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De nuevo, Joan Fuster
Encarna García Monerris y Justo Serna |
Joan Fuster fue un
escritor que hizo de sí mismo, del país y del entorno el objeto de su
literatura durante más de cuarenta años. Aunque empezó como poeta, la
celebridad la obtuvo cultivando el ensayo en sus más variadas formas. Ahora, su
obra reaparece en un volumen en el que introducimos, compendiamos y traducimos
algunos de sus textos más significativos bajo el título de Nuevos ensayos civiles,
textos sobre sí mismo, sobre sus autores predilectos, sobre la lectura, sobre
la escritura, sobre el arte, sobre el País Valenciano, sobre la vida y, en fin,
sobre la muerte. Esos textos pertenecen a una tradición europea: la que
aspira a ensanchar el proceso de civilización, la que pretende hacer más
reflexivo el acto moral que nos separa de la barbarie. Civilizarnos nos ha
llevado muchos siglos, podríamos anotar con Fuster: adelantos que nos dan
confort y refinamiento, aunque también restricciones morales que nos regulan.
Pero, a la vez, Fuster fue contemporáneo del siglo de las atrocidades, y por
tanto hizo suya la conciencia de los males que dicha civilización ocasiona. De
todo ello habla en los distintos escritos que recopilamos: con libertad en el
tono, en el estilo y en el tratamiento del tema, sin sujeción a las convenciones
de un saber académico, mostrándose, comprometiéndose.
El artículo de
prensa, el dietario, el aforismo, la
glosa, la crítica literaria, la monografía histórica, el panfleto fueron entre
otros los medios expresivos que adoptó. Su irónica grafomanía, su compromiso
civil y cívico y su torrencial escritura hicieron de él un intelectual
imprescindible y discutido, siendo el suyo un estilo incisivo de ensayismo
imaginativo y reparador. Cuando hablamos de ensayo nos referimos a un discurso,
ingenioso o doctrinal, inquisitivo o paradójico, generalmente breve, en el que
se formulan preguntas a la ciencia, a la filosofía, a la moral, al arte o
simplemente a la vida. Decía Robert Musil que el ensayo aspira al mayor rigor posible en un
terreno en el que no se puede trabajar con precisión. De eso fue consciente Joan Fuster. Además,
por su misma brevedad, cada uno de esos ensayos puede funcionar por separado y
entre ellos sólo es posible yuxtaponerlos, como así hizo el propio autor. Por
eso, dice Fuster que sus ensayos son objeto de colección. No aspira a darles
una estructura común, no cree que unos sostengan a otros, sino que son una suma
de partes, de piezas. Por eso, cualquier vínculo entre ellos suele ser a
posteriori, cuando el logro verbal o la fortuna editorial del ensayo ya se han consumado. Cabe pensar, en efecto,
que si son partes de colección, si son textos que se compilan, entonces la
parte precede al todo, los trozos al entero en que se reúnen. Cabe pensar, pues, que el fragmento es soberano frente
a la totalidad que la contiene. ¿Pero cuál es esa totalidad?
En
el género ensayístico de Joan Fuster, el yo se reconoce porque escribe, pero es
un yo fracturado, hecho de trozos, de fragmentos. Históricamente, el fragmento
se ha concebido de tres maneras distintas. Tenemos, por ejemplo el
fragmento al modo de los filósofos presocráticos, el propiamente arqueológico,
el resto accidental, el trocito que nos permitiría reconstruir un todo. Tenemos
también el fragmento a la manera de Max Weber: como no podemos abarcar el todo
como una simple mirada, elegimos un punto, esquinado o no, desde el que
observar esa totalidad. Tenemos, en tercer lugar, el fragmento aislado cuyo
sistema ignoramos simplemente porque no existe: sería éste el propio de la
literatura aforística del siglo XX. Efectivamente, no hay sistema, tal como
reconocen Friedrich Nietzsche, Walter Benjamin y Theodor
W. Adorno. Los mejores ensayos de nuestro tiempo están concebidos así: son
iluminaciones, impresiones, tentativas con las que se va formando, a modo de
colección, el libro casual y meditado, el libro del que el yo es responsable,
según anota Joan Fuster en Les originalitats.
Pero, paradójicamente, a pesar de ser tentativas, esos ensayos cobran una forma definitiva, inmodificable, y no consienten ni su parafraseo ni su explicación ni su prolongación ni su glosa, porque de hacerlo arruinaríamos su eficacia expresiva. El ensayo está muy cerca del arte por su deliberada composición, incluso por la sonoridad y el ritmo, pero también por la estratégica colocación de sus partes: en lo breve no hay tiempos muertos ni ganga ni material sobrante; en lo breve, cada una de las piezas cumple una función decisiva e inalterable dentro de una estructura cerrada. Por eso, al reproducirlos, hemos querido respetar su escritura completa, para que así los lectores de estos Nuevos ensayos civiles puedan hacerse una idea de las partes y del todo que Joan Fuster elaboró tentativamente, fragmentariamente. Esos lectores tienen ahora la oportunidad de reencontrarse con su obra, con un libro que se presentará en la Sala de la Muralla del Colegio Mayor Rector Peset el día 5 de abril de 2004 a las veinte horas, con un volumen cuyas páginas siempre incitan.
Versión
catalana en El País, Comunidad Valenciana, Quadern,1 de
abril de 2004.