El Presidente del Banco Federal
alemán, Hans Tietmeyer, escribía
ayer en DIE ZEIT (Nº. 51) un artículo que se titula algo
así como “Si
la política diaria y las fronteras nacionales dejan de influir,
se
podrá confiar en la moneda europea”. Habla ahí repetidas
veces de
“despolitizar el dinero”, haciendo una hábil e interesada utilización
del general descrédito que tiene la política entre la
mayoría de los
ciudadanos. “Si la política es algo sucio, la despolitización
de la
economía ha de ser algo bueno”. Tal es el razonamiento que la
expresión empleada por el superbanquero trata de suscitar en
el
lector. Sin embargo, el razonamiento, impecable a primera vista,
encierra un falacia muy frecuente que consiste en que el término
común a la premisa y a la conclusión -política-
tiene distinta
acepción, distinto referente, en una y otra. Cuando se habla
de la
política como algo sucio, en lo que se piensa es en el general
pasteleo y corrupción que se vive entre los profesionales de
la
política. En cambio, en la conclusión, despolitización
no significa
que la economía vaya a verse libre de esos pasteleos y corrupciones,
sino, muy al contrario, que la economía va a quedar fuera de
todo
control democrático.
Más adelante, Tietmeyer
nos expone una breve historia de las
estrategias político-monetarias, dentro de cuyo marco la unión
monetaria europea representaría “el cierre del círculo
de los
experimentos político-monetarios” (son palabras suyas). Su resumen
es
bastante didáctico; sin embargo, como no puede por menos de
suceder
en un análisis efectuado en clave monetarista, en su narración
historiográfica no aparece la menor referencia a cosas tales
como el
bienestar de la población, la satisfacción de las necesidades
básicas
o la erradicación de la miseria. En la concepción que
de la economía
tiene el Sr Tietmeyer -una concepción tan extendida que casi
podríamos darle el calificativo de “oficial”- estos asuntos
son
irrelevantes. Por lo visto, el estudio y la práctica de la economía
no han de estar orientados hacia asuntos tan vulgares como los que
acabamos de mencionar. Bajo el punto de vista “canónico” del
superbanquero, la economía no tiene otro objeto que ella misma;
esto
es lo que se desprende de su crítica a las “políticas
monetarias que
persiguen objetivos no monetaristas”.
Y, ya al final del texto,
el presidente del Bundesbank sentencia:
“Tras el Tratado (de la Unión Monetaria), sea cual sea la evolución
económica o política que experimente un país,
no habrá puerta de
salida. (...) En la Unión Monetaria, ningún país
tendrá más la opción
de ensayar caminos diferentes. Y todos los países que formen
parte de
ella estarán para siempre sujetos a la competencia con el resto
de
países europeos, ya sin la posibilidad de ajustar el cambio
de la
moneda y sin que los bancos emisores puedan adecuar los tipos de
interés a la situación económica particular”.
Esto me lleva al siguiente
artículo, éste de Alain Tourain,
publicado dos días antes en El País. Allí, tácitamente,
el autor
manifestaba su esperanza de que los partidos de centro-izquierda
evitaran “que se ensanche el abismo que separa ya al mundo económico
de los mundos político o cultural”, de que pusieran “fin al
desarrollo sin freno del capitalismo, es decir, de la economía
de
mercado, mientras rechace todo control político y social de
sus
actividades”. Pero, ¿no han sido, entre otros, esos partidos
de
centro-izquierda, los que han tratado de convencernos de las bondades
de una unión monetaria cuyo propósito -o consecuencia,
al menos-, tal
y como con toda claridad expresa Tietmeyer, es precisamente el
ensanchamiento de ese abismo?
Según Tourain, incluso
el Banco Mundial y el FMI mantienen hoy en
día discursos muy diferentes a los de hace unos años,
hasta el punto
de que -siempre según Tourain- el señor Camdessus, director
ejecutivo
del FMI, “subraya constantemente la urgencia de restablecer la fuerza
y la capacidad de intervención de los Estados nacionales”. Tourain
parece no haberse dado cuenta del tipo de intervención estatal
a que
se refiere el señor Camdessus. Para comprobarlo no tendría
más que
leer otro periódico, dos días más tarde. Se dice
en El Mundo: “El FMI
recomendó ayer a España que profundice en las medidas
de
liberalización de la economía, y en concreto citó
el mercado laboral
como uno de los sectores a reformar”. Ahí tiene Tourain una
buena
muestra de la clase de intervenciones que por parte de los Estados
espera el señor Camdessus. ¡Y luego dirán que los
comunistas hemos
perdido el sentido de la realidad!