DISCURSO CUARENTA Y CINCO. DE LIMOSNA
Cuando el Hijo de Dios, Jesucristo, Nuestro Señor, quiso lavar los pies a sus Apóstoles la
noche antes de su muerte, dize San Juan en el capítulo treze que se ciñó una tobaja a su cuerpo, y
que dexó parte della para limpiárselos, aviéndoselos lavado. Y quiso dar a entender en esto a los
grandes señores que si se ciñessen, si se moderasssen en sus demasiados gastos, les quedarían
bienes para remediar a pobres, que son pies de Cristo, pues suelen muchos darles del pie. De la
Limosna trata el presente Discurso. |
[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]
[1] Abraham Patriarca grandemente se preció de limosnero, pues se ponía a la puerta de su tabernáculo
o casa esperando si veía passar algún pobre o peregrino a quien hospedar en ella, por lo cual
mereció una vez tener tres ángeles por combidados. Como parece en el capítulo dézimo octavo del
Génesis.
[2] Lot, aunque habitava entre sodomitas, gente malíssima, preciávase de limosnero y hazía lo
mismo que Abraham, y assí tuvo también dos ángeles una noche por huéspedes en su casa. Y dízese
en el capítulo dézimo nono del Génesis.
[3] Al rey Nabucodonosor dixo el profeta Daniel, aviéndole Dios amenaçado de que le quería
castigar por su so- bervia /(241r)/ con un grave castigo:
-Redime, oh rey, tus pecados con limosnas.
Fue dezirle: «Si quieres que abrevie Dios el castigo, alarga la mano y da limosna a pobres».
En lo cual, como en otras cosas, es bien mirar los exemplos de los santos, para que dando, la mano
no hierre, ni la voluntad se turbe y vacile al tiempo de espender el dinero, o, aviéndolo dado, el
ánimo se eleve y ensobervezca, por donde venga a perder el premio. Refiérese en el capítulo cuarto
de Daniel.
[4] La viuda saretana no alcançava más de un puño de harina y un poco de óleo, y pidiéndoselo el
profeta Elías, se lo dio. Y desde aquel día no le faltó en las vasijas de tales provisiones óleo ni
harina, hasta que embió Dios buen temporal y se pudo aprovechar de otra parte. También restituyó
el mismo profeta la vida a un pequeño infante, y se le dio a su madre en gratificación de averle
hecho hospedaje y dado sustento. Es del Tercero de los Reyes, capítulo diez y siete.
[5] Dar mucho es de ricos y poderosos; dar poco, de los que pueden poco. Y no por esso dexará de
ser el mérito igual, siéndolo el afeto y desseo. Mira Dios más el ánimo del que da, que el don; no el
cuanto da, sino de qué y cómo lo da. La viuda de que escrive San Marcos en el capítulo doze, y San
Lucas, en el veinte y uno, dos monedas echó en la arca de la limosna del templo, y en el premio se
aventajó a los ricos que más echaron.
[6] Tabita Dorcas fue gran limosnera.
| Siendo muerta y echándola menos los pobres, davan grandes
bozes llamándola. Lo cual oído por el Apóstol San Pedro, doliéndose de aquella gente afligida y
teniendo lástima de que muger de tanta caridad faltasse, hizo oración por ella y resucitó. Como
parece en el libro nono de los Hechos Apostólicos.
[7] Cornelio Centurión, en Cesárea, por ser muy limosnero alcançó que Dios le embiasse al Apóstol
San Pedro para que le baptizasse y se salvasse. Y es del mismo
Libro de los Hechos Apostólicos, capítulo dézimo.
[8] De caridad y limosna dio maravilloso exemplo Jesucristo, Nuestro Señor, cuando, estando en el
desierto mandó a sus dicípulos que diessen de comer a la gente que le seguía, que eran cinco mil
personas, sin mugeres y niños, teniendo para ellos cinco panes de cevada y dos peces. Y aviendo
todos comido y hartádose por los cinco panes, recogieron doze canastas de los pedaços que quedavan
sin que dellos se hiziesse caso. Y otra vez, en semejante ocasión, como dize San Lucas, de siete
panes y unos pecezillos dio de comer a cuatro mil personas, y hartos todos, y quedando llenos senos
y mangas de los pedaços desperdiciados, cogieron siete espuertas, para que viessen por experiencia
que no engaña el que dixo: «Dad, y daros han. Medida buena, rasada, y aun colmada y que se
derrama, se os dará en vuestro seno».
Lo dicho es de la Sagrada Escritura.
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[EJEMPLOS CRISTIANOS]
[1] Entrando el Evangelista San Juan en Efeso, aviendo estado ausente de aquella ciudad algún
tiempo, salieron a él muchos pobres lamentándose por la muerte de Drusiana, dicípula suya, y
madre y amparo de todos ellos. Mostrava uno la capa que le avia dado, otro, el sayo, aquél, la
camisa, y cual otro, el jubón y calças. Convenían todos en que siendo ella viva ninguno temía la
ham- bre, | y por ser muerta ya todos les parecía estar muertos. Hizo oración por ella el santo, y
resucitó. Es de la Vida del mismo Evangelista, escrita por Abdías, Procoro, y otros.
[2] Santa Lucía, virgen santíssima, rogava afectuosamente a su madre Euticia que diesse largas
limosnas. Dezíale la apretada vieja:
-Déxame, hija, cerrar los ojos, y luego harás lo que te diere
/(241v)/ gusto de la hazienda, que toda será tuya.
La animosa donzella le respondía:
-No es, o madre mía, tan acepto a Dios el don que ofrece el que no puede servirse dél. Aora
que tienes vida y salud deves dar la limosna, porque si aguardas a darla a la muerte parecerá que por
fuerça y por no poder más la das, pues quieras o no, todo lo has de dexar en la tierra.
Aprovó la madre el parecer de la hija y repartió a los pobres grandes riquezas. Prendieron a
la santa virgen Lucía, y queriendo que por fuerça sacrificasse a los dioses falsos de los gentiles,
dixo:
-Sacrificio muy acepto a Dios es visitar huérfanos y viudas, y remediarlos en sus trabajos.
Y porque no se olvidó en medio de sus tormentos de la misericordia, el remunerador de los
misericordiosos, Dios, se acordó della y la faboreció, de suerte que siendo mandada llevar al lugar
público de las malas mugeres, no pudo ser movida de un lugar. Y siendo mandada quemar, entre las
llamas quedó sin lisión, y siendo degollada, no despidió la alma hasta que le fue administrado el
Sacramento de la Eucaristía y recibió el Cuerpo de Jesucristo, por cuyo amor dio a pobres su
hazienda, y assí, en sacrificio, con toda voluntad y gana. Es de Surio, tomo sexto.
[3] San Laurencio, mártir ilustríssimo y honra de España, donde él alta y maravillosamente es
honrado en su templo y monasterio del Escurial, obra verdaderamente (como diremos adelante)
que puede competir con las siete maravillas del Mundo y pedir el primer lugar, pues, assí como
Salomón se señaló entre todos los reyes de la Ley Vieja por el templo que edificó a Dios en
Hierusalem, assí el Católico rey don Filipe Segundo se señaló entre todos los reyes y príncipes
cristianos por el templo que edificó de San Laurencio en el Escurial; pues este santo mártir, teniendo
en guarda muchos tesoros de la Iglesia por orden del Papa Sixto, él los repartió a pobres, ayudando
esto a que su martirio | fuesse más sangriento y cruel.
[4] Santa Cristina, hija de Urbano Patricio, governador por el emperador Diocleciano en la ciudad
de Tiro, que es en Italia junto al lago de Bolsena, era gentil el padre y tenía en su casa muchos
ídolos de plata y de oro. Cristina -dize San Isidoro- tomó el nombre de Cristo, y quiso ser cristiana.
Procuró el padre que no lo fuesse y hizo para esto algunas diligencias. Hablávala amorosamente y
dezíale:
-Hija mía, no ofrezcas sacrificio a un Dios sólo, porque los otros no se enogen y tomen
contigo ojeriza.
Respondióle la santa:
-Señor padre, sabed que yo adoro al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, tres Personas,
aunque sólo un Dios.
Díxole el padre:
-Pues adoras esos tres que dizes, a bueltas adora también a Júpiter y a Apolo, con los demás
que adoran nuestros emperadores. Mira que es su rigor grande contra los que no los adoran.
Cristina le dixo:
-No admite el Dios que yo adoro compañía de otro Dios. Uno solo es en Essencia, aunque
trino en Personas. A Éste sólo adoro, y ningún temor humano bastará a mudar mi coraçón para que
haga otra cosa.
-Sabe, hija -dixo Urbano-, que si te veo pertinaz en lo que dizes, sin que los emperadores
romanos den remedio en el caso, le daré yo. Porque sin acordarme que eres mi hija te haré padecer
grandes tormentos, y la muerte, si otro no bastare. Fuese y dexóla, aunque no por esso la valerosa
donzella se perturbó, ni dio muestra de temor alguno, puesto que vido a su padre tan enojado.
Antes, poniéndose a una ventana que salía a la plaça, vido muchos pobres pidiendo limosna. Ella
con zelo de Dios entró en el aposento donde estavan los ídolos de su padre de oro y de plata, y
buscó modo como hazerlos pequeños pedaços, y hechos, llamó a los pobres y repartiólo entre ellos.
Y era mucho para gustar ver a uno con la cabeça de Júpiter, otro con las manos de Venus, a aquél
/(142r)/ le cupo en suerte la cítara de plata de Apolo, al otro el tridente de oro de Neptuno. Vino el
padre de fuera, y entrando a visitar y a hazer oración a sus ídolos, no hallándolos, preguntó por
ellos, muy admirado de que faltassen de allí, no sabiendo a qué atribuirlo. Dixéronle las donzellas
que servían a su hija, cómo ella los avía despedaçado y dado a pobres. Enojóse el padre de oír esto
en tanto grado que se fue a Santa Cristina y le dio grandes bofetadas y puñadas, y cuando se sintió
cansado, mandó a ciertos moços, criados suyos, que la desnudassen y en su presencia la açotassen.
Hízola padecer otros gravíssimos tormentos, y al cabo, atada a un madero, assaetear. Y con este
martirio la valerosa donzella dio su alma a Dios. Dízelo San Isidoro en su
Breviario. Y escrivió della San Antonio de Florencia, en la primera parte, título diez y ocho, capítulo primero.
[5] San Nicolás, antes que fuesse obispo y siendo sacerdote, era riquíssimo de patrimonio. Sucedió
que en la ciudad de Patara, donde él residía, estava un hombre noble por linaje, que de rico vino a
grande pobreza y necessidad. Tenía tres hijas ya grandes y por faltarle hazienda con que casarlas y
no tener con qué sustentarlas, dava modos como, viviendo desonestamente, con ganancia torpe,
ellas y él passassen su vida. Tratólo con ellas con grande vergüença de rostro, y no sin lágrimas que
las afligidas donzellas derramavan pensando a qué punto las avía traído su miseria y pobreza. No se
le encubrió a Nicolás este trabajo en que aquella casa estava. Parecióle que mejor ni más acertada
limosna que aquélla no se le podía ofrecer, pues remediava los cuerpos y librava las almas de
pecado. Tomó cantidad de oro en un lienço, salió de noche de su casa y fuese a la de aquel pobre
hidalgo. Buscava cómo ponerlo en parte que viniesse a sus manos sin saberse quién se lo dava.
Vido a la claridad de la luna una ventana entre- abierta
| del aposento donde dormía, echó por allí
el oro y fuese a su casa. El otro, despertando y viendo aquella bendición de Dios, ni sabía si era
embuste del demonio o enredo de algún su enemigo. Al cabo, visto que era oro, quitados otros
temores, ignorando el bienhechor dio a Dios las gracias por ello, no sin lágrimas que derramó de
sus ojos.
-Mejor -dize-, Señor, lo avéis Vós hecho comigo que yo quería hazerlo con Vos. Yo tratava
de ofenderos y Vós avéisme hecho misericordia, y tal, que me obligáis a que antes pierda mil vezes
la vida que os ofenda, y del passado propósito me pesa y os pido humilmente perdón.
Parecióle con aquel oro remediar una de sus hijas, y assí lo hizo, que la casó conforme a su
estado, de que Nicolás recibió particular contento y propuso en sí de darle con qué casasse las otras
dos. Púsole de la misma forma otra vez la misma cantidad de oro que de primero, con que casó la
segunda hija. Y, casada, desseando el buen hombre saber quién era su bienhechor y a quién devía
tanto, estava sobre vela esperando si viniesse otra vez, pues le quedava la tercera hija por casar. No
se engañó, que el santo vino, echó la moneda, y ívase. Salió a él con presteza y alcançóle. Derribóse
a sus pies, vesándoselos, diziendo:
-¿Por qué, Nicolás, os encubrís de mí? ¿Por qué no queréis que reconozca a quien tanto
devo? Vós me avéis redemido mi necessidad, vós me avéis librado del Infierno la alma, y el cuerpo,
de afrenta. Si Dios no moviera vuestro coraçón a que hiziérades lo que avéis hecho, yo y mis hijas,
afrentados, necesitados y desventurados viviéramos en esta vida, para baxar después a la desventura,
necesssidad y afrenta irremediable del Infierno.
Esto dezía el buen viejo no cessando de derramar lágrimas, ni vesarle los pies. Sintió mucho
Nicolás el ser descubierto lo que tanto quería encubrir. Pidióle en pago de lo que por él avía hecho
que lo callasse. Mas fue en vano, porque /(242v)/
todo el tiempo que vivió fue pregonero suyo,
contando esta obra que hizo por él. Es de la
Vida de San Nicolás, escrita por Simeón Metafraste, y
por otros.
[6] San Paulino, que después fue obispo de Nola y antes era casado, siendo muy limosnero, pidiéndole
limosna un pobre, dixo a su muger que le diesse algún pan. Ella replicó que no avía sino uno en
casa.
-Dádselo -dixo Paulino-, que Dios nos proveerá.
No quiso hazerlo. Vino la hora del comer. Llegaron a dezirle unos marineros que le traían
ciertas barcas de trigo y vino presentadas, y que se avian detenido por razón que una se les avía
hundido. Estava la muger delante. Díxole:
-¿Veis, señora, cómo por el pan que dexastes de dar al pobre, avéis perdido una barca cargada
de trigo?
Refiérelo Surio, tomo tercero.
[7] Gran derecho tiene en este Discurso
que se haga dél mención particular San Juan Elemosinario,
pues las muchas limosnas que hazía le dieron nombre. Entre otras cosas que dél se escriven fue una,
que mandó dar una vez a cierto ciudadano a quien avían robado los ladrones quinze libras de oro, y
el mayordomo que lo avía de dar, pareciéndole grande cuantía, dio solamente cinco libras. Embióle
luego cierta señora rica al santo varón una cédula, con que cobrasse de su hazienda para pobres
cinco libras de oro. Vínose a descubrir después, por preguntárselo el mismo santo al que recibió la
limosna, lo que le avían dado. Llamó al mayordomo y reprehendióle porque no avía dado lo que le
mandó que diesse. Y para confundirle, mostróle la cédula de la limosna que aquella señora le hazía,
que era la misma cuantidad que él avía dado;
-Y si más dieras, entiende -dize- que más embiara.
Habló a la misma señora estando presente el mayordomo, y rogóle que le dixesse si tuvo
siempre intento de darle cinco libras de oro. Ella, algo turbada, respondió:
-Sabed, padre, que yo avía escrito quinze libras, y no sé cómo hallé borrado quinze y pues-
to | cinco, y creyendo ser aquella la voluntad de Dios, no embié más.
Cuando fue hecho obispo en Alexandría, avía solamente siete iglesias de católicos, y cuando
murió llegavan a setenta. Edificó también muchos hospitales, unos en que se curassen pobres
enfermos, otros en que se recogiessen peregrinos. Y hizo otro de mugeres pobres, que, estando
preñadas y teniendo poco regalo en sus casas para sus partos, allí le tuviessen. Ni se olvidó de hazer
otro recogimiento de clérigos pobres, adonde se les diese casa, cama y sustento conveniente. Todo
esto proveía el Santo Pontífice amplíssimamente, sin las particulares limosnas que hazía, porque
nunca se halló que fuesse persona necesitada a él, que no bolviesse consolada y remediada en todo
o en parte. Embiava algunas vezes a sus mayordomos por la ciudad, y dezíales:
-Poned por memoria todos los señores que tengo.
Y dezía esto por los pobres. Y no sólo los llamava señores, sino sus coadiutores en la dignidad,
porque assí como él tenían ellos derecho a la renta y con sus oraciones le ayudavan al govierno de
su iglesia. Vinieron a preguntarle un día los que tenían a cargo de repartir sus limosnas si darían
algo a unas mugeres que llegavan a demandar y traían joyas de oro, como collares y sortijas. Él les
dixo:
-Yo no os embío a que examinéis los pobres si lo son, sino a que deis a todos los que os
demandaren. Y tened fe, como yo la tengo, en Jesucristo, que si todos los pobres del mundo viniessen
a Alexandría, que para todos avría limosna.
Vídose un tiempo en grave necessidad por aver ocurrido muchos pobres a Alexandría,
bolviendo de una captividad de Persia, aviendo en aquella sazón saqueado Rasmizo, capitán de
Cosdras, la santa ciudad de Jerusalem y llevado della muchos captivos. No se hallava para remediar
tanta necessidad. Ofrecíale un hombre poderoso ciento y cincuenta libras de oro y muchos millares
de medidas de trigo /(243r)/ porque le ordenasse diácono, el cual estava impedido para recebir
orden sacro por aver sido casado dos vezes. El santo, aunque su necessidad era grande, no lo
recibió, sino que le reprehendió, amenazándole no viniesse sobre él el castigo con que San Pedro
amenaçó a Simón Mago, que le ofrecía dinero porque se le diesse a él el poder para que decendiesse
el Espíritu Santo sobre quien pusiesse sus manos, como le tenían los Apóstoles. Luego que dio esta
respuesta, llegaron al puerto dos navíos de su iglesia cargados de trigo que venían de Sicilia, con
que se remedió aquella necessidad.
[8] San Silvestre Papa tenía en un libro los nombres de todos los pobres de Roma, viudas y huérfanos,
y todos los días leía la lista, y por ella les iva dando limosna, acordándose de aquel dicho de Santigo
en su Canónica, capítulo primero: «Religión limpia y sin mácula es acerca de Dios visitar huérfanos
y viudas en su tribulación, y guardarse sin pecado en este mundo». Refiérelo Juan Gerson.
[9] En el monasterio llamado Escopulo, del abad Teodosio, era costumbre dar en limosna a pobres
el Jueves de la Cena cierta cuantidad de trigo. Vino un año estéril, y llegando el día de aquella
limosna, algunos monges dixeron al abad que avía sucedido a Teodosio:
-No quieras, padre, que este año se haga la limosna acostumbrada, porque vendrá a faltar a
la congregación.
Respondióles el abad:
-No quebrantemos, hijos, tan santa costumbre. Mirad que fue ordenación de nuestro padre
santíssimo Teodosio. Él alcançará de Dios que no nos falte, que cuidado grande tiene de nosotros.
Los monges perseveraron en su parecer y sentencia, diziendo:
-Fáltanos a nosotros, ¿qué podemos dar a los estraños?
El abad, muy triste, dixo:
-Andad y despedid a los pobres, y hazed vuestra voluntad.
Y assí fue, que aquel año faltó la limosna del día santo del Jueves de la Cena. Sucedió
| desde a poco que quien tenía a cargo los graneros fue a visitarlos y requerirlos, y halló todo el trigo
nacido, por lo cual les fue necessario echarlo en el mar, porque no dañasse el aire el mal olor. Visto
esto por el abad, dixo a los monges:
-El que menosprecia los mandatos de los superiores merece padecer pena semejante. Éste
es el fruto de la inobediencia. Advertid que avíamos de dar quinientas medidas de trigo y
cumpliéramos con la obediencia de Teodosio, nuestro padre, consoláramos a nuestros hermanos,
los pobres, y avemos perdido cerca de cinco mil medidas de trigo. Mirad, hijos, la ganancia que
avemos hecho y el daño que incurrimos. Hizimos dos males: uno, que traspassamos el mandato de
nuestro padre Teodosio, y otro, que faltamos en la esperança contra Dios y confiávamos en nuestro
graneros. Y de aquí podemos quedar avisados que Dios es el que dispone todo lo tocante al govierno
del universo, y que nuestro padre Teodosio, en el Cielo donde está, tiene de nosotros, sus hijos,
cuidado.
Es del Prado Espiritual, capítulo ochenta y cinco.
[10] Estava agraviada y quexosa del emperador de Constantinopla, Zenón, una afligida muger, por
razón de una hija suya. Ivase de ordinario a cierto templo de la Madre de Dios de aquella ciudad y
hazía oración con lágrimas, y dezía, entre otras cosas, más con sentimiento natural que con razón y
piedad:
-Sacratíssima Virgen que pariste a Dios, véngame de Zenón Emperador.
Repetía esta palabra cada día por mucho tiempo. Apareciósele la misma Virgen un día, y
díxole:
-Créeme, muger, que diversas vezes he querido darte vengança de esse hombre, mas sus
manos me impiden.
Dixo esto la Madre de Dios porque el emperador Zenón era muy limosnero, y sus limosnas
impedían que no fuesse luego castigado si hizo algún mal hecho. Es del
Prado Espiritual, capítulo ciento y setenta y cinco.
/(243v)/
[11] El abad Juan Eunuco vivió ochenta años en hábito monástico. Era, más que puede encarecerse,
limosnero, porque no sólo los hombres participavan de sus limosnas, sino también los animales
brutos. Cuanto tenía qué dar y le faltavan pobres que lo recibiessen, andava por las celdas del
contorno y a todos los perros que hallava dava algo que comiessen. Proveídos los perros, iva a los
hormigueros, y si las hormigas eran chicas, echávales un puño de harina, y si grandes, trigo. Sobre
los texados de las ermitas derramava algunas semillas que comiessen aves. Vino a morir, y no se
halló en toda su celda puerta ni ventana, no tabla, no vela, ni cosa alguna, sino la tierra dura, porque
todo lo avía repartido a pobres. Dezíase deste mismo abad Juan, que viniendo a él un labrador a que
le prestasse una moneda de oro, que valía veinte y cuatro de plata, significándole que tenía della
grande necessidad y que se la bolvería dentro de un mes, como no la tuviesse, ni jamás se hallasse
oro en su poder, pidióla prestada a otro abad y diola al labrador. Passaron dos años y no la bolvía. El
abad la pidió al eunuco Juan, y él dixo que no la tenía, porque el otro le avía faltado la palabra, mas
que le mandasse lo que quisiesse, que él recompensaría la deuda.
-Quiero -dixo el otro abad- que vengas a mi presencia cada día y hagas treinta vezes oración
de rodillas por mí, y descontarse ha un real al día.
Aceptólo y cumpliólo de buena gana, y assí, en veinte y cuatro días quedó pagada la deuda.
Lo dicho es del Prado Espiritual, capítulo ciento y ochenta y cuatro.
[12] En la ciudad de Nínive estava una muger cristiana, grande sierva de Dios, cuyo marido era
gentil y idólatra, y tenían de hazienda en dinero cincuenta ducados. Habló el marido un día con la
muger, y díxole:
-Paréceme, hermana, que será bien dar esse poco de
| dinero que tenemos a cambio, porque se nos va gastando, y assí podremos tenerlo en pie y sacar algún provecho.
La buena muger le respondió:
-Si te agrada dar esse dinero a cambio, démoslo al Dios de los cristianos, que nos dará
mayor ganancia que ningún cambiador o logrero, y aventajaremos más, que con Él será el trato
lícito, y con logreros y cambiadores es ilícito, haziendo concierto de recebir por prestar el dinero
más dinero.
-¿Y dónde está el Dios de los cristianos -preguntó el marido-, para que se lo demos?
-Yo te le mostraré -replicó ella-, y sin duda que si a Él se le diere, que lo bolverá doblado.
-Vamos, pues -añadió él-, y démosselo.
Los dos fueron, guiando la devota muger, a la iglesia de los cristianos, en cuya puerta
estavan muchos pobres. Mostrólos al marido, y díxole:
-Dándolo a éstos, lo recibe a su cuenta el Dios de los cristianos.
Diole crédito el marido, y con grande contento repartió entre los pobres todo el dinero.
Bolvieron a su casa, y passados tres meses, aviendo gastado la provissión que tenían en casa, dixo
el marido:
-Hermana, mucho temo que nos ha de faltar el Dios de los cristianos en lo que dixiste que
nos daría, y que nos avemos de ver en grande necessidad.
La muger, con mucha fe, dixo:
-No pongas duda en esso. Ve a donde distribuiste el dinero y verás lo que passa.
Fue a la iglesia, y miró en una parte y en otra, y no vido a quién pedir su deuda, aunque los
pobres estavan allí, a quien dio el dinero. Hallóse confuso, no sabiendo qué partido tomar. Miró al
suelo y vido una moneda de las que avia distribuido a los pobres. Tomóla y bolvió a su casa. Habló
a su muger, y díxole:
-Créeme, hermana, que yo fui a la iglesia y que no vi al Dios de los cristianos ni hallé a
quien hablar sobre la deuda. Solamente en el suelo hallé esta moneda, en la parte donde yo la
distribuí.
La muger admirable respondió:
-Pues, aunque no le viste, porque es invisible, Él te dio essa moneda. Ve, señor, y compra
/(244r)/ algo que comamos oy, que Él nos proveerá para adelante.
Fue a la plaça y compró pan y vino, y un pece. Trúxole a la muger, y ella, abriéndole, halló
en el buche una piedra preciosa de hermosura estraña, aunque no conoció lo que era. Guardóla, y
bolviendo el marido a casa, mostrósela, diziendo:
-Esta piedra hallé dentro del pece.
Él se admiró de verla, sin entender su valor. Comieron ambos, y acabada la comida, dixo el
marido a la muger:
-Dame la piedra y llevaréla a vender, que será possible nos den algo por ella.
Tomóla y fue a un lapidario rico y que entendía bien en aquella arte. Mostróle la piedra y
díxole si quería comprarla. El lapidario, como la vido, quedó contentíssimo della, porque entendió
su valor. Preguntóle qué pedía por ella, y respondió:
-Mas, vós, ¿qué me daréis?
El lapidario dixo:
-Daros he por ella diez ducados.
Pensó el otro que se burlava, y dixo:
-Entiendo que burláis de mí.
Pensó el lapidario que lo dezía porque le dava poco, y añadió:
-Pues también os daré veinte, y aun treinta ducados.
Más se afirmava el que truxo la piedra que le dezía aquello el lapidario burlándose dél, y
díxole:
-Todavía creo que os burláis.
Entendíale mal el lapidario, y era todo ordenado por Dios, de modo que vino a dezirle que
le daría por ella ultimadamente trezientos ducados, los cuales le contó en buena moneda, y el otro
los recibió muy contento y con ellos bolvió a su muger, dándole cuenta de todo. La cual, aviendo
creído que cuando mucho le dieran por la piedra diez reales, quedó contentíssima, y dando gracias
a la inmensa bondad de Dios, habló al marido y díxole:
-Ya puedes ver cuál sea el Dios de los cristianos, cuán bueno, cuán agradecido y cuán rico.
Considera que no sólo te bolvió los cincuenta ducados que tú le diste, sino en poco tiempo, por
cincuenta te dio trezientos, seis por cada uno. Entiende que no ay otro Dios en el Cielo ni en la
Tierra, sino que sólo Él es Dios.
Visto por el gentil tan manifiesto milagro y enten- diendo
| ser verdad lo que su muger dezía, se tornó cristiano y glorificó a Cristo, Salvador Nuestro, con el Padre y con el Espíritu Santo,
dando gracias a su prudentíssima muger, por la cual avía venido en conocimiento de la verdad
católica. Es del Prado Espiritual, capítulo ciento y ochenta y cinco.
[13] Fue a Constantinopla un santo ermitaño a cierto negocio, y entrando a hazer oración en la
iglesia, juntósele un ciudadano ilustre, fiel y muy rico. Rogóle que le refiriesse alguna doctrina
provechosa para su alma. El ermitaño le dixo:
-Dios suele dar abundantemente bienes espirituales a los que por su amor distribuyen a
pobres bienes temporales.
El seglar le respondió:
-Bien dizes, padre, porque bienaventurado es el que pone su esperança en Dios y en sólo Él
confía. Yo fui hijo de un hombre generoso y de sangre ilustre, muy rico y muy limosnero. Llamóme
cierto día y mostróme sus riquezas, diziendo:
-Hijo mío, ¿qué te será más agradable, que te dexe todo este tesoro, o a Cristo por tu curador?
Yo le respondí que más quería a Cristo, porque las riquezas son oy y faltan mañana, mas
Cristo permanece para siempre. Oyendo esto mi padre, con mayor libertad distribuía a pobres su
hazienda, de modo que viniendo a morir, fue poco lo que me dexó, y assí por esto me vi pobre,
aunque procuré humillarme siempre, teniendo mi esperança en Cristo, a Quien me dexó encargado.
Vivía también en esta ciudad un hombre noble y riquíssimo. Tenía muger fiel y temerosa de Dios,
y avíales nacido una hija, única heredera de su hazienda. La cual, estando en edad de casar, habló la
madre con su marido y díxole:
-Sólo tenemos esta hija, y para ella grandes bienes, como, señor, vees. Si la casamos con
algún hombre poderoso y que sea de ruines costumbres, afligirála siempre. Por tanto, si te parece,
busquemos un hombre humilde y temeroso de Dios, que la ame y trate cristianamente. El marido
res- pondió: /(244v)/
-Muy bien dizes, señora. Ve a la iglesia y ponte en oración, y al que primero vieres que entra
en ella cree que es el esposo que para nuestra hija tiene Dios señalado.
Hízolo assí la devota muger. Estava orando, y entré yo en la iglesia. Embióme a llamar con
un criado suyo, y preguntóme quién y de dónde era. Respondíla que en esta ciudad nací, y nombréla
mi padre. Ella dixo:
-¿Quién? ¿Aquel gran limosnero?
Yo dixe:
-Ésse mismo.
Preguntóme si era casado. Respondí que no, y contéle el orden y sucesso que tuvo mi padre
en dar sus riquezas por Dios y en dexarme encomendado a su Magestad. Oyendo ella esto, glorificó
a Dios y dixo:
-Advierte que tu buen curador te embía muger y dinero para que uses de uno y otro, con
temor del mismo Dios.
Con esto me casó con su hija y entregó grandes riquezas. Yo ruego a Dios que siga hasta la
muerte las pisadas de mi padre.
Lo dicho se refiere en el Prado Espiritual
, capítulo dozientos y uno.
[14] Bonifacio, obispo ferentino en Italia, era grande limosnero. Estava convidado un día que se
celebrava fiesta del mártir San Próculo en casa de un varón noble, llamado Fortunato, y al tiempo
que se iva a assentar a la messa llegó un hombre con una mona y una campanilla, con que hazía
juegos y monerías, y se llevava la limosna que se devía dar a pobres. Indignóse el siervo de Dios
Bonifacio, oyendo el sonido de la campanilla y viendo los juguetes de la mona, y assí dixo:
-Ay, desventurado de ti, hombre, y qué cerca está tu muerte. Denle algo, por caridad.
Diéronle pan y vino, y al salir de la casa cayó una grande piedra que le dio en la cabeça, y a
otro día murió. Tenía en su casa el santo obispo Bonifacio un sobrino llamado Constancio, que era
su arcediano, el cual, desseando aver el obispado después de la muerte del tío vendió una mula que
tenía y guardó el precio en una arca, para repartir en aquella ocasión a los que podían faborecerle en
semejante caso. Y estan- do | ausente, como viniessen muchos pobres a pedir limosna al tío y no
tuviesse qué darles, estava muy afligido. Sabía de aquel dinero que tenía el sobrino, fue a la arca
donde estava y quebrantó la cerradura. Tomó el dinero y repartiólo a pobres. Buelto el sobrino
Constancio, y vista su arca abierta y que faltava el dinero, dava bozes como loco y dezía:
-Todos viven en esta casa. Yo sólo muero en ella.
Llegó el obispo a las bozes, y juntóse otra gente, y queriendo aplacar al sobrino con blandas
palabras, él, que entendió el caso, mucho más levantava el grito, y descomidiéndose con el tío dezía
con palabras furiosas y injuriosas:
-Todos viven contigo. Yo solo muero. Buélveme mi dinero, si no, apellidaré Cielo y suelo.
El santo obispo fue a una iglesia de la Madre de Dios, y puesto de rodillas hizo oración
devotíssima a la Virgen, pidiéndole con qué mitigasse la ira de su sobrino. Baxó los ojos y vido
sobre su vestido, entre los dos braços, el dinero que avía tomado al sobrino, y estava nuevo, como
si se acabara de sacar del cuño. Dio las gracias a esta Señora y bolvió a su casa. Arrojó el dinero al
sobrino, diziéndole:
-Toma lo que tenías guardado, mas asegúrote que aunque yo muera no serás obispo en esta
iglesia, por tu grande avaricia.
Y assí sucedió, que en el mismo cargo de arcediano acabó la vida. Lo dicho es de San
Gregorio, en el libro primero de sus Diálogos
, capítulo octavo. Y en el mismo lugar refiere también
deste santo varón Bonifacio cosas maravillosas, como de que recibió a dos godos por huéspedes en
su casa, y a la partida les dio un frasco de vino. Ivan a Rávena, y en todo el camino de ida y vuelta
les duró el vino, beviendo dél cada día. También dize San Gregorio que el ser limosnero Bonifacio
lo tenía de costumbre desde niño, porque, viviendo con su madre, y saliendo fuera de casa, bolvía
ya sin cinto, ya sin túnica, dándolo al que veía que faltava. Reprehendíale la madre, de que siendo
él pobre, diesse lo poco que tenía a po- bres,
/(245r)/ y no bastava para que él dexasse de dar a
todos. Y fue assí, que entró la madre un día donde tenía trigo para todo su año y halló que el hijo
avía distribuido a pobres grande parte dello. Afligióse de muerte, hería su rostro con las manos
pareciéndole que le faltaría la vida faltándole el sustento. Llegó Bonifacio al instante, y queriendo
consolarla, ella mostrava más desconsolarse viéndole y oyéndole, sabiendo que avía él hecho el
daño. Apartóse el santo moço a una parte escondida y tuvo oración algún tanto. Levantóse della y
llevó a su madre al silo, y vídole lleno de trigo. Visto por ella el milagro, consolóse, alabó a Dios y
persuadía en adelante al hijo que no cessassen sus limosnas, pues tenía a Dios tan propicio, que
luego que le pedía concedía su petición y demanda. Concluye San Gregorio de Bonifacio diziendo
que criava su madre gallinas, y que una zorra se las llevava cada día. Vídola uno dellos Bonifacio,
entró en cierta iglesia, hizo oración, y hablando con Nuestro Señor, dixo:
-¿Y tendréis por bien, Dios mío, que la zorra se lleve las gallinas de mi madre, y que yo ni
aun los huebos coma dellas?
Levantóse de la oración y vido venir a la zorra, y delante dél dexó la gallina, y ella se cayó
muerta.
[15] Un hombre rico de heredades era muy limosnero, y en especial guardava grande justicia en
pagar el diezmo de su cosecha, dándolo a tiempo cabal y sin que se lo pidiessen. Llegada la cosecha,
un año hizo averiguación de lo que podía coger, lo que devía de diezmo y lo que podía dar a pobres.
Mas, queriendo Dios probarle y darle a merecer, vino a perderse por granizo y piedra, de modo que
solamente le quedó lo que a su parecer avía juzgado que devía de diezmo. Cogiólo y embiólo a la
iglesia, diziendo:
-Lo que era mío me quitó Dios, pues yo no le quitaré su parte. Llévese y dése a sus sacerdotes
y ministros.
Desde a pocos días passó por las heredades deste limosnero un hermano suyo sacerdote, y
vídolas fertilíssimas de | ubas. Hablóle y díxole:
-¿No publicávades que se avían apedreado vuestras viñas? ¿Cómo no se echa de ver en
ella?
Admiróse el otro de oír esto y fue a ver si era assí. Y halló más cosecha que ningún otro año
avía tenido. De la cual se aprovechó alabando a Dios, Nuestro Señor, y prosiguiendo en sus santas
obras y limosnas. Es del Promptuario de exemplos.
[16] Grande exemplo de piedad fue el Papa San Gregorio antes que tuviesse el Pontificado y siendo
abad en un monasterio del orden de San Benedicto. Vino a pedirle limosna cierto hombre que dezía
aver padecido naufragio. Mandóle dar seis monedas de plata. Bolvió desde a poco, y pidiendo
limosna, diéronle otras seis monedas. No passaron muchas horas que tornó lamentándose y diziendo
que lo que le avían dado era poco para darle a comer a la gente que traía en el navío. Mandávale dar
más limosna San Gregorio, y el despensero dixo con enojo que no quedava cosa de plata en el
convento, sino un pequeño vaso. Pidióle el santo y diósele al pobre. Tenía por costumbre también
de combidar cierto día doze pobres, en honra de los Doze Apóstoles de Cristo. Entró a verlos comer
y contándolos halló treze. Mostró pena, y significólo al que los avía llamado, el cual afirmava que
solos doze avía traído. Y contándolos ambos, vino a que San Gregorio veía uno entre los demás y el
otro no le veía. Éste se mostrava ya viejo, ya de poca edad, haziendo diversas vislumbres de su
rostro. Acabóse la comida y San Gregoio se llegó a aquél, y, apartándole de los otros le hizo algunas
preguntas, y respondióle que era ángel y no hombre, y que él fue quien le pidió limosna en figura de
hombre que avía padecido naufragio, a quien dio el vaso de plata. Declaróle cómo Dios le avía
escogido para que rigiesse su Iglesia y fuesse Sumo Pontífice después de Pelagio, y dicho esto,
desapareció, quedando más contento San Gregorio de aver hos- pedado
/(245v)/ a su mesa ángeles, que con la promessa que le hazía del Pontificado, que antes le resistió cuanto le fue possible. Mas,
puesto en él, crecieron con la mayor possibilidad las limosnas, de manera que por ser largas las que
hazía en monasterios, se multiplicava y crecía el número de los monges, a los que vivían en soledad
les eran menos graves por su ocasión los incómodos del desierto, a los solitarios de Siria y a los que
vivían en el monte Sinaí, con su solicitud y cuidado gozavan de los regalos de Roma, viéndolos
venir a sus escondidas cuevas por orden de San Gregorio. Lo dicho se colige de sus
Diálogos, libro segundo, capí tulo veinte y tres, y de Juan Diácono, en su
Vida, libro segundo, capítulo veinte y tres,
y veinte y cuatro.
[17] Saba Monge, como recibiesse a San Hilarión con tres mil monges que le acompañavan en su
viña, y les diesse licencia que la vendimiassen y comiessen cuanto les diesse gusto, como lo hizieron,
parecía que la viña quedava perdida, y fue al contrario, porque en otros años solía dar cien cántaras
de vino, y aquél dio trezientas. Refiérese en la
Vida de San Hilarión.
[18] San Gregorio Turonense escrive en su
Historia de un viejo mendicante, que en un puerto de
mar pidió limosna a ciertos marineros, y no dándosela, pidióla al patrón de un navío que estavan
cargando y se quería hazer a la vela. Y como no hiziessen caso dél, y se la pidiesse más vezes, el
patrón, enojado con él, díxole:
-Vete de aí, viejo caduco, que no ay en el navío otra cosa sino piedras.
El pobre replicó:
-Pues dizes que todo lo que ay en tu navío es piedras, yo ruego a Dios que todo se te
convierta en piedras.
Y al mismo punto, cuanto avía en el navío que fuesse de comer se convirtió en piedras. Y
afirma San Gregorio Turonense que él vido algunos dátiles y azeitunas de las que estavan en el
navío hechas piedras, y aunque no perdieron el color ni hechura que tenían de primero, mas estavan
duras y hechas mármol. Viendo esto el pa- trón,
| muy apenado por aver despedido al pobre ásperamente, anduvo a buscarle y no pudo hallarle. Lo cual visto por él, embió a todas las ciudades
de Francia de aquellas cosas que se avían convertido en piedras, para que las viessen y tomassen
exemplo en no despedir a los pobres con mala gracia, ni ser escasos con ellos.
[19] San Germán, obispo altisiodorense, predicando en cierta ciudad de Francia, ofreciéronle un
día tres pieças de oro. Diolas él a su capellán, y pidiéndole limosna algunos pobres, mandólas dar
todas tres. Dezía el capellán:
-¿Y de qué comeremos nosotros?
-Dios proveerá -respondió el santo obispo.
Con todo esso, no quiso dar sino las dos, y quedóse con la otra. A poco tiempo vinieron a él
ciertos cavalleros y ofreciéronle dozientos ducados. Él dixo a su capellán:
-Tómalos, que por aver guardado uno pierdes aora ciento, que trezientos te dieran éstos.
El mismo santo, siendo viejo, andava en un asnillo, y estando en Rávena, combidóle la
emperatriz Plácida a comer. Fue allá, dexó su asnillo a la puerta, y estando comiendo dixeron a la
emperatriz que el asnillo se avía muerto de repente. Ella replicó:
-Echenle al campo, y pongan en su lugar un cavallo.
Salió el santo, y no viendo su asnillo, preguntó por él, y sabido el caso, pidió que le llevassen
a donde le avían echado. Fue allá y hablóle, diziendo:
-Levántate, bestezuela, y buélveme a donde me truxiste, que no te durará mucho este trabajo.
Levantóse el asnillo, subió en él, y passados algunos días murió el santo y también el asnillo.
Refiérelo San Antonio de Florencia, en su
Segunda Parte Historial.
[20] Viniendo a pedir limosna al abad Isaac una cuadrilla de pobres desnudos, y que los vistiesse
por amor de Dios, él llamó en secreto a un monge y mandóle que subiesse a un monte cercano al
monasterio, y que dentro de un roble hallaría algunos vestidos, que se los truxesse. Hízolo assí,
truxo los vestidos, y el abad los repartió a los pobres, y conocieron ellos que eran los suyos propios,
que avían dexado allí de /(246r)/
concierto porque se los diesse, y fuéronse aver gonçados. Dízelo
San Antonio de Florencia, en su Tercera Parte Historial.
[21] En cierto monasterio de monges del Orden de San Benedicto estava un abad muy limosnero, y
para mejor llevar adelante sus intentos y hazer bien a pobres, puso todos los oficiales de casa a su
modo, y tanto cuanto más crecían sus limosnas, tanto más crecían los bienes y rentas del convento.
Vino a morir el abad y eligieron otro de contraria condición, avariento y sin caridad. Mudó los
oficios y diolos a personas miserables y codiciosas. Hazíales pláticas, y todas se fundavan en
mezquindad y que ahorrassen, diziendo:
-Conviene, hermanos, que moderemos los gastos y expensas del convento, porque si en
nuestros sembrados cayere granizo y piedra, y si los tiempos se encarecieren, tengamos para el
gasto de casa y para hazer algunas limosnas. Porque si al contrario sucede, ni avrá para limosnas ni
para el gasto de casa.
Con esto encubría su avaricia y desterró del convento la hospitalidad, negando las ordinarias
limosnas que se solían hazer a pobres. Y faltando la caridad, vino a faltar la renta del monasterio, y
en poco tiempo se vieron en tanta pobreza que no tenían qué comer. Sucedió que vino un día a la
portería cierto varón de edad y presencia venerable, y pidió al portero le hospedasse. El portero lo
hizo, aunque con temor y escondidamente, y teniéndole en la hospedería, díxole:
-No os maravilléis, señor, en ver que os recibo y regalo no como vós merecéis, porque la
necessidad que padecemos es la causa. Yo vi este monasterio en tiempo que si viniera a él un obispo
con mucha casa y criados, fuera recebido y regalado alta y magníficamente, y aora a un solo huésped
se nos haze de mal, por lo poco que podemos.
A esto dixo el venerable viejo:
-La causa os quiero dezir de vuestra pobreza, porque no la alcançáis. Sabed que echaron
deste monasterio dos mon- ges, | de los cuales el uno se llama «Dad», y el otro, «Daros han». Si no
procuráis que buelvan al convento, nunca tendréis más de lo que de presente tenéis.
Diziendo esto, desapareció de los ojos del portero, quedando muy admirado y se entendió
que era algún ángel del Cielo, que quiso avisar al abad y monges de la causa de su daño. El portero
era lego, sin letras, hombre senzillo. Tomó en la memoria los nombres de los dos monges y fue a su
abad y convento, y refirióles el caso como avía passado. Cayeron en la cuenta de su daño, començaron
de lo poco que tenían a dar limosna, y poco a poco bolvió el monasterio a dar lo que solía y a tener
lo que solía. Lo dicho es del Promptuario de exemplos.
[22] Predicando cierto obispo entre saracenos, convirtiéronse algunos, y entre otros un rico y
hazendado, el cual, teniendo mayor noticia del
Evangelio y oyendo al obispo que le dezía lo que en
él se refiere, que por uno que se dé al pobre da Dios ciento, repartió lo que tenía entre personas
necessitadas, y murióse. Dexó tres hijos, y quedando pobres, llamaron al obispo delante de uno de
sus juezes y pusiéronle demanda que por su dicho avía el padre repartido a pobres su hazienda, y
dexándolos sin ella, que cumpliesse con ellos, pues con él no avía cumplido de que recibiría ciento
por uno. El obispo respondió que ya el padre tenía recebida la paga de ciento por uno, y para prueva
dello fueron todos a la sepultura donde estava su cuerpo, y el obispo habló al difunto y le dixo que
en nombre de Jesucristo respondiesse si estava contento y satisfecho de aquella paga. El muerto
respondió, oyéndolo todos, que sí, y que ya con la Vida Eterna avía recebido ciento por uno de lo
que dio. Y para más certificación lo dava firmado de su nombre en una cédula que tenía en su mano.
Apartaron la tierra y pareció la cédula que lo confirmava. Lo dicho es de Arnoldo, y se refiere en el
Promptuario de exemplos.
[23] Un jornalero devoto sustentava muger y hijos con el trabajo de sus
/(246v)/ manos. Levantóse un día muy de mañana y fue al puesto donde se alquilavan los trabajadores, y viendo que aún no
avían llegado los alquiladores, dixo:
-Bien será ir y oír Missa, que lugar ay para todo.
Entró en la iglesia, oyó Missa y rogó a Dios que le diesse con qué sustentasse su familia sin
pecado. Cuando bolvió a la plaça, halló que ya se avían los peones alquilado y no avía quien a él
alquilasse. Quedó muy triste, porque ni tenía qué comer, ni de qué comprarlo. Ivase de allí pensando
qué haría y encontróse con un mercader rico y de grandes negocios. Preguntóle cómo no se avía
alquilado, y diole razón de lo sucedido: que se levantó temprano, que oyó Missa, y que cuando fue
a la plaça no halló quién le alquilasse. El mercader, que le conocía y sabía que era hombre devoto,
díxole:
-Pues buélvete a la iglesia y ten todo el día oración por mí, y yo te daré el jornal como si
trabajaras en el campo. Alegróse desto el trabajador y dixo que assí lo haría. Fue a la iglesia, y con
grande devoción rogó a Dios por aquel rico. A la noche fue por su jornal y diósele, añadiéndole un
pan, con que iva muy alegre el trabajador a su casa. Mas púsosele delante un venerable viejo, en
hábito de obispo, y preguntóle:
-¿Cuánto te dio aquel rico por lo que oy has hecho por él?
Respondió que el jornal ordinario y un pan.
-Buelve a él, y dile que te paga mal, que augmente la paga si no quiere que le suceda peor.
Bolvió al rico el trabajador, y díxole lo que le avía sucedido con aquel venerable obispo.
Añadióle el rico mayor paga, y saliendo bien contento con ella el trabajador, segunda vez el viejo se
le apareció y mandó que bolviesse, y de su parte le dixesse que todavía era poco el premio. Bolvió
al rico, y muy en particular le declaró su figura y traje, y que si no añadía la paga, le vendría mucho
mal. Entendió el rico que era negocio del Cielo, y que algún santo, su abogado, era el que le
embiava con aquel recau- do, | por lo cual, alargando más la mano, le dio una grande cuantía, con
que el trabajador no sólo quedó por algunos días remediado, sino para casi toda la vida. Oyó el rico
una boz a la noche, que le dixo:
-Si el pobre trabajador no rogara por ti, oy murieras y te condenaras.
Quedó el rico lleno de temor, dio gracias a Dios por la merced que le hazía. Enmendó su
vida y restituyó lo que tenía mal ganado, hizo largas limosnas y acabó bien. Refiérese lo dicho en el
Promptuario de exemplos.
[24] Un conde de Campania, aviendo de ir cierto viaje largo, llamó a un hombre pobre y muy siervo
de Dios, a quien acostumbrava dar limosna, y rogóle que cada día hiziesse por él oración y no se
empleasse en otra cosa. Díxole el pobre:
-Ya sabéis, señor, que no tengo de dónde proveer la necessidad de comida y vestido, y que
desto me contento con poco. Procurad que no me falte, que yo no os faltaré en lo que me mandáis.
Dio el conde cargo a dos criados suyos que dexava en su casa para que cada día proveyessen
a aquel pobre, y con esto fue su camino. Los criados tuvieron cuidado del pobre quinze días, y
luego lo olvidaron. Él hizo oración por el conde los quinze días, y como le faltaron de dar el
sustento necessario, ocupóse en buscarle y hizo falta en la oración. Bolvió desde a mucho tiempo el
conde y quísose informar si su pobre era vivo. Dixéronle que sí. Llamóle y díxole:
-¿Qué ha sido, hermano, que te has olvidado de mí? Solos quinze días después que de aquí
partí me fue bien. Después me han sucedido trabajos e infortunios, que no sé cómo buelvo vivo.
Entiendo que solos aquellos quinze días te acordaste de mí.
El pobre confessó la verdad, y que la ocasión era que sólo aquel tiempo le dieron de comer,
y después se ocupava en buscarlo. Enojóse el conde con los dos criados, quitóles el salario que les
dava y echóles de su casa. Passado algún tiempo,
/(247r)/ por ruegos que le hizieron amigos suyos,
vino en que los bolvería a su casa, con condición que primero fuessen al Sumo Pontífice de Roma,
y referido el caso, passassen por la pena que les señalasse. Fueron, y contando el delicto, el Pontífice
escrivió al conde que los recibiesse con que le diessen dos monedas, y no señaló más. El conde,
vista la ambigüedad de la respuesta, tornólos a embiar a que señalasse qué monedas y de qué peso
eran las que avían de dar, y respondió que avían de ser de oro, y tan anchas como la Tierra, y tan
levantadas y gruessas como desde la Tierra al Cielo, porque la oración de que avían privado al
conde es como toda la Tierra y llega hasta el Cielo, y que la satisfación devía igualar el daño para
que la ofensa se perdonasse. Visto por el conde, aviéndoles dado a entender en lo que el Sumo
Pontífice estimava su culpa, que esto era lo que se pretendía con tantas idas y bueltas por el mismo
Papa, y aviéndolos absuelto, bolviólos el conde a su casa y oficio. Es del libro primero
De Apibus, capítulo doze.
[25] El abad Sorano, al tiempo que los longobardos guerreavan a Italia, procurava con mucha
caridad redemir captivos de sus manos, y a los que avían quedado pobres faborecerlos con limosnas,
hasta que, entrando un tropel de ladrones en la iglesia buscando los tesoros que no avía, le dieron la
muerte. En la cual, la tierra tembló, dando a entender que hombre tan piadoso, que muriesse tan
impíamente, era inhumanidad grande, si no fuera porque al premio de piedad se juntasse la corona
de mártir. Dízelo San Gregorio, en el cuarto libro de los
Diálogos, capítulo veinte y dos.
[26] Simón, monge de Egipto, como se usasse en el monasterio donde residía comer una vez al día
sobre tarde, assistía él a la mesa, y la parte que le davan de la comida guardávala, y lo más secreto
que podía la dava a pobres. Ayunava, sin comer cosa alguna los seis días de la sema- na,
| por dar de comer a otros, y no sentía la hambre en todos estos días por darle pena la de los próximos, teniendo
muy en la memoria aquel dicho de David en el Salmo diez y seis
, que dize: «Cuando apareciere tu gloria y me viere en ella, me hartaré». Y tomen de aquí documento los que ayunan, de repartir a
pobres lo que dexan de comer ayunando, porque no parezca que sólo ayunan por ahorrar. Es de
Evagrio, en la Historia Eclesiástica
, libro cuarto, capítulo treinta y tres.
[27] Servulo, pobre y paralítico, como no pudiesse moverse, estava en un carretón en Roma, cerca
de la puerta de San Clemente, pidiendo limosna a los que entravan y salían y sustentándose de lo
que le davan. Si le sobrava algo, repartíalo a pobres, sin cuidado del día de mañana, sino buscando
el Reino de Dios y su justicia. Dízelo San Gregorio, en el libro cuarto de los
Diálogos, capítulo catorze.
[28] Celebrado es San Martín por las limosnas que hizo, como fue, siendo catecúmeno, dar la mitad
de su capa, con la cual se le apareció Jesucristo, para prueva de que él recibía a su cuenta lo que se
haze con el pobre. Después que fue obispo dio a un pobre su túnica, tardando su mayordomo en
traerle una que le diesse, y, traída, el santo la vistió, y por ser pequeña y las mangas cortas, al tiempo
que dixo Missa, levantando el Santíssimo Sacramento corriéronsele las mangas de la alba y parecieron
los braços desnudos, porque la túnica no los cubría, y viéronse ángeles que los cubrieron con joyas
del Cielo, de donde se tomó uso de poner bocas de mangas y redropies en las albas. Es de Severo
Sulpicio, en su Vida.
[29] Serapión Monge, hallándose solamente con una túnica, una capa y un libro donde estavan
escritos los Evangelios, viniendo a pedirle limosna dos pobres, dio al uno la capa, y al otro, la
túnica. Quedó desnudo, y preguntándole quién le avía dexado como estava, mostró el
/(247v)/ libro, y dixo:
-Éste.
Ni quedó contento con esto, que el libro vendió y dio el precio a pobres. Después se vendió
él mismo por dos vezes, repartiendo lo que le davan en limosnas, y la una convirtió a los que le
compraron y le dexaron libre, y después vino a ser abad en Arsinoe, donde avía diez mil monges. Es
del De Vitis Patrum, y refiérelo Marulo.
[30] Tiberio, emperador de Constantinopla, fue grande limosnero, tanto que estava pobre.
Reprehendíale Sofía, su muger, por lo que dava. Él dezía que confiava en Dios, que le avía siempre
de dar qué diesse. Sucedió que vido un día en cierta huerta de su alcáçar y palacio real, en el suelo,
una losa con la Señal de la Cruz. Parecióle que estava allí indecente. Levantóla y vídose otra de la
misma suerte, con otra Cruz. Quitóla también con otra tercera, que assí mismo pareció, debaxo de
la cual halló un grande tesoro, de que tuvo bien que hazer limosnas. Refiérese en la
Historia de Emperadores, y particularmente lo escrive Platina, en la
Vida del Papa Benedicto Primero.
[31] Del glorioso padre de los Predicadores Santo Domingo se lee en su
Vida que, estando estudiando en Palencia y sucediendo hambre, después de aver dado el dinero que tenía a pobres, no perdonó a
sus libros, que por ser persona principal y grande amigo de estudios tenía muchos y de mucho
precio. Vendiéndolos, dio el precio a pobres, anteponiendo al estudio de las letras el de piedad.
[32] Ni es menos digno de loa el bienaventurado padre de pobres Menores, San Francisco, pues
hasta quedar desnudo dio sus vestidos a gente necesitada, sin que cosa alguna negasse a quien por
el nombre de Dios se la pedía. Es de San Buenaventura, en su
Vida.
[33] Marco Marulo escrive de Hosvaldo, rey de Bretaña, que hizo una limosna grande en presencia
de Adriano, obispo indifranense. Asióle la mano, y llegándola a su rostro, dixo:
-Mano tan larga en | dar no debría jamás consumirse.
Fue esto como profecía, porque muchos años después de su muerte, abriendo el sepulcro,
estava el cuerpo del rey consumido del todo, y la mano tan fresca y entera como cuando era vivo.
[34] Judoco, hijo de Retael, rey de la Gran Bretaña, que es Inglaterra, dexando el reino terreno
procuró el Celestial. Passó en Francia, y en París, aviendo estudiado siete años las
Divinas Letras, ordenándose de sacerdote, con un dicípulo suyo que quiso seguirle, llamado Vulmaro, se fue a un
desierto llamado Brahie, cerca de un río, donde edificó una ermita y servía al Señor. Sucedió que un
día, no teniendo para comer él y su dicípulo sino un pan, el Hijo de Dios, Jesucristo, Nuestro Señor,
llegó a él en traje de pobre mendigo y pidióle limosna. Partió el pan Judoco en cuatro partes, y diole
la una. Fuese de allí, y tomando otro diferente disfraz, también de pobre, pidióle limosna, y él le dio
otra parte del pan. Bolvía tercera vez en otra figura, y diole la tercera parte del pan. Cuarta vez tornó
en traje diferente de persona afligida de hambre, y pidiendo un bocado de pan, Judoco dixo a su
dicípulo que le diesse lo que quedava. Él dixo:
-Pues, padre, ¿no queréis que nos quede a nosotros algo?
-Quiero -dixo Judoco- que le des todo lo que nos queda, que poderoso es el Señor para
proveer nuestra necessidad.
Dióselo, y no era bien ido de allí el Señor cuando parecieron en el río, junto a la ermita,
cuatro barcas llenas de provissión, sin saber quién las truxesse ni de dónde venían, y con esto
passaron muchos días. Dízelo el abad Florencio en su
Vida, y refiérelo Surio, tomo séptimo.
[35] Estéfano, rey de Ungría, santíssimo varón, acostumbrava salir de noche solo de su casa con
una bolsa llena de dinero, e ir a buscar a quién darlo. Sucedió que una vez entró en cierto hospital
o casa donde estavan muchos pobres recogidos, y començando a repartirles el dinero,
/(248r)/ cargaron tantos, que no aviendo para todos lo que ellos quisieran, enojados los que recibieron
menos, le asieron de las barbas y se las sacaron a mechones. El santo rey, no indignado por esto,
sino el rostro lleno de risa, se bolvió a su real casa, y entrando en una capilla púsose de rodillas
delante la imagen de Nuestra Señora, y dixo:
-Madre de Dios, Reina del Cielo, pelado me han las barbas. Si hiziessen esto mis enemigos,
con vuestro favor pensara satisfacerme dellos de modo que no quedaran sin castigo. Mas hanlo
hecho soldados de vuestro Soberano Hijo, que son los pobres, por lo cual yo los perdono, y pienso
alcançar premio del que dixo a sus Apóstoles que de sus cabeças ni un pelo se perdería, y que si le
perdiessen en su servicio, por él les daría Cielo.
Es de su Vida, escrita por Cartuicio, y refiérelo Surio, tomo cuarto. Y para que se vea que
tiene Dios cuidado de los limosneros y que el dar limosna les es ahorro de otras muchas costas que
escusan, diré lo que en la misma Vida
se dize deste varón admirable. Murió el emperador Enrico y
sucedióle Conrado. Quiso hazer guerra en Ungría. El santo rey Estéfano, cierto dello, apercibióse
para la defensa, y queriendo salirle al encuentro hizo oración a la Madre de Dios, de quien era muy
devoto, y entre otras cosas dixo:
-Si tienes por bien, Señora de la Vida, que éste tu reino y nueva planta se destruya, a lo
menos no permitas que se eche la culpa a negligencia mía, sino a la voluntad de tu Soberano Hijo y
Dios Mío, que quiere por este medio castigarnos, y si es por pecados míos, páguelo yo y queden
libres mis súbditos.
Esto dicho, fue a buscar al enemigo, mas vínole luego nueva que se avía retirado y dexado
la guerra, por lo cual dio gracias a Dios, y más, siendo sabidor del caso cómo sucedió, que fue
miraculoso, porque yendo los capitanes del emperador marchando a grandes jornadas, llególes
mensajero con cartas de su parte en que les mandava que
| se bolviessen, y, bueltos, como el emperador no huviesse embiado tal recaudo, entendió que Dios favorecía a su siervo, el rey de Ungría, y temió
de le hazer guerra, como no la hizo en todo el tiempo que vivió.
[36] Eduardo, rey de Inglaterra y varón santo, era muy devoto de San Juan Evangelista, y ninguna
cosa que por su amor le pidiessen la negava. Pidióle un día limosna cierto peregrino por aquel
santo, y no teniendo consigo a su camarero, ni moneda que darle, sacó un anillo de oro de su dedo
y dióselo. Ivan después dos ingleses a visitar el Santo Sepulcro a Jerusalem, y tomándoles una
noche en despoblado, fatigáronse mucho. Mas llegó a ellos un viejo venerable y díxoles que le
siguiessen. Hiziéronlo ellos, y en poco espacio los puso en poblado y llevó a una posada, donde les
dio bien a cenar y durmieron lo que de la noche quedava. A la mañana hablóles el viejo, y díxoles:
-Sabed que yo soy el Apóstol y Evangelista de Dios, Juan, y amo tiernamente a vuestro rey,
porque vive casto. Él me dio este anillo, pidiéndole limosna en mi nombre, llevando traje de peregrino.
Bolvédsele y dezidle de mi parte que ya se llega el tiempo de su muerte, que será dentro de seis
meses, y que nos veremos juntos siguiendo al Cordero Inmaculado.
Dicho esto, desapareció el Santo Apóstol. Ellos bolvieron a su tierra y dieron cuenta al rey
de lo que avían visto y oído. Cayó luego enfermo, y después de aver estado algunos días en la cama,
dio su alma a Dios. Es de su Vida, escrita por Alredo, abad cisterciense, y referida por Surio, tomo
primero.
[37] Paula, matrona romana, viuda y de nobilíssimo linaje, fue tan larga en dar limosnas, que la
acusavan y culpavan de pródiga. Ella afirmava que por Dios lo hazía y que tenía desseo de morir
pobre, de suerte que no tuviesse una sávana de que hazer mortaja. Dezía más:
-Si yo tuviere necessidad, hallaré muchos que me saquen della y me favorezcan,
/(248v)/ mas el pobre que me pide a mí limosna, si no le faborezco ni halla otro que lo haga, pediráme Dios
a mí cuenta de su vida si muriere.
Como lo dixo lo hizo, que llegó a última pobreza, y cuanto más fue pobre en la Tierra, más
rica se halló en el Cielo. Dízelo San Hierónimo, en el
Epitafio de la misma Santa Paula.
[38] Santa Isabel de Ungría, aun en vida del marido Lantgravo, por el cuidado que tenía de los
pobres se llamava madre dellos. A los que tenían salud y les faltava comida, embiávasela, a los
afligidos, consolava, visitava enfermos, y a los muertos hazía la costa del entierro. Cuando nacían
hijos a los casados pobres, procurava serles comadre en el Baptismo, y de los hijos que ella tenía
hazía a otros pobres compadres, por tener ocasión de trato y conocimiento, para hazerles bien y
darles limosna. Si le faltava dinero vendía de sus vestidos. Llevavan a enterrar un pobre, descubierto
el rostro. Quitóse ella la toca de su cabeça, y cubriósela. En tiempo de hambre repartió mucho pan
a pobres. Siendo hija del rey de Ungría y muger del conde de Turingia no se desdeñava de hilar,
texer, coser con sus manos, y de lo que ganava hazía limosnas, verificándose en ella lo del capítulo
último de los Proverbios: «Sus manos trabajaron, sus dedos torcieron el huso, su mano abrió al
pobre y sus palmas al necessitado»; que es dezir: «Con el trabajo de sus manos hizo grandes
limosnas». Marulo, libro primero, da por autor desto a Conrado, fraile menor.
[39] Brígida Abadessa salió de su convento para negocios tocantes a él, y hizo cierto viaje con otras
monjas en un carro. Vido algunos hombres que llevavan hazes de leña sobre sus espaldas para
venderlos en la ciudad. Ella decendió del carro con sus monjas, y mandó al que le guiava que en las
mulas llevasse aquella leña y ayudasse a aquellos pobres hombres. Hízose assí, y entretanto, Brígida
y | su gente se estavan en el campo assentadas. Passó por allí un señor principal con mucho
acompañamiento de gente a cavallo, y sabido el caso de la santa abadessa, mandóle dar dos cavallos
que guiassen el carro. Fue Brígida tan piadosa, que la necessidad del próximo antepuso a la suya, y
tuvo tanta esperança, que nunca temió ser desamparada del Señor. Y con esto cebava con óleo la
lámpara, adornando con obras santas el don de virginidad, con que fue admitida al tálamo del
Esposo y celebró las Eternas Bodas que gozó para siempre. Escrívelo Bonifacio Nono, y refiérelo
Surio, tomo cuarto.
[40] Caminando por tierra de Bravancia un monge de Cistel, varón santo y piadoso, como estuviessen
los campos cubiertos de nieve, vido assentado en ella un niño como de edad de tres años,
hermosíssimo por estremo, el cual estava llorando tiernamente. Apeóse el monge de un cavallo en
que iva, tomó en sus braços al niño, y compadeciéndose dél, ayudóle con algunas lágrimas,
preguntándole qué avía. El niño, sin hablar palabra, proseguía su llanto. Tornó a preguntarle el
monge, y dixo:
-¿Dónde está tu madre, niño? ¿Hasla perdido?
Levantó más su sentimiento él, y dixo estas razones:
-¡Ay de mí! ¿Por qué no lloraré? ¿Por qué no derramaré lágrimas? Véome pobre y solo en
esta nieve, no tengo quién me ampare y reciba en su casa.
El monge, abraçando al niño y besándole de ternura, viéndole y oyéndole, dixo:
-Cessa, amado niño, de llorar, que yo te llevaré comigo a donde seas regalado.
Diziendo esto, subió en su cavallo, mas el niño se desapareció de sus braços, porque era
Cristo, Hijo de la Virgen. Conocido del monge, dexóse caer en tierra llorando tiernamente. Llegó a
esta sazón un criado que llevava y hízole subir en el cavallo, y prosiguió su camino. Preguntávale
por qué llorava, y sólo podía pronunciar:
-¡Ay de mi niño hermoso, niño dulcíssimo! ¿Por qué me dexaste? ¿Por qué tan presto te
fuiste?
Porfiándole después sobre el
/(249r)/ caso otro monge, vino a descubrirse contando todo lo
susodicho, y no avía quién pudiesse oír el caso sin derramar lágrimas, considerando que el Hijo
Unico del Padre, y verdadero Dios, Jesucristo, busque en la Tierra hospedaje, y que tenga necessidad
de comida, que padezca frío y se aya la caridad en tanta manera resfriado por crecer la malicia, que
no aya quien le hospede en su coraçón, amándole, le refrigere en su voluntad, conformándola con
la propria, le aliente en su seno con devoción, ni le vista con caridad. Lo dicho es del libro segundo
De Apibus, capítulo primero.
[41] San Bernardino de Sena, antes que entrasse en el Orden de los Menores, muertos sus padres y
estando en casa de Diana, tía suya, siendo de poca edad, guardava parte de su comida, que distribuía
a pobres. Y como un día viniessen a pedir pan los frailes de San Francisco y se escusasse la tía
diziendo que no tenía para cabalmente cumplir con la gente de la casa, Bernardino con grande
instancia le rogó que el pan que a él le avía de dar diesse a los frailes, afirmando que más quería él
padecer hambre, que dexar de librar della a quien la padecía. Es de Surio, en el tomo tercero.
[42] Clemente Cuarto, Sumo Pontífice, fue primero casado y tuvo dos hijas de legítimo matrimonio.
La una entró monja, y diole treinta ducados de dote. A la otra casó con un mancebo su igual, y diole
trezientos ducados, con protestación que si le pedía más en su vida, que no serían amigos. Tenía un
sobrino al cual sus datarios dieron tres canonicatos bien ricos, y sabido por él, mandóle que dexasse
los dos y se quedasse con el uno sólo. Y como algunos amigos suyos le rogassen que no se huviesse
con el sobrino tan rigurosamente, sino que antes le diesse más
| de lo que tenía, respondió:
-No es razón, amigos míos, que tenga yo más respeto a la carne y sangre, que a Jesucristo.
La voluntad de Dios es que los bienes de la Iglesia se gasten en obras pías, y no en hazer ricos a los
parientes. No se puede llamar buen sucessor de San Pedro el que tiene más cuenta con el parentesco
que con Cristo y con lo que deve a cristiano.
Lo dicho es de Platina, en la Vida deste Pontífice.
[43] Siendo preguntado Amedeo, duque de Saboya, de ciertos embaxadores si tenía perros de caça,
respondió que el día siguiente los mostraría. Venido, y siendo hora de comer, llevólos a un corredor
y díxoles que mirassen abaxo, en unas largas mesas, comiendo muchos pobres. Añadió el duque:
-Éstos son los perros que tengo yo, con que pretendo caçar el Reino de los Cielos.
Refiérelo Juan de Mal Lara.
[44] El Papa Pío Quinto desposó una sobrina, hija de su hermano, y diole en dote doze mil ducados,
que para lo que puede y tiene un Sumo Pontífice es tanto como dar un canónigo de dos mil ducados
de renta, cien reales a otra sobrina. Y diziéndole algunos cardenales que era muy poco y nada
aquella dote, y que por lo menos le devía dar cincuenta mil ducados, siendo sobrina de un Papa, por
mucho que le importunaron no le pudieron sacar que añadiesse a los mil, sino solos quinientos,
diziendo que él no era señor, sino administrador de los bienes de la Iglesia, y que no podía con ellos
hazer ricos a sus deudos, sino solamente socorrerles como pobres, y que para una donzella pobre,
aunque fuesse su sobrina, bastava para ponerla en buen estado mil y quinientos ducados, y que no
le hablassen más en ello. Refiérese en su
Vida.
[45] Maravillosos exemplos pueden sacarse del libro que hizo el Padre Maes- tro
/(249v)/ fray Miguel Salón Augustiniano, con mucha erudición y elegancia, de la
Vida de don fray Tomás de Villanueva, arçobispo de Valencia, y en particular en cuanto a la limosna, en que grandemente se
señaló. Y assí solía dezir:
-Otros sientan lo que quisieren, que yo tengo por verdad cierta que nos ha de pedir Dios
cuenta a los obispos y sacerdotes prebendados de la hazienda de la Iglesia, como de encomendada
para distribuir entre pobres, y como de hurtada a su dueño si en otro que en socorrerlos se empleare.
Y añadió una vez, oyéndolo diversas personas:
-Si me hallaren al tiempo de mi muerte un real, no me entierren en sagrado.
Y assí fue, que viéndose enfermo, no sólo mandó repartir lo que de su renta tenía cobrado,
sino que lo ganado y pagado dexó a personas de confiança para que, llegando el término de la paga,
se diesse a pobres. Nunca se negava a persona que le buscasse, ni se enfadava por pobre que le
demandasse. Ni persona alguna vino afligida a él en onze años que fue arçobispo, a quien no
consolasse. Si el desconsuelo era por pobreza, dávale limosna, trigo o dinero, y buena cantidad , y
si era falta de consejo, también aconsejava lo conveniente a alma y cuerpo, por ser grande letrado
y muy avisado. Al principio que tuvo el arçobispado don Tomás, valíale diez y ocho mil ducados.
Tenía de pensión dos mil a don Jorge de Austria, su predecessor, y gastava en su casa y criados
cuatro mil, y dava doze mil a pobres. Llegó a valer la renta treinta mil ducados, y dava cada año
veinte y cuatro mil en limosna. Para los pobres mendicantes que piden de puerta en puerta, guisava
cada día olla particular de carne o pescado, conforme al tiempo, y a cuantos lle- gavan
| a su casa de las onze en adelante les dava pan, una escudilla de potaje con algún poco de carne o pescado, una
vez de vino y un dinero. Eran tantos los que llegavan, que no faltava quien le dixesse que mirasse
que eran muchos dellos holgaçanes, y otros con lo que allí comían ahorravan los dineros que cogían
de puerta en puerta y hazían grangería de la limosna, y que otros llegavan dos vezes, y más
desconociéndose por ser tantos. Nada desto entibiava la caridad del arçobispo, antes respondía que
si avía holgaçanes y gente perdida, esto era a cargo del governador y justicia, y que a él no tocava
sino socorrer la necessidad, y si con lo poco que él les dava ahorravan las demás limosnas o tomavan
dos vezes y le engañavan, que ningún daño le hazían:
-Líbrenos Dios por su misericordia de engañar nosotros a los pobres, que ser engañados
dellos dándoles con coraçón senzillo y en nombre del que por enriquezernos a todos quiso ser
pobre y acabar con tanta pobreza en una Cruz, ésta es la corona del que haze limosna.
Y assí, mirando un día de una fenestra cómo davan la comida a los pobres, vido uno que,
recebida su ración, se passó a la otra parte a recebir otra, y uno de los criados que la repartía,
conociéndole, no quería darle. Él porfiava que no la avía recebido. Embió a mandar que se la
diessen, y después habló con aquel criado, preguntándole por qué no le dava. Y respondió:
-Porque recibió su ración, y con engaño se avía passado a la otra parte a recebirla segunda
vez.
-¿Esso llamas engaño? -dixo el buen perlado-. Poco sabéis de pobres. No os pongáis más en
essas averiguaciones; dexáos engañar dellos, porque esse pobre que pensáis vós que os engaña,
puede ser algún ángel del Cielo que viene a
/(250r)/ provar nuestra caridad y paciencia.
Avisáronle cómo un cavallero a quien él ayudava con quinze escudos cada mes (porque ésta
era la limosna ordinaria que dava a gente noble) jugava algunas vezes, y que por usar mal de la
caridad que le hazía sería bien la perdiesse.
-Esso no haré yo -dixo el buen padre-, porque peor lo haría si no le proveyéssemos. Aora
haze un mal, en tal caso haría muchos.
Y, defendido el ausente, embióle después a llamar y reprehendióle ásperamente,
amenazándole que si no se enmendava le quitaría la limosna, y que mirasse que era hazienda de
pobres lo que dava, y le castigaría Dios con rigor si no le empleava en proveer su casa. Valió tanto
esta corrección, que nunca más vido aquel cavallero el juego, ni se ocupó en cosa que diesse mal
exemplo. Sin las limosnas públicas, dava de secreto a envergonçantes por todas las parroquias de la
ciudad, distribuyendo cada mes por mano de su limosnera dozientos ducados, sin otras cuantías
que dava por su mano a personas particulares que venían a su casa, como cavalleros pobres, mugeres
de honra, y otros que se avían visto en prosperidad. Señaladamente dava a muchos a ciento y
cincuenta ducados al año, a otros, más, y a otros, menos. Tuvo particular cuidado de los niños
expósitos que echavan sus madres, por no poderlos criar, al hospital. Él los criava, y huvo tiempo
que llegava el número a cincuenta, y a las vezes más. Hazía que viniessen a su presencia las amas
que los criavan el primero de cada mes, y si los veía asseados y limpios añadíales mejoras, y si
deslucidos, las corregía sin darles más de salario. De donzellas pobres se compadecía y las socorría
liberalíssimamente, siendo mucha la limosna que hazía para este
| efecto. De ordinario casava cada año de veinte y cinco a treinta, dando a cada una de cincuenta hasta a ochenta ducados, sin lo que
ayudava para otras que no se contentavan con menos. Como fue una, que le pidieron para cama y
otras alhajas de casa veinte ducados. Diolos liberalmente. Supo que se casava con un carpintero;
dixo:
-Pues ¿de qué ha de vivir, si no tiene algún caudal?
Mandóle dar cincuenta, para que con los veinte comprasse madera y trabajasse en su casa.
Diéronle este dinero, y el moço se derribó a sus pies, agradeciendo aquella merced. Él le dixo:
-Dad, hijo, las gracias a Jesucristo, que Él os ha socorrido de su hazienda, que no yo, pues
no es mía.
Para tantas limosnas parecía corta su renta, y en efeto lo era, más visiblemente se lo
multiplicava Dios, como se echó de ver dos vezes: la una que, gastado el trigo, en tiempo de
hambre, de una cámara, la halló llena; y otra, que sacando una bolsa grande llena de dinero, y
perdiéndosele a su limosnero, la tornó a hallar llena dello, donde la avía buscado y no estava. Sin
todo esto, cuanto podía ahorrar el buen arçobispo lo ahorrava, y le pesava que se gastasse en su
comida cosa superflua. Supo que le avía costado a su comprador seis reales una lamprea. Afligióse
mucho, y dezía:
-¡Que coma yo, siendo fraile, lamprea tan cara, y por ventura abrá algún pobre que le falte
una sardina!
Mandó al comprador que bolviesse a la plaça y la vendiesse. El hombre replicó:
-Vuestra señoría ya no es fraile, sino arçobispo, y para un arçobispo no es mucho.
Dixo el buen padre:
-Huélgome que digáis que soy arçobispo, y pésame de oíros que no soy fraile, y mucho más
que no acabéis de entender vós y los de mi casa, diziéndooslo tantas vezes, que assí somos obligados
los /(250v)/ obispos de ahorrar para los pobres, como los padres para los hijos.
Y de aquí resultó que, teniendo dos jubones muy gastados, llamó un oficial a que les echasse
unas mangas, y regateó el precio tanto, que juzgó dél que de mezquino y apocado lo hazía. Tenía
este hombre tres hijas para casar y faltávales la dote. Advirtióle cierto clérigo que fuesse al arçobispo
y que le ayudaría. El otro hazía donaire dello, por tenerle en opinión de avariento, por lo que le
passó con él al remendar los jubones, mas porfióle tanto el clérigo, que él fue y propuso su necessidad.
Conocióle y oyóle con mucho amor. Pidióle su nombre y el de sus hijas, y el del confessor y cura,
a quien llamó y se informó de aquella gente, y, sabido que vivían bien, y tomando su parecer qué
daría a cada hija, el cura dixo que les bastava a treinta ducados.
-Pues, en hora buena, añadió el perlado. Venid vós y su padre mañana, que yo haré un
libramiento de esse dinero.
Vinieron el cura y el padre de las donzellas, y dixo al padre:
-Yo ofrecí ayer a vuestro confessor, que está presente, treinta ducados para cada una de
vuestras hijas, con que se case, y veo que es poco. Pues lo más será necessario para assentar la casa,
serán cincuenta: con los veinte pondrá casa, y lo demás echará en caudal de su oficio, con que
comiencen a trabajar.
Derribóse aquel pobre hombre a sus pies para besárselos viendo tanta liberalidad y
misericordia, mas detúvole el siervo de Dios, y dixo:
-¿Vós no sois el que me adovó unos jubones?
Y como respondiesse que sí, añadió:
-Paréceme que os ofendistes por lo que regateé en ellos, y no tuvistes razón, porque para
poder hazeros esta limosna fue aquello necessario, y no por ahor- rar
| dinero, que ni lo he menester ni se me ha de hallar, con el favor de Dios, a la hora de mi muerte.
Otros casos semejantes le sucedieron al mismo perlado, y fue uno que, subiendo cierto
criado suyo a su aposento a hora extraordinaria con un recaudo de importancia, hallóle que estava
remendando sus calças, y espantado, díxole:
-Monseñor reverentíssimo, con un real las pudiera vuestra señoría mandar remendar, y no
tomar esse trabajo.
-No estáis en lo cierto -respondió él-. Antes esto es mi descanso, porque esse real será
bueno para un pobre.
Era muy fácil la entrada de su aposento, y acertó otra vez a entrar un hombre que le venía a
pedir limosna, y hallóle que se remendava sus hábitos, y bolvióse a salir sin dezirle cosa alguna.
Sospechó lo que era el siervo de Dios. Llamóle y preguntóle por qué se iva sin hablarle. Respondió:
-Ivame porque venía a pedir a vuestra señoría me favoreciesse para ayudar a casar una hija,
y viendo lo que haze, entiendo que está alcançado, y assí no quería darle pesadumbre con mi
demanda.
Díxole el bendito padre:
-Porque me veis remendar mis hábitos, no penséis que estoy alcançado, antes por no estarlo
los remiendo y procuro ahorrar lo que puedo, y assí tengo qué daros a vos y a otros que venís con
semejantes necessidades.
Y, hecha información, le favoreció largamente según su estado. Lo dicho es del Maestro
fray Miguel Salón, en el libro que hizo deste admirable perlado, en la segunda parte, capítulo diez
y seis.
[40] Fray Fernando de Talavera, primer arçobispo de Granada, después que los Reyes Católicos
don Fernando y doña Isabel la ganaron de poder de moros el año de 1492, entre otras virtudes
admirables que tuvo, fue una la /(251r)/ de ser muy limosnero, y assí, sus limosnas de ordinario
eran tantas que si no le ayudaran los mismos reyes y otras personas poderosas, con dos cuentos que
tenía de renta, no era possible cumplirlas, porque sin un monasterio de San Francisco que edificó
en Talavera, su tierra, de ordinario gastava mucho, porque comían a su primera mesa cuarenta o
cincuenta personas, y con la segunda y tercera bien llegava a dozientas, de las cuales las ciento y
cincuenta no tenían de qué comer en otra parte, y sin esto dava raciones ordinarias a pobres
envergonçantes. Si iva por la calle y le pedían limosna, y no se hallava allí su limosnero, dava un
libro que llevava en la mano, y si llegava otro, dávale el bonete, y así se iva descubierto hasta que
el limosnero venía y rescatava de los pobres el bonete, libro, o lo que el arçobispo les avía dado.
Acontecíale visitando las Alpuxarras, llegar a pedirle limosna una muger casi desnuda, y visto por
él que dinero no la remediava de presto, entróse en una casa y desnudóse su túnica, que era de
friseta blanca, y diósela, con que cubrió su desnudez. Iva assí mismo a los hospitales muy de
odinario, y sin asco ni empacho llegava a las camas de los pobres, aunque fuessen llagados, tomávales
el pulso, mirávales la ropa, preguntávales la salud, y informávase de la disposición de su enfermedad,
proveyéndoles a todo. A otros enfermos que visitava en sus proprias casa, si eran pobres, favorecía
secretamente, dexándoles dinero debaxo de las almohadas con que se curassen y sustentasse. Por
dos vezes hizo almoneda de la hazienda que tenía en casa, fuera de las camas de sus criados, y
repartía el precio a pobres en tiempo de hambre. Y la una de- llas
| vendió cierta plata que tenía en
su capilla para lo mismo, y compróla el Marqués de Mondéjar por veinte mil maravedís, y embióle
el dinero y la plata. Y como los pobres creciessen, tornóla a vender otra vez, y compróla el mismo
señor, tornándosela a embiar. El arçobispo, agradeciendo su magnificencia, dixo en el púlpito:
-Piensa el señor marqués que ha de poder más que yo; dos vezes me ha comprado la plata de
mi capilla, y tantas me la ha tornado a embiar. Pues esté cierto su señoría que si cien vezes me la
compra y buelve, tantas tornaré a venderla, porque en tiempo de necessidad no ha de estar la plata
ociosa en mi casa.
Tenía dos mulas en su cavalleriza, una suya y otra del capellán que llevava su Cruz, y servía
de todo lo necessario a la despensa y cozina, y también las vendió para dar a pobres, y tres años que
vivió después anduvo a pie, aunque huviesse de ir a lo más lexos de la ciudad. Pesávale mucho de
que se desperdiciasse en su casa lo que era de provecho. Acaescióle pedir de bever a un paje, y
trúxole doblado de lo que avía menester. Mandóle que bolviesse la mitad dello. El paje se apartó a
un cabo y derramó lo que le pareció, y cuando bolvió a dar la copa al arçobispo, díxole:
-Aora torna esso allá, que lo que derramaste era lo que yo avía de bever.
Mirava en estas menudencias el que era larguíssimo con los pobres, y era lo uno medio para
hazer lo otro. Poníase a la puerta de la iglesia los días de fiesta, cuando se acavavan los oficios, a
pedir para pobres envergonçantes con una tassa, y si veía que alguno dava más por su respecto,
bolvíale parte dello, diziendo:
-Lo que a otro diérades, basta que deis a mí.
Y assí, a nadie era molesto y a muchos, provechoso, que les dava con aquella limosna que
comiessen to- da /(251v)/ la semana. Era muy enemigo de vagamundos, y si veía pedir limosna a
los que le parecía estar sanos, si dezían que no lo estavan, mandava que los viessen médicos, y
hallados sanos, acomodávalos en alguna obra, y si no querían trabajar, hazíalos echar de la ciudad.
Y por ver a los ciegos que tenían fuerças y se andavan mendigando, dávale pena. Pensó en ello, y
un domingo, predicando, dixo con tanto plazer como si se huviera hallado un tesoro:
-Contento estoy, porque esta noche he pensado en qué se pueden ocupar los ciegos para que
no anden vagamundos, y hallo que pueden sonar los fuelles a los herreros, o menar en los tornos,
que para esto no son menester ojos, sino manos y fuerças, como algunos dellos tienen.
Y diziendo esto, proveyó que cualquiera ciego, estando sano de los otros miembros, fuesse
llevado donde huviesse fraguas o tornos, y el que no quisiesse, saliesse de Granada, con pena de
açotes a los rebeldes. Y en poco tiempo, ningún ciego pareció en la ciudad. Tenía costumbre el
arçobispo, la Cuaresma, Adviento, y algunas vísperas de fiesta, assentarse en confessionario público,
y confessava a todos los que llegavan, y desto resultavan muchos provechos: uno, que por ser
grande letrado, los que tenían sus consciencias amarañadas quedavan con su parecer remediados y
consolados. También allí le avisavan secretamente de cosas que él después remediava, y sin esto,
descubriánsele necessidades gravíssimas, y proveíalo, teniendo papel y tinta. Y a uno le librava
paño para vestirse, a otro, trigo, y a otro, dinero con que casava la hija, de modo que cuantos venían
a él bolvían consolados en alma y cuerpo. Las Cuaresmas recogía en un apartado de su casa las
mugeres públicas pecado- ras, | y hazíales dar de comer, y que cada día oyessen Missa. Predicávales
diversas vezes, y dezíales que el demonio se servía dellas como de azemilas, en que llevava almas
al Infierno, el cargo que tenían de los que por su causa perdían la Gloria, la deshonra en que vivían,
las enfermedades en que caían, y la pena eterna que en la otra vida esperavan. Con esta batería que
el arçobispo les dava venían muchas a convertirse, y él las ponía en remedio, y se vieron después
muchas dellas vivir casadas, como si nunca huvieran sido pecadoras públicas. Refiérese lo dicho en
su Vida, que está en la Tercera Parte del
Flos Sanctorum, colegida de las Crónicas de San Hierónimo
, de cuyo Orden fue, y de otras partes.
[47] Juan de Dios, el de Granada, puede bien enriquezer este
Discurso de Limosna, pues fue su continuo exercicio desde que Dios tocó su coraçón, para que se empleasse en su servicio. Pondránse
algunos exemplos particulares suyos, dexando otros para otras ocasiones. Al principio de su
conversión, estando en Granada, por algunos días tuvo exercicio que traía hazes de leña a la plaça,
vendíalos y sustentávase del precio, y lo que sobrava dava a pobres. Habló con algunas personas
devotas, y con su calor alquiló una casa, donde recogía pobres desamparados, enfermos y tullidos
que hallava, y luego salíó con una espuerta grande en el hombro, y iva dando bozes, diziendo:
-¿Quién haze bien para sí mismo? ¿Hazéis bien por amor de Dios, hermanos míos en
Jesucristo?
A los principios iva de noche, y algunas vezes, lloviendo, y en tiempo que estavan las
gentes recogidas en sus casas, por lo cual salían maravillados a las puertas y ventanas a oír la nueva
ma- nera /(252r)/ de pedir, por tener boz lastimosa, junto con la virtud que el Señor le dava, que
parecía que entrava las entrañas de todos. Allegávase a esto el verle flaco y maltratado, y la autoridad
de su vida, la cual movía mucho. De suerte que todos salían con sus limosnas y se las davan con
mucho amor y voluntad, los unos, dineros, otros, panes o pedaços dello, y otros, lo que les sobrava
de sus mesas. Con esto bolvía a sus pobres, y en llegando, dezía:
-Dios os salve, hermanos; rogad al Señor por quien bien os haze.
Y repartía lo que traía entre todos. Iva cada día ganando crédito con personas principales y
ricas, visto que no sólo recogía peregrinos y desamparados, como al principio, sino que tenía
assentadas camas, y enfermos que se curavan en ellas, y assí le davan y fiavan cualquiera cosa que
avía menester para los pobres. A nadie cerrava las puertas de su caridad, por donde venían a él todo
género de pobres y necessitados, a que los socorriesse, como biudas, huérfanos, pleiteantes, soldados
perdidos, labradores pobres, y a todos socorría conforme a la necessidad que tenían, no embiando
alguno desconsolado. Ni se contentava con emplearse en esto, sino que también tuvo cuidado de
buscar pobres envergonçantes donzellas. Recogidas, y casadas que se vieron con hazienda y se
hallavan perdidas, dávales remedio, y él mismo comprava el pan, y la carne, carbón, y todo lo
necessario para que estuviessen encerradas y evitassen algunos peligros. También les buscava seda
de casa de los mercaderes, lana y lino, que hilassen. Iva los viernes a la casa pública, y dezía tales
razones a aquellas perdidas mugeres, sacando un Crucifixo que llevava consigo, con que algunas se
com- pungían | y movían a penitencia. Si tenían deudas, pagávaselas, y llevávalas a su hospital, y
hazíalas confessar generalmente, y poníalas después en la enfermería, donde estavan curándose
otras mugeres que avían tenido el mismo trato, para que viessen el pago que dava el mundo y la
ganancia que sacavan las que perseveravan en aquel oficio, porque unas tenían podridas las cabeças,
de donde les sacavan huessos, otras estavan llagadas, a las cuales curavan con cauterios de fuego,
o con agudas navajas, cortándolas pedaços de su cuerpo, quedando feas y abominables. Aquí
procurava entender la voluntad de cada una, a qué se inclinava, porque algunas, favorecidas de
Dios, quisieron emplearse en perpetua penitencia, y a éstas llevó al monasterio de las Recogidas.
Otras, que veía inclinadas a casarse, les buscava dotes y maridos, y las casava, y déstas fueron
muchas; tanto que, en una ida que hizo a la Corte, con lo que de allí truxo se casaron diez y seis, y
muchas aprovaron bien, viviendo en adelante honesta y castamente. Para verse la caridad deste
hombre era buena prueva entrar en su hospital, donde se hallavan enfermos de todos géneros de
enfermedades, hombres y mugeres, sin desechar alguno de calenturas, bubas, llagados, tullidos,
incurables, heridos, desamparados, niños tiñosos, y otros que le echavan a la puerta y los hazía
criar, locos y simples, sin los envergonçantes que mantenía en sus casas. Su gasto era tan grande,
que ya no bastava la limosna que recogía en Granada, ni empeñarse en trezientos y cuatrozientos
ducados, no faltando quien se los prestasse, y assí salía por la Andalusía y pedía a algunos señores,
como fue al duque de Sesa, /(252v)/ que diversas le desempeñó, y, sin esto, le dava las Pascuas del
año camisas y calçado para todos sus pobres. Y como aun esto no bastasse, acordó de ir a la Corte,
que estava a la sazón en Valladolid, y por orden del Conde de Tendilla, que tenía dél noticia, habló
con el rey don Filipe, que a la sazón era príncipe, y le dio buena limosna, y lo mismo sus hermanas,
las infantas. Túvole en su casa el tiempo que residió en la Corte, dándole de comer y todo lo
necessario, con mucha caridad y amor, doña María de Mendoça, muger del Comendador Mayor,
don Francisco de los Cobos, con darle grandes limosnas para pobres envergonçantes, y él lo hazía
tan bien, que casi tenía ya en aquella villa tantas casas de pobres que visitar y dar de comer como en
Granada. Algunas personas que le conocían y veían distribuir y dar limosnas en Valladolid, dezíanle:
-Hermano Juan de Dios, ¿por qué no guardáis los dineros para vuestros pobres de Granada?
Él respondió:
-Darlo aquí o en Granada, todo es hazer bien por Dios, que está en todo lugar.
Passados nueve meses que estuvo en la Corte, bolvió a Granada con ciertas cédulas de
limosnas que doña María de Mendoça y el Marqués de Mondejar, y otros señores, le dieron para
pagar lo que devía y mantener los pobres, y fue mucho lo que hizo con lo que truxo de la Corte,
remediando necessidades que halló de nuevo, casando mugeres convertidas y pagando deudas viejas.
Vido una vez muerto uno de sus pobres envergonçantes en su propria casa, y no teniendo a la sazón
con qué hazerle enterrar, habló con un hombre rico que vivía allí cerca y pidióle que remediasse
aquella falta. El otro se escusó que no
| podía, ni tenía qué darle. Fue Juan de Dios y cargóse del
muerto, y trúxole a su casa, y dixo:
-Tanta obligación tenéis vós para enterrarle como yo. Yo no tengó de qué, vós, que tenéis,
enterradle.
Con esto se iva y dexava allí el muerto. Mas el rico, muy confuso, le rogó que se le llevasse
de allí, ofreciendo de dar toda la costa del entierro, como lo hizo. Lo dicho se refiere en su
Vida, escrita por Francisco de Castro, rector del Hospital de Granada, que fundó el mismo Juan de Dios,
y hallarse ha en la Tercera Parte del Flos Sanctorum.
[48] Melchor de Hiebra, fraile de los Menores, residiendo en el monasterio de San Juan de los
Reyes, donde yo le traté en Toledo, era grande su caridad con personas pobres y necessitadas,
haziéndoles limosna del modo que podía. Dezía todos los días Missa bien de mañana, y luego salía
a buscar pobres, o para confessarlos, o para darles limosna, y siempre hallava quien le aguardasse,
porque, con licencia de sus perlados, hizo en su celda una alhacena, y en ella, de lo que sus devotos
le embiavan, y otra gente rica, que no era poco, tenía panes y pedaços de tocino, y quesos, y desto
proveía a personas envergonçantes. Y acaescía venirle a buscar algún hombre seglar o clérigo, que
quien le viera creyera que era sobre negocio de govierno de mucha casa y familia, y apurado el
caso, venía a que le diesse con qué no muriesse aquel día de hambre. Y destos tenía muchos, que de
ordinario los proveía, y nunca le faltava qué darles, por donde nadie iva dél desconsolado. Lo dicho
se refiere en su Vida, que se hallará en la Tercera Parte del
Flos Sanctorum, colegida de diversas relaciones fidedignas.
/(253r)/
[49] Derecho grande tiene de que se haga mención en este
Discurso de Limosna un grande limosnero de Toledo, mi patria, que conocía yo y traté diversas vezes, y en el tiempo que vivió no se hallará
hombre de cuenta en la ciudad que no afirmará ser verdad lo que dél diré, por ser todo público, ni
pobre que no recibiesse dél, una vez que otra, limosna. Éste fue Alonso Dávila y Oviedo. Su trato
era el mismo que el de su padre y hermanos, de mercader bien allanado por pareceres de letrados,
con quien era su conversación ordinaria, especialmente con los Padres de la Compañía de Jesús,
que no poco participaron de sus limosnas al tiempo que vinieron a Toledo a sentar casa, andando de
unas partes en otras, hasta que, últimamente, de San Bernardino passaron a San Ilefonso, que era
casa de los Condes de Orgaz, donde hizieron assiento. Nunca quiso casarse. Frecuentava los
Sacramentos, rezava en la iglesia mucho y con particular devoción. Los sábados hazía dezir Missa
de Nuestra Señora, cantada en la Iglesia Parroquial de San Román, donde estavan sus padres
enterrados y después se enterró él. Acavada la Missa, dava limosna a diversas personas
envergonçantes que le estavan esperando para recebirla, y no era poco lo que cada uno llevava,
porque en las señales de agradecimiento davan dello muestra. Iva luego, como oía Missa, cada día
a la cárcel real, donde era su trato ordinario, y allí hazía largas limosnas a unos y a otros, sin dar
lugar a que alguno passasse todo el día sin comer. Solicitava pleitos de particulares, y si eran
deudas pagava las que podía, según su possibilidad. Padecíase en el verano grande tra- bajo
| por falta de agua; a su costa hizo un algibe pequeño, y tenía cuidado de que estuviesse proveído de agua
a su costa, y a ciertas horas davan agua fresca a los presos. También les hazía otra buena obra todos
los viernes, que llevava predicadores que les predicassen aquel día, y alguna vez hize yo este
sermón, y acabado, dava de almorçar a todos los presos pobres. Cuando se juntavan algunos para ir
a galeras, que, haziendo passo por esta ciudad los condenados al remo en Madrid y Valladolid,
llegavan a las vezes a número de ochenta y ciento, era ver la diligencia del buen Alonso de Dávila
en hazerlos confessar, en aliñarles los vestidos y, al tiempo de la partida, dar a cada uno un par de
çapatos, llevándolos debaxo el braço algunos, por tener otros razonables en los pies. Dávales aquel
día de comer, y real o algo más a cada uno, y assí, no poco conocimiento se tenía en las galeras de
Alonso Dávila, el de Toledo. Certificóme una persona de crédito, y que le conversava mucho, que
diversas vezes en la cárcel limpiava a los pobres los alimalejos que les hazen guerra y se crían en
sus vestidos, y que sobre cosa semejante y limosna que les dava, cierto preso sobervio y endiablado
le dio una bofetada, y que no hizo él más sentimiento que si no lo huviera con él. Nunca le vido
hombre el rostro airado, ni le oyó juramento, ni palabra descompuesta. Era alto de cuerpo, membrudo,
el rostro ancho y de pocas barbas. Traía un vestido de buen paño negro algo largo y llano. Murió de
sesenta ños, en el de 1587. Está sepultado en la Parroquial de San Román, a la parte de la tribuna,
debaxo del Altar de Nuestra Señora.
Fin del Discurso de Limosna. /(253v)/