DISCURSO DÉCIMO SEXTO. DE CONFESSION


«Derrama como agua tu coraçón» dize Jeremías en el capítulo segundo de los Trenos. Los demás licores cuando se derraman queda el vaso o con alguna grossura o con algún sabor; sola la agua si se derrama dexa limpio el vaso donde estava, y es lo proprio que deve hazer el que se confiessa sacramentalmente, que deve derramar su coraçón como agua, co- mo | si él fuera vasija y tuviera agua. El que confiessa sus pecados, y por vergüença o notable y culpable negligencia dexa alguno por confessar, es como si derramasse cosa espessa, que dexa grossura en el vaso. Y el que confiessa sus pecados, mas es sin propósito de dexar de pecar, este dexa sabor en el vaso. No ha de ser assí, sino que sea la Confessión con intento firme de no pecar más y no quede /(98v)/ pecado por confessar. Y hazer esto es derramar como agua el coraçón y hazer lo que quiere Dios y le agrada, por lo cual lo aconseja Jeremías. De la Confessión será el Discurso.


[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]


[1] Pecaron nuestros Primeros Padres comiendo de la fruta del árbol vedado. Quiso Dios que confessassen su culpa y delicto cuando dixo: «¿Dónde estás, Adam?» (esto es: «¿Adónde caíste? ¿Qué mal es el que has hecho?»). Y a la muger: «¿Por qué heziste esto?». Y después de su confessión echólos del Paraíso a que hiziessen penitencia, como la hizieron y se salvaron. Es del tercero capítulo del Génesis.

[2] Caín confessó su pecado, aunque no alcançó dél perdón por una mala circunstancia que tuvo, y fue que desesperó del perdón, diziendo: «Mayor es mi pecado que merezca ser perdonado». Y lo mismo le sucedió a Judas: confessó que avía hecho mal en vender al Justo y restituyó el dinero que avía recebido, mas desesperó, y assí se condenó. Es del Génesis, capítulo cuarto, lo de Caín, y de Judas afírmalo San Mateo, capítulo veinte y siete.

[3] Faraón, viéndose afligido con las plagas que llovían sobre él, dixo:
-Pequé contra el Señor.
Mas era sólo con la boca, teniendo el coraçón hecho un pedernal, y assí no le luzió, condenándose. Es del Éxodo, capítulo nueve.

[4] Saúl también dixo que avía pecado, confessando aver procedido mal en perseguir a David, el cual por dos vezes le pudiera matar al seguro, y no lo hizo, como parece en el Primero de los Reyes, capítulo veinte y seis.

[5] Reprehendido David del profeta Natán por el pecado cometido en la muerte de Urías y adulterio con su muger, dixo con gravíssimo dolor: «Pequé», y replicó el profeta: «El Señor te ha perdonado». Es del Segundo de los Reyes, capítulo doze.

[6] Job, en medio de sus angustias, también para ablandar a Dios viendo como luego que el hombre conoce su pecado y pi- de | dél perdón le alcança, dixo:
-Pequé. ¿Qué haré contigo, o guarda de los hombres?
El rey Ezequías dezía:
-Haré recapitulación de los años de mi vida con dolor de mi alma.
Confessávanse antiguamente a Dios porque no se avía hecho hombre, mas hecho Dios hombre, ya quiere que se confiessen a hombre, que es el sacerdote. Y diolo ha entender el Salvador, cuando sanado un leproso le mandó ir a presentarse al sacerdote. Possible es que un pecador llore tanto sus pecados, y favorecido de Dios tenga contrición dellos, de modo que se los perdone, mas después que Dios se hizo hombre es necessario que se presente al sacerdote y que le confiesse sus pecados, porque si se le perdonaron con la contrición es en orden a la Confessión. Resuscitó Cristo a Lázaro y mandó a sus Apóstoles que le desatassen y quitassen la mortaja. Embió a dos de sus Apóstoles por una asna y un pollino en que entrasse triumfando en la ciudad de Jerusalem el día de Ramos, y díxoles:
-Hallaréislos atados; desatadlos.
Proprio es de los Apóstoles, de los obispos y sacerdotes, estando en lugar de Dios, desatar jumentos, absolver pecados. El Apóstol Santiago en su Canónica, capítulo quinto, promulgó el Sacramento de la Confessión y Penitencia, y el de la Extrema Unción, cuando dixo: «Si alguno está enfermo entre vosotros, llame a los sacerdotes de la Iglesia y oren por él ungiéndole con óleo en nombre del Señor, y valdrále para la salud. Y si tuviere pecados, seránles perdonados». Y luego dize: «Confessaos unos a otros vuestros pecados y rogad unos por otros para que os salvéis». Aquí habla del Sacramento de la Confessión y de la Extrema Unción, y para ambos declara que son ministros los sacerdotes. Las cuales palabras exponiéndolas Hugo de San Víctor en el libro segundo de Sacramentos, dize: «El glorioso Apóstol Jacobo como pregonero de Dios anunció a los hombres el precepto divino de la Confessión de los pecados, y fue dezir: 'Si no os confessáredes no os salvaréis' «. Y assí la Iglesia Católica manda que se guarde el /(99r)/ precepto de la Confessión, que fue dado por Dios, en que a lo menos una vez en el año todo cristiano se confiesse con su proprio sacerdote, o con el que tiene poder para absolverle. Y aunque el precepto se les haga a algunos dificultoso, no lo es, sino suave, considerando que en la Vieja Ley se mandava, como parece por diversos capítulos del Levítico , a los que cometían tales o tales pecados, que llevassen sobre sus ombros algún animal y que passassen assí por medio de los reales hasta llegar al tabernáculo donde le ofrecían, entendiendo todos el pecado que avía cometido. Aora, por muchos y muy graves que sean, confessándolos a un sacerdote, y que sabe que ha de callar, cumple. Ay también grandes provechos y utilidades en la Confessión, como es que en confessándose uno parece que le quitan una carga pesada de sobre los ombros. Es otro provecho que, aunque el dolor no sean tan calificado que llegue a ser contrición, con que sea atrición, confessándose y siendo suelto de atrito, se haze contrito y viene a estar en Gracia de Dios, para lo cual no bastava sola la atrición. Y últimamente, para poder vivir en el mundo es de grande importancia la Confessión. Escrive el doctíssimo Maestro fray Domingo de Soto, del orden de Predicadores, confessor que fue del emperador Carlos Quinto, que de una ciudad de hereges en Alemania, que negavan la Confessión, embiaron embaxadores al mismo emperador Carlos, a pedirle que, | cuando no de otra manera, a lo menos por ley y decreto imperial obligasse a aquella que se confessassen todos alguna vez, porque no se podía vivir con los insultos y maldades que se cometían, en especial la gente poderosa, y que le sería freno averse de confessar. De manera que aun para poder vivir como gente política y de razón es muy importante y necessaria la Confessión. Y assí el Hijo de Dios la puso por precepto de palabra y quiso que se entendiesse en algunas cosas que hazía, como en el leproso que sanó y mandó que presentasse al sacerdote, de que se ha dicho, y refiérelo San Mateo, capítulo octavo. Y San Lucas, en el capítulo diez y siete, dize que otra vez vinieron a él diez leprosos y que les mandó irse a presentar a los sacerdotes, y que en el camino sanaron. De los cuales uno, que era samaritano, bolvió a darle gracias por su recuperada salud. El hijo pródigo de quien escrive también San Lucas en el capítulo quinze, bolviendo a su padre derrochado y muerto de hambre, dixo: «Padre, pequé contra el Cielo y a tus ojos». El ladrón que estava en la Cruz crucificado al lado de Cristo confessó su culpa, confessó a Cristo porque le podía dar Cielo, y salvóse. La gente que venía a oír los sermones altos y maravillosos del gran Baptista San Juan, dize San Mateo en el capítulo tercero que confessavan sus pecados y que él los baptizava. Eran estas cosas prevenciones para la Confessión Sacramental.

Lo más de lo dicho se coligió de las Divinas Letras.


[EJEMPLOS CRISTIANOS]


[1] El sacerdote, ministro de la Confessión, para hazer bien su oficio deve tantear las fuerças del penitente, y, siendo flacas, aunque sus pecados sean grandes, no dezirle razones que le provoquen a desesperación, sino que le animen a penitencia. Llegó un monge moço a confessarse con un viejo melancólico, y confessándole aver tenido algunas tentaciones sensuales, por donde avía pensado irse al siglo, reprehendiéndole ásperamente, diziendo que semejante vicio no tocava a gente religiosa sino a seglares desal- mados, | y que era indigno de nombre de monge, pues avía abierto su pecho a tales torpezas, sucedió que por justo juizio de Dios, el viejo fue combatido de tantos y tales pensamientos torpes, que con mayores veras procuró bolver al siglo y dar lugar a todo lo que le pedía su sensualidad. Mas siendo cierto el abad Apolo, varón santo y muy avisado, del peligro destas dos almas, habló al moço, viéndole triste y la cabeça baxa, aviéndole preguntado la causa de su tristeza y él descubiértosela, y díxole que se con- solasse /(99v)/ y confiasse en la misericordia de Dios, que Él le reme diaría aquel peligro. Declaróle que no era malo el ser combatido de pensamientos torpes, sino el ser vencido y consentir en ellos, y que él avía padecido mucho de aquello y por la misericordia de Dios nunca se dexó vencer. Después, viendo al viejo que ya avía dexado su celda con mal intento y desseava cumplirle, y se iva a la ciudad, opúsosele delante y amonestóle que dexasse de proseguir su jornada, que no era sino llevarle al Infierno, y que le avía sucedido aquel daño por no averse compadecido de la miseria del próximo. Con esto hizo oración por él y la tentación le dexó. Impróvido fue este confessor, pues a sí y a su penitente hizo daño, y no fue sino guiar un ciego a otro, donde ambos cayeran en el hoyo si el abad Apolo, por miseración divina, no se pusiera de por medio para su remedio. Con sabiduría del Cielo dixo el Apóstol San Pablo, escriviendo a los de Galacia, capítulo sexto: «Si fuera hallado en delicto algún hombre, vosotros, sacerdotes míos, que sois espirituales, enseñadle, y esto con espíritu de lenidad, considerándose cada uno a sí mismo, porque no sea él tentado. Ayude uno a llevar la carga del otro, y assí todos cumplirán la Ley de Cristo». Lo dicho es de Casiano en la Colación segunda, capítulo treze.

[2] Serapión Abad, siendo moço y monge, residiendo en el monasterio donde Teonás era prepósito, como fuesse tentado de gula, al tiempo que después de nona se juntavan a comer tomava él escondidamente un pan pequeño que llamavan paximacio y tenía cierto peso que le dava el nombre. Poníale dentro de su seno y después de vísperas comíasele. Sucedió un día que, tratando el abad en presencia de algunos religiosos en la sinaxis o plática espiritual del mal que hazía quien no confessava sus pecados ocultos, quedó Serapión temeroso de la plática y compungido por el hurto del pan que hazía sin confessarlo. Al fin se determinó de dezirlo, y públicamente estando de rodillas delante del abad Teonás, y no bien acabó de pronunciar la culpa, cuando del seno le | cayó en tierra una llama sulfúrea, que causó malíssimo olor a todos los presentes. El abad le advirtió del mal que avía hecho, y visto que estava temerosíssimo y lloroso, assí porque reconocía su culpa como por el sucesso de la llama que despidió de sí, fue necessario consolarle y animarle a que esperasse en Nuestro Señor de lo passado alcançaría perdón, y en lo por venir, por aver confessado su culpa, no sería con tanto rigor tentado en aquella tentación. Como no lo fue, porque la humildad del penitente apagó semejante llama de Satanás. Es de Casiano, Colación segunda , capítulo onze.

[3] Siendo llamado Severo Sacerdote para oír cierta confessión de un enfermo, deteniéndose un poco, halló muerto al enfermo, por lo cual se afligió mucho, y dezía que él le avía muerto y que era su homicida. Llorava el sacerdote, y juntamente orava. Oyóle Dios y el muerto resuscitó. El cual públicamente dixo que siendo llevado de espíritus malignos al Infierno, llegó un ángel, el cual hizo que le dexassen y le restituyó a su cuerpo, porque era la voluntad de Dios concedérsele a las lágrimas y ruegos de Severo Sacerdote. Confessóle y hizo penitencia siete días, y tornó a morir, quedando su alma libre de las ataduras del cuerpo y de las cadenas de los pecados. Procure el sacerdote de no descuidarse cuando fuere llamado a semejante obra, porque si no supiere imitar a Severo en las lágrimas y alcançar lo que él alcançó, no sea castigado por las culpas del que pudiera sacar dellas y no lo hizo. Y procure el enfermo de no dilatar la Confessión, porque la tardanza en confessar el pecado no se impute a pertinacia de querer perseverar en él, como a éste le fuera imputado a tormento eterno si los merecimientos agenos con tiempo no le socorrieran. Y así dize el Eclesiástico, capítulo diez y siete: «Confiéssate vivo y sano; es bien que te confiesses y alabes a Dios y gloriarte has en sus misericordias». Es de San Gregorio, libro segundo de los Diálogos, capítulo doze.

[4] Vido un ermitaño que passavan tres demonios por cerca de su ermita y ivan muy /(100r)/ juntos y negociados. Mandólos de parte de Dios que le dixessen cómo se llamavan. El uno respondió:
-Yo me llamo Coraçón Cerrado, y es porque le cierro cuando por oír sermones alguno se quiere convertir y enmendar la vida. Ciérrole el coraçón, que ni sospirar pueda.
El segundo afirmó que se llamava Boca Cerrada,
-Porque le cierro la boca al que veo que quiere confessar sus pecados y tener dolor dellos, para que no lo haga.
El tercero manifestó y dixo:
-Yo me llamo Bolsa Cerrada, porque cierro la bolsa al que veo que quiere restituir lo mal ganado. Ciérrosela poniendo diversos inconvenientes para que lo dexe, y si no deve, para que no dé limosna aunque corra obligación de darla. Y por esto estamos juntos y andamos negociados, porque el uno ayude al otro en cuanto pudiere.
Es del Promptuario de exemplos.

[5] Un cierto hombre de linaje, bien nacido y tenido en mucho en la ciudad Atrebatense, donde vivía, viéndose pobre y necessitado, y con una hermana que también avía de sustentar en autoridad y honra, andava dando diversas traças como remediarse, y instigado del demonio dio en una malíssima y detestable. Fue a casa de un platero y díxole:
-Un cavallero deudo mío ha venido aquí de secreto y quiere comprar algunas joyas de oro y pieças de plata. Tomad lo más que pudiéredes desto y a tal hora id a mi casa, y allí se hará el precio bien a vuestro provecho.
El platero, que le conocía y tenía en buena possessión, diole crédito. Tomó la plata y joyas él solo por no ir contra el secreto que el otro le avía encarecido, aunque dio cuenta en su casa adónde y a qué iva. Entró en la del otro, el cual le hirió de muerte. Hizo su cuerpo pedaços y echóle en un lugar immundo. Dio cuenta dello a la hermana, diziendo que de aquella manera remediarían su necessidad. La familia y gente del platero, viendo que tardava, fueron a buscarle a aquella casa, y aunque negaron aver ido a ella, por alguna sangre que vieron en las paredes y suelo juzgaron lo que avía sido. Diose parte a la justicia, prendieron a los | dos hermanos viendo las joyas en su casa con la sangre, que eran indicios por donde no pudieron negar el homicidio. Fueron sentenciados a fuego. El hermano estava desesperado sin querer confessar sus pecados al sacerdote ni pedir a Dios perdón dellos. La hermana, muy al contrario desto, sin aver tenido la culpa que el hermano, pues sólo consintió en el delicto, con grande contrición se confessó, y al hermano persuadía que pues perdían los cuerpos no perdiessen las almas. Esto ni cosa alguna que le dixessen sacerdotes y personas religiosas que estavan presentes fue parte para que él compusiesse su alma, y assí, impenitente y desesperado, fue atado a un palo de la una parte, y la hermana de la otra. Pusieron fuego y levantó la llama bien alto. Y quiso Dios mostrar milagro de que el hermano, que no quiso confessarse ni pedir perdón a Dios de sus pecados, en un instante fue tragado y consumido de la llama, y la hermana, que se confessó y pidió a Dios perdón de su culpa, sin recebir daño quedó con vida, y la llama sólo le quemó las ataduras con que estava atado al palo. Visto el milagro por los juezes, dieron por libre a la hermana. Lo dicho es de Cesario en sus Diálogos.

[6] Un hombre devoto de la Madre de Dios cayó en cierto pecado vergonçoso y no osava confessarle al sacerdote. Fuese a un lugar secreto y hablando con Dios, dixo:
-Señor mío, ten de mí misericordia; yo cometí este pecado, y la vergüença me impide que le confiesse al sacerdote. A ti, mi Dios, le confiesso y pido que me perdones.
Y aunque esta confessión bastara antes que Dios se hiziesse hombre, mas después de hecho hombre y promulgado el precepto de la Confessión y Penitencia conviene y es necessario que el pecador se confiesse al hombre que está en lugar de Dios, que es el sacerdote y confessor. Y assí, por la ceguedad y dureza deste hombre, duro en no querer confessar su culpa sacramentalmente y ciego en pensar que bastava confessarse a Dios solamen- te, /(100v)/ pudiéndose confessar al sacerdote, permitió Dios que fuesse engañado en esta manera, que tomando el demonio figura y traje de sacerdote se le presentó delante y díxole:
-¿En qué estás pensando?
Respondió:
-En un pecado grave que cometí, de que tengo vergüença de confessarle.
El demonio le dixo:
-Yo soy embiado a tí de parte de Dios para que me le confiesses.
Confessóle y díxole el demonio:
-En penitencia te impongo que nunca más le confiesses y que creas que Dios te le ha perdonado.
Prometiólo assí y quedó con poco contento, porque se le traslucía que todo iva sobre falso. Sucedióle luego una grave enfermedad, murió y su alma se vido rodeada de demonios que la llevavan de tropel al Infierno. Mas visto por la Madre de Dios lo que de su devoto sucedía, opúsose contra ello, diziendo:
-Por averle hecho con engaño que no confesasse su culpa, yo mando que dexéis esta alma, la cual quiere mi Soberano Hijo que buelva al cuerpo y remedie el oculto daño con Confessión clara y distincta.
Y fue hecho assí, que confessó el engaño que le hizo el demonio y su culpa, y hizo della y de todas las demás penitencia, y acabó bien. Es de Arnoldo y refiérese en el Promptuario.

[7] Suele el demonio estando apoderado de algún hombre publicar pecados no confessados de los que están presentes. Lo cual oyendo dezir cierto hombre vicioso, y que estava un endemoniado en el pueblo donde él vivía, quiso provar si era assí. Fue a un sacerdote, con el cual hizo una confessión sacrílega, porque ni dixo todos sus pecados ni tuvo dolor dellos, ni menos propósito de enmendarse. Con esta preparación, que le pareció a él que bastava para el demonio, entró donde el endemoniado estava, y mucha gente delante. El demonio habló luego que le vido dentro de aquel hombre en que estava, y dixo en voz alta:
-Bien vengas, amigo, amigo; llégate aquí que bien te has enxalvegado.
Con esto descubrió algunos pecados feos que avía cometido aquel hombre, por lo cual él, compungido y avergonçado, entendiendo en qué estava la falta, | bolvió al sacerdote y con dolor grande confessó todos sus pecados, pretendiendo enmendarse y salvarse. Bolvió otro día al endemoniado, y los que estavan allí y avían oído lo del día antes dixeron al demonio:
-Ves que tu amigo viene.
Respondió el demonio:
-¿Y quién es?
-El que ayer afrentaste- dixeron los circunstantes.
Replicó el demonio:
-Yo no le afrenté, ni sé mal que pueda dezir dél.
Los presentes oyendo esto al demonio creyeron que avía mentido primero, y esto porque ignoraron la Confessión que el otro avía hecho. Dízelo Cesario en sus Diálogos.

[8] Dixo en presencia de un endemoniado cierto sacerdote que tal donzella orava, ayunava, velava y se açotava frecuentemente. Mostró reírse y hazer burla y mofa el demonio dello. El sacerdote le preguntó la causa de su risa y escarnio. Respondió:
-Porque está en pecado mortal, aviendo cometido uno por obra que tiene muy guardado, y piensa con esa vida que haze que le basta aunque no lo confiesse.
El sacerdote habló a la donzella y díxole lo que della dezía el demonio, lo cual le fue ocasión a que se confessasse bien y acabasse santamente. Y en lo dicho se ve que no dexa de tener a las vezes el demonio una buena parte de necio, pues pretendiendo uno le salió otro. Pudo pretender que la donzella oyesse esto, y permaneciendo en su dureza no lo confessasse, y assí fuera mayor su Infierno, mas haziendo lo contrario y confessándolo, él quedó por necio y ella en gracia. Refiérese en el Promptuario de exemplos.

[9] Otra muger noble y de buena fama cayó en una flaqueza, la cual con vergüença no osava confessar, confessándose frecuentemente de otros pecados. Tenía una ignorancia bien culpable, que le parecía satisfazer con su consciencia, añadiendo en sus confessiones esta palabra: «De lo que he confessado y de lo que no he confessado me acuso». Junto con esto iva luego delante una imagen de la Madre de Dios y declarava su flaqueza, pidiendo con lágrimas a la Sagrada Virgen que le fuesse interces- sora /(101r)/ para que por aquel pecado no se condenasse. Llevando su vida desta forma vino a enfermar, y pareció aver espirado. Mas desde algún tanto, estándola llorando una hija suya, bolvió en sí, y dixo públicamente como ella en efecto avía muerto, y que llevando su alma demonios al Infierno, la Madre de Dios se puso en contrario y les mandó la dexassen hasta que su Soberano Hijo la oyesse. Y con esto parecieron en su presencia, y allí la Benditíssima Señora y Abogada de pecadores dixo:
-Hijo mío, ruégote que no se condene esta alma, que tantas vezes declaró su culpa y la lloró en mi presencia.
El Soberano Juez respondió:
-Bien sabéis, Madre Mía, que sin Confessión de su culpa, quien la cometió y pudo confessarla como ésta, no tiene de salvarse; mas porque no os pueda negar cosa alguna, buelva al cuerpo y confiéssese, y assí no se condenará.
Esto dixo la que antes avía muerto y tenía ya vida. Hizo venir su confessor y confessóse bien largo, no sólo de aquella culpa sino de todas las de la vida y que a él avía otras vezes confessado. Aceptó la penitencia, cumplióla con grande dolor y lágrimas, y despidió la alma. Refiérese en el Promptuario de exemplos.

[10] En la passada que hizieron los católicos en favor de la Tierra Santa, al tiempo que se apoderó de Jerusalem Godofré de Bullón, en un navío donde ivan muchos peregrinos y passajeros hallóse entre ellos un soldado, cuyos pecados, assí en número como en gravedad, eran tales y tantos, que por él quiso Dios que todos padeciessen. Levantóse una tormenta, de suerte que el navío se vido en punto de anegarse. Los passajeros, como es costumbre en tales tiempos si les faltan sacerdotes, se confiessan unos a otros, y aunque esta confessión no es sacramental, mas suele ser provechosa para los que la hazen, porque detestan y abominan sus pecados publicándolos, y dan muestra que si tuvieran sacerdote mejor se los confessaran a él, y esto todo tiene mérito. Visto por aquel gran pecador la tormenta, y lo que todos hazían, tuvo por cierto que sucedía por sus abominables peca- dos, | y con dolor y contrición dellos, no quiso dezirlos y manifestarlos a uno de los passajeros como los demás hazían, sino en boz alta, de modo que todos lo oían, iva refiriendo sus pecados y afirmava que por él venía aquella tormenta, que le echassen en el mar y cessaría. ¡Oh cosa maravillosa, que acabando de dezir los que él juzgó por más graves y enormes, la tempestad cessó y el navío llegó a puerto! Donde añadiéndose una maravilla a otra, por orden del Cielo, todos se olvidaron de lo que dixo y declaró aquel hombre. Acordávanse de la tormenta y de que un passajero públicamente confessó sus pecados, mas quién él fuesse o qué pecados fuessen, no se acordavan. El hombre enmendó en adelante su vida y hizo penitencia hasta la muerte. Lo dicho es de Cesario.

[11] En Roma residían dos hermanos, el uno era penitenciario del Papa y el otro predicava, ambos varones de santa vida. Sucedió que hizieron un camino, y llegando a cierto pago o villa, era señora dél una muger dada a muchos vicios. Parecióle que por ser estrangeros podría confessar con el uno sus culpas libremente. Procurólo y hízose la Confessión en la iglesia. Entretanto que el penitenciario la confessava, el que era predicador estava en oración, y veía salir de la boca de la muger penitente algunos escuerzos o sapos, que andavan saltando por la iglesia. Desde algún tiempo vido que sacó la cabeça por la boca de la muger una sierpe, aunque no acabó de salir, sino tornándose adentro llevó tras sí todos los sapos que antes avían salido. Y fue el misterio que la muger començó a confessar un pecado, y de vergüença le dexó sin declararlo. Acabóse la confessión, aunque mal hecha, y cargando sobre sí la desventurada muger otro nuevo pecado de sacrilegio, por el que calló y dexó de confessar. Tornaron a su camino los dos hermanos y el predicador dio cuenta de lo que avía visto en tanto que la muger se confessava, por donde el confessor entendió que dexó de confessar algún pecado. Bolvió luego con intento de remediar /(101v)/ aquel daño a verse con la muger, la cual halló que de repente era muerta. Ambos hermanos se entristecieron grandemente, ayunaron y hizieron oración por ella, y al día tercero tuvieron una visión, en que la miserable muger se les apareció sobre un dragón. A su cuello traía enroscadas dos culebras que la mordían con sus fieras bocas sus pechos. En sus ojos mostrava dos terribles sapos. Salíale de la boca un fuego espantoso y de malíssimo olor. Las manos le mordían dos perros, las orejas le atravessavan saetas de fuego y la cabeça era despedaçada de una vívora. Los dos hermanos quedaron espantados de verla y con grande temor. Ella les dixo:
-Amigos de Dios Omnipotente, no temáis. Yo soy aquella muger infelicíssima que con el uno de vosotros me confesé tres días ha fingida y no enteramente, porque un pecado que cometí con un pariente mío por vergüença le encubrí y dexé de confessar. Y por lo mismo soy condenada para siempre.
El penitenciario le pidió de parte de Dios, y forçándola a que lo dixesse con su Sacratísimo Nombre, qué denotavan los mostruos de que venía rodeada. Y respondió:
-La ponçoñosa vívora que me atormentava en la cabeza es por los tocados sobervios y profanos de que me precié; los sapos de los ojos es la pena de lo que pequé con los ojos, mirando vanidades y cosas ilícitas, y lo mismo las saetas de las orejas son por | las palabras lascivas con que me deleité oyéndolas; el fuego de la boca es ocasionado de las blasfemias, disfamaciones, cantares, palabras sucias, chocarrerías y besos torpes en que fui culpada; las dos sierpes que me rodean el cuello y muerden los pechos denotan los abraços y tocamientos lascivos; los perros que me despedaçan las manos son la paga que merecí por los perrillos de falda que sustenté con regalo y costa, quitándolo a los pobres, y por los anillos y sortijas con que adorné los mismos dedos; el dragón feroz y cruel sobre que vengo le padezco por los actos deshonestos y suciedades, y es mi mayor tormento porque me despedaça y abrasa las entrañas.
Cessó la muger de hablar, y preguntándola qué eran los pecados más comunes por que se condenavan los hombres, respondió que los varones en todos siete mortales pecados tocavan, y que las mugeres de ordinario era su daño pecados de lengua, vestidos superfluos con intentos dañados y el confessarse fingidamente callando algunos pecados por vergüença. Preguntóle más el penitenciario: si le podían ser de provecho sufragios y oraciones. Y respondió dando una terrible boz:
-Ay, desventurada de mí, que no.
Y con esto desapareció. Refiérese lo dicho en el Promptuario de exemplos.

Fin del Discurso de Confessión. |