La sílfide del Acueducto
Arolas, Juan
Advertencia
Siempre ha sido sorprendente a los ojos de los curiosos viajeros el magnífico Acueducto de Portaceli, que fue construido en tiempo de los Reyes Católicos con el objeto de conducir al monasterio las aguas que nacen en un monte contiguo: pero ¿cuánta admiración no debe producir en el hombre contemplativo el valor de una mujer que poseída del más violento amor se atrevió a recorrer la altura del Acueducto, despreciando los precipicios que ofrece por ambos lados, con el fin de introducirse en el monasterio, y pisar el lugar santo destinado únicamente a escuchar los gemidos de la penitencia y las alabanzas del Altísimo?
Ésta es la tradición de los antiguos monjes, y éste el asunto que ofrece la presente [6] obrita: asunto verdaderamente digno de mejor estro y más templadas cuerdas; pero el deseo de que tenga publicidad un hecho tan memorable me ha movido a apartar los ojos de mis débiles fuerzas para cantar el atrevido esfuerzo del amor y el fin desgraciado de una belleza dotada de un corazón privilegiado, y de unos sentimientos casi incompatibles con la debilidad del sexo encantador que forma las delicias del hombre y endulza los amargos pesares de su vida. Si su fin arranca lágrimas tristes, su heroísmo produce la admiración y el entusiasmo, y las cuerdas de la lira se prestan con facilidad a cantar sus breves dichas y tributar flébiles ayes a sus desgracias.
Si su triste historia interesa a los corazones sensibles, quedan recompensados los deseos del autor. [7]
Dedicatoria
En vano pretendéis, musas de Iberia, que sea yo el cantor de los placeres, y que mi cabello, cayendo en desmayados rizos, compita con el del hermoso Iopas, discípulo del grande Atlas en la armonía y en el canto. Mi voz siempre ha sido triste, y no recorre el peine de marfil mis cabellos erizados con el espanto desde que el sepulcro devoró mis glorias. Niño aún, sin conocer el entusiasmo eléctrico de la libertad, compuse versos a una mariposa ataviada con los más vivos colores, corrí ansioso tras ella hollando las flores más [8] bellas del jardín, y ofrecí al espectador la viva imagen del que dominado por el hijo de Citeres se afana por una inconstante beldad deshojando las rosas de su lozana juventud. Canté también las delicias de la soledad porque no debí a la fortuna más placeres que los del campo, después que con la dorada niñez perdí los de la preciosa inocencia. ¿Podré cantar delicias y amarguras del amor? Un sepulcro sencillo es todo el trofeo de mi pasión malograda; a su pie nacen con la luz de la aurora unas flores pálidas que han de morir con el día, y que simbolizan mi desgracia.
¡Oh tú, tan sorda a mis gemidos como el mármol que cubre tus cenizas, inocente y desventurada cuanto hermosa, en buen hora habites los celestes climas! Después de tu partida, sensible Leonor, la [9] tierra que te vio nacer se manchó con sangre de sabios y de guerreros: fue un insulto hecho a la tiranía llorar los asoladores males; los pechos más fuertes ahogaron sus gemidos. No te fuera dado vivir escuchando los ayes de las víctimas, tú no hubieses respirado un aire inficionado con los hálitos de todas las furias.
¡Oh Leonor! El cielo que te robó a los días del llanto te ha negado las auroras bellas del entusiasmo y de la alegría. El Reinado de un ángel forma la felicidad de tu Patria, y los alumnos de Marte se muestran pródigos de sus vidas por ISABEL y por la Libertad. Entre los bélicos gritos de honor y gloria distraída mi musa de los combates quiso consagrarse al amor. ¡Ah! Tú no escucharás sus cantares. Pero a ti debe consagrarlos mi afecto. [10] Sus tonos melancólicos son propios para formar la armonía de los sepulcros para resonar como cántico de muerte en los cóncavos osarios.
La tumba no recibe dones sino de la Parca cruel; sin embargo tu sombra enamorada mientras la noche tranquila tienda su manto presidirá a mis humildes y lúgubres canciones. [11]
Introducción
Los cipreses
Amor, ¿dónde irá el deseo
que no se encuentre contigo,
si huyendo de ti parece
que te busca el albedrío?
¿Quién te ha de vencer, si saben
fabricar tus desvaríos
una libertad postrada
de un afecto resistido?
SOLÍS.
Al que cansado de apurar dolores
suspira todo un día,
tú puedes dar con tibios resplandores
consuelo, noche umbría,
porque tu soledad y tu frescura 5
es refrigerio amado
cuando sufro el desdén de la hermosura
que tiene esclavizado [12]
mi tierno corazón... ¡Mas cómo, ay triste,
puedo fijar mi planta 10
en un recinto do perene asiste
virtud austera y santa!
¡Cómo puedo olvidar que en los festines
tañer laúd divino,
y respirar el aura en los jardines 15
fue todo mi destino!
¿Acaso puede el que al amor vendado
sirvió con firme anhelo
pisar del Cenobita retirado
el misterioso suelo? 20
¡Vano temor! al punto en que nacemos,
apenas la luz vimos,
del vasto globo el seno poseemos
en tanto que vivimos,
y la madre común en que moramos 25
nos abre sus entrañas
cuando al finar la vida desechamos
las penas más extrañas.
Aquí todo respira aquella calma
que tanto necesita 30
después del duro padecer un alma [13]
a quien amor agita.
La blanca luna despejada queda,
anima sus fulgores,
y blandos sueños mueve con su rueda 35
para calmar dolores.
¿Pero por qué desnuda de riqueza
se muestra aquí natura;
y sólo ostenta funeral tristeza
sin vida y sin cultura? 40
Proscrita está la rosa de Citeres,
la anemone olorosa,
y el mirto consagrado a los placeres
en la estación dichosa:
ni tú, arbusto feliz, que al solar rayo 45
como enemigo miras,
y dejando de noche tu desmayo
un grato olor respiras,
ocupas este sitio pavoroso:
aquí de bellas flores 50
no publica el ejército vistoso
que reinan los amores.
Sobre sólido asiento se levanta
de mármol fabricada [14]
la cruz de los cristianos sacrosanta, 55
y en ella está entallada
por diestra mano con buril de acero
la corona de espinas
que del Padre común y verdadero
ciñó sienes divinas: 60
del recio pedestal por las junturas
estéril musgo asoma
que cuando llueve, con las aguas puras
aumento débil toma;
y en torno de la cruz están pendientes 65
pechos, piernas y brazos
de cera, y de tamaños diferentes
prendidos de unos lazos,
que el devoto aldeano allí pusiera
después de su dolencia, 70
porque logró con voto y fe sincera
la celestial clemencia.
Dos simétricas calles van formando
cipreses elevados
que atónita la vista va observando 75
por orden colocados.
Aquí y allá pequeñas capillitas [15]
el arte puso a trechos;
del Salvador imágenes benditas
a los humanos pechos 80
mueven a compunción; el alma adora
en santas estaciones
al hijo de María, y triste llora
las bárbaras pasiones
que agitan sin descanso nuestra vida... 85
¡Lucha cruel, tremenda!
A las olas del ponto parecida
que están siempre en contienda.
¿Mas cómo en un ciprés que el astro hermoso
con bella luz visita, 90
la señal de un amor no religioso
estoy mirando escrita?
Surco profundo en la tenaz corteza
labró una mano linda
para formar con singular belleza 95
el nombre de ORMESINDA.
En los bosques de Arcadia los pastores
los nombres escribían
del objeto gentil de sus amores,
y el tiempo entretenían [16] 100
en tan sencilla ocupación, mas ésta
no es la mansión de Armida,
ni de Pafos o Tempe la floresta
que a disfrutar convida;
es el retiro que el mortal cansado 105
del mundo y sus engaños
cual puerto segurísimo ha buscado
para evitar mil daños:
con ayunos y dura penitencia
su carne mortifica, 110
y a los miembros que amaron continencia
cilicio duro aplica:
absorto en elevados pensamientos
suspira por la gloria,
vencerse a sí son todos sus intentos 115
y tal es su victoria.
¿Cómo pues si el amor está proscrito
en este santuario,
en el ciprés hermoso veo escrito
un nombre temerario...? 120
Mientras discurro así, nube importuna
oculta el disco hermoso
de la esplendente y sosegada luna [17]
con ímpetu furioso;
caen las densas sombras de repente, 125
las letras desparecen,
la congoja mortal turba mi mente,
y mis temores crecen.
Pero una voz a un trueno semejante
se deja oír entonces 130
cual estampido horrendo y penetrante
de disparados bronces:
«¡¡Sitio de maldición!! ¡en lobo hambriento
se convirtió el cordero,
y la paloma que alegraba el viento 135
en buitre carnicero!
Las aras de la paz se han profanado,
destilan sangre humana:
¡ay de aquel hombre vil que ha provocado
venganza soberana! 140
Tú, mortal infeliz, que refrigerio
buscas a tus cuidados,
bien puedes penetrar del monasterio
los muros elevados:
penetra en fin, porque será tu canto 145
quien diga a las edades [18]
de un prohibido amor cuál fue el encanto
en estas soledades,
cuál el trágico fin, y que Cupido
los seres avasalla, 150
porque al arpón agudo y encendido
no hay quien oponga malla.»
Cesó la voz, tornó la luz perdida,
los céfiros soplaron,
y los altos cipreses, conmovida 155
la verdinegra punta, se inclinaron. [19]
Los votos
Quien es de amor prisionero
no salga de su mandar,
que no le ha de aprovechar.
JUAN DE LA ENCINA.
Apenas con sus lágrimas hermosas
que penden de los cálices floridos
la esposa de Titón baña las rosas,
cuando de un monasterio (1) solitario
los bronces conmovidos 5
resuenan en el alto campanario.
Fresca espadaña, lirios y verbena
alfombran el precioso pavimento
en donde el Dios que los espacios llena
y que reprime al mar en sus furores 10
tiene el trono y asiento [20]
para escuchar al hombre en sus dolores.
Al pie del tabernáculo sagrado
se encienden las antorchas luminosas
y el aroma sabeo delicado 15
del braserillo de oro, en blanca nube
de esencias olorosas
hasta las altas bóvedas se sube.
Sale de la espaciosa sacristía
de venerables monjes larga hilera, 20
y haciendo una profunda cortesía
ocupan poco a poco el presbiterio,
mientras que se apodera
de un sitial el abad del monasterio.
Postrado ante el altar, la faz llorosa, 25
lánguido el cuerpo en triste compostura
y con la vista errante y temerosa
Ricardo asiste, que en la edad florida
de gracias y hermosura
es la inocente víctima ofrecida. 30
Como pimpollo regalado y tierno
que diestra mano cultivó en el prado,
mustio y sin vida en aterido invierno
al pantanoso suelo el tallo inclina [21]
de adorno despojado 35
y objeto doloroso de ruina:
Tal fue el doncel cuando la parca impía
privole de una madre y del contento;
Emilia se llamó, su boca fría
pegada al rostro del garzón querido 40
rompió el vital aliento,
y huyó el alma a los reinos del olvido.
El fanático padre a quien natura
tal título cedió sin que le diera
juntamente el cariño y la ternura, 45
ante el cadáver deteniendo al hijo
con actitud severa,
«Mira, infeliz, lo que es el mundo, dijo.
Ésta te dio la vida con dolores
y te nutrió en su seno regalado: 50
la has perdido, no existe, que aunque llores
no volverá a la luz del claro día:
¿y sabes, desgraciado,
si logra de los justos la alegría?
La paloma más simple no aparece 55
ante el supremo Juez hermosa y pura:
la que un estéril llanto te merece, [22]
te merezca devotas oraciones
metido en la clausura
y libre de funestas tentaciones. 60
En una celda pobre y retirada
asistido de santos compañeros
abrirás a tu madre la morada
de la gloria y delicias eternales;
por bienes verdaderos 65
trocarás en el claustro duros males.
No puedes compensar de mejor modo
su tierno amor y singular esmero:
el mundo es corrupción, el hombre lodo,
breve la vida y el instante incierto; 70
¡dichoso el que ligero
huye la tempestad y llega al puerto!
¡Mira, Ricardo, mira! ¡un fuego ardiente
con que se ha de purgar breve extravío
a Emilia abrasa, y con afán doliente 75
te pide ayuda en tan penoso trance!
¿Di, qué haces, hijo mío...?
Tu vida austera su perdón alcance.»
Dijo y se fue, cual víbora que pica
y se esconde en la yerba humedecida: [23] 80
¡qué horror! Ricardo a su cabeza aplica
las manos que el temor yertas dejaba,
y su frente oprimida
mortales gotas de sudor manaba.
Resuélvese sin duda al sacrificio; 85
mas ¡ay! tres lustros sin amor, apenas
será dado encontrar, que el Dios propicio
mira la verde edad y la hermosura,
y el fuego que en las venas
circula activo, hasta el sepulcro dura. 90
Renunciar para siempre al dulce encanto
de amar y ser amado es dura cosa:
un pecho juvenil no puede tanto,
olvidar para siempre es imposible:
¡oh lucha dolorosa! 95
Más valiera morir que ser sensible.
Pero cuando la noche se avecina
lanzando sueños de su negro manto,
en vano sobre el lecho se reclina
para olvidar tan crudos sinsabores; 100
las furias y el espanto
con mentido pincel trazan horrores.
Consume el lecho repentina llama, [24]
y de su madre el lívido esqueleto
con tristes voces a Ricardo llama: 105
lanzarse quiere, y duros eslabones
mantiénenle sujeto
hasta que abraza en fin negros carbones.
Trocar todo el hechizo de su amada
por soledad, ayuno y penitencia, 110
por un sepulcro eterno su mirada,
y el colmo del placer por un cilicio,
es bárbara sentencia,
es tortura de muerte, es un suplicio.
Venció el temor de provocar enojos 115
en el pecho de un padre despiadado,
llenos de llanto sus hermosos ojos
salió de la ciudad, buscó el convento,
y el hábito sagrado
vistió más con dolor que con contento. 120
Y como ya cumpliera el noviciado,
es fuerza ante las aras religiosas
dejar el holocausto consumado
con solemne renuncia de los gustos
y corruptibles cosas, 125
lejos del mundo entre los hombres justos. [25]
El corpulento abad con voz sonora
que en las capillas cóncavas se espacia,
mientras el joven agitado llora,
le exhorta a consumar el sacrificio, 130
y cual unción y gracia
contempla el largo llanto del novicio.
«Aquel que habita de Sión sagrada
los santos muros, exclamó, no debe
a la tierra de Egipto desgraciada 135
volver con el mundano pensamiento;
porque si atrás se mueve
con temerario pie, cayó al momento.
El Señor os admite en sus moradas,
estáis dentro del Arca misteriosa 140
donde las inconstantes oleadas
hundiros no podrán en lo profundo:
el alma aquí reposa
libre del mal con que se infesta el mundo.
Sea vuestra pureza semejante 145
a la del querubín, el leve aliento
empaña el cristal terso y rutilante,
y si fue por desgracia consentido
impuro pensamiento, [26]
mancha el alma del mísero caído. 150
Os toca obedecer tan ciegamente,
que jamás la razón ponga en balanza
lo que os mandare Dios omnipotente
por boca del prelado, y vuestro antojo;
que el obediente alcanza 155
hasta templar el celestial enojo.
El Redentor clavado en un madero,
desnudo, pobre, pálido, espirante,
os marca sin cesar aquel sendero
que conviene a los místicos varones, 160
permaneced constante
y os ayudad con puras oraciones.»
Calló el abad; la santa compañía
con un canto monótono y pausado
entonó la piadosa letanía, 165
esforzando los monjes el acento
que como el ponto airado
iba en diminución, iba en aumento.
Después de breve pausa, invocan todos
el auxilio de Espíritu divino, 170
aquel que un tiempo en milagrosos modos
de la Iglesia sin mancha y verdadera [27]
sobre el Senado vino
para fortificar la fe sincera.
Llega Ricardo a su fatal momento, 175
se aproxima a las aras vacilante,
y tiembla como a vista del tormento
un esclavo infeliz temblar pudiera,
se muda su semblante
y oprime el corazón angustia fiera. 180
Jurar solemnemente en los altares
execración y olvido a la que adora,
a la que mitigaba sus pesares,
no puede, no, que siempre ha detestado
la ingratitud traidora, 185
y ni puede olvidar, ni ser malvado.
Si quiere hablar, acorde con el labio
no late el corazón ni lo consiente,
ni puede al alto cielo hacer agravio
con vil simulación o con mentira; 190
mortal angustia siente,
duda, teme, se atreve y se retira.
A media voz mezclada con sollozos
promete castidad; mas ¡ay! entonces
desatado del duro calabozo [28] 195
domina el huracán, y se golpean
las puertas con sus bronces
cual si impulsadas de las furias sean.
Un estruendo feroz las expresiones
sofoca de la víctima inmolada, 200
se apagan de repente los blandones
y retiembla el marmóreo pavimento:
naturaleza airada,
si lo escuchó, no aprueba el juramento.
Burlose amor de la promesa odiosa 205
con maligna sonrisa, y agitando
las alas de pintada mariposa,
al lanzarse en los brazos de Ciprina
el caso fue contando
con enojo pueril y voz divina. 210
Atónito el prelado, bien quisiera
suspender de aquel acto religioso
la ceremonia santa; considera
tamaña novedad como un portento,
pero al designio honroso 215
el interés se opone del convento.
El padre de Ricardo prometía
cuantiosas sumas en piadosa ofrenda [29]
legar al monasterio en este día,
y un olivar fecundo renunciaba 220
de su abundante hacienda
con que al gasto de luces sufragaba.
Dijo pues con un tono majestuoso:
«El común enemigo se resiente
de tu esfuerzo y virtud, joven dichoso, 225
pero su furia a la piedad no asusta;
tu Dios está presente,
prosiga pues la ceremonia augusta.»
Con negra alfombra dejan bien cubierto
a Ricardo infeliz ante las aras 230
para indicar que al mundo estaba muerto,
a la pompa del siglo, a la grandeza
y a las delicias caras
con que brinda a los vivos la belleza.
Comienza el canto fúnebre que hiela 235
la sangre con sus ecos funerales,
la imagen del sepulcro desconsuela,
y el que yace en tan triste compostura
duda en momentos tales
si su muerte es soñada, o si es segura. 240
Se levanta apoyándose en los brazos [30]
de un lego robustísimo que asiste,
recibe del abad tiernos abrazos,
del grave lance y turbación respira,
pero lloroso y triste 245
sigue tras los demás y se retira. [31]
El cantor
Pregunté ¿por qué facedes
Señor, tan esquivo duelo,
o si puede haber consuelo
la cuita que padescedes?
Respondiome, non curedes
Señor, de me consolar,
ca mi vida es querellar
cantando así como vedes.
POESÍAS CASTELLANAS
anteriores al siglo XV.
Siquis dormida, sobre blandas alas
de los ligeros céfiros llevada
a la gruta de amor su arribo espera;
es bella, es delicada,
es en extremo linda, 5
pero no es la primera
al lado de Ormesinda.
Ésta debe a los cielos cuanto puede
ansiar el corazón en la hermosura, [32]
las rosas y la nieve en su semblante, 10
perfecta donosura
en su conjunto airoso,
y en su mirada errante
las gracias y el reposo.
Cual en rosal nativo balancea 15
su capullo la rosa en la alborada
cuando las negras sombras han huido,
la Ninfa regalada
así el virgíneo seno
ostenta enriquecido 20
y de delicias lleno.
En tan bonita cárcel prisionero
respira un corazón enamorado,
a la par que sensible, generoso,
que para ser amado 25
causando los placeres
de algún mortal dichoso
formaste tú, Citeres.
Mas ¡ah! el claro amador de Larisea
de un año la carrera concluía 30
sin haber aliviado su luz pura
la pena que afligía [33]
a la doncella hermosa
que en triste desventura
suspira congojosa. 35
De seda y oro delicada tela
sus blancas manos iban adornando
con prolija labor en su aposento,
que a la parte mirando
de plácidos jardines 40
respira el blando aliento
de nardos y jazmines.
Oyó que en laúd dulce preludiaba
diestra mano unos tonos lastimeros,
y que una voz que el pecho conmovía, 45
cual cisne en los postreros
instantes espirando,
tal letra repetía
el aire enamorando:
«Cual busca la ardiente pira 50
revolando, y no reposa
mariposa,
que adora su mismo mal,
así sin cesar suspira
mi pecho por una ingrata [34] 55
que me mata
con su desprecio fatal.
Constante como Macías (2)
aquel doncel de Villena,
la cadena 60
arrastro de un duro amor;
y también fin a mis días
ha de poner mi tristeza
y tu belleza
cual a los de aquel cantor. 65
Borra ya de tu memoria
¡Oh dulce señora mía!
la alegría
de unos días de placer, [35]
que el que mereció tu gloria 70
por la celestial la deja,
y se aleja
para no volverte a ver.
Está triste, penitente,
retirado, al mundo muerto, 75
y cubierto
con un mísero sayal:
él te olvida, y está ausente,
yo te digo que padezco,
y te ofrezco 80
un cariño sin igual.
Él hasta tu nombre olvida
encerrado en un convento,
y un momento
no respira para ti: 85
a mí, tu querer da vida,
yo nunca podré olvidarte,
que adorarte
es destino para mí. [36]
Él al pie de los altares, 90
renunciando tu hermosura,
votos jura
que oprimen su libertad:
en los mismos, si gustares
yo te juro amor sincero 95
duradero,
dándote mi libertad.
Juzga pues bien, mi señora,
de nuestro procedimiento,
y al momento 100
la sentencia has de decir:
define quien más te adora
si él querido o desdeñado
de contado
quién tu afecto ha de adquirir.» 105
Cesó el canto, y las cuerdas no sonaron:
en gualdas convirtió las frescas rosas
de su faz peregrina la doncella,
dos lágrimas hermosas
saltaron a su seno, [37] 110
dejándola más bella
que en su mirar sereno.
Y como pudo Ariadna en las orillas
del ponto turbulento y proceloso
al perder con el sueño regalado 115
la dicha y el reposo,
vencida de la pena
su cuerpo desmayado
dejar sobre la arena:
así tras un gemido penetrante 120
reclinando Ormesinda su cabeza
sobre el respaldo del purpúreo asiento,
con lánguida terneza
cerraba ojos divinos
que el duro sentimiento 125
ponía cristalinos.
Acorren las criadas conmovidas,
quién separa las hebras con decoro
del torneado cuello y alma frente,
y quién de pomos de oro 130
con manos cariñosas
aplica a la paciente
esencias olorosas. [38]
Entonces la más bella y más querida
los lazos desató de su cintura, 135
dando, para que libre respirase,
al seno más anchura;
y hablaba en triste tono
sin que dejar osase
su mano en abandono. 140
Así de leves ninfas asistida
la madre del amor compareciera,
cuando de Adonis tierno el pecho amante
rasgó dañina fiera;
tal entre las estrellas 145
la luna rutilante,
y Helena entre las bellas.
Poco a poco sus labios entreabiertos
dan salida al dolor con los gemidos,
errantes miran sus hermosos ojos, 150
y vuelve a sus sentidos
con el vigor la calma,
de súbitos enojos
restablecida el alma.
A una leve señal deja la estancia 155
el coro de las tímidas doncellas, [39]
y sólo queda la sensible Elvira,
que es entre todas ellas
la que el favor alcanza
cuando al favor aspira 160
de dulce confianza.
«¿Escuchaste al cantor? dice Ormesinda.
El cántico que suena en la morada
de triste y retirado cementerio
cuando la muerte airada 165
sus víctimas envía,
con más funesto imperio
no turba el alma mía.
¡Ay! muramos, Elvira, ya que el cielo
jamás sereno se mostró a mis días, 170
ya que su luz preside solamente
a las tristezas mías;
muramos, y acabemos
con el dolor presente
las ansias que tememos. 175
¡Ay querida! ¡qué sueños tan funestos
turban mi corazón, cuando riela
la luna en los cristales de Neptuno!
O bien en triste vela [40]
suspiro con espanto 180
sin que el mal importuno
dé treguas a mi llanto.
Mas dime, ¿entre los jóvenes gallardos
algún mancebo que igualase viste
en ternura, candor y gentileza 185
al que he perdido? ¡Ay triste!
Él vive, Elvira mía,
no para mi belleza,
no para mi alegría.
¿Te acuerdas de aquel día y del momento 190
en que me acompañabas por la senda
del verde laberinto tortuoso?
¿Te acuerdas que la prenda
de mi amor malogrado
salió de un sauce umbroso 195
y con gentil agrado
Se arrodilló a mis plantas reverente?
¡Oh cómo sollozaba el infelice!
¡¡Oh cuál latía su amoroso pecho!!
Dejarte es fuerza, dice, 200
mas yo adorarte juro,
y en lágrimas deshecho [41]
salvó el cercano muro.
Mira, este blanco lienzo que conservo
contiene de su llanto los despojos, 205
y con el suyo se ha mezclado el mío;
aplícalo a mis ojos,
que es talismán amado
contra el dolor impío
que el pecho ha maltratado. 210
¡Cielos! ¿y es cierto que trocó mi gloria
por el silencio y soledad? mi puro
amor con sus caricias y ternura
por un cilicio duro,
y todo mi contento 215
por funeral clausura
de un mísero convento?
¡Ay Elvira! ¿lo ves? Se me presenta
pálido cual las sombras sepulcrales,
triste como el penar de la agonía, 220
y punzan duros males
su corazón cuitado
que sufre noche y día
martirio prolongado.
¿Do están de sus cabellos de oro puro [42] 225
los ondeantes rizos? ¿do el apuesto
continente y gentil cortesanía?
Tras un mirar funesto
la vista humilla y baja,
y al pronto se diría 230
que viste una mortaja.
¡Sombra cruel! de perseguirme deja:
el Ricardo que adoro por decreto
de mi suerte tenaz, amores brinda,
un lívido esqueleto, 235
una fantasma horrenda
jamás fue de Ormesinda
la suspirada prenda.
Cantor, tu letra cual profundo golpe
del sonoro metal que va indicando 240
el postrero gemir de mortal pecho,
mi muerte fue anunciando;
respeta mi amargura,
porque mi nupcial lecho
será la sepultura. 245
No faltará quien busque tus halagos,
quien con purpúrea boca te sonría
después que libes ósculo sabroso, [43]
que a mí una tumba fría,
triste ciprés por gala 250
y un nicho por esposo
la suerte me señala.
Mas ¡ah! tal vez mi padre tu esperanza
engaña con promesa deseada:
¡infeliz! ¡tú no sabes mi tormento! 255
En vez de dicha amada,
de gustos y alegrías
solícito y sediento,
veneno apurarías.
Dijo, y volvió a llorar, que este consuelo 260
no niega el infortunio a los mortales:
mas la sensible y cariñosa Elvira
consuelo de sus males
la apoya en su flaqueza
y al lecho la retira 265
de reservada pieza. [44]
Los libres
¡Cuán feliz es quien no se apura
y ve tranquilo la sinrazón!
¡Cuán desdichado a quien natura
dotó de un tierno corazón!
ANÓNIMO.
Tus aguas cristalinas, lago hermoso (3),
cual si el vecino mar las convidase
con su lento murmullo al blando sueño,
plácidas duermen.
Ora a los rayos de modesta luna 5
sobre la flor del agua el pececillo
sulco formando de bruñida plata,
rápido salta.
Débil barquilla deslizando gira,
mientras del remo al compasado golpe [45] 10
joven barquero con placer entona
cánticos tales:
«Somos los hombres al nacer iguales,
sólo el orgullo mísero inventó
distinguir a los débiles mortales 15
por los dictados que el poder les dio.
Si olvidando esta ley del nacimiento
puede el hombre a los otros oprimir,
llega por fin su postrimer aliento
y es igual a los otros en morir. 20
Ciego el mortal sin disfrutar la lumbre
con que siempre le brinda almo saber,
se habitúa a la infame servidumbre,
sus derechos y honor sin conocer.
Bestia infeliz sujeta a la coyunda 25
sufre desdicha y congojoso afán,
cuando el Señor que en todo gusto abunda
desdeñoso, le alarga un duro pan.
Pero el necio se juzga por dichoso
cuando bañado de mortal sudor 30
recibe del magnate poderoso
una sola mirada por favor.
Quema sus carnes en el sirio ardiente [46]
y ennegrece su piel rayo solar,
cuando del sibarita delincuente 35
templa el calor con su frescura el mar.
Yace casi desnudo en las heladas
sobre intratable estera por colchón,
cuando estufas y camas abrigadas
para los palaciegos poco son. 40
¡Cuándo, pueblos, será que rasgue el velo
de ignorancia fatal, la clara luz,
y ya cansado de su enojo el cielo
deponga el triste y funeral capuz!
¡Tiempo infeliz! de Cristo los ungidos (4) 45
bajo del tosco y mísero sayal,
cual pudieran traidores y bandidos,
escondieron sacrílego puñal:
y puestos en las aras inocentes
del pacífico Dios y Redentor, 50
levantaron los gritos insolentes [47]
de venganza cruel y de rencor.
El pueblo los oyó, la procaz plebe
pudo sus leyes de impiedad seguir,
y aguzando el puñal con furia aleve, 55
en el nombre de Dios matar y herir.
En premio recibió duras cadenas
condenada a la ley de obedecer,
tanto desdichas propias como ajenas
a presenciar sin fin y enmudecer. 60
¡Mísero agricultor! tú has trabajado,
¿quién recogió los frutos del sudor?
el limosnero humilde se ha llevado
cuanto dejó el altar y tu señor.
A bandadas los legos mendicantes 65
ofreciéndote gracia celestial
rodearon tus eras abundantes,
y perdiste el sustento corporal.
Indigno es de piedad el vulgo necio,
besa el yugo y humilla la cerviz, 70
y si cobarde mereció el desprecio,
dureza sólo mereció infeliz.
Mas no envidies laureles a Castilla,
del Cid conquistador noble ciudad, [48]
que si aquella se ufana con Padilla, 75
defienden hijos mil tu libertad.
Y si bebe su sangre un tigre fiero,
pronto verás al tigre sucumbir
del patíbulo vil sobre el madero,
que ha causado otras veces su reír.» 80
Cantó el remero, y a las auras puras
morado pabellón soltó al instante,
despidiendo en sus manos un mosquete
súbito trueno.
A la señal de la explosión vagando 85
por la desierta playa, algunos hombres
aparecen cual sombras del Leteo
hórridas, tristes,
que con silencio sepulcral caminan
hacia do albergue y retirado abrigo 90
bajo techo pajizo les ofrece
mísera choza.
Puesta sobre el hogar iluminaba
la estancia reducida con su llama
por el humo importuno interrumpida 95
árida tea;
y en la pared opuesta dibujaba [49]
la sombra con sus rasgos abultados
seis cuerpos, y semblantes diferentes
tétricos todos. 100
Mientras que absorben de cargadas pipas
el humo apetecido, tose, y luego
de este modo uno de ellos el silencio
fúnebre rompe:
«Escuchad, hombres libres: la ponzoña 105
de pisada culebra o basilisco
destruyendo las fuentes de la vida
deja en el corazón muerte y conflicto:
Mas mi pecho veneno no conoce
más infernal, más duro y más activo 110
que el de la traición, en vaso de oro
propinado por manos de un amigo:
y si la sangre del traidor no apaga
la sed que en mi interior ha producido,
en la angustia mortal, funestos días 115
apuraré las heces del martirio.
Sabéis que Jaime Ortiz que alto renombre
de celestial cantor ha merecido,
a los libres por ley del juramento
más justo y más sagrado estaba unido: [50] 120
mas no sabéis que pérfido, perjuro,
el aire libre de gozar indigno
labra nuestro sepulcro ignominioso,
y a todos nos prepara el precipicio.
Nuestros nombres infiel ha revelado 125
al tirano del Turia cristalino,
y en tu favor, oh libertad amada,
ya le son nuestros planes conocidos.
Yo que tengo valor, patria querida,
para arrostrar por ti duros peligros, 130
despreciar los cadalsos horrorosos,
y apurar el rigor de los suplicios,
carezco de él para sufrir la afrenta
del apóstata vil que me ha vendido,
y hasta que mi puñal su pecho abriere 135
no puede respirar el pecho mío.
Si con mi muerte he de comprar la suya,
rasgad y dividid, que sólo pido
que mis ojos en sangre del malvado
se fijen, antes de cerrarse fríos. 140
¡Infeliz! ¡Cuán en vano componiendo
del dorado cabello los anillos
entona de doncellas rodeado [51]
a Baco y al amor sus muelles himnos!
Pronto el canto de muerte y de tristeza 145
deberá resonar en sus oídos,
y la lira que aplauden los amores
yacerá para siempre en el olvido.
En Gandía, el traidor, enamorado
de una joven beldad, de sus hechizos 150
a ser dichoso posesor aspira,
y halla sólo el desdén del cual es digno.
Pero cartas del Déspota sangriento
recomiendan al necio favorito,
y el padre de la hermosa desgraciada 155
las furias teme del feroz caudillo.
¡Cielos! ¡la tumba solitaria y triste
sea el lecho nupcial del hombre impío,
y alcance la agonía de la muerte
en vez de los halagos de Cupido! 160
¡Sagrada libertad! pronto en tus aras
escucharás de la victoria el grito,
que aún disfrutan la luz del claro cielo,
y acero vibran vengador tus hijos.
Ni el proceloso mar, ni las cavernas, 165
ni las hondas entrañas del abismo [52]
te esconderán, malvado, a mis furores;
o podrán libertarte del castigo.
Tal vez (que sea así) cuando pensares
apurar el placer, adormecido 170
ebrio con los encantos de una esposa,
de airados golpes mortalmente herido,
al orco bajarás, quedando libre
de tus besos y abrazos fementidos,
la sensible paloma, el ángel puro, 175
que jamás será el premio del delito.»
Calló, y en los semblantes animados
de todos los presentes retratose
con rasgo amargo de funesta pena
cólera dura. 180
Y como suele repentino silbo
del agitado noto entre las selvas,
sonó bronco murmullo que decía:
¡Pérfido! ¡Muera!
Antes que en leve remolino caigan 185
las hojas de los árboles sombríos,
descienda a vuestro seno el delincuente,
pálidos manes.
Al punto seis puñales muy agudos [53]
salieron de sus vainas, y al reflejo 190
de la trémula llama despidieron
fúlgidos visos.
Salen de aquel albergue los valientes,
y por distintas vías se encaminan
mientras que lanza moribunda luna 195
débiles rayos. [54]
Las bodas sangrientas
Si os pesa de ser querida
yo no puedo no os querer,
pesar habéis de tener
mientras yo tuviere vida.
GASPAR GIL POLO.
Del palacio del duque de Gandía
resuenan los magníficos salones
de plácida armonía
con los festivos sones
apenas muestra de Titón la esposa 5
su fresca frente de purpúrea rosa.
Una doncella ilustre que pudiera
entre las diosas en beldad rivales
lucir como primera
sus gracias naturales, 10
según la fama con su voz publica
de Himeneo en las aras sacrifica. [55]
El que debe obtener su mano hermosa
es por toda Edetania celebrado,
porque su voz preciosa 15
y el canto delicado
rinden el corazón, con su sonido
enajenan el alma y el sentido.
Morisca alfombra cubre el pavimento
con purpúreo matiz en los salones, 20
y ofrecen blando asiento
magníficos sillones
del ébano más puro trabajados
y de relieves áureos adornados.
Apurando del arte los primores 25
presenta la pintura colocados
por orden los señores
ilustres y esforzados
de la casa de Borja esclarecida
con la sangre real ennoblecida (5). 30
Apuestos mozos con gentil deseo
de ver tanta hermosura, van llegando, [56]
tan célebre Himeneo
con su presencia honrando,
y Ninfas mil no por amor suspiran 35
cuando a la bella desposada miran.
Ésta huyendo el festejo aborrecido
busca su gabinete, y recostada
sobre un sofá mullido,
de Elvira acompañada, 40
sollozando lamenta de esta suerte
su enlace más terrible que la muerte.
«¡Ay infeliz de la que ausente vive
de aquel perdido bien por el cual llora!
¡ay de la que recibe 45
los brazos que no adora,
cual esclava infeliz sujeta al ceño
del duro comprador y esquivo dueño!
¡Himeneo cruel! ¡ah! tu lazada
será dogal funesto al cuello mío, 50
y víctima inmolada:
seré cadáver frío
que espante en triste y desolado lecho
al que pretende esclavizar mi pecho.
¡Infelice! Mi plan está formado, [57] 55
y no puede fallar, cuando obsequioso
y en ansias abrasado
quiera el impuro esposo
que su cariño aborrecido halague,
corra mi sangre, y que su sed se apague. 60
¿Lloras, Elvira? ¡Oh Dios! ¡cuánto te debe
mi ternura y mi amor en tal momento!
Del pérfido y aleve
al duro tratamiento
no abandones jamás a tu señora... 65
¿Lloras, Elvira mía? llora, llora.
En mejor hado y mejor luz nacida,
no probarás jamás esta amargura
de verte sometida
a esclavitud tan dura, 70
y suspirando por diversos lazos
negar el corazón y abrir los brazos.
Más feliz que Ormesinda, con tu mano
regalarás tu afecto al preferido;
yo sufriré un tirano, 75
tú con placer querido
recibirás tras dulce y blando sueño
ósculos tiernos de adorado dueño.» [58]
Aquí paró Ormesinda, porque abierta
de par en par por imperiosa mano 80
cedió la dura puerta,
y apareció un anciano
que en su semblante pálido y figura
expresaba el dolor y la amargura.
¡¡Padre!! exclamó la mísera, abrazando 85
las trémulas rodillas: de sus ojos
las lágrimas saltando,
que como los despojos
de débil orfandad y desconsuelo
bajaban a regar el duro suelo. 90
¡Compasión! ¡compasión! salvad mi vida:
por el primer abrazo honesto y pío
que en la niñez florida
os debe el amor mío,
apartad al Cantor de mi presencia, 95
y vez segunda os deba la existencia.
Para mí sus cantares son gemidos
de suplicio cruel, son sus finezas
los ásperos silbidos
de sierpe entre malezas, 100
y el enlace que anhela su locura [59]
lento espirar en infernal tortura.
¡Hija del corazón! dice el anciano,
alza del suelo y calma el triste lloro
que es para mí inhumano, 105
ya sabes que te adoro,
que tus tristezas son tristezas mías,
tuyos también mis gustos y alegrías.
Ven a mis brazos, ven, reposa en ellos,
de tan duro afanar por fin respira, 110
abre los ojos bellos,
mira a tu padre, mira,
contempla mi dolor, y juzgue el cielo
de quién será mayor el desconsuelo.
Lo ignoras, ¡infeliz! naturaleza 115
se estremece al oírlo, yo me muero:
o cae mi cabeza
al golpe del acero,
o das a Jaime Ortiz tu bella mano
y libras a tu padre de un tirano. 120
Pliegos ocultos del Sultán temido
que de toda Edetania es el espanto,
me tienen prevenido,
que tu gracioso encanto [60]
sea premio de un hombre aventurero 125
porque sirvió a la patria con esmero.
¡Patria infeliz! si de un traidor: ¿qué digo?
Hija mía, tal vez enlace santo
convertirá en amigo
al que te causa espanto, 130
y morirá tu padre desgraciado
de la bella Ormesinda al dulce lado.
Participa tu sangre esclarecida
de la casa de Borja la nobleza,
y es voz muy conocida 135
que el nombre y gentileza
del Cantor que te quiere por señora
con timbres de alta fama se decora.
Del déspota feroz las iras temo:
de Sagunto en las cárceles oscuras 140
hasta el último extremo
se ejercen las torturas,
y de míseras víctimas las penas
resuenan por el monte y sus almenas.
Basta, dijo Ormesinda, padre mío, 145
anima mi valor vuestra ternura,
cúmplase el hado impío [61]
con tal que esté segura
vuestra vida de sustos y de males;
pronto me adornarán galas nupciales. 150
Al punto las doncellas oficiosas
desplegando una rica vestidura
cual gracias primorosas
adornan su hermosura
y acomodan al cuerpo delicado 155
preciosa tela de cendal labrado.
Brilla en sus blancas manos el diamante,
verde esmeralda y el rubí encendido
y un cinto rutilante
de piedras embutido 160
sujeta con un broche la cintura
flexible, estrecha, delicada y pura.
Caen sus blandas trenzas repartidas
sobre las frescas sienes igualmente,
y cual medio escondidas 165
de su seno turgente
laten las pomas con angustia inquieta
porque una cárcel dura las sujeta.
Verla es mirar la Diosa refulgente
que preside al silencio de la noche [62] 170
bajando blandamente
del plateado coche
para abrazar a su garzón dichoso
entregado a los gustos del reposo.
Pero de la doncella generosa 175
no concurren en torno los amores,
sino tropa enojosa
de penas y dolores
que marchitan su faz y hermosa frente
cual rayo abrasador la flor naciente. 180
Y en vez de sonreír el Himeneo
sus sienes amorosas coronando
las flores del deseo,
su antorcha está apagando,
y presenta sus alas encogidas 185
de esperanzas de amor destituidas.
En tanto del Cantor enamorado
la voz repite esta sonora letra,
que como golpe airado
que el corazón penetra 190
de la joven beldad, es a su oído
nuncio de muerte y funeral gemido.
«Eres la fresca rosa [63]
delicia del jardín,
yo soy la mariposa 195
que vago en el pensil:
todas las otras flores
que en el cercado vi,
si admites mis amores
yo dejaré por ti. 200
Eres la luna bella
que en el Olimpo estás,
yo soy la clara estrella
que siempre va detrás:
no escondas los fulgores 205
de tu benigna faz,
que sin tus resplandores
no puedo yo brillar.
Eres mi verdadero
iris de paz y unión, 210
yo soy el marinero
del piélago de amor:
¡Ay cómo brama el ponto!
¡cuál crece su furor!
Iris, muéstrame pronto 215
tus fajas de color. [64]
Eres la aurora fría
del claro amanecer;
yo soy flor que confía
tus lágrimas beber: 220
no quieras que el rocío
me falte alguna vez
y mustio el cáliz (6) mío
no adorne ya el vergel.»
Al Cantor aplaudía toda hermosa 225
cuando entró en el salón la desposada,
y como aquella Diosa
de su Neptuno amada
si asoma en los cristales su cabeza
calma del mar airado la fiereza: 230
sosegó aquel murmullo de repente,
y sucedió un silencio respetuoso,
pues la beldad presente
con su mirar gracioso
de muda admiración llenó la sala, 235
de bellas formas al lucir la gala:
y Jaime Ortiz, cayendo desmayados
sus negros rizos sobre el blanco cuello,
con paso mesurado [65]
siguiendo al ángel bello 240
se encamina también a la capilla
que con gran pompa y aparato brilla.
Ésta de piedras bien labradas hecha
recibe escasamente la luz pura
de una ventana estrecha 245
de gótica estructura,
pero recios blandones en sus aras
suplen rayos del sol con luces claras.
El mitrado deán devotamente
de la capilla en el altar preside, 250
y al Ser omnipotente
socorro y gracia pide,
para los que ha de atar con lazo eterno
de deseada dicha y amor tierno.
Pero al unir los novios las dos manos 255
para estrechar recíprocas finezas,
seis hombres inhumanos
asoman sus cabezas,
y sus caras horribles y enojadas
con tizne espantador desfiguradas. 260
Teneos, fue a decirles palpitante
el hijo de las musas celestiales, [66]
pero en el mismo instante
brillaron seis puñales,
que en su pecho infeliz se disputaron 265
hacer salir el alma por do entraron.
Tales (dijo una voz) sus bodas vea
quien vendiere a su patria fementido,
sangre su lecho sea,
sangre el nupcial vestido, 270
envuelto en sangre en el altar se mire,
y al despedir su postrer gota espire.
La mano del Cantor ya no buscaba
aquélla de Ormesinda, en desconcierto
ya trémula intentaba 275
del corazón abierto
comprimir el dolor, ya el suelo fuerte
recorría en las ansias de la muerte.
En la sangrienta escena que ha mirado
Ormesinda infeliz gime y suspira 280
sobre el regazo amado
de la sensible Elvira,
y con lágrimas tristes oprimidos
se esconden sus luceros afligidos.
De aquel lugar de muerte es separada, [67] 285
que allí el pálido horror las furias pinta
con negra pincelada
de dolorosa tinta,
y resuenan en vez de dulces voces
gritos de espanto fúnebres y atroces. 290
Manda luego el deán que pronto aviso
la justicia reciba del exceso,
porque sin su permiso
o su mandato expreso
no se atreve la Iglesia en su amargura 295
a dar al desdichado sepultura. [68]
La gitana
Miran de la mano
la palma que lleva
dátiles de oro,
la que no, no es buena...
..........................
Que mujeres de éstas
en medio del día
hacen ver estrellas.
GÓNGORA.
«Morena estoy, muchachas,
que en los calores
me han puesto en centinela
de los amores:
mas mi gitano 5
por mi rostro moreno
deja los blancos.
Sepan los habitantes
de todo el mundo [69]
que yo curo los males 10
sin tomar pulso:
y pues la gitanilla
todo lo entiende,
¿quién quiere por dos cuartos
saber su suerte?» 15
De bulliciosos niños perseguida
que con algarabía la cercaban,
las calles de Gandía paseando,
tales cosas decía la Gitana.
Elvira en el balcón su faz benigna 20
asomó, cual la aurora nacarada,
y por dar distracción a su señora
que largos días en dolor pasaba,
llamó a la Gitanilla, que vestía
jubón azul de guarnecida plata, 25
pañuelo que de manto hacía veces,
y de vistosas flores corta saya.
Presentola a Ormesinda, que alargando
a la investigadora entrambas palmas,
dejó que examinase con cuidado 30
de la suerte los signos en sus rayas.
Tras un largo silencio, Mariposa, [70]
(que así la Gitanilla se llamaba)
abandonó las manos de Ormesinda
y suspirando dijo estas palabras: 35
«El lugar donde tienes
el bien que adoras
lo conoce sin duda
la Mariposa,
porque sus alas 40
no respetaron nunca
cercas sagradas.
He visto en él un lirio,
que trasplantado
del terreno del siglo 45
se está mustiando;
fuerza es que muera
si a regarlo no acude
su jardinera.
En la tranquila noche 50
roncos gemidos
turban las soledades
de aquel retiro:
yo paré el vuelo
al escuchar el canto [71] 55
del prisionero;
y antes de separarme
dije, mal hace
quien piensa olvidar pronto
mudando traje, 60
porque el vestido
no ha libertado a nadie
del Dios Cupido.
El gavilán tirano
quiso enlazarse 65
con la más cariñosa
de las torcaces,
pero en las garras
del águila apenina
dejó las alas. 70
Del ruiseñor canoro
cesó el gorjeo,
porque el cantar tan claro
le fue funesto;
en estas selvas 75
para siempre cesaron
sus cantinelas.
Día vendrá en que el lirio [72]
de aquellos valles
que muere de sediento 80
su sed apague,
y verdes hojas
una a su cáliz bello
la cipria rosa.
Valor y amor unidos 85
mostrarán claro
que vencen imposibles
sin los milagros,
que un pecho firme
contra las furias todas 90
lucha y resiste.
Pero aquellas dulzuras
de muchos días,
y de las frescas noches
las alegrías 95
las calla ahora,
porque callarlas debe
la Mariposa.»
Tales voces el pecho de Ormesinda
conturban fuertemente: una mirada 100
de agitación dirige a la parlera, [73]
y una indiscreta lágrima se escapa
de sus hermosos ojos: mucho, dice,
vuela la Mariposa, mucho alcanza,
que tal vez recorrer todas las flores 105
por ocultas que estén y retiradas
es natural en ella cuando agita
por la floresta umbría lindas alas:
¿pero del duro mal que yo padezco
puede darme el remedio? y ella exclama: 110
«No producen los montes
yerbas tan buenas
que curen afecciones
que amor engendra;
mas del martirio 115
los años y las canas
son lenitivos.
Resistir el incendio
que el pecho abrasa
parecerá cordura, 120
y es ignorancia,
pues reprimidas
serán las explosiones
más convulsivas. [74]
Pero ya que tu rostro 125
me está diciendo
que cuentas con firmeza
para el remedio;
sin yerba alguna
con sólo resolverte 130
tendrás la cura.
Cuando muestre sus ruedas
la luna hermosa
verás en tus jardines
la Mariposa: 135
sigue sus pasos,
que seguir buena guía
no es gran trabajo.
Yo por sendas de flores
bien conocidas 140
seré la conductora
de la Ormesinda,
y en poco tiempo
creo, que alcanzar puedes
dulce remedio.» 145
No sabe qué responda a tal propuesta
Ormesinda infeliz, pero la rara [75]
fuerza del signo que al nacer preside,
en la duda cruel es la que manda.
La ausencia de su padre, que un tirano 150
a su palacio de Valencia llama,
y el deseo de ver al bien que adora
inclinan de su pecho la balanza.
Y aunque el honor se opone, y sus puñales
cuando llega su vez en ella clava, 155
cede al amor, que en tales ocasiones
domina los afectos con ventaja.
Te seguiré, la dice, Mariposa,
reserva del rocío leves alas,
que el vuelo de mi amor si no te excede, 160
tus bríos a lo menos sí que iguala.
Y sacando un anillo de sus dedos
de brillantes riquísimos, lo alarga
a la astuta mujer, que al despedirse,
según su estilo, placentera canta: 165
«Tales flores no crían
nuestros vergeles:
liberal el cariño
mucho merece:
con tales galas [76] 170
de la Mariposilla
crecen las alas.
A la doncella ilustre
Diosa de Pafos
para su romería 175
dispón el carro,
y tus palomas
la lleven a los brazos
del bien que adora.
Ejerced en las selvas 180
húmedo imperio
céfiros regalados,
céfiros frescos:
soplad iguales
para las fugitivas 185
auras suaves.
Las que a Cupido invocan
gocen las dichas
de noche regalada
y auras tranquilas; 190
los amorcitos
con antorchas fulgentes
abran camino. [77]
El calabozo
Yo, señora, una hija bella
tuve, que bien tuve, he dicho,
que aunque vive no la tengo,
pues sin morir la he perdido.
CALDERÓN.
¡Oh libertad! Bien dulce y no preciado
sino cuando perdido,
que siempre fuiste amado
después de conocido;
¡cuán infeliz aquel que por perderte 5
obligado se mira a conocerte!
Seis días ha que un infeliz anciano
sujeto a duras penas
por un feroz tirano
arrastra las cadenas, 10
sin conocer la dulce alternativa
de la sombra fugaz y la luz viva. [78]
Como si fuese ponzoñosa fiera
el hombre desdichado
de bárbara manera 15
al cepo es amarrado,
y de la argolla el peso el cuello siente
por sola presunción de delincuente.
He pues tu altar, oh Themis profanado,
porque a un delito incierto 20
se aplica de contado
castigo duro y cierto,
y si la pena al malo se anticipa,
de la misma el que es bueno participa.
La claridad del más sereno día 25
es sólo noche oscura
a quien la tiranía
mantiene en cárcel dura,
que si no acaba su cansada vida
la arrastra con la muerte confundida. 30
Lastimeros gemidos y sollozos
de muchos desdichados
en hondos calabozos
resuenan continuados,
y calcula el mortal consigo mismo [79] 35
si habita el suelo o el profundo abismo.
La armonía al lugar correspondiendo
la forman rudos sones
y rechinar horrendo
de grillos y eslabones, 40
las férreas puertas con sus gonces duros
y los gritos blasfemos y perjuros.
El padre de Ormesinda cariñosa,
el mísero Edelberto
en cárcel tan odiosa 45
se mira como muerto,
y sujeto a las iras de un tirano
que de infame puñal armó su mano.
Cual cómplice en la muerte desastrosa
de Ortiz es reputado, 50
porque la sed rabiosa
del tigre despiadado
ignorando del crimen los autores
en la inocencia ceba sus furores.
Decid (manda a un ministro de sus iras) 55
al viejo miserable
que en abrasadas piras
su cuerpo detestable [80]
será breve pavesa, si obstinado
no revela el autor del atentado. 60
Una embajada tal la sangre hiela
del triste prisionero,
se aflige, desconsuela,
y al duro mensajero
responde al fin con terminante acento 65
después de recobrar cansado aliento:
el que buscó virtud en un tirano
fue necio ciertamente,
y el que besó su mano
con gesto reverente 70
unió a la necedad la cobardía,
y con el deshonor la villanía.
De padre con el nombre, despiadado
en su furor el cielo
un monstruo ha regalado 75
al infelice suelo,
para que halague, y con extraña suerte
a los mismos que halaga dé la muerte.
Decid que los autores del quebranto
que a Ortiz dejaron muerto 80
al pie del altar santo [81]
no conoció Edelberto,
mas que sí que conoce en su disgusto
que un tirano feroz jamás fue justo.
Se ha cifrado mi crimen verdadero 85
en la condescendencia
con que a un aventurero
sin nombre y sin prudencia
cedí la mano de Ormesinda hermosa,
juzgue el delito quien fue causa odiosa. 90
No es extraño que anhele sangre mía,
porque es naturaleza
de la pantera impía
cebarse con fiereza,
y ebria de sangre, cuando no beberla, 95
reteñirse las fauces y verterla.
De los míseros manes ultrajados
las sombras pavorosas
con ayes prolongados
y voces lastimosas 100
venganza piden al contrario cielo,
mientras con sangre se enrojece el suelo.
Las pesadas cadenas que sujetan
mi cuerpo fatigado, [82]
poco al valor aprietan 105
del ánimo esforzado,
que a una alma libre que al honor se fía
no puede avasallar la tiranía.
Tema la muerte quien por siervo infame
no mereció la vida, 110
el hombre libre clame
contra el liberticida
cuando amaguen su pecho los puñales,
cuando ciñan su cuello los dogales.
Dijo, y mirada de desprecio altivo 115
dirigió al mensajero
que cual áspid nocivo
o tigre carnicero
que no puede morder, mas se enfurece,
y dándole la espalda desparece. 120
Era la noche, cuando el blando sueño
a todos regalaba
con plácido beleño,
y el que cautivo estaba
soñando lo que el alma apetecía 125
libre de las cadenas se creía.
Sólo el hondo silencio interrumpido [83]
en la infeliz clausura
por áspero chirrido
de férrea cerradura 130
de cuando en cuando más pavor causaba,
y uno que otro tosía o bostezaba.
En un ángulo estrecho y mal formado
cuya humedad pudiera
al más complexionado 135
causar la muerte fiera,
sobre el suelo infeliz yace Edelberto
en la apariencia espantadora muerto.
Abren de su mazmorra tenebrosa
la puerta bien segura 140
y arrojan una cosa
sobre la tierra dura:
quiere Edelberto hablar, se pone alerta,
y oye cerrar la malhadada puerta.
Con las manos recorre el pavimento, 145
y tras de breve pieza
advierte con el tiento
que toca una cabeza
separada del cuerpo. ¡Oh Dios! ¡qué horrores!
¡noche de crueldad y de dolores! [84] 150
Y es que el ejecutor de la justicia
en pago merecido
de criminal malicia,
descuartizó a un bandido,
y cual si fuera funerario pozo, 155
los miembros encerró en el calabozo.
Y como teme amor siendo extremado,
fue la primera idea
del padre desgraciado,
si acaso el cráneo sea 160
de Ormesinda infeliz que el vil tirano
le ofrezca cual presente de su mano:
y duda, y teme, y extendiendo el brazo
retráelo temblando
cual si violento lazo 165
lo fuera sujetando,
y por temer la certidumbre fiera
prefiriendo la duda desespera.
Tiende otra vez la mano temblorosa,
busca la prueba clara, 170
pero la piel rugosa
de la barbada cara
deja el amor de padre satisfecho, [85]
aunque el horror le despedaza el pecho.
Juzga que del horrible asesinato 175
podrá ser algún reo
que el despotismo ingrato
le envía por trofeo,
y deplorando la fortuna varia
dirige al alto cielo esta plegaria: 180
«¿Señor, cuándo cansado
del Fariseo inmundo
daréis con vuestro agrado
la libertad al mundo?
¿Cuándo será, Dios mío, 185
que la virtud respire,
y hollado el bando impío
propicio al cielo mire?
¿Acaso por herencia
dejáis a los amados 190
de muerte la sentencia
y horrores continuados?
¿Acaso a los impuros
guardáis por recompensa
que en su maldad seguros 195
al bueno hagan ofensa? [86]
¿Y cómo entre el espanto
de azotes inclementes
podrán llamaros santo
los hijos inocentes, 200
si la mordaza dura
con un furor extraño
sus labios asegura
y aumenta el grave daño?
Alzar pueden apenas 205
sus manos ultrajadas
con bárbaras cadenas
y esposas agravadas,
y a su filial deseo
en vuestro altar no es dado 210
quemar olor sabeo
precioso y delicado.
Si nubes de repente
en su feroz pelea
lanzan el fuego ardiente 215
que vivo serpentea,
¿por qué, Señor, entonces
aquella raza impura
que iguala a duros bronces [87]
no paga su locura? 220
Ser grande, que avasallas
al ponto y lo refrenas,
poniendo por murallas
las débiles arenas:
¿por qué del mismo modo 225
no humillas al ingrato
que oprime al mundo todo
y burla tu mandato?
Sangre, exterminio y guerra
causaron los tiranos, 230
y alzáronse en la tierra
los hombres inhumanos
que en fuerza de señores
a los demás dijeron,
sois bestias, o peores, 235
y los demás temieron.
Para dictar las leyes
con el poder armados
se proclamaron reyes
ungidos y sagrados: 240
sois Dioses, les gritaron
los nobles orgullosos, [88]
sois Dioses, contestaron
los pueblos temerosos.
Dijeron así un día: 245
Dios manda a toda gente:
si alguno se desvía
pensando libremente,
cual animal nocivo
en nombre de Dios santo 250
sea quemado vivo
con horroroso espanto:
y viéronse encendidas
las bárbaras hogueras,
cuchillas prevenidas 255
con las espadas fieras,
las ruedas con puñales
para un morir prolijo,
las horcas y dogales
y enfrente un crucifijo: 260
y resonaron voces
de muchos, entretanto,
y gritos muy atroces
tras religioso canto:
unos seres extraños [89] 265
vestidos de mil modos
con diferentes paños
gritaban más que todos:
muera el impío luego,
que mueran los malvados, 270
y a miles en el fuego
en tanto eran lanzados:
¿Y vos, Señor, que visteis
tanta orfandad y horrores,
por qué no confundisteis 275
los necios y traidores?»
Aquí calló Edelberto, y de sus ojos
las lágrimas saltando
cual fúnebres despojos
se fueron empapando 280
en la misma cabeza que allí había
fétida, hirsuta, ensangrentada y fría.
El ermitaño
Bajad con silencio, que
de aqueste monte en la falda
caballos y gente he visto
entre esas espesas matas.
CALDERÓN.
Di, Jacinta, ¿dónde vas?
-Amor, decírtelo quiero:
buscando el amor primero
que no se olvida jamás.
BERNARDO DE LA VEGA.
Una mesa, una cruz y un banco duro
tiene por todo ajuar un ermitaño,
un saco con capucha por vestido,
y por rico tesoro un relicario.
Al pie de una montaña en el desierto 5
abrió del tiempo la incansable mano
profunda cueva retirada y triste
Entre pesadas moles de peñascos. [91]
Aquí tranquilos ve correr sus días
en oraciones y ejercicios santos, 10
un eremita austero y penitente
lejos del mundo y libre de sus daños.
Sobre el césped florido, par la fuente
que riega las violetas murmurando,
la ley medita en el sagrado libro 15
que contiene los dogmas del cristiano,
cuando turba el silencio del desierto
el continuo pisar de unos caballos,
y el agudo relincho que en las breñas
largamente se extiende resonando: 20
apenas vuelve los turbado ojos,
del pisador se apean a su lado
dos lindas hermosuras que seguían
de una gitana los veloces pasos.
¡Cielos! ¡Elvira! (exclama el penitente) 25
y cae al suelo el código sagrado
para ceder al dulce amor de Elvira
firme lazada en cariñosos brazos.
En un tiempo la amó; fue cuando siente
tierno doncel en los felices años 30
por la primera vez entre placeres [92]
del pagador agudo el grave daño.
Y esta fuerte impresión un sello deja
que se arrastra al sepulcro, y siempre grato
su recuerdo se ofrece a la memoria 35
feliz origen de feliz encanto:
pero de las familias encontradas,
tenaz se opuso el odio inveterado
al recíproco afecto de dos pechos
que entre el odio común se idolatraron: 40
perdida la esperanza lisonjera
de estrechar de himeneo fuertes lazos,
dejó el mancebo los paternos lares,
y al pie de un alto monte solitario,
modelo de virtud y de abstinencia 45
quiso vivir del mundo separado,
la llama activa que cundió en su pecho
con las austeridades apagando.
Así pues sorprendido con la vista
del primitivo y singular retrato 50
que las acerbas lágrimas y ayunos
sino borrar, oscurecer lograron,
se adelanta, y las leyes religiosas
por las del corazón abandonando, [93]
a la sensible y cariñosa Elvira 55
prodiga tiernamente sus abrazos:
mas de pronto se turba, y semejante
al que en precioso y cristalino vaso
por apagar su sed prueba las heces
de hiel funesta o de licor amargo, 60
se retira confuso, y es que al punto
de probar las delicias de halago,
la voz de la conciencia temerosa
le hiela el corazón apasionado.
Prometió con terrible juramento 65
vivir a Dios, y del amor insano
antes que obedecer los desvaríos
buscar la muerte y merecer el lauro.
¡Infeliz! (exclamó) ¡de qué sirvieron
los lentos días de continuo llanto, 70
las noches de dolor, y los ayunos
que el enfermizo cuerpo maltrataron,
si fue tu amor un fuego entre cenizas,
sólo en las apariencias apagado,
que al más ligero soplo de los vientos 75
vivió otra vez para lucir más claro!
Fácil te fue vivir entre las fieras [94]
en horrorosas breñas sepultado;
venciste al mundo, y unos ojos bellos
sin resistencia alguna te postraron. 80
Así se agita el mísero, y no sabe
que el huir es vencer en tales casos,
y que la resistencia más segura
sólo en volver la espalda se ha cifrado:
porque burla el amor las reflexiones 85
que siempre han sido en contra de sus dardos
ligeras nubes que la noche cría
y han de desvanecer solares rayos.
Llora, y es el llorar en el cariño
lo que en la rosa del sediento prado 90
el puro rosicler de la alborada,
que nutre el cáliz, vivifica el tallo.
Vuelve a mirar a Elvira... ¡ah!... le abandonan
de la virtud los documentos santos,
y un suspiro de amor es el que vence 95
en un combate duro y obstinado.
«Estas perlas, le dice la gitana,
a Ormesinda y Elvira señalando,
habitador del monte, se confían
a tu desvelo y singular cuidado: [95] 100
las sencillas palomas han huido
de dura esclavitud, y el aire blando
respiran del desierto silencioso
libres de todo afán y sobresalto.
Sus miradas son dulces y expresivas, 105
son sus arrullos al oído gratos,
enamoran sus picos cariñosos,
sus pies de grana y su plumaje blanco.
En tu tranquilo albergue las recibes
después que sus alitas fatigaron, 110
do blando sueño sus pupilas cierre
sin temer los enojos del milano.
No está lejos de aquí el pichón querido
que de la más hermosa ha cautivado
la tímida afición, ignora el triste 115
que cerca está su dicha y su regalo.
Dijo, y sin esperar respuesta alguna
marchose por las quiebras del barranco,
y con altas malezas confundida
leve vestigio no dejó en sus pasos. 120
Roberto (así llamose el eremita)
dejando el aire triste y pesaroso [96]
propio de un solitario penitente
dio libertad a sus humildes ojos:
rogó a las dos hermosas que en la margen 125
de un cristalino y susurrante arroyo
sentadas sobre el césped disfrutasen
las delicias de un plácido reposo:
en leve canastillo presentoles
un blanco pan y un queso muy sabroso, 130
y en profunda vasija el dulce néctar (7)
que beben los cartujos religiosos.
Dulces manzanas, ciprios moscateles,
y añade unas conservas y bizcochos
que recibió en obsequio reverente 135
de algunos bienhechores y devotos.
Las brisas de la tarde refrescaban
aquel sitio feliz con blando soplo,
y agitaban las hojas conmovidas
de lentiscos, adelfas y madroños. 140
Rogó Elvira a Roberto, que contase [97]
cómo tomó aquel hábito tan tosco
habitando en las mudas soledades:
y comenzó Roberto de este modo:
«El hombre necio en su delirio insano 145
promete a Dios con atrevidos votos,
sin medir como débil sus miserias,
cosas que exceden sus esfuerzos todos:
y mientras en la tierra ha confiado
dejándose arrastrar del amor propio 150
al puro querubín anivelarse,
conoce en fin que es miserable lodo.
Mi familia y la tuya, hermosa Elvira,
en los contrarios bandos y alborotos
que agitaron la patria desgraciada, 155
opuestos rumbos abrazaron pronto:
creció la enemistad, se perpetuaron
las feroces venganzas y los odios,
mas nuestro amor no conoció más leyes
que el fuego activo que nació en nosotros. 160
Creció como una rosa purpurina
rodeada de cardos y de abrojos,
que a pesar de tan duros enemigos
balancea su cáliz oloroso: [98]
pero mi padre... ¡oh cielos! presentando 165
un agudo puñal, con ceño torvo
toma, me dijo, ingrato, antes que puedas
mezclar tu sangre en tu delirio loco
con la de un siervo vil (perdona Elvira)
la mía has de verter con ciego encono, 170
que yo la muerte de tu misma mano
antepongo a un vivir ignominioso.
¡Hijo infeliz...! mas no, debo llamarte
enemigo y traidor, futuro esposo
de la que tiene un padre que profana 175
de nuestras libertades el decoro:
y cuando muchas bellas que el orgullo
son de los corazones generosos,
te brindan con su mano, es una esclava
quien te sonríe con alegre rostro. 180
¡Infeliz si postrado ante sus plantas
su favor implorases a mis ojos!
y muy feliz tu padre que con sangre
lavaría un borrón tan oprobioso.
Dijo, y me dio el puñal que de mis manos 185
yertas y frías deslizó en tal modo
que se clavó en mi pie, manifestando [99]
que era mi sangre la que ansiaba sólo.
Retireme a los bosques que ocultasen
mi desgraciado amor, selvas y sotos 190
busqué para el alivio de una pena
que en el pecho formó cimientos hondos.
Presenteme al abad de un monasterio
que dista de este sitio un trecho corto,
y el cuidado y el culto de esta ermita 195
concedió a mis deseos fervorosos.
Aquí fue mi destino noche y día
en tus delicias, oh virtud, absorto
meditar en la ley, pidiendo al cielo
que protegiese mis esfuerzos cortos. 200
Con agudos cilicios macerando
de la carne rebelde los antojos,
regué con llanto mi infelice lecho
resonando en las peñas mis sollozos.
Abrí el inculto suelo, y ocuparon 205
el lugar de zarzales ponzoñosos
vistosas flores de matices bellos,
fértil olivo y altos algarrobos.
Mil veces el anciano miserable
buscó en este mi albergue su socorro, [100] 210
y halló quien aliviase sus dolores
la orfandad infeliz en su abandono.
¿Quién pudiera creer, Elvira mía,
que mientras los cantares fervorosos
de ardiente contrición aquí sonaban 215
ante el divino acatamiento y trono,
cuando tu dulce amor sólo ofrecía
sombra ligera de pincel muy tosco,
rápida exhalación que nace y luce
para olvidarse y perecer muy pronto, 220
preparase Cupido su triunfo?
¿Que ocupase mi pecho doloroso
tan feble a sus asaltos, como al silbo
del furioso huracán débil pimpollo?
¡Qué grato es tu mirar, dulce enemiga 225
de mi tranquilidad! brillan tus ojos
tan bellos para mí, cual si saliera
de lóbrego y eterno calabozo!
No abandones jamás este retiro...
hay aquí limpia fuente en cauce hermoso, 230
y pájaros sensibles que en las ramas
cantarán tu belleza y tu decoro.
¡Qué frescura! ¡qué sombras! estas flores [101]
en varios cuadros las planté vistosos,
cuando por el amor del alto cielo 235
yo dejaba del tuyo los tesoros.
No sabía que habían de agradarte,
pero ya me inclinaba cariñoso
a cuidar de sus tallos delicados
y apartar los insectos codiciosos.» 240
Cesó de hablar: Elvira suspiraba:
Ormesinda admirose al ver cuán doctos
llegan a ser, cuán tiernos y expresivos
agitados de amor los seres todos.
Pero ya lentamente descendían 245
las sombras de los montes más fragosos,
y el héspero feliz con faz benigna
daba su resplandor al alto polo;
y mientras que las aves fatigadas
buscaban de sus nidos el reposo 250
al albergue vecino y solitario
los tres se retiraron poco a poco. [102]
La cruz
Véante mis ojos,
muérame luego,
¡Oh dulce amor mío,
y lo que más quiero!
JORGE MONTEMAYOR.
«¡Oh si permitiese el cielo
dulce amigo, que la viera
antes que la muerte fiera
acabase mi desvelo!
¡Oh qué celestial consuelo 5
mi corazón probaría
al verte, Ormesinda mía,
antes de dejar el suelo!»
Así con Roberto hablaba
Ricardo, que fatigado [103] 10
de un paseo dilatado
en su ermita descansaba:
consolaos (contestaba
sonriendo el ermitaño)
y Ricardo, este mi daño 15
sólo con la vida acaba.
¡Cuán triste y desventurado
es, amigo, mi vivir!
es un continuo morir,
es agonizar pausado, 20
porque en el pecho clavado
tengo agudo pasador
que con bárbaro furor
hasta el alma se ha internado:
Y al poner todo mi brío 25
en apartarlo y triunfar,
lo que logro es agravar
el dolor del pecho mío,
pues con largo desvarío
se acostumbró el corazón 30
a llevar el aguijón
y a sufrir su mal impío.
¡Oh noches! ¡en vuestro espanto [104]
cuál sufre mi pensamiento,
pues comienza mi tormento 35
cuando tendéis vuestro manto!
Necio juzgo que entre tanto
que llegue el rosado albor
podrá calmarse el dolor,
y lo llevo al altar santo. 40
Y precisado a escoger
entre angustias y pesares
del Eterno en los altares
entre Dios y una mujer,
¡infeliz! vengo a ceder 45
y a la celestial riqueza
antepongo una belleza
que cual yo ha de perecer.
Del claustro en la soledad
la nombro en mi acerba pena, 50
y mi ciego error condena
del sitio la santidad,
quiero implorar la piedad
de un Dios justo y amoroso,
y al sepulcro pavoroso 55
me llama la eternidad. [105]
Con ayunos consumido
creí triunfar del amor
y mi pena fue mayor,
pues fatigado y rendido 60
en mi lecho reducido
con debilidad mortal,
que contemplase mi mal
la rogaba enternecido.
Como sombra se ofrecía 65
a mi vista conturbada,
y en mi cama desdichada
yo los brazos le tendía:
¡ay! ven pronto la decía,
¡que dentro de un breve instante 70
ya no existirá tu amante!
y la ingrata no quería.
Disipada la ilusión,
sólo a mi lado miraba
una mesa en donde estaba 75
el signo de Redención:
con ardiente contrición
teniendo enemigo al suelo
pedía llorando al cielo [106]
la asistencia y el perdón. 80
No hay remedio ¡oh dura estrella!
para siempre la perdí,
feliz con ella viví,
y muero infeliz sin ella:
¡oh dulce amigo! ¡es tan bella 85
cuanto desgraciado yo!
Cielos ¿por qué a mí me amó
si yo había de perdella?
¿Y si en este sitio hermoso,
le preguntó el ermitaño, 90
para calmar vuestro daño
vieseis al ángel precioso
que con semblante amoroso
compensase un breve instante
las desdichas de su amante, 95
seríais ya venturoso?
Sí, Ricardo contestó;
tú lo ignoras, su mirada
es la cosa más amada
que el Criador acabó, 100
aquel que sus ojos vio
si disfruta su luz pura [107]
no conoce desventura,
no puede estar triste, no.
Que la pueda yo mirar 105
y de sus labios oír
que mi amor pudo existir
en su pecho sin cesar,
aunque se haya de acabar
mi triste y cansado aliento, 110
pues por sólo este momento
la vida se puede dar.
Mira, no es llama ligera
la que abrasa el corazón,
no es momentánea ilusión 115
tan breve cuan lisonjera,
es un Etna, es una hoguera
por sí capaz de matar
y que para mi penar
no permite que me muera. 120
¡Ley atroz! ¡Padre homicida!
tú al corazón de Ricardo
no lanzaste agudo dardo
que acabase con su vida,
tú con crueldad no oída [108] 125
en su pecho introdujiste
un veneno, un dolor triste
de existencia aborrecida.
¿Y padre habré de llamarte...?
Con el título natura 130
no te ha dado la ternura
que con él debiera darte:
te dio una alma infiel, impura,
te dio un carácter feroz,
una hipocresía atroz 135
y la condición más dura.
Para adorarnos nacimos
mi dulce Ormesinda y yo,
el cielo nos escuchó
cuando amarnos prometimos: 140
si desgraciados vivimos,
¡buen Dios! ¿quién podrá creer
que al mismo que me dio el ser
tal atrocidad debimos?
Mas dime ¿piensas que el cielo 145
mis votos pudo escuchar
y un sacrificio aceptar
que colmó mi desconsuelo? [109]
¡Oh qué error! el que en el suelo
prometió primero amar, 150
en vano al pie del altar
renunciar quiso su anhelo:
y que es necedad, no hay duda,
mudar traje en conclusión
si primero el corazón 155
en su interior no se muda;
conozco en mi pena cruda
que el ciego amor y mi mal
se burlan de este sayal
que a ser santo no me ayuda. 160
¡Ah! quien quiso que un doncel
renuncie su libertad
antes de tener la edad
del discernimiento fiel,
es un bárbaro y cruel, 165
es un monstruo del averno;
de un remordimiento eterno
tragar debe amarga hiel.
Tus derechos ultrajó
oh santa naturaleza, 170
y con bárbara fiereza [110]
tus seres envileció,
pues mientras que se fingió
ángel de paz y de amor
fue el verdugo más traidor 175
que de mujeres nació.
¡Cielos! exclamó Roberto,
acábense tantas penas,
rompan tan duras cadenas
un placer y un gozo cierto, 180
renazca un esperar muerto,
venzan amor y amistad
en la muda soledad
de este fúnebre desierto.
¡Ormesinda! flor querida 185
del matutinal albor,
hurí bella, ángel de amor,
que presides a la vida,
ven hermosa y escogida
a estrechar eternos lazos 190
de Ricardo entre los brazos
sin que nadie te lo impida.
No hay aquí quien pueda hollar
la ley de naturaleza, [111]
si tiránica fiereza 195
sabe al mundo avasallar,
no llegará a dominar
este ignorado rincón,
y en él libre el corazón,
ha de sentir, ha de hablar. 200
Dijo, y Ormesinda hermosa
que a los dos oculta oyó
como ninfa apareció
delicada y amorosa,
mas cual sensitiva airosa 205
que en su cáliz virginal
sintió la leve señal
de atrevida mariposa,
en los brazos de su amante
la bella se desmayó, 210
y en palidez convirtió
las rosas de su semblante;
se cerraron al instante
sus ojos, la luz perdida,
y sólo señal de vida 215
daba el pecho palpitante.
La extrañeza conmovía [112]
a Ricardo fuertemente,
gozando como un torrente
de una súbita alegría; 220
sueño rápido creía
la más dulce realidad,
admiraba la beldad
de su amada, y la decía:
«¿Eres tú, tesoro mío? 225
¿Acaso vana ilusión
engaña mi corazón
con un necio desvarío?
¿Acaso cuando confío
tener lo que estimo más, 230
eres sombra y volarás
con un desengaño impío?
¿Mas cómo puedo temer
apariencia engañadora,
si el alma que tanto adora 235
lo contrario me hace ver?
¿Quién podrá desposeer
al más sincero amador
del tesoro del amor
tras de tanto padecer? [113] 240
¿Quién sólo idear pudiera
profanarte, flor gentil,
sin que con su mugre vil
no pagase su quimera?
De mi furia atroz y fiera 245
ni el asilo de piedad
ni el vestido de humildad
preservarlo consiguiera.
Mas triste y casi vida
no respondes a mi afán, 250
y tus luceros están
sin la luz apetecida,
vuelvan a la luz querida,
y contempla a tu amador
cual le puso su dolor 255
cuando te lloró perdida.
En órbitas transparentes
las lágrimas del amante
de Ormesinda en el semblante
deslizaban reverentes, 260
lágrimas dulces y ardientes
que sobre nieve y jazmín
de tan bello serafín [114]
caían de hermosas fuentes.
Su activo y violento ardor 265
a las marchitadas rosas
con artes maravillosas
restituye su color:
vueltos ya de aquel sopor
los luceros adorados, 270
de los párpados pesados
rompen el yugo opresor.
¡Ah! la fuerza singular
que en sus ojos puso el cielo
es desesperado anhelo 275
atreverse a retratar,
sólo es dado penetrar
a los sensibles amantes
de unos ojos siempre errantes
los secretos, y callar. 280
Mas cuando Ormesinda vio
aquel hórrido vestido
que cubría a su querido,
fúnebres suspiros dio;
vez segunda le miró 285
y culpando al alto cielo [115]
en amargo desconsuelo
de esta manera exclamó:
«Ese mísero sayal
sólo servir debe a aquel 290
que a su dulce amor infiel
dio la espalda desleal;
es sólo triste señal
de oscura y humilde suerte,
es insignia de la muerte, 295
es mortaja funeral.»
«Un padre inhumano fue
(Ricardo le respondió)
quien el traje me vistió
del claustro que detesté; 300
si en el altar humillé
cual víctima mi cerviz,
jamás por ser infeliz
pude renunciar tu fe.
No distingue de vestido 305
el que es cariñoso amor,
ni cuida del exterior
en el corazón nacido:
si siempre tu amante he sido [116]
dígalo el cielo a quien di 310
palabras que no cumplí
en la soledad metido.
No te horroricen, mi bien,
estos mal cubiertos brazos,
¿Porque más estrechos lazos 315
quién puede formarlos, quién?
Ven, dulce adorada, ven,
que bajo un paño grosero
el amor más verdadero
nunca mereció el desdén.» 320
«Ricardo mío, jamás,
respondió la ninfa hermosa,
a Ormesinda desdeñosa.
o cruel encontrarás;
hasta el sepulcro verás 325
en mí, constancia y amor,
y tal vez aquel valor
que tú mismo no tendrás.
Contra viles opresores
conocerá el mundo entero 330
que el cariño verdadero
sabe despreciar furores, [117]
y que cuando mil horrores
siembra do quier su fiereza,
vence la naturaleza 335
de los tiernos amadores.
¡Dulce suspirado mío,
cuál ha puesto tu hermosura
la funesta desventura
y el rigor del hado impío! 340
Tu rostro triste y sombrío
con la palidez mortal
causa en mí un acerbo mal
que en vano expresar porfío.
¡Tus ojos cómo perdieron 345
aquel brillo encantador,
y tus labios el color
con que un día se tiñeron!
Tus cabellos me prendieron
en la red de amor también, 350
mas ahora no los ven
estos ojos cual los vieron.
¡Inhumanos! ¡despojar
de su pompa y lozanía
la planta que el cielo cría [118] 355
para adorno singular,
es lo que queréis llamar
virtud santa y religión!
Tiranía y opresión
sabéis sólo ejercitar. 360
La virtud piedad respira,
jamás fueron sus intentos
sofocar los sentimientos
que naturaleza inspira;
el mundo en el eje gira 365
eternamente de amor,
siempre será un opresor
quien quiera abatir su pira.»
«Sí, bien mío, respondió
Ricardo: vivir aislado 370
como en vida sepultado
no lo aprueba el cielo, no:
quien para nadie vivió,
quien sólo para sí mismo
al negro y vil egoísmo 375
cual víctima se entregó,
privado de sensaciones
que imprime la beldad fiel, [119]
sólo de ingrato y cruel
aprenderá las lecciones: 380
los sensibles corazones
han nacido para amar,
hacer bien, y disfrutar
de este bien en sus acciones.
Insensibles, estudiad 385
la sabia naturaleza
en donde de su grandeza
luce Dios la majestad:
la avecilla contemplad
cual del tierno amor flechada 390
canta siempre enamorada
de su dulce libertad:
pero si en cárcel odiosa
inhumanos la encerráis,
si del nido la priváis 395
en donde su par reposa,
su existencia dolorosa
arrastrando en dura suerte,
querrá preferir la muerte
a la cárcel enojosa. 400
Ven pues, tierna enamorada, [120]
orgullo del corazón,
ángel de consolación,
siempre dulce y suspirada:
¿ves aquella cruz alzada 405
al pie del sauce frondoso?
Ella de un amor dichoso
en la soledad amada
escuche los votos, sí;
mi juramento reciba 410
de serte fiel mientras viva
y de suspirar por ti:
después que triste viví
sea el mismo padecer
gloria bella del querer 415
que te pueda unir a mí:
y cuando insensibles seres
han proscrito nuestra unión,
la confirme el corazón
despreciando pareceres: 420
yo te quiero, tú me quieres,
di ¿quién puede disputarnos
los derechos de adorarnos,
para hollar nuestros placeres? [121]
Cuando tu voz oiré 425
prometiendo amor eterno
contra el mundo y el averno,
de la santa cruz al pie,
satisfecho quedaré
de mi afortunada suerte, 430
y las iras de la muerte
vencedor despreciaré.»
Dijo; de la mano asido
de la bella que adoró
ante la cruz se postró 435
amoroso y compungido,
y del labio enardecido
de amador tan firme y tierno
salió el juramento eterno
de amar siempre sin olvido. 440
Mas el ver a la hermosura
adorando aquella cruz,
fue ver al ángel de luz
que preside a la ventura;
halagaba el aura pura 445
sus cabellos que flotaban,
y los céfiros jugaban [122]
con la blanca vestidura.
Cuando sus votos juró,
el sauce verde y pomposo 450
con su ramaje frondoso
hasta el suelo se inclinó,
el susurro se calmó
de los árboles mayores,
y el cáliz de hermosas flores 455
blando aroma respiró.
El hijo de Citerea
transformado en mariposa
por la soledad umbrosa
revolando se recrea; 460
ya en un tallo balancea
su cuerpecito donoso,
ya en más plácido reposo
liba el cáliz que desea:
ya finge ser engañado 465
por los labios de Ormesinda,
de aquel néctar con que brinda
su boquita enamorado,
y con vuelo prolongado
forma en lindos devaneos [123] 470
de esperanzas y deseos
laberinto delicado.
Mas las horas que fatigan
del tiempo el curso dormido
no hay instante apetecido 475
en que al amor no persigan:
ellas a romper obligan
los lazos de los amantes,
sin que lágrimas constantes
su vuelo parar consigan: 480
pues el secreto mayor
para guardar en joyel
de todo peligro infiel
interesa al amador;
Ricardo, es fuerza partir... 485
¡Inocente! no sabías
que tus dulces alegrías
en tal trance han de morir.
¡Cómo se abrazan los dos!
¿Quién los puede separar 490
si con fuerza singular
el alma se marcha en pos?
Fuerza y secreto, sois vos [124]
quien decide a la razón:
se les parte el corazón, 500
y el eco repite: Adiós.
La amistad
La amistad y el amor son dos consuelos
que nos dispensa en medio de los males
la benigna influencia de los cielos.
ARRIAZA.
Y a las brisas de la noche
las praderas refrescaban
blandamente,
y de Delia el blanco coche
los caballos arrastraban 5
a occidente:
sueños leves imitando
mil figuras diferentes
iban a todas las gentes
su dulzura regalando. 10
Calla el bosque y la espesura,
calla el monte cavernoso [126]
con el valle;
no hay ave pintada y pura
de gorjeo primoroso 15
que no calle,
pues hasta el arroyo y fuente
convidando a descansar,
sólo saben murmurar
poco a poco y sordamente. 20
¡Oh mortal contemplador,
observa y goza tu bien,
porque amado
del magnífico hacedor
debes darte el parabién! 25
Ha mandado
que el alma naturaleza
tenga al hombre por su dueño,
y guarde su dulce sueño
de las sombras la tristeza. 30
¡Qué dulce fuera escuchar
en desierto tan amado
y a tal hora
el sabroso razonar
de quien tuviese a su lado [127] 35
su señora!
¡Cuán frescos y regalados
los céfiros en sus alas
llevarían como galas
los suspiros abrasados! 40
Mas no sólo las delicias
de Pafos a la Deidad
se guardaron,
porque también sus caricias
los Dioses a la amistad 45
reservaron,
y parten entre los dos
ternuras, placer y afecto,
si llegan a un fin perfecto
la amistad y el ciego Dios. 50
Por eso abrazada Elvira
de Ormesinda encantadora
como yedra
que sólo si en torno gira
del duro tronco que adora 55
sube y medra,
parece quiere enlazar
en una dos almas bellas [128]
que el rigor de las estrellas
ha resuelto separar. 60
Con ósculos cariñosos
oprime su blanco seno
que palpita,
mil suspiros fervorosos
que de amor lo dejan lleno 65
deposita,
y parece que su anhelo
es hallar el corazón,
y moverlo a compasión
de sus ansias y desvelo. 70
Exclama: ¿me abandonáis
amiga y señora mía
sin consuelo?
¿Mis lágrimas no apreciáis
que abrasan la arena fría 75
de este suelo?
¿En un pecho amado y fiel
¡cielos! cabe tal dureza?
¿Cuándo ha sido la belleza
tan ingrata y tan cruel? 80
¿Sois vos la que en mi regazo [129]
que blanda amistad respira
reclinada
decíais que un solo abrazo
de esta vuestra triste Elvira 85
desdichada,
calmaba vuestros pesares,
cual de Neptuno la esposa
disipa con faz hermosa
la soberbia de los mares? 90
¿Soy yo la que enardecida
con tan mágico placer
os miraba
con eterno lazo unida,
sin recelos de perder 95
lo que amaba?
O me engañó la ilusión
con su mentido pincel,
o se ha mudado en infiel
vuestro tierno corazón. 100
Os seguiré: separarnos
y romper tan bellos lazos
no es posible:
si nacimos para amarnos [130]
¿podéis ser a mis abrazos 105
insensible?
Que os acompañe dejad,
y que lo que a mi dolor
ha negado vuestro amor
lo conceda la piedad. 110
¡Infeliz! (dijo Ormesinda)
¡amorosa criatura!
¡Cuál me mata
el llanto que en tu faz linda
marchitando la hermosura 115
te maltrata!
Pero sabe que el sendero
que me convida y encanta
no lo pisa humana planta
sin peligro lastimero. 120
Cupido de un noble pecho
jamás exige menguados
sacrificios:
hay un acueducto estrecho
que ofrece por ambos lados 125
precipicios,
y de un monte cavernoso [131]
toma cristalina vena
con que otros conductos llena
de un recinto religioso. 130
Es muy fácil su subida,
mas su línea recorrer
dilatada
sólo puede la que herida
cual yo, busca del placer 135
la morada:
Sí: del acueducto el fin,
rotos tantos embarazos,
me colocará en los brazos
de mi amado serafín. 140
Allí me llama la suerte,
allí todos los amores,
cara Elvira;
yo sé despreciar la muerte,
su trance viles temores 145
no me inspira:
lo que teme el corazón
es, de la que tanto adora
la cruel separación.
Porque la dudosa senda [132] 150
adornan con lirio y rosa
bellas flores,
precede el amor sin venda,
y de antorcha luminosa
los fulgores: 155
tu abandono para mí
sí que es precipicio triste
donde la luz no me asiste
que para siempre perdí.
¡Cielos! (Elvira responde) 160
¿Qué signo triste y fatal
os inclina
mientras la razón se esconde
a buscar el ciego mal
que os domina...? 165
De vuestra separación
sólo augura el alma mía
desgracias de suerte impía,
muerte, luto y aflicción.
Sino mirad ese cielo 170
cual con nubes espantosas
se ha enlutado;
mirad qué funesto velo [133]
las luces más primorosas
ha ocultado, 175
y cómo la luna bella
(cual sin mí vos os quedáis
si cruel me abandonáis)
aparece sin su estrella.
Amenazan los enojos 180
del airado firmamento,
tierna amiga,
poned en él vuestros ojos,
y cese el osado intento
que os obliga 185
con amoroso artificio
a buscar en noche oscura
una muerte acerba y dura,
y por tumba un precipicio.
Ormesinda contestaba: 190
ese cielo que ha causado
tus temores,
jamás mi tormento acaba,
jamás sereno ha mirado
mis amores: 195
deja pues que forme alarde [134]
de su tétrico furor,
que asistido del amor
nadie pudo ser cobarde.
¿Quieres que una triste vida 200
que arrastro con aflicción
precie tanto?
¿Y que cuando prevenida
veo la consolación,
necio espanto 205
robe a mi labio sediento
solícito de beber
una copa de placer
y colmada de contento?
Flor mezquina que ha nacido 210
en desierto abrasador,
que se muere
sin arrimo apetecido,
sin sombra contra el ardor
que la hiere: 215
tal, Elvira, es la hermosura
si la privas (8) del querer,
muere al punto de nacer,
se disipa y nada dura. [135]
Pimpollo por el contrario 220
de cultivado pensil
que enamora,
hasta que al bóreas más vario
cede su imperio gentil
leve flora; 225
es la célica beldad
en la dulce posesión
amada del corazón
mientras goza de su edad.
Tú de Roberto adorada, 230
disfruta de su cariño
la dulzura;
vuela nuestra edad cansada,
y oponerse al ciego niño
no es cordura... 235
En los brazos de tu amado
acaso me olvidarás...
Dime, Elvira: ¿me amarás
como siempre me has amado?»
Y Elvira: «¿Merece acaso 240
una duda tan cruel
mi ternura? [136]
De mi edad en el ocaso,
y cuando la parca infiel,
terca y dura, 245
cortare mi triste vida,
al sepulcro llevaré,
cara Ormesinda, la fe
que me tiene a vos unida.
Allí si me fuere dado 250
cual leve sombra vagar
un momento,
vuestro nombre idolatrado
publicado sin cesar
por mi acento 255
será en el sepulcro frío
como prueba irrefragable
que si fue Ormesinda amable,
supo amarla el pecho mío.
¡Mas ah! de la oscuridad 260
la tristeza y los horrores
van creciendo,
la furiosa tempestad
con los vientos bramadores
va viniendo: [137] 265
tened, cielos compasión,
y cese vuestro furor,
que inocente nuestro amor
siempre mereció perdón.
Y Ormesinda: «Al grato abrigo 270
paloma adorada vuela,
corre al lado
de tu tierno y fiel amigo,
que tus lágrimas consuela
con su agrado: 275
a ti te llama su arrullo,
a mí me llama el valor
a despreciar el furor
de los vientos y su orgullo.»
Dijo, y leve exhalación 280
en medio del firmamento
resplandece;
el nebuloso aquilón
contra el bóreas turbulento
se enfurece, 285
y del trueno al estallido
hacen eco las montañas
conmovidas sus entrañas
con el hórrido estampido. [138]
El acueducto
Mas de una vez del mismo seno oscuro
de los claustros se exhalan los suspiros
del fiero amor en las oscuras noches.
ANÓNIMO.
Imagen de la muerte, blando sueño,
que alivias los pesares,
inspira mis cantares
mientras gozan los hombres tu beleño.
Tú, en la cimeria gruta recostado 5
sobre lecho mullido
de un ébano bruñido
gozas de tu descanso prolongado.
Allí jamás resuena voz alguna:
ni el perro con ladridos, 10
ni el búho con gemidos,
ni el gallo con su canto te importuna. [139]
Hondo silencio, sepulcral olvido,
sosiego regalado
y un ocio continuado 15
cercan el lecho donde estás dormido.
Del esplendente Febo a la luz pura
no se concede entrada
en tu feliz morada
siempre tranquila, soñolienta, oscura. 20
Pero cuando las sombras horrorosas
extienden su tristeza,
levantas la cabeza
de las plumas más blandas y preciosas:
y sacudiendo las felices alas 25
repartes tu dulzura
a toda criatura
visitando las chozas y las salas.
¡Qué glorias no te debe el amor mío!
¡Oh sueño venturoso! 30
¡y cuánto susto odioso
no me causó también tu desvarío!
Mil veces tu pincel grato y risueño
me presentó mi diosa
sensible y amorosa, [140] 35
y envuelto en el placer disfruté el sueño:
otras tu ilusión vana y fementida
tan sólo la retrata
tan dura como ingrata,
y pienso en mi dolor perder la vida. 40
Mas di ¿por qué no goza tus caricias
Ricardo generoso,
por qué con el reposo
le privas de tus mágicas delicias?
¿por qué si has visitado complaciente 45
tras trabajoso día
la habitación sombría
de tanto solitario penitente,
él solo no cerró sus tristes ojos
para olvidar los males 50
que a todos los mortales
con poca distinción causan enojos?
¡Ah sueño encantador! es tu enemigo
el hijo de Citeres,
celoso en sus placeres 55
por amar la inquietud riñó contigo.
Si sufre por la ausencia dolorosa,
o por desdén se queja, [141]
siempre de ti se aleja
y te teme cual víbora dañosa. 60
Mas ya si de los celos la bebida
sus labios han probado,
más duro y obstinado
en su funesto afán llora, y te olvida.
Sólo de su querer en blando goce 65
cuando apuró sus gustos,
no puedes darle sustos
y por amigo fiel te reconoce.
Contigo breve rato se consuela,
pues si por un contento 70
amor duerme un momento,
por pesares sin fin siempre está en vela.
La tempestad que el cielo y tierra agita
robándoles la calma
suspensa tiene el alma 75
del tierno enamorado Cenobita.
El recuerdo feliz de la ventura
que al estrechar los lazos
gozara entre los brazos
de Ormesinda constante en su fe pura, 80
colma el placer, y al leve pensamiento [142]
cual mágico torrente
de rápida corriente
viene a inundar en celestial contento.
Truena el Olimpo, y el Eterno airado 85
sobre encendida nube
que por el polo sube,
de rayos que deslumbran está armado:
y a no calmar las celestiales iras
de Dios en la presencia 90
la virtud e inocencia,
ardiera el mundo en horrorosas piras.
A la luz de un relámpago inflamado
Ricardo ha distinguido
flotar leve vestido 95
sobre el alto acueducto dilatado
que baja a su jardín, y en cauces varios
con linfa regalada
fecunda la morada
de aquellos penitentes solitarios: 100
Apenas divisó la vestidura
con pasajera lumbre,
cuando en la incertidumbre
sumergido se vio por niebla oscura. [143]
Juzga que será el ángel poderoso 105
que al huracán preside
mientras venganza pide
contra el mundo perverso y engañoso:
Porque jamás osara mortal planta
por firme y por segura 110
correr aquella altura
que entre mil precipicios se levanta.
Segunda vez la esfera se ilumina;
preséntase cercana
la ninfa soberana, 115
la Sílfida amorosa y peregrina.
¡Oh genio del dolor (Ricardo exclama)
que riges el aliento
del bóreas turbulento,
y enciende en las auras viva llama! 120
Deja de perseguir estas regiones
do la virtud austera
tan solo se venera,
huye con los sonoros aquilones:
Huye, que no está lejos mi tesoro, 125
y temo que el ruido
del trueno repetido [144]
arranque de sus ojos triste lloro.
¡Ah! respeta la choza do respira
la flor de la hermosura 130
más delicada y pura
con la sensible y cariñosa Elvira.
¿Quién eres?.. mortal no: porque te brinda
con alas raudo viento...
¿Quién eres?.. al momento 135
le respondió una voz: soy Ormesinda.
No fueron, no, las dulces expresiones
las que sonaron luego,
porque en tan vivo fuego
primero se han de hablar los corazones. 140
El jardín que Ricardo cultivaba
esencias olorosas
de lirios y de rosas
herido de las aguas respiraba:
La tempestad su horror desvanecía, 145
la Luna rutilante
su cándido semblante
entre nubes opacas descubría:
Alumbraban sus tibios resplandores
no sin algún espanto [145] 150
por ser el lugar santo
la escena más feliz de los amores:
Mientras el fiel Ricardo tal consuelo
y tanta maravilla
postrada la rodilla 155
agradecer quería al alto Cielo,
en sus brazos gustosa reclinaba
la tímida belleza
su lánguida cabeza
y con dulce sonrisa le miraba. 160
Recordando el amor la triste historia
de aquel funesto instante
en que juró el amante
a Ormesinda borrar de su memoria,
cuando fue en el altar víctima triste 165
que al ver de su suplicio
el manifiesto indicio
alarga el cuello, calla y no resiste,
se sonríe el rapaz del trance duro,
y por el santo asilo 170
resuenan sin sigilo
las flechas en la aljaba de oro puro.
«¡Cielos! (dijo Ricardo) yo venero [146]
vuestro poder divino
conozco mi destino; 175
aprobasteis mi amor por verdadero.
¿Quién pudo preservarte, hermosa mía,
del precipicio abierto
sino el cariño cierto
de un ángel que tu planta dirigía? 180
Sábete que jamás mortal cuitado
osó la empresa dura,
buscando sepultura
al pie del acueducto que has pisado:
¡Y de noche! ¡Qué horror! ¿Acaso sueño 185
que estás aquí conmigo
gozando de este abrigo
libre de todo riesgo, amado dueño?
¡Oh la más amorosa, y la más fuerte
de todas las mujeres, 190
origen de placeres,
digna de ser amada hasta la muerte!
¡Quién te podrá igualar! ¡Cuál enamoras!
El mar es dilatado,
pero tu pecho amado 195
no puede tener límites si adoras. [147]
¿Mas cómo has de poder en cárcel dura
pasar los largos días
sin dulces alegrías
marchitando la flor de tu hermosura?» 200
«¡Tibio amador! (responde la doncella)
la que respira al lado
del bien idolatrado
nació con grata y bienhechora estrella:
Toda mi libertad es adorarte, 205
gozar de tus miradas,
y en horas suspiradas
disfrutar tus caricias y agradarte.
Ponme sin ti en los plácidos jardines
do la Odalisca hermosa 210
el aura voluptuosa
respira de los nardos y jazmines,
y sentirá la dura tiranía
mi cariñoso pecho
bajo dorado techo 215
en muelles gustos, danzas y armonía.
Pero contigo ¡ay Dios! en ardorosa
sirte nunca habitada
tendré feliz morada, [148]
querida libertad, vida dichosa. 220
A ti para gozar te formó el Cielo,
a mí para que amase
y para que apreciase
cuánto vale un halago y un consuelo.
No puedes conocer, no, de mi pecho 225
la intrépida firmeza;
tú juzgas fortaleza
del horrible acueducto el paso estrecho:
Mas ¡ah! dejar a un padre que quería
mi dicha y mi ventura, 230
¡Ricardo! ¡Qué locura!
Esa es ferocidad más que osadía.
Sí, déjame llorar, que cada gota
es bálsamo de vida
para curar la herida 235
que parte el corazón y sangre brota.
El tirano del Turia le llamara
del Cid a las almenas:
¿Quién sabe si en cadenas
llora la ausencia infiel de la que amara? 240
¡Padre infeliz! Tal vez no dura suerte,
ni el déspota en su encono, [149]
sino de mi abandono
el delito feroz te da la muerte.
¡Ah! Perdona, perdona, padre mío: 245
Tú sabes que te adoro
cual único tesoro,
y que amor autoriza mi extravío.
¡Ricardo! ¡Qué consuelo en este instante
requiere el alma mía! 250
La plácida alegría
solo puede volverme tu semblante.
Mírame con amor firme y eterno,
que el fuego que en mí admiras
despreciará las iras 255
de los monstruos y furias del averno.
Hasta la tumba te amaré bien mío,
allí la activa llama
que el corazón inflama,
solo se apagará con mortal frío». 260
Cesó Ormesinda en sus acentos fieles,
y con suspiro blando
que el pecho fue enviando
se cerraron sus labios de claveles.
Con los hermosos brazos sostenida [150] 265
del suspirado amante
tras pasajero instante
sin penas tristes pareció dormida.
Las dichas
Ya la gran noche pasaba
e la luna sestendia,
la clara lumbre del dia
radiante se mostraba.
COLECCIÓN DE POESÍAS
anteriores al siglo XV.
Del alba la luz visita
rotos los nocturnos lazos,
a la hermosura en los brazos
de un amante cenobita:
Sus párpados que halagaron 5
blandos ósculos de amor,
débiles a tanto ardor
con el sueño se cerraron:
Mas no puso el leve sueño
treguas a la activa llama 10
con que el corazón se inflama [152]
Por un suspirado dueño;
porque con grato pincel
las delicias prosiguió
que primero comenzó 15
a trazar cariño fiel.
En pos de la realidad
vino rápida ilusión
y disfrutó el corazón
de las dos la variedad. 20
¡Dicha dulce y delicada
que ha de ser segura y cierta
a la voluntad despierta (9)
que tanto la amó soñada!
¡Oh claustros! ¡Oh soledad! 25
No por los cerrojos duros
de aquel dios estáis seguros
que holló vuestra santidad.
Él por raro y prohibido
solo apeteció el placer; 30
cosa fácil de vencer
nunca empeña al atrevido.
Cuando le place do quier
levanta el rapaz su altar: [153]
¿Quién su vuelo ha de parar? 35
¿Quién su esfuerzo contener?
A sus tiros inmortales
tan débil será el jardín
de Pafos, como el confín
del templo de las vestales. 40
Al matutinal albor
bien parece en la espesura
abejuela que murmura
sobre el cáliz de una flor;
pero la rosada aurora 45
si apresura su llegada
es por ver la dicha amada
del que abraza a su señora.
Lentamente sus fulgores
la luz clara va aumentando, 50
y la noche retirando
con su manto sus horrores.
De Ormesinda los cabellos
divagando a su albedrío
figuran el extravío 55
de amor que jugó con ellos.
Temerosos de llegar [154]
a sus labios de carmín,
sobre el seno de jazmín
solo quieren undular: 60
Su pecho cual resentido
de este leve atrevimiento,
mas sensible movimiento
manifiesta conmovido.
Parece que el corazón 65
ebrio con tanto placer
quiera los diques romper
o salir de su prisión.
¡Oh seno do amor durmió!
Quien quiso con su pincel 70
Formar tu traslado fiel,
tus gracias no mereció.
Pues a mísero amador
no fue dado ponderar
tu belleza singular 75
y tu celestial primor.
Velado das a la vez
vida y muerte al que te vio,
¿seno do el amor durmió
cuál será tu desnudez? [155] 80
Ofrenda de bellas llores
mi afecto te quiso dar,
mas sería profanar
tu nieve con sus colores:
que en maridaje gentil 85
el jazmín y frescas rosas
en tus pomas amorosas
han formado su pensil.
Enmudezca el verso osado,
y atónito el corazón 90
adore tu perfección
desistiendo del traslado.
Dio en lucha feliz y grata
húmedo beso de amor
a su labio encantador 95
el matiz de la escarlata.
Y el amante afortunado
dulce almíbar libó en él,
sin que apurase su miel
con ósculo prolongado. 100
Os saludo, hermosos besos
prendas fieles del cariño,
en que ha puesto el ciego niño [156]
mil dulzuras y embelesos.
¡Anuncios de almo placer! 105
¡Feliz comunicación
de dos almas que una son
en gozar y padecer!
¡Ah! vosotros disipáis
las tristezas y el dolor, 110
sois principio del amor
y jamás le abandonáis.
Si cansado se adormece,
le movéis al blando juego,
pues solo con vuestro fuego 115
se alimenta, nace y crece.
Vuelta al suspirado dueño
mírale la ninfa amada:
¡Cuánto dice esta mirada
que ha callado el almo sueño! 120
Con un singular portento
comunica el corazón
al semblante una expresión
que dice más que el acento.
Dice afecto agradecido 125
que se deleita en su bien, [157]
dice que es feliz también
un amor correspondido.
Todo el oro y la riqueza
no compensa una mirada 130
tan tierna y tan delicada
de la celestial belleza.
Pero Cupido enseñó
por ser docto y diestro en eso,
que se paga con un beso, 135
mas con otra cosa no.
La luz, dulce compañera,
(dice Ricardo amoroso)
rompe el velo tenebroso
para iluminar la esfera: 140
Mas para aquel que miró
tus ojos encantadores,
tibios son los resplandores
que la aurora despidió:
Lindas alas sacudiendo 145
nos ofrece el cefirillo
blando aroma de tomillo
que en el monte va creciendo:
Mas tu aliento, para mí [158]
como principio vital 150
me hace feliz e inmortal
si no me aparto de ti.
¿Escuchas cuán bien apura
sus quejas y su dolor
del celoso ruiseñor 155
la garganta leve y pura?
Su voz recrea el oído,
mas la tuya al corazón
inspira consolación
después que halagó el sentido. 160
¡Hija del placer! ¡Nacida
como perla del rocío!
¡Delicia del amor mío,
muy hermosa y más querida!
¿Acaso de alguna flor 165
en el cáliz virginal
para consuelo a mi mal
te ha formado el Criador?
¿Eres, di, la más airosa
de las ninfas de Diana? 170
¿O de Juno eres hermana?
¿O acaso la misma Diosa? [159]
Porque tu voz y semblante
nada tiene de mortal,
y es sin duda celestial 175
tu mirada penetrante.
Tus ojos son de paloma
mientras ebria de placer
sin poderse contener
de su par los besos toma; 180
Y el vuelo de tus amores
es el suyo si se empeña
en buscar quebrada peña
para ocultar sus ardores.
Tu planta si en el pensil 185
pisa la pintada flor,
pasa, y guarda su primor
sin dejar huella sutil:
Por eso tus sendas Flora
con sus dones va adornando, 190
Y a tus plantas preparando
una alfombra encantadora.
Ángel de paz y de amor
que a mí me enamoras tanto,
no fue digno de tu encanto [160] 195
ese mundo engañador.
Vives en la soledad,
yo soy al mundo argumento
que en el mismo abatimiento
se halló la felicidad. 200
Porque mientras un vestido
de tristeza y de dolor
de tu sincero amador
cubre el cuerpo enflaquecido:
Mientras soy considerado 205
por modelo de pobreza,
tengo la mayor riqueza
que en el mundo se ha encontrado.
¿Quién te puede disputar
la juventud y el candor? 210
¿Quién las gracias del amor?
¿Quién la constancia en amar?
¿Quién más feliz que tu amante?
¿Qué pudo en la perfección
Anhelar el corazón 215
que no tenga tu semblante?
Por la púrpura real
y por el poder que da [161]
Ricardo no cambiará
este mísero sayal. 220
Envanézcase el valor,
venza do quiera el poder...
¿Para quién será el placer?
Solo para tu amador.
Los señores del Perú, 225
bella amiga, los monarcas,
no compraron con sus arcas
un tesoro como tú:
Ni circasiana beldad
apareció más bonita 230
de orgulloso sibarita
implorando la piedad.
¡Oh cuán dulce es a tu amado
besar después del martirio
tus ojos, donde el delirio 235
de tu amor está pintado!
Esos ojos seductores
grato origen de mi afán,
que ya inflaman el volcán,
ya mitigan sus ardores. 240
¡Ah! para un incendio tal [162]
que consume el alma mía
en medio de la alegría
es muy débil un mortal.
Tus favores y caricias 245
pertenecen a algún dios,
furtivamente los dos
le robamos las delicias:
Me enajenas si me miras,
y tus ojos al bajar 250
me vuelves a enamorar
con la timidez que inspiras.
¡En el sonreír graciosa,
en el suspirar amable,
en las gracias envidiable, 255
siempre bella, siempre hermosa!
Inclina sobre mi seno
tu cabeza, que en mi afán
es precioso talismán
que de amor lo deja lleno. 260
Nuestras almas... ¡Oh consuelo!
ya no pueden resistir,
y unidas van a salir
de la esclavitud del suelo: [163]
¡Cuál en mis brazos te miro!..., 265
¡¡Desfalleces!!... dos amantes
van a partir por constantes
de las sombras al retiro.
Vivamos para gozar
(Ormesinda respondió) 270
dichas que el Cielo nos dio
no se deben despreciar.
Dijo; y en el lugar santo
del Eterno en los altares
ya sonaban los cantares 275
con un religioso espanto.
Y al Ser supremo propicio
ya los místicos varones
ofrecían oraciones
e incruento sacrificio. 280 [164]
El cementerio
No siempre es de dia,
no siempre hace oscuro
ni el bien de alegría
carillo, es seguro:
Que amor es perjuro
tras él no te guies,
¡Cata que no llores
lo que ahora ries!
ANÓNIMO.
Hay junto al claustro que Ricardo habita
un ancho y espacioso descubierto
do gozan el olvido de la tumba
de los varones místicos los huesos.
Allí todo es horror: árido, triste, 5
en torno desigual se muestra el suelo,
y la tierra movida pone espanto
al que contempla su insaciable seno.
Aquí y allá marchita comparece
fúnebre planta de enfermizo medro, [165] 10
compañera infeliz de los sepulcros
que apetece de lágrimas el riego.
De informes troncos sacrosantas cruces
el depósito marcan do los restos
de la mortalidad frágil y triste 15
yacen en polvo miserable envueltos.
De los frondosos árboles que planta
rústica mano de colono experto,
ninguno en el recinto solitario
templa el ardor con su ramaje fresco: 20
Solo el alto ciprés a los mortales
muestra su gratitud y su respeto,
y preside su pompa funeraria
del mismo olvido universal exento:
Y si un rosal ocupa en los dominios 25
de la Parca cruel estéril puesto,
en sus hojas marchitas se retrata
la palidez mortal de los espectros.
Es voz común que al extender la noche
el manto brillador de sus luceros, 30
mil fantasmas temibles y horrorosas
discurren por el triste cementerio;
y se escuchan gemidos infelices. [166]
De víctimas que el hábito vistieron
contra su voluntad, y hasta la tumba 35
arrastraron su pena y su tormento.
Reposa aquí Teodoro, que arrancado
al cariñoso afán y amor materno,
breves días de duras aflicciones
sobrevivió a tan crudo apartamiento. 40
Al pie de su sepulcro comparece
tímida flor de funeral beleño,
símbolo de su angélica belleza,
y de la hiel que emponzoñó su pecho.
El prelado su muerte prematura 45
atribuyó tan solo a los deseos
de unirse con el Padre de las luces,
y salir de este mísero destierro.
¡Oh joven infeliz! Tú la ventura
pudieras haber sido y embeleso 50
de una esposa gentil, pues los amores
te formaron sensible, hermoso y tierno.
Del doncel malogrado y cariñoso
poco dista la tumba de Lorenzo;
este al voto de un padre temerario 55
debió el sayal humilde y el encierro: [167]
Y cual de la persona de un esclavo
dispone el comprador con duro ceño,
sacrificó sus años juveniles
y holló su libertad capricho ajeno. 60
Aquí buscó el descanso a sus dolores;
pálido, consumido, macilento,
si la muerte anheló, fácil fue hallarla
en tan grave opresión y cautiverio.
Distinguen su sepulcro estas palabras: 65
«Al Señor consagró sus años tiernos;
tuvo en el claustro humilde sus delicias,
y las cambió por el descanso eterno».
¡Oh divina verdad! Si la malicia
te privó del asilo de los muertos, 70
do enmudecen del hombre las pasiones,
¿dónde se halla tu luz y tu consuelo?
En este lugar triste y retirado
labra un sepulcro a su cansado cuerpo
un siervo del Altísimo, que logra 75
común veneración y santo aprecio.
Tras un breve trabajo, levantando
sus ojos cristalinos a los cielos,
vio a un ángel, vio a Ormesinda que alterada [168]
del pesado azadón oyó los ecos, 80
y asomando su rostro a una ventana
cual genio apareció, mientras los euros
celosos de su encanto y hermosura
blandamente halagaban sus cabellos.
De las manos del hombre penitente 85
cayó entonces el rústico instrumento,
y muda admiración con el espanto
petrificó sus descarnados miembros.
¡Oh Dios!... ¡Una mujer!... (dijo el asceta)
¡¡El encanto feliz del universo 90
se encierra en este lóbrego retiro
do tiene la virtud altar y templo!!...
¿Quién pudo ser el hombre temerario
que con furtivos y arriesgados medios
profanando del justo la morada 95
imaginó un delito tan horrendo?
¿Cuándo pudo el amor de los placeres
ocupar el santuario del Eterno?
¿Cuándo la virtud santa en su retiro
caer en la ignominia y vilipendio? 100
Mas la tierna beldad... ¡ah!... Su retrato
es temible a los santos... sus luceros [169]
encantan, enamoran... su mirada
convierte los sepulcros en contentos.
¡Infeliz! Estos claustros donde moráis 105
se oponen del amor a los deseos,
a tu belleza y juveniles años
y al mismo seductor, ¡oh cuán funestos!
El que ofreciera a Dios terribles votos
sin entregar su corazón entero, 110
el que por los halagos mujeriles
faltó del Criador a los preceptos,
adúltero y traidor, falso y perjuro,
¡mil veces infeliz! Los elementos
lucharán encontrados en su daño, 115
y sufrirá torturas del averno:
Cuando sordo a la gracia, los placeres
deja de la virtud por los terrenos,
anhelando caricias pasajeras,
no contempló las llamas de aquel fuego 120
que sin fin arderán, ni el repetido
transcurso de los siglos duraderos
que en el caos profundo y tenebroso
de eternidad cruel, es un momento.
¡Maldición! ¡Maldición! El lugar santo [170] 125
libre de los profanos y perversos
reciba el homenaje religioso
de corazones castos y sinceros.
Mas ¡ah! tanta hermosura me conmueve,
ablanda mis entrañas su embeleso, 130
y la prudencia... la piedad exigen
en circunstancias tales el secreto.
¿Qué fuera de sus gracias y atractivo?
¡Oh! ¿Qué fuera del ángel de ojos negros,
que sacudiendo sus pintadas alas 135
se refugió a las rocas del desierto?
¡Desdichada! ¡No sabe que estos sacos
horror profesan a su débil sexo,
y que las tristes súplicas no ablandan
al claustro inexorable y justiciero! 140
Y el corruptor de su beldad... ¡infame
en mal hora la luz del firmamento
alumbró sus delitos horrorosos,
y secundó sus planes el infierno.
En mal hora pisara los altares 145
con sacrílego pie: terrible agüero
presidía a sus votos; y sus labios
al duro corazón infieles fueron. [171]
El vestido sagrado y penitente,
que cubre del Altísimo a los siervos 150
mal esconde al hipócrita en sus planes,
mal del traidor disfraza los intentos.
Salvarlos del peligro que amenaza,
mi compasión exige; pero acerbo
de la conciencia el grito me intimida, 155
y aparta la ternura de mi pecho.
¿Yo cómplice de atroces desvaríos,
encubridor de lúbricos excesos
y de torpes caricias prohibidas
al pie de los altares del Eterno? 160
Jamás, jamás; la religión me manda
atajar unos males lastimeros,
y al dormido pastor que nos dirige
excitar del letargo y grave sueño.
Ricardo es criminal, una hermosura 165
se encierra en la estrechez de su aposento;
no es dudoso el traidor; sufra tus iras
quien despreció tu gracia, Ser supremo.
Dijo, y oyó una voz que así clamaba
por el lóbrego y triste cementerio: 170
«Mil veces la crueldad títulos toma [172]
de rígida virtud y santo celo».
Pero sordo el asceta a tales voces,
a los prodigios de las tumbas ciego,
dejando aquel recinto pavoroso 175
se presentó al abad del monasterio.
Pidió su bendición humildemente,
postrose sobre el duro pavimento,
y obtenido el permiso del prelado
con triste compunción alzó del suelo. 180
Podéis hablar a un cariñoso padre
(díjole el superior, llamado Arsenio)
que no solo el oído a vuestras penas
sabrá prestar, sino el sensible pecho.
Belial (exclamó el monje) al mundo solo 185
no quiere inficionar con su veneno;
allí la seducción tiende sus lazos
en mil resbaladizos lisonjeros:
Profanar nuestros claustros religiosos,
derrocar la virtud de su alto asiento 190
y arrancar las columnas del santuario
logró por fin el adalid soberbio.
Mientras estoy labrando de un sepulcro
con el férreo azadón el hondo seno, [173]
de Ricardo en la celda retirada 195
una mujer hermosa y joven veo:
Undulaban sus trenzas, sonreían
con un vivo carmín sus labios bellos,
y sus ojos errantes disipaban
de la virtud austera los consejos: 200
Admiré su hermosura; descubrirla
rehúsa el corazón por el aprecio,
mas la virtud me anima en tal conflicto,
y lo declaro a vuestras plantas puesto.
Las bien pobladas cejas agravaba 205
el irritado abad en tal momento,
con sus fijas miradas indicando
la admiración, y audacia del suceso.
Tras un largo suspiro que arrancaba
mas que el justo dolor, fatal despecho, 210
para dar su respuesta a nuevas tales
rompió de aqueste modo su silencio.
«En la virtud de mis amados hijos
descansaban las ansias de mi celo,
pero si mi bondad fue despreciada, 215
producirá el castigo otros efectos.
Alabo vuestra heroica confianza, [174]
y la revelación os agradezco,
mas sobre todo importa en este lance
un sigilo especial, y os lo encomiendo: 220
Porque si se trasluce el extravío,
padecerá el decoro y el respeto
que tienen a la túnica sagrada
de nuestra madre Religión los pueblos.
Pronto en un calabozo sepultado 225
pagará el criminal su osado empeño;
os doy mi bendición, y retiraos
que lo que Dios inspire, aquello haremos».
La inhumanidad
No teme tormento
Quien ama con fe,
Si su pensamiento
Sin causa no fue;
Habiendo porque,
Mas valen dolores
Que estar sin amores.
JUAN DE LA ENCINA.
Advertencia. El autor no ha podido menos de retratar a su heroína con los rasgos propios de su situación y de su desgraciado amor. Sería un defecto grave en un pintor entibiar las tintas en el lance crítico en que requieren más vivacidad y más brío. Preciso es al que lee revestirse de los afectos que en tal y tal situación debían dominar a los personajes cuya historia contempla; por tanto si aquí se leen algunas expresiones un poco duras contra el estado monástico, deben atribuirse a la efervescencia de las pasiones en una mujer dotada de una extrema sensibilidad y poseída [176] del más encendido amor. El autor sabe apreciar a aquellos monjes que retirados del mundo se dedicaron a una vida angelical y a las letras, y a cuyo esmerado trabajo debe la antigüedad la conservación de las obras más apreciables.
De rapaces milanos perseguida
paloma enamorada
en vano el vuelo fatigó rendida
por selva dilatada;
porque ni sus dolores 5
ni el ampo de su nieve
del enemigo aleve
calmaron los rigores.
«No puedes separarte de mis brazos»
(gritaba en la clausura 10
estrechando a su amante en fuertes lazos
la tímida hermosura)
pero sayones fieros
al amador ataban,
y de ambos sofocaban 15
los ayes lastimeros. [177]
¡Oh mujer infeliz! ¿Qué temerario
(Arsenio la decía)
te abrió del penitente solitario
la reclusión sombría? 20
¿Por dónde osó tu planta
pisar la fortaleza
que a femenil belleza
negó la virtud santa?
Y Ormesinda: «¿ignoráis quién ha podido 25
llevarme a estos lugares
do el hombre temeroso y compungido
se acoge a los altares...?
¿Y cuándo la fiereza
de déspotas y beyes 30
conocerá las leyes
que dio naturaleza?
¿Vos que con crueldad a un inocente
mandáis atar las manos,
y abrigáis bajo un manto penitente 35
rencores inhumanos,
queréis oír lecciones
que solo conocieron
aquellos que obtuvieron [178]
sensibles corazones...? 40
Volvedme aquel tesoro por quien vivo,
dejad vuestros rigores,
y por primera vez sed compasivo
calmando mis dolores:
¿Probasteis la dulzura, 45
la dicha verdadera
del que el afán modera
de ajena desventura?
Sabed que el conductor de mi osadía
ha sido el Dios vendado, 50
cuyos gustos, placeres y alegría
el cielo os ha negado.
del acueducto horrible
pisé la larga senda
para que el claustro aprenda 55
que amor es invencible».
«¡Qué horror! (dijo el abad) tu plan odioso
las furias inventaron;
sí, las hijas del Érebo espantoso
sus alas te prestaron, 60
y sobre el raudo aliento
de airados aquilones [179]
llegaste a las prisiones
que tiene este convento.
¿Cómo cabe en un pecho delicado 65
de peregrina gracia
orgullo varonil, valor no usado,
y el colmo de la audacia?
¿No imponen a tu pecho
ni el precipicio horrible, 70
ni este lugar terrible,
ni el acueducto estrecho?
Yo sé apreciar tu noble atrevimiento:
Saldrás por donde entraste,
y con la libertad te dé el contento 75
la senda que pisaste:
Sin estas condiciones,
en este lugar santo
eterno será el llanto,
y eternas tus prisiones». 80
«¡Monstruo! (le respondió la prenda hermosa
del mísero Edelberto)
El áspid en la yerba más frondosa
se finge tal vez muerto:
Con vil hipocresía [180] 85
queréis cubrir en vano
de un corazón villano
la infame tiranía.
Para buscar al dulce amado mío
no es mucho que me diera 90
mi cariñoso afán todo aquel brío
que necesario fuera:
por darle algún consuelo
dejé las regias salas;
hallele, y de mis alas 95
parose el raudo vuelo.
Sois cobarde, sois vil, si habéis juzgado
que el ceño me intimida,
un corazón sensible enamorado
padece, mas no olvida: 100
yo no vestí ese manto
que apaga el sentimiento,
y amando su contento
desprecia ajeno llanto.
Día vendrá... (los cielos lo juraron) 105
los pueblos abatidos
que vuestro recio yugo soportaron
alzando sus gemidos, [181]
os llamarán traidores,
y lobos disfrazados 110
con pan alimentados
de ajenos sinsabores.
Un tiempo como Dioses en la tierra
el hombre os adorara;
os recibió con paz, y disteis guerra 115
que al mundo ensangrentara;
teníais en los labios
de paz el nombre santo,
y el corazón en tanto
nutría sus agravios. 120
Escondeos, que son ya conocidos
el fin y los intentos
que de santa apariencia revestidos
abrigan los conventos:
son la columna fuerte 125
del duro despotismo,
son centro de egoísmo
y el caos de la muerte.
Burla el mortal vuestro exterior ungido,
pues de virtud y cielo 130
os formáis un pretexto fementido [182]
para adquirir el suelo:
Sepulcros sois hermosos
de mármoles labrados,
que tienen concentrados 135
gusanos asquerosos.
Vuestras moradas quedarán desiertas,
desiertos los hogares,
en destrucción las resonantes huertas,
sin culto los altares: 140
Y búhos lloradores
en el nocturno espanto
entonarán su canto
por vuestros corredores.
Yo sufro vuestras iras, me privasteis 145
del cariñoso amante
a quien por triste lucro profesasteis
en infeliz instante;
y en vano el cielo airado
opuesto a tantos males 150
mostraba en sus señales
horror y desagrado.
Volvedme sus caricias lisonjeras,
volvedme sus amores, [183]
no encierren estas tristes madrigueras 155
crueles robadores:
pues os llamáis virtuosos,
pues os llamáis hermanos
sed buenos, sed humanos,
sensibles y piadosos. 160
El código sagrado y respetable
de nuestra moral pura,
en sus divinas máximas amable
respira amor, ternura;
protege al desvalido, 165
defiende la inocencia,
prohíbe la violencia
y ampara al afligido.
¡Oh ministros de paz! Mirad la senda
que os marca en el madero 170
el que su sangre presentó en ofrenda
cual tímido cordero:
sus males tan prolijos,
mirad, y sus dolores...
¿Serán perseguidores 175
sus siervos y sus hijos?»
«Basta (clamó el abad) es el delirio, [184]
de tu querer impuro
quien ciega tu razón, y con martirio
agita el pecho duros 180
tan solo el sacramento
de humilde penitencia,
curada la dolencia,
te puede dar contento.
Porque falta de luz vivificante 185
el alma desdichada
que la gracia perdió con paso errante
tropieza en la emboscada,
y el bárbaro enemigo
que anhela la victoria 190
robándole la gloria
prepara su castigo.
Pero tu corazón aficionado
con máximas impías,
necesita un remedio prolongado 195
de dolorosos días;
buscaste en el santuario
el hondo y ciego abismo,
olvida el nombre mismo
de un vil, de un temerario. [185] 200
Sus lazos son del cielo: si ha podido
romperlos neciamente,
¡Ay de su corazón empedernido,
perjuro, y delincuente...!
¿Podrá débil despecho 205
de mujeril encanto
robar al cielo santo
la posesión de un pecho?
Ya no te verás más: es su delito
quien causa su tormento, 210
el Eterno en sus iras ha proscrito
tan atrevido intento:
¡Ah! Tiembla... te alucinan
perversas sugestiones...
Sacrílegas pasiones 215
te vencen, te dominan.
La santidad del claustro profanado
por la venganza clama,
ha visto en su recinto consagrado
arder funesta llama; 220
y el hijo de Citeres (10)
hollando la clausura
alzó su pira impura [186]
de lúbricos placeres.
¡Oh Ricardo infeliz! ¡Acerbo llanto 225
no borra tu extravío!
Nutrió la religión bajo su manto
un vivorezno impío
que en su nevado seno
sus iras concentrara, 230
y en él depositara
mortífero veneno.
Pero ya se reserva a tu locura
el premio merecido:
que sea tu mansión mazmorra oscura, 235
cilicios tu vestido,
las penas tu alimento,
las lágrimas tu suerte,
y el frío de la muerte
tu gusto y tu contento». 240
«Guardad, guardad sus juveniles días
(interrumpió la hermosa)
por los primeros gustos y alegrías
que madre cariñosa
libara en vuestros besos, 245
gozando las primicias [187]
de plácidas caricias
dulzuras y embelesos.
Salvadlo por piedad: es inocente:
Si el claustro profanado 250
la sangre reclamó del delincuente,
yo soy: él no es culpado:
Herid, que al golpe crudo
de acero fulgurante
se ofrece un pecho amante 255
de obstáculos desnudo.
Él vivía en el claustro silencioso
del mundo ya ignorado,
pero no de mi afecto cariñoso,
que siempre desvelado 260
ansiaba sus ternuras
para estrechar los lazos
en sus amantes brazos
tras largas desventuras.
Busqué la soledad; inaccesible 265
muralla se oponía,
¿pero qué tuvo amor por imposible?
¿Quién vence su porfía?
Al silbo de los vientos [188]
recorro aquella altura 270
que el término asegura
de todos mis intentos.
Ved si falta el valor a la que pudo
sufrir duros afanes,
y amparada de amor con el escudo 275
burlar los huracanes:
solo débil me miro
para escuchar las voces
que dan labios atroces
contra aquel bien que admiro. 280
¡Lo arrancáis de mis brazos!... ¡inhumanos!
¿Do están vuestras bondades?
¿Aprendisteis acaso a ser tiranos
en estas soledades?
¿Acaso desterrados 285
cual fieras alimañas
vivís en las montañas,
del mundo desechados?
¡Ah, término fatal a mis pesares
pondrá la amarga suerte! 290
Ormesinda y tú hallaste en los altares
a un tiempo vida y muerte, [189]
un suspirado amigo,
y un déspota sangriento,
dulzuras y tormento, 295
delicias y castigo».
Calló: sus bellas lágrimas caían
cual desatadas fuentes,
mientras amargo cáliz le ofrecían
los hados inclementes: 300
Los bárbaros sayones
a su amador cercaban,
y al seno lo llevaban
de lóbregas prisiones.
Mirada de furor (terrible agüero) 305
sobre la que lloraba
lanzó el abad, y su ademán severo
desdichas anunciaba:
con ímpetu atrevido
salió ciego de enojo, 310
y aseguró el cerrojo
del cuarto reducido. [190]
El veneno
En un retrete en que apenas
se divisan las paredes,
porque su lóbrega luz
a la oscuridad escede,
Estaba un sol que se puso
antes que el alba saliese,
que las nubes del rigor
sus rayos y luz detienen.
ANÓNIMO.
El ángel de la muerte negras alas
batió en la noche sobre el techo erguido
del triste y retirado monasterio;
tras su vuelo siniestro repetía
el cárabo importuno su gemido, 5
mientras las anchas bóvedas corría
la palidez mortal acompañada
de lívidas tristezas
y pánicos temores, [191]
que marchitan las cándidas bellezas 10
cual sirio abrasador nacientes flores.
¿Qué será de tus plumas vagarosas
paloma del Monduber (11) delicada?...
Del fiero balcón tu misma donosura
las corvas garras y el furor incita, 15
con sangre mancillar tu nieve pura
verdugo de las aves solicita:
y no veo que tengan tus amores
asilo fuerte, y compañero amado
que pueda con su agrado, 20
cambiar en alegrías tus temores;
tu vuelo es débil y tu enemigo duro,
tu pico arrullador y cariñoso,
sanguinolento el suyo, corvo, impuro;
el cielo riguroso 25
no defiende ni ampara tu inocencia,
triunfará sin duda la violencia,
y tu trance fatal será seguro.
A deshora se corren los cerrojos
de la mísera estancia donde yace [192] 30
Ormesinda en su afán; sus tristes ojos
agotaban las lágrimas ardientes
quejándose en la infausta desventura
del rigor de los hados inclementes:
¿A quién se dolerá de su tormento...? 35
Solo testigos son ingratos seres
que en el rincón de un lóbrego convento
como virtud abrazan la dureza,
se niegan para siempre a la ternura,
llaman al egoísmo fortaleza, 40
y a su inacción felicidad, ventura.
Colmada taza a la infeliz presenta
ministro de las iras del tirano
con exterior benéfico y humano;
la víctima de amor, no se alimenta 45
sino de acerbas lágrimas que vierte,
pero a malvadas súplicas se inclina,
y el cáliz del sepulcro y de la muerte
agradece a la astucia viperina:
¡Desdichada mujer! Letal ponzoña 50
recibes por piedad... ¡ay Dios! contempla
que la mano del pérfido temblando
indica su delito, [193]
que un verdugo con hábito bendito
el más temible don te está alargando. 55
Al labio aplica la funesta copa
y sus heces mortíferas apura...
¡Oh malograda y joven criatura!
¡No para tal desdicha te formara
el supremo Hacedor linda y amable, 60
orgullo de tu sexo y dulce encanto!...
No para respirar tan breves días
te dio a la luz tu madre con dolores,
sino para formar las alegrías
de la tropa gentil de los amores... 65
¿A quién fue permitido agravio tanto?
El traidor como sierpe que ha mordido
y desliza por piedras y maleza
para buscar su tenebroso nido,
salió de aquel lugar; le precedía 70
sombra infernal; atroz remordimiento
desgarraba su pecho con fiereza,
y el pie dudoso con temor movía
por el sólido y terso pavimento:
El sonido de lúgubre campana 75
que marcaba del tiempo la carrera [194]
para el ángel de amor la vez postrera,
resonando en la bóveda sagrada,
anunciaba la muerte y su llegada.
Siente duro y letal desasosiego, 80
la triste prisionera,
y como si abrigase vivo fuego
dentro del corazón, se desespera;
lucha contra el volcán que en sus entrañas
débiles al incendio embravecido 85
ejercita las furias más extrañas
con un grave dolor no conocido.
Es el mísero lecho potro duro
erizado de espinas vengadoras,
y do vuelve su rostro hermoso y puro, 90
do reclina los miembros fatigados,
encuentra sin cesar llamas traidoras,
penetrante aguijón, fieros cuidados.
Eterno Ser, que en las terribles alas
del furioso aquilón sientas tu trono, 95
y que con faz benigna cuando place
a tu inmenso poder, en fiel bonanza
mudas la tempestad que se deshace;
tú que eres de los justos la esperanza, [195]
¿Por qué, Señor, los ayes y gemidos 100
de la víctima triste no escuchabas?
¿Y por qué tus altares ofendidos
osó pisar sacrílego tirano?
Dios de la majestad ¿en dónde estabas?
¿Quién pudo detener tu justa mano? 105
¡Mísera!... ¡En abandono!... ¡Sin testigo!...
Privada de las lágrimas que arranca
el malogrado fin de la hermosura
a toda humana y débil criatura,
¡pasarás a los reinos del olvido! 110
El viejo inexorable está esperando
tu espíritu sutil y sombra errante;
no por ofrenda rica o ruego blando
se detiene su barca un solo instante,
y aunque te brinda del elíseo coro 115
almo placer jamás interrumpido,
pierde el mundo tu gracia y tu decoro,
que es la dicha mayor que ha conocido.
A la fuerza tenaz de los dolores
no puede resistir su tierno pecho; 120
sus labios no brindaban seductores
los besos del cariño regalado, [196]
con un lívido sello se cerraron
después que de Ricardo pronunciaron
el nombre idolatrado; 125
nombre dulce y cruel a la memoria,
encanto del amor y origen suyo,
grato y feliz en amorosa gloria
cuando el cielo piadoso lo quería,
pero amargo cual hiel en la agonía. 130
Como en las olas de agitados mares
moribundos se ocultan los reflejos
del día que acabó, sus bellos ojos
se esconden para siempre entre pesares
y aborrecen la luz que les dio enojos: 135
Luceros do el amor se retrataba,
do sus secretos la pasión leía,
a mirar con ternura acostumbrados,
¿quién os robó el fulgor que os adornaba?
¿Quién la gracia que tanto os distinguía 140
entre los mas hermosos y adorados?
Luceros, si acabáis, caos profundo
de noche tenebrosa
es lo que debe recelar el mundo
después de vuestra ausencia dolorosa. [197] 145
Yo vi caer al golpe vigoroso
de rústica segur en los jardines
rosa primaveral que se nutría
con llanto de la aurora en la alborada;
vi al alumno de Marte belicoso 150
que de lauros eternos se cubría,
tronco yacer por enemiga espada
en la florida edad, sin que los gustos
probase del amor; pero a mi llanto
faltaba solamente el desconsuelo 155
de ver el fin de celestial belleza,
ver al ángel de Edén que abandonaba
la corrupción del miserable suelo,
y al Olimpo y al mundo en la tristeza.
Para siempre dejó las soledades 160
del claustro aterrador el Dios vendado,
y el lugar de sus dichas ocuparon
el horror que de sustos se alimenta,
las furias que sus sierpes despertaron (12),
el crudo afán y el roedor cuidado: 165
en el Olimpo el Padre omnipotente
mostró con ceño su divina frente,
meditó la venganza en sus arcanos, [198]
el tiempo prefijó; del sacro templo
temblaron las columnas elevadas, 170
y enseñando piedad a los humanos
se apagaron las lámparas doradas.
La intranquila maldad solo esperaba
que su postrero suspirar lanzase
la víctima infeliz para que al seno 175
de los sepulcros lóbregos bajase,
y escondiese su mármol el veneno:
y como el tigre hambriento se apresura
su presa a devorar, si los rugidos
del líbico león han resonado, 180
manda el abad que honrosa sepultura
se dé a los tristes miembros consumidos
en lugar oportuno y retirado;
esparciendo la voz, que con la muerte
quiso vengar la Majestad divina 185
el agravio que al claustro santo y fuerte
hizo aquella hermosura peregrina.
Convoca la campana con sus ecos
al místico escuadrón de religiosos
que salen de sus celdas retiradas 190
cual en los días del abril hermosos [199]
se tiende por campiñas dilatadas
enjambre de abejuelas susurrantes
en busca de las flores
que brindan con sus plácidos olores. 195
Precediendo la cruz enarbolada,
marchan en larga hilera
entonando su cántico de muerte,
es su voz funeral y lastimera
semejante al sonido de los euros 200
al combatir los pinos elevados:
sigue Arsenio con pasos mesurados
presidiendo la grave comitiva
cerca del ataúd do mustia yace
la flor de la hermosura 205
para no gozar más del aura pura;
pero terrible y formidable acento,
opuesto del abad a los deseos,
retumbando en los claustros del convento
grita a los religiosos: «DETENEOS». 210 [200]
El año veinte
Libertad, libertad sacrosanta,
nuestro numen por siempre serás;
puedes vernos morir en tus aras,
mas gemir en cadenas jamás.
HIMNO PATRIÓTICO.
Yo vi caer, oh dulce patria mía,
de tu cuello infeliz duras cadenas,
yo vi lucir tan suspirado día
cuando tres lustros acabara apenas.
¡Sagrada libertad! Risueño encanto 5
tras que se lanza juventud briosa,
¡mi débil musa te rindió su canto
en su infancia feliz y venturosa!
¡Hija de la razón! ¡Hija del Cielo!
Al repetir tu nombre los valientes, 10
suena su grito por el ancho suelo, [201]
y ciñe el lauro sus gloriosas frentes.
Asaz de luto y de pesar profundo,
el despotismo atroz a duros males
logró arrastrar y envilecer al mundo, 15
a merced de las horcas y puñales.
La sangre de inocentes ciudadanos
anheló el opresor; sangre vertieron
los ministros de pérfidos tiranos,
y con humana sangre se nutrieron. 20
¡Ay del que ha sucumbido a sus dolores!
Que no puede decir en su alegría
hay patria; libres hay; temblad, traidores;
ya sucumbió la infame tiranía.
¡Sombras de alto renombre! En nuestra gloria 25
levantáis la cabeza de la tumba,
para escuchar los ecos de la gloria
que en los osarios cóncavos retumba;
y clamáis en tan plácido momento
«Pueblos, oíd: de libertad sagrada 30
virtudes y valor son el cimiento;
si conserváis unión, no temáis nada».
El despotismo muerde en su despecho
el suelo que infamó; como serpiente [202]
que pació mala yerba, torpe pecho 35
arrastra en su martirio lentamente.
Se postran y fallecen a su lado
la hipocresía vil que su semblante
de máscara mentida ha despojado,
la ignorancia y el crimen arrogante. 40
Arde en las almas de entusiasmo el fuego
y al claro son de músicas festivas
suben los nombres de Quiroga y Riego
al alto Olimpo con alegres vivas.
Mansiones del dolor do los tiranos 45
ejercieron la bárbara tortura,
abrid en par los senos inhumanos
de vuestra tenebrosa sepultura.
Habite vuestro horror aquel mezquino
que iguala si no excede a crudas fieras, 50
el déspota del Turia cristalino
que aguzando el puñal encendió hogueras.
¿Los veis? Sí son: los sabios, los valientes
salen de las mazmorras ignoradas,
y las bellas preparan a sus frentes 55
el mirto con las rosas delicadas.
Salud, héroes, salud, no siempre el Cielo [203]
permitió la maldad y los delitos;
hoy sois de Iberia celestial consuelo;
ya libres respiráis, no sois proscritos. 60
Cual entre humildes yerbas medra y crece
en todo superior el lirio hermoso,
así por sus trabajos resplandece
entre todos un viejo generoso;
Es Edelberto... ¡Oh Dios!... Mísero anciano, 65
tú recibes aplausos y loores,
pero del hado infiel la cruda mano
te prepara la hiel de los dolores.
Esa espada que ciñes en tal fiesta
cual premio de un valor tan conocido, 70
¡Oh cuán triste ha de ser, oh cuán funesta
al claustro y a un prelado fementido!
Su principal cuidado es informarse
de la salud de su Ormesinda: ¡ay triste!
¡Cuán próximo se ve a desesperarse 75
al saber que en Gandía ya no existe;
que con la fiel Elvira, abandonando
de los paternos lares la morada,
al valle de Lulén (13) fue caminando [204]
en busca de una dicha deseada. 80
Edelberto suspira tristemente;
el volar de los euros es muy lento
a su amor paternal, y no consiente
un instante vivir en tal tormento.
Oprime al alazán, que sofocado 85
por los dos acicates punzadores
salvó la selva y extendido prado
igualando a los dardos voladores:
De su curso tan rápido y ligero
la cartuja fue el término prescrito, 90
mientras que se internaba el caballero
con prontitud por el lugar bendito.
Era pues la ocasión en que entonaban
los monjes su plegaria de amargura
y en ataúd abierto se llevaban 95
los restos de la cándida hermosura.
TENEOS (les gritó) mas conociendo.
del corazón la prenda idolatrada,
a sus inertes brazos fue corriendo
que no podían darle su lazada. 100
«¡Hija! (exclamó) ¿Qué pena te ha robado
a mi amor y a la luz del claro día? [205]
¿Quién tu bello semblante ha marchitado?
¿Eres ya del sepulcro y no eres mía?
¿Qué no escuchas la voz del que te nombra? 105
¿Desconoces de un padre la ternura,
a cuyo arrimo y adorada sombra
creció tu edad, tu encanto y tu hermosura?
¡Ah, mármol a mis quejas no respondes!...
¿No merece mi afán una mirada? 110
¿Luz de mi pensamiento, do te escondes?
¿Quién te pone en mis brazos tan mudada?
No ha sido permitido a mi desvelo
tu aliento recoger cuando expirabas...
¿Sin contar con mi amor dejas el suelo? 115
Mírame cual un tiempo me mirabas.
Y vuelto al que la pompa presidía
de aquella ceremonia dolorosa,
con furibundo enojo le decía
ante la comitiva numerosa, 120
«Responded: ¿quién ha puesto en vuestras manos
esta doncella ilustre? ¿Qué rigores
de los hados crueles e inhumanos
dieron muerte a mis plácidos amores?»
«La inclinación a un joven religioso [206] 125
(Arsenio contestó) su pie maldito
ha guiado al recinto misterioso;
quien su muerte causó (14) fue su delito.
«¡Monstruo! (dijo Edelberto) pues mi acero
la tuya causará; tal recompensa 130
de tu necio furor y orgullo fiero,
de Ormesinda infeliz vengue la ofensa».
Relámpago fugaz brilló su espada
para esconderse en el impuro pecho
del hipócrita abad, que una mirada 135
lanzó de execración y de despecho.
Cayó al golpe su mole ponderosa
como en la verde selva con ruina
socavada por hacha vigorosa
se viene abajo la frondosa encina. 140
Su herido corazón sangre lanzaba,
con ella el frío suelo se teñía,
su túnica con sangre se manchaba,
y el alma atroz tras ella despedía.
Cual a la vista del halcón que asoma 145
como sombra sutil bajo una nube
huye y tiembla la tímida paloma,
que incauta por el aire el vuelo sube; [207]
Abandonan los monjes al prelado;
El ataúd, la cruz, las hachas dejan, 150
y buscando su albergue retirado
en el trastorno general se alejan.
Busca Edelberto el alazán brioso,
y al alejarse exclama en desconsuelo:
«Lugar do al ángel se quitó el reposo 155
ya no te llamarás PUERTA DEL CIELO».
Mas no solo una víctima segura
quiso inmolar Arsenio fratricida,
hambre cruel en la mazmorra oscura
a Ricardo infeliz quitó la vida. 160
¡Oh mísero! Tus males lastimeros
los contará quien cuente las arenas
del anchuroso mar, o los luceros
de las noches tranquilas y serenas.
Mi musa en vez del canto apetecido 165
al recordar tu dolorosa historia,
exhala triste y funeral gemido,
olvidando los lauros de la gloria:
En mal punto llegaste a los altares,
en mal punto abrazaste como hermanos 170
ajeno de temer tantos pesares [208]
hombres desconocidos e inhumanos.
Privado de una madre encantadora
fuiste flor que ha nacido en el desierto
privada de la lluvia bienhechora 175
que espera un fin desventurado y cierto:
De un padre el ignorante fanatismo
te condujo al altar, que a tus dolores
fue cual profundo y tenebroso abismo,
y la tumba fatal de tus amores. 180
Consumido, infeliz, triste y doliente
ensayaste cilicios, apuraste
el rigor más austero y penitente,
pero tu dulce amor nunca olvidaste;
su dardo agudo en tu interior clavado 185
llevaste al claustro, al miserable lecho,
al altar, y al sepulcro deseado
que sin amor nunca alentó tu pecho.
Mi afecto te consagra una guirnalda
No de lozanas y vistosas flores, 190
sino de adelfa y funeraria gualda
como cuadra también a mis dolores. [209]
La expulsión
Quédate a Dios, agua clara,
quédate a Dios, agua fria,
y quedad con Dios mis flores,
mi gloria que ser solia.
ANÓNIMO.
Cumplido fue el tiempo que fijan los hados
y nadie revoca su ley eternal,
sus duros oídos mantiene cerrados
a súplicas tristes la suerte fatal.
¡Oh muros! ¡Oh claustros, morada de muertos!... 5
Ordenan los padres del pueblo, y la ley,
que vuestros hogares se queden desiertos
sin jefe tirano, sin mísera grey.
El joven novicio que anhela los gustos,
bendice el decreto, se juzga feliz; 10
el débil anciano cercado de sustos
del mundo engañoso recela el desliz. [210]
Hay quien atribuye tal golpe a la suerte,
quien quiere que sea celeste rigor,
venganza debida de Arsenio a la muerte; 15
quien culpa a Ricardo, quien culpa al amor.
En un aposento se escuchan gemidos,
sollozos y llanto, conflicto cruel;
alegres aplausos sin fin repetidos
resuenan no mucho distantes de aquel. 20
El último abrazo se dan los ancianos,
sus trémulos labios repiten adiós;
mas otros uniendo las cándidas manos
se marchan alegres, ya cuatro, ya dos.
Desean los unos volver a los brazos 25
de un padre querido cercano a expirar;
los otros suspiran por dulces abrazos
de madre amorosa que anhelan lograr.
Padece aquel triste que solo en el mundo
no tiene quien pueda calmar su dolor, 30
do quier que se vuelva, de abismo profundo
contempla desdichas y tétrico horror.
Aquel que está libre de votos odiosos
retrata sus dichas con grato pincel;
cercado se mira de niños hermosos 35
que pagan sus mimos con ósculo fiel. [211]
Un tímido monje llamado Benito
Más puro que lirios y blanco jazmín,
paloma sin mancha del claustro bendito,
que vive en el suelo como un serafín; 40
besando la tierra que vio tantos años
su místico celo, su vida ejemplar,
temiendo del mundo los pérfidos daños,
ya tiene por suerte gemir y llorar.
Al Cielo levanta sus lánguidos ojos, 45
no puede aquel sitio dejar y partir,
le presta su llanto por tristes despojos
y vuelto al convento comienza a decir:
«¿Y cómo cantamos, Señor, tu alabanza
en tierras extrañas y ajena mansión?... 50
Perdiendo tu apoyo, perdió su esperanza,
de luto se viste tu esposa Sión.
Después que libraste tu pueblo escogido,
¿por qué le ocultaste tu plácida faz?
El suelo de Egipto profano y perdido 55
¿podrá, Dios eterno, volverle la paz?
Mirad aquel árbol de fruto sangriento
que al mundo redime de su ingratitud;
si nuestros delitos merecen tormento,
la sangre del justo nos preste quietud. [212] 60
Tus hijos suspiran con llanto de muerte,
sin culto se muestran tu templo y tu altar;
templad los enojos, Dios santo, Dios fuerte,
y el hombre en las aras se vuelva a postrar.
La Iglesia tu esposa dejó su vestido 65
de luz y de gloria, de pompa y honor,
su plácido rostro, su pecho oprimido
sufrieron escarnios después del dolor.
¿No ves que destruye tu herencia querida
con bárbaro orgullo soberbio Luzbel? 70
¿No ves como llora tu plebe afligida?
¿Desprecias su llanto, su súplica fiel?
¡Oh! cesen tus iras, y tras noche oscura
veamos sin nieblas tu cándida luz,
pues tanto merece la víctima pura 75
que expira por todos clavada en la cruz.
¡Oh muros amados, do alegres mis días
en prácticas santas he visto correr!
El fin ha llegado de mis alegrías,
de célicos gustos, de grato placer. 80
Señor, mis suspiros, mi llanto, mis penas
mudar en delicias podéis solo vos,
si es vuestro mandato que sufra cadenas,
a Dios grato asilo de altares, a Dios; [213]
A Dios lecho mío, quietud silenciosa, 85
pobreza del claustro, cilicio y sayal,
a Dios para siempre morada dichosa,
origen fecundo de gloria inmortal.
Pomposos frutales que a próvida mano
debéis vuestro medro, frescura y verdor, 90
temed los insectos, temed el verano,
la falta de linfa, del sirio el ardor.
Tal vez despojados de adorno frondoso
seréis el traslado más puro y mas fiel
del que os abandona, perdido el reposo, 95
con llanto en los ojos, con pena cruel».
Continuos sollozos la voz embargaban
del monje afligido, del santo varón,
empero a sus votos los cielos negaban
un rayo mezquino de consolación. 100
Reñían los vientos, y nubes funestas
la luz ofuscaban del rayo solar,
que oculto a los prados y verdes florestas
detrás de los montes venía a expirar.
De todos los monjes que tiene el convento 105
tras súplicas tales el último fue
que viendo perdida su gloria y contento
del claustro desvía su trémulo pie. [214]
El sepulcro
Ya las sombras habita
De los elíseos bosques;
Llorad, Venus hermosa,
Llorad, dulces amores.
INARCO.
Hay un lugar sombrío y retirado
en medio de los montes del desierto
do los céfiros bañan sus alitas
en claras linfas de remansos frescos:
Aquí con más dolor y más ternura 5
ensaya Filomena sus gorjeos,
y entre menudas guijas (15) clara fuente
cruza en mil giros el fecundo suelo.
Del sirio abrasador al rayo activo
toldos oponen de ramaje fresco 10
árboles que susurran en sus hojas [215]
el atrevido embate de los euros.
Hay cueva deliciosa do las ninfas
que temen a los sátiros ligeros
se acogen por huir de sus halagos 15
impuras manos y lascivos besos:
Hay frescura y quietud, hay limpios baños
de vena pura y regalada dentro;
de yedra se entretejen las paredes,
y son de negro mármol los asientos. 20
Al pie de un sauce que lloroso inclina
de sus pomposas ramas los extremos,
un sepulcro sencillo se levanta
propio para el amor si hubiese muerto:
De Ormesinda y Ricardo desgraciado 25
yacen en él los infelices restos
colocados por manos cariñosas
de la sensible Elvira y de Roberto.
¡Oh manes sacrosantos! Si en la vida
os desunió la infamia y el despecho, 30
en la callada y misteriosa tumba
os volvió la amistad los lazos bellos;
y mientras flores de matices varios
sirven de adorno a los despojos vuestros, [216]
las sombras amorosas van vagando 35
por la mansión de los felices reinos.
Allí ríe una eterna primavera;
de la madre común no rompe el seno
luciente reja del arado duro
que con pausa arrastraron bueyes lentos 40
porque produce sin algún cultivo
frutos hermosos de sabor diverso,
y flores lindas que jamás ajaron
con soplo vengador airados cierzos.
Valles de mirtos cuya fresca sombra 45
protege los narcisos duraderos
adornan los lugares de las dichas
que jamás el dolor encontró abiertos.
Los héroes inmortales en tal sitio
los gustos gozan del amor primero 50
al lado de sus prendas adoradas,
de celos tristes y de afán exentos.
A Ormesinda los dioses prepararon
distinguido lugar y trono excelso
debido a su hermosura y a la llama 55
que alimentara en su sensible pecho;
Helena hija de Jove, y Heloísa [217]
este supremo honor reconocieron
cual justa recompensa a los dolores,
cual premio digno de esforzado intento. 60
¡Oh candorosa Elvira! Tus amores
miró con más ternura el alto Cielo,
tú naciste feliz, mas tu señora
después que abandonó tus brazos tiernos,
halló los del amor un solo instante, 65
para apurar el cáliz mas acerbo,
y cerrar a la luz del claro día
inocentes y fúlgidos luceros.
Tus lágrimas hermosas de su tumba
son el mayor adorno y el trofeo, 70
ellas nutren sus flores olorosas,
ellas apagan su calor sediento.
La esposa de Titón tu llanto mira
cabe el túmulo infausto y lastimero,
y llorando te dejan en la tumba 75
del moribundo rayo los reflejos.
Llora, que nada pudo hacer tan triste
la fortuna mudable, el hado adverso,
que no encuentre en las lágrimas vertidas
un dulce lenitivo y un consuelo: [218] 80
Llora, que yo en mis penas no conozco
bálsamo más dichoso ni remedio
que anhele el corazón con mas ahínco
para curar los sinsabores fieros.
Yo lloraré también; del sauce hermoso 85
la resonante cítara suspendo,
que herida de los céfiros amantes
murmure mi dolor en tristes ecos.
Notas
El monasterio de Portaceli, de frailes cartujos, tiene su asiento a una legüecita de Bétera y cuatro de Valencia, en un sitio que en tiempo de la conquista se llamaba Lulén. Edificole y dotole don Andrés de Albalate, tercero obispo de Valencia, juntamente con su cabildo, de toda aquella valle y sus rentas, en el año 1272. Hizo patronos perpetuos del dicho monasterio a los obispos que fueren de Valencia, y obligó a los frailes que por feudo y reconocimiento de las décimas que habían de pagar, le acudiesen a él y a sus sucesores con diez sueldos de censo, como parece por la carta de fundación y donación que pasó en Valencia en dicho año y se guarda en el archivo del cabildo. (Escolano.)
Caminando de Náquera hacia poniente se hallan viñas, algarrobales y olivares continuados hasta llegar a un profundo barranco, murado por los recortes de los muros vecinos. Allí empieza el desierto y la soledad: las peñas mal seguras en los altos amenazan a los pasajeros, y en los recodos frecuentes suelen ocultarse forajidos y ladrones. De allí para adelante se encuentran algunos algarrobos sin cultivo, y [220] masas de pinos y maleza que se aumentan al entrar en el término de Portaceli, y continúan hasta las inmediaciones del monasterio. Antes de llegar a éste como un cuarto de hora se halla el cerro y la famosa cantera de mármol negro que recibe un pulimento admirable. Los bancos tienen un pie de grueso, y están inclinados al horizonte en ángulo de 20 grados abierto hacia el norte: su color es negro que pardea, muchas veces con benitas blancas espáticas; el grano es fino y compacto. Se beneficia este mármol no solo por su hermosura sino también por separarse fácilmente las piezas que se necesitan. El monasterio está en una pequeña eminencia del valle llamado antiguamente Lulén; cércanle por todas partes elevados montes, sobresaliendo entre ellos los del norte y nordeste, cubiertos enteramente de pinos, alcornoques y maleza; todo inculto, a excepción de los campos que cultivan los dependientes de la comunidad. A fuerza de gastos y trabajos, no obstante la aridez del suelo compuesto de la tierra roja y granujienta que ha ido bajando de las alturas, han convertido en huertas perfectamente cultivadas los campos inmediatos al monasterio, para cuyo riego van acopiando en tres balsas las aguas que nacen en aquellos barrancos. Hay en la iglesia una preciosa colección de mármoles que el artífice [221] combinó con gusto; todo el suelo es del citado mármol negro con fajas blancas del de Génova que se hubieran podido excusar empleando los que hay en Pego, y en el término de Planes junto a la Encantada. En el centro de los cuadros negros hay unas como estrellas amarillas del mármol amarillo de Torrent, matizado de nubes encarnadas por efecto del fuego artificial. Las columnas de los altares son de la piedra preciosa de Náquera llamada de aguas: los arquitrabes y otras piezas de la brecha de Segart: en el camarín se ven anchas fajas de la piedra de flores, y porción de los mármoles de Cálix, Callosa de Ensarrià y de Aspe: también hay pedacitos del verde de Granada y del azul ceniciento de Génova.
Para descubrir la posición de aquellos montes, reconocer su naturaleza y las plantas, subí al mas alto llamado Montemayor que está a una legua al norte del monasterio. Vi al paso el magnífico acueducto construido en tiempo de los Reyes Católicos, que costó once mil pesos, y se conserva íntegro, sirviendo para conducir al monasterio las aguas que nacen en un monte contiguo. Ladeé varias lomas, y en dos horas llegué a la cumbre, en la cual y en los despeñaderos que le quedan al oeste observé los bancos casi paralelos al horizonte y que todos se componían de amoladeras rojas, que [222] lentamente se reducen a tierra granujienta. Desde aquella altura descubría hacia el norte la empinada punta de Peñagolosa, y a menor distancia el pico de Espadan: declinando muy poco al oeste veía a dos leguas de distancia la ciudad de Segorbe, y a la izquierda la villa de Altura que parecía unirse con la cartuja de Val de Cristo por hallarse esta más meridional que Altura. Al oriente de Segorbe quedaban Castelnou, Soneja y Sot, siendo Castelnou el más septentrional. Corría desde Sot hasta Gilet el valle, cuyo centro ocupa la Baronía de Torrestorres, y aunque la niebla impedía registrar de un golpe aquella extensión, lo logré sucesivamente al paso que se iba disipando, presentándose entonces los castillejos de varios pueblos, o los cerros en cuyas faldas están edificados. Hacia el mediodía y como a tres leguas de distancia distinguía la larga alfombra que forman las dilatadas huertas de Liria, Benisanó, Benaguacil, Pobla y Rivarroja, y contiguo a ellas el campo de Liria. También veía parte de la huerta de Valencia, pero no la capital, cuya posición se aparta como veinte grados hacia el oriente respecto a la meridiana del monte.
Vi en la cumbre espesos matorrales de la jara con hojas de álamo arbusto hermoso y poco común en el reino que solamente he hallado [223] aquí y en las cercanías de Ayódar. Florecían en Mayo las jaras de Mompeller y tuberaria, la racemosa, la blanquecina, y las de hojas de salvia, de romero y de tomillo; no vi planta alguna que anunciase el frío, cuando en el ventisquero, monte de menor altura y apenas distante del mayor media hora, hallé el erizo, las aliagas y el espliego. Bajaba del monte pisando siempre plantas, y apartando las ramas de los arbustos que embarazaban el paso; los más comunes eran labiérnagos, madroños, ramnos, torbiscos, durillos, madreselvas, lentiscos, adelfas, y el lino fruticoso. Entre las yerbas vi la hermosa ononide parecida al pie de pájaro, la vela annua, la aira cariofilea, la poa tiesa, los jacintos tardío y cabelludo, el tragópogo parecido al pieris, un andrópogo nuevo, la adormidera híbrida, el lino estrellado, el coris, y otras muchísimas. Íbame acercando al monasterio, y pasé por el sitio llamado barranco de la Pobleta, que en otro tiempo fue un desierto inculto cubierto de maleza y erizado de peñas areniscas con varios precipicios, y hoy son huertas hermosas y un recinto delicioso. Rozose la maleza, se excavaron en parte las peñas, y en otras se aseguraron los campos con ribazos, y estos con almeces; las aguas que nacen en lo alto del barranco se condujeron por canales sólidos para [224] fertilizar aquellos campos, y a fuerza de gastos y constancia se efectuó la útil transformación que hoy se admira. Allí cogen los cartujos maíz, trigo, aceite y algarrobas. Tienen además la heredad considerable llamada la Torreta, y en ella uno de los más hermosos viñedos del reino que produce el delicioso vino llamado de la cartuja. La leña, el carbón y los pastos rinden anualmente sumas considerables: con estos productos subsiste la comunidad, ejemplo de retiro y de mortificación; la cual socorre a cuantos necesitados acuden, y obsequia a los que por otros títulos visitan aquel desierto.
La tierra cultivada hacia el oeste del monasterio es de corta extensión: siguen a ella pinares espesos hasta el contiguo término de Olocau. El suelo es calizo, en cuya superficie se observan mármoles negros con vetas blancas, mucho esparto y la siempre enjuta: así continúa hasta llegar al barranco, donde presenta nuevo aspecto, siendo allí las peñas de amoladeras y la tierra roja granujienta. Ensánchase el cauce a cada paso, y van quedando por uno y otro lado altos murallones. Uno de ellos es muy singular: mirado en globo semeja las ruinas de una fortaleza y presenta un lienzo de sesenta pies de altura casi perpendicular, terminada por hiladas sobrepuestas con poca unión: hállase esta como muralla natural separada algunas [225] varas del monte contiguo cortado naturalmente a pico: no se ven allí vegetales, y solo se descubren rayas oscuras interpuestas entre los bancos y hendiduras de la peña roja. Siguiendo contra la corriente del barranco descubrí las huertas y la población que dista una hora del monasterio. Fue Olocau en otro tiempo villa de bastantes vecinos, que las repetidas epidemias habían reducido a cuatro solamente a principio del siglo: descubriose la causa de las enfermedades, aplicáronse los remedios oportunos, y se aumentaron las familias hasta el número de sesenta que hoy tiene. Las aguas que suelen bajar por el barranco quedaban embalsadas y sin movimiento en las cercanías del pueblo, que está en un hondo sin ventilación: se corrompían en verano, y los vecinos tragaban aquel aire infecto; pero facilitaron curso libre a las aguas, limpiaron las balsas y recobraron la salud. (Cavanilles.) [227]