Nos acompañan en este coloquio Antoni
Lucchetti,
del Grupo de Teatro "Catorzedeabril", David Becerra, Investigador
de la FIM, y Manuel
López, escritor
y también militante de IU. Y para hablar del compromiso
social y
político de las "gentes de la cultura" estaría
bien que comenzáramos
reflexionando sobre qué entendemos por tales "gentes de la
cultura".
¿Nos referimos a lo que popularmente se conoce como "la
farándula"?
¿Pensamos en los intelectuales solidarios a los que en
tiempos del
franquismo se llamaba "los abajofirmantes"? ¿O nos remitimos
a lo que
el Partido en aquellos tiempos llamaba "Fuerzas de la Cultura"
propugnando su Alianza con las Fuerzas del Trabajo? Y sobre todo,
¿dónde ubicamos a estos sectores sociales en el
marco de una sociedad
dividida en clases?
Una característica esencial de los mismos, que los
diferenciaba y
diferencia del clásico obrero manual industrial, es la
imposibilidad de
separar su compromiso social y político del contenido de su
actividad
profesional. Un obrero manual militante podía cuestionarse
las
relaciones sociales de explotación en las que desarrollaba
su trabajo
sin entrar a analizar el contenido y las implicaciones sociales de
dicho trabajo, que por otra parte venían predeterminados por
la
maquinaria con la que trabajaba y sobre los que tenía poca o
nula
capacidad de intervención. Pero un escritor, un pintor o un
científico
socialmente conscientes no tenían tanta suerte: no
podían dormir
tranquilos olvidándose del uso que pudiera hacerse de sus
obras para
adormecer a la población, para alienarla o para generar
muerte y
destrucción: su compromiso político y social
requería asumir plenamente
la responsabilidad por el contenido de su actividad profesional.
Con todo, y como ya analizábamos en los años 70,
el desarrollo
tecnológico vinculado a lo que llamábamos la
revolución
científico-técnica tenía como una de
sus consecuencias difuminar la
frontera entre lo que en su día llamábamos
"Fuerzas del Trabajo" y
"Fuerzas de la Cultura": en los países desarrollados, un
porcentaje
cada vez mayor de la población trabajadora se desplazaba de
la
producción directa a actividades de control,
programación e
investigación que requerían enfrentarse con el
contenido de los
procesos productivos; la misma automatización que generaba
ese
desplazamiento se apoyaba en un nuevo instrumento, el ordenador, que a
diferencia de la antigua máquina-herramienta
podía acometer múltiples
tareas, haciendo descansar en el operador humano la elección
entre las
mismas, por mucho que dicha elección viniera impuesta por el
propietario de los medios de producción. Pero frente a dicha
imposición, la contradicción entre el
carácter social de los medios de
producción y el carácter privado de su propiedad
adquiría una nueva
dimensión, no limitándose ya a la
distribución de la riqueza sino
extendiéndose a las relaciones de poder dentro del proceso
productivo.
Pero junto a lo que pudiera llamarse una cierta
"intelectualización del
proletariado" tenía lugar también una
"proletarización de los
intelectuales", que se expresaba en la masificación de la
Universidad.
Del intelectual profesional liberal y más o menos bohemio se
pasaba
mayoritariamente al intelectual asalariado, en el sector
público o
privado. Una expresión de ello fue en su día lo
que se llamó el
movimiento de PNNs, que sintomáticamente tenía
como reivindicación
central la consecución de un contrato laboral. Y el paso de
una
Universidad para la formación de las élites
burguesas a una Universidad
para la formación de la clase trabajadora es lo que
está detrás de las
contradicciones que subyacen al llamado "Proceso de Bolonia", sin cuyo
análisis es imposible deslindar lo que son necesidades
objetivas del
desarrollo de las fuerzas productivas de lo que son condicionantes
impuestos por las relaciones de producción capitalistas.
Y hay que destacar que los cambios afectan al conjunto de la
Cultura, y no sólo a lo que pudiéramos llamar su
vertiente técnica. Destaquemos en primer lugar que lo que puede
llamarse la "industria de la Cultura" ha pasado a tener un peso
importante dentro del conjunto de la economía. Y en segundo
lugar que ello está conectado con el cambio en la
composición del trabajo y de la clase trabajadora, especialmente
en los países desarrollados, por el aumento del peso de la
actividad intelectual en el proceso productivo, lo que conlleva que las
necesidades culturales hayan pasado de ser un divertimiento accesorio a
convertirse en una necesidad básica. Ciertamente, el sistema
capitalista pervierte gravemente la expresión de dicha
necesidad, pero la importancia de la creatividad en el trabajo para un
desarrollo sostenible conlleva una exigencia objetiva de actividades
culturales que fomenten la creatividad.
Y ello se produce además en un contexto en el que el desarrollo
de Internet facilita la libre comunicación y difusión de
la información y de las expresiones culturales, convirtiendo en
utópicos los intentos de restringirla. Ello hace inviable a
medio plazo la pretensión de constreñir la Cultura al
marco de las relaciones mercantiles, por mucho que se adorne con
rimbombantes declaraciones de defensa de una fantasmagórica
"propiedad intelectual". Ciertamente, se podrá seguir vendiendo
y comprando originales y manuscritos, como objetos físicos, para
acopio de coleccionistas, pero no se podrá impedir su libre
reproducción con un coste mínimo. Todos los intentos de
prohibir la denostada "piratería" ignoran las cacareadas leyes
objetivas de la economía, y son como querer poner puertas al
campo. En este marco, movimientos como el del software libre están
preconfigurando el futuro en construcción.
Por todo ello, el desarrollo y libre acceso
universal a la Cultura debe ser asumido como una responsabilidad
pública, impulsando su gratuidad comenzando por la educación a todos
los niveles, lo que incluye naturalmente el proporcionar medios de vida
a
quienes la generan.
Además,
no sólo la creatividad deja de ser exclusiva de una minoría de artistas
e investigadores para pasar a ser una necesidad creciente en el seno de
la clase trabajadora, sino que Internet, como verdadero medio de
comunicación "de masas", y no sólo "masivo", posibilita la autoría y
difusión generalizada de obras por sus usuarios. En este contexto
carece especialmente de sentido
hablar de "creadores" como distintivo exclusivo de una élite
minoritaria de autores. Y hay que destacar que, siendo encomiable
el compromiso de los trabajadores y trabajadoras de la Cultura, en
tanto que ciudadanos y ciudadanas, en contra de la guerra y de los
abusos de cualquier poder, su principal responsabilidad es el
compromiso por una Cultura libre.
Resulta así lamentable y patética la actuación de algunos capitalistas
de la cultura, o trabajadores con vocación de tales, que pretenden
vivir de rentas, defendiendo lo que Marx denostó como dominación del
trabajo muerto sobre el trabajo vivo, y que en España tienen en la SGAE
su mascarón de proa. Si Proudhon ya denunció que "la propiedad es un
robo", ello es especialmente cierto de los ladrones que pretenden
cobrar incluso por el canto de la Internacional. Naturalmente, ello lo
único que ha de hacer es estimularnos a convertir el canto de nuestro
himno revolucionario en un acto de insumisión por una Cultura libre.
Asistieron al coloquio unas 20 personas.
Rafael Pla López comenzó (
http://www.uv.es/pla/pce/cultcomp.htm)
destacando la necesidad del compromiso de los trabajadores y
trabajadoras de la cultura con su propia actividad profesional, y cómo
ello tiene a generalizarse con la revolución científico-técnica,
concluyendo que dicho compromiso debe ser en primer lugar por una
Cultura libre, que por otro ladco Internet facilita. A continuación,
David Becerra planteó que la literatura estaba vinculada al mercado capitalista.
Antoni Lucchetti
subrayó que el compromiso de la cultura podía ser a favor del sistema o
crítico con él, destacando que la cultura actúa como un espejo de la
realidad social, describiendo su experiencia dramatúrgica como espejo
de 70 años de la historia de España. Finalmente,
Manuel López
explicó la agitación cultural en red que realizan en Córdoba,
destacando la importancia de compartir en la esfera pública para
generar referentes de valores críticos, y que análogamente a lo que
representó la imprenta, la revolución cientifico-técnica está abriendo
el camino para un cambio de época. El debate se centró principalmente
sobre las posibilidades y limitaciones de Internet, señalándose que en
cualquier caso el cambio lo deberán realizar las personas, y en primer
lugar las comunistas.