Volver Pág. Inicial |
Día
7 - agosto - 1999
|
|
Para bien o para mal ha llegado el momento tan temido y a la vez tan deseado.
Nuestro sueño ha sido ligero, no sólo por la altitud sino también
porque esperábamos que de un momento a otro sonara el despertador a la
una de la madrugada.
Los preparativos son rápidos. Fuera hace frío, pero vamos muy bien abrigados. No hace viento. Entre las nubes se entrevé la luna en cuarto menguante. No se ven estrellas; hay demasiadas nubes.
Inicialmente se trata de subir todavía por el espolón Moravec hasta llegar a la base de la pirámide rocosa que configura la cumbre. A esta altitud hay todavía cuerdas fijas puestas por anteriores expediciones. En la fotografía superior, tomada por Enrique Expósito, se nos ve a Paco Goerlich y a mí (Javier Botella). Al principio se sube por una pendiente empinada de nieve, pero mas arriba se trata de una superficie de guijarros sueltos sobre los que hemos de trepar con mucha prudencia. Las cuerdas fijas penden de anclajes cada vez más precarios. Dos botas, con sus correspondientes crampones, sobresalen de la nieve. Al pasar junto a ellas tenemos pensamientos de respetuoso recuerdo hacia los que nos precedieron en esta montaña y no tuvieron la suerte de regresar.
Está ya amaneciendo, pero la visibilidad es cada vez peor. Estamos totalmente envueltos en la niebla. Tras superar una empinada pared de nieve llegamos a un punto en donde creemos ver figuras y colores fantasmagóricos. Se trata del emplazamiento del antiguo campamento IV (7.500 m). Sobre la nieve sobresalen mástiles rotos, varillas torcidas y telas desgarradas de distintos colores que corresponden a restos de tiendas de anteriores expediciones. También hay algunas botellas de oxígeno. El espectáculo es tan sobrecogedor como el de un campo de batalla. Estos restos testimonian que a esta altitud el ser humano se ve obligado a veces a abandonar sus pertenencias y huir para sobrevivir.
En vista del mal tiempo,
los franceses y estadounidenses deciden retirarse. Nosotros nos cobijamos en
el interior de
una tienda abandonada por una expedición coreana y celebramos consejo
sentados en posición fetal. El tiempo no permite albergar esperanza alguna.
Pero nuestro deseo de alcanzar la cumbre es tan intenso que estamos dispuestos
a aguardar varias horas si es necesario en espera de que escampe y podamos proseguir
nuestra ascensión hasta la cima. Como corroborando esta disposición,
por un momento parece que la niebla se disipa; a un paso por encima de nuestras
cabezas vemos la pirámide rocosa de la cumbre al alcance de la mano.
Esto nos da ánimos: ¡hay que continuar!
Aunque hemos quedado en turnarnos para abrir huella sobre la nieve, de hecho son nuestros tres hombres físicamente más fuertes (Armand, Coque y Paco Aguado) los que asumen la cabeza del grupo. Durante dos horas mas se abren paso entre la nieve, formando una auténtica trinchera ascendente. La visibilidad es nula. Todo a nuestro alrededor es blanco. En ocasiones adivinamos a nuestra izquierda las paredes de roca entre la niebla y oímos el viento ulular en la brecha hacia la que nos dirigimos.
Han ido pasando las horas y esto no lleva traza alguna de mejorar. Desde el campamento base nos indican por radio que el tiempo está cada vez más cerrado. Las nubes han ido aumentando hasta cubrir totalmente el firmamento. A las 12 de mediodía tomamos -dolorosamente- la decisión de renunciar. Para Coque y para mí, que participamos en la primera expedición valenciana al Gasherbrum II en 1984, es nuestra segunda renuncia, quince años después.
En el preciso momento en que tomamos la decisión de regresar se desata una rabiosa nevada que está a punto de borrar nuestras huellas. Regresamos dando tumbos al campamento IV y descendemos por las cuerdas fijas procurando no cometer error alguno. Cada uno de nosotros ve sólo a quien tiene delante y a quien tiene detrás. El viento lanza partículas de nieve sobre nuestras caras, protegidas por las capuchas de nuestros trajes de altitud. No obstante, esta situación nos es conocida como montañeros y cada hombre sabe lo que tiene que hacer. Por turnos vamos bajando por las cuerdas hasta llegar a donde la arista se hace más amable. Dando traspiés sobre la masa de nieve recién caída llegamos al campamento III.
Es
difícil de imaginar la sensación de protección que nos
ofrecen nuestras pequeñas tiendas. Reptamos dentro de ellas, fundimos
nieve para beber algo y nos metemos inmediatamente en nuestros sacos de dormir.
La tensión física y psíquica ha sido enorme. Poco después
del ocaso aún tomamos un bocado antes de abandonarnos al sueño.
Hemos hecho todo lo que hemos podido.