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                                    La cabellera y los cuatreros

                                                                                                                                                                                                                 Justo Serna

 

 

 

                                   

 

Levante-EMV, 25 de mayo de 2007

 

            Es normal que los ciudadanos muestren todo su desánimo ante las promesas electorales que tantas veces se incumplen. Es perfectamente legítimo que algunos intelectuales puedan hartarse de los apoyos prestados al partido del Gobierno y que, por ello, se propongan fundar una nueva organización. Distantes, ajenos, sin partido propio al que seguir, Fernando Savater y otros miembros de Basta Ya han decidido votar en blanco en estas elecciones.  ¿Razones? La decepción que habrían experimentado con la política antiterrorista de Rodríguez Zapatero. “Ya sé que estas elecciones municipales no son ni debieran ser unas primarias”, dice Fernando Savater en un artículo titulado Indios y sociólogos. “Pero me temo que en gran medida van a funcionar como tales. Porque algunos estamos preocupados sin duda por la corrupción urbanística y temas afines, pero por mero instinto de conservación sentimos otras cuestiones como prioritarias”, concluye refiriéndose al terrorismo.

 

            Entiendo el reproche que pueda hacer, estando como está amenazado por los bárbaros; entiendo que inicie los trámites para constituir un nuevo partido si cree que los actuales no le representan; entiendo que lo prioritario frente a la amenaza de los indios (la metáfora es suya) sea sobre todo conservar la cabellera; pero me parece simplemente irresponsable postular el voto en blanco en toda España para castigar la política antiterrorista dejando de lado, como algo secundario, “la corrupción urbanística y temas afines”. La corrupción urbanística y temas afines interesan, precisamente, a los valencianos, motivo de escándalo y principal deterioro de la comunidad política. Si en esta o en aquella población hay manejos o enjuagues dudosos, si hay recalificaciones escandalosas, si hay enriquecimientos deshonestos de auténticos forajidos, ¿ustedes creen que la solución es la de votar en blanco para castigar a Rodríguez Zapatero? Es legítimo e incluso saludable que los electores expresen su repudio ante comportamientos políticos indecorosos o simplemente delictivos. Cada vez que un representante institucional, en un municipio, en una Diputación, etcétera, ejerce con arbitrariedad o abusa de la confianza aprovechándose del empleo o del cargo público se deteriora el crédito de la democracia. Siempre podrá decirse: nuestro sistema político tiene paliativos, como la vigilancia de la oposición, la independencia del poder judicial o la observancia de la prensa.  

 

            Pero, si lo pensamos bien, el sistema ha de tener a los ciudadanos como principal instrumento de crítica. Nuestra democracia es manifiestamente mejorable y el sistema de partidos desde luego no está pensado para poner diques a la corrupción, pero somos nosotros quienes hemos de debatir, de juzgar, de castigar electoralmente. John Dewey hablaba de democracia creativa para hablar de la deliberación ciudadana. Seguramente no es preciso llamarla así. Basta con que la ciudadanía se implique en la exigencia y en la transparencia: sin grandes experimentos, desde luego, pero sin grandes renuncias… Debemos “desprendernos del hábito de concebir la democracia como algo institucional y externo, adquiriendo el hábito de tratarla como un modo de vida personal”, decía Dewey en 1939.

 

            “Su puesta en práctica significa que la democracia sólo puede enfrentarse a los poderosos enemigos que hoy la acechan creando nuevas actitudes personales en los seres humanos individualmente considerados”, añadía Dewey. Los antagonistas de la democracia siempre han sido los totalitarios, en 1939, aunque también ahora los acosadores que rompen las urnas o que amenazan con el viejo y el nuevo escuadrismo. Pero los enemigos de la democracia son igualmente aquellos representantes nuestros que destruyen el espíritu público, la virtud ciudadana, con lucros injustificados propios de salteadores. ¿Y qué hacer frente a ellos? ¿Votar en blanco en espera de mejor ocasión, cuando nuestro partido ideal nos salve de la decepción? “Me inclino a creer que la base y la garantía última de la democracia se halla en las reuniones libres de vecinos en las esquinas de las calles, discutiendo y rediscutiendo las noticias del día leídas en publicaciones sin censura, y en las reuniones de amigos en los salones de sus casas, conversando libremente”, concluía John Dewey. Sí, ya sé que esas condiciones faltan en el País Vasco; sé que hay miedo a discutir y sé que los indios hostiles de los que habla Savater perturban o impiden el ejercicio democrático. Pero en Valencia o en Castellón o en Alicante, si los vecinos queremos conservar la cabellera, no podemos votar en blanco: la tribu está amenazada por los cuatreros.