La servidumbre voluntaria

                                                                                                                                                                                                                 Justo Serna

 

 

Levante-EMV, 13 de mayo de 2007

 

Hace veinte años, Mario Vargas Llosa lidiaba para alcanzar la presidencia del Perú. En sus memorias relata la feroz campaña electoral, los rejonazos  de aquella  pugna.   ¿Cómo aliviarlos? La respuesta está en su libro El pez en el agua: “en las noches, antes de dormir, leía poesía...”, recitándosela incluso en voz alta.

 

Pensaba en ello: en los consejos lectores que yo podría darle a Francisco Camps si me pidiera auxilio… No sé, no me lo imagino transido por el verso. Me preguntaba qué recomendarle como sedante o ilustración. A tenor de sus últimas actitudes, para afearle esa servidumbre insólita que ha manifestado ante el patrón de la Fórmula Uno ("Gracias a Bernie Ecclestone por decir estas cosas tan preciosas”),  lo mejor que yo podría hacer es convencerle para que leyera atentamente el Discurso sobre la servidumbre voluntaria, de Étienne de La Boétie, un autor del siglo XVI cortesano.

 

“En esta ocasión no quisiera sino averiguar cómo es posible que tantos hombres, tantas ciudades, tantas naciones aguanten a veces a un tirano solo, que no tiene capacidad de dañarlos sino en cuanto ellos tienen capacidad de aguantarlo, que no podría hacerles mal alguno sino en cuanto ellos prefieren tolerarlo a contradecirlo (…), encantados y hechizados por el nombre de uno solo”, apostilla De La Boétie. Yo no creo que Bernie Ecclestone sea un tirano moderno: sólo es un magnate que reparte a manos llenas aunque con condiciones. Pero creo también que el candidato del PP expresa una actitud extrañamente resignada, semejante a la que De La Boétie denunciaba.

 

Señor Camps, al final de cada jornada siga el precepto de Vargas Llosa: lea para mejorarse. Tal vez poesía o quizá unos pensamientos de Étienne de La Boétie o simplemente recítese sin platea, con aspaviento ya calderoniano, con declamación cortesana: “Le agradezco, señor Ecclestone, la confianza que deposita en mí; le agradezco –no sabe cuánto– la cordialidad con la que me trata al esperar mi triunfo electoral. Pero, admitido ese gesto, le debo decir que, en cualquier caso, Valencia es merecedora de una prueba de Fórmula Uno.  Le garantizo que quienes nos enfrentamos en esta contienda política somos todos candidatos dignos de confianza. Entiendo sus preferencias, pero admítame igualmente que, como actual presidente, yo me deba tanto a quienes me eligieron como  a quienes no me votaron. Soy institución, que no persona”.

 

Murmullos en la sala…