El análisis sobre la sostenibilidad de las pensiones de jubilación y de
la duración de la jornada laboral no puede hacerse al margen de la
productividad.
En la era preindustrial podríamos estimar que, con una esperanza de
vida de hasta 50 años, se trabajaba desde los 10 años del orden de 10
horas al día todo el año seis días a la semana. De ese modo, podríamos
estimar que, para un total de horas vividas de 50×365,25×24=438300, el
número total de horas de trabajo era 40×52×6×10=124800. Es decir, la
proporción de horas de trabajo sobre horas de vida sería del orden del
28%, aproximando el cociente entre ambas cantidades.
La revolución industrial, durante el siglo XIX y primera mitad de siglo
XX, genera un gran incremento de la productividad, al tiempo que el
desarrollo de las ciencias de la salud posibilita un aumento de la
esperanza de vida, y la presión del movimiento obrero consigue la
reducción de la jornada laboral a 8 horas, la prohibición del trabajo
infantil y la consecución de vacaciones y jubilaciones pagadas.
Estimando una esperanza de vida de 70 años y un período laboral de los
14 a los 65 años con 4 semanas de vacaciones, el número total de horas
vividas sería 70×365,25×24=613620, y el número total de horas de
trabajo sería 51×48×6×8=117504, con lo que la proporción de horas de
trabajo sobre horas de vida habría disminuido hasta llegar a ser del
orden del 19%. Esta disminución fue perfectamente sostenible debido al
incremento de la productividad (aunque en su día representantes de la
patronal afirmaron que la jornada de 8 horas sería insostenible).
Pero la revolución científico-técnica que se desarrolla desde la
segunda mitad del siglo XX, con el desarrollo de la automatización,
está generando un gran aumento de la productividad, que provoca un
aumento del paro a menos que se acompañe de la disminución de la
jornada laboral y, eventualmente, de un adelanto de la edad de
jubilación, en vez de su atraso como algunos propugnan alegando el
aumento de la esperanza de vida.
De hecho, según la Organización Mundial de la Salud la
esperanza de vida media actual es de 71,4 años, si bien en los países más desarrollados puede llegar hasta los 87 (82,8 en España).
Pero supongamos que en el primer cuarto del siglo XXI se llegue a los
90 años. En tal caso el total de horas vividas sería de
90×365,25×24=788940. Y si la jornada laboral se establece en 35 horas a
la semana con 4 semanas de vacaciones, se prolonga el período de
formación hasta los 20 años y se adelanta la edad de jubilación a los
60, el total de horas de trabajo será de 40×48×35=67200, con una
proporción de horas de trabajo sobre horas de vida del orden del 8'5%.
Ahora bien, analizando el
aumento de productividad
entre 1785 y el 2000, en el caso del Reino Unido resulta que, medida la
productividad por hora de trabajo en dólares de 1990, resulta que en
1785 era de 1,29, en 1950 de 7,86 y en el 2000 de 28,71. Por tanto, el
aumento entre 1950 y 2000 sería de 28,71/7,86=3,65. Y si la proporción
del 19% a mital del siglo XX la dividimos por 3,65 resultaría una
proporción entre horas de trabajo sobre horas de vida de 5,2%,
netamente inferior al 8,5% que habíamos obtenido con una vida laboral
de 40 años y una jornada laboral de 35 horas a la semana, de modo que
serían sostenibles incluso mayores disminuciones de la edad de
jubilación y la jornada laboral.
Naturalmente, estos cálculos suponen una población estable, en la que
cada pareja tenga en promedio un hijo y una hija, con un control de la
natalidad que evite una superpoblación que esquilmaría los recursos del
planeta, y una estabilidad laboral que evite una precariedad disuasoria
de la maternidad.