"La narración comienza en Berlín el año 1895.
En el estrado de un aula de la Universidad, cierto ayudante de laboratorio estaba
ocupado instalando, sobre una enorme mesa de roble, unos aparatos a los que
enchufaba las clavijas de unos conductores eléctricos, según era
necesario para la demostración de aquella mañana.
El aula, en forma de anfiteatro, se elevaba por la parte de atrás y los
asientos estaban dispuestos sobre unas gradas semicirculares que descendían
hasta el estrado.
Mientras el ayudante realizaba estas operaciones, se llenó rápidamente
el aula con los estudiantes, profesores e invitados llegados de varios países.
Muchos, después de buscar en vano un asiento, decidieron sentarse, muy
apretados, en las mismas gradas ; los que llegaron más tarde se quedaron
de pie junto a las paredes laterales. Oíase una mezcolanza de idiomas
hablados por los asistentes, quienes con manifiesta nerviosidad comentaban la
demostración científica que habían venido a presenciar.
Cuando el citado joven se acercó a la mesa del laboratorio y requirió,
mediante una señal, la atención de los circunstantes, se hizo inmediatamente
el silencio en el aula. Salió un hombre de baja estatura de una puerta
lateral, dando grandes zancadas, y los asistentes, todos a una, se pusieron
en pie en señal de respeto hacia el gran científico alemán.
En cuanto éste llegó al centro de la mesa, su joven asistente
dijo : Señoras y caballeros, el Profesor solicita respetuosamente su atención».
Los asistentes se sentaron. Reinaba un silencio impresionante en la espaciosa
sala. El profesor aclaró su garganta, lanzó una mirada alrededor
del aula con ojos centelleantes, y comenzó su conferencia.
Empleando términos muy escogidos, habló exactamente quince minutos.
De cuando en cuando se volvía a la pizarra para escribir en ella ecuaciones
matemáticas. En su breve disertación informó a sus oyentes
de los principios y las evidentes deducciones científicas que le llevaron
al descubrimiento que iba a anunciar y demostrar aquella mañana.
Al terminar sus observaciones, el profesor pidió a tres especialistas
que se acercaran. Las luces del hemiciclo fueron amortiguadas. Todos los presentes
se adelantaron un poco y se esforzaron por ver lo que ocurría en el espacio
semiobscuro destinado a la demostración.
De repente se encendieron
las luces y el profesor abandonó el aula con la misma decisión
con que había entrado en ella. El auditorio sentóse entonces y
esperó en silencio con tanta tensión, que pareció transcurrir
un largo rato. Al fin volvió el profesor. Se detuvo detrás de
la mesa y levantó en alto, para que todos pu-
dieran verlo bien... un negativo: ¡la primera
fotografía impresionada por los rayos X!
Todos los asistentes permanecieron unos instantes con los ojos fijos en la placa,
donde se distinguían los huesos de la mano. Inmediatamente después
se desató una tormenta humana. El público,
voceando de entusiasmo y aplaudiendo a grandes oleadas, se abalanzó hacia
el estrado para felicitar al profesor
e inspeccionar su aparato de rayos X.
Al día siguiente de aquella pública demostración de los
rayos X, el negativo en cuestión estuvo expuesto en el escaparate
de una librería de la Wilhelmstrasse, la calle más distinguida
de Berlín.
Cierto hombre de ciencia comentó al contemplar la fotografía obtenida
con rayos X :
- Hoy hemos llegado a
la cumbre de los descubrimientos científicos.
Quedan ya pocas cosas por descubrir.
Un caballero que estaba
junto a él, confirmó :
- Sí, es verdad. Y esto
no puede menos de entristecerme un poco ; a las generaciones futuras ya no les
queda nada nuevo que descubrir."
Este hombre era Wilhelm Conrad Röntgen. En 1901 fue galardonado con
el premio Nobel por su descubrimiento.
Aí es como se narra el anuncio del descubrimiento de una de las aplicaciones de los rayos
X en un curioso libro de Lynn Poole editado en 1965 titulado:
"Las fronteras de la ciencia"