Hitler, otra vez
Justo Serna
Levante-EMV, 5 de enero de 2007
Según informa un despacho de agencia, a finales de enero un nuevo film alemán nos mostrará la figura de Hitler. En este caso, el tratamiento dado al personaje será cómico: un tipo depresivo que vive alucinadamente sus últimos días en el búnker. Me sorprende esa noticia leyendo la Correspondencia entre Thomas Mann y Theodor W. Adorno, unas cartas que ambos se remitieron entre 1943 y 1955, unas misivas en las que hablan de sus empeños intelectuales, pero también de sus respectivas intervenciones radiofónicas. Como se sabe, la radio fue un elemento básico de la guerra y numerosos intelectuales, entre ellos Thomas Mann, hicieron labores muy notables y meritorias a favor de la causa aliada empleando este medio: habló a través de las ondas con el objetivo de batallar, de devolverle al lenguaje su sentido original, pero también lo hizo con el propósito de vituperar al enemigo. La radio conmovía y reunía a la familia en torno al receptor. Se sintonizaba el dial y con él aparecían los crujidos y las voces lejanas, las músicas militares o bailables que amenizaban las veladas de unos oyentes siempre expectantes ante los partes de guerra.
En marzo de 1933, el escritor Thomas Mann había abandonado Alemania con destino a Suiza y después, en 1938, a los Estados Unidos. A través de la BBC, Mann se dirigiría a sus antiguos compatriotas pronunciando cerca de sesenta discursos en los que apelaba a lo mejor de Alemania, a su tradición y cultura, a la honestidad que aún esperaba de un país que se había dejado embaucar por un dictador inverosímil. Fue insistente en su defensa del sistema democrático, de la libertad de opinión, pero lo más notable de aquel gran escritor burgués que se asomaba a las ondas fue la imprecación constante que dedicara a Hitler.
Podemos leer esas alocuciones en una edición reciente que ha hecho la editorial Península con el título de Oíd, alemanes. Es una delicia simplemente seguir y anotar una a una las maldiciones dedicadas a Hitler, los escarnios. Seguramente expresan la impotencia de un alemán avergonzado ante la culpa y la barbarie moral, como también expresan la incomprensión que Mann manifiesta ante un nazismo ordinario, vulgarísimo. Pero sobre todo pregonan su deseo más ferviente: el de que su antiguo país retorne a la humanidad.
A Hitler lo ultraja diciendo de él que es la más repelente figura que haya dado la historia: el guía bellaco de un país que ha caído en la indignidad, el más inicuo y temerario de los aventureros, un infame héroe. Es mendaz, y añade: miserablemente cruel, de un fanatismo vulgar, de un ascetismo cobarde, de una afectación grotesca, de una menguada humanidad. Sin rasgo alguno de grandeza, sólo es un espíritu vengativo, henchido de rencor, con un resentimiento incurable, un tipo malogrado dispuesto a proferir constantes rugidos de odio que estropean la lengua alemana, un corruptor de la moral. Es un rufián, es un mentecato, es un espantajo, es un monstruo, es un duende que cree posible hacer un sortilegio, es un imbécil fanático poseído de vesania, es un estúpido demonio que pretendiendo apoderarse del alma de Fausto acabará en el infierno. Es un loco asesino y es un comicastro de la grandeza, es un andrajoso terrorista, el genocida más necio que jamás haya habido.
“Desde el primer día, he trabajado con toda mi alma para derrotar a esa mamarrachada, a ese engendro, que es la vergüenza de la humanidad (...). Yo podía hablar a los alemanes como alemán...”, como un alemán que era profundamente consciente de que “todo lo que se llama alemán participa de la terrible culpa de la nación en general”. ¿Hasta cuándo...? No es moralmente aceptable que los descendientes deban pedir perdón por las sevicias que sus mayores cometieron. Sin embargo, aunque no hayamos provocado espantos y éstos sólo se deban a unos antecesores atroces, no estamos libres de toda responsabilidad. ¿Por qué? Porque somos individuos que nos reconocemos en linajes y gentilicios. En ese caso, el patrimonio heredado, voluntariamente aceptado, sí que nos fuerza a reconocer lo sucedido, lo que aquéllos perpetraron: nos obliga a cargar de algún modo con las culpas del pasado. Justamente por eso, son muy bienvenidas las películas alemanas que hoy radiografían, ultrajan y “humanizan” a Hitler. Thomas Mann así lo entendió desde el principio.