamente con esta lluvia venenosa, para matar sistemáticamente todas las criaturas vivientes. Para asegurarse de que las aguas y los pastos quedaban envenenados, el mando italiano hizo que sus aviones los sobrevolaran una y otra vez. Éste fue su principal método de guerra.

La forma más refinada de barbarie consistía en llevar la devastación y el terror hasta las partes más densamente pobladas del territorio, los puntos más alejados de los escenarios bélicos. El propósito era sembrar el miedo y la muerte sobre la mayor parte del territorio etíope.

Estas tácticas terribles tuvieron éxito. Hombres y animales sucumbieron. La lluvia mortal que caía de los aviones hacía que todos a los que tocaba salieran gritando de dolor. Todos los que bebieron el agua envenenada y los que comieron la comida infectada murieron también entre horribles sufrimientos. Las víctimas del gas mostaza italiano cayeron por decenas de miles. He decidido venir a Ginebra para denunciar ante el mundo civilizado las torturas infligidas al pueblo etíope. Nadie más que yo mismo y mis valientes compañeros de armas podrían aportar a la Sociedad de Naciones la prueba irrefutable. Las peticiones que mis delegados dirigieron a la Sociedad de Naciones han quedado sin respuesta. Mis delegados no han sido testigos y por eso decidí venir personalmente a dar testimonio del crimen perpetrado contra mi pueblo y advertir a Europa del destino que le espera si se doblega ante los hechos consumados.

¿Es necesario recordar a la Asamblea las varias etapas del drama etíope? Durante los últimos 20 años, como príncipe heredero, regente del imperio o como emperador, nunca he dejado de emplear todas mis fuerzas para llevar a mi país los beneficios de la civilización, y en particular para establecer relaciones de buena vecindad con todas las potencias vecinas. En particular cerré con éxito con Italia en Tratado de Amistad de 1928, que prohibía absolutamente el recurso, bajo cualquier pretexto, a la fuerza de las armas, y que sustituía la fuerza y las presiones por la conciliación y el arbitraje sobre los que las naciones civilizadas han basado el orden internacional.

En su informe del 5 de octubre de 1935, el Comité de los Trece reconoció mi esfuerzo y los resultados que logré. Los gobiernos pensaron que la entrada de Etiopía en la Sociedad de Naciones, a la vez que daba al país una nueva garantía para el mantenimiento de su integridad territorial e independencia, le ayudaría a alcanzar un mayor nivel de civilización. No parece que en Etiopía haya hoy mayor desorden e inseguridad que en 1923. Por el contrario, el país está más unido y el poder central es más obedecido.

Yo habría conseguido aún mejores resultados para mi pueblo si el gobierno italiano no hubiera interpuesto obstáculos de todo tipo, el gobierno que fomentó revueltas y armó a los rebeldes.

De hecho, el gobierno de Roma, como hoy ha proclamado abiertamente, nunca dejó de prepararse para la conquista de Etiopía. Los tratados de amistad que firmó conmigo no eran sinceros, su única finalidad era ocultarme su verdadera intención. El gobierno italiano afirma que durante 14 años ha estado preparándose para la conquista actual. Por lo tanto reconoce hoy que cuando apoyó la admisión de Etiopía a la Sociedad de Naciones en 1923, cuando firmó el tratado de amistad en 1928, cuando firmó el pacto de París que ilegalizaba la guerra, estaba engañando al mundo entero. El gobierno etíope estaba, en esos tratados solemnes, dando garantías adicionales de seguridad que le permitiría alcanzar un mayor progreso por el camino concreto de las reformas sobre el que había puesto sus pies, y al que estaba dedicando toda su fuerza y todo su corazón.

El incidente de Wal-Wal, en diciembre de 1934, me cayó como un rayo. La provocación italiana era obvia y no dudé en apelar a la Sociedad de Naciones. Invoqué las provisiones del tratado de 1928, los principios del Pacto Constitutivo [de la Sociedad de Naciones], solicité con urgencia el protocolo de conciliación y arbitraje. Desafortunadamente, para Etiopía, en esa ocasión cierto gobierno consideró que la situación europea exigía obtener la amistad de Italia costara lo que costara. El precio que se pagó fue el abandono de la independencia etíope a la codicia del gobierno italiano. Este acuerdo secreto, contrario a las obligaciones del Pacto, ha ejercido una gran influencia en el curso de los acontecimientos. Etiopía y el mundo entero han sufrido y siguen sufriendo hoy sus desastrosas consecuencias.

La primera violación del Pacto fue seguida por muchas otras. Sintiéndose apoyada en su política contra Etiopía, el gobierno de Roma hizo fervientemente preparaciones de guerra, pensando que la presión acordada que estaba empezando a ejercerse sobre el gobierno etíope quizá no llegaría a vencer la resistencia de mi pueblo a la dominación italiana El momento tenía que llegar, así que pusieron toda clase de obstáculos en el camino de cara a romper el protocolo de conciliación y arbitraje. Se puso toda clase de obstáculos en el camino respecto al protocolo. Los gobiernos trataron de impedir que el gobierno etíope encontrara árbitros entre sus conciudadanos; una vez el tribunal de arbitraje fue establecido se ejercieron presiones para que la resolución fuera favorable a Italia.

Todo esto fue en vano. Los árbitros, dos de los cuales eran funcionarios italianos, fueron obligados a reconocer unánimemente que en el incidente de Wal-Wal, y en los sucesos posteriores, no podía atribuirse a Etiopía ninguna responsabilidad internacional.

A partir de este reconocimiento, el gobierno etíope creyó sinceramente que podría abrirse una era de relaciones amistosas con Italia. Yo tendí mi mano lealmente al gobierno romano. La Asamblea fue mantenida al tanto mediante el informe del Comité de los Trece, fechado el 5 de octubre de 1935, de los detalles de los sucesos que ocurrieron tras el mes de diciembre de 1934 y hasta el 3 de octubre de 1935.

Bastará con citar algunas de las conclusiones de ese informe, las número 24, 25 y 26: "El memorandum italiano (que contenía las quejas presentadas por Italia) fue puesto sobre la mesa del Consejo el 4 de septiembre de 1935, mientras que la primera apelación de Etiopía al Consejo había sido hecha el 14 de diciembre de 1934. En el intervalo entre esas dos fechas, el gobierno italiano se había opuesto a que el Consejo considerara la cuestión sobre la base de que el único protocolo apropiado era el que proporcionaba el tratado ítalo-etíope de 1928. Más aún, durante todo ese periodo, estaba teniendo lugar un envío de tropas italianas al África Oriental. Estos envíos de tropas fueron presentados ante el Consejo por el gobierno italiano como necesarios para la defensa de sus colonias amenazadas por los preparativos de Etiopía. Etiopía, por el contrario, señaló los pronunciamientos oficiales hechos en Italia, que, en su opinión, no dejaban duda de las intenciones hostiles del gobierno italiano".

Desde que se planteó la disputa, el gobierno etíope ha buscado una solución por medios pacíficos. Ha apelado a los protocolos del Pacto. Puesto que el gobierno italiano deseaba ceñirse estrictamente a los protocolos del tratado ítalo-etíope, el gobierno etíope accedió. Invariablemente afirmó que aceptaría fielmente la decisión del arbitraje incluso si le era contraria. Aceptó que la cuestión de la soberanía de Wal-Wal no debía ser dilucidada por los árbitros porque el gobierno italiano no aceptaría ese procedimiento. Pidió al Consejo que enviara observadores neutrales y se prestó a colaborar con cualquier investigación que el Consejo pudiera decidir.

Una vez la disputa de Wal-Wal fue resuelta por arbitraje, sin embargo, el gobierno italiano envió un memorándum detallado al Consejo abogando por sus pretensiones de libertad de acción. Afirmó que un caso como el de Etiopía no podía resolverse por los medios que proporcionaba el Pacto.

Afirmó que "puesto que esta cuestión afecta intereses vitales y es de importancia primaria a la seguridad y la civilización italiana" él "estaría fallando en sus deberes más elementales si no suspendiera de una vez por todas su confianza en Etiopía, reservándose plena libertad para adoptar cualquier medida que resultara necesaria para asegurar la seguridad de sus colonias y salvaguardar sus propios intereses."

Esos eran los términos del informe al Comité de los Trece. El Consejo y la Asamblea adoptaron unánimemente la conclusión de que el gobierno italiano había violado el Pacto y se encontraba en estado de agresión. Yo no dudé en declarar que yo no deseaba la guerra, que me estaba siendo impuesta, que me veía obligado a luchar únicamente por la independencia y la integridad de mi pueblo, y que en esa lucha yo era el defensor de la causa de los Estados pequeños expuestos a la codicia de un vecino poderoso.

En octubre de 1935 las 52 naciones que hoy me están escuchando me aseguraron que el agresor no triunfaría, que los recursos del Pacto serían empleados para asegurar el imperio del derecho y el fracaso de la violencia.

Yo pido a las cincuenta y dos naciones que no olviden hoy la política en la que se embarcaron hace ocho meses, confiando en la cual dirigí la resistencia de mi pueblo contra el agresor que ellas habían denunciado ante el mundo. A pesar de la inferioridad de mis armas, la completa falta de aviación, de artillería, de municiones, de servicios hospitalarios, mi confianza en la Sociedad de Naciones era absoluta. Pensé que era imposible que cincuenta y dos naciones, incluyendo las más poderosas del mundo, no podrían ser cuestionadas con éxito por un único agresor. En virtud de la confianza debida a los tratados, yo no había hecho preparativos para la guerra, y en esa misma situación se encuentran algunos países pequeños de Europa.

Cuando el peligro se hizo más inminente, estando al tanto de mis responsabilidades hacia mi pueblo, durante los seis primeros meses de 1935 traté de adquirir armamentos. Muchos gobiernos declararon un embargo para impedirme hacerlo, mientras el gobierno italiano, a través del canal de Suez, recibió todas las facilidades para transportar sin cesar y sin protesta alguna tropas, armas y municiones.

El 3 de octubre de 1935 las tropas italianas invadieron mi territorio. Sólo unas pocas horas más tarde decreté la movilización general. En mi deseo de mantener la paz, siguiendo el ejemplo de un gran país de Europa en las vísperas de la Gran Guerra, yo había hecho que mis tropas se retiraran treinta kilómetros de la frontera para eliminar cualquier pretexto de provocación.

Entonces tuvo lugar la guerra en las condiciones atroces que he expuesto antes ante la Asamblea. En esa lucha desigual entre un gobierno al frente de más de cuarenta y dos millones de habitantes, teniendo a su disposición medios financieros, industriales y tecnológicos que le han permitido crear cantidades ilimitadas de las armas más mortíferas, y, por otra parte, un pequeño pueblo de doce millones de habitantes, sin armas, sin recursos, teniendo de su parte sólo la justicia de su causa y la promesa de la Sociedad de Naciones; ¿qué ayuda real dieron a Etiopía esas cincuenta y dos naciones que habían declarado al gobierno de Roma culpable de haber roto el Pacto y que habían prometido impedir el triunfo del agresor? Han considerado los estados miembros, como era su deber en virtud de su firma del artículo 15 del Pacto, que el agresor había cometido un acto de guerra personalmente dirigido contra el mismo? Yo había puesto todas mis esperanzas en la ejecución de esas promesas. Mi confianza había sido confirmada por repetidas declaraciones hechas en el Consejo sobre que la agresión no debía ser recompensada, y que la fuerza terminaría por ser obligada a doblegarse ante el derecho.

En diciembre de 1935 el Consejo dejó bastante claro que su parecer estaba en armonía el de los cientos de millones de personas que, en todas las partes del mundo, habían protestado contra el propósito de desmembrar Etiopía. Se repetía constantemente que no era meramente un conflicto entre el gobierno italiano y la Sociedad de Naciones, y por ello yo rechacé personalmente todos los ofrecimientos que me hizo el gobierno italiano para mi propio provecho, a cambio de traicionar a mi pueblo y el Pacto Constitutivo de la Sociedad de Naciones. Yo estaba defendiendo la causa de los pueblos pequeños que son amenazados con la agresión.

¿Qué ha sido de las promesas que se me hicieron en octubre de 1935? Observo con dolor, pero sin sorpresa, que tres Potencias consideraron que las promesas que hicieron obligadas por el Pacto no tenían ningún valor en absoluto. Sus relaciones con Italia les llevaron a rechazar la adopción de cualquier clase de medidas para detener la agresión italiana. Por el contrario, fue una profunda decepción para mí descubrir la actitud de cierto gobierno que, mientras manifestaba acatar escrupulosamente el Pacto, ha empleado incansablemente todos sus esfuerzos para impedir su cumplimiento. Tan pronto se proponía una medida que podría ser inmediatamente efectiva, se encontraban diversos pretextos para posponer incluso su consideración. ¿Acaso los acuerdos secretos de enero de 1935 establecían esa obstrucción incansable?

El gobierno etíope nunca esperó que otros gobiernos vertieran la sangre de sus soldados para defender el Pacto cuando sus propios intereses inmediatos no estaban en juego. Los guerreros etíopes sólo pedían medios para defenderse por sí mismos. En muchas ocasiones he pedido ayuda financiera para la compra de armas, y esa ayuda me ha sido negada constantemente. ¿Qué significa entonces, en la práctica, el artículo 16 del Pacto, sobre la seguridad colectiva?

El uso por parte del gobierno etíope del ferrocarril de Djibuti a Adis Abeba era en la práctica un medio de transporte de armas pensado para las fuerzas etíopes. En la actualidad es el principal medio, si no el único, de suministro de los ejércitos italianos de ocupación. Las reglas de neutralidad habrían prohibido el transporte en beneficio de las fuerzas italianas, pero ni siquiera la neutralidad es aplicable, puesto que el artículo 16 impone a cada Estado miembro de la Sociedad de Naciones el deber de no permanecer neutral, sino de acudir en ayuda, no del agresor, sino de la víctima de la agresión. ¿Se ha respetado el Pacto? ¿Se está respetando hoy?

Finalmente, los gobiernos de ciertos Estados, entre ellos los más influyentes miembros de la Sociedad de Naciones,  han declarado en sus parlamentos que, puesto que el agresor ha logrado ocupar una gran parte del territorio etíope, proponen no continuar con la aplicación de ninguna medida económica o financiera que podrían haberse aplicado contra el gobierno italiano.

Éstas son las circunstancias en que, a petición del gobierno argentino, la Asamblea de la Sociedad de Naciones se reúne para considerar la situación creada por la agresión italiana.

Afirmo que el problema que hoy se presenta a la Asamblea es mucho más amplio. No es una mera cuestión de pronunciarse sobre la agresión italiana. Es un asunto de seguridad colectiva, de la propia existencia de la Sociedad de Naciones, del crédito que cada Estado debe otorgar a los tratados internacionales, del valor de las promesas hechas a los Estados pequeños sobre que su integridad y su independencia será respetada y asegurada. Se trata del principio de igualdad de los Estados, por una parte o, en caso contrario, de la obligación que recae sobre las pequeñas potencias de aceptar los vínculos de vasallaje. En una palabra: es la moral internacional la que está en juego. ¿Es que las firmas del Pacto sólo tienen valor en la medida en que las potencias firmantes tengan involucrados intereses personales, directos e inmediatos?

Ninguna sutileza puede cambiar el problema o alterar las bases de la discusión. Yo presento estas consideraciones ante la Asamblea con total sinceridad. En un momento en que mi pueblo está amenazado con el exterminio, cuando el apoyo de la Sociedad de Naciones puede impedir el golpe final, ¿se me permitirá hablar con absoluta franqueza, sin reticencias, tan directamente como exige la regla de igualdad entre todos los Estados miembros de la Sociedad de Naciones?

Aparte del reino del Señor, no hay en esta Tierra ninguna nación que sea superior a cualquier otra.

Si sucede que un gobierno fuerte se encuentra con que puede destruir impunemente a un pueblo débil, entonces llega la hora para que ese pueblo débil se dirija a la Sociedad de Naciones para dar su parecer con toda libertad. Dios y la historia recordarán vuestro juicio.

He oído decir que las sanciones inadecuadas ya aplicadas no han alcanzado su objetivo. Nunca, bajo ningunas circunstancias, unas sanciones que eran intencionalmente inadecuadas, intencionalmente mal aplicadas, podrían detener a un agresor. No es un caso de imposibilidad de detener a un agresor, sino de la negativa de detener a un agresor. Cuando Etiopía requirió y sigue requiriendo ayuda financiera ¿era una medida imposible de aplicar cuando se ha otorgado ayuda financiera por parte de la Sociedad de Naciones, incluso en tiempos de paz, a dos países, y concretamente a dos países que se han negado a aplicar sanciones al agresor?

Enfrentado a las numerosas violaciones por parte del gobierno italiano de todos los tratados internacionales que prohíben el recurso a las armas, y el uso de métodos de guerra bárbaros, es mi doloroso deber señalar que hoy se ha tomado la iniciativa de levantar las sanciones. ¿No significa en la práctica esta iniciativa el abandono de Etiopía a su agresor? Justo en la víspera del día en que yo estaba apunto de acometer un último esfuerzo en defensa de mi pueblo ante esta Asamblea, ¿no arrebata esta iniciativa a Etiopía una de sus últimas oportunidades de éxito a la hora de obtener apoyo y garantías por parte de los Estados miembros? ¿Es ésta la conducta que la Sociedad de Naciones y cada uno de los Estados miembros deben esperar de las grandes potencias cuando afirman tener el derecho y el deber de dirigir la actuación de la Sociedad de Naciones? Puestos por el agresor ante el hecho consumado, ¿los Estados van a sentar el terrible precedente de doblegarse ante la fuerza?

Sin duda vuestra Asamblea habrá presentado antes propuestas de reforma del Pacto para hacer más efectivas las garantías de seguridad colectiva. ¿Es el Pacto el que necesita reformas? ¿Qué promesas pueden tener valor alguno si falta la voluntad de respetarlas? Es la moral internacional la que está en juego, y no los artículos del Pacto. En nombre del pueblo etíope, un miembro de la Sociedad de Naciones, Pido a la Asamblea que tome todas las medidas necesarias para asegurar el respeto al Pacto. Yo reafirmo mis protestas contra las violaciones de los tratados de las que el pueblo etíope ha sido víctima. Yo declaro ante el mundo entero que el emperador, el gobierno y el pueblo de Etiopía no se doblegarán ante la fuerza, y que mantendrán sus reivindicaciones y que usarán todos los medios a su alcance para asegurar el triunfo del derecho y el respeto al Pacto.

Yo pregunto a las cincuenta y dos naciones, que dieron al pueblo etíope la promesa de ayudarlo en su resistencia al agresor, qué piensan hacer por Etiopía. Y a las grandes potencias que prometieron la garantía de seguridad colectiva a los pequeñas Estados, sobre los cuales pende la amenaza de sufrir algún día el destino de Etiopía, yo les pregunto: ¿qué medidas pensáis adoptar?

Representantes del mundo, he venido a Ginebra a cumplir ante vosotros el más doloroso de los deberes de un jefe de Estado. ¿Qué respuesta debo llevar a mi pueblo?