La sílfide del Acueducto

Arolas, Juan

Advertencia

Siempre ha sido sorprendente a los ojos de los curiosos viajeros el magnífico Acueducto de Portaceli, que fue construido en tiempo de los Reyes Católicos con el objeto de conducir al monasterio las aguas que nacen en un monte contiguo: pero ¿cuánta admiración no debe producir en el hombre contemplativo el valor de una mujer que poseída del más violento amor se atrevió a recorrer la altura del Acueducto, despreciando los precipicios que ofrece por ambos lados, con el fin de introducirse en el monasterio, y pisar el lugar santo destinado únicamente a escuchar los gemidos de la penitencia y las alabanzas del Altísimo?

Ésta es la tradición de los antiguos monjes, y éste el asunto que ofrece la presente [6] obrita: asunto verdaderamente digno de mejor estro y más templadas cuerdas; pero el deseo de que tenga publicidad un hecho tan memorable me ha movido a apartar los ojos de mis débiles fuerzas para cantar el atrevido esfuerzo del amor y el fin desgraciado de una belleza dotada de un corazón privilegiado, y de unos sentimientos casi incompatibles con la debilidad del sexo encantador que forma las delicias del hombre y endulza los amargos pesares de su vida. Si su fin arranca lágrimas tristes, su heroísmo produce la admiración y el entusiasmo, y las cuerdas de la lira se prestan con facilidad a cantar sus breves dichas y tributar flébiles ayes a sus desgracias.

Si su triste historia interesa a los corazones sensibles, quedan recompensados los deseos del autor. [7]

Dedicatoria

En vano pretendéis, musas de Iberia, que sea yo el cantor de los placeres, y que mi cabello, cayendo en desmayados rizos, compita con el del hermoso Iopas, discípulo del grande Atlas en la armonía y en el canto. Mi voz siempre ha sido triste, y no recorre el peine de marfil mis cabellos erizados con el espanto desde que el sepulcro devoró mis glorias. Niño aún, sin conocer el entusiasmo eléctrico de la libertad, compuse versos a una mariposa ataviada con los más vivos colores, corrí ansioso tras ella hollando las flores más [8] bellas del jardín, y ofrecí al espectador la viva imagen del que dominado por el hijo de Citeres se afana por una inconstante beldad deshojando las rosas de su lozana juventud. Canté también las delicias de la soledad porque no debí a la fortuna más placeres que los del campo, después que con la dorada niñez perdí los de la preciosa inocencia. ¿Podré cantar delicias y amarguras del amor? Un sepulcro sencillo es todo el trofeo de mi pasión malograda; a su pie nacen con la luz de la aurora unas flores pálidas que han de morir con el día, y que simbolizan mi desgracia.

¡Oh tú, tan sorda a mis gemidos como el mármol que cubre tus cenizas, inocente y desventurada cuanto hermosa, en buen hora habites los celestes climas! Después de tu partida, sensible Leonor, la [9] tierra que te vio nacer se manchó con sangre de sabios y de guerreros: fue un insulto hecho a la tiranía llorar los asoladores males; los pechos más fuertes ahogaron sus gemidos. No te fuera dado vivir escuchando los ayes de las víctimas, tú no hubieses respirado un aire inficionado con los hálitos de todas las furias.

¡Oh Leonor! El cielo que te robó a los días del llanto te ha negado las auroras bellas del entusiasmo y de la alegría. El Reinado de un ángel forma la felicidad de tu Patria, y los alumnos de Marte se muestran pródigos de sus vidas por ISABEL y por la Libertad. Entre los bélicos gritos de honor y gloria distraída mi musa de los combates quiso consagrarse al amor. ¡Ah! Tú no escucharás sus cantares. Pero a ti debe consagrarlos mi afecto. [10] Sus tonos melancólicos son propios para formar la armonía de los sepulcros para resonar como cántico de muerte en los cóncavos osarios.

La tumba no recibe dones sino de la Parca cruel; sin embargo tu sombra enamorada mientras la noche tranquila tienda su manto presidirá a mis humildes y lúgubres canciones. [11]

 

 

 

Introducción

Los cipreses

Amor, ¿dónde irá el deseo

que no se encuentre contigo,

si huyendo de ti parece

que te busca el albedrío?

¿Quién te ha de vencer, si saben

fabricar tus desvaríos

una libertad postrada

de un afecto resistido?

SOLÍS.

Al que cansado de apurar dolores

suspira todo un día,

tú puedes dar con tibios resplandores

consuelo, noche umbría,

porque tu soledad y tu frescura 5

es refrigerio amado

cuando sufro el desdén de la hermosura

que tiene esclavizado [12]

mi tierno corazón... ¡Mas cómo, ay triste,

puedo fijar mi planta 10

en un recinto do perene asiste

virtud austera y santa!

¡Cómo puedo olvidar que en los festines

tañer laúd divino,

y respirar el aura en los jardines 15

fue todo mi destino!

¿Acaso puede el que al amor vendado

sirvió con firme anhelo

pisar del Cenobita retirado

el misterioso suelo? 20

¡Vano temor! al punto en que nacemos,

apenas la luz vimos,

del vasto globo el seno poseemos

en tanto que vivimos,

y la madre común en que moramos 25

nos abre sus entrañas

cuando al finar la vida desechamos

las penas más extrañas.

Aquí todo respira aquella calma

que tanto necesita 30

después del duro padecer un alma [13]

a quien amor agita.

La blanca luna despejada queda,

anima sus fulgores,

y blandos sueños mueve con su rueda 35

para calmar dolores.

¿Pero por qué desnuda de riqueza

se muestra aquí natura;

y sólo ostenta funeral tristeza

sin vida y sin cultura? 40

Proscrita está la rosa de Citeres,

la anemone olorosa,

y el mirto consagrado a los placeres

en la estación dichosa:

ni tú, arbusto feliz, que al solar rayo 45

como enemigo miras,

y dejando de noche tu desmayo

un grato olor respiras,

ocupas este sitio pavoroso:

aquí de bellas flores 50

no publica el ejército vistoso

que reinan los amores.

Sobre sólido asiento se levanta

de mármol fabricada [14]

la cruz de los cristianos sacrosanta, 55

y en ella está entallada

por diestra mano con buril de acero

la corona de espinas

que del Padre común y verdadero

ciñó sienes divinas: 60

del recio pedestal por las junturas

estéril musgo asoma

que cuando llueve, con las aguas puras

aumento débil toma;

y en torno de la cruz están pendientes 65

pechos, piernas y brazos

de cera, y de tamaños diferentes

prendidos de unos lazos,

que el devoto aldeano allí pusiera

después de su dolencia, 70

porque logró con voto y fe sincera

la celestial clemencia.

Dos simétricas calles van formando

cipreses elevados

que atónita la vista va observando 75

por orden colocados.

Aquí y allá pequeñas capillitas [15]

el arte puso a trechos;

del Salvador imágenes benditas

a los humanos pechos 80

mueven a compunción; el alma adora

en santas estaciones

al hijo de María, y triste llora

las bárbaras pasiones

que agitan sin descanso nuestra vida... 85

¡Lucha cruel, tremenda!

A las olas del ponto parecida

que están siempre en contienda.

¿Mas cómo en un ciprés que el astro hermoso

con bella luz visita, 90

la señal de un amor no religioso

estoy mirando escrita?

Surco profundo en la tenaz corteza

labró una mano linda

para formar con singular belleza 95

el nombre de ORMESINDA.

En los bosques de Arcadia los pastores

los nombres escribían

del objeto gentil de sus amores,

y el tiempo entretenían [16] 100

en tan sencilla ocupación, mas ésta

no es la mansión de Armida,

ni de Pafos o Tempe la floresta

que a disfrutar convida;

es el retiro que el mortal cansado 105

del mundo y sus engaños

cual puerto segurísimo ha buscado

para evitar mil daños:

con ayunos y dura penitencia

su carne mortifica, 110

y a los miembros que amaron continencia

cilicio duro aplica:

absorto en elevados pensamientos

suspira por la gloria,

vencerse a sí son todos sus intentos 115

y tal es su victoria.

¿Cómo pues si el amor está proscrito

en este santuario,

en el ciprés hermoso veo escrito

un nombre temerario...? 120

Mientras discurro así, nube importuna

oculta el disco hermoso

de la esplendente y sosegada luna [17]

con ímpetu furioso;

caen las densas sombras de repente, 125

las letras desparecen,

la congoja mortal turba mi mente,

y mis temores crecen.

Pero una voz a un trueno semejante

se deja oír entonces 130

cual estampido horrendo y penetrante

de disparados bronces:

«¡¡Sitio de maldición!! ¡en lobo hambriento

se convirtió el cordero,

y la paloma que alegraba el viento 135

en buitre carnicero!

Las aras de la paz se han profanado,

destilan sangre humana:

¡ay de aquel hombre vil que ha provocado

venganza soberana! 140

Tú, mortal infeliz, que refrigerio

buscas a tus cuidados,

bien puedes penetrar del monasterio

los muros elevados:

penetra en fin, porque será tu canto 145

quien diga a las edades [18]

de un prohibido amor cuál fue el encanto

en estas soledades,

cuál el trágico fin, y que Cupido

los seres avasalla, 150

porque al arpón agudo y encendido

no hay quien oponga malla.»

Cesó la voz, tornó la luz perdida,

los céfiros soplaron,

y los altos cipreses, conmovida 155

la verdinegra punta, se inclinaron. [19]

 

 

 

 

Los votos

Quien es de amor prisionero

no salga de su mandar,

que no le ha de aprovechar.

JUAN DE LA ENCINA.

Apenas con sus lágrimas hermosas

que penden de los cálices floridos

la esposa de Titón baña las rosas,

cuando de un monasterio (1) solitario

los bronces conmovidos 5

resuenan en el alto campanario.

Fresca espadaña, lirios y verbena

alfombran el precioso pavimento

en donde el Dios que los espacios llena

y que reprime al mar en sus furores 10

tiene el trono y asiento [20]

para escuchar al hombre en sus dolores.

Al pie del tabernáculo sagrado

se encienden las antorchas luminosas

y el aroma sabeo delicado 15

del braserillo de oro, en blanca nube

de esencias olorosas

hasta las altas bóvedas se sube.

Sale de la espaciosa sacristía

de venerables monjes larga hilera, 20

y haciendo una profunda cortesía

ocupan poco a poco el presbiterio,

mientras que se apodera

de un sitial el abad del monasterio.

Postrado ante el altar, la faz llorosa, 25

lánguido el cuerpo en triste compostura

y con la vista errante y temerosa

Ricardo asiste, que en la edad florida

de gracias y hermosura

es la inocente víctima ofrecida. 30

Como pimpollo regalado y tierno

que diestra mano cultivó en el prado,

mustio y sin vida en aterido invierno

al pantanoso suelo el tallo inclina [21]

de adorno despojado 35

y objeto doloroso de ruina:

Tal fue el doncel cuando la parca impía

privole de una madre y del contento;

Emilia se llamó, su boca fría

pegada al rostro del garzón querido 40

rompió el vital aliento,

y huyó el alma a los reinos del olvido.

El fanático padre a quien natura

tal título cedió sin que le diera

juntamente el cariño y la ternura, 45

ante el cadáver deteniendo al hijo

con actitud severa,

«Mira, infeliz, lo que es el mundo, dijo.

Ésta te dio la vida con dolores

y te nutrió en su seno regalado: 50

la has perdido, no existe, que aunque llores

no volverá a la luz del claro día:

¿y sabes, desgraciado,

si logra de los justos la alegría?

La paloma más simple no aparece 55

ante el supremo Juez hermosa y pura:

la que un estéril llanto te merece, [22]

te merezca devotas oraciones

metido en la clausura

y libre de funestas tentaciones. 60

En una celda pobre y retirada

asistido de santos compañeros

abrirás a tu madre la morada

de la gloria y delicias eternales;

por bienes verdaderos 65

trocarás en el claustro duros males.

No puedes compensar de mejor modo

su tierno amor y singular esmero:

el mundo es corrupción, el hombre lodo,

breve la vida y el instante incierto; 70

¡dichoso el que ligero

huye la tempestad y llega al puerto!

¡Mira, Ricardo, mira! ¡un fuego ardiente

con que se ha de purgar breve extravío

a Emilia abrasa, y con afán doliente 75

te pide ayuda en tan penoso trance!

¿Di, qué haces, hijo mío...?

Tu vida austera su perdón alcance.»

Dijo y se fue, cual víbora que pica

y se esconde en la yerba humedecida: [23] 80

¡qué horror! Ricardo a su cabeza aplica

las manos que el temor yertas dejaba,

y su frente oprimida

mortales gotas de sudor manaba.

Resuélvese sin duda al sacrificio; 85

mas ¡ay! tres lustros sin amor, apenas

será dado encontrar, que el Dios propicio

mira la verde edad y la hermosura,

y el fuego que en las venas

circula activo, hasta el sepulcro dura. 90

Renunciar para siempre al dulce encanto

de amar y ser amado es dura cosa:

un pecho juvenil no puede tanto,

olvidar para siempre es imposible:

¡oh lucha dolorosa! 95

Más valiera morir que ser sensible.

Pero cuando la noche se avecina

lanzando sueños de su negro manto,

en vano sobre el lecho se reclina

para olvidar tan crudos sinsabores; 100

las furias y el espanto

con mentido pincel trazan horrores.

Consume el lecho repentina llama, [24]

y de su madre el lívido esqueleto

con tristes voces a Ricardo llama: 105

lanzarse quiere, y duros eslabones

mantiénenle sujeto

hasta que abraza en fin negros carbones.

Trocar todo el hechizo de su amada

por soledad, ayuno y penitencia, 110

por un sepulcro eterno su mirada,

y el colmo del placer por un cilicio,

es bárbara sentencia,

es tortura de muerte, es un suplicio.

Venció el temor de provocar enojos 115

en el pecho de un padre despiadado,

llenos de llanto sus hermosos ojos

salió de la ciudad, buscó el convento,

y el hábito sagrado

vistió más con dolor que con contento. 120

Y como ya cumpliera el noviciado,

es fuerza ante las aras religiosas

dejar el holocausto consumado

con solemne renuncia de los gustos

y corruptibles cosas, 125

lejos del mundo entre los hombres justos. [25]

El corpulento abad con voz sonora

que en las capillas cóncavas se espacia,

mientras el joven agitado llora,

le exhorta a consumar el sacrificio, 130

y cual unción y gracia

contempla el largo llanto del novicio.

«Aquel que habita de Sión sagrada

los santos muros, exclamó, no debe

a la tierra de Egipto desgraciada 135

volver con el mundano pensamiento;

porque si atrás se mueve

con temerario pie, cayó al momento.

El Señor os admite en sus moradas,

estáis dentro del Arca misteriosa 140

donde las inconstantes oleadas

hundiros no podrán en lo profundo:

el alma aquí reposa

libre del mal con que se infesta el mundo.

Sea vuestra pureza semejante 145

a la del querubín, el leve aliento

empaña el cristal terso y rutilante,

y si fue por desgracia consentido

impuro pensamiento, [26]

mancha el alma del mísero caído. 150

Os toca obedecer tan ciegamente,

que jamás la razón ponga en balanza

lo que os mandare Dios omnipotente

por boca del prelado, y vuestro antojo;

que el obediente alcanza 155

hasta templar el celestial enojo.

El Redentor clavado en un madero,

desnudo, pobre, pálido, espirante,

os marca sin cesar aquel sendero

que conviene a los místicos varones, 160

permaneced constante

y os ayudad con puras oraciones.»

Calló el abad; la santa compañía

con un canto monótono y pausado

entonó la piadosa letanía, 165

esforzando los monjes el acento

que como el ponto airado

iba en diminución, iba en aumento.

Después de breve pausa, invocan todos

el auxilio de Espíritu divino, 170

aquel que un tiempo en milagrosos modos

de la Iglesia sin mancha y verdadera [27]

sobre el Senado vino

para fortificar la fe sincera.

Llega Ricardo a su fatal momento, 175

se aproxima a las aras vacilante,

y tiembla como a vista del tormento

un esclavo infeliz temblar pudiera,

se muda su semblante

y oprime el corazón angustia fiera. 180

Jurar solemnemente en los altares

execración y olvido a la que adora,

a la que mitigaba sus pesares,

no puede, no, que siempre ha detestado

la ingratitud traidora, 185

y ni puede olvidar, ni ser malvado.

Si quiere hablar, acorde con el labio

no late el corazón ni lo consiente,

ni puede al alto cielo hacer agravio

con vil simulación o con mentira; 190

mortal angustia siente,

duda, teme, se atreve y se retira.

A media voz mezclada con sollozos

promete castidad; mas ¡ay! entonces

desatado del duro calabozo [28] 195

domina el huracán, y se golpean

las puertas con sus bronces

cual si impulsadas de las furias sean.

Un estruendo feroz las expresiones

sofoca de la víctima inmolada, 200

se apagan de repente los blandones

y retiembla el marmóreo pavimento:

naturaleza airada,

si lo escuchó, no aprueba el juramento.

Burlose amor de la promesa odiosa 205

con maligna sonrisa, y agitando

las alas de pintada mariposa,

al lanzarse en los brazos de Ciprina

el caso fue contando

con enojo pueril y voz divina. 210

Atónito el prelado, bien quisiera

suspender de aquel acto religioso

la ceremonia santa; considera

tamaña novedad como un portento,

pero al designio honroso 215

el interés se opone del convento.

El padre de Ricardo prometía

cuantiosas sumas en piadosa ofrenda [29]

legar al monasterio en este día,

y un olivar fecundo renunciaba 220

de su abundante hacienda

con que al gasto de luces sufragaba.

Dijo pues con un tono majestuoso:

«El común enemigo se resiente

de tu esfuerzo y virtud, joven dichoso, 225

pero su furia a la piedad no asusta;

tu Dios está presente,

prosiga pues la ceremonia augusta.»

Con negra alfombra dejan bien cubierto

a Ricardo infeliz ante las aras 230

para indicar que al mundo estaba muerto,

a la pompa del siglo, a la grandeza

y a las delicias caras

con que brinda a los vivos la belleza.

Comienza el canto fúnebre que hiela 235

la sangre con sus ecos funerales,

la imagen del sepulcro desconsuela,

y el que yace en tan triste compostura

duda en momentos tales

si su muerte es soñada, o si es segura. 240

Se levanta apoyándose en los brazos [30]

de un lego robustísimo que asiste,

recibe del abad tiernos abrazos,

del grave lance y turbación respira,

pero lloroso y triste 245

sigue tras los demás y se retira. [31]

 

 

 

 

El cantor

Pregunté ¿por qué facedes

Señor, tan esquivo duelo,

o si puede haber consuelo

la cuita que padescedes?

Respondiome, non curedes

Señor, de me consolar,

ca mi vida es querellar

cantando así como vedes.

POESÍAS CASTELLANAS

anteriores al siglo XV.

Siquis dormida, sobre blandas alas

de los ligeros céfiros llevada

a la gruta de amor su arribo espera;

es bella, es delicada,

es en extremo linda, 5

pero no es la primera

al lado de Ormesinda.

Ésta debe a los cielos cuanto puede

ansiar el corazón en la hermosura, [32]

las rosas y la nieve en su semblante, 10

perfecta donosura

en su conjunto airoso,

y en su mirada errante

las gracias y el reposo.

Cual en rosal nativo balancea 15

su capullo la rosa en la alborada

cuando las negras sombras han huido,

la Ninfa regalada

así el virgíneo seno

ostenta enriquecido 20

y de delicias lleno.

En tan bonita cárcel prisionero

respira un corazón enamorado,

a la par que sensible, generoso,

que para ser amado 25

causando los placeres

de algún mortal dichoso

formaste tú, Citeres.

Mas ¡ah! el claro amador de Larisea

de un año la carrera concluía 30

sin haber aliviado su luz pura

la pena que afligía [33]

a la doncella hermosa

que en triste desventura

suspira congojosa. 35

De seda y oro delicada tela

sus blancas manos iban adornando

con prolija labor en su aposento,

que a la parte mirando

de plácidos jardines 40

respira el blando aliento

de nardos y jazmines.

Oyó que en laúd dulce preludiaba

diestra mano unos tonos lastimeros,

y que una voz que el pecho conmovía, 45

cual cisne en los postreros

instantes espirando,

tal letra repetía

el aire enamorando:

«Cual busca la ardiente pira 50

revolando, y no reposa

mariposa,

que adora su mismo mal,

así sin cesar suspira

mi pecho por una ingrata [34] 55

que me mata

con su desprecio fatal.

Constante como Macías (2)

aquel doncel de Villena,

la cadena 60

arrastro de un duro amor;

y también fin a mis días

ha de poner mi tristeza

y tu belleza

cual a los de aquel cantor. 65

Borra ya de tu memoria

¡Oh dulce señora mía!

la alegría

de unos días de placer, [35]

que el que mereció tu gloria 70

por la celestial la deja,

y se aleja

para no volverte a ver.

Está triste, penitente,

retirado, al mundo muerto, 75

y cubierto

con un mísero sayal:

él te olvida, y está ausente,

yo te digo que padezco,

y te ofrezco 80

un cariño sin igual.

Él hasta tu nombre olvida

encerrado en un convento,

y un momento

no respira para ti: 85

a mí, tu querer da vida,

yo nunca podré olvidarte,

que adorarte

es destino para mí. [36]

Él al pie de los altares, 90

renunciando tu hermosura,

votos jura

que oprimen su libertad:

en los mismos, si gustares

yo te juro amor sincero 95

duradero,

dándote mi libertad.

Juzga pues bien, mi señora,

de nuestro procedimiento,

y al momento 100

la sentencia has de decir:

define quien más te adora

si él querido o desdeñado

de contado

quién tu afecto ha de adquirir.» 105

Cesó el canto, y las cuerdas no sonaron:

en gualdas convirtió las frescas rosas

de su faz peregrina la doncella,

dos lágrimas hermosas

saltaron a su seno, [37] 110

dejándola más bella

que en su mirar sereno.

Y como pudo Ariadna en las orillas

del ponto turbulento y proceloso

al perder con el sueño regalado 115

la dicha y el reposo,

vencida de la pena

su cuerpo desmayado

dejar sobre la arena:

así tras un gemido penetrante 120

reclinando Ormesinda su cabeza

sobre el respaldo del purpúreo asiento,

con lánguida terneza

cerraba ojos divinos

que el duro sentimiento 125

ponía cristalinos.

Acorren las criadas conmovidas,

quién separa las hebras con decoro

del torneado cuello y alma frente,

y quién de pomos de oro 130

con manos cariñosas

aplica a la paciente

esencias olorosas. [38]

Entonces la más bella y más querida

los lazos desató de su cintura, 135

dando, para que libre respirase,

al seno más anchura;

y hablaba en triste tono

sin que dejar osase

su mano en abandono. 140

Así de leves ninfas asistida

la madre del amor compareciera,

cuando de Adonis tierno el pecho amante

rasgó dañina fiera;

tal entre las estrellas 145

la luna rutilante,

y Helena entre las bellas.

Poco a poco sus labios entreabiertos

dan salida al dolor con los gemidos,

errantes miran sus hermosos ojos, 150

y vuelve a sus sentidos

con el vigor la calma,

de súbitos enojos

restablecida el alma.

A una leve señal deja la estancia 155

el coro de las tímidas doncellas, [39]

y sólo queda la sensible Elvira,

que es entre todas ellas

la que el favor alcanza

cuando al favor aspira 160

de dulce confianza.

«¿Escuchaste al cantor? dice Ormesinda.

El cántico que suena en la morada

de triste y retirado cementerio

cuando la muerte airada 165

sus víctimas envía,

con más funesto imperio

no turba el alma mía.

¡Ay! muramos, Elvira, ya que el cielo

jamás sereno se mostró a mis días, 170

ya que su luz preside solamente

a las tristezas mías;

muramos, y acabemos

con el dolor presente

las ansias que tememos. 175

¡Ay querida! ¡qué sueños tan funestos

turban mi corazón, cuando riela

la luna en los cristales de Neptuno!

O bien en triste vela [40]

suspiro con espanto 180

sin que el mal importuno

dé treguas a mi llanto.

Mas dime, ¿entre los jóvenes gallardos

algún mancebo que igualase viste

en ternura, candor y gentileza 185

al que he perdido? ¡Ay triste!

Él vive, Elvira mía,

no para mi belleza,

no para mi alegría.

¿Te acuerdas de aquel día y del momento 190

en que me acompañabas por la senda

del verde laberinto tortuoso?

¿Te acuerdas que la prenda

de mi amor malogrado

salió de un sauce umbroso 195

y con gentil agrado

Se arrodilló a mis plantas reverente?

¡Oh cómo sollozaba el infelice!

¡¡Oh cuál latía su amoroso pecho!!

Dejarte es fuerza, dice, 200

mas yo adorarte juro,

y en lágrimas deshecho [41]

salvó el cercano muro.

Mira, este blanco lienzo que conservo

contiene de su llanto los despojos, 205

y con el suyo se ha mezclado el mío;

aplícalo a mis ojos,

que es talismán amado

contra el dolor impío

que el pecho ha maltratado. 210

¡Cielos! ¿y es cierto que trocó mi gloria

por el silencio y soledad? mi puro

amor con sus caricias y ternura

por un cilicio duro,

y todo mi contento 215

por funeral clausura

de un mísero convento?

¡Ay Elvira! ¿lo ves? Se me presenta

pálido cual las sombras sepulcrales,

triste como el penar de la agonía, 220

y punzan duros males

su corazón cuitado

que sufre noche y día

martirio prolongado.

¿Do están de sus cabellos de oro puro [42] 225

los ondeantes rizos? ¿do el apuesto

continente y gentil cortesanía?

Tras un mirar funesto

la vista humilla y baja,

y al pronto se diría 230

que viste una mortaja.

¡Sombra cruel! de perseguirme deja:

el Ricardo que adoro por decreto

de mi suerte tenaz, amores brinda,

un lívido esqueleto, 235

una fantasma horrenda

jamás fue de Ormesinda

la suspirada prenda.

Cantor, tu letra cual profundo golpe

del sonoro metal que va indicando 240

el postrero gemir de mortal pecho,

mi muerte fue anunciando;

respeta mi amargura,

porque mi nupcial lecho

será la sepultura. 245

No faltará quien busque tus halagos,

quien con purpúrea boca te sonría

después que libes ósculo sabroso, [43]

que a mí una tumba fría,

triste ciprés por gala 250

y un nicho por esposo

la suerte me señala.

Mas ¡ah! tal vez mi padre tu esperanza

engaña con promesa deseada:

¡infeliz! ¡tú no sabes mi tormento! 255

En vez de dicha amada,

de gustos y alegrías

solícito y sediento,

veneno apurarías.

Dijo, y volvió a llorar, que este consuelo 260

no niega el infortunio a los mortales:

mas la sensible y cariñosa Elvira

consuelo de sus males

la apoya en su flaqueza

y al lecho la retira 265

de reservada pieza. [44]

 

 

 

 

Los libres

¡Cuán feliz es quien no se apura

y ve tranquilo la sinrazón!

¡Cuán desdichado a quien natura

dotó de un tierno corazón!

ANÓNIMO.

Tus aguas cristalinas, lago hermoso (3),

cual si el vecino mar las convidase

con su lento murmullo al blando sueño,

plácidas duermen.

Ora a los rayos de modesta luna 5

sobre la flor del agua el pececillo

sulco formando de bruñida plata,

rápido salta.

Débil barquilla deslizando gira,

mientras del remo al compasado golpe [45] 10

joven barquero con placer entona

cánticos tales:

«Somos los hombres al nacer iguales,

sólo el orgullo mísero inventó

distinguir a los débiles mortales 15

por los dictados que el poder les dio.

Si olvidando esta ley del nacimiento

puede el hombre a los otros oprimir,

llega por fin su postrimer aliento

y es igual a los otros en morir. 20

Ciego el mortal sin disfrutar la lumbre

con que siempre le brinda almo saber,

se habitúa a la infame servidumbre,

sus derechos y honor sin conocer.

Bestia infeliz sujeta a la coyunda 25

sufre desdicha y congojoso afán,

cuando el Señor que en todo gusto abunda

desdeñoso, le alarga un duro pan.

Pero el necio se juzga por dichoso

cuando bañado de mortal sudor 30

recibe del magnate poderoso

una sola mirada por favor.

Quema sus carnes en el sirio ardiente [46]

y ennegrece su piel rayo solar,

cuando del sibarita delincuente 35

templa el calor con su frescura el mar.

Yace casi desnudo en las heladas

sobre intratable estera por colchón,

cuando estufas y camas abrigadas

para los palaciegos poco son. 40

¡Cuándo, pueblos, será que rasgue el velo

de ignorancia fatal, la clara luz,

y ya cansado de su enojo el cielo

deponga el triste y funeral capuz!

¡Tiempo infeliz! de Cristo los ungidos (4) 45

bajo del tosco y mísero sayal,

cual pudieran traidores y bandidos,

escondieron sacrílego puñal:

y puestos en las aras inocentes

del pacífico Dios y Redentor, 50

levantaron los gritos insolentes [47]

de venganza cruel y de rencor.

El pueblo los oyó, la procaz plebe

pudo sus leyes de impiedad seguir,

y aguzando el puñal con furia aleve, 55

en el nombre de Dios matar y herir.

En premio recibió duras cadenas

condenada a la ley de obedecer,

tanto desdichas propias como ajenas

a presenciar sin fin y enmudecer. 60

¡Mísero agricultor! tú has trabajado,

¿quién recogió los frutos del sudor?

el limosnero humilde se ha llevado

cuanto dejó el altar y tu señor.

A bandadas los legos mendicantes 65

ofreciéndote gracia celestial

rodearon tus eras abundantes,

y perdiste el sustento corporal.

Indigno es de piedad el vulgo necio,

besa el yugo y humilla la cerviz, 70

y si cobarde mereció el desprecio,

dureza sólo mereció infeliz.

Mas no envidies laureles a Castilla,

del Cid conquistador noble ciudad, [48]

que si aquella se ufana con Padilla, 75

defienden hijos mil tu libertad.

Y si bebe su sangre un tigre fiero,

pronto verás al tigre sucumbir

del patíbulo vil sobre el madero,

que ha causado otras veces su reír.» 80

Cantó el remero, y a las auras puras

morado pabellón soltó al instante,

despidiendo en sus manos un mosquete

súbito trueno.

A la señal de la explosión vagando 85

por la desierta playa, algunos hombres

aparecen cual sombras del Leteo

hórridas, tristes,

que con silencio sepulcral caminan

hacia do albergue y retirado abrigo 90

bajo techo pajizo les ofrece

mísera choza.

Puesta sobre el hogar iluminaba

la estancia reducida con su llama

por el humo importuno interrumpida 95

árida tea;

y en la pared opuesta dibujaba [49]

la sombra con sus rasgos abultados

seis cuerpos, y semblantes diferentes

tétricos todos. 100

Mientras que absorben de cargadas pipas

el humo apetecido, tose, y luego

de este modo uno de ellos el silencio

fúnebre rompe:

«Escuchad, hombres libres: la ponzoña 105

de pisada culebra o basilisco

destruyendo las fuentes de la vida

deja en el corazón muerte y conflicto:

Mas mi pecho veneno no conoce

más infernal, más duro y más activo 110

que el de la traición, en vaso de oro

propinado por manos de un amigo:

y si la sangre del traidor no apaga

la sed que en mi interior ha producido,

en la angustia mortal, funestos días 115

apuraré las heces del martirio.

Sabéis que Jaime Ortiz que alto renombre

de celestial cantor ha merecido,

a los libres por ley del juramento

más justo y más sagrado estaba unido: [50] 120

mas no sabéis que pérfido, perjuro,

el aire libre de gozar indigno

labra nuestro sepulcro ignominioso,

y a todos nos prepara el precipicio.

Nuestros nombres infiel ha revelado 125

al tirano del Turia cristalino,

y en tu favor, oh libertad amada,

ya le son nuestros planes conocidos.

Yo que tengo valor, patria querida,

para arrostrar por ti duros peligros, 130

despreciar los cadalsos horrorosos,

y apurar el rigor de los suplicios,

carezco de él para sufrir la afrenta

del apóstata vil que me ha vendido,

y hasta que mi puñal su pecho abriere 135

no puede respirar el pecho mío.

Si con mi muerte he de comprar la suya,

rasgad y dividid, que sólo pido

que mis ojos en sangre del malvado

se fijen, antes de cerrarse fríos. 140

¡Infeliz! ¡Cuán en vano componiendo

del dorado cabello los anillos

entona de doncellas rodeado [51]

a Baco y al amor sus muelles himnos!

Pronto el canto de muerte y de tristeza 145

deberá resonar en sus oídos,

y la lira que aplauden los amores

yacerá para siempre en el olvido.

En Gandía, el traidor, enamorado

de una joven beldad, de sus hechizos 150

a ser dichoso posesor aspira,

y halla sólo el desdén del cual es digno.

Pero cartas del Déspota sangriento

recomiendan al necio favorito,

y el padre de la hermosa desgraciada 155

las furias teme del feroz caudillo.

¡Cielos! ¡la tumba solitaria y triste

sea el lecho nupcial del hombre impío,

y alcance la agonía de la muerte

en vez de los halagos de Cupido! 160

¡Sagrada libertad! pronto en tus aras

escucharás de la victoria el grito,

que aún disfrutan la luz del claro cielo,

y acero vibran vengador tus hijos.

Ni el proceloso mar, ni las cavernas, 165

ni las hondas entrañas del abismo [52]

te esconderán, malvado, a mis furores;

o podrán libertarte del castigo.

Tal vez (que sea así) cuando pensares

apurar el placer, adormecido 170

ebrio con los encantos de una esposa,

de airados golpes mortalmente herido,

al orco bajarás, quedando libre

de tus besos y abrazos fementidos,

la sensible paloma, el ángel puro, 175

que jamás será el premio del delito.»

Calló, y en los semblantes animados

de todos los presentes retratose

con rasgo amargo de funesta pena

cólera dura. 180

Y como suele repentino silbo

del agitado noto entre las selvas,

sonó bronco murmullo que decía:

¡Pérfido! ¡Muera!

Antes que en leve remolino caigan 185

las hojas de los árboles sombríos,

descienda a vuestro seno el delincuente,

pálidos manes.

Al punto seis puñales muy agudos [53]

salieron de sus vainas, y al reflejo 190

de la trémula llama despidieron

fúlgidos visos.

Salen de aquel albergue los valientes,

y por distintas vías se encaminan

mientras que lanza moribunda luna 195

débiles rayos. [54]

 

Las bodas sangrientas

Si os pesa de ser querida

yo no puedo no os querer,

pesar habéis de tener

mientras yo tuviere vida.

GASPAR GIL POLO.

Del palacio del duque de Gandía

resuenan los magníficos salones

de plácida armonía

con los festivos sones

apenas muestra de Titón la esposa 5

su fresca frente de purpúrea rosa.

Una doncella ilustre que pudiera

entre las diosas en beldad rivales

lucir como primera

sus gracias naturales, 10

según la fama con su voz publica

de Himeneo en las aras sacrifica. [55]

El que debe obtener su mano hermosa

es por toda Edetania celebrado,

porque su voz preciosa 15

y el canto delicado

rinden el corazón, con su sonido

enajenan el alma y el sentido.

Morisca alfombra cubre el pavimento

con purpúreo matiz en los salones, 20

y ofrecen blando asiento

magníficos sillones

del ébano más puro trabajados

y de relieves áureos adornados.

Apurando del arte los primores 25

presenta la pintura colocados

por orden los señores

ilustres y esforzados

de la casa de Borja esclarecida

con la sangre real ennoblecida (5). 30

Apuestos mozos con gentil deseo

de ver tanta hermosura, van llegando, [56]

tan célebre Himeneo

con su presencia honrando,

y Ninfas mil no por amor suspiran 35

cuando a la bella desposada miran.

Ésta huyendo el festejo aborrecido

busca su gabinete, y recostada

sobre un sofá mullido,

de Elvira acompañada, 40

sollozando lamenta de esta suerte

su enlace más terrible que la muerte.

«¡Ay infeliz de la que ausente vive

de aquel perdido bien por el cual llora!

¡ay de la que recibe 45

los brazos que no adora,

cual esclava infeliz sujeta al ceño

del duro comprador y esquivo dueño!

¡Himeneo cruel! ¡ah! tu lazada

será dogal funesto al cuello mío, 50

y víctima inmolada:

seré cadáver frío

que espante en triste y desolado lecho

al que pretende esclavizar mi pecho.

¡Infelice! Mi plan está formado, [57] 55

y no puede fallar, cuando obsequioso

y en ansias abrasado

quiera el impuro esposo

que su cariño aborrecido halague,

corra mi sangre, y que su sed se apague. 60

¿Lloras, Elvira? ¡Oh Dios! ¡cuánto te debe

mi ternura y mi amor en tal momento!

Del pérfido y aleve

al duro tratamiento

no abandones jamás a tu señora... 65

¿Lloras, Elvira mía? llora, llora.

En mejor hado y mejor luz nacida,

no probarás jamás esta amargura

de verte sometida

a esclavitud tan dura, 70

y suspirando por diversos lazos

negar el corazón y abrir los brazos.

Más feliz que Ormesinda, con tu mano

regalarás tu afecto al preferido;

yo sufriré un tirano, 75

tú con placer querido

recibirás tras dulce y blando sueño

ósculos tiernos de adorado dueño.» [58]

Aquí paró Ormesinda, porque abierta

de par en par por imperiosa mano 80

cedió la dura puerta,

y apareció un anciano

que en su semblante pálido y figura

expresaba el dolor y la amargura.

¡¡Padre!! exclamó la mísera, abrazando 85

las trémulas rodillas: de sus ojos

las lágrimas saltando,

que como los despojos

de débil orfandad y desconsuelo

bajaban a regar el duro suelo. 90

¡Compasión! ¡compasión! salvad mi vida:

por el primer abrazo honesto y pío

que en la niñez florida

os debe el amor mío,

apartad al Cantor de mi presencia, 95

y vez segunda os deba la existencia.

Para mí sus cantares son gemidos

de suplicio cruel, son sus finezas

los ásperos silbidos

de sierpe entre malezas, 100

y el enlace que anhela su locura [59]

lento espirar en infernal tortura.

¡Hija del corazón! dice el anciano,

alza del suelo y calma el triste lloro

que es para mí inhumano, 105

ya sabes que te adoro,

que tus tristezas son tristezas mías,

tuyos también mis gustos y alegrías.

Ven a mis brazos, ven, reposa en ellos,

de tan duro afanar por fin respira, 110

abre los ojos bellos,

mira a tu padre, mira,

contempla mi dolor, y juzgue el cielo

de quién será mayor el desconsuelo.

Lo ignoras, ¡infeliz! naturaleza 115

se estremece al oírlo, yo me muero:

o cae mi cabeza

al golpe del acero,

o das a Jaime Ortiz tu bella mano

y libras a tu padre de un tirano. 120

Pliegos ocultos del Sultán temido

que de toda Edetania es el espanto,

me tienen prevenido,

que tu gracioso encanto [60]

sea premio de un hombre aventurero 125

porque sirvió a la patria con esmero.

¡Patria infeliz! si de un traidor: ¿qué digo?

Hija mía, tal vez enlace santo

convertirá en amigo

al que te causa espanto, 130

y morirá tu padre desgraciado

de la bella Ormesinda al dulce lado.

Participa tu sangre esclarecida

de la casa de Borja la nobleza,

y es voz muy conocida 135

que el nombre y gentileza

del Cantor que te quiere por señora

con timbres de alta fama se decora.

Del déspota feroz las iras temo:

de Sagunto en las cárceles oscuras 140

hasta el último extremo

se ejercen las torturas,

y de míseras víctimas las penas

resuenan por el monte y sus almenas.

Basta, dijo Ormesinda, padre mío, 145

anima mi valor vuestra ternura,

cúmplase el hado impío [61]

con tal que esté segura

vuestra vida de sustos y de males;

pronto me adornarán galas nupciales. 150

Al punto las doncellas oficiosas

desplegando una rica vestidura

cual gracias primorosas

adornan su hermosura

y acomodan al cuerpo delicado 155

preciosa tela de cendal labrado.

Brilla en sus blancas manos el diamante,

verde esmeralda y el rubí encendido

y un cinto rutilante

de piedras embutido 160

sujeta con un broche la cintura

flexible, estrecha, delicada y pura.

Caen sus blandas trenzas repartidas

sobre las frescas sienes igualmente,

y cual medio escondidas 165

de su seno turgente

laten las pomas con angustia inquieta

porque una cárcel dura las sujeta.

Verla es mirar la Diosa refulgente

que preside al silencio de la noche [62] 170

bajando blandamente

del plateado coche

para abrazar a su garzón dichoso

entregado a los gustos del reposo.

Pero de la doncella generosa 175

no concurren en torno los amores,

sino tropa enojosa

de penas y dolores

que marchitan su faz y hermosa frente

cual rayo abrasador la flor naciente. 180

Y en vez de sonreír el Himeneo

sus sienes amorosas coronando

las flores del deseo,

su antorcha está apagando,

y presenta sus alas encogidas 185

de esperanzas de amor destituidas.

En tanto del Cantor enamorado

la voz repite esta sonora letra,

que como golpe airado

que el corazón penetra 190

de la joven beldad, es a su oído

nuncio de muerte y funeral gemido.

«Eres la fresca rosa [63]

delicia del jardín,

yo soy la mariposa 195

que vago en el pensil:

todas las otras flores

que en el cercado vi,

si admites mis amores

yo dejaré por ti. 200

Eres la luna bella

que en el Olimpo estás,

yo soy la clara estrella

que siempre va detrás:

no escondas los fulgores 205

de tu benigna faz,

que sin tus resplandores

no puedo yo brillar.

Eres mi verdadero

iris de paz y unión, 210

yo soy el marinero

del piélago de amor:

¡Ay cómo brama el ponto!

¡cuál crece su furor!

Iris, muéstrame pronto 215

tus fajas de color. [64]

Eres la aurora fría

del claro amanecer;

yo soy flor que confía

tus lágrimas beber: 220

no quieras que el rocío

me falte alguna vez

y mustio el cáliz (6) mío

no adorne ya el vergel.»

Al Cantor aplaudía toda hermosa 225

cuando entró en el salón la desposada,

y como aquella Diosa

de su Neptuno amada

si asoma en los cristales su cabeza

calma del mar airado la fiereza: 230

sosegó aquel murmullo de repente,

y sucedió un silencio respetuoso,

pues la beldad presente

con su mirar gracioso

de muda admiración llenó la sala, 235

de bellas formas al lucir la gala:

y Jaime Ortiz, cayendo desmayados

sus negros rizos sobre el blanco cuello,

con paso mesurado [65]

siguiendo al ángel bello 240

se encamina también a la capilla

que con gran pompa y aparato brilla.

Ésta de piedras bien labradas hecha

recibe escasamente la luz pura

de una ventana estrecha 245

de gótica estructura,

pero recios blandones en sus aras

suplen rayos del sol con luces claras.

El mitrado deán devotamente

de la capilla en el altar preside, 250

y al Ser omnipotente

socorro y gracia pide,

para los que ha de atar con lazo eterno

de deseada dicha y amor tierno.

Pero al unir los novios las dos manos 255

para estrechar recíprocas finezas,

seis hombres inhumanos

asoman sus cabezas,

y sus caras horribles y enojadas

con tizne espantador desfiguradas. 260

Teneos, fue a decirles palpitante

el hijo de las musas celestiales, [66]

pero en el mismo instante

brillaron seis puñales,

que en su pecho infeliz se disputaron 265

hacer salir el alma por do entraron.

Tales (dijo una voz) sus bodas vea

quien vendiere a su patria fementido,

sangre su lecho sea,

sangre el nupcial vestido, 270

envuelto en sangre en el altar se mire,

y al despedir su postrer gota espire.

La mano del Cantor ya no buscaba

aquélla de Ormesinda, en desconcierto

ya trémula intentaba 275

del corazón abierto

comprimir el dolor, ya el suelo fuerte

recorría en las ansias de la muerte.

En la sangrienta escena que ha mirado

Ormesinda infeliz gime y suspira 280

sobre el regazo amado

de la sensible Elvira,

y con lágrimas tristes oprimidos

se esconden sus luceros afligidos.

De aquel lugar de muerte es separada, [67] 285

que allí el pálido horror las furias pinta

con negra pincelada

de dolorosa tinta,

y resuenan en vez de dulces voces

gritos de espanto fúnebres y atroces. 290

Manda luego el deán que pronto aviso

la justicia reciba del exceso,

porque sin su permiso

o su mandato expreso

no se atreve la Iglesia en su amargura 295

a dar al desdichado sepultura. [68]

La gitana

Miran de la mano

la palma que lleva

dátiles de oro,

la que no, no es buena...

..........................

Que mujeres de éstas

en medio del día

hacen ver estrellas.

GÓNGORA.

«Morena estoy, muchachas,

que en los calores

me han puesto en centinela

de los amores:

mas mi gitano 5

por mi rostro moreno

deja los blancos.

Sepan los habitantes

de todo el mundo [69]

que yo curo los males 10

sin tomar pulso:

y pues la gitanilla

todo lo entiende,

¿quién quiere por dos cuartos

saber su suerte?» 15

De bulliciosos niños perseguida

que con algarabía la cercaban,

las calles de Gandía paseando,

tales cosas decía la Gitana.

Elvira en el balcón su faz benigna 20

asomó, cual la aurora nacarada,

y por dar distracción a su señora

que largos días en dolor pasaba,

llamó a la Gitanilla, que vestía

jubón azul de guarnecida plata, 25

pañuelo que de manto hacía veces,

y de vistosas flores corta saya.

Presentola a Ormesinda, que alargando

a la investigadora entrambas palmas,

dejó que examinase con cuidado 30

de la suerte los signos en sus rayas.

Tras un largo silencio, Mariposa, [70]

(que así la Gitanilla se llamaba)

abandonó las manos de Ormesinda

y suspirando dijo estas palabras: 35

«El lugar donde tienes

el bien que adoras

lo conoce sin duda

la Mariposa,

porque sus alas 40

no respetaron nunca

cercas sagradas.

He visto en él un lirio,

que trasplantado

del terreno del siglo 45

se está mustiando;

fuerza es que muera

si a regarlo no acude

su jardinera.

En la tranquila noche 50

roncos gemidos

turban las soledades

de aquel retiro:

yo paré el vuelo

al escuchar el canto [71] 55

del prisionero;

y antes de separarme

dije, mal hace

quien piensa olvidar pronto

mudando traje, 60

porque el vestido

no ha libertado a nadie

del Dios Cupido.

El gavilán tirano

quiso enlazarse 65

con la más cariñosa

de las torcaces,

pero en las garras

del águila apenina

dejó las alas. 70

Del ruiseñor canoro

cesó el gorjeo,

porque el cantar tan claro

le fue funesto;

en estas selvas 75

para siempre cesaron

sus cantinelas.

Día vendrá en que el lirio [72]

de aquellos valles

que muere de sediento 80

su sed apague,

y verdes hojas

una a su cáliz bello

la cipria rosa.

Valor y amor unidos 85

mostrarán claro

que vencen imposibles

sin los milagros,

que un pecho firme

contra las furias todas 90

lucha y resiste.

Pero aquellas dulzuras

de muchos días,

y de las frescas noches

las alegrías 95

las calla ahora,

porque callarlas debe

la Mariposa.»

Tales voces el pecho de Ormesinda

conturban fuertemente: una mirada 100

de agitación dirige a la parlera, [73]

y una indiscreta lágrima se escapa

de sus hermosos ojos: mucho, dice,

vuela la Mariposa, mucho alcanza,

que tal vez recorrer todas las flores 105

por ocultas que estén y retiradas

es natural en ella cuando agita

por la floresta umbría lindas alas:

¿pero del duro mal que yo padezco

puede darme el remedio? y ella exclama: 110

«No producen los montes

yerbas tan buenas

que curen afecciones

que amor engendra;

mas del martirio 115

los años y las canas

son lenitivos.

Resistir el incendio

que el pecho abrasa

parecerá cordura, 120

y es ignorancia,

pues reprimidas

serán las explosiones

más convulsivas. [74]

Pero ya que tu rostro 125

me está diciendo

que cuentas con firmeza

para el remedio;

sin yerba alguna

con sólo resolverte 130

tendrás la cura.

Cuando muestre sus ruedas

la luna hermosa

verás en tus jardines

la Mariposa: 135

sigue sus pasos,

que seguir buena guía

no es gran trabajo.

Yo por sendas de flores

bien conocidas 140

seré la conductora

de la Ormesinda,

y en poco tiempo

creo, que alcanzar puedes

dulce remedio.» 145

No sabe qué responda a tal propuesta

Ormesinda infeliz, pero la rara [75]

fuerza del signo que al nacer preside,

en la duda cruel es la que manda.

La ausencia de su padre, que un tirano 150

a su palacio de Valencia llama,

y el deseo de ver al bien que adora

inclinan de su pecho la balanza.

Y aunque el honor se opone, y sus puñales

cuando llega su vez en ella clava, 155

cede al amor, que en tales ocasiones

domina los afectos con ventaja.

Te seguiré, la dice, Mariposa,

reserva del rocío leves alas,

que el vuelo de mi amor si no te excede, 160

tus bríos a lo menos sí que iguala.

Y sacando un anillo de sus dedos

de brillantes riquísimos, lo alarga

a la astuta mujer, que al despedirse,

según su estilo, placentera canta: 165

«Tales flores no crían

nuestros vergeles:

liberal el cariño

mucho merece:

con tales galas [76] 170

de la Mariposilla

crecen las alas.

A la doncella ilustre

Diosa de Pafos

para su romería 175

dispón el carro,

y tus palomas

la lleven a los brazos

del bien que adora.

Ejerced en las selvas 180

húmedo imperio

céfiros regalados,

céfiros frescos:

soplad iguales

para las fugitivas 185

auras suaves.

Las que a Cupido invocan

gocen las dichas

de noche regalada

y auras tranquilas; 190

los amorcitos

con antorchas fulgentes

abran camino. [77]

 

 

 

 

El calabozo

Yo, señora, una hija bella

tuve, que bien tuve, he dicho,

que aunque vive no la tengo,

pues sin morir la he perdido.

CALDERÓN.

¡Oh libertad! Bien dulce y no preciado

sino cuando perdido,

que siempre fuiste amado

después de conocido;

¡cuán infeliz aquel que por perderte 5

obligado se mira a conocerte!

Seis días ha que un infeliz anciano

sujeto a duras penas

por un feroz tirano

arrastra las cadenas, 10

sin conocer la dulce alternativa

de la sombra fugaz y la luz viva. [78]

Como si fuese ponzoñosa fiera

el hombre desdichado

de bárbara manera 15

al cepo es amarrado,

y de la argolla el peso el cuello siente

por sola presunción de delincuente.

He pues tu altar, oh Themis profanado,

porque a un delito incierto 20

se aplica de contado

castigo duro y cierto,

y si la pena al malo se anticipa,

de la misma el que es bueno participa.

La claridad del más sereno día 25

es sólo noche oscura

a quien la tiranía

mantiene en cárcel dura,

que si no acaba su cansada vida

la arrastra con la muerte confundida. 30

Lastimeros gemidos y sollozos

de muchos desdichados

en hondos calabozos

resuenan continuados,

y calcula el mortal consigo mismo [79] 35

si habita el suelo o el profundo abismo.

La armonía al lugar correspondiendo

la forman rudos sones

y rechinar horrendo

de grillos y eslabones, 40

las férreas puertas con sus gonces duros

y los gritos blasfemos y perjuros.

El padre de Ormesinda cariñosa,

el mísero Edelberto

en cárcel tan odiosa 45

se mira como muerto,

y sujeto a las iras de un tirano

que de infame puñal armó su mano.

Cual cómplice en la muerte desastrosa

de Ortiz es reputado, 50

porque la sed rabiosa

del tigre despiadado

ignorando del crimen los autores

en la inocencia ceba sus furores.

Decid (manda a un ministro de sus iras) 55

al viejo miserable

que en abrasadas piras

su cuerpo detestable [80]

será breve pavesa, si obstinado

no revela el autor del atentado. 60

Una embajada tal la sangre hiela

del triste prisionero,

se aflige, desconsuela,

y al duro mensajero

responde al fin con terminante acento 65

después de recobrar cansado aliento:

el que buscó virtud en un tirano

fue necio ciertamente,

y el que besó su mano

con gesto reverente 70

unió a la necedad la cobardía,

y con el deshonor la villanía.

De padre con el nombre, despiadado

en su furor el cielo

un monstruo ha regalado 75

al infelice suelo,

para que halague, y con extraña suerte

a los mismos que halaga dé la muerte.

Decid que los autores del quebranto

que a Ortiz dejaron muerto 80

al pie del altar santo [81]

no conoció Edelberto,

mas que sí que conoce en su disgusto

que un tirano feroz jamás fue justo.

Se ha cifrado mi crimen verdadero 85

en la condescendencia

con que a un aventurero

sin nombre y sin prudencia

cedí la mano de Ormesinda hermosa,

juzgue el delito quien fue causa odiosa. 90

No es extraño que anhele sangre mía,

porque es naturaleza

de la pantera impía

cebarse con fiereza,

y ebria de sangre, cuando no beberla, 95

reteñirse las fauces y verterla.

De los míseros manes ultrajados

las sombras pavorosas

con ayes prolongados

y voces lastimosas 100

venganza piden al contrario cielo,

mientras con sangre se enrojece el suelo.

Las pesadas cadenas que sujetan

mi cuerpo fatigado, [82]

poco al valor aprietan 105

del ánimo esforzado,

que a una alma libre que al honor se fía

no puede avasallar la tiranía.

Tema la muerte quien por siervo infame

no mereció la vida, 110

el hombre libre clame

contra el liberticida

cuando amaguen su pecho los puñales,

cuando ciñan su cuello los dogales.

Dijo, y mirada de desprecio altivo 115

dirigió al mensajero

que cual áspid nocivo

o tigre carnicero

que no puede morder, mas se enfurece,

y dándole la espalda desparece. 120

Era la noche, cuando el blando sueño

a todos regalaba

con plácido beleño,

y el que cautivo estaba

soñando lo que el alma apetecía 125

libre de las cadenas se creía.

Sólo el hondo silencio interrumpido [83]

en la infeliz clausura

por áspero chirrido

de férrea cerradura 130

de cuando en cuando más pavor causaba,

y uno que otro tosía o bostezaba.

En un ángulo estrecho y mal formado

cuya humedad pudiera

al más complexionado 135

causar la muerte fiera,

sobre el suelo infeliz yace Edelberto

en la apariencia espantadora muerto.

Abren de su mazmorra tenebrosa

la puerta bien segura 140

y arrojan una cosa

sobre la tierra dura:

quiere Edelberto hablar, se pone alerta,

y oye cerrar la malhadada puerta.

Con las manos recorre el pavimento, 145

y tras de breve pieza

advierte con el tiento

que toca una cabeza

separada del cuerpo. ¡Oh Dios! ¡qué horrores!

¡noche de crueldad y de dolores! [84] 150

Y es que el ejecutor de la justicia

en pago merecido

de criminal malicia,

descuartizó a un bandido,

y cual si fuera funerario pozo, 155

los miembros encerró en el calabozo.

Y como teme amor siendo extremado,

fue la primera idea

del padre desgraciado,

si acaso el cráneo sea 160

de Ormesinda infeliz que el vil tirano

le ofrezca cual presente de su mano:

y duda, y teme, y extendiendo el brazo

retráelo temblando

cual si violento lazo 165

lo fuera sujetando,

y por temer la certidumbre fiera

prefiriendo la duda desespera.

Tiende otra vez la mano temblorosa,

busca la prueba clara, 170

pero la piel rugosa

de la barbada cara

deja el amor de padre satisfecho, [85]

aunque el horror le despedaza el pecho.

Juzga que del horrible asesinato 175

podrá ser algún reo

que el despotismo ingrato

le envía por trofeo,

y deplorando la fortuna varia

dirige al alto cielo esta plegaria: 180

«¿Señor, cuándo cansado

del Fariseo inmundo

daréis con vuestro agrado

la libertad al mundo?

¿Cuándo será, Dios mío, 185

que la virtud respire,

y hollado el bando impío

propicio al cielo mire?

¿Acaso por herencia

dejáis a los amados 190

de muerte la sentencia

y horrores continuados?

¿Acaso a los impuros

guardáis por recompensa

que en su maldad seguros 195

al bueno hagan ofensa? [86]

¿Y cómo entre el espanto

de azotes inclementes

podrán llamaros santo

los hijos inocentes, 200

si la mordaza dura

con un furor extraño

sus labios asegura

y aumenta el grave daño?

Alzar pueden apenas 205

sus manos ultrajadas

con bárbaras cadenas

y esposas agravadas,

y a su filial deseo

en vuestro altar no es dado 210

quemar olor sabeo

precioso y delicado.

Si nubes de repente

en su feroz pelea

lanzan el fuego ardiente 215

que vivo serpentea,

¿por qué, Señor, entonces

aquella raza impura

que iguala a duros bronces [87]

no paga su locura? 220

Ser grande, que avasallas

al ponto y lo refrenas,

poniendo por murallas

las débiles arenas:

¿por qué del mismo modo 225

no humillas al ingrato

que oprime al mundo todo

y burla tu mandato?

Sangre, exterminio y guerra

causaron los tiranos, 230

y alzáronse en la tierra

los hombres inhumanos

que en fuerza de señores

a los demás dijeron,

sois bestias, o peores, 235

y los demás temieron.

Para dictar las leyes

con el poder armados

se proclamaron reyes

ungidos y sagrados: 240

sois Dioses, les gritaron

los nobles orgullosos, [88]

sois Dioses, contestaron

los pueblos temerosos.

Dijeron así un día: 245

Dios manda a toda gente:

si alguno se desvía

pensando libremente,

cual animal nocivo

en nombre de Dios santo 250

sea quemado vivo

con horroroso espanto:

y viéronse encendidas

las bárbaras hogueras,

cuchillas prevenidas 255

con las espadas fieras,

las ruedas con puñales

para un morir prolijo,

las horcas y dogales

y enfrente un crucifijo: 260

y resonaron voces

de muchos, entretanto,

y gritos muy atroces

tras religioso canto:

unos seres extraños [89] 265

vestidos de mil modos

con diferentes paños

gritaban más que todos:

muera el impío luego,

que mueran los malvados, 270

y a miles en el fuego

en tanto eran lanzados:

¿Y vos, Señor, que visteis

tanta orfandad y horrores,

por qué no confundisteis 275

los necios y traidores?»

Aquí calló Edelberto, y de sus ojos

las lágrimas saltando

cual fúnebres despojos

se fueron empapando 280

en la misma cabeza que allí había

fétida, hirsuta, ensangrentada y fría.

El ermitaño

Bajad con silencio, que

de aqueste monte en la falda

caballos y gente he visto

entre esas espesas matas.

CALDERÓN.

Di, Jacinta, ¿dónde vas?

-Amor, decírtelo quiero:

buscando el amor primero

que no se olvida jamás.

BERNARDO DE LA VEGA.

Una mesa, una cruz y un banco duro

tiene por todo ajuar un ermitaño,

un saco con capucha por vestido,

y por rico tesoro un relicario.

Al pie de una montaña en el desierto 5

abrió del tiempo la incansable mano

profunda cueva retirada y triste

Entre pesadas moles de peñascos. [91]

Aquí tranquilos ve correr sus días

en oraciones y ejercicios santos, 10

un eremita austero y penitente

lejos del mundo y libre de sus daños.

Sobre el césped florido, par la fuente

que riega las violetas murmurando,

la ley medita en el sagrado libro 15

que contiene los dogmas del cristiano,

cuando turba el silencio del desierto

el continuo pisar de unos caballos,

y el agudo relincho que en las breñas

largamente se extiende resonando: 20

apenas vuelve los turbado ojos,

del pisador se apean a su lado

dos lindas hermosuras que seguían

de una gitana los veloces pasos.

¡Cielos! ¡Elvira! (exclama el penitente) 25

y cae al suelo el código sagrado

para ceder al dulce amor de Elvira

firme lazada en cariñosos brazos.

En un tiempo la amó; fue cuando siente

tierno doncel en los felices años 30

por la primera vez entre placeres [92]

del pagador agudo el grave daño.

Y esta fuerte impresión un sello deja

que se arrastra al sepulcro, y siempre grato

su recuerdo se ofrece a la memoria 35

feliz origen de feliz encanto:

pero de las familias encontradas,

tenaz se opuso el odio inveterado

al recíproco afecto de dos pechos

que entre el odio común se idolatraron: 40

perdida la esperanza lisonjera

de estrechar de himeneo fuertes lazos,

dejó el mancebo los paternos lares,

y al pie de un alto monte solitario,

modelo de virtud y de abstinencia 45

quiso vivir del mundo separado,

la llama activa que cundió en su pecho

con las austeridades apagando.

Así pues sorprendido con la vista

del primitivo y singular retrato 50

que las acerbas lágrimas y ayunos

sino borrar, oscurecer lograron,

se adelanta, y las leyes religiosas

por las del corazón abandonando, [93]

a la sensible y cariñosa Elvira 55

prodiga tiernamente sus abrazos:

mas de pronto se turba, y semejante

al que en precioso y cristalino vaso

por apagar su sed prueba las heces

de hiel funesta o de licor amargo, 60

se retira confuso, y es que al punto

de probar las delicias de halago,

la voz de la conciencia temerosa

le hiela el corazón apasionado.

Prometió con terrible juramento 65

vivir a Dios, y del amor insano

antes que obedecer los desvaríos

buscar la muerte y merecer el lauro.

¡Infeliz! (exclamó) ¡de qué sirvieron

los lentos días de continuo llanto, 70

las noches de dolor, y los ayunos

que el enfermizo cuerpo maltrataron,

si fue tu amor un fuego entre cenizas,

sólo en las apariencias apagado,

que al más ligero soplo de los vientos 75

vivió otra vez para lucir más claro!

Fácil te fue vivir entre las fieras [94]

en horrorosas breñas sepultado;

venciste al mundo, y unos ojos bellos

sin resistencia alguna te postraron. 80

Así se agita el mísero, y no sabe

que el huir es vencer en tales casos,

y que la resistencia más segura

sólo en volver la espalda se ha cifrado:

porque burla el amor las reflexiones 85

que siempre han sido en contra de sus dardos

ligeras nubes que la noche cría

y han de desvanecer solares rayos.

Llora, y es el llorar en el cariño

lo que en la rosa del sediento prado 90

el puro rosicler de la alborada,

que nutre el cáliz, vivifica el tallo.

Vuelve a mirar a Elvira... ¡ah!... le abandonan

de la virtud los documentos santos,

y un suspiro de amor es el que vence 95

en un combate duro y obstinado.

«Estas perlas, le dice la gitana,

a Ormesinda y Elvira señalando,

habitador del monte, se confían

a tu desvelo y singular cuidado: [95] 100

las sencillas palomas han huido

de dura esclavitud, y el aire blando

respiran del desierto silencioso

libres de todo afán y sobresalto.

Sus miradas son dulces y expresivas, 105

son sus arrullos al oído gratos,

enamoran sus picos cariñosos,

sus pies de grana y su plumaje blanco.

En tu tranquilo albergue las recibes

después que sus alitas fatigaron, 110

do blando sueño sus pupilas cierre

sin temer los enojos del milano.

No está lejos de aquí el pichón querido

que de la más hermosa ha cautivado

la tímida afición, ignora el triste 115

que cerca está su dicha y su regalo.

Dijo, y sin esperar respuesta alguna

marchose por las quiebras del barranco,

y con altas malezas confundida

leve vestigio no dejó en sus pasos. 120

Roberto (así llamose el eremita)

dejando el aire triste y pesaroso [96]

propio de un solitario penitente

dio libertad a sus humildes ojos:

rogó a las dos hermosas que en la margen 125

de un cristalino y susurrante arroyo

sentadas sobre el césped disfrutasen

las delicias de un plácido reposo:

en leve canastillo presentoles

un blanco pan y un queso muy sabroso, 130

y en profunda vasija el dulce néctar (7)

que beben los cartujos religiosos.

Dulces manzanas, ciprios moscateles,

y añade unas conservas y bizcochos

que recibió en obsequio reverente 135

de algunos bienhechores y devotos.

Las brisas de la tarde refrescaban

aquel sitio feliz con blando soplo,

y agitaban las hojas conmovidas

de lentiscos, adelfas y madroños. 140

Rogó Elvira a Roberto, que contase [97]

cómo tomó aquel hábito tan tosco

habitando en las mudas soledades:

y comenzó Roberto de este modo:

«El hombre necio en su delirio insano 145

promete a Dios con atrevidos votos,

sin medir como débil sus miserias,

cosas que exceden sus esfuerzos todos:

y mientras en la tierra ha confiado

dejándose arrastrar del amor propio 150

al puro querubín anivelarse,

conoce en fin que es miserable lodo.

Mi familia y la tuya, hermosa Elvira,

en los contrarios bandos y alborotos

que agitaron la patria desgraciada, 155

opuestos rumbos abrazaron pronto:

creció la enemistad, se perpetuaron

las feroces venganzas y los odios,

mas nuestro amor no conoció más leyes

que el fuego activo que nació en nosotros. 160

Creció como una rosa purpurina

rodeada de cardos y de abrojos,

que a pesar de tan duros enemigos

balancea su cáliz oloroso: [98]

pero mi padre... ¡oh cielos! presentando 165

un agudo puñal, con ceño torvo

toma, me dijo, ingrato, antes que puedas

mezclar tu sangre en tu delirio loco

con la de un siervo vil (perdona Elvira)

la mía has de verter con ciego encono, 170

que yo la muerte de tu misma mano

antepongo a un vivir ignominioso.

¡Hijo infeliz...! mas no, debo llamarte

enemigo y traidor, futuro esposo

de la que tiene un padre que profana 175

de nuestras libertades el decoro:

y cuando muchas bellas que el orgullo

son de los corazones generosos,

te brindan con su mano, es una esclava

quien te sonríe con alegre rostro. 180

¡Infeliz si postrado ante sus plantas

su favor implorases a mis ojos!

y muy feliz tu padre que con sangre

lavaría un borrón tan oprobioso.

Dijo, y me dio el puñal que de mis manos 185

yertas y frías deslizó en tal modo

que se clavó en mi pie, manifestando [99]

que era mi sangre la que ansiaba sólo.

Retireme a los bosques que ocultasen

mi desgraciado amor, selvas y sotos 190

busqué para el alivio de una pena

que en el pecho formó cimientos hondos.

Presenteme al abad de un monasterio

que dista de este sitio un trecho corto,

y el cuidado y el culto de esta ermita 195

concedió a mis deseos fervorosos.

Aquí fue mi destino noche y día

en tus delicias, oh virtud, absorto

meditar en la ley, pidiendo al cielo

que protegiese mis esfuerzos cortos. 200

Con agudos cilicios macerando

de la carne rebelde los antojos,

regué con llanto mi infelice lecho

resonando en las peñas mis sollozos.

Abrí el inculto suelo, y ocuparon 205

el lugar de zarzales ponzoñosos

vistosas flores de matices bellos,

fértil olivo y altos algarrobos.

Mil veces el anciano miserable

buscó en este mi albergue su socorro, [100] 210

y halló quien aliviase sus dolores

la orfandad infeliz en su abandono.

¿Quién pudiera creer, Elvira mía,

que mientras los cantares fervorosos

de ardiente contrición aquí sonaban 215

ante el divino acatamiento y trono,

cuando tu dulce amor sólo ofrecía

sombra ligera de pincel muy tosco,

rápida exhalación que nace y luce

para olvidarse y perecer muy pronto, 220

preparase Cupido su triunfo?

¿Que ocupase mi pecho doloroso

tan feble a sus asaltos, como al silbo

del furioso huracán débil pimpollo?

¡Qué grato es tu mirar, dulce enemiga 225

de mi tranquilidad! brillan tus ojos

tan bellos para mí, cual si saliera

de lóbrego y eterno calabozo!

No abandones jamás este retiro...

hay aquí limpia fuente en cauce hermoso, 230

y pájaros sensibles que en las ramas

cantarán tu belleza y tu decoro.

¡Qué frescura! ¡qué sombras! estas flores [101]

en varios cuadros las planté vistosos,

cuando por el amor del alto cielo 235

yo dejaba del tuyo los tesoros.

No sabía que habían de agradarte,

pero ya me inclinaba cariñoso

a cuidar de sus tallos delicados

y apartar los insectos codiciosos.» 240

Cesó de hablar: Elvira suspiraba:

Ormesinda admirose al ver cuán doctos

llegan a ser, cuán tiernos y expresivos

agitados de amor los seres todos.

Pero ya lentamente descendían 245

las sombras de los montes más fragosos,

y el héspero feliz con faz benigna

daba su resplandor al alto polo;

y mientras que las aves fatigadas

buscaban de sus nidos el reposo 250

al albergue vecino y solitario

los tres se retiraron poco a poco. [102]

La cruz

Véante mis ojos,

muérame luego,

¡Oh dulce amor mío,

y lo que más quiero!

JORGE MONTEMAYOR.

«¡Oh si permitiese el cielo

dulce amigo, que la viera

antes que la muerte fiera

acabase mi desvelo!

¡Oh qué celestial consuelo 5

mi corazón probaría

al verte, Ormesinda mía,

antes de dejar el suelo!»

Así con Roberto hablaba

Ricardo, que fatigado [103] 10

de un paseo dilatado

en su ermita descansaba:

consolaos (contestaba

sonriendo el ermitaño)

y Ricardo, este mi daño 15

sólo con la vida acaba.

¡Cuán triste y desventurado

es, amigo, mi vivir!

es un continuo morir,

es agonizar pausado, 20

porque en el pecho clavado

tengo agudo pasador

que con bárbaro furor

hasta el alma se ha internado:

Y al poner todo mi brío 25

en apartarlo y triunfar,

lo que logro es agravar

el dolor del pecho mío,

pues con largo desvarío

se acostumbró el corazón 30

a llevar el aguijón

y a sufrir su mal impío.

¡Oh noches! ¡en vuestro espanto [104]

cuál sufre mi pensamiento,

pues comienza mi tormento 35

cuando tendéis vuestro manto!

Necio juzgo que entre tanto

que llegue el rosado albor

podrá calmarse el dolor,

y lo llevo al altar santo. 40

Y precisado a escoger

entre angustias y pesares

del Eterno en los altares

entre Dios y una mujer,

¡infeliz! vengo a ceder 45

y a la celestial riqueza

antepongo una belleza

que cual yo ha de perecer.

Del claustro en la soledad

la nombro en mi acerba pena, 50

y mi ciego error condena

del sitio la santidad,

quiero implorar la piedad

de un Dios justo y amoroso,

y al sepulcro pavoroso 55

me llama la eternidad. [105]

Con ayunos consumido

creí triunfar del amor

y mi pena fue mayor,

pues fatigado y rendido 60

en mi lecho reducido

con debilidad mortal,

que contemplase mi mal

la rogaba enternecido.

Como sombra se ofrecía 65

a mi vista conturbada,

y en mi cama desdichada

yo los brazos le tendía:

¡ay! ven pronto la decía,

¡que dentro de un breve instante 70

ya no existirá tu amante!

y la ingrata no quería.

Disipada la ilusión,

sólo a mi lado miraba

una mesa en donde estaba 75

el signo de Redención:

con ardiente contrición

teniendo enemigo al suelo

pedía llorando al cielo [106]

la asistencia y el perdón. 80

No hay remedio ¡oh dura estrella!

para siempre la perdí,

feliz con ella viví,

y muero infeliz sin ella:

¡oh dulce amigo! ¡es tan bella 85

cuanto desgraciado yo!

Cielos ¿por qué a mí me amó

si yo había de perdella?

¿Y si en este sitio hermoso,

le preguntó el ermitaño, 90

para calmar vuestro daño

vieseis al ángel precioso

que con semblante amoroso

compensase un breve instante

las desdichas de su amante, 95

seríais ya venturoso?

Sí, Ricardo contestó;

tú lo ignoras, su mirada

es la cosa más amada

que el Criador acabó, 100

aquel que sus ojos vio

si disfruta su luz pura [107]

no conoce desventura,

no puede estar triste, no.

Que la pueda yo mirar 105

y de sus labios oír

que mi amor pudo existir

en su pecho sin cesar,

aunque se haya de acabar

mi triste y cansado aliento, 110

pues por sólo este momento

la vida se puede dar.

Mira, no es llama ligera

la que abrasa el corazón,

no es momentánea ilusión 115

tan breve cuan lisonjera,

es un Etna, es una hoguera

por sí capaz de matar

y que para mi penar

no permite que me muera. 120

¡Ley atroz! ¡Padre homicida!

tú al corazón de Ricardo

no lanzaste agudo dardo

que acabase con su vida,

tú con crueldad no oída [108] 125

en su pecho introdujiste

un veneno, un dolor triste

de existencia aborrecida.

¿Y padre habré de llamarte...?

Con el título natura 130

no te ha dado la ternura

que con él debiera darte:

te dio una alma infiel, impura,

te dio un carácter feroz,

una hipocresía atroz 135

y la condición más dura.

Para adorarnos nacimos

mi dulce Ormesinda y yo,

el cielo nos escuchó

cuando amarnos prometimos: 140

si desgraciados vivimos,

¡buen Dios! ¿quién podrá creer

que al mismo que me dio el ser

tal atrocidad debimos?

Mas dime ¿piensas que el cielo 145

mis votos pudo escuchar

y un sacrificio aceptar

que colmó mi desconsuelo? [109]

¡Oh qué error! el que en el suelo

prometió primero amar, 150

en vano al pie del altar

renunciar quiso su anhelo:

y que es necedad, no hay duda,

mudar traje en conclusión

si primero el corazón 155

en su interior no se muda;

conozco en mi pena cruda

que el ciego amor y mi mal

se burlan de este sayal

que a ser santo no me ayuda. 160

¡Ah! quien quiso que un doncel

renuncie su libertad

antes de tener la edad

del discernimiento fiel,

es un bárbaro y cruel, 165

es un monstruo del averno;

de un remordimiento eterno

tragar debe amarga hiel.

Tus derechos ultrajó

oh santa naturaleza, 170

y con bárbara fiereza [110]

tus seres envileció,

pues mientras que se fingió

ángel de paz y de amor

fue el verdugo más traidor 175

que de mujeres nació.

¡Cielos! exclamó Roberto,

acábense tantas penas,

rompan tan duras cadenas

un placer y un gozo cierto, 180

renazca un esperar muerto,

venzan amor y amistad

en la muda soledad

de este fúnebre desierto.

¡Ormesinda! flor querida 185

del matutinal albor,

hurí bella, ángel de amor,

que presides a la vida,

ven hermosa y escogida

a estrechar eternos lazos 190

de Ricardo entre los brazos

sin que nadie te lo impida.

No hay aquí quien pueda hollar

la ley de naturaleza, [111]

si tiránica fiereza 195

sabe al mundo avasallar,

no llegará a dominar

este ignorado rincón,

y en él libre el corazón,

ha de sentir, ha de hablar. 200

Dijo, y Ormesinda hermosa

que a los dos oculta oyó

como ninfa apareció

delicada y amorosa,

mas cual sensitiva airosa 205

que en su cáliz virginal

sintió la leve señal

de atrevida mariposa,

en los brazos de su amante

la bella se desmayó, 210

y en palidez convirtió

las rosas de su semblante;

se cerraron al instante

sus ojos, la luz perdida,

y sólo señal de vida 215

daba el pecho palpitante.

La extrañeza conmovía [112]

a Ricardo fuertemente,

gozando como un torrente

de una súbita alegría; 220

sueño rápido creía

la más dulce realidad,

admiraba la beldad

de su amada, y la decía:

«¿Eres tú, tesoro mío? 225

¿Acaso vana ilusión

engaña mi corazón

con un necio desvarío?

¿Acaso cuando confío

tener lo que estimo más, 230

eres sombra y volarás

con un desengaño impío?

¿Mas cómo puedo temer

apariencia engañadora,

si el alma que tanto adora 235

lo contrario me hace ver?

¿Quién podrá desposeer

al más sincero amador

del tesoro del amor

tras de tanto padecer? [113] 240

¿Quién sólo idear pudiera

profanarte, flor gentil,

sin que con su mugre vil

no pagase su quimera?

De mi furia atroz y fiera 245

ni el asilo de piedad

ni el vestido de humildad

preservarlo consiguiera.

Mas triste y casi vida

no respondes a mi afán, 250

y tus luceros están

sin la luz apetecida,

vuelvan a la luz querida,

y contempla a tu amador

cual le puso su dolor 255

cuando te lloró perdida.

En órbitas transparentes

las lágrimas del amante

de Ormesinda en el semblante

deslizaban reverentes, 260

lágrimas dulces y ardientes

que sobre nieve y jazmín

de tan bello serafín [114]

caían de hermosas fuentes.

Su activo y violento ardor 265

a las marchitadas rosas

con artes maravillosas

restituye su color:

vueltos ya de aquel sopor

los luceros adorados, 270

de los párpados pesados

rompen el yugo opresor.

¡Ah! la fuerza singular

que en sus ojos puso el cielo

es desesperado anhelo 275

atreverse a retratar,

sólo es dado penetrar

a los sensibles amantes

de unos ojos siempre errantes

los secretos, y callar. 280

Mas cuando Ormesinda vio

aquel hórrido vestido

que cubría a su querido,

fúnebres suspiros dio;

vez segunda le miró 285

y culpando al alto cielo [115]

en amargo desconsuelo

de esta manera exclamó:

«Ese mísero sayal

sólo servir debe a aquel 290

que a su dulce amor infiel

dio la espalda desleal;

es sólo triste señal

de oscura y humilde suerte,

es insignia de la muerte, 295

es mortaja funeral.»

«Un padre inhumano fue

(Ricardo le respondió)

quien el traje me vistió

del claustro que detesté; 300

si en el altar humillé

cual víctima mi cerviz,

jamás por ser infeliz

pude renunciar tu fe.

No distingue de vestido 305

el que es cariñoso amor,

ni cuida del exterior

en el corazón nacido:

si siempre tu amante he sido [116]

dígalo el cielo a quien di 310

palabras que no cumplí

en la soledad metido.

No te horroricen, mi bien,

estos mal cubiertos brazos,

¿Porque más estrechos lazos 315

quién puede formarlos, quién?

Ven, dulce adorada, ven,

que bajo un paño grosero

el amor más verdadero

nunca mereció el desdén.» 320

«Ricardo mío, jamás,

respondió la ninfa hermosa,

a Ormesinda desdeñosa.

o cruel encontrarás;

hasta el sepulcro verás 325

en mí, constancia y amor,

y tal vez aquel valor

que tú mismo no tendrás.

Contra viles opresores

conocerá el mundo entero 330

que el cariño verdadero

sabe despreciar furores, [117]

y que cuando mil horrores

siembra do quier su fiereza,

vence la naturaleza 335

de los tiernos amadores.

¡Dulce suspirado mío,

cuál ha puesto tu hermosura

la funesta desventura

y el rigor del hado impío! 340

Tu rostro triste y sombrío

con la palidez mortal

causa en mí un acerbo mal

que en vano expresar porfío.

¡Tus ojos cómo perdieron 345

aquel brillo encantador,

y tus labios el color

con que un día se tiñeron!

Tus cabellos me prendieron

en la red de amor también, 350

mas ahora no los ven

estos ojos cual los vieron.

¡Inhumanos! ¡despojar

de su pompa y lozanía

la planta que el cielo cría [118] 355

para adorno singular,

es lo que queréis llamar

virtud santa y religión!

Tiranía y opresión

sabéis sólo ejercitar. 360

La virtud piedad respira,

jamás fueron sus intentos

sofocar los sentimientos

que naturaleza inspira;

el mundo en el eje gira 365

eternamente de amor,

siempre será un opresor

quien quiera abatir su pira.»

«Sí, bien mío, respondió

Ricardo: vivir aislado 370

como en vida sepultado

no lo aprueba el cielo, no:

quien para nadie vivió,

quien sólo para sí mismo

al negro y vil egoísmo 375

cual víctima se entregó,

privado de sensaciones

que imprime la beldad fiel, [119]

sólo de ingrato y cruel

aprenderá las lecciones: 380

los sensibles corazones

han nacido para amar,

hacer bien, y disfrutar

de este bien en sus acciones.

Insensibles, estudiad 385

la sabia naturaleza

en donde de su grandeza

luce Dios la majestad:

la avecilla contemplad

cual del tierno amor flechada 390

canta siempre enamorada

de su dulce libertad:

pero si en cárcel odiosa

inhumanos la encerráis,

si del nido la priváis 395

en donde su par reposa,

su existencia dolorosa

arrastrando en dura suerte,

querrá preferir la muerte

a la cárcel enojosa. 400

Ven pues, tierna enamorada, [120]

orgullo del corazón,

ángel de consolación,

siempre dulce y suspirada:

¿ves aquella cruz alzada 405

al pie del sauce frondoso?

Ella de un amor dichoso

en la soledad amada

escuche los votos, sí;

mi juramento reciba 410

de serte fiel mientras viva

y de suspirar por ti:

después que triste viví

sea el mismo padecer

gloria bella del querer 415

que te pueda unir a mí:

y cuando insensibles seres

han proscrito nuestra unión,

la confirme el corazón

despreciando pareceres: 420

yo te quiero, tú me quieres,

di ¿quién puede disputarnos

los derechos de adorarnos,

para hollar nuestros placeres? [121]

Cuando tu voz oiré 425

prometiendo amor eterno

contra el mundo y el averno,

de la santa cruz al pie,

satisfecho quedaré

de mi afortunada suerte, 430

y las iras de la muerte

vencedor despreciaré.»

Dijo; de la mano asido

de la bella que adoró

ante la cruz se postró 435

amoroso y compungido,

y del labio enardecido

de amador tan firme y tierno

salió el juramento eterno

de amar siempre sin olvido. 440

Mas el ver a la hermosura

adorando aquella cruz,

fue ver al ángel de luz

que preside a la ventura;

halagaba el aura pura 445

sus cabellos que flotaban,

y los céfiros jugaban [122]

con la blanca vestidura.

Cuando sus votos juró,

el sauce verde y pomposo 450

con su ramaje frondoso

hasta el suelo se inclinó,

el susurro se calmó

de los árboles mayores,

y el cáliz de hermosas flores 455

blando aroma respiró.

El hijo de Citerea

transformado en mariposa

por la soledad umbrosa

revolando se recrea; 460

ya en un tallo balancea

su cuerpecito donoso,

ya en más plácido reposo

liba el cáliz que desea:

ya finge ser engañado 465

por los labios de Ormesinda,

de aquel néctar con que brinda

su boquita enamorado,

y con vuelo prolongado

forma en lindos devaneos [123] 470

de esperanzas y deseos

laberinto delicado.

Mas las horas que fatigan

del tiempo el curso dormido

no hay instante apetecido 475

en que al amor no persigan:

ellas a romper obligan

los lazos de los amantes,

sin que lágrimas constantes

su vuelo parar consigan: 480

pues el secreto mayor

para guardar en joyel

de todo peligro infiel

interesa al amador;

Ricardo, es fuerza partir... 485

¡Inocente! no sabías

que tus dulces alegrías

en tal trance han de morir.

¡Cómo se abrazan los dos!

¿Quién los puede separar 490

si con fuerza singular

el alma se marcha en pos?

Fuerza y secreto, sois vos [124]

quien decide a la razón:

se les parte el corazón, 500

y el eco repite: Adiós.

 

La amistad

La amistad y el amor son dos consuelos

que nos dispensa en medio de los males

la benigna influencia de los cielos.

ARRIAZA.

Y a las brisas de la noche

las praderas refrescaban

blandamente,

y de Delia el blanco coche

los caballos arrastraban 5

a occidente:

sueños leves imitando

mil figuras diferentes

iban a todas las gentes

su dulzura regalando. 10

Calla el bosque y la espesura,

calla el monte cavernoso [126]

con el valle;

no hay ave pintada y pura

de gorjeo primoroso 15

que no calle,

pues hasta el arroyo y fuente

convidando a descansar,

sólo saben murmurar

poco a poco y sordamente. 20

¡Oh mortal contemplador,

observa y goza tu bien,

porque amado

del magnífico hacedor

debes darte el parabién! 25

Ha mandado

que el alma naturaleza

tenga al hombre por su dueño,

y guarde su dulce sueño

de las sombras la tristeza. 30

¡Qué dulce fuera escuchar

en desierto tan amado

y a tal hora

el sabroso razonar

de quien tuviese a su lado [127] 35

su señora!

¡Cuán frescos y regalados

los céfiros en sus alas

llevarían como galas

los suspiros abrasados! 40

Mas no sólo las delicias

de Pafos a la Deidad

se guardaron,

porque también sus caricias

los Dioses a la amistad 45

reservaron,

y parten entre los dos

ternuras, placer y afecto,

si llegan a un fin perfecto

la amistad y el ciego Dios. 50

Por eso abrazada Elvira

de Ormesinda encantadora

como yedra

que sólo si en torno gira

del duro tronco que adora 55

sube y medra,

parece quiere enlazar

en una dos almas bellas [128]

que el rigor de las estrellas

ha resuelto separar. 60

Con ósculos cariñosos

oprime su blanco seno

que palpita,

mil suspiros fervorosos

que de amor lo dejan lleno 65

deposita,

y parece que su anhelo

es hallar el corazón,

y moverlo a compasión

de sus ansias y desvelo. 70

Exclama: ¿me abandonáis

amiga y señora mía

sin consuelo?

¿Mis lágrimas no apreciáis

que abrasan la arena fría 75

de este suelo?

¿En un pecho amado y fiel

¡cielos! cabe tal dureza?

¿Cuándo ha sido la belleza

tan ingrata y tan cruel? 80

¿Sois vos la que en mi regazo [129]

que blanda amistad respira

reclinada

decíais que un solo abrazo

de esta vuestra triste Elvira 85

desdichada,

calmaba vuestros pesares,

cual de Neptuno la esposa

disipa con faz hermosa

la soberbia de los mares? 90

¿Soy yo la que enardecida

con tan mágico placer

os miraba

con eterno lazo unida,

sin recelos de perder 95

lo que amaba?

O me engañó la ilusión

con su mentido pincel,

o se ha mudado en infiel

vuestro tierno corazón. 100

Os seguiré: separarnos

y romper tan bellos lazos

no es posible:

si nacimos para amarnos [130]

¿podéis ser a mis abrazos 105

insensible?

Que os acompañe dejad,

y que lo que a mi dolor

ha negado vuestro amor

lo conceda la piedad. 110

¡Infeliz! (dijo Ormesinda)

¡amorosa criatura!

¡Cuál me mata

el llanto que en tu faz linda

marchitando la hermosura 115

te maltrata!

Pero sabe que el sendero

que me convida y encanta

no lo pisa humana planta

sin peligro lastimero. 120

Cupido de un noble pecho

jamás exige menguados

sacrificios:

hay un acueducto estrecho

que ofrece por ambos lados 125

precipicios,

y de un monte cavernoso [131]

toma cristalina vena

con que otros conductos llena

de un recinto religioso. 130

Es muy fácil su subida,

mas su línea recorrer

dilatada

sólo puede la que herida

cual yo, busca del placer 135

la morada:

Sí: del acueducto el fin,

rotos tantos embarazos,

me colocará en los brazos

de mi amado serafín. 140

Allí me llama la suerte,

allí todos los amores,

cara Elvira;

yo sé despreciar la muerte,

su trance viles temores 145

no me inspira:

lo que teme el corazón

es, de la que tanto adora

la cruel separación.

Porque la dudosa senda [132] 150

adornan con lirio y rosa

bellas flores,

precede el amor sin venda,

y de antorcha luminosa

los fulgores: 155

tu abandono para mí

sí que es precipicio triste

donde la luz no me asiste

que para siempre perdí.

¡Cielos! (Elvira responde) 160

¿Qué signo triste y fatal

os inclina

mientras la razón se esconde

a buscar el ciego mal

que os domina...? 165

De vuestra separación

sólo augura el alma mía

desgracias de suerte impía,

muerte, luto y aflicción.

Sino mirad ese cielo 170

cual con nubes espantosas

se ha enlutado;

mirad qué funesto velo [133]

las luces más primorosas

ha ocultado, 175

y cómo la luna bella

(cual sin mí vos os quedáis

si cruel me abandonáis)

aparece sin su estrella.

Amenazan los enojos 180

del airado firmamento,

tierna amiga,

poned en él vuestros ojos,

y cese el osado intento

que os obliga 185

con amoroso artificio

a buscar en noche oscura

una muerte acerba y dura,

y por tumba un precipicio.

Ormesinda contestaba: 190

ese cielo que ha causado

tus temores,

jamás mi tormento acaba,

jamás sereno ha mirado

mis amores: 195

deja pues que forme alarde [134]

de su tétrico furor,

que asistido del amor

nadie pudo ser cobarde.

¿Quieres que una triste vida 200

que arrastro con aflicción

precie tanto?

¿Y que cuando prevenida

veo la consolación,

necio espanto 205

robe a mi labio sediento

solícito de beber

una copa de placer

y colmada de contento?

Flor mezquina que ha nacido 210

en desierto abrasador,

que se muere

sin arrimo apetecido,

sin sombra contra el ardor

que la hiere: 215

tal, Elvira, es la hermosura

si la privas (8) del querer,

muere al punto de nacer,

se disipa y nada dura. [135]

Pimpollo por el contrario 220

de cultivado pensil

que enamora,

hasta que al bóreas más vario

cede su imperio gentil

leve flora; 225

es la célica beldad

en la dulce posesión

amada del corazón

mientras goza de su edad.

Tú de Roberto adorada, 230

disfruta de su cariño

la dulzura;

vuela nuestra edad cansada,

y oponerse al ciego niño

no es cordura... 235

En los brazos de tu amado

acaso me olvidarás...

Dime, Elvira: ¿me amarás

como siempre me has amado?»

Y Elvira: «¿Merece acaso 240

una duda tan cruel

mi ternura? [136]

De mi edad en el ocaso,

y cuando la parca infiel,

terca y dura, 245

cortare mi triste vida,

al sepulcro llevaré,

cara Ormesinda, la fe

que me tiene a vos unida.

Allí si me fuere dado 250

cual leve sombra vagar

un momento,

vuestro nombre idolatrado

publicado sin cesar

por mi acento 255

será en el sepulcro frío

como prueba irrefragable

que si fue Ormesinda amable,

supo amarla el pecho mío.

¡Mas ah! de la oscuridad 260

la tristeza y los horrores

van creciendo,

la furiosa tempestad

con los vientos bramadores

va viniendo: [137] 265

tened, cielos compasión,

y cese vuestro furor,

que inocente nuestro amor

siempre mereció perdón.

Y Ormesinda: «Al grato abrigo 270

paloma adorada vuela,

corre al lado

de tu tierno y fiel amigo,

que tus lágrimas consuela

con su agrado: 275

a ti te llama su arrullo,

a mí me llama el valor

a despreciar el furor

de los vientos y su orgullo.»

Dijo, y leve exhalación 280

en medio del firmamento

resplandece;

el nebuloso aquilón

contra el bóreas turbulento

se enfurece, 285

y del trueno al estallido

hacen eco las montañas

conmovidas sus entrañas

con el hórrido estampido. [138]

 

 

 

 

El acueducto

Mas de una vez del mismo seno oscuro

de los claustros se exhalan los suspiros

del fiero amor en las oscuras noches.

ANÓNIMO.

Imagen de la muerte, blando sueño,

que alivias los pesares,

inspira mis cantares

mientras gozan los hombres tu beleño.

Tú, en la cimeria gruta recostado 5

sobre lecho mullido

de un ébano bruñido

gozas de tu descanso prolongado.

Allí jamás resuena voz alguna:

ni el perro con ladridos, 10

ni el búho con gemidos,

ni el gallo con su canto te importuna. [139]

Hondo silencio, sepulcral olvido,

sosiego regalado

y un ocio continuado 15

cercan el lecho donde estás dormido.

Del esplendente Febo a la luz pura

no se concede entrada

en tu feliz morada

siempre tranquila, soñolienta, oscura. 20

Pero cuando las sombras horrorosas

extienden su tristeza,

levantas la cabeza

de las plumas más blandas y preciosas:

y sacudiendo las felices alas 25

repartes tu dulzura

a toda criatura

visitando las chozas y las salas.

¡Qué glorias no te debe el amor mío!

¡Oh sueño venturoso! 30

¡y cuánto susto odioso

no me causó también tu desvarío!

Mil veces tu pincel grato y risueño

me presentó mi diosa

sensible y amorosa, [140] 35

y envuelto en el placer disfruté el sueño:

otras tu ilusión vana y fementida

tan sólo la retrata

tan dura como ingrata,

y pienso en mi dolor perder la vida. 40

Mas di ¿por qué no goza tus caricias

Ricardo generoso,

por qué con el reposo

le privas de tus mágicas delicias?

¿por qué si has visitado complaciente 45

tras trabajoso día

la habitación sombría

de tanto solitario penitente,

él solo no cerró sus tristes ojos

para olvidar los males 50

que a todos los mortales

con poca distinción causan enojos?

¡Ah sueño encantador! es tu enemigo

el hijo de Citeres,

celoso en sus placeres 55

por amar la inquietud riñó contigo.

Si sufre por la ausencia dolorosa,

o por desdén se queja, [141]

siempre de ti se aleja

y te teme cual víbora dañosa. 60

Mas ya si de los celos la bebida

sus labios han probado,

más duro y obstinado

en su funesto afán llora, y te olvida.

Sólo de su querer en blando goce 65

cuando apuró sus gustos,

no puedes darle sustos

y por amigo fiel te reconoce.

Contigo breve rato se consuela,

pues si por un contento 70

amor duerme un momento,

por pesares sin fin siempre está en vela.

La tempestad que el cielo y tierra agita

robándoles la calma

suspensa tiene el alma 75

del tierno enamorado Cenobita.

El recuerdo feliz de la ventura

que al estrechar los lazos

gozara entre los brazos

de Ormesinda constante en su fe pura, 80

colma el placer, y al leve pensamiento [142]

cual mágico torrente

de rápida corriente

viene a inundar en celestial contento.

Truena el Olimpo, y el Eterno airado 85

sobre encendida nube

que por el polo sube,

de rayos que deslumbran está armado:

y a no calmar las celestiales iras

de Dios en la presencia 90

la virtud e inocencia,

ardiera el mundo en horrorosas piras.

A la luz de un relámpago inflamado

Ricardo ha distinguido

flotar leve vestido 95

sobre el alto acueducto dilatado

que baja a su jardín, y en cauces varios

con linfa regalada

fecunda la morada

de aquellos penitentes solitarios: 100

Apenas divisó la vestidura

con pasajera lumbre,

cuando en la incertidumbre

sumergido se vio por niebla oscura. [143]

Juzga que será el ángel poderoso 105

que al huracán preside

mientras venganza pide

contra el mundo perverso y engañoso:

Porque jamás osara mortal planta

por firme y por segura 110

correr aquella altura

que entre mil precipicios se levanta.

Segunda vez la esfera se ilumina;

preséntase cercana

la ninfa soberana, 115

la Sílfida amorosa y peregrina.

¡Oh genio del dolor (Ricardo exclama)

que riges el aliento

del bóreas turbulento,

y enciende en las auras viva llama! 120

Deja de perseguir estas regiones

do la virtud austera

tan solo se venera,

huye con los sonoros aquilones:

Huye, que no está lejos mi tesoro, 125

y temo que el ruido

del trueno repetido [144]

arranque de sus ojos triste lloro.

¡Ah! respeta la choza do respira

la flor de la hermosura 130

más delicada y pura

con la sensible y cariñosa Elvira.

¿Quién eres?.. mortal no: porque te brinda

con alas raudo viento...

¿Quién eres?.. al momento 135

le respondió una voz: soy Ormesinda.

No fueron, no, las dulces expresiones

las que sonaron luego,

porque en tan vivo fuego

primero se han de hablar los corazones. 140

El jardín que Ricardo cultivaba

esencias olorosas

de lirios y de rosas

herido de las aguas respiraba:

La tempestad su horror desvanecía, 145

la Luna rutilante

su cándido semblante

entre nubes opacas descubría:

Alumbraban sus tibios resplandores

no sin algún espanto [145] 150

por ser el lugar santo

la escena más feliz de los amores:

Mientras el fiel Ricardo tal consuelo

y tanta maravilla

postrada la rodilla 155

agradecer quería al alto Cielo,

en sus brazos gustosa reclinaba

la tímida belleza

su lánguida cabeza

y con dulce sonrisa le miraba. 160

Recordando el amor la triste historia

de aquel funesto instante

en que juró el amante

a Ormesinda borrar de su memoria,

cuando fue en el altar víctima triste 165

que al ver de su suplicio

el manifiesto indicio

alarga el cuello, calla y no resiste,

se sonríe el rapaz del trance duro,

y por el santo asilo 170

resuenan sin sigilo

las flechas en la aljaba de oro puro.

«¡Cielos! (dijo Ricardo) yo venero [146]

vuestro poder divino

conozco mi destino; 175

aprobasteis mi amor por verdadero.

¿Quién pudo preservarte, hermosa mía,

del precipicio abierto

sino el cariño cierto

de un ángel que tu planta dirigía? 180

Sábete que jamás mortal cuitado

osó la empresa dura,

buscando sepultura

al pie del acueducto que has pisado:

¡Y de noche! ¡Qué horror! ¿Acaso sueño 185

que estás aquí conmigo

gozando de este abrigo

libre de todo riesgo, amado dueño?

¡Oh la más amorosa, y la más fuerte

de todas las mujeres, 190

origen de placeres,

digna de ser amada hasta la muerte!

¡Quién te podrá igualar! ¡Cuál enamoras!

El mar es dilatado,

pero tu pecho amado 195

no puede tener límites si adoras. [147]

¿Mas cómo has de poder en cárcel dura

pasar los largos días

sin dulces alegrías

marchitando la flor de tu hermosura?» 200

«¡Tibio amador! (responde la doncella)

la que respira al lado

del bien idolatrado

nació con grata y bienhechora estrella:

Toda mi libertad es adorarte, 205

gozar de tus miradas,

y en horas suspiradas

disfrutar tus caricias y agradarte.

Ponme sin ti en los plácidos jardines

do la Odalisca hermosa 210

el aura voluptuosa

respira de los nardos y jazmines,

y sentirá la dura tiranía

mi cariñoso pecho

bajo dorado techo 215

en muelles gustos, danzas y armonía.

Pero contigo ¡ay Dios! en ardorosa

sirte nunca habitada

tendré feliz morada, [148]

querida libertad, vida dichosa. 220

A ti para gozar te formó el Cielo,

a mí para que amase

y para que apreciase

cuánto vale un halago y un consuelo.

No puedes conocer, no, de mi pecho 225

la intrépida firmeza;

tú juzgas fortaleza

del horrible acueducto el paso estrecho:

Mas ¡ah! dejar a un padre que quería

mi dicha y mi ventura, 230

¡Ricardo! ¡Qué locura!

Esa es ferocidad más que osadía.

Sí, déjame llorar, que cada gota

es bálsamo de vida

para curar la herida 235

que parte el corazón y sangre brota.

El tirano del Turia le llamara

del Cid a las almenas:

¿Quién sabe si en cadenas

llora la ausencia infiel de la que amara? 240

¡Padre infeliz! Tal vez no dura suerte,

ni el déspota en su encono, [149]

sino de mi abandono

el delito feroz te da la muerte.

¡Ah! Perdona, perdona, padre mío: 245

Tú sabes que te adoro

cual único tesoro,

y que amor autoriza mi extravío.

¡Ricardo! ¡Qué consuelo en este instante

requiere el alma mía! 250

La plácida alegría

solo puede volverme tu semblante.

Mírame con amor firme y eterno,

que el fuego que en mí admiras

despreciará las iras 255

de los monstruos y furias del averno.

Hasta la tumba te amaré bien mío,

allí la activa llama

que el corazón inflama,

solo se apagará con mortal frío». 260

Cesó Ormesinda en sus acentos fieles,

y con suspiro blando

que el pecho fue enviando

se cerraron sus labios de claveles.

Con los hermosos brazos sostenida [150] 265

del suspirado amante

tras pasajero instante

sin penas tristes pareció dormida.

 

 

Las dichas

Ya la gran noche pasaba

e la luna sestendia,

la clara lumbre del dia

radiante se mostraba.

COLECCIÓN DE POESÍAS

anteriores al siglo XV.

Del alba la luz visita

rotos los nocturnos lazos,

a la hermosura en los brazos

de un amante cenobita:

Sus párpados que halagaron 5

blandos ósculos de amor,

débiles a tanto ardor

con el sueño se cerraron:

Mas no puso el leve sueño

treguas a la activa llama 10

con que el corazón se inflama [152]

Por un suspirado dueño;

porque con grato pincel

las delicias prosiguió

que primero comenzó 15

a trazar cariño fiel.

En pos de la realidad

vino rápida ilusión

y disfrutó el corazón

de las dos la variedad. 20

¡Dicha dulce y delicada

que ha de ser segura y cierta

a la voluntad despierta (9)

que tanto la amó soñada!

¡Oh claustros! ¡Oh soledad! 25

No por los cerrojos duros

de aquel dios estáis seguros

que holló vuestra santidad.

Él por raro y prohibido

solo apeteció el placer; 30

cosa fácil de vencer

nunca empeña al atrevido.

Cuando le place do quier

levanta el rapaz su altar: [153]

¿Quién su vuelo ha de parar? 35

¿Quién su esfuerzo contener?

A sus tiros inmortales

tan débil será el jardín

de Pafos, como el confín

del templo de las vestales. 40

Al matutinal albor

bien parece en la espesura

abejuela que murmura

sobre el cáliz de una flor;

pero la rosada aurora 45

si apresura su llegada

es por ver la dicha amada

del que abraza a su señora.

Lentamente sus fulgores

la luz clara va aumentando, 50

y la noche retirando

con su manto sus horrores.

De Ormesinda los cabellos

divagando a su albedrío

figuran el extravío 55

de amor que jugó con ellos.

Temerosos de llegar [154]

a sus labios de carmín,

sobre el seno de jazmín

solo quieren undular: 60

Su pecho cual resentido

de este leve atrevimiento,

mas sensible movimiento

manifiesta conmovido.

Parece que el corazón 65

ebrio con tanto placer

quiera los diques romper

o salir de su prisión.

¡Oh seno do amor durmió!

Quien quiso con su pincel 70

Formar tu traslado fiel,

tus gracias no mereció.

Pues a mísero amador

no fue dado ponderar

tu belleza singular 75

y tu celestial primor.

Velado das a la vez

vida y muerte al que te vio,

¿seno do el amor durmió

cuál será tu desnudez? [155] 80

Ofrenda de bellas llores

mi afecto te quiso dar,

mas sería profanar

tu nieve con sus colores:

que en maridaje gentil 85

el jazmín y frescas rosas

en tus pomas amorosas

han formado su pensil.

Enmudezca el verso osado,

y atónito el corazón 90

adore tu perfección

desistiendo del traslado.

Dio en lucha feliz y grata

húmedo beso de amor

a su labio encantador 95

el matiz de la escarlata.

Y el amante afortunado

dulce almíbar libó en él,

sin que apurase su miel

con ósculo prolongado. 100

Os saludo, hermosos besos

prendas fieles del cariño,

en que ha puesto el ciego niño [156]

mil dulzuras y embelesos.

¡Anuncios de almo placer! 105

¡Feliz comunicación

de dos almas que una son

en gozar y padecer!

¡Ah! vosotros disipáis

las tristezas y el dolor, 110

sois principio del amor

y jamás le abandonáis.

Si cansado se adormece,

le movéis al blando juego,

pues solo con vuestro fuego 115

se alimenta, nace y crece.

Vuelta al suspirado dueño

mírale la ninfa amada:

¡Cuánto dice esta mirada

que ha callado el almo sueño! 120

Con un singular portento

comunica el corazón

al semblante una expresión

que dice más que el acento.

Dice afecto agradecido 125

que se deleita en su bien, [157]

dice que es feliz también

un amor correspondido.

Todo el oro y la riqueza

no compensa una mirada 130

tan tierna y tan delicada

de la celestial belleza.

Pero Cupido enseñó

por ser docto y diestro en eso,

que se paga con un beso, 135

mas con otra cosa no.

La luz, dulce compañera,

(dice Ricardo amoroso)

rompe el velo tenebroso

para iluminar la esfera: 140

Mas para aquel que miró

tus ojos encantadores,

tibios son los resplandores

que la aurora despidió:

Lindas alas sacudiendo 145

nos ofrece el cefirillo

blando aroma de tomillo

que en el monte va creciendo:

Mas tu aliento, para mí [158]

como principio vital 150

me hace feliz e inmortal

si no me aparto de ti.

¿Escuchas cuán bien apura

sus quejas y su dolor

del celoso ruiseñor 155

la garganta leve y pura?

Su voz recrea el oído,

mas la tuya al corazón

inspira consolación

después que halagó el sentido. 160

¡Hija del placer! ¡Nacida

como perla del rocío!

¡Delicia del amor mío,

muy hermosa y más querida!

¿Acaso de alguna flor 165

en el cáliz virginal

para consuelo a mi mal

te ha formado el Criador?

¿Eres, di, la más airosa

de las ninfas de Diana? 170

¿O de Juno eres hermana?

¿O acaso la misma Diosa? [159]

Porque tu voz y semblante

nada tiene de mortal,

y es sin duda celestial 175

tu mirada penetrante.

Tus ojos son de paloma

mientras ebria de placer

sin poderse contener

de su par los besos toma; 180

Y el vuelo de tus amores

es el suyo si se empeña

en buscar quebrada peña

para ocultar sus ardores.

Tu planta si en el pensil 185

pisa la pintada flor,

pasa, y guarda su primor

sin dejar huella sutil:

Por eso tus sendas Flora

con sus dones va adornando, 190

Y a tus plantas preparando

una alfombra encantadora.

Ángel de paz y de amor

que a mí me enamoras tanto,

no fue digno de tu encanto [160] 195

ese mundo engañador.

Vives en la soledad,

yo soy al mundo argumento

que en el mismo abatimiento

se halló la felicidad. 200

Porque mientras un vestido

de tristeza y de dolor

de tu sincero amador

cubre el cuerpo enflaquecido:

Mientras soy considerado 205

por modelo de pobreza,

tengo la mayor riqueza

que en el mundo se ha encontrado.

¿Quién te puede disputar

la juventud y el candor? 210

¿Quién las gracias del amor?

¿Quién la constancia en amar?

¿Quién más feliz que tu amante?

¿Qué pudo en la perfección

Anhelar el corazón 215

que no tenga tu semblante?

Por la púrpura real

y por el poder que da [161]

Ricardo no cambiará

este mísero sayal. 220

Envanézcase el valor,

venza do quiera el poder...

¿Para quién será el placer?

Solo para tu amador.

Los señores del Perú, 225

bella amiga, los monarcas,

no compraron con sus arcas

un tesoro como tú:

Ni circasiana beldad

apareció más bonita 230

de orgulloso sibarita

implorando la piedad.

¡Oh cuán dulce es a tu amado

besar después del martirio

tus ojos, donde el delirio 235

de tu amor está pintado!

Esos ojos seductores

grato origen de mi afán,

que ya inflaman el volcán,

ya mitigan sus ardores. 240

¡Ah! para un incendio tal [162]

que consume el alma mía

en medio de la alegría

es muy débil un mortal.

Tus favores y caricias 245

pertenecen a algún dios,

furtivamente los dos

le robamos las delicias:

Me enajenas si me miras,

y tus ojos al bajar 250

me vuelves a enamorar

con la timidez que inspiras.

¡En el sonreír graciosa,

en el suspirar amable,

en las gracias envidiable, 255

siempre bella, siempre hermosa!

Inclina sobre mi seno

tu cabeza, que en mi afán

es precioso talismán

que de amor lo deja lleno. 260

Nuestras almas... ¡Oh consuelo!

ya no pueden resistir,

y unidas van a salir

de la esclavitud del suelo: [163]

¡Cuál en mis brazos te miro!..., 265

¡¡Desfalleces!!... dos amantes

van a partir por constantes

de las sombras al retiro.

Vivamos para gozar

(Ormesinda respondió) 270

dichas que el Cielo nos dio

no se deben despreciar.

Dijo; y en el lugar santo

del Eterno en los altares

ya sonaban los cantares 275

con un religioso espanto.

Y al Ser supremo propicio

ya los místicos varones

ofrecían oraciones

e incruento sacrificio. 280 [164]

 

 

El cementerio

No siempre es de dia,

no siempre hace oscuro

ni el bien de alegría

carillo, es seguro:

Que amor es perjuro

tras él no te guies,

¡Cata que no llores

lo que ahora ries!

ANÓNIMO.

Hay junto al claustro que Ricardo habita

un ancho y espacioso descubierto

do gozan el olvido de la tumba

de los varones místicos los huesos.

Allí todo es horror: árido, triste, 5

en torno desigual se muestra el suelo,

y la tierra movida pone espanto

al que contempla su insaciable seno.

Aquí y allá marchita comparece

fúnebre planta de enfermizo medro, [165] 10

compañera infeliz de los sepulcros

que apetece de lágrimas el riego.

De informes troncos sacrosantas cruces

el depósito marcan do los restos

de la mortalidad frágil y triste 15

yacen en polvo miserable envueltos.

De los frondosos árboles que planta

rústica mano de colono experto,

ninguno en el recinto solitario

templa el ardor con su ramaje fresco: 20

Solo el alto ciprés a los mortales

muestra su gratitud y su respeto,

y preside su pompa funeraria

del mismo olvido universal exento:

Y si un rosal ocupa en los dominios 25

de la Parca cruel estéril puesto,

en sus hojas marchitas se retrata

la palidez mortal de los espectros.

Es voz común que al extender la noche

el manto brillador de sus luceros, 30

mil fantasmas temibles y horrorosas

discurren por el triste cementerio;

y se escuchan gemidos infelices. [166]

De víctimas que el hábito vistieron

contra su voluntad, y hasta la tumba 35

arrastraron su pena y su tormento.

Reposa aquí Teodoro, que arrancado

al cariñoso afán y amor materno,

breves días de duras aflicciones

sobrevivió a tan crudo apartamiento. 40

Al pie de su sepulcro comparece

tímida flor de funeral beleño,

símbolo de su angélica belleza,

y de la hiel que emponzoñó su pecho.

El prelado su muerte prematura 45

atribuyó tan solo a los deseos

de unirse con el Padre de las luces,

y salir de este mísero destierro.

¡Oh joven infeliz! Tú la ventura

pudieras haber sido y embeleso 50

de una esposa gentil, pues los amores

te formaron sensible, hermoso y tierno.

Del doncel malogrado y cariñoso

poco dista la tumba de Lorenzo;

este al voto de un padre temerario 55

debió el sayal humilde y el encierro: [167]

Y cual de la persona de un esclavo

dispone el comprador con duro ceño,

sacrificó sus años juveniles

y holló su libertad capricho ajeno. 60

Aquí buscó el descanso a sus dolores;

pálido, consumido, macilento,

si la muerte anheló, fácil fue hallarla

en tan grave opresión y cautiverio.

Distinguen su sepulcro estas palabras: 65

«Al Señor consagró sus años tiernos;

tuvo en el claustro humilde sus delicias,

y las cambió por el descanso eterno».

¡Oh divina verdad! Si la malicia

te privó del asilo de los muertos, 70

do enmudecen del hombre las pasiones,

¿dónde se halla tu luz y tu consuelo?

En este lugar triste y retirado

labra un sepulcro a su cansado cuerpo

un siervo del Altísimo, que logra 75

común veneración y santo aprecio.

Tras un breve trabajo, levantando

sus ojos cristalinos a los cielos,

vio a un ángel, vio a Ormesinda que alterada [168]

del pesado azadón oyó los ecos, 80

y asomando su rostro a una ventana

cual genio apareció, mientras los euros

celosos de su encanto y hermosura

blandamente halagaban sus cabellos.

De las manos del hombre penitente 85

cayó entonces el rústico instrumento,

y muda admiración con el espanto

petrificó sus descarnados miembros.

¡Oh Dios!... ¡Una mujer!... (dijo el asceta)

¡¡El encanto feliz del universo 90

se encierra en este lóbrego retiro

do tiene la virtud altar y templo!!...

¿Quién pudo ser el hombre temerario

que con furtivos y arriesgados medios

profanando del justo la morada 95

imaginó un delito tan horrendo?

¿Cuándo pudo el amor de los placeres

ocupar el santuario del Eterno?

¿Cuándo la virtud santa en su retiro

caer en la ignominia y vilipendio? 100

Mas la tierna beldad... ¡ah!... Su retrato

es temible a los santos... sus luceros [169]

encantan, enamoran... su mirada

convierte los sepulcros en contentos.

¡Infeliz! Estos claustros donde moráis 105

se oponen del amor a los deseos,

a tu belleza y juveniles años

y al mismo seductor, ¡oh cuán funestos!

El que ofreciera a Dios terribles votos

sin entregar su corazón entero, 110

el que por los halagos mujeriles

faltó del Criador a los preceptos,

adúltero y traidor, falso y perjuro,

¡mil veces infeliz! Los elementos

lucharán encontrados en su daño, 115

y sufrirá torturas del averno:

Cuando sordo a la gracia, los placeres

deja de la virtud por los terrenos,

anhelando caricias pasajeras,

no contempló las llamas de aquel fuego 120

que sin fin arderán, ni el repetido

transcurso de los siglos duraderos

que en el caos profundo y tenebroso

de eternidad cruel, es un momento.

¡Maldición! ¡Maldición! El lugar santo [170] 125

libre de los profanos y perversos

reciba el homenaje religioso

de corazones castos y sinceros.

Mas ¡ah! tanta hermosura me conmueve,

ablanda mis entrañas su embeleso, 130

y la prudencia... la piedad exigen

en circunstancias tales el secreto.

¿Qué fuera de sus gracias y atractivo?

¡Oh! ¿Qué fuera del ángel de ojos negros,

que sacudiendo sus pintadas alas 135

se refugió a las rocas del desierto?

¡Desdichada! ¡No sabe que estos sacos

horror profesan a su débil sexo,

y que las tristes súplicas no ablandan

al claustro inexorable y justiciero! 140

Y el corruptor de su beldad... ¡infame

en mal hora la luz del firmamento

alumbró sus delitos horrorosos,

y secundó sus planes el infierno.

En mal hora pisara los altares 145

con sacrílego pie: terrible agüero

presidía a sus votos; y sus labios

al duro corazón infieles fueron. [171]

El vestido sagrado y penitente,

que cubre del Altísimo a los siervos 150

mal esconde al hipócrita en sus planes,

mal del traidor disfraza los intentos.

Salvarlos del peligro que amenaza,

mi compasión exige; pero acerbo

de la conciencia el grito me intimida, 155

y aparta la ternura de mi pecho.

¿Yo cómplice de atroces desvaríos,

encubridor de lúbricos excesos

y de torpes caricias prohibidas

al pie de los altares del Eterno? 160

Jamás, jamás; la religión me manda

atajar unos males lastimeros,

y al dormido pastor que nos dirige

excitar del letargo y grave sueño.

Ricardo es criminal, una hermosura 165

se encierra en la estrechez de su aposento;

no es dudoso el traidor; sufra tus iras

quien despreció tu gracia, Ser supremo.

Dijo, y oyó una voz que así clamaba

por el lóbrego y triste cementerio: 170

«Mil veces la crueldad títulos toma [172]

de rígida virtud y santo celo».

Pero sordo el asceta a tales voces,

a los prodigios de las tumbas ciego,

dejando aquel recinto pavoroso 175

se presentó al abad del monasterio.

Pidió su bendición humildemente,

postrose sobre el duro pavimento,

y obtenido el permiso del prelado

con triste compunción alzó del suelo. 180

Podéis hablar a un cariñoso padre

(díjole el superior, llamado Arsenio)

que no solo el oído a vuestras penas

sabrá prestar, sino el sensible pecho.

Belial (exclamó el monje) al mundo solo 185

no quiere inficionar con su veneno;

allí la seducción tiende sus lazos

en mil resbaladizos lisonjeros:

Profanar nuestros claustros religiosos,

derrocar la virtud de su alto asiento 190

y arrancar las columnas del santuario

logró por fin el adalid soberbio.

Mientras estoy labrando de un sepulcro

con el férreo azadón el hondo seno, [173]

de Ricardo en la celda retirada 195

una mujer hermosa y joven veo:

Undulaban sus trenzas, sonreían

con un vivo carmín sus labios bellos,

y sus ojos errantes disipaban

de la virtud austera los consejos: 200

Admiré su hermosura; descubrirla

rehúsa el corazón por el aprecio,

mas la virtud me anima en tal conflicto,

y lo declaro a vuestras plantas puesto.

Las bien pobladas cejas agravaba 205

el irritado abad en tal momento,

con sus fijas miradas indicando

la admiración, y audacia del suceso.

Tras un largo suspiro que arrancaba

mas que el justo dolor, fatal despecho, 210

para dar su respuesta a nuevas tales

rompió de aqueste modo su silencio.

«En la virtud de mis amados hijos

descansaban las ansias de mi celo,

pero si mi bondad fue despreciada, 215

producirá el castigo otros efectos.

Alabo vuestra heroica confianza, [174]

y la revelación os agradezco,

mas sobre todo importa en este lance

un sigilo especial, y os lo encomiendo: 220

Porque si se trasluce el extravío,

padecerá el decoro y el respeto

que tienen a la túnica sagrada

de nuestra madre Religión los pueblos.

Pronto en un calabozo sepultado 225

pagará el criminal su osado empeño;

os doy mi bendición, y retiraos

que lo que Dios inspire, aquello haremos».

La inhumanidad

No teme tormento

Quien ama con fe,

Si su pensamiento

Sin causa no fue;

Habiendo porque,

Mas valen dolores

Que estar sin amores.

JUAN DE LA ENCINA.

Advertencia. El autor no ha podido menos de retratar a su heroína con los rasgos propios de su situación y de su desgraciado amor. Sería un defecto grave en un pintor entibiar las tintas en el lance crítico en que requieren más vivacidad y más brío. Preciso es al que lee revestirse de los afectos que en tal y tal situación debían dominar a los personajes cuya historia contempla; por tanto si aquí se leen algunas expresiones un poco duras contra el estado monástico, deben atribuirse a la efervescencia de las pasiones en una mujer dotada de una extrema sensibilidad y poseída [176] del más encendido amor. El autor sabe apreciar a aquellos monjes que retirados del mundo se dedicaron a una vida angelical y a las letras, y a cuyo esmerado trabajo debe la antigüedad la conservación de las obras más apreciables.

De rapaces milanos perseguida

paloma enamorada

en vano el vuelo fatigó rendida

por selva dilatada;

porque ni sus dolores 5

ni el ampo de su nieve

del enemigo aleve

calmaron los rigores.

«No puedes separarte de mis brazos»

(gritaba en la clausura 10

estrechando a su amante en fuertes lazos

la tímida hermosura)

pero sayones fieros

al amador ataban,

y de ambos sofocaban 15

los ayes lastimeros. [177]

¡Oh mujer infeliz! ¿Qué temerario

(Arsenio la decía)

te abrió del penitente solitario

la reclusión sombría? 20

¿Por dónde osó tu planta

pisar la fortaleza

que a femenil belleza

negó la virtud santa?

Y Ormesinda: «¿ignoráis quién ha podido 25

llevarme a estos lugares

do el hombre temeroso y compungido

se acoge a los altares...?

¿Y cuándo la fiereza

de déspotas y beyes 30

conocerá las leyes

que dio naturaleza?

¿Vos que con crueldad a un inocente

mandáis atar las manos,

y abrigáis bajo un manto penitente 35

rencores inhumanos,

queréis oír lecciones

que solo conocieron

aquellos que obtuvieron [178]

sensibles corazones...? 40

Volvedme aquel tesoro por quien vivo,

dejad vuestros rigores,

y por primera vez sed compasivo

calmando mis dolores:

¿Probasteis la dulzura, 45

la dicha verdadera

del que el afán modera

de ajena desventura?

Sabed que el conductor de mi osadía

ha sido el Dios vendado, 50

cuyos gustos, placeres y alegría

el cielo os ha negado.

del acueducto horrible

pisé la larga senda

para que el claustro aprenda 55

que amor es invencible».

«¡Qué horror! (dijo el abad) tu plan odioso

las furias inventaron;

sí, las hijas del Érebo espantoso

sus alas te prestaron, 60

y sobre el raudo aliento

de airados aquilones [179]

llegaste a las prisiones

que tiene este convento.

¿Cómo cabe en un pecho delicado 65

de peregrina gracia

orgullo varonil, valor no usado,

y el colmo de la audacia?

¿No imponen a tu pecho

ni el precipicio horrible, 70

ni este lugar terrible,

ni el acueducto estrecho?

Yo sé apreciar tu noble atrevimiento:

Saldrás por donde entraste,

y con la libertad te dé el contento 75

la senda que pisaste:

Sin estas condiciones,

en este lugar santo

eterno será el llanto,

y eternas tus prisiones». 80

«¡Monstruo! (le respondió la prenda hermosa

del mísero Edelberto)

El áspid en la yerba más frondosa

se finge tal vez muerto:

Con vil hipocresía [180] 85

queréis cubrir en vano

de un corazón villano

la infame tiranía.

Para buscar al dulce amado mío

no es mucho que me diera 90

mi cariñoso afán todo aquel brío

que necesario fuera:

por darle algún consuelo

dejé las regias salas;

hallele, y de mis alas 95

parose el raudo vuelo.

Sois cobarde, sois vil, si habéis juzgado

que el ceño me intimida,

un corazón sensible enamorado

padece, mas no olvida: 100

yo no vestí ese manto

que apaga el sentimiento,

y amando su contento

desprecia ajeno llanto.

Día vendrá... (los cielos lo juraron) 105

los pueblos abatidos

que vuestro recio yugo soportaron

alzando sus gemidos, [181]

os llamarán traidores,

y lobos disfrazados 110

con pan alimentados

de ajenos sinsabores.

Un tiempo como Dioses en la tierra

el hombre os adorara;

os recibió con paz, y disteis guerra 115

que al mundo ensangrentara;

teníais en los labios

de paz el nombre santo,

y el corazón en tanto

nutría sus agravios. 120

Escondeos, que son ya conocidos

el fin y los intentos

que de santa apariencia revestidos

abrigan los conventos:

son la columna fuerte 125

del duro despotismo,

son centro de egoísmo

y el caos de la muerte.

Burla el mortal vuestro exterior ungido,

pues de virtud y cielo 130

os formáis un pretexto fementido [182]

para adquirir el suelo:

Sepulcros sois hermosos

de mármoles labrados,

que tienen concentrados 135

gusanos asquerosos.

Vuestras moradas quedarán desiertas,

desiertos los hogares,

en destrucción las resonantes huertas,

sin culto los altares: 140

Y búhos lloradores

en el nocturno espanto

entonarán su canto

por vuestros corredores.

Yo sufro vuestras iras, me privasteis 145

del cariñoso amante

a quien por triste lucro profesasteis

en infeliz instante;

y en vano el cielo airado

opuesto a tantos males 150

mostraba en sus señales

horror y desagrado.

Volvedme sus caricias lisonjeras,

volvedme sus amores, [183]

no encierren estas tristes madrigueras 155

crueles robadores:

pues os llamáis virtuosos,

pues os llamáis hermanos

sed buenos, sed humanos,

sensibles y piadosos. 160

El código sagrado y respetable

de nuestra moral pura,

en sus divinas máximas amable

respira amor, ternura;

protege al desvalido, 165

defiende la inocencia,

prohíbe la violencia

y ampara al afligido.

¡Oh ministros de paz! Mirad la senda

que os marca en el madero 170

el que su sangre presentó en ofrenda

cual tímido cordero:

sus males tan prolijos,

mirad, y sus dolores...

¿Serán perseguidores 175

sus siervos y sus hijos?»

«Basta (clamó el abad) es el delirio, [184]

de tu querer impuro

quien ciega tu razón, y con martirio

agita el pecho duros 180

tan solo el sacramento

de humilde penitencia,

curada la dolencia,

te puede dar contento.

Porque falta de luz vivificante 185

el alma desdichada

que la gracia perdió con paso errante

tropieza en la emboscada,

y el bárbaro enemigo

que anhela la victoria 190

robándole la gloria

prepara su castigo.

Pero tu corazón aficionado

con máximas impías,

necesita un remedio prolongado 195

de dolorosos días;

buscaste en el santuario

el hondo y ciego abismo,

olvida el nombre mismo

de un vil, de un temerario. [185] 200

Sus lazos son del cielo: si ha podido

romperlos neciamente,

¡Ay de su corazón empedernido,

perjuro, y delincuente...!

¿Podrá débil despecho 205

de mujeril encanto

robar al cielo santo

la posesión de un pecho?

Ya no te verás más: es su delito

quien causa su tormento, 210

el Eterno en sus iras ha proscrito

tan atrevido intento:

¡Ah! Tiembla... te alucinan

perversas sugestiones...

Sacrílegas pasiones 215

te vencen, te dominan.

La santidad del claustro profanado

por la venganza clama,

ha visto en su recinto consagrado

arder funesta llama; 220

y el hijo de Citeres (10)

hollando la clausura

alzó su pira impura [186]

de lúbricos placeres.

¡Oh Ricardo infeliz! ¡Acerbo llanto 225

no borra tu extravío!

Nutrió la religión bajo su manto

un vivorezno impío

que en su nevado seno

sus iras concentrara, 230

y en él depositara

mortífero veneno.

Pero ya se reserva a tu locura

el premio merecido:

que sea tu mansión mazmorra oscura, 235

cilicios tu vestido,

las penas tu alimento,

las lágrimas tu suerte,

y el frío de la muerte

tu gusto y tu contento». 240

«Guardad, guardad sus juveniles días

(interrumpió la hermosa)

por los primeros gustos y alegrías

que madre cariñosa

libara en vuestros besos, 245

gozando las primicias [187]

de plácidas caricias

dulzuras y embelesos.

Salvadlo por piedad: es inocente:

Si el claustro profanado 250

la sangre reclamó del delincuente,

yo soy: él no es culpado:

Herid, que al golpe crudo

de acero fulgurante

se ofrece un pecho amante 255

de obstáculos desnudo.

Él vivía en el claustro silencioso

del mundo ya ignorado,

pero no de mi afecto cariñoso,

que siempre desvelado 260

ansiaba sus ternuras

para estrechar los lazos

en sus amantes brazos

tras largas desventuras.

Busqué la soledad; inaccesible 265

muralla se oponía,

¿pero qué tuvo amor por imposible?

¿Quién vence su porfía?

Al silbo de los vientos [188]

recorro aquella altura 270

que el término asegura

de todos mis intentos.

Ved si falta el valor a la que pudo

sufrir duros afanes,

y amparada de amor con el escudo 275

burlar los huracanes:

solo débil me miro

para escuchar las voces

que dan labios atroces

contra aquel bien que admiro. 280

¡Lo arrancáis de mis brazos!... ¡inhumanos!

¿Do están vuestras bondades?

¿Aprendisteis acaso a ser tiranos

en estas soledades?

¿Acaso desterrados 285

cual fieras alimañas

vivís en las montañas,

del mundo desechados?

¡Ah, término fatal a mis pesares

pondrá la amarga suerte! 290

Ormesinda y tú hallaste en los altares

a un tiempo vida y muerte, [189]

un suspirado amigo,

y un déspota sangriento,

dulzuras y tormento, 295

delicias y castigo».

Calló: sus bellas lágrimas caían

cual desatadas fuentes,

mientras amargo cáliz le ofrecían

los hados inclementes: 300

Los bárbaros sayones

a su amador cercaban,

y al seno lo llevaban

de lóbregas prisiones.

Mirada de furor (terrible agüero) 305

sobre la que lloraba

lanzó el abad, y su ademán severo

desdichas anunciaba:

con ímpetu atrevido

salió ciego de enojo, 310

y aseguró el cerrojo

del cuarto reducido. [190]

 

 

El veneno

En un retrete en que apenas

se divisan las paredes,

porque su lóbrega luz

a la oscuridad escede,

Estaba un sol que se puso

antes que el alba saliese,

que las nubes del rigor

sus rayos y luz detienen.

ANÓNIMO.

El ángel de la muerte negras alas

batió en la noche sobre el techo erguido

del triste y retirado monasterio;

tras su vuelo siniestro repetía

el cárabo importuno su gemido, 5

mientras las anchas bóvedas corría

la palidez mortal acompañada

de lívidas tristezas

y pánicos temores, [191]

que marchitan las cándidas bellezas 10

cual sirio abrasador nacientes flores.

¿Qué será de tus plumas vagarosas

paloma del Monduber (11) delicada?...

Del fiero balcón tu misma donosura

las corvas garras y el furor incita, 15

con sangre mancillar tu nieve pura

verdugo de las aves solicita:

y no veo que tengan tus amores

asilo fuerte, y compañero amado

que pueda con su agrado, 20

cambiar en alegrías tus temores;

tu vuelo es débil y tu enemigo duro,

tu pico arrullador y cariñoso,

sanguinolento el suyo, corvo, impuro;

el cielo riguroso 25

no defiende ni ampara tu inocencia,

triunfará sin duda la violencia,

y tu trance fatal será seguro.

A deshora se corren los cerrojos

de la mísera estancia donde yace [192] 30

Ormesinda en su afán; sus tristes ojos

agotaban las lágrimas ardientes

quejándose en la infausta desventura

del rigor de los hados inclementes:

¿A quién se dolerá de su tormento...? 35

Solo testigos son ingratos seres

que en el rincón de un lóbrego convento

como virtud abrazan la dureza,

se niegan para siempre a la ternura,

llaman al egoísmo fortaleza, 40

y a su inacción felicidad, ventura.

Colmada taza a la infeliz presenta

ministro de las iras del tirano

con exterior benéfico y humano;

la víctima de amor, no se alimenta 45

sino de acerbas lágrimas que vierte,

pero a malvadas súplicas se inclina,

y el cáliz del sepulcro y de la muerte

agradece a la astucia viperina:

¡Desdichada mujer! Letal ponzoña 50

recibes por piedad... ¡ay Dios! contempla

que la mano del pérfido temblando

indica su delito, [193]

que un verdugo con hábito bendito

el más temible don te está alargando. 55

Al labio aplica la funesta copa

y sus heces mortíferas apura...

¡Oh malograda y joven criatura!

¡No para tal desdicha te formara

el supremo Hacedor linda y amable, 60

orgullo de tu sexo y dulce encanto!...

No para respirar tan breves días

te dio a la luz tu madre con dolores,

sino para formar las alegrías

de la tropa gentil de los amores... 65

¿A quién fue permitido agravio tanto?

El traidor como sierpe que ha mordido

y desliza por piedras y maleza

para buscar su tenebroso nido,

salió de aquel lugar; le precedía 70

sombra infernal; atroz remordimiento

desgarraba su pecho con fiereza,

y el pie dudoso con temor movía

por el sólido y terso pavimento:

El sonido de lúgubre campana 75

que marcaba del tiempo la carrera [194]

para el ángel de amor la vez postrera,

resonando en la bóveda sagrada,

anunciaba la muerte y su llegada.

Siente duro y letal desasosiego, 80

la triste prisionera,

y como si abrigase vivo fuego

dentro del corazón, se desespera;

lucha contra el volcán que en sus entrañas

débiles al incendio embravecido 85

ejercita las furias más extrañas

con un grave dolor no conocido.

Es el mísero lecho potro duro

erizado de espinas vengadoras,

y do vuelve su rostro hermoso y puro, 90

do reclina los miembros fatigados,

encuentra sin cesar llamas traidoras,

penetrante aguijón, fieros cuidados.

Eterno Ser, que en las terribles alas

del furioso aquilón sientas tu trono, 95

y que con faz benigna cuando place

a tu inmenso poder, en fiel bonanza

mudas la tempestad que se deshace;

tú que eres de los justos la esperanza, [195]

¿Por qué, Señor, los ayes y gemidos 100

de la víctima triste no escuchabas?

¿Y por qué tus altares ofendidos

osó pisar sacrílego tirano?

Dios de la majestad ¿en dónde estabas?

¿Quién pudo detener tu justa mano? 105

¡Mísera!... ¡En abandono!... ¡Sin testigo!...

Privada de las lágrimas que arranca

el malogrado fin de la hermosura

a toda humana y débil criatura,

¡pasarás a los reinos del olvido! 110

El viejo inexorable está esperando

tu espíritu sutil y sombra errante;

no por ofrenda rica o ruego blando

se detiene su barca un solo instante,

y aunque te brinda del elíseo coro 115

almo placer jamás interrumpido,

pierde el mundo tu gracia y tu decoro,

que es la dicha mayor que ha conocido.

A la fuerza tenaz de los dolores

no puede resistir su tierno pecho; 120

sus labios no brindaban seductores

los besos del cariño regalado, [196]

con un lívido sello se cerraron

después que de Ricardo pronunciaron

el nombre idolatrado; 125

nombre dulce y cruel a la memoria,

encanto del amor y origen suyo,

grato y feliz en amorosa gloria

cuando el cielo piadoso lo quería,

pero amargo cual hiel en la agonía. 130

Como en las olas de agitados mares

moribundos se ocultan los reflejos

del día que acabó, sus bellos ojos

se esconden para siempre entre pesares

y aborrecen la luz que les dio enojos: 135

Luceros do el amor se retrataba,

do sus secretos la pasión leía,

a mirar con ternura acostumbrados,

¿quién os robó el fulgor que os adornaba?

¿Quién la gracia que tanto os distinguía 140

entre los mas hermosos y adorados?

Luceros, si acabáis, caos profundo

de noche tenebrosa

es lo que debe recelar el mundo

después de vuestra ausencia dolorosa. [197] 145

Yo vi caer al golpe vigoroso

de rústica segur en los jardines

rosa primaveral que se nutría

con llanto de la aurora en la alborada;

vi al alumno de Marte belicoso 150

que de lauros eternos se cubría,

tronco yacer por enemiga espada

en la florida edad, sin que los gustos

probase del amor; pero a mi llanto

faltaba solamente el desconsuelo 155

de ver el fin de celestial belleza,

ver al ángel de Edén que abandonaba

la corrupción del miserable suelo,

y al Olimpo y al mundo en la tristeza.

Para siempre dejó las soledades 160

del claustro aterrador el Dios vendado,

y el lugar de sus dichas ocuparon

el horror que de sustos se alimenta,

las furias que sus sierpes despertaron (12),

el crudo afán y el roedor cuidado: 165

en el Olimpo el Padre omnipotente

mostró con ceño su divina frente,

meditó la venganza en sus arcanos, [198]

el tiempo prefijó; del sacro templo

temblaron las columnas elevadas, 170

y enseñando piedad a los humanos

se apagaron las lámparas doradas.

La intranquila maldad solo esperaba

que su postrero suspirar lanzase

la víctima infeliz para que al seno 175

de los sepulcros lóbregos bajase,

y escondiese su mármol el veneno:

y como el tigre hambriento se apresura

su presa a devorar, si los rugidos

del líbico león han resonado, 180

manda el abad que honrosa sepultura

se dé a los tristes miembros consumidos

en lugar oportuno y retirado;

esparciendo la voz, que con la muerte

quiso vengar la Majestad divina 185

el agravio que al claustro santo y fuerte

hizo aquella hermosura peregrina.

Convoca la campana con sus ecos

al místico escuadrón de religiosos

que salen de sus celdas retiradas 190

cual en los días del abril hermosos [199]

se tiende por campiñas dilatadas

enjambre de abejuelas susurrantes

en busca de las flores

que brindan con sus plácidos olores. 195

Precediendo la cruz enarbolada,

marchan en larga hilera

entonando su cántico de muerte,

es su voz funeral y lastimera

semejante al sonido de los euros 200

al combatir los pinos elevados:

sigue Arsenio con pasos mesurados

presidiendo la grave comitiva

cerca del ataúd do mustia yace

la flor de la hermosura 205

para no gozar más del aura pura;

pero terrible y formidable acento,

opuesto del abad a los deseos,

retumbando en los claustros del convento

grita a los religiosos: «DETENEOS». 210 [200]

 

 

 

 

El año veinte

Libertad, libertad sacrosanta,

nuestro numen por siempre serás;

puedes vernos morir en tus aras,

mas gemir en cadenas jamás.

HIMNO PATRIÓTICO.

Yo vi caer, oh dulce patria mía,

de tu cuello infeliz duras cadenas,

yo vi lucir tan suspirado día

cuando tres lustros acabara apenas.

¡Sagrada libertad! Risueño encanto 5

tras que se lanza juventud briosa,

¡mi débil musa te rindió su canto

en su infancia feliz y venturosa!

¡Hija de la razón! ¡Hija del Cielo!

Al repetir tu nombre los valientes, 10

suena su grito por el ancho suelo, [201]

y ciñe el lauro sus gloriosas frentes.

Asaz de luto y de pesar profundo,

el despotismo atroz a duros males

logró arrastrar y envilecer al mundo, 15

a merced de las horcas y puñales.

La sangre de inocentes ciudadanos

anheló el opresor; sangre vertieron

los ministros de pérfidos tiranos,

y con humana sangre se nutrieron. 20

¡Ay del que ha sucumbido a sus dolores!

Que no puede decir en su alegría

hay patria; libres hay; temblad, traidores;

ya sucumbió la infame tiranía.

¡Sombras de alto renombre! En nuestra gloria 25

levantáis la cabeza de la tumba,

para escuchar los ecos de la gloria

que en los osarios cóncavos retumba;

y clamáis en tan plácido momento

«Pueblos, oíd: de libertad sagrada 30

virtudes y valor son el cimiento;

si conserváis unión, no temáis nada».

El despotismo muerde en su despecho

el suelo que infamó; como serpiente [202]

que pació mala yerba, torpe pecho 35

arrastra en su martirio lentamente.

Se postran y fallecen a su lado

la hipocresía vil que su semblante

de máscara mentida ha despojado,

la ignorancia y el crimen arrogante. 40

Arde en las almas de entusiasmo el fuego

y al claro son de músicas festivas

suben los nombres de Quiroga y Riego

al alto Olimpo con alegres vivas.

Mansiones del dolor do los tiranos 45

ejercieron la bárbara tortura,

abrid en par los senos inhumanos

de vuestra tenebrosa sepultura.

Habite vuestro horror aquel mezquino

que iguala si no excede a crudas fieras, 50

el déspota del Turia cristalino

que aguzando el puñal encendió hogueras.

¿Los veis? Sí son: los sabios, los valientes

salen de las mazmorras ignoradas,

y las bellas preparan a sus frentes 55

el mirto con las rosas delicadas.

Salud, héroes, salud, no siempre el Cielo [203]

permitió la maldad y los delitos;

hoy sois de Iberia celestial consuelo;

ya libres respiráis, no sois proscritos. 60

Cual entre humildes yerbas medra y crece

en todo superior el lirio hermoso,

así por sus trabajos resplandece

entre todos un viejo generoso;

Es Edelberto... ¡Oh Dios!... Mísero anciano, 65

tú recibes aplausos y loores,

pero del hado infiel la cruda mano

te prepara la hiel de los dolores.

Esa espada que ciñes en tal fiesta

cual premio de un valor tan conocido, 70

¡Oh cuán triste ha de ser, oh cuán funesta

al claustro y a un prelado fementido!

Su principal cuidado es informarse

de la salud de su Ormesinda: ¡ay triste!

¡Cuán próximo se ve a desesperarse 75

al saber que en Gandía ya no existe;

que con la fiel Elvira, abandonando

de los paternos lares la morada,

al valle de Lulén (13) fue caminando [204]

en busca de una dicha deseada. 80

Edelberto suspira tristemente;

el volar de los euros es muy lento

a su amor paternal, y no consiente

un instante vivir en tal tormento.

Oprime al alazán, que sofocado 85

por los dos acicates punzadores

salvó la selva y extendido prado

igualando a los dardos voladores:

De su curso tan rápido y ligero

la cartuja fue el término prescrito, 90

mientras que se internaba el caballero

con prontitud por el lugar bendito.

Era pues la ocasión en que entonaban

los monjes su plegaria de amargura

y en ataúd abierto se llevaban 95

los restos de la cándida hermosura.

TENEOS (les gritó) mas conociendo.

del corazón la prenda idolatrada,

a sus inertes brazos fue corriendo

que no podían darle su lazada. 100

«¡Hija! (exclamó) ¿Qué pena te ha robado

a mi amor y a la luz del claro día? [205]

¿Quién tu bello semblante ha marchitado?

¿Eres ya del sepulcro y no eres mía?

¿Qué no escuchas la voz del que te nombra? 105

¿Desconoces de un padre la ternura,

a cuyo arrimo y adorada sombra

creció tu edad, tu encanto y tu hermosura?

¡Ah, mármol a mis quejas no respondes!...

¿No merece mi afán una mirada? 110

¿Luz de mi pensamiento, do te escondes?

¿Quién te pone en mis brazos tan mudada?

No ha sido permitido a mi desvelo

tu aliento recoger cuando expirabas...

¿Sin contar con mi amor dejas el suelo? 115

Mírame cual un tiempo me mirabas.

Y vuelto al que la pompa presidía

de aquella ceremonia dolorosa,

con furibundo enojo le decía

ante la comitiva numerosa, 120

«Responded: ¿quién ha puesto en vuestras manos

esta doncella ilustre? ¿Qué rigores

de los hados crueles e inhumanos

dieron muerte a mis plácidos amores?»

«La inclinación a un joven religioso [206] 125

(Arsenio contestó) su pie maldito

ha guiado al recinto misterioso;

quien su muerte causó (14) fue su delito.

«¡Monstruo! (dijo Edelberto) pues mi acero

la tuya causará; tal recompensa 130

de tu necio furor y orgullo fiero,

de Ormesinda infeliz vengue la ofensa».

Relámpago fugaz brilló su espada

para esconderse en el impuro pecho

del hipócrita abad, que una mirada 135

lanzó de execración y de despecho.

Cayó al golpe su mole ponderosa

como en la verde selva con ruina

socavada por hacha vigorosa

se viene abajo la frondosa encina. 140

Su herido corazón sangre lanzaba,

con ella el frío suelo se teñía,

su túnica con sangre se manchaba,

y el alma atroz tras ella despedía.

Cual a la vista del halcón que asoma 145

como sombra sutil bajo una nube

huye y tiembla la tímida paloma,

que incauta por el aire el vuelo sube; [207]

Abandonan los monjes al prelado;

El ataúd, la cruz, las hachas dejan, 150

y buscando su albergue retirado

en el trastorno general se alejan.

Busca Edelberto el alazán brioso,

y al alejarse exclama en desconsuelo:

«Lugar do al ángel se quitó el reposo 155

ya no te llamarás PUERTA DEL CIELO».

Mas no solo una víctima segura

quiso inmolar Arsenio fratricida,

hambre cruel en la mazmorra oscura

a Ricardo infeliz quitó la vida. 160

¡Oh mísero! Tus males lastimeros

los contará quien cuente las arenas

del anchuroso mar, o los luceros

de las noches tranquilas y serenas.

Mi musa en vez del canto apetecido 165

al recordar tu dolorosa historia,

exhala triste y funeral gemido,

olvidando los lauros de la gloria:

En mal punto llegaste a los altares,

en mal punto abrazaste como hermanos 170

ajeno de temer tantos pesares [208]

hombres desconocidos e inhumanos.

Privado de una madre encantadora

fuiste flor que ha nacido en el desierto

privada de la lluvia bienhechora 175

que espera un fin desventurado y cierto:

De un padre el ignorante fanatismo

te condujo al altar, que a tus dolores

fue cual profundo y tenebroso abismo,

y la tumba fatal de tus amores. 180

Consumido, infeliz, triste y doliente

ensayaste cilicios, apuraste

el rigor más austero y penitente,

pero tu dulce amor nunca olvidaste;

su dardo agudo en tu interior clavado 185

llevaste al claustro, al miserable lecho,

al altar, y al sepulcro deseado

que sin amor nunca alentó tu pecho.

Mi afecto te consagra una guirnalda

No de lozanas y vistosas flores, 190

sino de adelfa y funeraria gualda

como cuadra también a mis dolores. [209]

 

 

La expulsión

Quédate a Dios, agua clara,

quédate a Dios, agua fria,

y quedad con Dios mis flores,

mi gloria que ser solia.

ANÓNIMO.

Cumplido fue el tiempo que fijan los hados

y nadie revoca su ley eternal,

sus duros oídos mantiene cerrados

a súplicas tristes la suerte fatal.

¡Oh muros! ¡Oh claustros, morada de muertos!... 5

Ordenan los padres del pueblo, y la ley,

que vuestros hogares se queden desiertos

sin jefe tirano, sin mísera grey.

El joven novicio que anhela los gustos,

bendice el decreto, se juzga feliz; 10

el débil anciano cercado de sustos

del mundo engañoso recela el desliz. [210]

Hay quien atribuye tal golpe a la suerte,

quien quiere que sea celeste rigor,

venganza debida de Arsenio a la muerte; 15

quien culpa a Ricardo, quien culpa al amor.

En un aposento se escuchan gemidos,

sollozos y llanto, conflicto cruel;

alegres aplausos sin fin repetidos

resuenan no mucho distantes de aquel. 20

El último abrazo se dan los ancianos,

sus trémulos labios repiten adiós;

mas otros uniendo las cándidas manos

se marchan alegres, ya cuatro, ya dos.

Desean los unos volver a los brazos 25

de un padre querido cercano a expirar;

los otros suspiran por dulces abrazos

de madre amorosa que anhelan lograr.

Padece aquel triste que solo en el mundo

no tiene quien pueda calmar su dolor, 30

do quier que se vuelva, de abismo profundo

contempla desdichas y tétrico horror.

Aquel que está libre de votos odiosos

retrata sus dichas con grato pincel;

cercado se mira de niños hermosos 35

que pagan sus mimos con ósculo fiel. [211]

Un tímido monje llamado Benito

Más puro que lirios y blanco jazmín,

paloma sin mancha del claustro bendito,

que vive en el suelo como un serafín; 40

besando la tierra que vio tantos años

su místico celo, su vida ejemplar,

temiendo del mundo los pérfidos daños,

ya tiene por suerte gemir y llorar.

Al Cielo levanta sus lánguidos ojos, 45

no puede aquel sitio dejar y partir,

le presta su llanto por tristes despojos

y vuelto al convento comienza a decir:

«¿Y cómo cantamos, Señor, tu alabanza

en tierras extrañas y ajena mansión?... 50

Perdiendo tu apoyo, perdió su esperanza,

de luto se viste tu esposa Sión.

Después que libraste tu pueblo escogido,

¿por qué le ocultaste tu plácida faz?

El suelo de Egipto profano y perdido 55

¿podrá, Dios eterno, volverle la paz?

Mirad aquel árbol de fruto sangriento

que al mundo redime de su ingratitud;

si nuestros delitos merecen tormento,

la sangre del justo nos preste quietud. [212] 60

Tus hijos suspiran con llanto de muerte,

sin culto se muestran tu templo y tu altar;

templad los enojos, Dios santo, Dios fuerte,

y el hombre en las aras se vuelva a postrar.

La Iglesia tu esposa dejó su vestido 65

de luz y de gloria, de pompa y honor,

su plácido rostro, su pecho oprimido

sufrieron escarnios después del dolor.

¿No ves que destruye tu herencia querida

con bárbaro orgullo soberbio Luzbel? 70

¿No ves como llora tu plebe afligida?

¿Desprecias su llanto, su súplica fiel?

¡Oh! cesen tus iras, y tras noche oscura

veamos sin nieblas tu cándida luz,

pues tanto merece la víctima pura 75

que expira por todos clavada en la cruz.

¡Oh muros amados, do alegres mis días

en prácticas santas he visto correr!

El fin ha llegado de mis alegrías,

de célicos gustos, de grato placer. 80

Señor, mis suspiros, mi llanto, mis penas

mudar en delicias podéis solo vos,

si es vuestro mandato que sufra cadenas,

a Dios grato asilo de altares, a Dios; [213]

A Dios lecho mío, quietud silenciosa, 85

pobreza del claustro, cilicio y sayal,

a Dios para siempre morada dichosa,

origen fecundo de gloria inmortal.

Pomposos frutales que a próvida mano

debéis vuestro medro, frescura y verdor, 90

temed los insectos, temed el verano,

la falta de linfa, del sirio el ardor.

Tal vez despojados de adorno frondoso

seréis el traslado más puro y mas fiel

del que os abandona, perdido el reposo, 95

con llanto en los ojos, con pena cruel».

Continuos sollozos la voz embargaban

del monje afligido, del santo varón,

empero a sus votos los cielos negaban

un rayo mezquino de consolación. 100

Reñían los vientos, y nubes funestas

la luz ofuscaban del rayo solar,

que oculto a los prados y verdes florestas

detrás de los montes venía a expirar.

De todos los monjes que tiene el convento 105

tras súplicas tales el último fue

que viendo perdida su gloria y contento

del claustro desvía su trémulo pie. [214]

El sepulcro

Ya las sombras habita

De los elíseos bosques;

Llorad, Venus hermosa,

Llorad, dulces amores.

INARCO.

Hay un lugar sombrío y retirado

en medio de los montes del desierto

do los céfiros bañan sus alitas

en claras linfas de remansos frescos:

Aquí con más dolor y más ternura 5

ensaya Filomena sus gorjeos,

y entre menudas guijas (15) clara fuente

cruza en mil giros el fecundo suelo.

Del sirio abrasador al rayo activo

toldos oponen de ramaje fresco 10

árboles que susurran en sus hojas [215]

el atrevido embate de los euros.

Hay cueva deliciosa do las ninfas

que temen a los sátiros ligeros

se acogen por huir de sus halagos 15

impuras manos y lascivos besos:

Hay frescura y quietud, hay limpios baños

de vena pura y regalada dentro;

de yedra se entretejen las paredes,

y son de negro mármol los asientos. 20

Al pie de un sauce que lloroso inclina

de sus pomposas ramas los extremos,

un sepulcro sencillo se levanta

propio para el amor si hubiese muerto:

De Ormesinda y Ricardo desgraciado 25

yacen en él los infelices restos

colocados por manos cariñosas

de la sensible Elvira y de Roberto.

¡Oh manes sacrosantos! Si en la vida

os desunió la infamia y el despecho, 30

en la callada y misteriosa tumba

os volvió la amistad los lazos bellos;

y mientras flores de matices varios

sirven de adorno a los despojos vuestros, [216]

las sombras amorosas van vagando 35

por la mansión de los felices reinos.

Allí ríe una eterna primavera;

de la madre común no rompe el seno

luciente reja del arado duro

que con pausa arrastraron bueyes lentos 40

porque produce sin algún cultivo

frutos hermosos de sabor diverso,

y flores lindas que jamás ajaron

con soplo vengador airados cierzos.

Valles de mirtos cuya fresca sombra 45

protege los narcisos duraderos

adornan los lugares de las dichas

que jamás el dolor encontró abiertos.

Los héroes inmortales en tal sitio

los gustos gozan del amor primero 50

al lado de sus prendas adoradas,

de celos tristes y de afán exentos.

A Ormesinda los dioses prepararon

distinguido lugar y trono excelso

debido a su hermosura y a la llama 55

que alimentara en su sensible pecho;

Helena hija de Jove, y Heloísa [217]

este supremo honor reconocieron

cual justa recompensa a los dolores,

cual premio digno de esforzado intento. 60

¡Oh candorosa Elvira! Tus amores

miró con más ternura el alto Cielo,

tú naciste feliz, mas tu señora

después que abandonó tus brazos tiernos,

halló los del amor un solo instante, 65

para apurar el cáliz mas acerbo,

y cerrar a la luz del claro día

inocentes y fúlgidos luceros.

Tus lágrimas hermosas de su tumba

son el mayor adorno y el trofeo, 70

ellas nutren sus flores olorosas,

ellas apagan su calor sediento.

La esposa de Titón tu llanto mira

cabe el túmulo infausto y lastimero,

y llorando te dejan en la tumba 75

del moribundo rayo los reflejos.

Llora, que nada pudo hacer tan triste

la fortuna mudable, el hado adverso,

que no encuentre en las lágrimas vertidas

un dulce lenitivo y un consuelo: [218] 80

Llora, que yo en mis penas no conozco

bálsamo más dichoso ni remedio

que anhele el corazón con mas ahínco

para curar los sinsabores fieros.

Yo lloraré también; del sauce hermoso 85

la resonante cítara suspendo,

que herida de los céfiros amantes

murmure mi dolor en tristes ecos.

 

Notas

El monasterio de Portaceli, de frailes cartujos, tiene su asiento a una legüecita de Bétera y cuatro de Valencia, en un sitio que en tiempo de la conquista se llamaba Lulén. Edificole y dotole don Andrés de Albalate, tercero obispo de Valencia, juntamente con su cabildo, de toda aquella valle y sus rentas, en el año 1272. Hizo patronos perpetuos del dicho monasterio a los obispos que fueren de Valencia, y obligó a los frailes que por feudo y reconocimiento de las décimas que habían de pagar, le acudiesen a él y a sus sucesores con diez sueldos de censo, como parece por la carta de fundación y donación que pasó en Valencia en dicho año y se guarda en el archivo del cabildo. (Escolano.)

Caminando de Náquera hacia poniente se hallan viñas, algarrobales y olivares continuados hasta llegar a un profundo barranco, murado por los recortes de los muros vecinos. Allí empieza el desierto y la soledad: las peñas mal seguras en los altos amenazan a los pasajeros, y en los recodos frecuentes suelen ocultarse forajidos y ladrones. De allí para adelante se encuentran algunos algarrobos sin cultivo, y [220] masas de pinos y maleza que se aumentan al entrar en el término de Portaceli, y continúan hasta las inmediaciones del monasterio. Antes de llegar a éste como un cuarto de hora se halla el cerro y la famosa cantera de mármol negro que recibe un pulimento admirable. Los bancos tienen un pie de grueso, y están inclinados al horizonte en ángulo de 20 grados abierto hacia el norte: su color es negro que pardea, muchas veces con benitas blancas espáticas; el grano es fino y compacto. Se beneficia este mármol no solo por su hermosura sino también por separarse fácilmente las piezas que se necesitan. El monasterio está en una pequeña eminencia del valle llamado antiguamente Lulén; cércanle por todas partes elevados montes, sobresaliendo entre ellos los del norte y nordeste, cubiertos enteramente de pinos, alcornoques y maleza; todo inculto, a excepción de los campos que cultivan los dependientes de la comunidad. A fuerza de gastos y trabajos, no obstante la aridez del suelo compuesto de la tierra roja y granujienta que ha ido bajando de las alturas, han convertido en huertas perfectamente cultivadas los campos inmediatos al monasterio, para cuyo riego van acopiando en tres balsas las aguas que nacen en aquellos barrancos. Hay en la iglesia una preciosa colección de mármoles que el artífice [221] combinó con gusto; todo el suelo es del citado mármol negro con fajas blancas del de Génova que se hubieran podido excusar empleando los que hay en Pego, y en el término de Planes junto a la Encantada. En el centro de los cuadros negros hay unas como estrellas amarillas del mármol amarillo de Torrent, matizado de nubes encarnadas por efecto del fuego artificial. Las columnas de los altares son de la piedra preciosa de Náquera llamada de aguas: los arquitrabes y otras piezas de la brecha de Segart: en el camarín se ven anchas fajas de la piedra de flores, y porción de los mármoles de Cálix, Callosa de Ensarrià y de Aspe: también hay pedacitos del verde de Granada y del azul ceniciento de Génova.

Para descubrir la posición de aquellos montes, reconocer su naturaleza y las plantas, subí al mas alto llamado Montemayor que está a una legua al norte del monasterio. Vi al paso el magnífico acueducto construido en tiempo de los Reyes Católicos, que costó once mil pesos, y se conserva íntegro, sirviendo para conducir al monasterio las aguas que nacen en un monte contiguo. Ladeé varias lomas, y en dos horas llegué a la cumbre, en la cual y en los despeñaderos que le quedan al oeste observé los bancos casi paralelos al horizonte y que todos se componían de amoladeras rojas, que [222] lentamente se reducen a tierra granujienta. Desde aquella altura descubría hacia el norte la empinada punta de Peñagolosa, y a menor distancia el pico de Espadan: declinando muy poco al oeste veía a dos leguas de distancia la ciudad de Segorbe, y a la izquierda la villa de Altura que parecía unirse con la cartuja de Val de Cristo por hallarse esta más meridional que Altura. Al oriente de Segorbe quedaban Castelnou, Soneja y Sot, siendo Castelnou el más septentrional. Corría desde Sot hasta Gilet el valle, cuyo centro ocupa la Baronía de Torrestorres, y aunque la niebla impedía registrar de un golpe aquella extensión, lo logré sucesivamente al paso que se iba disipando, presentándose entonces los castillejos de varios pueblos, o los cerros en cuyas faldas están edificados. Hacia el mediodía y como a tres leguas de distancia distinguía la larga alfombra que forman las dilatadas huertas de Liria, Benisanó, Benaguacil, Pobla y Rivarroja, y contiguo a ellas el campo de Liria. También veía parte de la huerta de Valencia, pero no la capital, cuya posición se aparta como veinte grados hacia el oriente respecto a la meridiana del monte.

Vi en la cumbre espesos matorrales de la jara con hojas de álamo arbusto hermoso y poco común en el reino que solamente he hallado [223] aquí y en las cercanías de Ayódar. Florecían en Mayo las jaras de Mompeller y tuberaria, la racemosa, la blanquecina, y las de hojas de salvia, de romero y de tomillo; no vi planta alguna que anunciase el frío, cuando en el ventisquero, monte de menor altura y apenas distante del mayor media hora, hallé el erizo, las aliagas y el espliego. Bajaba del monte pisando siempre plantas, y apartando las ramas de los arbustos que embarazaban el paso; los más comunes eran labiérnagos, madroños, ramnos, torbiscos, durillos, madreselvas, lentiscos, adelfas, y el lino fruticoso. Entre las yerbas vi la hermosa ononide parecida al pie de pájaro, la vela annua, la aira cariofilea, la poa tiesa, los jacintos tardío y cabelludo, el tragópogo parecido al pieris, un andrópogo nuevo, la adormidera híbrida, el lino estrellado, el coris, y otras muchísimas. Íbame acercando al monasterio, y pasé por el sitio llamado barranco de la Pobleta, que en otro tiempo fue un desierto inculto cubierto de maleza y erizado de peñas areniscas con varios precipicios, y hoy son huertas hermosas y un recinto delicioso. Rozose la maleza, se excavaron en parte las peñas, y en otras se aseguraron los campos con ribazos, y estos con almeces; las aguas que nacen en lo alto del barranco se condujeron por canales sólidos para [224] fertilizar aquellos campos, y a fuerza de gastos y constancia se efectuó la útil transformación que hoy se admira. Allí cogen los cartujos maíz, trigo, aceite y algarrobas. Tienen además la heredad considerable llamada la Torreta, y en ella uno de los más hermosos viñedos del reino que produce el delicioso vino llamado de la cartuja. La leña, el carbón y los pastos rinden anualmente sumas considerables: con estos productos subsiste la comunidad, ejemplo de retiro y de mortificación; la cual socorre a cuantos necesitados acuden, y obsequia a los que por otros títulos visitan aquel desierto.

La tierra cultivada hacia el oeste del monasterio es de corta extensión: siguen a ella pinares espesos hasta el contiguo término de Olocau. El suelo es calizo, en cuya superficie se observan mármoles negros con vetas blancas, mucho esparto y la siempre enjuta: así continúa hasta llegar al barranco, donde presenta nuevo aspecto, siendo allí las peñas de amoladeras y la tierra roja granujienta. Ensánchase el cauce a cada paso, y van quedando por uno y otro lado altos murallones. Uno de ellos es muy singular: mirado en globo semeja las ruinas de una fortaleza y presenta un lienzo de sesenta pies de altura casi perpendicular, terminada por hiladas sobrepuestas con poca unión: hállase esta como muralla natural separada algunas [225] varas del monte contiguo cortado naturalmente a pico: no se ven allí vegetales, y solo se descubren rayas oscuras interpuestas entre los bancos y hendiduras de la peña roja. Siguiendo contra la corriente del barranco descubrí las huertas y la población que dista una hora del monasterio. Fue Olocau en otro tiempo villa de bastantes vecinos, que las repetidas epidemias habían reducido a cuatro solamente a principio del siglo: descubriose la causa de las enfermedades, aplicáronse los remedios oportunos, y se aumentaron las familias hasta el número de sesenta que hoy tiene. Las aguas que suelen bajar por el barranco quedaban embalsadas y sin movimiento en las cercanías del pueblo, que está en un hondo sin ventilación: se corrompían en verano, y los vecinos tragaban aquel aire infecto; pero facilitaron curso libre a las aguas, limpiaron las balsas y recobraron la salud. (Cavanilles.) [227]