BERNARDO ARENSBURG:
A cerca de “Los que
fracasan al triunfar”.
La
relectura del trabajo de Freud, “los que fracasan cuando triunfan” a fines
absolutamente ajenos a este estudio (una revisión bibliográfica sobre
masoquismo) polarizó mi atención sobre algunos de mis pacientes en los cuales
la reacción descrita en el texto se encontraba particularmente acentuada, con
intenso sufrimiento depresivo y ansioso.
Se trata de cuatro pacientes, dos de
los cuales están en tratamiento y dos lo han abandonado. Los efectos terapéuticos, o más bien
dinámicos, especialmente en los dos abandonantes, están lejos de ser
satisfactorios. Estos resultados podrían
deberse en parte a errores de conducción de la cura pero creo que en mayor
medida a las particularidades del trastorno, su estructura y sus
manifestaciones recurrentes en la transferencia.
En un primer momento mi atención se
orientó hacia la coincidencia sintomática y las semejanzas de motivo de
consulta pero pronto se me impusieron semejanzas dramáticas en el perfil
clínico y la historia de estos pacientes.
Todo esto había escapado a mi consideración hasta entonces, nunca había
percibido lo que había ahí de conjunto, de concomitancias agrupables.
Todos son hijos de padres pobres
(obreros en dos casos, artesano independiente y modesto en uno y labrador de
poca y árida tierra en el cuarto), de modo que los cuatro han vivido infancias
de relativa privación en hogares muy humildes.
Por contraste, todos han alcanzado un
nivel socioeconómico alto, se trata de tres médicos y un comerciante
propietario de varias tiendas.
Los padres son, además de pobres,
hombres de poca ambición para sí y para los hijos (salvo uno que deseaba que el
hijo fuera maestro, esto, entre paréntesis del paréntesis, es según un
novelista chileno, la imagen del pobre respecto al ascenso social del hijo).
Todos tienen del padre una imagen
desvalorizada, opaca, recriminada y criticada duramente, es visto como apático,
ineficiente, primitivo. En estos datos
que podrían definir una pura subjetividad, una ilusión del padre, hay una
concomitancia total de opiniones. En
este sentido su valor de eficacia patógena me parece mayor que la de las
realidades factuales de la pobreza, que podrían ser, tal vez, de una relevancia
contingente.
Por el lado afectivo, la vivencia de
amor hacia el padre, “mi querido padre”, es una figura inexistente; en dos
casos hay un disgusto manifiesto, explícito, con la vivencia de que el padre
nunca fue querido; en el tercero hay una tenue vivencia ambivalente de gratitud
más que de amor y sólo guarda un débil recuerdo de cariño hacia el padre en la
infancia, en medio de tormentas de rabia y humillación con respecto a él.
En relación a las madres, todas son presentes y
maternales. Tres son ambiciosas para la
familia y el hijo, promotoras centrales del proyecto de ascenso social; la
imagen de “mejor extracción social que el padre” se da en todas menos una; el
desprecio a su marido, a su familia, a su oficio, es concordante en las cuatro.
Respecto a la evolución socioeconómica
de los cuatro pacientes han alcanzado un punto de desarrollo, no conflictivo,
hasta un momento dado (obviamente la terminación de la carrera y el desempeño
laboral más o menos afortunado en los tres médicos) este desarrollo es penoso, o más bien dicho esforzado,
“sufriente”, pero siempre tesonero. En
los cuatro casos hay una quiebra psicopatológica que introduce una apariencia
de interrupción; me extenderé más adelante sobre esta apariencia y su enorme
importancia significante; por el momento, subrayo esta trayectoria difásica.
En todos se da un ansioso fenómeno,
mantienen un estilo, una fachada de “pobres”, nadie diría que son profesionales
y un próspero comerciante. Uno se
disfraza de pueblerino, viejo, jubilado, derrumbado o algo por el estilo; otro,
el más joven casi de punky y el tercero usa pantalones más o menos tres números
sobre su medida y en un gesto casi permanente se los levanta con los codos; el
cuarto, comerciante en ropas, selecciona los desechos de su tienda, pantalones
pata de elefante por ejemplo. Estos
detalles, en apariencia banales, se relacionan con aspectos esenciales de los
conflictos de filiación e identidad que veremos.
Frugales, espartanos, con poca
capacidad de bienestar y disfrute, la ambición de logro aparece así como gratuita,
sin sentido de uso.
Salvo en uno, la expresión verbal es
pobre, sin matices afectivos, lo fantasioso, imaginativo, lúdico y humorístico
está excluido. En general el asociar es
difícil, los sueños pocos y sin asociaciones; el contenido temático es restringido,
se refiere sobre todo a la queja por la enfermedad y sus efectos, las fantasías
hipocondríacas, el trabajo como el tema más central y, en un lugar nada
despreciable, la mala suerte.
La sexualidad, la temática y los
intereses sexuales son escasos, en uno de ellos jamás ha habido relaciones
sexuales.
En dos casos hay una patología
psicosomática diagnosticada, policirugía en dos, con trastornos
post-operatorios graves en uno y subjetivos en el otro, el sufrimiento somático
se da en los cuatro.
La sintomatología psíquica central es
angustia intensa y crónica (sin estructuración fóbica), ánimo depresivo y
episodios depresivos; hipocondría, no necesariamente pero prevalentemente
ligada a la sintomatología ansiosa; ideas obsesivas en todos, rituales en uno.
Estos datos corresponden en su conjunto
a un modelo descriptivo en el cual prevalecen elementos comunes y constituyen
en ese sentido el hallazgo de algo que los agrupa en una semejanza extrema.
Si bien hay en esta tarea algo que
responde a un método, relacionado por una parte con el contexto del
descubrimiento y por otra con el método clínico de los casos extremos, no deja
de tener riesgos y trampas de las cuales tal vez, la más importante es la de
disolver diferencias y matices, la otra la de satisfacer el deseo de encontrar,
en mi propia práctica, la objetivación del texto de Freud.
Creo que el valor que puede guardar sin
embargo este intento, es el de crear un espacio provisorio de reflexión sobre
un tipo de patología que desde esta forma extrema se extiende a las múltiples
variantes de la relación conflictiva con el éxito, el logro y la realización,
algo que tiene que ver con Prometeo en el mito y con el “Wo es
war solch ich werden” de Freud, en lo cual
él mismo está implicado, y nosotros con él.
Volviendo al trabajo a partir de esta
reseña de perfil clínico descriptivo, antes y durante la redacción del trabajo
fueron apareciendo datos e hipótesis de otro nivel, dinámico-histórico, que
apuntan hacia el sentido de la reacción de fracaso, una parte de ellos son el
núcleo de la exposición.
No haré una historia completa de
ninguno de los cuatro pacientes pero usaré muy libremente el material de todos a los fines de ilustrar, con sueños,
fragmentos de sesión, eventos vitales, etc, los
puntos que deseo discutir y las
preguntas que deseo responder-me. No
todas las que han surgido serán enunciadas y discutidas, me he limitado a las
que me parecen más relevantes a la relación patológica con el éxito en la perspectiva
planteada por el trabajo de Freud y la que otorgan los casos estudiados.
Trataré de esbozar muy resumidamente,
algunas reflexiones sobre el logro: La vivencia de logro, de llegar a la meta,
coronar un plan de vida, realizarse en lo profesional, económico y amoroso
forman parte substancial de lo que objetivadamente llamamos éxito. Esta objetivación está llena de ambigüedades;
percibida desde afuera, con ojos de clase por ejemplo, se relativiza de una
clase a otra. Percibida desde el sujeto
se relativiza en relación a las expectativas previas, a la comparación con
otros, a lo que ha tenido que ser abandonado para optar por lo posible o lo
axiológicamente jerarquizado.
En la conciencia de cada uno y aún más
en lo inconsciente hay en este sentido un duelo mejor o peor logrado y que
varía en la “normalidad”, la neurosis y la psicosis ( la cual por otra
parte representa un extremo) puede, negación mediante, soslayarse todo
duelo convirtiendo la abyección en
grandeza napoleónica.
En nuestra práctica cotidiana raramente
encontramos pacientes que sean, que hayan advenido a ese yo (del Wo es
war solch ich werden) con una dimensión de
logro que pueda parecernos justa. O
aspiran a lo inalcanzable, inadecuado, poco pertinente para lo que son, sin
lograrlo nunca o lográndolo por vías turbias e importadas que los llenan de
zozobra; o se quedan cortos, tranzan en
compromisos deslucidos, se retiran precautoriamente tal vez para no quebrarse, como los de esta
casuística. En el diván en resumen, es
raro encontrar una relación lograda con el éxito; ella parece tener moralmente
una estructura de síntoma, tal es así que en no pocos casos es el motivo
manifiesto de demanda de análisis.
Sería ingenuo y reduccionista suponer
que el lograr el éxito y gozarlo sea el equivalente a la realización del deseo
inconsciente. Creo que hay aquí una
premisa previa, todo logro que acerque excesivamente a una realización del
deseo acerca a una temible experiencia psicótica del orden de lo Real y de lo
siniestro; todo logro que se aleje excesivamente del deseo inconsciente pierde
brillo Imaginario y valor de movimiento placentero.
Podemos más bien suponer que lograr el
éxito y gozarlo es un conjunto de episodios de vida que contienen
desplazamientos “figurables” y “enunciables” del
deseo, unidos a una no despreciable capacidad de duelo trabando entre la
economía de la necesidad y de la pulsión y que en la subjetividad, esto solo
puede ser una vivencia dolorosamente fluctuante e incompleta.
Pasaré ahora a los casos:
B. 36años, médico-urólogo (andrólogo),
soltero.
Motivo de consulta: síntomas obsesivos
bajo la forma de ideas culposas.
Escrúpulos de conciencia y miedos por los actos profesionales,
inseguridad, angustia manifiesta con
molestias corporales intensas.
Patología psicosomática diagnosticada: Úlcera duodenal además hernia de disco
y “prostatosis” (autodiagnosticada y autotratada). Preocupaciones hipocondríacas ligadas a las
manifestaciones de angustia y a sus enfermedades, especialmente la prostatosis. Animo depresivo.
Trayectoria profesional muy buena, con especialización
en el extranjero, consulta privada que funciona bien (su descompensación
coincide con la puesta en marcha del consultorio).
Padre obrero no especializado, empleado
en una cooperativa obrera.
Madre, hija de pequeños propietarios
agrícolas. Los bienes de la familia
provienen de su herencia.
Tratamiento
psicoanalítico que interrumpe al año y medio con una ligera mejoría en la
angustia, el ánimo y las ideas.
E.
50años, médico, dado de baja en
Motivo
de consulta: Sintomatología ansiosa crónica y de extrema gravedad, invalidante
(grandes accesos recurrentes de ansiedad, con prevalencia de temblor, vértigos
que le impiden estar de pie y desplazarse, dolores torácicos y abdominales,
ánimo depresivo, “miedo al miedo” e hipocondría de las manifestaciones de
angustia.
El
cuadro comienza después de una enfermedad del padre que coincide, evidentemente
para su desgracia, con un importante logro, su traslado a un suburbio de
Barcelona, ahí, además de su cargo titular de
Tratamiento
psicoanalítico que interrumpe a los dos años y meses, con importante mejoría clínica y sin cambios de
fondo.
Nunca
ha tenido relaciones sexuales. Se
considera con tendencias homosexuales.
Su
situación económica es desahogada, tiene una muy aceptable pensión de retiro, además
de una paga por el seguro de invalidez, dos pisos y una casa de pueblo. Vive con una hermana soltera, maestra
jubilada.
Padre
obrero, madre de clase media de “pueblo”, con un tío médico y otro pequeño
industrial.
Por
un mal diagnóstico fue operado de abdomen con complicaciones post-operatorias
serias.
J. 40
años, casado, dos hijos, comerciante (cuatro tiendas de artículos de
vestir). Educación primaria incompleta.
Consulta
muy deprimido, angustiado, físicamente postrado. Hipocondría, acaba de ser operado de úlcera
duodenal y teme que la operación esté mal y se lo deba operar. Las ideas y ceremoniales obsesivos no son
dados como motivo de consulta y surge más o menos al mes de tratamiento.
Molestias gástricas y pirosis desde siempre, se agravan y se
diagnostica la úlcera a los pocos meses de separar la sociedad con sus hermanos
y padres y abrir su primera tienda propia (la tercera); en el momento de la
consulta está por inaugurar la cuarta, que es la joya de su corona.
Padre humilde, humildísimo, agricultor de Castilla; madre de
igual origen.
Psicoterapia cara a cara, once meses y dos semanas.
X. 26
años, Médico, casado con una hija.
Padre artesano, madre pequeña burguesía de pueblo.
Grave
(visima) inhibición profesional, angustia, ánimo depresivo. Hipocondría, ideas obsesivas.
El
cuadro comienza en la mili, recien graduado y se
agrava cuando comienza la especialización.
Análisis
en curso desde casi dos años.
Sin
dar más datos usaré su material donde sea pertinente.
Todos
estos pacientes tienen en común, además de los datos consignados al comienzo,
una respuesta paradojal al éxito tal como Freud la describe, y ofrecen
enriquecedores datos en relación a esta modalidad de reacción.
Alrededor del triunfo, éxito, fin o coronación de trayectoria
se impone una dramática quiebra de los ajustes previos -estos ajustes, en general idealizados como
un “antes normal”- se revelan ante un mínimo de
reflexión diagnóstica, como una caracteropatía obsesiva más o menos
compensada y cuya precariedad estructural es denunciada por la misma intensidad
de su caída.
Si bien se puede suponer que esto era
funcionalmente llevadero, se hace evidente que ese “antes” no era tan perfecto
y sintomáticamente mudo como los pacientes pretenden al comienzo del tratamiento. En las asociaciones van surgiendo lentamente
rememoraciones de baches episódicos de angustia, asociados en general a etapas
que jalonan un trayecto de logros:
En el 2º período de mili universitaria,
B. es promovido a sargento, estuvo postrado y de baja durante una semana,
reconoce ahí, ahora, su primer gran ataque de angustia.
E. es nombrado alcalde en el pueblo en
que ejerce para
J. con la primera tanda
gruesa de ahorros de la emigración, vuelve a España para abrir una auto-escuela,
sus síntomas gástricos se agravan dolorosamente y debe retornar a Francia, a su
familia opresora y a su trabajo de albañil.
Sus ceremoniales por otra parte
comienzan al casarse, contra la opinión de la madre y las hermanas (29años).
X. en los dos últimos años de facultad empieza a sufrir ideas
obsesivas sobre el resultado de los exámenes, nunca está seguro de haber
aprobado, en el último examén esto llega a la caricatura, no le cabe duda de
haber sido reprobado, después de una angustiada espera de días la lista lo
anuncia con “matrícula”.
Sea como sea, es evidente una primera etapa en que la
orientación al logro es prevalente y plenamente asumida, centro de toda la
acción, el esfuerzo, los intereses circunscritos y excluyentes, no hay goces ajenos
a esa empresa de logro. El buscar la
meta parece ser la única gratificación y la droga narcisística esencial.
Así son
los años juveniles para los tres médicos en el bachillerato y en la facultad,
en el trabajo duro y el ahorro para J.
Todos los médicos han trabajado en los años de facultad y X. fue auxiliar de planta en el hospital
aún después de graduarse.
J. empieza a trabajar a poco de caminar, a
los ocho años podía cargar un mulo más alto que él, con una carga de más peso
que él ayudándose con un
A los 14
años acompaña a su padre a las cosechas en que se contrata de bracero y rinde
más que él.
Ha
abandonado la escuela a los 13,”el maestro ya no va a enseñar más”, “porque no
quiere o no puede”. Es el mejor alumno
del pueblo.
A los 16
se va a Francia y trabaja en las tareas más duras, bajas y despreciadas que se
le puedan otorgar a un menor inmigrante clandestino. Ahorra con encarnizamiento y se trae a su
familia a los 18 años. Es claramente el
más hipermaduro y sobreadaptado de los cuatro pero todos han tenido esa
infancia y adolescencia de obsesivos.
Este “antes” es época de comenzar, de estar en tránsito. En la meta, al borde de la meta, hay algo,
“destino” que se impone como interrupción, un “ahora” o un “desde” de dolor,
quiebra psíquica o física, vivencia de rechazo del proyecto y aparente
renunciamiento a él.
Con diferencias de forma y contenido en cada uno, todos
parecen bajo los efectos de una inhibición, pero ella es parcial, relativa, no
resolutoria ni de la angustia ni del dolor psíquico; y con razón, tras las
apariencias de abolición funcional, la acción persiste y con ella la secreta
erotización que soporta.
B. dice que ya no puede ni quiere ser médico, no tolera el
hospital, renunciaría a su título para convalidarlo por el de A.T.S. y trabajar
en un pueblo; tiembla de los errores que cometería en cada acto médico, los
diagnósticos se le aclaran cuando el paciente ya se ha ido, además el
diagnóstico es dudoso y por tanto el tratamiento incierto. Pero de hecho hace una o dos operaciones por
día, prepara el lanzamiento de lo que será una empresa médica muy rentable, en
sociedad con un colega “que me arrastra”, partirá a Inglaterra al servicio en
que se formó invitado por su antiguo profesor a una permanencia superespecializada
de dos meses.
E. se ha visto inhibido del ejercicio institucional y privado
de la medicina pero, asiste a un hospital para obtener el titulo de
especialista en neurología, y ha iniciado el trámite para que se le convalide
el título de “médico de familia” por sus desempeños anteriores. A propósito de esto ha consultado un abogado
para saber si no le quitarán su pensión por estas actividades subterráneas; el
abogado lo tranquiliza con el concepto de “actividades no remuneradas con
objetivos terapéuticos de rehabilitación” (como se rehabilita una
parálisis). En estas actividades vive un
casi insoportable sentimiento de peligro, clandestinidad, temor de ser
desenmascarado como impostor y timidez de pedir al jefe el certificado de
asistencia al servicio.
J. a poco de comenzar el tratamiento,
ansioso de reposo, sin fuerza para nada, prepara la apertura de su suntuosa
cuarta tienda; en una reunión de consorcistas en que se discute la fiesta de
inauguración tiene un intenso dolor precordial, vértigo y la certeza de muerte
inminente pero sale arrastrándose a supervisar los últimos detalles, “ya no
tengo ánimo de hacerlo con mis manos, pero hay que vigilar lo que hacen, no es
como en Francia, los albañiles españoles se equivocan en todo”
Para resumir, el éxito desencadena un desarrollo de angustia
(cuya dinámica y especificidad discutiré más adelante) y pone en marcha una
tendencia a la inhibición. El material
de estos tratamientos permite suponer que hay aquí una quiebra y una removilización de las defensas. Pero en lo que se refiere a la continuidad
del camino de logro, a la persistencia del fin, hay algo muy relativo o
nulo. En los hechos es mentira que
fracasen.
El “ahora” o el “después” del “antes” es una etapa de
sufrimiento pero no de real abandono del fin.
En medio de este sufrimiento y disminución logran de algún modo
continuar el camino trazado, directamente como B. y J., oblicuamente como E.,
diciendo y diciéndose que no. “They get away with it”
uso la expresión inglesa equivalente grosso modo a nuestro “salirse con la
suya” porque ilustra ciertamente mejor lo que pasa, su traducción sería “irse,
como irse arrancando eso”, la diferencia significante importante está en la
“suya” como distinta del “eso”, “la suya” denota un sentido de propiedad, de
“mío”, “eso” en cambio apunta a algo ajeno, de “otro” y ajeno de lo “eso”,
“ello”, alienado, el “irse arrancando” del “get away with” remite a la fuga del ladrón que arranca ese ajeno.
Hay trampa, mentira y coartada, no me atrevería a afirmar que
con mala fé, aunque los increíbles manejos de E., que
descubro después de un año de análisis, hacen pensar en una mala fé siniestra. Es
verdad que la coartada se apoya en un intenso sufrimiento, un embotamiento o
destierro del placer, una disminución psíquica y un riesgo somático. Todo tiene por otra parte aire de penitencia,
como si se dijera “para el triunfo un silicio”.
Llego aquí a un punto en que no me resulta nada fácil ordenar
lo que he pensado clínica y teóricamente y en que el ordenamiento de mi primer
manuscrito me resulta insatisfactorio, de modo que me veo obligado a reordenar,
sin saber cuan afortunado o pertinente será este intento.
Tomaré en primer término el desarrollo difásico que acabo de
exponerles, me parece crucial en la comprensión porque marca un curso de
reacción patológica, aparece como el desenlace de una evolución en la cual lo
más central es el intento de afrontar la castración, tanto en la primera fase
como en la segunda.
Durante la
primera el “antes” se evidencia como enunciándose en una doble vertiente, por
un lado la centralidad de la autoafirmación fálica en los blasones del
rendimiento y en la grandeza del proyecto,
hay aquí una curiosa transacción o pacto frente a la amenaza de
castración, esta posición falizada puede sostenerse gracias a una erotización
encubierta de los medios y una solidaria deserotización de los fines, un
renunciamiento que posterga la amenaza castratoria y que es la segunda
vertiente. La precariedad de este pacto
se evidencia en los jalones intermedios de triunfo, en los cuales aparecen
accesos de angustia que denuncian la amenaza de castración ligada a una
afirmación clara y finalizada.
He enunciado esto en términos crudos y simplificados para
resumir, no estoy hablando de castración en el sentido ingenuo y literal de lo
imaginario, lo central me parece, es la forma transaccional en que el sujeto
logra postergar el corte, manteniéndose en el lugar del deseo de la madre, en
tanto que falizador para ella, y aplacar al padre con su deserotización. Sin embargo, cada vez que algo lleva al
sujeto a la figuración de él, en el lugar del padre (sargento, casi médico,
burgués, etc.), la angustia lo invade.
En la segunda fase, del “ahora” o el “después del antes”,
esta transacción cae o más bien dicho, se desestructura y se reorganiza de un
modo distinto impuesto por la actualización del fin y la imposibilidad de
aceptarlo como tal. La “frustración
interna” de la cual nos habla Freud aparece en estos casos como ligada a una
doble amenaza en relación a la castración y por ende al equilibrio narcicista de estos pacientes.
Por un lado es evidente que el “fin” es el fin de lo materno, disolución de una
fantasía de “no ser aún” y que la pérdida se denuncia en la depresión y lo que
dramatiza un grave síndrome de desamparo regresivo, me extenderé más al
respecto cuando hable de lo que sería la historia de lo materno. Vale decir que algo parece imponer un corte
desde el afuera, desde el acontecer de la vida (mais
la vie sépare ceux qui s´aiment,
en faisent beaucoup de bruit, en este caso).
Que este corte no es aceptado parece también evidente, algo repite “aún
no”, “no está completo”, aún no ha llegado, luego será o no será jamás (no soy
médico, no seré médico, soy pobre, cuando sea rico si es que llego a serlo).
La castración no ha sido aceptada ni se ha accedido a nivel
simbólico, de ahí que se la encuentre en lo imaginario de un modo constante
(algo como decir, quien no la acepta no puede sino que temerla)
B. sueña que parte en auto y poco a poco experimenta una
serie de transformaciones disminuyentes, finalmente llega a destino en volante
de bicicleta.
J. sueña que está con un amigo corpulento y son atacados por
una pandilla de gamberros, el otro pelea exitosamente a puño limpio y él busca un arma sin éxito y
finalmente encuentra un hierro pero al blandirlo para golpear es como de cera y
se quiebra en dos pedazos.
También J. a partir de la operación dice: algo me ha afectado desde la operación, ya no soy el de
antes, etc.
Desde el lado del padre el terror castratorio
tiene una razón de ser, es al padre a quien amenaza el triunfo. Es aquí donde se encuentran las
representaciones más cargadas y ricas de las cuales podría dar múltiples
ejemplos, me limitaré a un sueño y un síntoma.
El sueño es de E. y fue soñado poco antes del fin del tratamiento. “quiero
robar hostias pero no están consagradas, las saco y las meto bajo el
altar,
Cuando el sacerdote consagra y se va las
retiro, no sé si me masturbo en ellas o si las acuchillo”.
Los ceremoniales actuales de J.
consisten en cerrar y abrir puertas con lo que logra librarse de pensamientos
sobre amigos del padre que han muerto o están enfermos. No puede dormirse si no realiza este ceremonial reiteradamente antes
de acostarse. No lo conecta para nada
con su preocupación consciente y culposa respecto al infarto del padre que se
produjo cuando él empezó a plantear su deseo de independizar su empresa.
Por otra parte todos han sido niños muy
temerosos, especialmente J. y B., con miedos arcaicos y antiasmáticos (lobos,
árboles, tormentas) muy intensos y duraderos hasta avanzada la pubertad.
De este trasfondo de relación rotundamente
hostil con el padre parecen derivarse
aspectos de identidad y modalidades particulares de modificación patológica
respecto a los cuales valdría la pena hablar. Viven un sentimiento de identidad precaria,
son siempre “no siendo” o “siendo a pedazos” o “discontinuamente”; no estoy
refiriéndome a nada que sea despersonalización psicótica o histérica. Es una certeza culposa de ser y no poder ser
plenamente lo que son. Este ser se
plantea siempre como diferencia, oposición al padre, no hay nada que sea vivido
como ofrenda o devenir de su ser.
En esta
evocación del padre o en el hablar sobre su posición actual se reitera la
impresión de que el padre (en la percepción del sujeto) vivió efectivamente el
ir siendo del hijo como ser contra y a pesar de él. Pero lo más curioso de todo este juego de
diferencias es la asombrosa semejanza
Aparecen como sintónica o escotomizada, en la
apariencia por ejemplo, E. dirá “mi padre
era basto, avaro, poco limpio”, él es basto, avaro, poco limpio y no lo percibe
para nada. El asco al padre que quiere
trasmitir en esa imagen el
asco que produce su presencia. Donde la
semejanza aparece más dolorosamente es en formas de sufrimiento y disminución,
síntomas o fantasías actuales o referidas al futuro, ahí todo es el padre y
la es nula, él no
dirá esto es mi padre en mí sino que se quejará de sí en los términos con que
descalifica al padre. J. “mi padre era
timorato, si no le hubiera empujado no habría venido a Francia”… meses después,
“estoy sufriendo horrores, me ofrecen un local adyacente al mío, no se si
comprarlo o no, no me atrevo, mi esposa me empuja, etc.”. En momentos así los padres parecen hablar por
la boca de los hijos.
En lo que se refiere a los introyectos paternos de tipo
normativo, ellos están ahí de un modo caricatural, él está completamente
sometido a la persecución, la omnipresencia y el terror de la trasgresión de
esas normas, pero nada de ellos es sintónico e integrado en la conciencia del
yo. Hay una constante alienación de una
especie de voluntad que maneja como ajena siendo al mismo tiempo “mío”
Es obvio que en estos efectos del déficit identificatorio se
alimenta una clara pobreza del narcisismo secundario. Hay algo así como un autoabastecimiento
precario en los residuos de las identificaciones primarias, una nota
meltzeriana del tipo “mis excrementos superan
todo poder y todo valor que venga de otra parte” pero correlativamente, esta
nota de identidad megalomanoide no logra sostenerse
al nivel justamente de lo que se sustenta en el narcisismo secundario, una
cierta capacidad de afirmación coherente de sí, hay insuficiencia y la imagen
de impotencia, incompetencia, incompletud...recurre de un modo constante.
No hay un abandono y ulterior introyección del padre, nunca
fue simbólicamente muerto y la sumisión a él persiste a pesar del desprecio,
sigue siendo niño esclavo, aterrorizado e inferior.
Su rivalidad persiste como exigencia de clandestinidad y robo
para ser, persiste en la acción usurpadoramente.
Todo esto plantea el problema de
aquello que desde el padre (y la madre) halla
facilitado una estructura de identidad de estas características
MADRE.
Diría que en primer término la adscripción del niño al deseo y la envidia fálica de la madre y su constante
descalificación del padre, dato que se repite como hecho monótono. La prevalencia de la línea masculina por el
lado del padre de la madre y los tíos maternos es un corolario de esta nada
infrecuente y teñido siempre de idealización y culpa de sustituirlos por el
padre. El masoquismo de lo igual al
padre podría comprenderse desde aquí como un “algo en ti, huella de tu padre,
es tan bajo, pobre, marginal como él”.
Mater dixit.
PADRE.
En segundo lugar, pero no menos
importante, están las características en general distantes, autoabastecidas,
mezquinas de los padres. Se trata de
hombres que han sacado una lección de su derrota amorosa o que nunca abordaron
amorosamente la paternidad y la conyugalidad.
Responsables y de principios pero afectivamente secos, punitivos, han
construido para ellos un espacio estilístico y físico ajeno a la familia y al
niño, donde éste incluso no puede penetrar sin peligro (el taller del padre de
E. en la casa, sus contenidos, su cierre, el ingreso clandestino, etc.). El taller artesanal del padre de X, la
acusación y el castigo de la herramienta rota
En tanto que estímulo visual, señuelo
identificatorio parece no haber nada estimulante y mucho de aplastante en la
imagen.
Creo que lo más determinante es la
combinación de no apetecible, distante, punitivo y carente de poder afectivo.
En relación, no ya a lo positivo, como
por lo menos a lo salvador o menos lesivo, están las características de responsabilidad
y principios que todos comparten, es
como quien dice “un doloroso mínimo positivo identificatorio” para un ingreso
en la obsesividad y una salvaguarda de la psicosis y la perversión manifiesta.
MADRE.
Por el lado de la madre es evidente el
peso de la atracción polar que ejerce desde una fijación irreductible.
El anhelo pasivo (que nunca puede
gratificarse a nivel preconsciente) y el apetito de la muerte se encuentran en
todos y son manifiestamente centrales y
actuados en los períodos de depresión y enfermedad.
La tendencia a la acción por lo tanto,
aparece aquí como reactiva y el derrumbe frente al fin, o la necesidad de
negarlo, se liga a un evitamiento porque el logro de la realización marca un
angustiante fin equivalente a la realización del deseo que remite al cero
fusional, a la pulsión de muerte, al no renacimiento del deseo. Pienso que este movimiento de evitamiento
pesa tanto como el riesgo de castración por el lado paterno. Así la acción denuncia la búsqueda frustrada
de una separación imposible y pendular.
La
constante búsqueda de lo perfecto, lo completo, lo absoluto, etc. un
equivalente de la añoranza materna radicalmente irrealizable que a posteriori
se tiñe de un revestimiento anal ligado seguramente, a los imperativos paternos
y la obsesividad.
En esta constante búsqueda de lo
perfecto, lo aún mejor, lo aún más, completo inencontrable, se encuentra ese
mismo anhelo omnipotente del narcisismo primario y la defensa contra él, “jamás
logro llegar a la estación de lo que quiero” dice J.V. “siempre falta algo para
la vida que he soñado, pensaba vivir en un chalet afuera pero nunca podré,
aunque tenga el dinero para comprarlo”.
Paradójicamente con la importancia central de la madre en el
deseo inconsciente y en la conformación de los ideales de logro, la relación
con ella es en general mala, conflictiva, recriminatoria. El reproche de su intrusividad, posesividad,
exceso de ambición son (con excepciones) un leit motiv del anal. ¿Porqué me habrá metido en la cabeza ser médico? Si se hubiera
conformado con menos no tendría estos problemas. B.M. “Estoy en casa de mis padres, quiero ver
la tele antes de irme al consultorio, el ruido de los platos y los movimientos
de mamá en la cocina se meten en la habitación, me inquietan, no me dejan oír,
siento una rabia intensa contra ella, que se muera”.
Esta situación paradojal es
comprensible, hay una diferencia ostensible y justificada entre la relación de
objeto y con el objeto, el conflicto recae sobre dos vertientes diferenciadas
en el aposteriori.
Por el lado de la madre actual habría
que decir que estas mujeres son en general fálicas, con una fuerte reactividad
antierótica y que su amor por el niño es ficticio, en esencia parecería que él
es sólo el instrumento para la lucha contra el padre, su propio
engrandecimiento narcisista y la
negación de su castración. No me
extrañaría que tras la apariencia sufriente, devota, sacrificada, se encontrase
intensas tendencias perversas reactivamente ahogadas. Esto es una presunción y tengo evidencias
tenues para un solo caso (el disfraz y la exhibición de X., el episodio de la
clorpromazina). La relación de ellas con
sus padres y con su familia como mito, son por otra parte clara evidencia de la
escasa separación de estas mujeres, imposibilitadas de hacer pareja.
Podría abordar otros temas que se
revelan como importantes a lo largo de estos tratamientos pero el trabajo
adquiriría una amplitud excesiva; de lo omitido lo más saliente es el tema de
la sexualidad genital y la relación con la mujer, monótonamente pobre creo que
es central a pesar de la tendencia al silencio y lo secundario de las
referencias explícitas en el material y
en la vida de estos pacientes. El lapsus
“mi esposa no, mi madre” o “mi madre no, mi esposa” de una incidencia increíble
dice mucho al respecto de la prohibición de lo genital como incesto.
Quiero finalmente abordar los problemas
técnicos que se me han planteado y las
respuestas tentativas que podrían ofrecerse.
Como afirmación general, el análisis riguroso de estos pacientes es
extremadamente difícil por motivos que se subordinan en primer término a la
pobreza asociativa, la intensa angustia, la fuga frente al insight. Diría que aquí opera algo que no es solamente
intensidad de represión sino calidad de censura. Se trata de una censura rígida y
empobrecedora que no permite desplazamientos imaginativos de ningún tipo o en
el mejor de los casos los minimiza. Tal
vez en la medida en que todo está subyacentemente erotizado cualquier cosa debe
ser censurada, o dicho en otros términos, la simbolización de lo imaginario
está dificultada por un constante riesgo de reducción de lo imaginario a lo
real que no debe ser para la conciencia del sujeto, como único modo de
ahorrarle una vivencia psicótica o una castración fáctica.
La intensidad de la angustia, el
desamparo del inicio son constantemente reactivados, no sólo por estímulos
externos de la vida cotidiana sino también por el diván, las interpretaciones y
la transferencia, y esto ciertamente no ayuda.
Una nota de intensa rivalidad es la
regla, teñida de envidia como si la madre
hablara al padre que puede aparecer como odio transferencial manifiesto
(B.M.), evolucionar hacia un rechazo del
tratamiento, lleno de trampas en el camino (E.M.) o episodios de reacción
terapéutica negativa (X) de gran labilidad.
Las notas paranoides se refuerzan con esta explosión de odio, y con
razón.
La
perspectiva de un fin, la idea de la cura como tal, caen bajo la compulsión del
fracaso, el tren debe ser abandonado antes de llegar a la estación.
CONTRATRANSFERENCIA.
En el plano de la contratransferencia
no me atrevo a generalizar, mi estilo, mis exigencias y mi propia conflictiva
pueden pesar, imponer un límite de validez a lo que puedo decir. Pero hay algo narcisísticamente importante que
ha funcionado para mal en dos casos, para bien en uno y evolutivamente en el
cuarto.
Con B.M. en el comienzo, debe haber
pesado una intensa proyección idealizante de mi parte, pensamientos como
gilipollas de no darse cuenta de lo inteligente y capaz que es, llegué a
decirme “creo que a este tío lo quiero más que lo que él se quiere”; creo que
en esto hay una alienación materna del afecto del analista, y por mucho que
haya controlado mis pasajes al acto, es inevitable que algo se transparente
como violación de su libertad y atentado a su propio equilibrio narcisista tan
precario. El hecho es que llegó a
odiarme conscientemente, decirlo, faltar mucho y finalmente irse. Puedo suponer que si mi presencia hubiese
sido más tenue, mi compromiso salvador menor, tal vez, hipotéticamente, el
desenlace hubiese sido distinto. En todo
caso, hubo una mejoría subjetiva, confesada y durable.
Con E.M. la disonancia en todo me
llevaron de la compasión a una real repugnancia, un sufrimiento intolerante de
las “pequeñas diferencias”, el olor, las actitudes, el lenguaje, las eternas
quejas, el descubrimiento de su duplicidad (y la impotencia para
desenmascararlo) convertían sus sesiones en un acumulador de rechazo
Raramente
he estado tan agradecido a un paciente por una interrupción. Me despedí de él en excelentes términos. Aquí el rechazo se justificaba no por las
realidades anecdóticas, sino porque creo que una violencia excesiva de las
propias exigencias exculpe la mínima necesidad especular que comporta, no
solamente el ejercicio del análisis sino la más simple convivencia. La impresión de que robó una importante cuota
de mejoría, lejos de molestarme me alivió.
Con X creo que sus propias necesidades de refiliación, su búsqueda de
novela familiar me colocaron en un lugar paterno sostenible; su juventud, la
menor rigidez de sus síntomas, hace que el trabajo sea gratificante y progrese.
Finalmente, J.V., el único que
intencionadamente atiendo cara a cara, ha habido, creo, un efecto de
aprendizaje, no exigir nada, no empujar implícitamente, mantenerse en el punto
exacto de lo que es mensaje audible y asimilable para él, borrarse al máximo de
todo lo que pueda ser percibido como afirmación contrastante, etc. han hecho
evolucionar la relación hacia un creciente enriquecimiento.
Es un
hecho que la técnica o lo que consideramos como tal, en tanto que analistas, se
configura en un conjunto de reglas, modalidades de discursos, actos
ceremoniales, que pueden encontrar una coherencia teórica de causa-medios y
fines; pero hay un área intermedias de metadiscurso, en que la concordancia o
discordancia del paciente con nuestra expectativa se transforma en
gratificación o herida narcisista, y ahí es donde surgen dudar respecto a
indicaciones y modalidades de variación de la cura tipo, cuya coherencia nos es
mucha más difícil de explicar y cuyos efectos sobre el paciente y el analista
son difícilmente teorizables sin caer en racionalizaciones y doctrinas. La aceptación de estos aspectos limitantes
debe formar parte del oficio, “profesión imposible” como dijo Freud.