Melanie Klein en Buenos Aires. Comienzos y desarrollos.
R. Horacio Etchegoyen.
Samuel Zysman.
Resumen
En
las primeras décadas del siglo XX Freud era conocido y citado por una
elite de mentes ilustradas de América Latina. En los años
cuarenta convergen en Buenos Aires analistas exiliados de Europa con un grupo
local de pioneros y fundan en 1942
A
partir de entonces el análisis creció fuertemente, ocupando
espacio en hospitales, universidades y la cultura toda. La situación
socioeconómica de esa época ayudaba considerablemente a este
fenómeno, que siempre llamó la atención a sus
observadores.
Este
trabajo estudia especialmente la influencia de las ideas kleinianas en los
primeros treinta años de este desarrollo. Los aportes originales de los
pensadores locales constituyen un acervo intelectual de vigencia perdurable,
que justifica referirse a una "escuela psicoanalítica
argentina".
En
los años setenta, la sociedad argentina y el psicoanálisis
atraviesan cambios profundos y complejos. Palidece el brillo de Melanie Klein y
toma impulso la enseñanza de Lacan.
En
el momento actual los kleinianos de Buenos Aires siguen trabajando, mientras
que su relación con los lacanianos y otros grupos teóricos se ha
hecho más serena. Se hizo posible, así, una discusión
más respetuosa, orientada a las diferencias estrictamente
científicas.
A
más de cien años de su creación por Freud, el
psicoanálisis tiene hoy el reconocimiento de la comunidad
científica y una gran pregnancia en la cultura. En los primeros
años del siglo XX hubo mentes ilustradas en América Latina, como
José Ingenieros, Aníbal Ponce, Gregorio Bermann, Carlos Alberto
Seguín, Honorio Delgado y Germán Greve, que estudiaron e incluso
utilizaron la obra de Freud[1];
pero fue en 1938 al llegar a Buenos Aires Ángel Garma y Celes Ernesto
Cárcamo , que el psicoanálisis empezó a desarrollarse
sistemáticamente en nuestro medio.
Estos
dos pioneros encontraron un terreno fértil porque Enrique Pichon
Rivière, Arminda Aberastury, Arnaldo Rascovsky, Matilde Wencelblat,
Teodoro Schlossberg, Simón Wencelblat, Luisa Gambier (después
Álvarez de Toledo) y Alberto Tallaferro formaban ya un grupo entusiasta
que estudiaba la obra de Freud (Balán, 1991). También
pertenecieron a este grupo Luis Rascovsky, Flora Scolni y Jorge Weil (Resnik,
2001).
A
fines de 1942, poco después de la llegada de Marie Langer, se
fundó
En
este trabajo nos queremos ocupar de la influencia que tuvo en Buenos Aires la
obra de Melanie Klein, que a mediados del siglo XX era la fuente principal de
inspiración de los psicoanalistas argentinos, y más ampliamente
de toda Latinoamérica. Intentaremos, también, mostrar el contexto
social en que tuvieron lugar los
acontecimientos.
Por
considerarlo más pertinente al objeto de este trabajo decidimos
seleccionar los datos relevantes de las revistas especializadas. Consultamos
también las obras de Jorge Balán (1992), Elsa del Valle Echegaray
(1986, 1999), Hugo Vezetti (1989, 1996), Fidias Cesio (2000), Mariano Ben
Plotkin (2003) y Germán L. García (1980). Nos fueron de gran
utilidad, también, los documentados estudios de Leonardo Wender y sus
colaboradores sobre la historia del psicoanálisis en
Recorriendo
los
psicólogos del yo, de Viena y Norteamérica.
En
el primer número de
En
el nº 3 del volumen 1 aparece Los dinamismos de la epilepsia, un
fundado artículo de Pichon Rivière donde se menciona en
más de una ocasión a Melanie Klein. Pichon considera que ciertos
síntomas epilépticos son transformaciones de los terrores
nocturnos, estudiados exhaustivamente por ella.
En
el nº 4 del mismo volumen aparece la reseña bibliográfica de
The psychoanalysis of children, donde Arminda (
En
los años siguientes asistimos a una expansión de las citas sobre
Klein y su escuela y a un uso creciente de su pensamiento para dar cuenta de
problemas clínicos y teóricos, al compás de la buena
acogida que el psicoanálisis iba logrando en los ambientes cultos de
nuestra ciudad. Una tesis de este escrito es que el desarrollo del
psicoanálisis tuvo que ver con las condiciones imperantes en esa
época en la sociedad porteña, punto que estudia rigurosamente
Vezzetti (1996).
En
el nº 1 del volumen 2 (julio de 1944) aparece un trabajo famoso de
Cárcamo y Marie (Mimi) Langer sobre la esterilidad femenina,
donde se cita a Marie Bonaparte y su concepto del masoquismo femenino y a
Melanie Klein y sus innovadoras ideas del superyó temprano, sin que los
autores adviertan el hondo conflicto teórico entre ambas sobre la
sexualidad femenina.
Cuando
Langer habla poco después de la psicología de la
menstruación (volumen 2, nº 2) en octubre de 1944, apoyada en Jones
y Melanie Klein, no duda en atribuir los sentimientos de culpa de la
niña al sadismo oral que la lleva a atacar en su fantasía al
interior del cuerpo de la madre para despojarlo de hijos y penes. Hay
aquí un viraje notable de Langer hacia las ideas de Klein, especialmente
en lo que se refiere al origen y las consecuencias de la culpa, que se hace
todavía más evidente en sus Notas para el romance de
Doña Alda (volumen 2, nº 4), bello ensayo de análisis
aplicado. Estos trabajos expresan
un interés de Langer que se plasma en un libro perdurable,
Maternidad y sexo (1951).
En
enero de 1946 Garma publica (volumen 3, nº 3) un sesudo trabajo sobre la
melancolía, donde revisa la bibliografía y dedica un
acápite a Klein y a sus ideas sobre la psicogénesis de los
estados maníaco-depresivos, presentadas en el Congreso
Psicoanalítico Internacional de Lucerna de 1934[3]. Garma reconoce la originalidad de las
ideas kleinianas sobre el sadismo y destaca la importancia de los objetos
parciales, que luego convergen en el objeto total (=madre), fuente de la
ambivalencia y el duelo. En su
fecunda trayectoria como investigador y jefe indiscutido del
psicoanálisis de
Si
bien es cierto que Melanie Klein aparece en
En
Algunas correlaciones entre Freud, M. Klein y Fairbairn, Lily y
José Bleger (1962) precisan las diferencias: para Freud, la
relación del impulso con el objeto es contingente, mientras que Klein le
da al objeto un lugar especial, sin abandonar los impulsos como fuerza
originaria e incluyendo decididamente el instinto de muerte. Fairbairn, en cambio, establece la
incompatibilidad entre la psicología del impulso y una psicología
del yo en relación con los objetos, que rechaza la pulsión como
fuerza primaria y, desde luego, descarta la existencia de un instinto de muerte[4].
En
el volumen 5, nº 2, junto a Fairbairn, aparece un nuevo artículo de
Pichon
Rivière
que introduce el recién mencionado concepto de enfermedad
única, muy aceptado por el grupo psicoanalítico inicial. Como
recuerda Resnik (2001), Pichon toma la idea de Griesinger, para quien todo
proceso patológico empieza por un cuadro depresivo. Pichon enriquece el
concepto con instrumentos psicoanalíticos que toma de Freud
(regresión) y de Klein (duelo). La depresión es la enfermedad básica,
de la que derivan las otras, neuróticas y psicóticas. La idea de
enfermedad única (o básica) lleva implícita una
concepción del desarrollo humano que parte de un objeto unitario. Los
mecanismos esquizoides vienen después, como afirmara Racker en su Contribución
al problema de la estratificación psicopatológica (1953), y
Bleger (1961 [1962], 1967) con su idea de una posición
glischrocárica previa a la posición esquizoparanoide,
según lo expone en Modalidades de la relación objetal,
presentado en el Simposio de 1961 y es el tercer capítulo de Simbiosis
y ambigüedad (1967).
En
este punto puede advertirse un enfoque original de los autores argentinos,
divergente de la teoría del desarrollo de Klein, para quien el yo (o
self) está dividido al comienzo.
En
el año 1948, volumen 6, nº 1, traducido por Bella (Beba)
Fridman, la primera secretaria ejecutiva de
En
el volumen 7 (1949 y 50), figuran en los números 3 y 4 otras dos
contribuciones
trascendentes para la teoría kleiniana: El duelo y su relación
con los estados maníaco-depresivos (Klein, 1935), ya citado por
Garma; y el gran clásico de Susan Isaacs, Naturaleza y función
de la fantasía (1948), centro de intensos debates durante las
famosas Controversies en
En
ese mismo volumen, aparecen varios escritos de analistas locales: Aspectos
de la interpretación en el psicoanálisis de niños, de
Betty Garma (nº 2), al que volveremos; El mito del niño asado,
de Langer (nº 3) ; y El juego de construir casas (nº 3) y Fobia
a los globos en una niña de once meses (nº 4), ambos de Arminda
Aberastury, que ya estaba iniciando su liderazgo en el psicoanálisis de
niños, que culmina en su libro Teoría y técnica del
psicoanálisis de niños de 1962. Un artículo de
Marialzira Perestrello, que había venido de Río de Janeiro a
formarse en Buenos Aires con su marido, Danilo, sobre un caso de esquizofrenia
infantil, también en el número 4, muestra la influencia de Klein
en los jóvenes analistas de aquella época (Perestrello, 1950).
El Congreso de Zurich
A
mediados de 1949 se realizó en Zurich el XVI Congreso
Psicoanalítico Internacional, el primero después de
El
lazo con Melanie Klein dejó una poderosa impronta en el análisis
porteño. Los viajes a
Londres, así como las invitaciones a analistas kleinianos para venir a
Buenos Aires a supervisar y dar seminarios, pasaron a constituir una costumbre
que aún perdura. Mencionaremos entre otras las visitas de Hanna Segal en
1954 y 1958, Bion en 1968, Meltzer varias veces a partir de 1965, Rosenfeld y
Betty Joseph (dos veces); y la de Esther Bick a Montevideo.
A
partir de ese momento, y por casi dos décadas más, el pensamiento
psicoanalítico argentino, siempre inquieto y abierto, conoció la
época de mayor vigencia
de
la teoría kleiniana. En esos
momentos inaugurales los analistas que estaban iniciando el análisis de
niños disponían solamente de los libros de Anna Freud y Melanie
Klein, junto con los trabajos de Sophie Morgenstern, que aparecieron en
A
comienzo de los años cincuenta se había programado un viaje a
Niños
en análisis (Betty Garma, 1992)[8],
se refiere a los años que estamos comentando y es un documento valioso
porque nos introduce al mundo psicoanalítico de mediados del siglo XX.
Ya hemos mencionado Aspectos de la interpretación en el
psicoanálisis de niños, que se incorporó como un
capítulo de este libro. Allí expone su técnica con
niños y señala las diferencias del abordaje en primera infancia,
en período de latencia y en la pubertad, ilustradas con rico material
clínico. La autora sigue básicamente los enfoques de Klein, si
bien considera sugerencias de Anna Freud, del libro de técnica de Fenichel
(1941) y de Richard Sterba.
En
el capítulo "La escuela argentina" y en el siguiente, "El
impacto y la influencia de Melanie Klein en mi quehacer
psicoanalítico", asistimos a su encuentro con Arminda Aberastury y
al comienzo de una larga colaboración. Betty Garma no vacila en
reconocerle a Aberastury el papel de líder del análisis de
niños en nuestro medio y considera que fue la que introdujo en Argentina
las ideas kleinianas.
Coincide
en este punto con la nota recordatoria de
En
1942, entra en análisis con Garma y empieza a leer a Melanie Klein, con quien
se puso en contacto epistolar en 1946 y supervisó en Londres en 1951. De
acuerdo con Susana Lustig, Arminda fue la que introdujo el pensamiento de Klein
en
De
todos modos, no cabe duda de que el análisis de niños y de
psicóticos impulsados por los Pichon Rivière impregnaban el
pensamiento psicoanalítico argentino en la mitad del siglo XX y se
expandían en todas direcciones. Los analistas de
También
Alberto Campo se analizó con Paula Heimann y regresó a Buenos
Aires a mediados de los cincuenta luego de trabajar con Serge Lebovici y Jean
Piaget. Fue jefe del Servicio de
Psicopatología del Hospital de Niños, muy próximo a
Florencio Escardó y Mauricio Goldenberg; y, con su particular
consistencia, marcó el rumbo para muchos analistas de niños.
Entre
los que iban a supervisar a Londres en esos años hay que mencionar a
Langer, Racker, Liberman, los Grinberg y muchos otros; como Benito y Sheila
López, en los sesenta. Allí conocieron a Etchegoyen en 1966, que
se estaba reanalizando con Donald Meltzer.
Salomón
Resnik, discípulo de Pichon Rivière, se fue a Londres en 1957, y
allí se analizó con Herbert Rosenfeld muchos años. De
Londres pasó a París, donde actualmente reside, trabaja y
enseña a un grupo calificado de discípulos, que se extiende
también a Italia.
Simposio sobre Melanie
Klein
A
sugerencia de Garma, se decidió dedicar el Simposio de
Cesio
presentó La disociación y el letargo en la reacción
terapéutica negativa, un tema que desarrolló en otros
trabajos a lo largo de su vida. El letargo es una singular reacción
transferencial y contratransferencial, que Cesio remite al psiquismo fetal
estudiado por Rascovsky y que marca un particular desarrollo del proceso
psicoanalítico.
Merecen
citarse, también, el trabajo de Willy Baranger Aspectos
problemáticos de la teoría de los objetos en la obra de Melanie
Klein; el de Mom, Consideraciones sobre el concepto de fobia en
relación con algunos aspectos de la obra de Melanie Klein, una
investigación en que Mom persistirá muchos años; y el de
Grinberg, Duelo por el yo y sentimiento de identidad. Liberman
presentó Forma y contenido de las seis fantasías inconscientes
del pecho perseguidor y su repercusión en los diferentes estadios
evolutivos y Bleger Modalidades de la relación objetal,
amén del ya citado trabajo en colaboración con su esposa. Se
encontraban en ciernes la obra de Liberman sobre la reinterpretación de
la psicopatología con la ayuda de las teorías de la libido y la
comunicación, y la de Bleger, que culmina en su idea de la simbiosis y
la posición glischro-cárica (1964), influida por la idea de la
enfermedad única, así como su concepto de parte psicótica
de la personalidad, afín a la de Bion (1957), que se publica en la Revista
Uruguaya de 1964 y es el capítulo cuatro del libro de 1967. También se insinúa el
trayecto que habrá de recorrer Willy Baranger, uno de los mejores
exégetas de Klein, hasta volcarse a una revisión ligada a las
ideas de Lacan, que comienza en los años setenta.
El
trabajo de Grinberg sobre el duelo y la identidad anuncia el fecundo recorrido
de uno de los psicoanalistas más creativos de la Argentina, que culmina
en Culpa y depresión (1963) y Teoría de la
identificación (1976), entre otros trabajos significativos. En el
libro de 1963, partiendo de Klein en un desarrollo muy original, Grinberg
distingue dos tipos de culpa, persecutoria y depresiva, y desarrolla su
concepto de duelo por las partes perdidas del self y de duelo no elaborado. En Teoría
de la identificación, Grinberg estudia el concepto de
identificación en la literatura psicoanalítica a partir de Freud,
con énfasis en la identificación proyectiva de Klein y sus
discípulos (Bion, Rosenfeld, Meltzer) y sus propios aportes (tipos de
identificación proyectiva, contraidentificación proyectiva,
etcétera).
No
menos importantes son otras contribuciones, no todas publicadas: El concepto
de enfermedad única en la obra de Melanie Klein y sus continuadores,
de Pichon Rivière, de lo que ya nos hemos ocupado, y La
posición maníaca y la organización fetal, de Arnaldo
Rascovsky y colaboradores, que resume su original perspectiva del desarrollo
temprano. Un año antes del Simposio, Rascovsky había publicado El
psiquismo fetal (1960), donde sostiene que el niño tiene una vida
psicológica antes de nacer en que el yo aparece como el doble del ello y
ya administra las fantasías filogenéticas descriptas por Freud y
Ferenczi. Esta investigación antecede a las actuales sobre el tema
(Meltzer, Bion, Piontelli, Elizabeth Bianchedi, etcétera) y representa,
pues, un pensamiento de avanzada que se propone como un desarrollo de la
teoría kleiniana.
No
hay que omitir otros escritos dedicados a la clínica, como Aportación
al estudio de la manía en el niño, de Vera Campo, El
aporte de Melanie Klein al análisis didáctico, de Marie
Langer, y Algunos problemas en relación con la enseñanza de la
teoría de la técnica, de Langer, Janine Puget y Eduardo
Teper, centrados en un enfoque kleiniano de los fenómenos del
aprendizaje del psicoanálisis.
Nos
hemos detenido en el Simposio porque -pensamos- nos ubica en una especie de
atalaya desde donde se puede atisbar el pasado con sus esfuerzos fundacionales,
el presente de entonces con sus promisorias producciones y un futuro lleno de
posibilidades que, afortunadamente, pudieron en gran parte concretarse, para
dotar al psicoanálisis argentino de un sorprendente esplendor. Los analistas
argentinos no sabían entonces los intrincados caminos que
seguirían, de ahí en más, nuestra disciplina y nuestro
país.
El Instituto Pichon
Rivière
Recién
recibido, Pichon Rivière ingresó al viejo Hospicio de las
Mercedes y a la Liga de Higiene Mental en 1936 y, a poco andar, empezó
un magisterio memorable, enseñando una psiquiatría
psicoanalítica muy original y rigurosa a un grupo destacado de
discípulos (Liberman, Rolla, Bleger, Racker, Cesio, Zac, Resnik, etcétera).
Cuando lo dejaron cesante en el Hospicio, y con la ayuda de Francisco
Muñoz (don Paco), verdadero mecenas del psicoanálisis
argentino, Pichon fundó en 1949, el Instituto Pichon Rivière,
más conocido como la Clínica de la calle Copérnico o la
pequeña Salpêtrière. Allí trabajaban Willy y
Madeleine Baranger, Luisa G. de Álvarez de Toledo, Alberto Tallaferro,
Jorge Mom, David Liberman, Fidias Cesio, Diego y Gilberta (Gilloux)
Royer de García Reinoso, Danilo y Marialzira Perestrello, José y
Estela Remus Araico, Fortunato Ramírez, Oscar Contreras, Aniceto
Figueras, Ana Kaplan, Marcela Spira y muchos más. Rolla hizo allí
su tránsito de la neurología al psicoanálisis. Etchegoyen
viajaba los sábados desde La Plata, para asistir conmocionado a los cursos.
Las dos secretarias administrativas de la Clínica, Elena Evelson y
Janine Puget, llegaron a ser analistas de gran prestigio. En su libro de 1996,
Vezzetti traza el círculo que va de José Ingenieros a Pichon
Rivière y destaca los originales aportes de Enrique a la psiquiatría,
un tema del que también se ocupan Wender (1995) y Plotkin (2003).
La Revista Uruguaya de
Psicoanálisis
Como
consecuencia lógica del desarrollo que venimos describiendo, un
esclarecido grupo de orientales organizó la Asociación
Psicoanalítica Uruguaya (APU) e invitó a Willy y Madeleine (Madé)
Baranger en 1954, para que se hicieran cargo de su formación. Fue
entonces que se fundó la Revista Uruguaya de Psicoanálisis,
la manifestación más cercana de una tendencia que abarcó a
casi toda América Latina: esto es la influencia del psicoanálisis
porteño en la formación de colegas y la creación de
sociedades psicoanalíticas. Es lo que Cesio (2000) denominó
"la gesta psicoanalítica de América Latina".
El
primer número de la Revista Uruguaya, que apareció en mayo
de 1956, contenía un clásico kleiniano, La importancia de la
formación de símbolos en el desarrollo del yo (Klein, 1930),
y un trabajo de Willy Baranger, Asimilación y encapsulamiento:
estudio de los objetos idealizados. Baranger compara las posturas
teóricas de Freud y de Klein a propósito de la
idealización, la disociación y la ansiedad persecutoria y sus
efectos en la integración del yo como “cáscara del objeto
interno”. Basa su exposición
en un material clínico y se puede advertir el rumbo que seguirá
su investigación: el status metapsicológico del objeto en Klein,
que lo llevará a hablar en su libro de 1971 de la “asamblea de los
ciudadanos del mundo interno”. Los problemas que, a su juicio, introducen
éste y otros conceptos kleinianos, como los de fantasía
inconciente y Edipo temprano, serán temas predominantes de sus
investigaciones posteriores, que lo fueron alejando de la Escuela Inglesa.
La
producción teórica de los Baranger, que permanecieron en
Montevideo cerca de una década, dejó huellas en ambas
márgenes del Plata que, por mucho tiempo, tuvieron un inconfundible
sello kleiniano, sin desconocer sus cambios posteriores. Este número
incluye la felicitación enviada desde Londres por Klein, junto con las
palabras cariñosas de Enrique y Arminda Pichon Rivière, quienes
viajaron especialmente para la presentación.
La
Revista Uruguaya, que pronto cumplirá cincuenta años,
mantuvo siempre un intenso ritmo de producción y reflejó por
mucho tiempo el pensamiento kleiniano. En 1956 (nº 2), Madeleine Baranger
publica Fantasía de enfermedad y desarrollo del insight en el
análisis de un niño, que sigue las teorías y la
técnica kleinianas; Arminda Aberastury publica Detención en el
desarrollo del lenguaje en una niña de 6 años. Es un bello
trabajo que anuncia su gran escrito La dentición, la marcha y el
lenguaje en relación con la posición depresiva (1958), donde
anuda estos tres momentos del desarrollo con el incremento de las angustias
depresivas. En estos años Aberasturi presenta sus originales ideas sobre
la “fase genital previa” y despliega su labor de prevención
y esclarecimiento en odontopediatría. Están también los
escritos de Héctor Garbarino (volumen 3, nº 2/3, 1960) y Mercedes
Freire de Garbarino sobre la clínica kleiniana de las psicosis y el de
Marta Nieto (volumen 4, nº 4) que inicia el análisis de
niños en Montevideo e introduce la importancia clínica del uso
del lenguaje, un signo distintivo del análisis rioplatense.
Tenemos
todavía que citar Mala fe, identidad y omnipotencia, presentado
por Madé Baranger en la APA en 1959 y publicado en la Revista
Uruguaya de 1963 (volumen 5, nº 2/3), que formaba parte del incipiente
interés local por los psicodinamismos de las psicopatías. En La
noción de 'material' y el aspecto temporal prospectivo de la
interpretación (volumen 4, nº 2, 1961/62) Baranger hace una
brillante aplicación clínica del concepto de posición
depresiva, como también en El muerto vivo (volumen 4, nº 4,
1962).
Psicoanálisis y
salud mental
Los
fundadores del psicoanálisis argentino y las generaciones siguientes fueron
personas de amplia cultura y profundos conocimientos psiquiátricos. Sus
aportes a la enseñanza de la salud mental y a la difusión del
psicoanálisis dieron brillo al movimiento psicoanalítico y
repercutieron en la formación médica y psicológica de las décadas
que estamos estudiando.
A
las multitudinarias clases en la Facultad de Medicina asistieron muchos
jóvenes que luego fueron analistas y aprendieron allí las ideas
psicoanalíticas básicas, incluso las de Melanie Klein. Estos
cursos se desarrollaron muchos años, a cargo de Garma, Rascovsky y
Arminda Aberastury (Antonio Barrutia, comunicación personal).
En
esos años, el Instituto de Psicología de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA se transformó en Carrera de
Psicología, durante el rectorado de Risieri Frondizi. Éste y su antecesor, José
Luis Romero, condujeron la Universidad de Buenos Aires en una época de
gloria, que concluyó brutalmente con “La noche de los bastones
largos” durante la ominosa dictadura del General Onganía (1966).
La
Carrera de Psicología finalmente se transformó en Facultad en
1985 (Vezzetti, comunicación personal).
El
psicoanálisis estuvo presente en la Universidad con destacados
profesores como Liberman, Ostrov, Bleger, Garma, Aberastury y otros en Buenos
Aires y también en Rosario, como María Isabel Siquier y Eduardo
Téper. En las universidades de Cuyo y Córdoba se repetía
este proceso también expuesto a las vicisitudes de todo intento
renovador en nuestro país[11].
La
teoría de las relaciones objetales, pues, se enseñaba en las
universidades y se difundía en una revista psiquiátrica de gran
influencia. Esta publicación, que alcanzó prestigio por su
calidad y su contenido, apareció en octubre de 1954 con el nombre de Acta
Neuropsiquiátrica Argentina, fruto de la colaboración de
Guillermo Vidal y Mauricio Goldenberg, que tanto hicieron por la
psiquiatría argentina. Como lo explicara después Vidal,
transcurridos los primeros años, se hizo evidente una bifurcación
en los contenidos de la revista; empezó a predominar lo
psiquiátrico y, así, en 1962, pasó a llamarse Acta
Psiquiátrica y Psicológica de América Latina,
publicación que alcanzaba a todos los países de habla hispana. Acta
conservó a Vidal como director y tuvo como secretario a Carlos
Sluzky, mano derecha de Mauricio Goldenberg en el Policlínico de
Lanús, que después haría una brillante carrera en Palo
Alto, California, aunque alejado de la práctica clínica del
psicoanálisis. En el Servicio de Psicopatología de Mauricio
Goldenberg del Policlínico Gregorio Aráoz Alfaro, de
Lanús, recibieron una formación psiquiátrica pluralista
muchos futuros analistas argentinos.
En
el Consejo Editorial de Acta figuraban analistas kleinianos, hecho que
importa
recordar por la repercusión de su enseñanza a los psiquiatras y
los psicólogos
de
esa época.
José
Bleger, cuyas ideas se publicaban en la misma época en la Revista de
Psicoanálisis y en la Revista Uruguaya aparece con
frecuencia. En el volumen 4, nº 1 (1958), publica La división
esquizoide en psicopatología, donde los conceptos de Klein se
utilizan para dar cuenta de las múltiples formas en que este mecanismo
se manifiesta. Fiel a su ideario
marxista, Bleger estudia la alienación en general y la compara con el
concepto de anomia, introducido por Durkheim. En la alienación, dice
Bleger, el destino de sujeto y objeto es la cosificación, que lleva al
sentimiento de vacío (“sentiment
du vide”), descripto por Janet .
En
el nº 3 del mismo tomo se publica la conferencia “Motivaciones
psicológicas de la superstición y el tabú”, que
León Grinberg ofreció en julio de 1958 al Centro de Estudiantes
de Medicina, a la sazón un hervidero intelectual como parte de la
renovación de los claustros, posterior a la caída del segundo
gobierno peronista.
En
el volumen 6, nº 3-4, 1960, Aberastury expone una síntesis de las
ideas de Klein para el conocimiento de psicólogos y psiquiatras.
También podemos apreciar en ese número trabajos de Abadi,
Taragano, Knobel y Rolla. Nasim Yampey (volumen 8, nº 2, 1962) publica su
recensión del Relato del psicoanálisis de un niño (Klein,
1961), donde afirma que: “Melanie Klein es seguramente, después de
Freud, la más grande figura entre los psicoanalistas”. En el mismo
número aparece Codificación en los análisis de larga
duración, donde Rolla sostiene que “la identificación
proyectiva es el fundamento vectorial de la comunicación”. En 1963
(volumen 9) aparece un artículo de Etchegoyen, Haydée Sicilia,
Estela D’Accurzio y José Antonio Valeros, que estudia los factores
psicológicos y sociales en pediatría, a partir del esquema
teórico de George H. Mead, para relacionarlo con los conceptos de Freud,
Fairbairn y Klein sobre identificación.
El
volumen 13, nº 4 (1967) contiene un homenaje a Pichon Rivière, de
quien dice Vidal que “promovió la investigación
psicosocial, conjugando las nuevas aportaciones de Melanie Klein con el
régimen de trabajo en equipo y el manejo de las técnicas
más modernas de diagnóstico, tratamiento, e
investigación”. Tras sendas contribuciones de Bleger y Ulloa,
escribe Pichon Una nueva problemática de la psiquiatría,
donde sintetiza sus ideas y se basa en Freud, Fairbairn y Klein. La nueva
problemática, enseña Pichon, consiste en promover una espiral
dialéctica frente al conflicto, donde se establece una continuidad
genética sobre la base de síntesis sucesivas, que resuelven las
contradicciones y abren la posibilidad de una nueva lectura de la realidad.
En
el tomo 15 (1969) se dedican dos números a trabajos presentados al
Primer Congreso de Psicopatología Infanto-Juvenil, en gran número
provenientes del célebre Servicio de Psicopatología de
Lanús, dirigido por Mauricio Goldenberg. Se ven las firmas de Aurora
Pérez, Octavio Fernández Mouján, Lea Rivelis de Paz,
Samuel Zysman, Emilce Dio, y Hebe Friedenthal, entre otros, que
acompañaron a destacados invitados extranjeros como Leo Kanner, Leo
Eisenberg, David Zimmerman y Luis Prego Silva, y autores locales como
Aberastury, Lustig de Ferrer y Kaplan. La influencia kleiniana en estas
contribuciones era notable y daba sustento al diálogo entre
psicoanalistas y psiquiatras.
En
el volumen 26, nº 4 (1970), dedicado a Garma, aparecen contribuciones de
Vidal, Aberastury y Carlos Paz. Aberastury señala el uso de Klein por
parte de Garma, y éste, que presenta un trabajo sobre el superyó
y las reacciones maníacas, menciona el artículo de Meltzer Metapsicología
de los estados ciclotímicos (1963).
En
1972 (volumen 18, nº 4), a poco del lamentado fallecimiento de su autor, Acta
publica un perdurable ensayo de Bleger, Esquizofrenia, autismo,
simbiosis, que resume largos años de esfuerzo. Bleger precisa sus
ideas y opone la confusión (descrita por Rosenfeld, basada en la
identificación proyectiva) al sincretismo, remanente de una
organización arcaica de la personalidad, que el malogrado Bleger
llamó simbiosis.
El psicoanálisis y
la sociedad argentina
El
extraordinario desarrollo del psicoanálisis en la Argentina desde fines
de los años cuarenta siempre impresionó a observadores y estudiosos
argentinos y extranjeros. Analistas
de otros países, de visita en el nuestro, no salían de su asombro
al ver la cantidad de pacientes en tratamiento y el elevado numero de
profesionales deseosos de hacer la formación analítica. Hubo
momentos de tanto auge que el psicoanálisis formaba parte de la cultura,
apareciendo en periódicos (como La Nación y La Opinión,
fundada en 1971) y en revistas; se incluía en servicios hospitalarios y,
a partir de fines de los años cincuenta, también en la
enseñanza universitaria.
La
presencia habitual del psicoanálisis en la prensa local puede rastrearse
hasta 1930, cuando el diario Jornada (que aparecía en reemplazo
de Crítica, cerrado por la dictadura del General Uriburu)
incluía regularmente un “consultorio psicoanalítico”
(Hugo Vezzetti, comunicación personal).
La
famosa revista Primera Plana, fundada por Jacobo Timerman, hacía
frecuentes referencias al psicoanálisis y en ella fue columnista Pichon
Rivière en 1966 y 1967. Sus escritos abordaban temas de la cultura y la política
con un enfoque psicoanalítico que gustaba mucho a los lectores, tanto
como las colaboraciones de Florencio Escardó, que introdujo el
psicoanálisis en su inolvidable Servicio del Hospital de Niños y
fue su gran difusor junto a Eva Giberti, entonces su esposa, con la escuela de
padres.
Los
ricos desarrollos del análisis local se sumaban a los que se
producían en el resto del mundo. Como lo hicimos notar al comienzo, nos
parece razonable tratar de establecer las posibles correlaciones entre estos
desarrollos y los cambios sociales, como hicieron también otros autores
(Cucurullo et al, 1982; Vezzetti, 1989, 1996; Plotkin, 2003; Wender et al,
1995).
Ya
dijimos que en la primera mitad del siglo XX hubo entre nosotros mentes
ilustradas a quienes no les eran ajenas las teorías freudianas. Algunos
incluso las mencionan en trabajos de esa época, pero, a decir verdad,
ese estado de cosas era muy distinto a la expansión que vino
después. Sin pretender agotar las explicaciones, parece legítimo
sostener que desde principios de los cuarenta se produjo una confluencia de
factores internos y externos que permitió y sostuvo por varias
décadas un extraordinario crecimiento.
En
las tres primeras décadas del siglo pasado la sociedad argentina
atravesó cambios estructurales, no exentos de violencia, como la
"Semana Trágica", sobre los que se gestó una clase
media culta, con un gran número de profesionales universitarios y un
horizonte económico prometedor. Esa pujante clase media alentaba
proyectos ambiciosos, donde cabía la posibilidad de dedicarse al
psicoanálisis y fundar una asociación psicoanalítica.
Al
mismo tiempo, otras cosas estaban ocurriendo en el mundo. En Europa, tras la
caída de la República de Weimar y el fugaz intento comunista en
Alemania y Hungría, había comenzado el avance del fascismo y del
nazismo. Entonces se inició la diáspora de los analistas de la
Europa continental, que llevaron sus conocimientos a la cercana Gran
Bretaña, a los Estados Unidos y también a la Argentina.
Así llegaron a nuestro país Garma, Langer y Racker, y
también Ludovico (Vico) Rosenthal, futuro traductor al
español de Freud, mientras que Adelaida Koch ya se había
instalado en São Paulo (1936).
Como cuenta Sebreli
(2002), el panorama local en lo que hace a los conflictos ideológicos se
hacía eco de lo que estaba ocurriendo en otros lugares. Hubo
primeramente una pugna entre los argentinos de varias generaciones y los
inmigrantes, que fueron discriminados y perseguidos por sus ideas libertarias,
socialistas o anarquistas, y por ser defensores de la justicia social. Sus
posiciones eran antagónicas con las de las clases dominantes, que se
consideraban patricias y aristocráticas, y coincidían con la
igualmente conservadora Iglesia Católica de la época. Ésa
fue la Argentina de Alejandro Korn, Aníbal Ponce, Manuel Gálvez y
José Ingenieros, como también de Yrigoyen, Alvear, Alfredo
Palacios, Juan B. Justo y su esposa Alicia Moreau, Manuel A. Fresco, el Gral.
Agustín P. Justo, José F. Uriburu y Lisandro de la Torre. El
conocimiento de Freud estaba circunscrito y sólo constituía una
muestra de la formación humanística de una elite progresista.
Después,
el profundo conflicto entre fascismo y antifascismo se extendió y
llegó a cristalizar en una lucha entre los partidarios locales del Eje y
sus oponentes democráticos, lo que significó una serie de
alianzas y contradicciones que replantearon las diferencias anteriores.
En
ese estado de cosas aparece el peronismo, que por supuesto necesita un
estudio
aparte. Intentaremos solamente decir de qué modo nos parece que
influyó en el desarrollo del psicoanálisis.
Después
de ganar las elecciones democráticas de 1946, el peronismo se
instaló como un régimen popular que dio por terminado el fraude
patriótico de la llamada "Década Infame" y
reconoció los derechos de la clase obrera; pero pronto inició la
persecución de los opositores. Entre ellos se contaban los primeros
psicoanalistas locales y, muy importante, quienes llegaron de Europa trayendo
consigo la condición de perseguidos políticos. Por sus características,
en aquel primer gobierno peronista, la persecución ideológica
operaba más a nivel público, como fue la expulsión de
profesores universitarios y jefes de servicios hospitalarios y su reemplazo por
adictos. Los profesionales, si no
se hacían notar por algún tipo de actividad política,
podían replegarse a la tarea privada, al margen de cargos
públicos importantes. Muchos lo hicieron y lograron un floreciente
ejercicio profesional. El ministro de Salud Pública de Juan Domingo
Perón, Ramón Carrillo, obligó a la APA a aceptar solamente
a médicos para la formación psicoanalítica y la APA se
acomodó a esa medida, logrando al mismo tiempo que los analistas no
médicos ya formados pudieran continuar en la Asociación.
Un
caso paradigmático de esta situación fue el de Enrique Pichon
Rivière, despojado de su Servicio en el Hospicio de las Mercedes y que,
en consecuencia, con el auspicio de la Fundación Francisco Muñoz,
abrió su propia clínica, el Instituto Pichon Rivière,
donde prolongó su fructífera enseñanza. Quizás el
incipiente psicoanálisis argentino se benefició de un cierto
grado de intimidad concentrado en la tarea específica, al modo del
espléndido aislamiento del Freud de la primera época.
La
unidad del movimiento psicoanalítico inicial, con sus líderes
esclarecidos y resueltos, no era tan sólida como parece a primera vista.
Existía desde el comienzo una ruptura latente entre sus dos grandes
líderes, uno ateo militante y exiliado; el otro criollo y
católico. Tal vez podemos apoyarnos en el supuesto básico de
lucha y fuga (Bion, 1959) para pensar que el exterior políticamente
hostil de esos momentos pudo servir para reforzar la unidad.
De
todos modos, la brecha llevó al alejamiento de Cárcamo, quedando
Garma dueño de la escena política. Cárcamo, que era un
analista clásico freudiano y hacía culto del respeto por la
persona humana, pronto se transformó en el referente de un amplio grupo
de psicoanalistas, algunos de ellos católicos, que a diferencia de su
mentor participaban en la vida de la Asociación. Por otra parte, el
mismo Cárcamo seguía manteniendo relaciones amistosas con otros
colegas, con quienes se encontraba los fines de semana en Escobar, donde
tenían su quinta Marie Langer, León y Rebeca Grinberg , los
Racker y algunos otros.
El
grupo que llegaron a conformar Ángel Garma y Arnaldo Rascovsky,
mayoritario en los primeros años, tenía una visión del
psicoanálisis que llegó a conferirle una inconfundible identidad.
Ambos creían firmemente que el ejercicio pleno y gozoso de la sexualidad
era prueba de salud mental, y la genitalidad era su meta. Eran frecuentes las
interpretaciones destinadas a morigerar la acción del superyó y a
alentar la satisfacción instintiva, coartada por distintas formas de
inhibición y por el sometimiento de un yo masoquista frente a un
superyó sádico. Existían objetivos a lograr en las
áreas laboral, económica y erótica; y el éxito
social se consideraba una prueba de la eficacia terapéutica del
psicoanálisis. La bonanza económica que disfrutaba la sociedad
argentina en esos años concurría de algún modo a sustentar
esos puntos de vista.
A
medida que las ideas kleinianas sobre la función estructurante de la
posición depresiva y la capacidad reparatoria se iban afirmando y
encontraban expresión en la interpretación y en la importancia
del encuadre, el grupo de Escobar, cuyo líder era Marie Langer,
comenzó a definirse y a tener peso político en la
Asociación. Si bien Cárcamo no era para nada kleiniano, sus
puntos de vista sobre la sociedad y la ética lo acercaron a este grupo.
Por
otro lado, otro grupo de analistas se reunía alrededor de Enrique Pichon
Rivière, entre ellos Álvarez de Toledo, Liberman, Bleger, Zac,
Resnik, Rolla, los García Reinoso y Ulloa, todos miembros de la
Clínica de la calle Copérnico. Pichon era un hombre de gran
cultura psiquiátrica, psicoanalítica y artística. Por sus
propios orígenes tenía una experiencia (que los argentinos
llamamos calle) sobre la que fue construyendo una psiquiatría
psicoanalítica muy original, que valoraba mucho la interacción
social. Aun siendo básicamente un analista kleiniano, la influencia de
Harry Stack Sullivan y de Fairbairn era notoria en su desbordante personalidad,
también con una raíz en el psicoanálisis y la
psiquiatría franceses, como señalan Wender et al (1995) y Plotkin
(2003). Una muestra de la importancia que se le reconocía en Francia
puede colegirse del relato que hace Hernán Kesselman de un viaje grupal
con Pichon a Europa: “Jacques Lacan, sabedor de que Pichon se encuentra
en Francia, interrumpe sus vacaciones y convoca a sus alumnos para un encuentro
histórico con su condiscípulo”. (Kesselman, 1975).
Un
lugar singular en este grupo ocupaba Álvarez de Toledo, analizada de
Cárcamo, cuyo artículo El análisis del hablar, del
asociar, y de las palabras (1954) se adelantó en varios años
a los trascendentales estudios de los filósofos del lenguaje Austin y
Searle.
Apoyado
en el concepto de comunicación de Pichon y en el recién
mencionado trabajo de Álvarez de Toledo, surge la notable
investigación de Liberman que cristaliza en dos libros fundamentales, La
comunicación en terapéutica psicoanalítica (1962) y Lingüística,
interacción comunicativa y proceso psicoanalítico (1970-1972),
un serio intento de construir una psicopatología psicoanalítica
integrando la teoría de la libido de Freud y Abraham y las angustias
persecutorias y depresivas de Klein, con un enfoque interdisciplinario de gran
consistencia epistemológica. Poco después se inicia la larga
investigación de Ernesto César Liendo y María Carmen Gear,
que apoya en las ideas de Pichon, Liberman y Klimovsky, en búsqueda de
una psicopatología psicoanalítica, como puede verse en su libro Semiología
psicoanalítica (Gear y Liendo, 1975) y muchos otros.
A
fines de la década del cuarenta surge la investigación de Racker
que propuso una teoría de la contratransferencia que conmovió las
ideas imperantes sobre el proceso psicoanalítico. Su obra culminó
con los Estudios sobre técnica psicoanalítica (1960), que
luego Grinberg amplió con sus trabajos sobre la
contraidentificación proyectiva. Vale la pena recordar la inteligente
manera en que Racker pudo terciar entre Cárcamo y Garma a
propósito de sus diferencias sobre la religión. En un meditado
ensayo de 1955, el ateo Racker considera que la actitud de Freud frente a la
religión también puede entenderse a la luz de su complejo de
Edipo y del conflicto con su padre. Así, concluye salomónicamente
que los mecanismos inconcientes pueden llevar tanto a la religión como
al ateísmo.
La llegada de Lacan
El
final de la década de los sesenta y la siguiente estuvieron
también signados por cambios sociales y políticos de gran
magnitud, que se acompañaron de un estado de violencia y
descomposición social cuyos efectos todavía se sienten y
repercutieron en el psicoanálisis de esa época. El riesgo de
perder la vida en los “años de plomo” obligó a los
analistas a un nuevo repliegue, de características muy distintas al
anterior. Gran parte de la inteligencia argentina, incluidos muchos analistas,
creyó conveniente un regreso de Perón al poder. Plataforma y
Documento fueron los nombres de dos diferentes grupos de psicoanalistas
que sin embargo coincidían en presentar propuestas para insertar al
psicoanálisis en proyectos políticos socialistas. Sus miembros
terminaron por renunciar a la APA en 1971, convencidos de su naturaleza
reaccionaria y autoritaria y de su imposibilidad de cambiar para
acompañar los nuevos tiempos. Aún así, la notable
influencia de Klein se encontraba en los intentos de articular el
psicoanálisis con la preocupación social: valga como ejemplo el
artículo de Hernán Kesselman Responsabilidad social del
psicoterapeuta (1969), que propone comprender dicha responsabilidad
basándose en conceptos sociológicos y en las ideas
psicoanalíticas de Freud, Klein, Fairbairn y Bion. Al mismo tiempo, y
puertas adentro de la APA, cobraba fuerzas un profundo malestar causado en
parte por problemas políticos internos y en parte por cuestiones
referidas a la formación psicoanalítica. Así fue que se implemento una
profunda reforma curricular y en el funcionamiento del Instituto. En 1977 y a
pesar de esos esfuerzos, se produjo una escisión que dio lugar a la
existencia de APdeBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires),
institución que durante algunos años siguió con la inicial
impronta kleiniana y en la actualidad incluye una amplia variedad de corrientes
teóricas.
De
todos modos, en ese contexto histórico se inicia un gran giro en el
psicoanálisis local que marca la declinación de Melanie Klein y
el auge de Jacques Lacan.
La
primera mención a la obra de Lacan en la Argentina parece ser la que
hace en 1936 Emilio Pizarro Crespo en una reseña publicada en Psicoterapia,
revista editada en Córdoba por Gregorio Bermann en los años
treinta. En Buenos Aires, Lacan comenzó a conocerse en los años
sesenta gracias a Oscar Masotta, a quien Pichon Rivière puso en contacto
con los escritos del pensador francés (Andrés Rascovsky,
comunicación personal). La influencia de Masotta, que fundó la
Escuela Freudiana de Buenos Aires en 1974, puede seguirse en el detallado
estudio de Germán L. García (1980).
En
esa época muchos analistas que veían a Lacan como gran
revolucionario del psicoanálisis encontraron su enseñanza muy
apropiada a los fines de su propia revolución local. Lacan siempre
criticó a Hartmann y a los psicólogos del yo, pero nunca fue
particularmente hostil a Melanie Klein. Los lacanianos argentinos, sin embargo,
la tomaron como blanco de su lucha, porque representaba en ese momento al
“establishment” de la APA. Frente a la conmoción creciente
en la Argentina, la atacaban por su énfasis en el mundo interno en
desmedro de la realidad social. Se valían además como argumento
importante del dogmatismo del grupo kleiniano.
El
alejamiento de Lacan de la API en 1964 fue leído en Buenos Aires como
revolucionario y antiimperialista, haciendo confluir entonces su vigor
teórico con las expectativas del Mayo Francés de 1968. No menos
importante debe considerarse el “Cordobazo”, una revuelta popular
que hizo tambalear la dictadura de Onganía. Sobrevino así un progresivo
relevo de la clínica kleiniana por la teoría lacaniana,
cuya práctica parecía en ese momento un paso lógico y
necesario.
Algunas conclusiones
Este
trabajo intenta trazar el panorama del psicoanálisis argentino en la
época donde predominó el pensamiento de Melanie Klein y sus
discípulos. Más allá de nuestras limitaciones personales,
este intento es difícil porque la etapa considerada fue rica en
acontecimientos y protagonistas, no siempre incluidos en nuestro relato. Hemos
tratado de exponer los hechos objetivamente, sin dejar de pensar que la
selección es siempre discutible y que en ella gravitan las
predilecciones y conflictos de cada uno.
Tratamos de hacerlo con equilibrio y ponderadamente; pero sólo el
lector podrá decidir si lo logramos.
Al
repasar la historia de esos años se nos impuso la notoria presencia de
Melanie Klein en Buenos Aires. Sabemos perfectamente que otros estudiosos
podrán ofrecer versiones distintas, pero creemos que la nuestra se
sostiene suficientemente.
En
resumen, creemos que se puede afirmar que Melanie Klein influyó
notablemente en los psicoanalistas argentinos y sus desarrollos teóricos
y técnicos y lo sustentamos en algunos ejemplos significativos, como los
que a continuación se ofrecen:
1)
los objetos persecutorios que ocupan un lugar preeminente en las teorías
de Ángel Garma en la dialéctica de un superyó
sádico y un yo masoquista;
2)
el psiquismo fetal, de Arnaldo Rascovsky, que se interna en lo más
arcaico del psiquismo y está más allá de la
posición esquizoparanoide;
3)
la psiquiatría psicoanalítica de Pichon Rivière, que se
desenvuelve siempre en los parámetros de las angustias persecutorias y
depresivas, mientras que su concepto de enfermedad única completa y
modifica a Klein, poniendo el comienzo del desarrollo en un momento inicial de
integración del yo;
4)
los aportes de Heinrich Racker a la técnica psicoanalítica y su
magno descubrimiento de la contratransferencia como instrumento técnico,
que apoyan desde luego en Freud, pero también en Klein, no menos que en
Anna Freud y Fairbairn;
5)
en las huellas de Pichon, Melanie Klein, Herbert Rosenfeld y Bion se inscriben
los trabajos de Resnik (1978, etcétera) y de David Rosenfeld (1992,
etcétera)
sobre
la psicosis;
6)
la interacción comunicativa de David Liberman y su teoría de los
estilos comunicativos, que parten de Enrique Pichon Rivière y Luisa
Álvarez deToledo, con el trasfondo de la teoría de la libido de
Freud y Abraham y la noción de las posiciones esquizoparanoide y depresiva;
7)
la concepción del duelo de León Grinberg, que asienta
básicamente en la
posición depresiva de Klein pero agrega la noción del
duelo por las partes perdidas del yo, redefine la culpa en depresiva y
persecutoria y considera especialmente la identidad, iluminándola desde
la teoría de las posiciones, no menos que desde la psicología del
yo y en especial de Erickson;
8)
la teoría del sincretismo de José Bleger y su posición
glischrocárica, que nuevamente da cuenta del psiquismo arcaico y
discrimina fusión (ambigüedad) de confusión
(identificación proyectiva);
9)
los desarrollos del psicoanálisis de niños de Arminda Aberastury,
Betty Garma, Emilio Rodrigué, Alberto Campo, Rebeca Grinberg, Elena
Evelson, Delia Faigón, Ana Kaplan y otros, que siguen todos un derrotero
nítidamente kleiniano, como se expone en el texto;
10)
la teoría del campo de los Baranger, que toma como eje de su desarrollo
no sólo las ideas de Kurt Lewin y Merleau-Ponty, sino también los
conceptos de indentificación introyectiva y proyectiva;
11)
los estudios de medicina psicosomática, distintivos de la escuela
argentina (asma, esterilidad, úlcera gástrica, hipotiroidismo,
etcétera), que tienen siempre a Klein como un punto de referencia
ineludible;
12)
también reflejan la impronta kleiniana los trabajos de Etchegoyen, Campo
y Zac (1973) sobre la psicopatía, que se discutió con la
manía en el Simposio de 1964;
13)
los estudios sobre la sexualidad femenina, que parten de Marie Langer, abrazan
decididamente las ideas de Ernest Jones y Melanie Klein, con una fuerte
crítica a la teoría del monismo fálico freudiano.
Melanie Klein, ahora
En
la actualidad los analistas kleinianos y postkleinianos de Buenos Aires siguen
trabajando y desarrollando nuevas líneas de investigación. El
interés por las ideas de Bion, Meltzer, Hanna Segal, Betty Joseph,
Money-Kyrle y Rosenfeld es muy acentuado. En muchos kleinianos de estos
días es visible la influencia de las enseñanzas de Gregorio
Klimovsky en epistemología, de Alex Kacelnik en etología y de
Osvaldo Guariglia en ética y hermenéutica. Se extiende
recientemente la práctica kleiniana de la observación de
bebés siguiendo las ideas de Esther Bick.
En
abril de 2002 y por iniciativa de Samuel Zysman, el grupo que también
integraban Horacio Etchegoyen, Elizabeth T. de Bianchedi, Clara Nemas, Virginia
Ungar y Roberto Oelsner organizo el encuentro Melanie Klein en Buenos Aires.
Desarrollos y perspectivas. El mismo se concentro en las áreas de
historia, teoría y clínica, en un intento de establecer la
validez actual de las ideas kleinianas y compararlas con las de otras escuelas.
Para
terminar, creemos justo decir que así como hubo un rico – y a
menudo tumultuoso período de crecimiento y expansión del
psicoanálisis en nuestro medio, el mismo fue dejando lugar a una etapa
de desarrollo quizás menos acelerado, también en consonancia con
otras circunstancias sociopolíticas. De este modo se produjeron otros
cambios igualmente significativos. Lo que parecían diferencias
insalvables y enconos personales irreductibles entre miembros de distintos
grupos, muchas veces basados en problemas institucionales, en luchas por
espacios de poder y en transferencias no resueltas, fue dejando paso a
discusiones más respetuosas y fructíferas, puesto que estaban
centradas en los problemas teóricos y técnicos del
psicoanálisis. Podemos decir que ahora la convivencia es más
civilizada y armónica y que el diálogo interteórico
comienza a ser una saludable costumbre.
Así,
lo que se veía imposible en los años 70 comenzó a
materializarse a mediados de los 90. Se produjo un acercamiento productivo
entre Jacques-Alain Millar y R. Horacio Etchegoyen a partir de un encuentro
auspiciado por Juan Carlos Stagnaro y Dominique Wintrebert en 1996. Dialogaron
a titulo personal quienes eran a la sazón presidentes de la API y de la
Asociación Mundial de Psicoanalisis. Esta conversación se
reprodujo en la revista Vertex (1996) y se publico por separado como
folleto (Se rompe el silencio, 1997). Siguió luego el Encuentro
de Buenos Aires (julio de 2000, publicado en 2001), en el que además
de los nombrados participaron Graciela Brodsky, Elizabeth T. de Bianchedi, Eric
Laurent y Samuel Zysman para discutir El efecto mutativo de la
interpretación psicoanalítica. Una numerosa audiencia
intervino en el debate posterior bajo la coordinación de Rodolfo
Moguillansky y Ricardo Nepomiachi. En 2001, conmemorando el centenario de Lacan
volvieron a dialogar Miller y Etchegoyen (Lacan argentino, 2001).
A
las reuniones sobre la obra de Donald Meltzer en Londres (1998) Florencia
(2000) y Barcelona (2002) asistieron analistas kleinianos argentinos como Clara
Nemas, Virginia Ungar y Carlos y Maria Adela Ríos, mientras que en 1999
tuvo lugar en Buenos Aires un simposio sobre la obra de Bion, siguiendo una
trayectoria internacional que se repitió recientemente en Sao Paulo.
Roberto Oelsner, por otra parte, organiza anualmente seminarios clínicos
con analistas kleinianos de Londres en los que participan kleinianos argentinos
junto con colegas de Europa y los Estados Unidos.
Los
actuales analistas kleinianos de Buenos Aires tienen en común su enfoque
especialmente centrado en una clínica enriquecida con los aportes de los
psicoanalistas postkleinianos, como ya mencionamos, y los de generaciones
más recientes. La producción teórica actual es extensa y
diversa, pero de sus eventuales virtudes o defectos deberán ocuparse
trabajos futuros.
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[1] El médico alemán radicado en Chile,
Germán Greve (1910), presenta en Buenos Aires un
trabajo basado en las
teorías de Freud, quien lo menciona (1914).
[2] Según el informe de Ana Kaplan, el trabajo material
de traducción estuvo a cargo de Hebe
Friedentahl.
[3] Este artículo de Melanie Klein cierra el libro Psicoanálisis
de la melancolía, que compilaron,
dos años
después, Ángel Garma y Luis (Lucio) Rascovsky.
[4] El artículo concluye con una referencia a la enfermedad
única (Pichon Rivière), donde el
vínculo entre el
objeto y el yo se reconoce en su diversidad.
[5] Facilitó el encuentro, sin duda, la amistad de
Garma con Paula Heimann, de la que fue
condiscípulo en el
Instituto de Berlín a fines de los años veinte.
[6]No hemos podido decidir si el descubrimiento de Melanie
Klein corresponde directamente a Arminda o si fue Enrique, hombre de gran
cultura y profunda versación en psiquatría y psicoanálisis,
el primero en tomar contacto con el libro, a pesar de que Betty Garma y Susana
Lustig se inclinan por Arminda. Tampoco hemos podido averiguar a qué
versión del libro de Anna Freud se refiere Betty Garma. Einführung
in die Technike der Kinderanalyse fue publicado en alemán por la
Internationaler psychoanalitischer Verlag en Viena en 1927 y en inglés
en 1928 como Introduction to the technique of child analysis por Nervous
and Mental Disease Publishing Company. Sólo mucho más tarde, en
1964, se publicó en español por Hormé, Psicoanálisis
del niño. Aberastury cita la versión alemana de este libro en
su artículo Psicoanálisis de niños (Revista,
volumen 6, nº 2), pero todo hace pensar que fue la versión inglesa
la que se utilizó en Buenos Aires.
[7] En el prólogo a Niños en análisis,
Ángel Garma sostiene que el viaje fracasó por la pelea entre
Melanie Klein y Paula Heimann. Alejandro Dagfal (Comunicación personal)
sostiene que, a partir de esa situación, Hanna Segal pasó a
ocupar el lugar más cercano a Melanie Klein, quien la propuso para
viajar a Buenos Aires.
[8] Lamentamos mucho su reciente fallecimiento, acaecido
mientras este trabajo estaba en plena producción, que nos deja sin la
oportunidad de consultar con ella ciertos datos históricos y recabar su
esclarecida opinión sobre temas teóricos y técnicos.
[9]Pichon introdujo posteriormente el término oligotimia.
[10]Plataforma y Documento
fueron dos grupos de analistas que asumieron una actitud de compromiso
social y político, que los alejó definitivamente de la APA (y la
API). Ellos compartían la preocupación por lograr una adecuada
integración de sus posiciones políticas con el ejercicio de la
profesión y, en ciertos casos, ponían al análisis por
completo al servicio de la revolución.
[11] Un caso típico fue la campaña de
desprestigio contra el entonces profesor de psiquiatría en la U.N.C., R.
Horacio Etchegoyen, al presentar su trabajo sobre un caso de psicopatía,
cuya comprensión teórica se centraba en las ideas kleinianas.