FRENTE AL PROTECCIONISMO CHAUVINISTA, SOLIDARIDAD INTERNACIONALISTA
Rafael Pla López
Frente a la globalización neoliberal, y su plasmación en tratados
internacionales como el TTIP, el TPP y el CETA se alzan voces desde la
izquierda consecuente y desde la extrema derecha neofascista. De hecho,
la victoria electoral de Donald Trump
en los Estados Unidos parece haber herido de muerte tanto el
transpacífico TPP como el transatlántico TTIP. En estas condiciones, es
importante delimitar nuestras posiciones frente a la globalización
neoliberal, muy alejadas de las neofascistas.
Ya en el siglo XIX, y en el texto del mismo "Manifiesto Comunista", Marx y Engels daban la bienvenida a la libre circulación internacional de mercancías que derribava los muros del antiguo régimen feudal. Y la defensa de la libre circulación de personas
ha sido siempre una seña de identidad de los internacionalistas. Pero
en el último cuarto del siglo XX, el neoliberalismo, en el marco de una
hegemonía del capital financiero, pone en primer plano la libre
circulación de capital, que ha
sido una seña de identidad de la Unión Europea y ha conducido al
desarrollo de los paraísos fiscales y a la deslocalización industrial a
países con mano de obra barata y menor protección del medio ambiente. Y
de hecho, los tratados internacionales que propugnaban, bajo la bandera
falaz del "libre comercio", lo que pretendían era maniatar la acción
democrática en los Estados frente a las multinacionales, anulando así
su soberanía. Y tras el fracaso del AMI y del ALCA, ahora atacan con
una nueva oleada de tratados en esa línea (TISA, TTIP, TPP, CETA...).
Frente a ello, la izquierda consecuente podemos coincidir con la
extrema derecha neofascista en la oposición a la libre circulación del
capital y los tratados que la consagran. Pero discrepamos radicalmente
de su oposición a la libre circulación de las personas frente a la
emigración de quienes huyen de la guerra o la miseria. Y debemos
matizar nuestra posición en relación a la libre circulación de
mercancías.
En ese sentido, no podemos apoyar el proteccionismo chauvinista de
quienes pretenden contraponer a los trabajadores del propio país con
los de otros países como competidores en la producción y venta de
mercancías, pretendiendo levantar aranceles que en la práctica lo que
"protegen" son los beneficios de los capitalistas autóctonos, aunque la
restricción o encarecimiento de bienes importados lo que haga sea
dificultar el acceso a los mismos de los miembros de la clase
trabajadora con menores ingresos del propio país.
Debemos, sin embargo, enfrentar el problema real de la sustitución de
bienes producidos en el propio país por bienes importados cuyo bajo
precio deriva de la fuerte explotación de quienes los producen o de la
falta de respeto al medio ambiente en sus países de origen. Frente a
ello, hemos de potenciar el consumo de proximidad que minimiza el
despilfarro en el transporte desde países lejanos con la consiguiente
contaminación ambiental.
Pero la manera de hacerlo no es mediante aranceles que dejan intocadas
las condiciones de explotación y contaminación en los países de origen
de los productos. La respuesta debe ser más contundente y apuntar al
meollo de la cuestión: prohibir la importación por empresas que no respetan los derechos laborales o el medio ambiente.
Dicha prohibición, lejos de tener un carácter chauvinista, sería una
muestra de solidaridad con el pueblo trabajador de los países de
origen: del mismo modo que los sindicatos se formaron para evitar la
"competencia" entre los trabajadores de un país frente a los patronos,
se trata de generalizar esa dinámica a nivel internacional,
desarrollando la solidaridad internacional entre los trabajadores y
trabajadoras frente a un capital internacionalizado, y especialmente
las multinacionales.
A tal efecto, para que una empresa reciba permiso para importar sus
condiciones de producción deberían estar certificadas por organismos de
la ONU o por sindicatos u ONGs acreditados. Y ante una denuncia creíble
de falsedad en la certificación deberían actuar los Tribunales de
Justicia suspendiendo cautelarmente el permiso para importar mientras
se investiga la denuncia.
Ese enfoque lo que hace es invertir la orientación de los tratados
internacionales neoliberales, que en la prestación de servicios, que no
se pueden "deslocalizar", pretenden que se apliquen las normas
laborales del país de origen de la empresa, como se establecía en la
directiva Bolkestein. Se
trata, por el contrario, de aplicar las normas laborales o
medioambientles del país de destino, protegiendo así a unos y otros
trabajadores.
Dicha actuación debería realizarse aunque fuera de forma unilateral,
aunque naturalmente su eficacia aumentaría si se hiciera de forma
coordinada entre distintos países.
Ciertamente, esa política es opuesta a la actual política de la Unión
Europea, que pretende evitar cualquier limitación a la circulación de
bienes a través de sus fronteras interiores. Pero del mismo modo que el
Tratado de Schengen establece la libre circulación de personas dentro
su ámbito a cambio de unificar los controles a ella en sus límites
exteriores, la libre circulación de mercancías dentro de la Unión
Europea sólo tendría sentido si se unifican también los controles en
sus límites exteriores en la línea antes indicada. Sin ello, habría que
rebelarse contra las normas de la Unión Europea como un primer paso que
puede conducir a la salida de la misma no en defensa de un nacionalismo
chauvinista, sino de un internacionalismo solidario.