Eulalio Barroso
y Pedro Alcorisa, dos guerrilleros que viven en Valencia desde donde
miran al pasado sin odio.
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huidas interminables a través
de la noche. Intenso frío en invierno y sofocante calor en
verano. Lluvia y fuertes nevadas. Estos eran los compañeros
perpetuos del guerrillero español en las agrestes zonas del
país. Una odisea completa entre el riesgo de ser delatado por
desertores o el peligro de causar represalias a los que confiaron en la
guerrilla. Después de la guerra civil, una terrible y silenciosa
pugna entre las autoridades franquistas y la resistencia republicana
desangró a cientos de familias en las zonas rurales de
España.
Eulalio Barroso, el Carrete , y Pedro Alcorisa, Matías , son un par de ancianos que conservan
fresca en su memoria la historia de los maquis. Eulalio nació en
Extremadura y Pedro en Santa Cruz de Moya (Cuenca). Ellos mismos se
“echaron al monte” después de colaborar en el abastecimiento de
la guerrilla. Ambos viven ahora en Valencia. No quisieron regresar a
sus pueblos cargados de agridulces recuerdos.
El cuerpo de Eulalio se estrelló contra una puerta con
sólo 16 años, cuando la autoridad descubrió que su
familia había transigido con que la guerrilla les robara
animales para alimentarse. Dos de sus hermanos ya habían huido y
se habían unido a los maquis. Un fusil le apuntaba fijamente: “O
me dices dónde están tus hermanos o te mato”. Esas
palabras marcaron su destino. Antes del amanecer tenía que
escapar. “La casa estaba rodeada de centinelas pero me pidieron que
fuera a ordeñar las vacas, así que salí y me
excusé diciendo que tenía que hacer de vientre. En cuanto
pude corrí hacia la base de los maquis”, sostiene.
Se integró en un ambiente nuevo. Eulalio conoció en las
montañas a hombres y mujeres de todos los partidos de
izquierdas. “Sin embargo, no había problemas de choque, porque
todo se resolvía por mayoría”, explica. Los guerrilleros
establecieron normas cívicas de convivencia y un ejemplo es que
el abuso de mujeres estaba duramente castigado. “Llevábamos una
vida muy social, se establecían turnos de trabajo para cocinar,
recoger la leña o ir a por agua; así como hacer guardias
de vigilancia”.
Todo cambió cuando el Partido Comunista (PC) designó el
Estado Mayor para dirigir la guerrilla. “No conocían el campo y
se acabó la democracia interna. Tampoco les importaba
comprometer a gente y que después acabara en la cárcel,
allí pensaban que se llevaría a cabo la
revolución, pero nosotros no queríamos ver a la gente que
nos ayudaba en prisión”, relata Eulalio. Tanto él como
Pedro afirman que el “dinero del PC para la guerrilla se lo quedaban
los familiares del Estado Mayor”. Mientras, sus seres queridos eran
condenados a varios años de prisión, deportados o
asesinados.
No quiso
Pedro Alcorisa fue descubierto como colaborador de los maquis y tuvo
que huir del pueblo. En la aldea en que vivía, mucha gente era
de UGT. La Guardia Civil tenía mala fama y “durante la guerra
era el coco con que los padres asustaban a sus hijos”, recuerda Pedro.
Su labor guerrillera fue servir de “enlace” o de coordinador de
operaciones entre las unidades guerrilleras. Apenas paraba de moverse
entre campamentos: “Dormía al raso, cruzaba ríos
helados... Un día un compañero se empapó y cuando
nos acogieron unos campesinos en vez de secarse se puso a comer. Al
salir temblaba y no podía ni moverse”, recuerda Pedro con humor.
Este veterano guerrillero señala algunos de los errores que
acabaron con los maquis, como la llegada de hombres de Francia:
“Pensaban que esto era como allí, donde todo el mundo estaba en
contra de la ocupación nazi, pero no tenía nada que ver”.
Pedro reconoce que muchos de sus compañeros se confiaban: “Un
desertor nos delató y no cambiamos el campamento de sitio. Al
día siguiente, llegó la Guardia Civil”. Entonces se
produjo uno de los pocos milagros que le pueden ocurrir a una persona
en tal situación, una reacción producto de las emociones
contrariadas entre vecinos y conocidos enfrentados: “Un agente nos vio
y no quiso disparar”, susurra Pedro.
Al grupo de Eulalio lo delató el propio comisario
político que los acompañaba en los años de
decadencia de los maquis. Una Nochevieja, 100 agentes les rodearon y el
pánico cundió entre la guerrilla. “Uno de mis
compañeros cayó con la tapa de los sesos levantada y su
propia sangre me salpicó. Todo porque un compañero nos
traicionó”, explica con tristeza. Ni siquiera podía
atender a los heridos, a no ser que secuestrara un médico y lo
llevara con el afectado. Muchas heridas de bala acababan en gangrena.
Existen cientos de leyendas sobre los maquis. Mitificado o aborrecido,
el guerrillero español subsistió en medio de la miseria y
la oscuridad. En muchos bosques de España aún parece que
unos ojos vigilan con recelo. Un sueño de libertad que
murió agónico y que ahora revive en el amanecer de Cerro
Moreno.