Supernovae: Beacons in the deep space

            Supernovas: Faros en las profundidades del espacio


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José R. Torres

 

 

 (Artículo publicado en la revista RIGEL de la asociación Valenciana de Astronomía en 1994)

 

Con una periodicidad irregular, pero del orden de varias décadas en galaxias externas, ciertos tipos de estrellas inestables sufren catastróficas explosiones que las hacen brillar durante algunas semanas miles de millones de veces más que nuestro Sol, equiparando su brillo al de la galaxia que las contiene. Son las supernovas. Hay muchas circunstancias que pueden conducir a una supergigante azul, roja, o estrella degenerada a explotar cataclísmicamente. En este artículo vamos a repasar brevemente qué son las supernovas y las variedades que se conocen. 

 

 

Introducción

 

Existen muchas razones que explican la elección de la Astronomía como afición. Si cada cual hace memoria recordará quizá la suya. Algunos aficionados en su momento se sintieron atraídos por las imágenes captadas por las sondas de exploración planetaria o los grandes telescopios, otros por la magnificencia del cielo estrellado que quizás descubrieron durante unas vacaciones en la montaña, y otros por la inmensidad y extrañeza del Universo, lleno de fenómenos sorprendentes. Achaco a las lecturas que realicé sobre la vida de las estrellas mi primer punto contacto con la Astronomía. Quizás por ello guardo un interés muy especial -y lo voy a intentar transmitir-, por el tema del que voy a hablar: las supernovas, probablemente los acontecimientos celestes más espectaculares de la vida de las estrellas, origen de algunos de los astros más misteriosos e inquietantes del Universo, y factores de evolución estelar de máxima importancia.

 

Las estrellas atraviesan durante su vida diversas fases de inestabilidad, que son función de muchas variables (entre otras, masa, composición química, edad, tasas internas de transferencia de materia y energía, rotación, opacidad y presencia de otras compañeras cercanas), y que tienen una duración muy diversa. Estas etapas de inestabilidad se traducen en alteraciones de su brillo de diferente magnitud y periodicidad. Conocemos miles de estas estrellas de brillo variable, o "estrellas variables", que se pueden agrupar en tres familias principales y otras de menor relevancia. Muchas de estas estrellas cambian de brillo porque se hinchan y enfrían, y contraen y calientan cíclicamente, algunas veces con una asombrosa precisión, del mismo modo que un corazón late, y otras de un modo mucho más irregular (variables pulsantes). Otras variables, componentes de sistemas binarios, cambian de brillo por ocultaciones mutuas (en estos casos la variabilidad es sólo aparente), o por estar deformadas por la gravedad de su respectiva acompañante (variables geométricas). El grupo que nos interesa es mucho más irregular: son estrellas que sufren crisis de producción de energía y que modifican su brillo brusca e irregularmente, a veces de forma explosiva (variables eruptivas). Dentro de las variables eruptivas se reconocen 6 subclases principales: novas, supernovas, novoides, novas enanas, variables nebulares y enanas rojas. La fotografía en la parte superior, tomada por el telescopio espacial Hubble, muestra los alrededores de una de las estrellas eruptivas más extrañas que se conocen, h Carinae, una variable extraordinaria, que en el siglo XVII llegó a ser la estrella más luminosa de la Vía Láctea.

 

Novas y supernovas son estrellas que aparecen súbitamente en los cielos y que pueden a veces incluso hacerse tanto o más brillantes que el resto de las estrellas visibles a simple vista, distorsionando durante algunas semanas o meses la familiar forma de las constelaciones. Por ello se las ha llamado "estrellas nuevas", o novas. Estamos hablando de estrellas que multiplican su brillo millones de veces. Las supernovas son una clase más reciente, miles de veces más brillantes que una nova ordinaria.

 

Podemos decir que la verdadera historia de nuestro conocimiento acerca de estos fenómenos comienza cuando Edwin Hubble da cifras a la separación entre galaxias, y se da cuenta, en 1920, de la enorme potencia que debió tener la "nova" de la 5ª magnitud que apareció en 1885 en M 31 y a la que se llamó S Andromedae. Aceptando que esta galaxia, la Gran Galaxia de Andrómeda, está a 2.25 millones de años luz, ese brillo aparente equivale a la -19 magnitud absoluta, es decir, tres mil millones de veces más luminosa que el Sol, una cantidad de luz tan exagerada que se llegó a usar como argumento para tachar de "absurda" la nueva escala del Universo. Hubble ya comienza a tratar como una nueva clase a estas estrellas, pero el término "supernova" lo inventa Zwicky, con un matiz irónico que ahora será bien evidente. Lo que hoy sabemos de las supernovas se basa directamente en unos pocos cientos de casos observados en los últimos 50 años, fundamentalmente en galaxias externas.

 

Tras más de 70 años de investigación, la concepción actual que tenemos de estos fenómenos es todavía provisional y en determinados aspectos muy insegura. No debería sorprendernos encontrar que dentro de unos años haya cambiado significativamente. En los libros corrientes son habituales las descripciones de estos fenómenos poco claras, incluso a veces contradictorias, reflejando la escasez de ideas firmes sobre este tema, sujeto a discusión teórica y a observaciones inesperadas que pueden romper marcos teóricos aparentemente sólidos. ¿Porqué tanta provisionalidad?

 

Hay varias razones. La fundamental es la rareza de estos fenómenos, aunque también dificulta los estudios su frecuente lejanía, y lo tardío de su estudio sistemático. Básicamente, todo lo que vamos a decir se basa en los estudios de Minkowski y Baade efectuados en 1940, cuando la acumulación de decenas de avistamientos en galaxias externas permitió fijar correlaciones de comportamiento y agruparlas en 2 clases. A estos dos grupos finalmente Zwicky, tras 40 años de investigación agregó otros 3 (en 1961) que hoy en día se han reincorporado de nuevo a las 2 clases originales de Minkowski. Los grupos de Minkowski son básicamente aceptados en la actualidad, aunque el esquema es algo más complejo.

 

Todo en galaxias externas, pero... ¿y en la Vía Láctea?

 

 Supernovas históricas 

 

¿Porqué no tenemos información sobre acontecimientos de este tipo desde hace siglos? Casi parece una broma que la última supernova observada en nuestra Galaxia sucediera cuando comenzábamos a ser capaces de investigarlas. Es incluso un comportamiento muy excepcional. La estadística estima que cada treinta años una de estas estrellas debe explotar en galaxias similares a la nuestra; sin embargo, llevamos casi cuatrocientos sin ver una en la Vía Láctea.

 

Desde luego, tiene mucho que ver nuestra situación dentro de la Galaxia, a pocos parsecs del plano ecuatorial y entre los brazos espirales. Las nubes de polvo del disco deben efectivamente de atenuar las explosiones y nos ocultan muchos de estos fenómenos, que no en todos los casos llegan a alcanzar el paroxismo visual  que intuitivamente asociamos a la palabra supernova, tal y como debería verse desde la Tierra sin tener en cuenta más efectos que la atenuación por la distancia. Efectivamente, conocemos muchos remanentes o residuos de estas explosiones relativamente recientes, incluso a veces muy cercanos (a muy escasos kiloparsecs), pero carecemos de noticias del avistamiento de las "estrellas nuevas" históricas en el momento estimado de su explosión.

 

Un ejemplo de estos casos lo constituye Casiopea A, en la actualidad una fuente de radio muy potente, que se cuenta entre las más intensas del cielo. El precursor de Cas A debió explotar a finales del siglo XVII y en su máximo debió alcanzar al menos el brillo de Sirio. Sin embargo, sorprendentemente no tenemos ninguna noticia de ello. La absorción galáctica debió oscurecerla enormemente, quizás cinco o seis magnitudes, convirtiendo a una estrella descomunal en anónima, perdida entre las estrellas de la Vía Láctea otoñal. Cas A yace casi en el ecuador galáctico, unos 3º al Sur de M52 y de la Nebulosa Burbuja.

 

Para empezar es necesario decir que hay muchos restos de supernova identificados asociados a explosiones muy antiguas, un centenar y medio más o menos. La mayor parte se manifiestan en el dominio de las ondas de radio, a consecuencia de la interacción con el campo magnético galáctico y los rayos cósmicos de la materia acumulada sobre el frente de avance de la onda de choque producida en la explosión. Este frente de compresión barre la materia interestelar y la agrupa sobre la burbuja expansiva producida en la detonación, que durante unos miles de años es perceptible en luz visible como una nebulosa filamentosa. La luz de la nebulosa se debe a la fricción con el medio interestelar y a la desintegración radiactiva de los nucleidos inestables generados en la explosión. Algunos de estos antiguos restos están asociados a púlsares, y sólo unos pocos se pueden observar ópticamente. Aunque no existan muchos "remanentes de supernova", algunos se cuentan entre los objetos más codiciados por los aficionados al cielo profundo, ya sea por su espectacularidad o por su dificultad. Por ejemplo, la inmensa Nebulosa descubierta por Colin Gum en 1952, o simplemente Nebulosa de Gum (uno de sus fragmentos, NGC 2736, aparece en la  imagen a la derecha). Esta nebulosa es tan grande que cubre varias constelaciones australes; su centro lo ocupa el púlsar de la Vela. O la maravillosa Nebulosa del Velo en el Cisne, IC 443 en Gemini (véase la sección Observer's logbook), tampoco muy difícil de observar. Dos casos extremadamente difíciles, casi transparentes y sumamente débiles, son Simeis 147 en Taurus (véase la imagen a la izquierda, que muestra uno de sus fragmentos más luminosos), y Shapley 2-91 en Cygnus (un filamento muy fino, de apenas 2', que se extiende casi 2 grados). Aún existen restos más impresionantes en otras galaxias del Grupo Local. Es especialmente espectacular un caso en la Gran Nube de Magallanes, llamado el Gran Anillo: una enorme burbuja de  cuatrocientos años luz de diámetro visible en el exterior de esta galaxia satélite, bastante grande pese a la inmensa distancia. Esta nebulosa es completamente invisible en las imágenes de The Real Sky (únicamente dispongo de dos imágenes en el Burnham's Celestial Handbook), y muestro en su lugar el campo donde se localizaría (para hipotéticos y afortunados aficionados del hemisferio sur). Éste es un muestrario de algunos restos de explosiones catastróficas sucedidas hace miles de años y que debieron ser tanto o más espectaculares que las que vamos a comentar

 

 Aunque también sean nebulosas procedentes de estrellas y con forma similar, no deben confundirse remanentes de supernova con las verdaderas nebulosas planetarias. Los astros precursores, los mecanismos de emisión y la evolución en el tiempo los convierte en categorías claramente separadas. En un remanente de supernova (SNR), la materia que observamos es mayoritariamente la del medio interestelar, comprimida e ionizada en mayor o menor grado. En una nebulosa planetaria (PN) observamos las capas exteriores de una estrella exageradamente hinchada, incapaz de mantenerse unida y en lenta disgregación. Así, un SNR es la huella de una explosión antigua en el medio interestelar de muchas decenas -a veces cientos- de años luz de diámetro, mientras que una nebulosa planetaria está formada por gases que proceden de la propia estrella y que forman una burbuja de no más de cinco años luz.

 

Tenemos referencias históricas de 6 supernovas galácticas, en los años 185, 1006, 1054, 1181, 1572 y 1604. Otras posibles supernovas sucedieron en los años 386 y 1203, además de la no observada Cas A, probablemente en 1662-1672. Para centrar nuestro estudio es obligado comenzar repasando brevemente qué fueron y qué queda hoy de esas superexplosiones. Las apenas 6 supernovas históricas que vamos a ver ilustran como explotan supernovas de diferentes clases y qué queda tras ellas.

 

La primera, la Supernova del Centauro en el año 185, fue observada por astrólogos chinos durante casi 2 años. Gracias a los astrólogos islámicos e imperiales de las diferentes dinastías chinas los astrónomos cuentan con un registro continuo y aceptablemente preciso de fenómenos a ignorados en la entonces bárbara Europa: supernovas, novas, cometas, fenómenos planetarios, etc. Hoy vemos los restos de esta supernova en Centauro, entre Alfa y Beta: RCW 68, de 40' de diámetro (RCW son las siglas de un catálogo de nebulosas brillantes compilado por Rodgers, Campbell y Whiteoak en 1960 y publicado en Notas de la Royal Astronomical Society -RASN 121, 103-). RCW 68 además de una nebulosa brillante aproximadamente anular, que constituye el frente de compresión, es una radiofuente ordinaria y de rayos X en su zona interna.

 

Pero sin duda, la más impresionante debió de ser la del año 1006, en el actual límite entre las constelaciones australes del Lobo- Centauro, con una magnitud visual descomunal: -10, es decir, similar al brillo de la Luna en Cuarto. Las descripciones nos cuentan que iluminó todo el horizonte con una luz rojiza durante cuatro meses, desvaneciéndose después rápidamente. Todo lo que hoy queda del fenómeno es una radiofuente (Parks 1459-419), un millar de veces más débil que Cas A, y sin apenas ninguna manifestación visual. Tan sólo unos restos nebulares muy débiles, de casi 30', con forma elíptica.

 

Pocos años después explotó la más famosa de las SN históricas, en el año 1054, plasmada en crónicas islámicas, japonesas y sobre todo chinas (quizás también en dibujos indios), observándose durante casi dos años. Esta supernova es en cierto modo única. Para empezar ha originado un objeto enormemente brillante: M1, la Nebulosa del Cangrejo (ver imagen del POSS a la derecha), fácilmente visible con prismáticos pequeños. Los residuos de supernova de esta clase, de aspecto irregular o "pleno", son muy poco frecuentes y de corta vida en luz visible. Se producen cuando los restos de la explosión son excitados por la alteración continua y cíclica del campo magnético de un púlsar en rápida rotación, que obliga a emitir radiación sincrotrón a las partículas eléctricamente cargadas del medio nebular, con una potencia extraordinaria. Se conocen bastantes púlsares, pero muy pocos se manifiestan en luz visible; éste es uno de ellos. La supernova del año 1054 fue visible durante algunos meses en pleno día, con un brillo similar al de Venus. El actual resto es una de las radiofuentes más luminosas del cielo, con una fuerte emisión a todas las frecuencias.

 

La supernova del año 1181 fue menos brillante y no ha dejado restos observables en el espectro visible, aunque sí se observa en radio un resto de 125'. Se vio durante medio año en Casiopea, 2º al NW de Epsilon Cas y apenas unos minutos al Norte de Stock 5. No parece asociada a ningún púlsar, aunque emite débilmente en rayos X y más intensamente en radio. Los restos se encuentran inscritos en el tercer catálogo de radiofuentes de Cambridge como 3C 58.

 

Las últimas dos supernovas fueron observadas casi al comienzo de la era telescópica, y contamos con las descripciones de dos grandes astrónomos de la época: Johannes Kepler y Tycho Brahe. La SN de 1572 en Casiopea se suele llamar "Estrella de Tycho", y la de 1604 en Ofiuco, "Estrella de Kepler". Se cuenta además con crónicas chinas y coreanas de ambos acontecimientos. Gracias a ello, se conoce el comportamiento fotométrico de ambas estrellas con cierta precisión. La SN1572 igualó el brillo de Venus, y decayó lentamente durante casi dos años hasta desvanecerse. Hoy muestra débiles filamentos de 6'x7' en luz visible y una emisión destacada en radio (3C 10). La estrella de Kepler fue dos magnitudes menos brillante y ha dejado unos restos muy similares, de apenas 2' (3C 358). Como veremos inmediatamente, las supernovas de Tycho y Kepler tuvieron como origen a estrellas muy viejas de la población II en las etapas finales de su evolución como enanas blancas masivas, mientras que las de los años 1054 y 1181 se produjeron a partir de estrellas gigante ricas en metales. El comportamiento de las supernovas de Tycho y Kepler, con un fortísimo ascenso en su brillo que las hizo aparecer súbitamente y un gradual descenso en dos etapas, una rápida y otra más lenta, es el característico de las llamadas supernovas de Tipo I de Minkowski, asociadas a la población II y presentes en todo tipo de galaxias. El segundo  gran grupo, las supernovas de tipo II, ilustradas por las de los años 1054 y 1181, sólo han sido observadas en galaxias espirales e irregulares, lo que entre otras razones apoya la idea de que están asociadas a estrellas de la población I. A grandes rasgos presentan, tras un enorme ascenso de brillo seguido de un fuerte y breve descenso, una estabilización transitoria que a veces no se produce, para a partir de los cien días proseguir decayendo. Sin embargo, el panorama real no es tan simple: existen más tipos de SN y muchos mecanismos de explosión particulares. Dedicaremos el resto del artículo a examinar lo que hoy conocemos, un panorama muy complejo y por desgracia aun fragmentario.

 

El descubrimiento de supernovas en otras galaxias es una labor de rutina para los astrónomos profesionales. En general, se toman placas de zonas del firmamento ricas en galaxias con instrumentos de gran campo, y se examinan para descubrir la aparición de una estrella desconocida. La tarea resulta lo bastante fructífera como para descubrir entre una y tres decenas al año. Por desgracia, por lo general se descubren tras el máximo fotométrico, que típicamente se sitúa en la magnitud 16-20, y sólo en la 13-14 magnitud en ocasiones muy excepcionales (sólo 30 casos en casi 600). Son tan lejanas que su período de visibilidad es pequeño, y la información que puede extraerse, muy reducida. Por supuesto, la presupernova suele ser desconocida, demasiado débil para su detección. Una notabilísima excepción fue la SN1987A en la Gran Nube de Magallanes (véase imagen a la izquierda), cuyo progenitor fue una supergigante azul, Sanduleak -69º202, hoy un púlsar. Las grandes galaxias cercanas se encuentran aisladas en el cielo por efecto de su propia proximidad, por lo que requieren estudios individuales, y precisamente por exigir más tiempo y tener menos probabilidades de éxito, se encuentran fuera de los programas de búsqueda profesional convencionales, salvo excepciones (por ejemplo, NGC 6946 en Cefeo o M 83 en la Hydra, ambas con 6 supernovas). Este panorama va a cambiar con la generalización del uso de pequeños instrumentos automatizados.

 

Los aficionados al cielo profundo podemos aquí prestar una valiosa ayuda: estas galaxias brillantes son precisamente las únicas en las que podemos ver supernovas con medios modestos. Un programa de búsqueda exige perseverancia y detallados dibujos y fotografías de galaxias, que formen la base de consulta necesaria. Además, debemos tener en cuenta que lo que a telescopio vemos de una galaxia es una porción reducida de su tamaño real: las supernovas pueden aparecer muy lejos de lo que tomamos por la galaxia. De todas formas, sería un error hacer de la "utilidad científica" la única divisa del observador. Las observaciones deben hacerse ante todo por nuestro propio disfrute personal y para satisfacer nuestra sed de conocimiento, no por su mayor o menor utilidad para la ciencia. Si quizá alguno de los lectores está pensando en dedicar todo su escaso tiempo de observación a buscar supernovas, haría bien en reflexionar antes, ya que la probabilidad de descubrir una supernova es muy baja, y casi es más una cuestión de suerte que de perseverancia. Todos los descubrimientos de supernova son de hecho "accidentes". No pueden preverse en el tiempo. Sólo un observador constante, asiduo más allá de lo racional, puede tener éxito...o bien un observador ocasional con mucha suerte. Con todo hay gente que recorre los cielos en busca de supernovas. El reverendo Robert Evans, de Australia, un auténtico cazador de supernovas, ha localizado ya 12.

 

Para el observador habitual, una vez que cuenta con los dibujos y fotografías pertinentes, el chequeo ocasional de galaxias es una tarea bastante rápida y fácil, que puede realizarse dentro de sus programas habituales de observación sin más problemas y sin necesidad de interrumpir sus planes generales. El seguimiento de la evolución fotométrica también es una interesante tarea, aunque el período de visibilidad es muy pequeño. Existe además un inevitable retraso en la difusión del acontecimiento, que aún restringe más las posibilidades de observación. Por citar algún ejemplo, usando un reflector de 26 cm, pudimos seguir a la supernova de M 66 en 1989 durante un mes, desde el 4 de Marzo al 1 de Abril. La de M 81 ha sido una estupenda excepción, observada en una docena de ocasiones entre el 10 de Mayo y el 8 de Agosto (el 12 de Septiembre ya era prácticamente invisible). Otros casos, como la de Centauro A (NGC 5128) tan sólo pudimos verla en una ocasión, no ya por el brillo sino por la muy escasa altura que alcanza desde Valencia. Este puede ser un muestrario de visibilidad de supernovas brillantes recientes. A la derecha aparece M 51, con una supernova extragaláctica (SN 1994 I) en una imagen tomada por el HST.

 

Tan pronto como se descubre una supernova debe tomarse su espectro y seguir su evolución tanto fotométrica como en su composición química, fundamental para su clasificación definitiva, que se consigue cuando se toma un segundo registro a los 6 meses. El brillo en el máximo nos permite además, tras reducir la absorción y estimar el brillo absoluto, computar la distancia de la Galaxia huésped, puesto que la luminosidad intrínseca de estos astros es bastante uniforme (sobre todo las SN Ia), y tan elevada que son detectables a distancias inmensas, más allá de cualquiera de los otros métodos no cosmológicos de determinación. Si damos a las supernovas un brillo intrínseco de -20Mv promedio, fácilmente calculamos que el radio de actuación visual de un telescopio amateur mediano (25 cm) es de 125 megaparsecs, es decir, la distancia a la que se encuentra Abell 1656, el Cúmulo de Galaxias de Coma Berenices. Incluso con telescopios de menos de 10 cm podríamos detectar supernovas en el cúmulo de Virgo. Tenemos así a nuestro alcance cientos de galaxias potencialmente productoras. Los límites de escrutinio para telescopios profesionales están en torno a los 8 teraparsecs.

 

Tras examinar cientos de supernovas, los astrónomos han establecido grupos en base a un comportamiento espectral y una evolución luminosa similar. En la actualidad se distinguen las siguientes clases:

 

 

Supernovas deficientes en hidrógeno: SN tipo I

 

Presentan un espectro en el máximo sin líneas de absorción ni emisión de hidrógeno (o muy débiles), y proceden de la destrucción total de una estrella degenerada o de supergigantes que han perdido su envolturas exteriores y tienen su núcleo al descubierto. Se dividen en:

 

 Estrellas degeneradas: SN I a 

 

Este grupo engloba a las SN I originales de Zwicky-Minkowski y son casi el 75% de las observadas. Se observan en todo tipo de galaxias, sin predilección por complejos nebulares o brazos espirales: esto ya nos indica que sus precursores son estrellas antiguas. Los modelos actuales postulan que proceden de sistemas binarios de contacto en los que una componente es una enana blanca que casi posee la masa crítica (límite de Chandrasekhar, 1.4 masas solares), y la otra componente, llenado su límite de Roche, vierte materia sobre la enana blanca formando un disco de acreción. Cuando se alcanza el límite, se produce el colapso de la estrella enana. De esta forma la masa en explosión es al final constante y la luminosidad bastante uniforme. Se podrán observar en cualquier tipo de galaxia dada la naturaleza corriente de estas estrellas, aunque los requisitos evolutivos no las haga muy abundantes. La explosión es cataclísmica: los gases salen expulsados a velocidades inmensas, en torno a 13000 Km/s (en tres segundos podrían dar la vuelta a la Tierra), y la estrella es destruida completamente.

 

El gas de la enana blanca está degenerado, es decir, ya no se comporta siguiendo la estadística de Fermi-Dirac de nuestro mundo cotidiano, sino la de Bose-Einstein. Para las partículas que siguen este comportamiento, ya no rige el Principio de Exclusión de Pauli, que básicamente afirma que no son posibles dos partículas asociadas con idéntica distribución de energía. Una propiedad macroscópica derivada de su nuevo comportamiento es la falta de correlación entre presión, volumen y temperatura: cuando un gas ordinario es calentado, se expande por el aumento de presión (los responsables de este comportamiento son los electrones de los átomos del gas -los electrones son fermiones-). Esta expansión consume energía y el gas se tiende a enfriar. En una enana blanca, un aumento de temperatura no sólo no es acompañado de un aumento de volumen, sino que además es transmitido inmediatamente a toda la estrella.

 

¿Qué sucede cuando se supera el límite de Chandrasekhar y la estrella se derrumba? Desde luego, según predice el principio de conservación de la energía, se calienta enormemente. Sin embargo, a diferencia de las estrellas ordinarias, en las que rige el "principio especular" (una contracción del núcleo es acompañada de una expansión de las envolturas exteriores para compensar el aumento de temperatura), aquí la estrella ya no se dilata. Al contrario: transmite el calentamiento a toda la esfera, y continúa su derrumbamiento catastrófico, con lo que la temperatura sigue creciendo sin ningún mecanismo de atenuación. En cuestión de segundos la estrella alcanza temperaturas tan elevadas que los núcleos de carbono y casi a la vez los de oxígeno se fusionan, elevando aún más la temperatura.

 

Se desencadena un rapidísimo proceso de fusión muy complejo, en el que las regiones más internas producen 56Ni (en torno a 0.6 masas solares de este isótopo), y a medida que nos desplazamos al exterior predominan equilibrios de fusión de menor energía (calcio, argón, azufre, silicio, magnesio,...), hasta la superficie, en el que la mezcla de carbono y oxígeno permanece intacta. La energía puesta en juego es tan enorme (1.3x1051 ergios) que la estrella queda completamente destruida.

 

En el espectro de estas supernovas no se observa hidrógeno, y es muy característica la emisión del silicio II a 6355 angstroms, así como emisiones menores de calcio II, magnesio II y oxígeno I. Al cabo de unos meses el espectro aparece dominado por las líneas del hierro II. El comportamiento fotométrico es también característico: un fuerte ascenso inicial hasta alcanzar el máximo, seguido de una pérdida de tres magnitudes en 30 días, y un declinar lento de 0.015 magnitudes por día. Esta secuencia encaja bastante bien con los procesos de desintegración sucesivos de níquel 56 en cobalto y hierro de la misma masa por la emisión de positrones y radiación gamma.

 

Los sistemas binarios de contacto de características adecuadas parecen muy abundantes. Sin embargo sólo una pequeña fracción origina supernovas Ia. La causa está en el ritmo de acreción de la estrella acompañante: si es muy lento la materia deflagra antes originando novas. En estos casos la masa de la enana blanca no puede crecer ya que se deshace totalmente de la materia excedente depositada. Por otro lado, si es demasiado rápido la deposición es poco eficaz y la materia escapa del sistema, demasiado caliente y de giro rápido. Estas binarias podrían originar de todas formas otros tipos de supernova o directamente colapsar para formar estrellas neutrónicas. Se cree que el frenado producido por el rozamiento de sus atmósferas acorta el radio orbital hasta que se produce la fusión de las dos estrellas en un astro único, que inmediatamente estalla. Con velocidades de acreción intermedias (3 millonésimas de masa solar al año) se producen moderadas explosiones de helio e hidrógeno, y la estrella puede acumular materia y alcanzar así la masa límite de Chandrasekhar.

 

 Gigantes azules ricas en helio: SN I b 

 

También presentan espectros carentes de hidrógeno, pero hay abundancia de helio. Estas supernovas se observan sólo en regiones de formación estelar. Los modelos actuales las asocian a estrellas originalmente muy masivas que se han liberado de sus envolturas exteriores ricas en hidrógeno, estrellas de Wolf-Rayet evolucionadas o binarias de contacto (este caso parece muchísimo más frecuente). En definitiva son estrellas de helio, de unas 6 masas solares al final de la fase de expulsión de hidrógeno, y que evolucionan como el resto de las estrellas, sólo que aceleradamente por la carencia de hidrógeno. En el colapso forman una esfera de 56Ni, más pequeña que en las SNIa, que tras la explosión muestra un comportamiento de desintegración radioactiva similar. Esto explica que la luminosidad en el máximo sea 1.5 magnitudes más débil, pero la curva de luz sea con todo muy parecida..

 

Una diferencia más entre las SNIa y las SNIb-Ic está en el espectro infrarrojo, que en el primer caso aparece muy oscurecido, probablemente por la absorción de gránulos de sílice, mientras que en el segundo se mantiene constante con el tiempo. La diferencia del medio interestelar en ambos casos explica el porqué no se ha observado hasta ahora emisión en radio para las SN Ia y sí para las otras.

 

La velocidad de explosión es de 10000 Km/s, algo inferior a la de las SNIa. En el espectro se observan otras diferencias: aparecen rayas ensanchadas del calcio II, oxígeno I, magnesio I y el doblete del sodio.

 

 Gigantes azules pobres en helio: SN I c 

 

Son muy parecidas a las SNIb, pero más pobres en helio. Por lo demás todo lo dicho para la clase anterior es válido aquí: estrellas de helio de unas 6 masas solares que evolucionan muy rápido, sin tener apenas tiempo de alejarse de su lugar de nacimiento, y estallan alcanzando la magnitud absoluta -18.5. Si las SNIb fueron reconocidas como un nuevo tipo en 1985 (SN1985F, reasignando entonces otras anteriores), las SNIc son una división muy estrecha de las Ib, procedentes de estrellas muy similares y con muy pocos casos reconocidos, además de un comportamiento no demasiado homogéneo.

 

 

Supernovas de hidrógeno: SN tipo II

 

Encontramos aquí a las supernovas II, III, IV y V de Zwicky. Proceden esta vez de estrellas que sí han retenido en el momento de la explosión las capas exteriores de hidrógeno, lo que va a conducir a un comportamiento diferente. Es un grupo muy variable, pero en todos los casos tenemos a una estrella masiva (10-25 masas solares), que sufre un colapso, seguido de la formación de una estrella neutrónica y de la transmisión de una onda de choque por el interior de la estrella que hará expulsar violentamente las capas exteriores.

 

La forma en que se produce esta explosión es un problema complejo. Muy brevemente podría decirse que estas estrellas comienzan como todas fusionando hidrógeno en helio durante unos millones de años, sólo que a un fuerte ritmo, que agota las reservas muy rápido. Cuando la proporción de las cenizas de fusión en el núcleo alcanza una proporción crítica, cesa la producción de energía, se derrumban, calientan, e inician una nueva etapa de fusión, esta vez del helio en carbono y oxígeno. El proceso de cambio de combustible principal se repite sucesivamente (hidrógeno, helio, carbono-oxígeno, neón, silicio,...) con creciente rapidez y estratifica la estrella en capas de fusión, las más internas de las cuales son más calientes y sintetizan nucleidos más pesados. La rapidez de los cambios se hace tan grande que en las etapas finales la estrella no es ya capaz de reacomodar su estructura interna. Al final obtenemos un núcleo de hierro, del que no puede extraerse más energía por fusión, rodeado de capas de fusión de elementos más ligeros. El último derrumbe de la estrella es definitivo. Se calienta hasta los diezmil millones de grados, temperatura tal que rompe al hierro para dar partículas alfa y rayos gamma. La implosión generada por estos procesos endotérmicos es tal que el núcleo cae sobre sí mismo a casi un cuarto de la velocidad de la luz. Esta caída sólo se detiene cuando se alcanza la densidad de los núcleos atómicos. En esas condiciones la materia deja de ser transparente a los neutrinos, y se produce la absorción de estas partículas. Los neutrinos no sólo ayudan a detener el derrumbe de la estrella, sino que generan una onda de choque de retroceso tan intensa que la estrella explota: tenemos a una supernova de tipo II.

 

Casi en todos los casos estas explosiones se producen a partir de supergigantes rojas de 8 o más masas solares, aunque algunas de las más débiles parecen ser supergigantes azules inestables. Las variedades observadas de brillo estándar máximo (-17.5 con 2 magnitudes de fluctuación) corresponden a variaciones de masa, composición y otras magnitudes de estado, que pueden ser muy diversas. Además, sólo se observan en galaxias espirales o S0, cerca de las regiones de nacimiento de estrellas, donde el polvo se acumula y oscurece los objetos de la zona, por lo que aparece una incertidumbre en las mediciones difícil de corregir y desgraciadamente las inhabilita para ser usadas como patrones de distancia.

 

Las supernovas II y Ib-Ic parecen emparentadas. Al menos en un caso se ha constatado la evolución de SNII a SNIb: la supernova 1987K. La clave está en el espectro. En las SNII se observa en un principio un continuo con débiles líneas de absorción de hidrógeno y helio, que después es reemplazado por líneas de emisión de hidrógeno, muy fuertes, y, al final, líneas de resonancia de calcio, escandio, titanio y hierro una vez ionizados, y magnesio neutro.

 

 Supernovas de tipo II con meseta: SN II p 

 

Son aquellas que muestran en la curva de luz un máximo secundario o una zona de menor declive tras el máximo primario (p viene de "plateau", meseta o altiplano en inglés). Esta estabilización transitoria de brillo dura casi dos meses y comienza un mes después del máximo. Este comportamiento a grandes rasgos lo ha exhibido la supernova de la Gran Nube de Magallanes de 1987 y la pasada supernova en M 81, que ha sido una SNIIp con rasgos especiales. La causa de esta meseta está en la lenta difusión del calor por parte de las envolturas exteriores de la supernova, ricas en hidrógeno, gas que se ioniza al paso de la onda de choque y por procesos radiactivos. Tras esta meseta, cuya importancia está en función de la cantidad de hidrógeno que queda en la estrella, se produce un decaimiento más rápido que de nuevo encaja con el esperado de procesos de desintegración de 56Ni. Esta vez se genera este isótopo en los alrededores del núcleo, y no en el mismo núcleo, como en las SN Ia. El final del núcleo de la estrella es la formación de una estrella neutrónica.

 

 Supernovas de tipo II lineales: SN II l 

 

Esta vez el declive de brillo no aparece acompañado de la formación de una meseta. Si se representa en una escala logarítmica (como la habitual escala de magnitudes, de base 2.512), de hecho se observa tras la característica fuerte disminución postmáximo de casi dos meses, una disminución de brillo prácticamente lineal (l, "linear"). No está claro qué requisitos ha de tener la estrella para que se vea o no meseta, aunque parece que el radio original es un factor determinante. Las supernovas IIp y IIl parecen casos extremos de un comportamiento continuo.

 

 

Conclusiones

 

Las supernovas son los acontecimientos más violentos en la vida de las estrellas y factores evolutivos muy importantes en la generación de nuevas estrellas y en la alteración del medio interestelar. De un total de 661 casos conocidos hasta 1989, más de la mitad pertenecen a tipos desconocidos o insuficientemente estudiados, 162 son de tipo I y 105 de tipo II. Las supernovas de tipo I se encuentran presentes en todas las galaxias y proceden de sistemas estelares deficientes de hidrógeno, principalmente enanas blancas y estrellas de helio. Son valiosos patrones de distancia para datar la separación de objetos muy lejanos. Las de tipo II son más imprevisibles; aparecen en galaxias espirales tardías y en galaxias starburst. Proceden de estrellas ricas en hidrógeno, tanto supergigantes rojas como azules, fundamentalmente las primeras.

 

Para clasificar una supernova debe atenderse a la curva de luz y el tipo de galaxia huésped, pero el único medio seguro se basa en la comparación del espectro en el máximo y al cabo de medio año. No siempre puede conseguirse esta clasificación al debilitarse en exceso: normalmente al cabo de seis meses el brillo se ha atenuado de 4 a 6 magnitudes. Con medios de aficionado corriente pueden explorarse galaxias hasta un centenar de megaparsecs en busca de supernovas, y seguir su evolución luminosa durante algunas semanas. Los programas de búsqueda deben concentrarse en grandes galaxias cercanas, y explorar más allá de los límites aparentes del objeto, siempre bastante menores al diámetro que realmente tiene el objeto.

 

El cuadro que hoy tenemos es aun muy fragmentario. Muchos tipos de estrellas y mecanismos pueden hacer estallar una estrella como supernova. Con todo, las líneas generales desarrolladas previsiblemente seguirán siendo válidas, al menos a medio plazo.