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La
historia cultural. Autores, obras, lugares
Dos historiadores contemporaneístas valencianos, Justo Serna y Anaclet Pons -autores ya de un excelente estudio sobre microhistoria-, abordan las principales corrientes historiográficas de lo que se denomina «historia cultural», un género que ha experimentado a lo largo de las últimas décadas del siglo XX una progresión espectacular, y que nada tiene que ver con la historia de la cultura, aquella disciplina que se ocupaba de las aportaciones o legados de cada uno de los países, en cada uno de los períodos convencionales, en cada una de las áreas culturales. El concepto de cultura ha cambiado mucho. Hoy el sentido sociológico de Tylor («lo adquirido por el hombre como miembro de la sociedad», que valoraba de la cultura ante todo el factor aprendizaje) o el funcionalista de Parsons («tradición transmitida y heredada, generación tras generación», que primó ante todo el factor reproducción) han dado paso a los nuevos enfoques antropológicos que la consideran como un «repertorio de códigos o de convenciones, depósito de reglas y significados, que dan un sentido a nuestra vida y nos dotan de instrumentos para resolver nuestras relaciones con el medio». Si el concepto de cultura ha cambiado, no menos ha cambiado su historia.
Silencios. La fascinación que el libro de Serna y Pons provoca entre sus lectores-compañeros de viaje no puede hacernos olvidar algunos silencios que constatamos en el mismo. En primer lugar, el de algunos autores que han tenido peso representativo directo o indirecto en la historia cultural que consumimos. No sólo los que, en sutil autocrítica, mencionan los autores al final del libro (pág. 20). Me refiero a historiadores como Daniel Roche o Giovanni Levi, silenciados incomprensiblemente en el libro. También cuesta entender por qué no se hacen eco de la incidencia que esta historia cultural ha tenido y tiene en nuestro país. La influencia de Chartier es inconmensurable entre nosotros. ¿Por qué no se hace ni una sola alusión a Bouza y los historiadores de la lectura en España? Por último, me hubiera gustado mayor profundización en el debate reciente que la historia cultural suscita hoy, más allá del significativo frenazo de Stone, la crítica de Momigliano a White y hasta la evolución del propio Ginzburg. El capítulo «géneros confusos» me ha parecido la huida de un compromiso definitorio al respecto, demasiado fácil. ¿Miedo a ser tildados de antiguos ante el patente monopolio de la modernidad que encarna hoy la historia cultural? Demasiadas timideces a la hora de abordar la valoración de los límites de la historia cultural en un libro que, en cualquier caso, explica magistralmente la arqueología de un género historiográfico de tanto éxito actualmente como es la historia cultural. Ricardo García Cárcel | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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