FREUD, KLEIN,
LACAN. Vinculaciones teórico-clínicas a
partir
de las revisiones
de Carlos Paz
sobre el Hombre de los Lobos*.
José Guillermo Martínez Verdú**.
La posible articulación entre las teorías
no puede ser global, sino parcial, y solo pueden encontrarse puntos de contacto
o de pasaje en lo que tienen de abierto o no saturado; en última instancia, lo
que tienen en común es lo que no saben
todavía y les hace seguir trabajando.
Carlos
Sopena.
“Los
conceptos son herramientas a utilizar y no mandatos a seguir ni ídolos a
sacralizar”.
Mª
Lucila Pelento
El rabino de la pequeña aldea miró al cielo, y en voz apenas
audible dijo: “¡Dios mío, qué necios
son, sólo les dije que tenían la razón,
no que tenían la verdad!”.
Jaime
Szpilka.
1. El hombre de los lobos revisitado.
En 1937, vuelve Freud al caso del paciente ruso, a propósito
de la cuestión del final de un análisis:
“El paciente sentía asaz cómodo el estado en que se encontraba... Era un
caso de autoinhibición de la cura;
corría ésta el riesgo de fracasar a causa de su propio éxito –parcial.” Luego pasa a relatar el recurso técnico de
“fijarle un plazo”, para, finalmente, mencionar los episodios patológicos que
fueron tratados por Ruth Mack Brunswick: “Algunos de esos ataques –comenta
Freud– estaban todavía referidos a restos
transferenciales; mostraron con nitidez, a pesar de su fugacidad, un
carácter paranoico. En otros, sin
embargo, el material patógeno consistía en fragmentos
de su historia infantil que en su análisis conmigo no habían salido a la luz y
ahora eran repelidos con efecto retardado”.
Tres elementos, pues, nos muestra Freud en relación a lo unvollständig (imperfecto) de este unvollendet (interminado) análisis, a
saber: la comodidad que autoinhibía la cura, los restos transferenciales y los
fragmentos de la historia infantil que no habían salido a la luz.
2. Mitología psicoanalítica y esquemas
referenciales: Siempre la transferencia.
Quisiera abordar la cuestión de la melancolía de Sergei
Pankejeff a partir de dos excelentes trabajos de Carlos Paz (1987, 1989) sobre
el Hombre de los Lobos, pues en ellos devela el autor, con gran lucidez,
precisamente “aquellos fragmentos de la historia infantil que no habían salido
a la luz”.
Pero antes, una pequeña aclaración a cerca de las citas que,
referidas al uso de las teorías, hemos ubicado como exordio. Creemos que con los mencionados trabajos
logra Carlos Paz una integración clínica de distintos enfoques teóricos, en un
estilo propio que para nada cae en el eclecticismo. El mismo autor nos habla de ello: “Quisiera destacar que habiendo
acaso ‘olvidado’ los enfoques kleinianos en mi intención de privilegiar la
exploración detallada de las vicisitudes de Sigmund Freud con Serguei
Pankejeff, y las teorizaciones allí surgidas (privilegio que extendí a muchas
otras lecturas de la aventura freudiana con lobos, escena primaria, fantasmas
originarios y multitud de otros temas esenciales), terminé redescubriendo a Klein,
llevado de la mano por los sueños y la psicosis tan magistralmente presentados
por Mack Brunswick” (1987, Pg.79).
¿Qué implica “re-descubrir”? ¿Percibir en el texto algo que había pasado
desapercibido en lecturas anteriores?
¿Presentificar algo que anteriormente había sido obviado? No, por cierto, lo que sucede en este caso,
lo que se da, es la realidad intensamente vivida –entre una lectura y otra, si
se me permite expresarlo así– de muchos años de dedicación al tratamiento (e
investigación) de pacientes sumamente perturbados en particular y al
sufrimiento humano en general. En
suma: un “aprender de la experiencia”,
en términos de Bion. Es la experiencia
habida, en el propio trabajo como analista (y como analizante) lo que permite
abrirnos a “lo que no sabemos todavía”, pues es sólo a partir de la situación
analítica, esto es a partir de la transferencia, que es posible (re)leer,
(re)pensar, (re)descubrir o,
simplemente, (re)construir la teoría.
“Los escritos que dan testimonio de que el autor es un
psicoanalista –decía Carlos Sopena en 1989– son aquellos que, al margen de las
preferencias teóricas del autor, ponen en evidencia un trabajo de elaboración
personal, que es lo propio del psicoanálisis. Es este trabajo de elaboración lo
que permite al analista recobrar su particularidad, estando a la vez
identificado y diferenciado con su referente teórico”. En efecto, contrariamente a toda una serie
de artículos sobre el Hombre de los Lobos que sólo pretenden una especie de
justificación del pensamiento del autor o la teoría que defiende –lo que es
válido también para una ingente cantidad de literatura sobre casos clínicos
propios o no– los trabajos de Carlos Paz se desarrollan en el marco de una
auténtica búsqueda de la “verdad histórica”, en el sentido arqueológico más
freudiano del término (“porque se dice no se puede decir”, que diría Szpilka)
que se aleja de cualquier planteamiento de tipo empirista o positivista
(“porque se dice se puede decir”). Y
más respecto al Hombre de los Lobos, en donde se evidencia el insoslayable
anudamiento de la verdad histórica con lo mítico-arqueológico. Es como que este caso hubiese pasado a ser
más que un personaje real, convirtiéndose en un mito –mitología psicoanalítica,
valdría decir–, esto es, en un lugar lleno de multitud de creencias, leyendas[1]
y significaciones aportadas por la comunidad psicoanalítica y desde distintos
esquemas referenciales.
Pero, entonces, ¿se trata de psicoanálisis aplicado? No, en absoluto: más bien se trataría de
aplicar no el psicoanálisis al Hombre de los Lobos, sino el Hombre de los Lobos
al psicoanálisis en la medida en que éste lo subvierte, lo cuestiona: nos
cuestiona a nosotros mismos si, en vana tentación, el júbilo de la palabra nos
impele a la ilusión del encuentro de verdades absolutas en un determinado
esquema referencial, en riesgo de confundir la sencilla “razón” con la
imposible “Verdad” (Martínez y Capilla, 1998).
Y es que, como nos recuerda Szpilka:
“todos los esquemas referenciales tienen ‘razón’, pero no porque den
cuenta a su manera de una cara de la verdad, sino por todo lo contrario, porque
manifiestan en cada una de sus razones el testimonio de la imposibilidad del inconsciente” (1992). “... como diría el rabino
chaquetero, todos tienen razón, pero los diferentes nombres que propugnan
los diferentes esquemas sólo pueden ser considerados exclusivamente como del
campo de la razón y no como del campo de la verdad, siendo así fundamentalmente
testimonios de la imposibilidad de vérselas y hacérselas con lo real” (1994).
3. Carlos Paz y la melancolía del Hombre de los
lobos.
Carlos Paz va a profundizar en el mundo interno del Hombre
de los Lobos, conceptualizándolo como una “evidente estructura melancolico-hipomaniaca” (1989), “estructura depresiva con objetos internos muertos o muertos-vivos
disociados y encapsulados” (1987).
Para establecer este
diagnóstico se apoya en dos tipos de datos: los semiológicos, por una parte,
que prestan un sólido apoyo para el diagnóstico fenomenológico y, por otra, los
emanados de la relación transferencial con Sigmund Freud y Ruth Mac Brunswick,
tal y como se desprenden de esa “primera psicosis
transferencial de la literatura analítica” (Pg. 77); lo que constituye el
basamento principal para un diagnóstico propiamente psicoanalítico.
Pero ¿qué entiende Paz por psicosis transferencial?: “un proceso con un comienzo y un
desarrollo transitorio o prolongado, donde pueden discriminarse situaciones
transferenciales de niveles psicóticos de manera consistente y continuada, con
una anulación prácticamente total del yo observador y discriminador. Parecen haber desaparecido en esos momentos
los niveles neuróticos con otras posibilidades yoicas y otros mecanismos más
evolucionados”(1981). Y, efectivamente,
muestra el autor como estos criterios se cumplen para el episodio psicótico del
Hombre de los Lobos en su análisis con Ruth Mack Brunswick. De este modo resume en 1989 lo descrito en
1987: “Hemos planteado nuestra idea de
que este proceso analítico con una mujer desencapsuló
los núcleos psicóticos del Hombre de los Lobos, subsistentes a lo largo de su
análisis con Freud. Y de esta manera Sergio se acerca con tremenda rapidez al
"material persecutorio más temprano y profundo", material
"persecutorio real", al decir de Mac Brunswick. Ella nos describe con claridad estos
momentos: "hablaba como un salvaje, entregándose a sus fantasías,
completamente fuera de la realidad".
Amenazaba con matarla lo mismo que a Freud. "Amenazas que no me
sonaban tan vacías como otras veces", especifica Mac Brunswick: se le
podía creer capaz de cualquier cosa, tal era su desesperación". Y en ese clima de persecución y violencia
emerge un esclarecedor sueño:
En una calle ancha hay un muro con una puerta cerrada. Hacia la izquierda de la puerta hay un
guardarropa amplio y vacío, con cajones rectos y ladeados. Serguei está frente
al guardarropa. Su mujer, una figura sombreada, está detrás de él. Cerca del otro extremo de la pared se haya
una mujer grande y pesada que mira como si quisiera dar la vuelta y pasar al
otro lado del muro. Pero detrás del
muro hay una manada de lobos grises que se agolpan contra la puerta y corren de
un lado a otro. Tienen ojos centelleantes
y es evidente que quieren lanzarse contra el paciente, su mujer o la otra
mujer. El paciente, aterrorizado, teme
que logren atravesar el muro".
Este sueño, según lo hemos interpretado –continúa Paz.–
muestra la profunda disociación existente en su mente entre sus partes ‘lobo
feroces y devoradores’ y otras parte más evolucionadas. Estos lobos estuvieron allí siempre, detrás
de ese muro-disociación defensiva, y pensamos que los lobos del sueño
de los cuatro años constituían una elaboración defensiva de estos objetos
internos devoradores y sanguinarios” (Pg. 114). “Objetos que disociados y encapsulados constituyeron siempre una
situación potencialmente psicotizante, y que para nosotros estuvieron siempre
latentes en los distintos síntomas y las distintas técnicas defensivas de
Serguei: mecanismos obsesivos, proyección y somatizaciones principalmente, sin
olvidar las depresiones que lo acompañaron constantemente, alternando con
momentos maníacos” (1987, pg. 88). “El
sueño muestra como de este lado del muro aparecen sus aspectos masoquistas (el
guardarropa), la mujer (sólo una sombra secundaria) y la mujer-madre-analista
(mujer grande y fuerte que no teme a los lobos e imprudentemente parece
decidida a enfrentarse con ellos).
Sergio expresaba aquí su miedo a la conducta analítica de Ruth Mack
Brunswick, quien amenazaba sus disociaciones, pudiendo soltar imprudentemente a
los lobos de su encapsulamiento o correr ella misma el riesgo de ser devorada
por ellos. Recordemos en este sentido las amenazas de muerte y el pánico
contratransferencial de Ruth. Pensamos que nunca estuvo más cerca este
paciente de sus verdaderos lobos internos, y tal vez nunca estuvo más cerca de
un auténtico contacto elaborador, de haber sido otra la tolerancia de Mack
Brunswick a estos niveles psicóticos y otra por tanto su reacción
contratransferencial. El pánico de
ésta, si bien, tranquilizó al Hombre de los Lobos, pues Ruth amenazaba con
romper el encapsulamiento-muro logrado por éste en su infancia de la situación psicotizante básica” (1987,
pg. 89)
4. Con Freud.
Por nuestra parte, intentaremos armonizar esta concepción
con la aproximación al Hombre de los Lobos que realizara Freud en Inhibición, síntoma y angustia. Cuando éste retoma allí el caso del paciente
ruso junto con el de Juanito, lo hace en el marco de la demostración de que es
la angustia la que crea la represión y no al revés como afirmaba antes,
concluyendo que en ambos casos se trata de angustia de castración. Ahora bien, la paradoja se nos presenta
cuando Freud afirma: “la idea
angustiante del ruso –ser devorado por el lobo– no contiene alusión alguna a la
castración; es que se ha distanciado demasiado de la fase fálica por vía de
la regresión oral”. Si bien Freud da
carpetazo al asunto apelando a “un acabado triunfo de la represión”, ¿no estará
aludiendo aquí a una angustia distinta de la angustia imaginaria,
castratoriamente significada (dado que “la idea angustiante del ruso –ser
devorado por el lobo– no contiene alusión alguna a la castración”,
contrariamente a lo que sucede en Juanito)?
Esto es, ¿No estará aludiendo a una Angustia de devoración, de muerte,
catastrófica, innombrable...? Como “angustia real”(“limítrofe con el pánico
y el terror”, dice Paz) podríamos
nominarla, por su no vinculación a la significación fálica (pues “se ha
distanciado demasiado de la fase fálica por vía de la regresión oral”) y
exterior, por tanto, al síntoma neurótico.
5
Angustia real, dolor de existir y
melancolía.
Voy a suponer, pues, que Kraepelin no se equivocó al
diagnosticar a Pankejeff una “Psicosis Maniaco-Depresiva”, y haré “funcionar”
al Hombre de los Lobos como melancólico, sometiendo dichas apreciaciones a
prueba frente a autores que no lo ubican del lado de las psicosis.
M. Safouan (1972) habla del mecanismo de la desestimación
para el caso que examinamos y tras pasar por los sujetos con “una estructura
parecida a la del Hombre de los Lobos... a los que corresponde más de un caso
de los calificados como border-line”, en los que “no es angustia” lo que
comúnmente los ahoga, sino que “el sujeto es conmovido en su sentimiento de sí
como ser vivo” –angustia real,
debemos leer aquí, si no me equivoco– concluye que se trata de una forclusión
defensiva: “mecanismo de defensa –dice– y no un defecto primordial de lo
simbólico como tal” como en la “forclusión schreberiana”. Cosa que inmediatamente se nos torna
paradójica, pues tras este pasaje y en referencia al escrito lacaniano de Kant con Sade va a desembocar Safouan en
la melancolía. “La melancolía que es
quizá –dice– la entidad mórbida en la que se desnudan los efectos de la
forclusión en su forma más pura. Sin la metáfora paterna –continúa– el sujeto
no podría disponer de la vida que tiene entre manos”.
“El deseo, lo que se llama el deseo –dice Lacan en 1963–
basta para hacer que la vida no tenga sentido si produce un cobarde”. Después en Televisión
(1973) hablará de la depresión como “cobardía
moral” (y de la manía como “pecado mortal”). Pero volviendo a Kant con
Sade –donde recién está empezando a articular el Goce con lo Real– dice:
“¿No han escuchado pues... ese dolor en
estado puro modelar la canción de algunos enfermos a los que llaman melancólicos? ¿Ni recogido uno de esos
sueños que dejan al soñador trastornado por haber llegado... hasta el fondo del dolor de existir?”.
Creo, entonces, que aunque Safouan en lo manifiesto pueda
contradecirlo, está revelando al Hombre de los Lobos como melancólico; en donde
no se trata de una angustia imaginaria (angustia de castración) sino de una
angustia real (“el sujeto es conmovido como ser vivo”) efecto de la forclusión
del significante del Nombre del Padre.
Si el muro en el sueño de los lobos que aparece en el análisis con Ruth
Mack Brunswick es el “muro del lenguaje”
como afirma Safouan, los lobos que tras él quedan no pueden ser sino un significante en lo real que fuera de la
significación fálica y, apremiado por las palabras de la discípula favorita de
Freud, como significante Nombre del Padre, se confronta a un verdadero defecto
primordial de lo simbólico y retorna (frente a ese “dolor en estado puro”
retornan los lobos) para engullir el “ser vivo” de Sergei Pankejeff. “Lobos que contenidos solo por un muro-disociación –como dice Carlos Paz
(1987) aludiendo al mismo sueño– están ahí como han estado siempre.
Amenazantes, feroces, aullantes en las capas más profundas de la mente de
Serguei Pankejeff, pero despertados y activados ahora en y por el vínculo
transferencial con la mujer-madre analista” (Pg. 87).
En otro lugar, Angustia,
síntoma, inhibición (1983), se va a referir Safouan a una angustia que está
en la fuente de la represión primaria: “Afirmo, entonces, que hay allí una
angustia que se manifiesta mucho antes de la formación del Superyo. Me refiero
a la tesis de Melanie Klein, según la cual hay un Superyo materno”
6. Melanie Klein y el Hombre de los lobos.
Vamos pues al texto de El
Psicoanálisis de niños que es donde Klein va a retomar el caso del Hombre
de los Lobos en el capitulo 9, titulado “Las relaciones entre la neurosis
obsesiva y los estadios tempranos del Superyo”. Utiliza aquí la comparación con Juanito para jerarquizar sus
concepciones sobre las ansiedades y el Superyo tempranos, e ir a parar –entre
otras cosas– a la tesis de que “la neurosis obsesiva es una tentativa de curar
las condiciones psicóticas”.
Lacan decía en 1959 que en la perspectiva de M. Klein “La
normalidad no es más que una psicosis que ha evolucionado bien”. Pero si sabemos que cuando ella está
tratando de nombrar lo real dice “lo psicótico”, o “condiciones psicóticas”, o dice
“la angustia proveniente de la pulsión de muerte”, o dice “el miedo a ser
devorado por el Superyo temprano”; entonces tendremos que entender que esa
“psicosis que ha evolucionado bien” no es más que una respuesta –¿exitosa?– a
lo real, una posición subjetiva frente al Otro y, por tanto, una de las maneras
de arreglárselas con el goce y con la
ausencia de la relación-proporción sexual. O con el malestar en la cultura, el infortunio común, el más allá
del principio del placer o lo infantil
imposible de rememorar[2],
si se prefiere en términos freudianos.
Volvamos al texto kleiniano: En la zoofobia “estaría no
solamente el miedo a ser castrado sino todavía un miedo anterior a ser devorado por el superyo, de modo
que la fobia sería en realidad una modificación de la ansiedad perteneciente a
los estadios más tempranos”. Se
trataría de un miedo a ser invadido por
el goce; y esa ansiedad temprana
que Safouan articula con la represión primaria, sería uno de los nombres de la
angustia como real.
“En la fase de sadismo máximo –continúa Klein– iniciada por
tendencias sadico-orales, el deseo del niño... da lugar a miedos a una bestia
peligrosa y devoradora que él equipara con el pene de su padre. Lo que él pueda
lograr en cuanto a vencer y modificar este miedo a su padre dependerá en parte
de la magnitud de sus tendencias destructivas. el Hombre de los Lobos no venció esta ansiedad temprana”. Es decir, para el Hombre de los Lobos el
goce no fue temperado por el falo.
Sigue Klein: “Su miedo al lobo que representaba el miedo al
padre, demostraba que había conservado la imagen de su padre como lobo
devorador en los años siguientes. Porque, como sabemos, redescubrió este lobo en sus imagos paternas posteriores y su
desarrollo total estuvo gobernado por ese miedo abrumador”. Esto es: Objeto interno enloquecedor[3]
disociado o encapsulado (muro de la disociación) o Significante en lo real
(muro del lenguaje) que retorna cada vez que, transferencialmente, hay un
llamado al Nombre del Padre y el sujeto se ve preso del terror: de esa real
angustia de devoración.
“En la fobia del Hombre de los Lobos, la ansiedad no
modificada perteneciente a los estadios más tempranos pudo ser observada
claramente. Al mismo tiempo, sus
relaciones de objeto tuvieron mucho menos éxito que las de Juanito... Parecería
que Juanito había podido modificar mejor su superyo amenazador y terrible en
una imago menos peligrosa y vencer su sadismo y ansiedad”.
Creo que en estas citas se hace muy evidente la diferencia
estructural entre Juanito y el paciente ruso y que lejos de propugnar el emparentamiento
entre estructuras, lo que hace es crear dimensiones distintas: Juanito con su
superyo menos amenazador y terrible, es decir, con su goce temperado por la
significación fálica, con su fobia en función de metáfora paterna y abierto a
la angustia de castración; Sergei con su Superyo–bestia peligrosa y devoradora,
imperativo de goce, dolor en estado puro, expuesto al capricho del Otro
materno.
La misma M. Klein resulta muy explícita al respecto cuando
en 1952 (b) afirma: “Mientras son
vivenciados los sentimientos depresivos, simultáneamente el yo desarrolla
medios para contrarrestarlos. Esto en
mi opinión constituye una de las diferencias fundamentales entre el bebé que
está vivenciando ansiedades de naturaleza psicótica y el adulto psicótico; pues
al tiempo que el bebé está elaborando estas ansiedades, ya se hallan en acción
los procesos que conducen a su modificación”.
Tendremos que pensar, entonces, que cuando la Sra. Klein dice en 1932
que “el Hombre de los Lobos no venció esta ansiedad temprana”, nos muestra que
él –estructuralmente– no disponía de los medios adecuados para dicha
modificación.
7. Interludio Basch / Paz: goce e interpretación.
Y aquí nos permitimos contestar a la crítica que Carlos
Basch realizara, en su por otro lado excelente artículo de 1991, al trabajo de
Carlos Paz sobre el Hombre de los Lobos, cuando éste se pregunta “qué hubiera
sucedido en el proceso analítico original si Freud hubiera interpretado y
jerarquizado las ansiedades orales”. Dice Basch: “Es que el goce no se
interpreta”, lo que marcaría la distancia entre dos direcciones en la cura
distintas. Y añade: “Se interpreta el deseo, en los márgenes significantes de
lo perdido, y por añadidura el goce, que es imposible por razones de
estructura, subjetiviza su imposibilidad, experimentada como pérdida”. Aquí no podemos estar de acuerdo en tanto lo
conceptualizamos como un paciente psicótico, ya que justamente porque “el deseo
es la interpretación misma” (Lacan, 1964), la única manera de poner límite al
goce es mediante la interpretación –que en relación a lo real se convierte
siempre en una construcción– que es el único instrumento del que el analista
dispone para bordear lo imposible e innombrable del goce (eso sí, a partir de sus
“márgenes significantes”, como dice Basch):
única manera de reconducir el goce (comandado por la pulsión de muerte)
a los dominios del principio del placer.
De modo que se nos muestra bien pertinente la pregunta de Paz sobre “qué
hubiera sucedido en el proceso analítico original si Freud hubiera interpretado
y jerarquizado las ansiedades orales”, pues si como dice el mismo Basch
“acercamos lo que Lacan denominara goce a las ansiedades tempranas que
describiera M. Klein” –cosa que recién acabamos de hacer–, justamente nos
encontraríamos frente a una “falta de representación” que requeriría al menos
de una “presentación” del goce materno que, a falta de mejor término y
tratándose de lobos, bien queda figurado
como “devoración”.
En Los orígenes de la
transferencia, dice Melanie Klein que “uno de los factores que suscitan la
compulsión a la repetición es el apremio que proviene de las primeras
situaciones de angustia”, es decir que nos encontramos aquí no con la
repetición significante sino con la de la insistencia de lo real del goce. Y continúa Klein: “Cuando la angustia
persecutoria y depresiva y la culpa disminuyen, hay menor necesidad de repetir
más y más veces las experiencias
fundamentales, y por consiguiente los patrones y las modalidades primitivas
del sentir se mantienen con menor terquedad”.
Se aprecia entonces cómo la transferencia es para ella mucho más que un
proceso imaginario, pues los afectos de esas “experiencias fundamentales” a que
se refiere podemos entenderlas en términos de Szpilka (1996) como efectos
evocadores en lo real de lo imposible a simbolizar del traumatismo primordial
del encuentro mítico con el Otro. Es
por ello importante no perder de vista el vacío representacional cubierto
mediante las terroríficas fantasías esquizoparanoides: “En el fondo –dice Sabin
Aduriz (1998)– de lo que se trata es de representar lo que le falta a la madre,
su deseo, que puede ser muy peligroso si el cuerpo del niño o del joven es su
meta”. No es lo mismo el momento
creativo en que M. Klein (1930) inventa una representación para su paciente
Dick (ejemplo: “Tren papito” y “Tren Dick” o “La estación es mamita; Dick está
entrando en mamita” o “Dentro de mamita está oscuro. Dick está dentro de mamita
oscura”) en donde hay un verdadero acto de sublimación que retira la carga de
la Cosa para dirigirla a la representación (Martínez Verdú, 1997); eso no es lo
mismo que un escolástico que haya aprendido de memoria las teorizaciones
kleinianas e interpreta un ataque sádico al cuerpo de la madre cada vez que se
siente cuestionado en la (contra)transferencia: En el primer caso se trata de
la confrontación con el vacío que une a paciente y analista y que es enfrentado
y bordeado al emitir la interpretación.
Mientras que en el segundo se trata de una huida frente a ese vacío
innombrable e insoportable y de una utilización defensiva de la teoría y el
simbolismo aprendido que, por otra parte, no haría sino convertir el diván
analítico en lecho de Procusto.
8. “Soy el favorito”: ¿Fantasma fundamental o
Convicción maníaca?
José Mª Viedma (1988) es otro autor que se decanta por un
abordaje del caso del Hombre de los Lobos desde el ángulo de la neurosis. Lo hace apoyándose en el concepto lacaniano
de “fantasma fundamental”. En su trabajo, aísla el “fantasma neurótico” de
Sergei con el siguiente enunciado: “soy
el favorito”.
J. M. Jadin, en la discusión posterior y en la misma línea,
extrae del texto de Viedma el siguiente enunciado para el fantasma fundamental:
“soy de mi padre” y comenta que, en
él, el corte del objeto a no aparece
y apela a un “fantasma de filiación anal” para que el objeto a aparezca, lo que
sí “pega con la formula de Lacan $&"“. E. Foulkes se refiere acto seguido a la forclusión de esta
manera: “...aquí estaría de acuerdo con Jadin en el sentido que hay algo de la
forclusión en el Hombre de los Lobos como posible existencia de una forclusión
del Nombre del Padre que no sería la
típica que uno observa en lo que ordinariamente denominamos psicosis... Es
una interrogación que planteo”.
Respondo en los siguientes términos: no es la típica de la psicosis porque aquí se trata de la melancolía,
lo que con respecto a la Esquizofrenia y la Paranoia se ubicaría como una Psicosis atípica.
Y, en ese sentido, ser
el paciente favorito de Freud no es necesariamente un fantasma neurótico:
¿Es una fantasía, una creencia o, por el contrario, se trata de una realidad,
de una certeza o de una convicción delirante?
Tomemos la hipótesis de la certeza: convicción maníaca, tendríamos que decir. Y ello sin perjuicio de que en la realidad y, por parte de Freud,
se realizara, en un momento dado, el enunciado. Paz muestra como antes de la llegada al análisis hay en Sergei
una posición ante el objeto que está dominada por la pérdida. Y sobre su encuentro con Freud cita un
pasaje de su autobiografía: “Después de las primeras horas tuve la sensación de
que por fin había encontrado lo que había buscado largo tiempo”. Es decir que ese encuentro del objeto en la realidad –que no en el fantasma–
está marcado por la euforia del reencuentro de un objeto melancólicamente
perdido. No hay “fantasma fundamental” en el Hombre de los Lobos. Marcado por el duelo patológico, toda su
vida y su relación con el psicoanálisis puede ser entendido como un intento
fallido de construcción del fantasma.
Es por esa falta que K.R. Eissler puede escribirle a R. Jaccard sobre el
precario equilibrio de Pankejeff en su ancianidad: “He recibido su carta a propósito de ‘el Hombre de los
Lobos’. No obstante, no me atrevo a
ponerle en contacto con él. Se trata de
un hombre anciano, con un equilibrio precario, y mucho me temo que una
entrevista con un nuevo interlocutor pueda agitarlo excesivamente”.
Propongo, entonces, que en
la Melancolía, a falta de una articulación significante en el fantasma, se
produce una compensación en tanto el objeto se mantiene presente.
Es en este sentido que Foulkes habla de la “necesidad
permanente que ha tenido el Hombre de los Lobos de estar en análisis toda una
vida, como una forma imperativa de hacer con el analista un Nombre del Padre y
no poder separarse de eso”. No es el
padre, como en la neurosis lo que ocupa el lugar de cuarto nudo, sino que para
el Hombre de los Lobos es la presencia
del objeto en la realidad lo que lo suple y mantiene anudados lo tres
registros R.S.I. (real, simbólico, imaginario). Por eso la melancolía se desencadena con la perdida de objeto.
Mientras el objeto precariamente incorporado está presente,
hace de suplencia del goce fálico; pero frente la pérdida y la inaccesibilidad
a todo trabajo de duelo, éste objeto, su sombra, cae sobre el yo –según la
fórmula freudiana– y faltando lo que hace límite, el sujeto se encuentra inerme
ante el goce del Otro bajo la forma del imperativo categórico del Superyo: ¡goza!.
La sombra: un objeto muerto o
muerto-vivo (Baranger, 1961) disociado y encapsulado, cuya importancia se
reconoce en la “identificación
melancólica” y la “imposibilidad de
realizar duelos” del Hombre de los Lobos(Paz, 1987, pg.95-6).
9. El episodio psicótico: Desencadenamiento.
Y ¿qué hay del episodio psicótico? No se trataría de
una colusión del fantasma con la realidad –como afirma Viedma–, sino por el
contrario de una disolución de su certeza maníaca ante la prueba de realidad:
Freud le abandona derribando esa idea de “Ser el favorito” que hacía sinthoma y
desanudándose entonces los tres registros, queda reducido a un puro objeto de
deshecho.
Es el “Dejado caer” o “Dejar plantado” (liegen lassen) que J. Lacan (1955-56, 1958) encuentra como hilo de
Ariadna a lo largo de todo el delirio schreberiano y que J.-A. Miller
desarrolla en su Complemento topológico[4]. Freud le “deja plantado”, se puede decir, al
remitirlo a Ruth Mack Brunswick, sólo que –a diferencia de Schreber– no es Dios
quien le deja caer, un Otro absoluto (A), sino Freud, ese objeto imprescindible
sobre el cual no hay posibilidad de duelo, un Otro que está además tachado por
el cáncer de maxilar (%).
Es este liegen lassen
y no el afecto propiamente depresivo lo que nos conduce a una clínica
diferencial de la depresión neurótica y la melancólica, pues la vía del
“desamparo primario”(hilflosigkeit)
nos llevaría a un efecto general, consustancial de la estructura, pues “la
realidad del dolor y de la tristeza no constituyen en sí una patología, forman
parte de la condición humana y de su inescapable saldo de falta y ello se
acentúa en todo proceso neurótico y muy frecuentemente frente al incremento de
las cargas del ser” (Arensburg, 1995).
Recuerdo, entonces, lo que en 1917 Freud enuncia como diferencial entre
depresión neurótica y melancólica, esto es, que de las tres premisas de la
melancolía: la perdida de objeto, la ambivalencia y la regresión de la libido
al yo; es esta última la que no existe en las depresiones obsesivas y
constituye el único factor eficaz en la melancolía: “Nos vemos remitidos, pues, al tercer factor como el único
eficaz. Aquella acumulación de
investidura antes ligada que se libera al término del trabajo melancólico y
posibilita la manía, tiene que estar en trabazón estrecha con la regresión de
la libido al narcisismo”. Es que,
justamente por la ausencia de representación fantasmática, la desaparición del
objeto, deja a Sergei fuera de juego, fuera del mundo objetal, retraído a un
narcisismo absoluto[5] –pura
pulsión de muerte–, frente al que la única salida es quedar apartado en una
pseudorealidad que no podrá ser representada más que de forma mortífera en su
dimensión devoradora. En las
memorias de 1971, apreciamos como esa creencia de “ser el favorito” hace una
tremenda resistencia a la prueba de realidad, pues cada vez que la realidad
intenta imponerse –y que en el sujeto produce un efecto clínico: depresiones,
cambio de carácter, quebranto patológico...– la defensa maníaca actúa
reforzando de nuevo dicha creencia. Tal
la tremenda necesidad de mantener el ser en su dimensión narcisista primaria
(especular) para relacionarse con el mundo.
Y podemos recordar aquí como aquella idea se encontraba presente desde
tiempos remotos, cuando Sergei se creía favorito
del destino (Freud, 1918): “Apenas un poco antes de la separación de la
cura se acordó de que había escuchado que él vino al mundo con una cofia fetal
(glückshaube). Por eso siempre se tuvo por un afortunado (glückskind) a quien nada malo
podía pasarle. Sólo perdió esa
confianza cuando se vio precisado a reconocer la afección gonorreica como un
grave deterioro en su cuerpo. Ante esa
afrenta, su narcisismo se desmoronó”. Y
añade Freud que el “quebranto patológico a los dieciocho años” se desencadenó a
consecuencia de esta afección: “su narcisismo se desmoronó compeliéndolo a
resignar su expectativa de ser un predilecto
del destino. Por tanto, enfermó a
raíz de una ‘frustración’ narcisista”.
¿No se aprecia aquí una suerte de injuria
infligida por el Otro[6],
más allá de lo imaginario de la herida narcisista de la castración? Efectivamente, se trata aquí de un efecto de
real, ya presente en la antigua alucinación del dedo cortado que Freud explica
por efecto de la verwerfung de la
castración (simbólica –añadimos).
10. Estabilización.
Ahora bien ¿qué es lo que pondría límite en el caso del
Hombre de los Lobos? ¿Qué nueva compensación obtiene? El encuentro primero con Freud y la construcción de ese enunciado
de certeza: el favorito de Freud, el caso princeps del psicoanálisis, el nombre
que se fabrica como “Hombre de los Lobos”; nombre de filiación freudiana,
restitutivo del narcisismo, con el que obtiene una identidad, que no sabemos si
mantendrá ocupados a los universitarios durante dos o tres siglos, como en el
caso de Joyce, pero sí posiblemente a los psicoanalistas, pues pocos años
faltan para que un siglo se complete desde que iniciara su análisis con Sigmund
Freud, en Febrero de 1910.
Seguramente la sugerencia de Muriel Gardiner a Sergei
Pankejeff de que escribiera y publicara sus memorias ( y que, además, las
firmara como “El hombre de los lobos”) fue una indicación terapéutica;
consciente o no, pero pienso que ella supo captar el efecto de refiliación y de
suplencia, el efecto compensatorio y estabilizador que dicho acto debería
producir: “Soy un emigrado ruso de
ochenta y tres años y fui uno de los primeros pacientes psicoanalíticos de
Freud: el conocido como el ` Hombre de los Lobos ´ ” (Pankejeff, 1971). Es Carlos D. Perez (1988) quien transcribe
esta cita del comienzo de las “Memorias” para mostrar como por loor de Freud
“aquel sintomizó su yo en la historia
que de él había contado el padre del psicoanálisis, y así fue que lo pasó
exhibiendo el apodo a la manera de emblema
nobiliario” (las cursivas son nuestras).
Carlos Paz hace referencia al logro de una personalidad más
fuerte por identificaciones con sus analistas, pero parece verosímil pensar que
se trataba de identificaciones periféricas (no nucleares ni introyectivamente
asimiladas) pues jamás llegó a trascender sus identificaciones analíticas ni a
lograr desidentificarse de sus identificaciones melancólicas con objetos
moribundos o muertos-vivos: ”Se reinstalan los mecanismos obsesivos y
maniacos en primera línea, persisten sin duda los episodios depresivos y sobre
todo se instala o reinstala un vínculo dependiente extremo con la mujer-madre
(Ruth Mack Brunswick y Muriel Gardiner, sucesivamente), y el Hombre de los
Lobos, equilibrado en esta dependencia, pudo mantener contenidos y encapsulados
a sus ‘lobos internos’ hasta el final de sus días[7]”(1987,
Pg. 100).
Ya se trate de “Lobos internos” –como dice Paz–, ya de
“Dragones del tiempo primordial” –como dice Freud–, igual da, esperamos haber
mostrado a traves del Hombre de los Lobos ciertas vinculaciones
teórico-clínicas entre Sigmund Freud, Melanie Klein y Jacques Lacan.
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SUMMARY.
Starting from two works of Carlos Paz
who conceives the case of the “Wolf Man” as “melancholic-hipomaniac structure”,
we focus it from the vertex of the melancholy, proposing that in this
structure, for lack of a signifier articulation in the phantasy, a compensation
takes place as long as the object remains present. The psychotic episode is unchained in the transference as long as
wolves return wakened up and activated in and for the transferencial link with
the woman-mother analyst that produces a call effect to the signifier in the
real. In the fantasy of being the favourite patient of Freud don't appreciate a
neurotic phantasy, but an “enunciated of certitude” like “maniac conviction”.
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* Versión ampliada y actualizada de una conferencia que con el título “Angustia, depresión y melancolía (otra vez el Hombre de los Lobos)” fue pronunciada en el Colegio Mayor Luis Vives de Madrid, el 28 de Noviembre de 1992.
** José Guillermo Martínez Verdú (A.P.M.). Dirección: C/ Dr. Gómez Ferrer, 13, 19ª. 46010 Valencia. Tel.: 963614594. Email: martiver@correo.cop.es.
[1] En el pleno sentido que Carlos Padrón da a este término, citando a Unamuno: “La leyenda es la verdadera historia, pues la leyenda es lo que se creen los hombres que ha existido”.
[2] Según expresión de Carlos Sopena, 1995.
[3] Según acepción de García Badaraco, 1985.
[4] Es también el “dejado caer” que Ricardo Jarast (1998) menciona en relación al holding de Winnicott, a la desintegración y al aniquilamiento.
[5] Según acepción de B. Arensburg, 1991. Retomada por Arensburg y Martínez, 1999.
[6] Con suma precisión habla Marta Lázaro (1994) de “la intolerancia a la injuria narcisista que le supone al psicótico la castración”
[7] En este sentido, tal vez pudiera hablarse del holding aportado por la comunidad psicoanalítica, pero en ausencia de la “regresión terapéutica”, deberíamos apelar al concepto de “falso self institucional”, desarrollado en 1977 por Luis Fernando Crespo.