El siglo XXI y la responsabilidad del psicoanalista

Ricardo Jarast

 

I.- El navegante del océano tecnológico

No es fácil ser psicoanalista en estos tiempos. Lo simbólico humano vibra de una manera distinta de cómo lo hacía a principios de siglo, la época del descubrimiento freudiano. Lo efímero domina el campo y se hace más difícil el respeto por el tiempo interior del hombre. El sistema de valores con que nos movemos es más difuso.

La seguridad y permanencia de ciertos valores culturales forjaban, en tiempos de Freud, individuos con problemas en los contenidos, los neuróticos. El continente no estaba en cuestión. Hoy sí lo está y aparece en lo que llamamos neurosis narcisistas, estados límites, pacientes psicosomáticos. Si hablamos mucho de las fronteras del psicoanálisis es precisamente porque el ser humano tiene hoy menos claro cuáles son sus bordes.

Durante mucho tiempo los psicoanalistas fuimos vanguardia en la aventura del pensamiento. Hablamos de la revolución de Copérnico, Darwin y Freud, y hasta llegamos a pensar que la nuestra era la última. Sin embargo, algunos exploradores de otras áreas de conocimiento van planteando nuevos interrogantes, por ejemplo, siempre se tomó a la inteligencia como un bien del hombre heredado de los dioses, pero la inteligencia artificial le va restando atributos divinos.

Ante todas estas cosas, no tiene nada de malo que nos inquietemos. Lo malo es que nos paralicemos. Necesitamos ir sabiendo lo que hace otra gente porque pensamos que la vida no sólo pasa por el psicoanálisis. Los no psicoanalistas también nos necesitan. En una fantasía científica tan bien armada como la de Odisea 2001, hay una computadora que se vuelve loca; los científicos de la NASA, cuando envían un Voyager con un condensado audiovisual sobre qué es la Tierra y quiénes somos nosotros, se ven obligados a pensar muy profundamente qué es lo humano; los biólogos que manipulan cada vez con más habilidad los genes, tienen problemas bioéticos y necesitan comprender cuáles son las grandes líneas de los simbólico humano. Somos de los pocos cultivadores de la intimidad que quedan y eso sigue haciendo falta.

Una cartografía de hoy

“Como el final de España y el principio de la India no están alejados, es evidente que este mar es navegable y puede franquearse en algunos días con buen viento”.

Esperanzado, Colón afrontó el océano. Sin saberlo, se embarcaba hacia lo desconocido. Las tierras a las que llegó no eran las del Gran Khan y en su cuaderno de bitácora aparece el esfuerzo para interpretar el nuevo mundo que descubría a la luz de la idea preconcebida que tenía. Hoy la humanidad está embarcada en una exploración en la que lo desconocido sobrepasa la cartografía dibujada  por satélites, estadísticas y ordenadores.

“El Solaris pintado por Stanislav Lem es un planeta sobre el que no existe forma alguna, no hay fronteras ni islas sino que todo se diluye en un océano de inteligencia que lo recubre. El mundo del espíritu y el de la realidad exterior se imbrican y confunden. Los viajeros de la Tierra aprenden a moverse entre criaturas irreales resurgidas de su pasado y de sus esperanzas. Poco a poco descubren que esas apariciones inmateriales, pero de pesada presencia, son el reflejo de una inteligencia única que puebla el planeta.

Hace pocos decenios las corrientes de la geografía humana y económica eran hegemónicamente materiales, las corrientes de intercambio. Actualmente los vínculos claramente individualizados y organizados en torno de estructuras físicas son reemplazados por formas de unión de otra complejidad. Como Solaris, es un océano hirviente y profundo donde las corrientes inmateriales de información van generando nuevos espacios. Es un universo donde se mezclan materia e información, naturaleza y tecnología, genes y electrones.” (5)

Examinando los vínculos entre los desarrollos técnicos y la imagen que la ciencia ficción nos suministra, Patricia Warrick llega a un juicio decepcionante:

“Cuando observa las aplicaciones de la inteligencia artificial a la sociedad, la ciencia ficción es incapaz de previsión. De hecho, en la mayor parte de los casos, las aplicaciones de la tecnología se desarrollan en la realidad antes de que la ciencia ficción las describa. ¿Qué le ha ocurrido a la capacidad del hombre para soñar, para imaginar un futuro digno de sus esfuerzos? Tal es la pregunta planteada al recorrer la literatura de anticipación que se ha interesado desde los años ´30 en el problema de la cibernética. Desde una aproximación inicialmente constructiva, esta literatura ha evolucionado hacia una visión destructora de la relación entre el hombre y la capacidad de inteligencia de sus máquinas.” (1)

Hace notar que los pocos autores que se elevan por encima de la mediocridad del género son los que rompen con los mitos gemelos del hombre reducido al estado de máquina o de la máquina suplantadora del hombre. Entre ellos están Asimov, Clarke y Lem. Para ellos, la nave espacial simboliza la existencia de un sistema más extenso abierto a la exploración y la aparición de una relación complementaria entre el hombre y el ordenador.

Dos caras

Desde el inicio la máquina ofreció dos caras a la humanidad. Una buena y útil bajo el control completo del hombre. La otra, siniestra, relacionada con el miedo al daño que podría provocar fuera de control. Pero actualmente el miedo más profundo no es ese, sino que ella nos suplante por obsoletos.

En “La última pregunta”,  Asimov traza la historia de la humanidad y de la computadora durante un billón de años. Ambas se van complejizando y finalmente la última computadora se convierte en Dios y pone de nuevo en movimiento todo el proceso. Y Clarke, el primer hombre que en 1948 imaginó la comunicación vía satélite y explicó su funcionamiento, también escribió que la propia inteligencia humana podría no ser más que un estadio evolutivo en el camino hacia la inteligencia cibernética; computadoras conscientes de sí mismas y completamente inteligentes.

Ya hemos entrado en el universo del picosegundo, la milésima parte de un mil millonésimo de segundo, lenguaje temporal sin espacios muertos de nuestras hipermáquinas, coexistiendo con el tiempo de lo humano. ¿Cómo armonizar esos tiempos de densidades diferentes? Siempre el artista ha anticipado el problema psicológico predominante de su época. Creo que uno de los increíbles de nuestro tiempo es que quizá por primera vez, las máquinas diseñadas por el hombre, en la armonía de lo caótico, dibujan cuestiones que el hombre mismo se resiste a integrar.

Gert Ellenberger, en su ensayo “Libertad, ciencia y estética”, dice: “¿Por qué nos parece bella la silueta de un árbol deshojado, doblado por la tormenta, recortándose contra el cielo de un atardecer invernal, y no hallamos belleza en la silueta correspondiente de cualquier edificio universitario de uso múltiple? La respuesta parece derivar de la nueva visión de los sistemas dinámicos. Nuestra sensibilidad hacia la belleza  se inspira en la disposición armoniosa del orden y el desorden, tal como ocurre en los objetos naturales: nubes, árboles, cordilleras, cristales de nieve. Allí radica parte de la excitación que rodea a estas imágenes de computadora: ellas demuestran que, por medio de la investigación, es posible establecer una conexión interna o puente entre la visión científica racional y la atracción estética emocional. Estas dos formas de conocimiento empiezan a concordar en su estimación de qué constituye la naturaleza”.(21)

La geometría

En los últimos años la vieja geometría ha renacido gracias a la computación gráfica. La geometría inaugurada por Euclides es la geometría de las formas puras, perfectas, lisas, armoniosas. Pero la geometría clásica no podía describir la forma de las nubes, el follaje de las plantas, la irregularidad de las olas. La geometría de la naturaleza, los “fractales”, nacieron con la computadora. La denominación deriva de la palabra latina “frangere”y evoca la idea de fragmentación e irregularidad. En este mundo computarizado se pueden generar curvas según estos lineamientos:

a)    se selecciona una figura generadora simple (por ejemplo, un triángulo);

b)    se reproduce esa figura en tamaños decrecientes, repetida miles de veces.

De este modo las formas se repiten, cualquiera que fuere el nivel de detalles con que se examinen. Es la denominada “autosimilaridad o autosemejanza”. Si en el proceso de generar fractales, repitiendo incontables veces una figura inicial, entra el azar, se consiguen los “fractales aleatorios”. Es decir, aunque mantengan siempre la semejanza de las formas con la figura generadora, los tamaños no varían según una ley regular, sino que, con limitaciones, dependen del azar. Así se obtienen las irregulares y hermosas formas de la naturaleza, siempre parecidas pero nunca idénticas. (10)

 

Un poeta

 

Un poeta, Archibald McLeish, miembro de la delegación norteamericana en las sesiones preparatorias de la organización de la UNESCO, logró que ésta se llamara precisamente UNESCO y no UNECO como iba a serlo (United Nations Educational and Cultural Organization). La S es de “Scientific”. Para este poeta la ciencia se había convertido en una protagonista de nuestra época.

 

Newton con su ley de gravitación universal pudo explicar el movimiento de los astros y, al generalizarlo a todo tipo de masas, legó al conocimiento principios de orden, entendimiento y tranquilidad. Humanizó los cielos al tornarlos más comprensibles y también elevó los fenómenos físicos a un lugar de privilegio como modelo de conocimiento para otras disciplinas. En ese universo parecido a un reloj, el azar no desempeñaba papel alguno y todas las piezas encajaban como los dientes de un engranaje. Pero hoy nos encontramos con una ciencia de la inestabilidad impulsada por Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química 1977 por su trabajo acerca de la termodinámica de los sistemas alejados del equilibrio. Cuando se aparta a los sistemas del equilibrio, se comportan extrañamente, se vuelven “no lineales”, pequeñas “entradas” pueden provocar gigantescos cambios, mientras que fuerzas de gran escala producen pocos o ningún cambio. Al mismo tiempo se multiplican los circuitos de realimentación positiva que generan procesos de autoalimentación y el azar entra en escena. Las estructuras afianzadas se pueden desintegrar o bien modificarse a sí mismas totalmente. Prigogine piensa que la mayor parte de la realidad no es estable y equilibrada, sino que bulle y burbujea con el cambio y el desorden. El caos puede entonces ser el precursor necesario de un orden en un nivel más alto. (16)

 

Estas ideas las reencontramos entonces en las pantallas de computadora, en los gráficos, con los fractales aleatorios obteniendo hermosas e irregulares formas de la naturaleza: nubes, archipiélagos, paisajes montañosos.

 

Pero la angustia que producen estos nuevos pensamientos, la dificultad de percibir un orden en el caos, promueve en mucha gente un cultivo de lo imaginario. Una reciente encuesta realizada entre estudiantes de la Universidad Hollins, de Virginia, EE.UU., mostró que más de la mitad de los interrogados creía en fantasmas y telepatía mental, cuando hace diez años sólo una cuarta parte de los universitarios creía en esas cosas. 

 

 

II.- La desconfianza de Tamus

 

La creciente “colorización” electrónica de films antiguos, rodados originalmente en blanco y negro a fin de adecuarlos a las exigencias de los “ratings” de la TV color, ha originado una aguda controversia. Woody Allen se ha convertido en uno de los más ardientes defensores de la integridad original de las películas.

 

Lo que sucede con el cine también se observa en el debate sobre la conservación de las obras de arte en los museos. Los técnicos intervienen continuamente para “estabilizar” pinturas envejecidas y físicamente imperfectas. Los artistas y los “connoisseurs” son considerados románticos retrasados que deberían ceder ante la ciencia de los técnicos restauradores. Así, escenas profundas de viejos maestros con matices y sombras superpuestas, son achatadas, aclaradas y empobrecidas como avisos de dentífrico, para hacerlas accesibles, para que puedan leerse de una sola mirada, para que la gente no tenga que hacer esfuerzos para ver lo que está mirando.

 

En esta línea nos encontramos con la modificación de los hábitos de los telespectadores. “Zapping” es la práctica de saltar de un canal a otro sin permanecer en la sintonía de un solo programa. Los períodos de atención son pequeños y los turistas del dial cambian sin que importe la programación, pues ven televisión y no programas. Todo esto tiene mucha importancia en el futuro de la publicidad televisiva. Hay actualmente una tendencia a producir comerciales más breves.

 

¿Y dónde ha quedado la credibilidad en la fotografía? Siempre pensábamos que lo que veíamos en una foto era lo verdadero. Hoy ya no es así. En 1982 los editores del National Geographic hicieron en algunas horas lo que hubiera llevado una generación a los egipcios: movieron una pirámide hasta dejarla cerca de la otra para que una fotografía de ambas quedara bien centrada en la tapa de la revista.

 

Este proceso se llama fotografía electrónica. Consiste en hacer una lectura de una foto convencional con una máquina que usa un rayo láser para leer la imagen y después convertir la información visual en señales electrónicas que, a su vez, son transformadas en números binarios, el lenguaje de las computadoras. Este proceso llamado digitalización produce una imagen hecha de puntitos electrónicos o “pixels”. La foto puede entonces ser trabajada mediante una imagen punto por punto cambiando los valores numéricos de cada “pixel”. Cualquier aspecto de la imagen puede ser transformado sin evidencia de cambio.

 

¿A dónde voy con todo esto? En El navegante del océano tecnológico señalaba como la angustia de los nuevos descubrimientos promovía una exacerbación de lo imaginario patológico incluso en individuos con un buen nivel de formación intelectual. En este artículo intento, entonces, recoger diversos indicios de los caminos “decreativos” y “desrealizantes” que las nuevas técnicas, originales e interesantes en sí mismas, pueden proponer como atajos mortíferos al intelecto humano.

 

¿Cómo evitar esos atajos mortíferos, hacer una pirueta intelectual y extraer la savia de estas transformaciones notables? Esa es la cuestión. Muchos creen que la educación será una de las empresas mayores de la humanidad en el próximo siglo, inclusive desde el punto de vista económico.

 

La revolución cognitiva

 

Howard Gardner, profesor de la Universidad de Harvard, se refiere a una “revolución cognitiva”. Se trata de la integración de seis disciplinas: filosofía del conocimiento, psicología, lingüística, inteligencia artificia, antropología y neurociencias. L    a novedad consiste en que las ciencias cognitivas han empezado a “englobar” la educación. De ser simples satélites cercanos a las ciencias de la educación se han introducido en la sustancia misma del proceso educativo.

 Existe la posibilidad cierta de la superación de barreras hasta ahora infranqueables entre las culturas. Es posible pensar en una educación internacional. Todos los estudiantes que hablan español en cualquier lugar del mundo podrán comunicarse por medios telemáticos, intercambiar y utilizar los mejores programas didácticos. También la barrera lingüística será franqueada con la incorporación de sistemas automáticos de traducción simultánea.(4)

 

El inventor del lenguaje LOGO, Seymour Papert, piensa que es toda la visión de la educación la que debe revisarse a partir de la aparición del chip electrónico. Podemos pensar que siempre existirá un lugar llamado escuela, pero seguramente cambiará mucho y se sustituirá el acento en aprender muchos conocimientos por una labor más socrática de discutir e iniciarse en cómo aprender cosas.

 

El chip electrónico probó ser muy útil en mejorar en los chicos la estrategia de la búsqueda del sentido de las palabras y frases escritas y, también, en la comprensión de ciertas propiedades de las formas dibujadas. Sin embargo, muchos temen que la lógica de la computadora anule la sutileza del espíritu humano, que sólo un buen maestro puede transmitir. Y advierten sobre la nutrición educativa que se da al niño. Debe iniciarse con información “blanda” – la música, el teatro, la  danza – para adquirir los conocimientos “duros” – disciplinas científicas y lenguaje de computadora -.

 

Frente al interrogante sobre las maneras de formar a los jóvenes para el tercer milenio, en el Japón se insiste en la necesidad de recuperar los valores ancestrales. La revalorización de la tradición es parte de la era de la duda que caracteriza a este fin de siglo. Aparece en el momento en que la aceleración de las mutaciones sociales y tecnológicas adquieren un ritmo vertiginoso.

 

Fanáticos

 

Sherry Turkle es una psicóloga y socióloga norteamericana profesora en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT). Su primer libro fue Jacques Lacan. La irrupción del psicoanálisis en Francia.  Es un estudio sobre la manera en que Francia, un país resistente a las ideas psicoanalíticas, fue arrastrado, a fines de la década del sesenta, por un “embelesamiento con Freud”. La autora pasó más de un año “in situ” entrevistando a estudiantes, activistas políticos, periodistas, pacientes y más de ciento cincuenta analistas. Si bien en Francia el psicoanálisis se había empezado a desarrollar desde las primeras décadas del siglo, se afirmó después de la Segunda Guerra Mundial y sólo alcanzó aceptación general después de mayo de 1968. Hubo en ese momento una confluencia entre el modo psicoanalítico lacaniano de pensar y una demanda social. Surgió así lo que la autora denomina una “cultura psicoanalítica”. En 1984 Turkle publicó otro libro: El segundo yo. Las computadoras y el espíritu humano. Durante seis años estudió la “cultura de la computadorización”, una cultura en gestación. Investigó el efecto que produce la computadora en gente muy distinta: niños, usuarios de computadoras personales, los investigadores en inteligencia artificial, los virtuosos de la computadorización.

 

Según la autora, en ambos libros la meta es la misma:

 

“…comprender cómo las ideas salen de un sofisticado mundo técnico para ingresar en la cultura en su conjunto y, una vez allí, cómo modelan la manera en que la gente piensa en sí misma”.

 

A ella no le interesa la “computadora instrumental” sino la “computadora subjetiva”, como objeto evocativo que “…fascina, trastorna la ecuanimidad y provoca la reflexión”. Como un moderno Rorschach, la cualidad camaleónica de la computadora permite distintos estilos de interacción con la máquina.

 

Los virtuosos de la computadorización, conocidos como “los fanáticos”, conforman un grupo muy patológico. Muchos buscan un alma en la máquina. Aparece la sensación de fundir la mente propia con un sistema universal. La computadora se transforma en un objeto transicional perteneciente simultáneamente al yo y al mundo exterior.

 

Los fanáticos son, en general, hombres jóvenes para quienes la destreza adquirió mucha importancia. Hay un deseo de perfección centrado en el dominio de la computadora. Viven y piensan la mayor parte del día, todos los  días, en computadoras. Utilizan su dominio sobre la máquina para construir una cultura de proezas cada vez más difíciles buscando sistemas cada vez más complejos.

 

El MIT, uno de los centros de mayor nivel mundial en computadorización, es un buen lugar para estudiar a este grupo. Los fanáticos del MIT hablan  del “deporte de la muerte”: consiste en empujar la mente y el cuerpo hacia límites cada vez más difíciles. El cuerpo no es algo cuidado sino negado y castigado. Los fanáticos huyen de las  relaciones sociales  y coexisten en ellos la autodenigración corporal y social junto con la sensación de ser una elite. Se mantienen unidos por la tolerancia mutua y el respeto por un individualismo extremo. Es una cultura de solitarios que no están solos.

 

La tercera ola

 

En La tercera ola, Alvin Toffler postula que ésta es “la más profunda conmoción social y reestructuración creativa de todos los tiempos”. Toffler piensa que  somos la generación final de una vieja civilización y la primera de otra nueva, y que la confusión y angustia actuales se originan en este conflicto.

 

La primera ola de cambio, la revolución agrícola tardó miles de años en desplegarse. El  nacimiento de la civilización industrial, la  segunda ola, necesitó trescientos años. El autor cree que la tercera  ola se completará en pocas décadas. Algunos indicadores  de la tercera ola son: la inteligencia artificial, la revolución genética, la superconductividad, la fusión en frío.

 

A mi entender, el  libro de  Toffler es excesivamente optimista, pero creo que vale la pena leerlo y reflexionar sobre él. En este tiempo de entrechocar de olas, todos percibimos innovaciones revolucionarias como la computadorización. Ni buena ni mala, poderosa. Ayudará a muchas personas a enriquecerse y crecer, y será para otras, como los fanáticos, un refugio patológico.

 

Llegados a este punto creo oportuno recordar un mito que trae Platón en el Fedro: el dios egipcio Teut, inventor de la  escritura, le dice al  rey Tamus lo conveniente que sería extenderla entre su pueblo. El rey le pregunta qué utilidad tendría y Teut se lo explica en detalle.  Entonces Tamus le responde:

 

“Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos.  Ella no producirá sino el olvido en las almas de  los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria: fiados de este auxilio extraño, abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos,  cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias, y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes en su mayor parte, y falsos  sabios insoportables en el comercio de la vida”.

 

Podemos ser  menos desconfiados que Tamus. Desde la  invención de la escritura el  incremento del saber humano fue inmenso. Se integró la sabiduría de muchos tiempos y muchos hombres. Hoy, con las  computadoras sucede algo similar.  Pareciera que la cooperación entre el hombre y la máquina se levanta como un nuevo mojón en la historia.

 

 

III.- Patente Nº 4.736.866

 

La cátedra Lucasian de Matemáticas de la Universidad de Cambridge, dictada en el siglo XVIII por Newton, es ocupada hoy por un paciente neurológico grave de 47 años. Se trata de Stephen Hawking considerado uno de los más grandes físicos teóricos del mundo, en la línea de Galileo, el mismo Newton y Einstein. Desde 1962, una esclerosis lateral amiotrófica ha ido inutilizando progresivamente todos sus músculos hasta el punto de que actualmente no puede más que mover levemente la cabeza y las manos. Al estar impedido  de hablar se comunica por medio de un ordenador personal y un sintetizador de voz que lleva en su silla de ruedas.

 

Pues bien, este hombre de mente brillante, entusiasta científico apasionado por la cosmología, quiere compartir con el hombre común su visión del universo. Para ello escribió hace poco una Historia del tiempo, traducida ya a nuestro idioma y convertida en best-seller mundial. Hawking se pregunta: ¿cuál es la naturaleza del universo? ¿Cuál es nuestro lugar dentro de él? ¿De dónde venimos él y nosotros?

 

En los párrafos finales de su libro, Hawking escribe: “Hasta ahora, la mayoría de los científicos han estado demasiado ocupados con el desarrollo de nuevas teorías que describen cómo es el universo para hacerse la pregunta de por qué. Por otro lado, la gente cuya ocupación es preguntarse por qué, los filósofos, no han podido avanzar al paso de las teorías científicas … Si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios”.

 

El ratón de Harvard

 

“Por primera vez, la Oficina de Patentes formuló una política pública y tomó en propias manos la autoridad del Congreso. Sus responsables han decidido literalmente quién controlará la posesión de la vida en el siglo XXI”, advirtió Jeremy Rifkin, presidente de la Fundación sobre Tendencias Económicas de Washington, quien es uno de los líderes de la coalición que procura interrumpir la cesión de patentes sobre animales.

 

La Oficina de Patentes y Marcas Registradas de los EE.UU. había aprobado en abril del año último la patente Nº 4.736.866 para “mamíferos no humanos transgenéticos”, la primera patente del mundo a una forma superior de vida, un ratón creado por Philip Leder y Timothy Stewart, investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard, mediante técnicas de manipulación genética. Ambos habían aislado un gen que provocaba el cáncer en muchos mamíferos, incluido el hombre, y después lo inyectaron en huevos fertilizados de ratón y lograron una nueva cría de esos animales con modificaciones genéticas. Según Leder: “Debido a que la mitad de las nuevas hembras contrae indefectiblemente el cáncer, la cría alterada sirve de modelo más eficaz para analizar cómo los genes contribuyen al desarrollo del cáncer, particularmente el de mama”.

 

Donald J. Quigg, comisionado de Patentes, expresó que la capacidad potencial de los ratones modificados para acelerar la investigación de tratamientos para el cáncer fue un factor importante para otorgar la primera patente y dijo: “¿Cómo puede alguien decir que esa clase de experimentos es indebida o falta a la ética?”

 

Las preguntas que Hawking se hace en Cambridge, y que quiere compartir con la humanidad, no son las preguntas que se hacen muchos otros investigadores de punta.

 

Un año antes, en 1987, Alvin Toffler, asustado, prevenía sobre los problemas político-morales y económicos que la revolución genética planteaba y advertía: “Donald J. Quigg, al carecer de una legislación específica sobre el asunto, toma la decisión administrativa de que nuevas “formas de vida” desarrolladas mediante ingeniería genética puedan ser patentadas como si fueran artefactos… No es exagerado afirmar que las decisiones tomadas por ese grupo de personas podrán influir en nuestro destino para siempre. ¿Quiénes son? Son hombres de negocios, burócratas, jueces, médicos y científicos, quienes, al haber un vacío de una política de bien común y de guías morales pertinentes, están poco a poco y sin plan alguno formulando una política para la revolución biológica que está por sumirnos a todos”. (17)

 

Y  dos años después, en mayo de este año, un gen ajeno fue transferido a un ser humano por primera vez en la historia por Steven Rosenberg, el oncólogo que trascendió al gran público como extirpador de los tumores a repetición de Ronald Reagan. El paciente, un hombre con un cáncer incurable, fue inyectado con células que habían sido alteradas genéticamente mediante la utilización de un virus de rata.

 

Con todo esto, la posibilidad de curas fantásticas y de “biohorrores” está planteada.

 

¿Por qué psicoanalistas?

 

Un decreto del presidente Mitterrand creó en 1983 un Comité Nacional Consultivo de Ética de las Ciencias de la Vida y de la Salud. Al respecto dice el biólogo Jacques Testart, uno de los más brillantes especialistas de las nuevas técnicas de fecundación in vitro: “Es un comité que reúne a treinta y cuatro personas, la mitad de las cuales son biólogos o médicos, el resto son juristas o gente de las ciencias humanas. Este comité da su parecer cuando se le pide. No tiene ningún valor legal, es una autoridad moral. Pienso que no tendría que haber técnicos que son a la vez juez y parte. Tendría que haber sólo gente de las ciencias humanas, filósofos y psicoanalistas y a lo mejor historiadores de las ciencias, porque tienen la experiencia de lo que ya pasó.

 

Periodista: ¿Por qué psicoanalistas

 

Testart: Porque, con los filósofos, son los únicos que saben dónde va el hombre cuando hace ciertas cosas.” (2)

 

El psicoanalista se pregunta: la vida, ¿qué es?

 

Es algo que atañe más al ser que al sexo. Lo propio de la salud es ser y sentirse real. Hay un vínculo entre la salud emocional del individuo y un sentimiento de realidad.

 

La gente sana vive tres vidas:

1.- La vida exterior, la vida de las relaciones interpersonales.

2.- La vida interior, la realidad psíquica personal.

3.- La vida de la experiencia cultural.

 

Esta es la más variable de las tres vidas y fue estudiada por el pediatra y psicoanalista inglés Donald Winnicott.

 

Es un espacio potencial que no corresponde al adentro, el mundo de los sueños y las fantasías, ni al afuera, el mundo de la realidad compartida. Es ese paradójico tercer dominio que participa de los otros dos simultáneamente. Atañe a los símbolos. Su punto de origen se ubica en el comienzo mismo de la vida cuando la madre, por medio de su adaptación activa a las necesidades del bebé, superpone la realidad externa de su presencia a la presencia que el bebé va imaginando. Esto habilita al niño, cuando va diferenciándose del ambiente, a superponer a la realidad externa lo que él imagina. En toda esta zona transicional se localiza la raíz del simbolismo.

 

El juego

 

“En  la playa de interminables mundos, los niños juegan”, escribió el poeta indio Rabindranath Tagore. Esta cita le llamó la atención a Winnicott desde su adolescencia, Cuando se convirtió en freudiano supo qué significaba. El mar y la playa representaban una interminable relación sexual entre el hombre y la mujer, y el niño surgía de esa unión para tener un breve momento antes de convertirse en adulto. El mar es la madre y los bebés salen del mar y son arrojados a  la playa. Por lo tanto, la playa es el cuerpo de la madre cuando el niño ha nacido y ella y el bebé ahora nacido empiezan a conocerse. Así surgen también los símbolos, del juego de la madre con su bebé.

 

Para Winnicott la palabra “juego” se transformó en uno de los pilares de su pensamiento. Decía: “Al psicoanalista tiene que resultarle valioso que se le recuerde a cada instante no sólo lo que se le debe a Freud sino también lo que le debemos a esa cosa natural y universal que llamamos juego. La psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del terapeuta. Está relacionada con dos personas que juegan juntas. El corolario de ello es que cuando el juego no es posible, la labor del terapeuta se orienta a llevar al paciente de un estado en que no puede jugar a uno en que le es posible hacerlo”.

 

En el estado fusional primario entre la madre y el bebé, éste vive en la infinitud, sin percatarse de pasado y futuro. El sentimiento de la continuidad y de la finitud del tiempo es un logro por adquirir. La ”continuidad de la línea de la vida “ es provista por la continuidad del cuidado materno.

 

En cada ser humano existe continuidad en la transmisión de la capacidad de ser como individuos, de generación en generación. De la capacidad de ser nace la de hacer: cada generación no sólo reemplaza a la anterior y cuida a la que sigue biológicamente, sino que crea y recrea el ambiente cultural. Quizá la continuidad y la evolución de la cultura son el rasgo principal de la condición humana. “La experiencia cultural, decía, provee la continuidad de la raza humana, que trasciende a la existencia personal. Comienza con el juego y conduce a todo aquello que compone la herencia del hombre: las artes, los mitos históricos, la lenta progresión del pensamiento filosófico y los misterios de las matemáticas, de las instituciones sociales y de la religión.”

 

Winnicott, que murió en 1971, no conoció la revolución biológica, la “bomba” biológica. Sí la bomba atómica y la acercaba a su idea de las angustias inconcebibles, es decir, diferentes formas que puede adoptar el miedo al aniquilamiento: agonías primitivas que el niño sufre en relación con una quiebra de la continuidad de existir. Habría un miedo primitivo a la discontinuidad, al fin de todas las riquezas de un mundo edificado generación tras generación.

 

“Sabemos – decía Winnicott – que son los hombres quienes son capaces de destruir el mundo. Si esto se produce, moriremos, acaso, en una última explosión atómica, sabiendo que en esa destrucción no hay salud, sino miedo, y que representa en parte el fracaso de la gente sana y de la sociedad sana, que no supieron hacerse cargo de sus miembros enfermos.”

 

IV.- Ginecidio y bioética

 

“Si la sabiduría humana hubiese progresado con la ciencia, no tendríamos la bomba atómica”, dijo Jean Bernard, presidente del Comité de Ética francés. (3)

 

Centenares de embriones congelados duermen en cubas de nitrógeno líquido en laboratorios franceses a la espera de su renacimiento.

 

Algunas mujeres son estériles porque sus trompas tapadas impiden el encuentro del óvulo y el espermatozoide. Al hacerse la fecundación en el laboratorio se sortea el obstáculo. Se alcanza un éxito del 20 al 25%. Pero se ha mejorado el rendimiento de las fecundaciones gracias al congelamiento de los embriones. Para evitar que los pacientes sufran en cada ciclo una extracción quirúrgica del óvulo, los especialistas estimulan con hormonas su producción. Se recoge un promedio de seis. Algunos médicos colocan a todos los óvulos al mismo tiempo en el útero, corriendo el riesgo de un embarazo múltiple. Otros los congelan. Y acá se plantea el problema de los “huérfanos in vitro”. El Comité de Ética aconsejó usarlos seis meses después del fracaso del primer embarazo o nueve meses después del nacimiento del primer bebé.

 

Muchos científicos consideran estos plazos demasiado cortos. La manipulación de los embriones, definidos por el Comité de Ética como “personas humanas potenciales”, encierra peligros como la eugenesia, es decir, la idea de aplicar métodos biológicos al perfeccionamiento de la especie.

 

Profesionales escoceses han puesto a punto un procedimiento que permite detectar embriones masculinos. Por lo tanto, se podrá elegir el sexo del hijo. Científicos australianos descubrieron que si se extrae una célula del embrión, éste sigue desarrollándose bien. Con la célula obtenida se puede estudiar la información genética y detectar taras, con lo que se puede hacer una selección de embriones. (9)

 

Dice Jacques Testart:

 

“Tenemos en nuestro equipo más de cincuenta niños que nacieron por medios naturales y cuyos padres se habían inscripto para la fecundación “in vitro”. Nacieron antes de intentarlo.

 

Entonces hay algo que no anda bien en la mente de la gente.

 

Si se pone a punto la posibilidad de determinar el sexo del óvulo fecundado se va a crear una necesidad, esa especie de mística de la ciencia de la medicina. Hay que tomar lo más moderno. La gente se va a precipitar a los laboratorios y las camas ya no servirán para hacer niños”. (2)

 

Tres breves noticias:

 

Poco tiempo atrás una mujer de California quiso quedar embarazada por medio de la inseminación artificial con esperma donado por su padre, abortar el feto y trasplantar sus células cerebrales a su padre enfermo del mal de Alzheimer.

 

En Sudáfrica una abuela ha albergado y parido el óvulo fertilizado de su hija. Ese hijo ¿es un hijo o/y un nieto?

 

Se ha conseguido en laboratorios fecundar una gameta femenina con otra gameta femenina, volviendo innecesario el espermatozoide. Se unió así el patrimonio genético de una mujer con el de otra mujer.

 

Estas breves informaciones son índice de la necesidad de pensar la cultura de finales del siglo XX, para reconstruir los límites que permitan mantener la continuidad de la vida simbólica del ser humano.

 

Sólo un uno por mil

 

La médica argentina Liliana Kaplan desarrolló en Paris, a principios de 1983 un método que permite a las ocho semanas de embarazo captar  enfermedades muy graves del feto a partir de la biopsia de placenta. Kaplan observó con asombro y preocupación cómo su método empezó a ser utilizado por Estados y grupos religiosos y culturales para la determinación del sexo embrionario en embarazos normales, con el fin de eliminar los del sexo femenino. A esto lo llamó “ginecidio”. Abandonó esa línea de investigación aplicada y siguió trabajando en inmunología de la reproducción. Al mismo tiempo animó grupos de reflexión pluridisciplinarios sobre los peligros de ciertos avances de las ciencias biológicas (tuve ocasión de participar con ella e Hitoshi Oshima, profesor de Letras de la Universidad de Tokio, en mesas redondas sobre estos temas).

 

Así como hace algunas décadas la física atómica elevó el nivel del conocimiento de la física por encima de las otras ciencias, desde hace pocos años se asiste a una revolución de la biología, impulsada por la genética molecular.

 

Esta nueva ciencia deriva de la teoría atómica aplicada a la biología y nace con el descubrimiento de la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN). Pero el ADN, soporte del patrimonio genético de todo lo vivo, sólo pudo analizarse en detalle en 1975 a partir de la ingeniería genética.

 

Las ciencias físicas en su necesidad de conocer la naturaleza para dominarla evacuaron el “factor humano” para ser objetivas. Esto se constituyó en un paradigma de todas las ciencias, no escapando la medicina que se hipertecnologizó, reduciendo al hombre a un órgano enfermo para reparar o cambiar.

 

Dice la doctora Kaplan: “Esta es una crisis de la cultura y de la conciencia moral de Occidente, que es producto de la falta de espacio para los aspectos psíquicos del hombre que contienen el mundo de los afectos y las emociones: el alma, en suma, que no puede ser separada de los aspectos corporales aunque no dispongamos aún de los instrumentos teóricos para pensarlos juntos.

 

La biología molecular nos enseña que lo que separa al  hombre del chimpancé no es más que un uno por mil de genes.

 

El gran mérito de Freud es el haber introducido con su noción de inconsciente una fractura en las certezas de objetividad de la ciencia moderna, lucha por la cual parte de ese uno por mil, que constituye aún un enigma total para la biología y comenzó así a crear dificultosamente su propio espacio en la ciencia de los científicos y de la sociedad”.

 

En griego la palabra “ética” significa ciencia de la moral. La palabra “moral”, rechazada del lenguaje de nuestro tiempo, vuelve desde las universidades norteamericanas a través de la palabra “bioética”, moral de la biología.

 

Los psicoanalistas estamos también convocados a pensar la bioética.

 

La responsabilidad

 

En 1977 fueron enviados a las estrellas dos vehículos espaciales que, después de explorar el sistema solar exterior desde Júpiter hasta Urano, abandonaron poco tiempo atrás nuestro sistema solar, convirtiéndose en emisarios de la Tierra.

 

Cada una de las naves Voyager lleva adosado un disco fonográfico con un mensaje para posibles civilizaciones extraterrestres que la nave pudiera encontrar en algún tiempo y lugar remotos.

 

Cada disco contiene 118 fotografías de nuestro planeta y nuestra civilización, casi 90 minutos de nuestra mejor música, los sonidos de nuestro mundo y saludos en casi 60 idiomas y el lenguaje de las ballenas.

 

¿Por qué el lenguaje de las ballenas?

 

Las grandes ballenas son las dueñas sensibles y graciosas del océano profundo, los animales más grandes que hayan evolucionado nunca sobre nuestro planeta.

 

El mar es poco transparente y la vista y el olfato no son muy útiles para orientarse. Pero sí el sentido del sonido. Dice Carl Sagan: “Algunos sonidos de ballenas reciben el nombre de canciones, pero todavía ignoramos su naturaleza y significado reales. Ocupan una amplia banda de frecuencias, pasando muy por debajo del sonido más grave que el oído humano puede oír o detectar. Una canción típica de ballena dura quince minutos; las más largas , una hora. A veces un grupo de ballenas abandona sus aguas invernales en medio de una canción y seis meses más tarde vuelve y continúa exactamente en la nota correcta como si no hubiera habido interrupción”.

 

Durante decenas de millones de años, las ballenas se pudieron comunicar a miles de kilómetros de distancia. Pero, actualmente, el ruido de los buques comerciales y militares interfiere esas comunicaciones brutalmente.

 

“¿Saben las ballenas sus respectivos nombres?¿Pueden reconocerse como individuos a partir de los sonidos? Hemos segregado a las ballenas de nosotros”, concluye Sagan.

 

También el poder de la tecnología moderna interfiere en la sutil comunicación entre la madre y el feto.

 

Para la recientemente fallecida psicoanalista francesa Françoise Dolto, el ser humano es de entrada un ser de comunicación, desde su vida fetal. “Podemos comunicarnos con él si sabemos entenderlo y si respetamos su dignidad de futuro hombre o de futura mujer “, decía. (14)

 

La haptonomía, nueva disciplina enseñada por Franz Velzmann, permite a los médicos comunicarse con el feto mediante el tacto a través de la pared del vientre de la madre. Si el niño ya se comunicó gracias a la haptonomía con sus padres, éstos lo ayudan a presentarse bien, mediante el tacto y la palabra en el momento del parto.

 

En la época de los bombardeos nazis a Londres, Donald Winnicott, a través de la BBC, contactaba radiofónicamente con las madres inglesas. Entre otras cosas les decía que creyeran en su propia intuición materna y que no permitieran la intrusión del poder médico en la compleja comunicación entre la madre y su bebé.

 

Cuarenta años después, con la televisión y el videocassette, Dolto luchó por el  respeto de esa misma intimidad, semilla básica de la salud mental.

 

“Las nuevas técnicas de diagnóstico prenatal son un arma de doble filo. Es de temer que los médicos las utilicen para magnificar su saber y ejercer sobre el feto un poder absoluto, privándolo de una relación única, irreemplazable, con la madre que lo lleva en su seno y lo escucha. Tenemos el ejemplo de la ecografía, que permite saber a los cuatro meses si el feto es masculino o femenino. Esto no autoriza al médico a revelarle el sexo a la madre si ésta no lo desea”, afirmaba Dolto. (6)

 

Los investigadores de la concepción “in vitro” no saben más que el resto de los humanos sobre el origen de la vida, sobre lo que da nacimiento a un hombre nuevo en devenir. No es el investigador el que da la vida. La vida es  algo que jamás se podrá ver aún con los más perfeccionados instrumentos de observación. La vida es el deseo mismo. El deseante de vivir no es el progenitor, sino quien ha de nacer. Sólo cada niño se da vida por su deseo de vivir.

 

Los psicoanalistas, que tenemos fe en el desarrollo posible del hombre, en esta última década del siglo, debemos reafirmar nuestro compromiso responsable con una ética del ser, ética puesta en cuestión dramáticamente por un desarrollo tecnológico desmesurado sin el acompañamiento necesario de una reflexión madura.

 

Bibliografía

 

1.- Asimov, I.: Sobre la ciencia ficción, Sudamericana, Buenos Aires, 1982.

 

2.- Baron Supervielle, O.: “¿Se debe abolir el azar? Entrevista a Jacques Testart”, La Nación, 1/3/87.

 

3.- Baron Supervielle, O.: “Jean Bernard o la sabiduría en la ciencia”, La Nación, 13/11/88.

 

4.- Battro, A.: “La revolución cognitiva”, La Nación, 9/11/86.

 

5.- Bressand, A. y Distler, C.:  El mundo del mañana, Sudamericana-Planeta, Buenos Aires, 1986.

 

6.- Dolto, F.: La causa de los niños, Paidós, 1986.

 

7.- Hawking, S.: Historia del tiempo, Grijalbo, 1989.

 

8.- Kaplan, L.: “La bomba genética”, Psyche Nº 27, 1988.

 

9.- Kouchner, A.: “Huérfanos in vitro”, La Nación, 11/12/87.

 

10.- Lauría, E.: “La  fantástica cara oculta de la geometría”, La Nación, 14/9/87.

 

11.- Platón: Fedro, Obras Completas, volumen 1, Bibliográfica Omeba, Buenos Aires, 1967.

 

12.- Sagan, C.: Cosmos, Planeta, 1982.

 

13.- Schneider, K.: “El ratón de Harvard”, La  Nación, 27/4/86.

 

14.- Simmonnet, D.: “Resposabilidad y culpabilidad. Entrevisa a Françoise Dolto”, La Nación, 22/4/88.

 

15.- Toffler, A.: La tercera ola, Plaza & Janés, Barcelona, 1980.

 

16.- Toffler, A.: “La nueva ciencia de la inestabilidad arroja luz sobre la política”, La Nación, 27/11/86.

 

17.- Tofffler, A.: “El caos moral rodea a la incontrolable revolución biológica”, La Nación, 8/7/87.

 

18.- Turkle, S.: Jacques Lacan. La irrupción del psicoanálisis en Francia, Paidós, Buenos Aires, 1983.

 

19.- Turkle, S.: El segundo yo. Las computadoras y el espíritu humano, Ediciones Galápagos, Buenos Aires, 1984.

 

20.- Winnicott, D.: Realidad y juego, Gedisa, 1987.

 

21.- Wolff, T.: “Los gráficos por computadora, una nueva forma de arte, La Nación, 22/11/86.